NELSON MANDELA

CARTAS DESDE LA PRISIÓN

EDICIÓN DE SAHM VENTER
PRÓLOGO DE ZAMASWAZI DLAMINI-MANDELA
TRADUCCIÓN DE JÚLIA IBARZ

BARCELONA MÉXICO BUENOS AIRES NUEVA YORK

 

PRÓLOGO

Mi abuelo llevaba ya diecisiete años en prisión cuando yo nací. Poco después de cumplir los sesenta y dos años, le escribió una carta a mi abuela, Winnie Madikizela-Mandela, en la que citaba a las personas de quienes había recibido telegramas y postales. En la lista estaban mi tía Zindzi, mi hermana Zaziwe y yo misma; también mencionaba a la gente de la que esperaba y deseaba recibir noticias. «Hasta ahora no he recibido ni una sola carta de las muchas que mis amigos me han mandado desde todas partes del mundo —bromea—. Aun así, es muy reconfortante saber que tantos amigos piensan en nosotros después de tantos años.» Este es uno de los numerosos ejemplos de este libro que revelan cómo la comunicación con el mundo exterior le dio fuerzas durante los veintisiete años que estuvo en prisión y cuánto anhelaba recibir esas misivas.

Durante su reclusión, mi abuelo escribió cientos y cientos de cartas. La selección que se presenta en este libro acerca íntimamente al lector no solo al Nelson Mandela activista político y prisionero, sino también al Nelson Mandela abogado, padre, marido, tío y amigo, e ilustra cómo su larguísima privación de libertad lejos de la vida cotidiana le impidió ejercer estos papeles. Su correspondencia nos devuelve a tiempos muy oscuros de la historia de Sudáfrica en los que quienes luchaban contra el sistema gubernamental del apartheid, instituido para oprimir a una raza entera, padecían castigos terribles. A través de esta correspondencia dejó documentada la persecución constante que sufrió mi abuela y nos permite hacernos una idea de lo que supuso para sus hijos, Thembi, Makgatho, Makaziwe, Zenani y Zindzi, tener un padre ausente con el que apenas pudieron comunicarse o —esto a mí me pareció insoportable— al que ni siquiera pudieron visitar hasta cumplir los dieciséis años. Por mucho que intentara ejercer de padre desde la prisión, no pudo.

Lo que a mí más me ha afectado personalmente, sobre todo como madre, es ser testigo a través de sus cartas de lo que mi madre y mi tía Zindzi tuvieron que aguantar durante su infancia. Se quedaban sin padres en los períodos en los que mi abuela también estaba en la cárcel, a veces por su participación en actividades antiapartheid, pero con mucha más frecuencia por ser la mujer de uno de los presos políticos más conocidos de Sudáfrica.

Lo más desgarrador es el optimismo nostálgico que se percibe en muchas de las cartas dirigidas a la abuela o a sus hijos, en las que mi abuelo fantaseaba con el futuro: «quizá un día podremos…» o «llegará el día en que…». Ese día de felicidad para siempre jamás no llegó nunca ni para mis abuelos ni para mi madre o mis tíos y tías. Los niños fueron los que más sufrieron y, en última instancia, la renuncia de mi abuelo a tener una vida familiar estable a cambio de perseguir sus ideales fue un sacrificio que se vio obligado a aceptar.

Mi abuelo nos recordaba siempre que no debemos olvidar el pasado o de dónde venimos. La sociedad democrática por la que lucharon mis abuelos junto con sus compañeros se consiguió después de un enorme sufrimiento y la pérdida de numerosas vidas. Este libro nos recuerda que podríamos regresar fácilmente a esos tiempos de odio y, a la vez, muestra que la entereza de una persona puede imponerse a las peores adversidades. Desde el primer día en que pisó la cárcel, mi abuelo decidió que no se daría por vencido ni se dejaría romper; en lugar de eso, no dejó de insistir en que tanto él como sus compañeros de presidio fueran tratados con dignidad. En una carta de 1969 le recomienda a mi abuela que levante el ánimo leyendo el bestseller de 1952 del psicólogo Norman Vincent Peale El poder del pensamiento positivo. Le escribe:

 

No les doy ninguna importancia a los aspectos metafísicos de sus argumentos, pero considero que sus opiniones sobre temas médicos y psicológicos son valiosas.

Lo que viene a decir, básicamente, es que no importa tanto la dolencia que uno sufra, sino la actitud que se tenga ante ella. El hombre que se dice a sí mismo «lograré superar esta enfermedad y vivir una vida feliz» ya se encuentra a medio camino de la victoria.

 

Esta visión sostuvo la lucha inquebrantable de mi abuelo por la justicia y por una sociedad igualitaria para todos los sudafricanos; una visión que, sin lugar a dudas, podemos aplicar a muchos de los desafíos que nos plantea la vida.

Este epistolario contesta muchas de las preguntas que durante años me desconcertaron: ¿cómo hizo mi abuelo para sobrevivir durante veintisiete años en prisión? ¿Qué lo empujaba a seguir adelante? En sus palabras encontraremos la respuesta.

 

Z. D. M.

 

INTRODUCCIÓN

Para controlar los rincones más preciados de las almas de los presos políticos —el contacto con sus seres queridos y las noticias que llegaban del mundo exterior— se diseñó un código de normas draconianas que regulaban la escritura de cartas en las cárceles sudafricanas y que aplicaban caprichosamente unos guardias malintencionados.I

Después de recibir su sentencia en el juzgado, a los presos políticos se les asignaba una prisión donde debían cumplir la pena. En el caso de Nelson Mandela, su vida como recluso empezó en la Prisión Local de Pretoria después de recibir una sentencia de cinco años el 7 de noviembre de 1962 por abandonar el país sin pasaporte y por incitar a los trabajadores a la huelga. Ya como prisionero volvieron a llamarlo frente a la justicia acusado de sabotaje en 1963 y, el 12 de junio de 1964, lo sentenciaron por ello a cadena perpetua. Winnie Mandela, su mujer, fue a visitarlo a Pretoria ese día. Sin embargo, horas después y sin previo aviso, Mandela y otros seis camaradas condenados con él fueron deportados en un vuelo militar a la tristemente célebre cárcel de Robben Island.

Llegaron a la isla la fría mañana invernal del 13 de junio de 1964. A diferencia de los presos que habían cometido delitos «comunes» como agresiones, robos o violaciones, a quienes se clasificaba como presos de grado C o, incluso, de grado B a su llegada, a los presos políticos se les adjudicaba el grado D, la peor de las calificaciones carcelarias y la que tenía asignada la menor cantidad de beneficios penitenciarios. Se les permitía recibir una sola visita cada seis meses y escribir y recibir una sola carta de quinientas palabras, también cada seis meses. El proceso de recibir y enviar cartas era tan impredecible que, seis años después de que lo encarcelaran, Mandela se reunió con sus abogados en Robben Island —así conocida internacionalmente— y les enumeró ejemplos de «comportamientos y conductas inadmisibles y vejatorios de las autoridades». Dijo entonces que la obstrucción de su correspondencia «indica una política e intención deliberadas por parte de las autoridades de arrancarme y aislarme de todo contacto externo, para frustrarme y desmoralizarme, para que me desespere y pierda toda esperanza y, finalmente, me rompa».II

Más adelante, cuando se cansaron de contar palabras, los censores empezaron a aceptar cartas de página y media.III Las cartas a sus abogados y a las autoridades penitenciarias no entraban en esa cuota. Las cartas se recibían los sábados y se reservaban los sábados y los domingos para las visitas. Los presos podían renunciar a una visita y, a cambio, recibir dos cartas. Al principio, tanto las visitas como la correspondencia debían ser de «familiares de primer grado». Se les prohibía a los prisioneros mencionar a otros presos en sus cartas o escribir sobre las condiciones de la cárcel o sobre otras cuestiones que las autoridades pudieran considerar «políticas».IV Todas las cartas pasaban por la Oficina del Censor de Robben Island, donde se revisaba la correspondencia entrante y saliente.V Décadas más tarde, Mandela recordaba:

 

No querían que hablaras de nada más que de temas familiares y, sobre todo, de nada que ellos juzgasen de naturaleza política. Esa era la razón por la que nos teníamos que limitar a hablar de asuntos de familia. Y además estaba su ignorancia del lenguaje. Si usabas la palabra guerra, sin importar el contexto, podían decirte «quítala» porque no entendían muy bien cómo funciona la lengua. Y la guerra es la guerra, eso no puede tener otro significado. Si escribías «guerra de ideas», estabas diciendo algo no permitido.VI

 

En su libro sobre los quince años que pasó como prisionero en Robben Island en la misma sección que Mandela, Eddie Daniels dibuja un panorama de enorme «frustración» debido a la censura y a la confiscación arbitraria, incompetente y «vengativa» de las cartas.VII

Las condiciones en las que vivían los presos empezaron a mejorar un poco a partir de 1967, y puede decirse que fue gracias a la intervención de Helen Suzman, miembro de la oposición en el parlamento a quien Mandela relató el «reino de terror» en la isla. El Comité Internacional de la Cruz Roja y los propios esfuerzos de los presos también contribuyeron a esos cambios. A partir de entonces se les permitió escribir y recibir una carta cada tres meses y recibir una visita también cada tres meses.VIII

En principio, los presos debían permanecer en una cierta categoría penitenciaria durante dos años, con lo que, después de transcurridos seis años, los que habían sido clasificados como grado D ya serían de grado A; es decir, tendrían los máximos beneficios penitenciarios. No ocurrió así para Mandela, que permaneció en el grado D durante diez años. Podemos ver en sus cartas, donde a veces escribía su grado (al que los prisioneros se referían como grupo), que estaba en el grado B en 1972 y que por fin se le concedió el grado A en 1973, con el consiguiente permiso de escribir y recibir seis cartas al mes.IX

Antes de subir de categoría, la Junta de la Prisión evaluaba la conducta de los reclusos, a quines interrogaba con el único objetivo de «victimizarlos», según relató el propio Mandela.X

A pesar de la censura implacable de los burócratas, el preso Nelson Mandela se convirtió en un prolífico escritor de cartas. Durante la mayor parte de su encarcelamiento guardó copias de estas en libretas para ayudarse a reescribirlas cuando los censores se negaban a enviarlas si no eliminaba cierto párrafo o cuando su correspondencia se extraviaba por el camino. Asimismo, le gustaba mantener un registro de qué había dicho a quién. Escribió cientos de cartas durante un encierro que se prolongó desde el 5 de agosto de 1962 hasta el 11 de febrero de 1990. Pero no todas llegaron intactas a su destino. Unas fueron censuradas hasta el punto de ser ininteligibles, otras se retrasaron sin motivo aparente y algunas ni siquiera se enviaron. Consiguió ocultar otras entre las pertenencias de los presos puestos en libertad.

Casi nunca se informaba a los prisioneros de que una carta se había quedado por enviar, y lo descubrían por lo general cuando el destinatario se quejaba de no haberla recibido. No se sabe, por ejemplo, si todas las cartas que escribió a Adelaide Tambo bajo una multitud de apodos le llegaron a su destinataria en Londres, donde vivía exiliada con su marido, Oliver Tambo, presidente del Congreso Nacional Africano (CNA) y antiguo socio en el bufete de Mandela. Es muy probable que las cartas estuvieran destinadas a ambos. Sabemos por su compañero de cárcel Michael Dingake que Mandela «había exigido el derecho a cartearse con O. R. Tambo y a intercambiar impresiones sobre la lucha por la liberación».XI

Padre de cinco niños pequeños cuando entró en prisión, a Mandela no se le permitía verlos hasta que cumplieran dieciséis años, con lo que las cartas se convirtieron en el instrumento esencial para la crianza de sus hijos.

En una carta oficial de denuncia dirigida a los funcionarios cuando ya llevaba doce años encarcelado, Mandela escribió: «A veces deseo que la ciencia obre milagros y haga que mi hija reciba las tarjetas de cumpleaños que nunca le llegaron, y tenga el placer de saber que su papá la quiere, piensa en ella y hace todos los esfuerzos para ponerse en contacto con ella cuando es necesario. Es significativo que, a pesar de los reiterados intentos que ella ha hecho por ponerse en contacto conmigo y las fotos que me ha mandado, todo haya desaparecido sin dejar rastro alguno».

Las cartas más dolorosas de Mandela son las «cartas especiales» añadidas a su cuota, escritas tras las muertes de su querida madre, Nosekeni, en 1968, y de su primogénito, Thembi, un año más tarde. En este desgarrador momento de sus vidas, se vio limitado a consolar a sus hijos y demás miembros de su familia a través de las cartas, pues le prohibieron acudir a los funerales. También agradeció por carta a los ancianos de su familia que se hicieran cargo de la situación y se aseguraran de que su madre y su hijo tuvieran las despedidas que se merecían.

Abogado de profesión, Mandela utilizó la palabra escrita para urgir a los funcionarios a proteger los derechos humanos de los presos y, como mínimo en dos ocasiones, escribió a las autoridades para exigir que lo liberaran tanto a él como a sus compañeros.

Dingake describió el comportamiento de Mandela en la cárcel desde comienzos de los sesenta como el de un «ariete».XII A pesar de que se encontraba en condiciones «deplorables», no conseguían ignorarlo, «no solo por su estatus, sino porque él “se negaba a dejarlos”».XIII Su defensa implacable de los derechos de los presos destrozó la determinación de las autoridades para que cada prisionero presentara sus quejas de forma individual.XIV Mandela «siguió describiendo las condiciones generales con actitud desafiante» en sus cartas al director de Prisiones, y el resto de los prisioneros empezó a redactar quejas individuales «a la menor oportunidad». Para los guardias era «imposible», según escribe Dingake, mantener el registro de «quejas de todos y cada uno de los más de mil reclusos».XV De manera que esa norma fue «revocada por la práctica» y se permitió que tanto individuos como grupos de cada uno de los sectores de la cárcel pudieran hablar en nombre de todos los prisioneros.XVI

Ya fuera en sus conversaciones o en sus cartas a las autoridades del Estado, desde finales de la década de 1980 Mandela exigió la liberación de sus compañeros. Léanse, a modo de ejemplo, sus cartas al director de Prisiones fechadas el 11 de septiembre de 1989 (página 564) y el 10 de octubre de 1989 (página 575). Los esfuerzos de Mandela dieron por fin sus frutos cuando los cinco hombres sentenciados con él a cadena perpetua que todavía quedaban en la cárcel fueron liberados el 15 de octubre de 1989. (Denis Goldberg ya había salido en 1985 y Govan Mbeki en 1987.) Él salió de la prisión casi cuatro meses más tarde.

Nelson Mandela nos ha legado un rico archivo de cartas que documentan los veintisiete años que estuvo en prisión; cartas donde resuenan su ira, su autocontrol y su amor por su familia y su país.

 

NOTA SOBRE LA EDICIÓN DE LAS CARTAS

La correspondencia desde la prisión de Nelson Mandela no se aloja bajo un solo techo, de suerte que hemos tardado casi diez años en la compilación de este libro. Hemos reunido las cartas a partir de varias colecciones: los archivos carcelarios de Mandela depositados en el National Archives and Record Service de Sudáfrica, la Himie Bernadt Collection y las colecciones particulares de Meyer de Waal, Morabo Morojele, Fatima Meer, Michael Dingake, Amina Cachalia, Peter Wellman y Ray Carter. También se obtuvieron cartas de la colección Donald Card, así llamada en referencia al antiguo policía que, en 2004, devolvió a Mandela las libretas en las que copiaba sus cartas antes de entregarlas para que las mandaran a sus destinatarios. En 1971 le requisaron las libretas que guardaba en su celda, y se quejó de ello ante las autoridades en una misiva escrita el 4 de abril de 1971. Para la localización exacta de cada una de las cartas, véase la página 637.

En el National Archives and Record Service de Sudáfrica se halla la mayor parte de las cartas que Mandela escribió desde la prisión. Guardadas junto a otros documentos en legajos atados con cordel y metidos en archivadores de cartón, las cartas ocupan cincuenta y nueve cajas. Estos documentos representan el registro de la correspondencia que escribió y recibió según el Departamento de Prisiones. En algunos casos encontramos todavía las cartas originales como testimonios mudos de que nunca fueron enviadas.

Puesto que muchas de estas cartas son copias de las originales, su legibilidad depende de la manera como se fotocopiaron, del papel que se utilizó y de cómo se ha ido desvaneciendo la tinta con el paso del tiempo. En algunas faltan palabras de un lateral que los funcionarios de la cárcel no fotocopiaron con cuidado o expresiones que recortaron durante el proceso de censura. En algunos casos, nunca sabremos exactamente lo que escribió Mandela.

Fue desolador encontrar entre los archivos, diecinueve años después de que lo liberaran, una carta, larga y cariñosa, dirigida a la menor de sus hijas, Zindziswa, todavía doblada con esmero en un sencillo sobre blanco. Estaba acompañada de una nota manuscrita de un funcionario de la cárcel donde este decía que a Mandela no se le permitía enviar la carta junto con una postal de felicitación navideña. Escrita el 9 de diciembre de 1979, muestra el esfuerzo de un padre por acercarse a su hija, a la que echa de menos. Zindziswa debería haberla recibido a tiempo para su decimonoveno cumpleaños, remitida por el padre que perdió cuando apenas era un bebé de veinte meses. Hasta ese punto llegaba el arbitrario y cruel control de la correspondencia.

En este libro se publican íntegramente las cartas que componen esta colección omitiendo en unos pocos casos cierta información para salvaguardar la intimidad de los afectados. Con el fin de evitar repeticiones innecesarias, se han eliminado de las cartas casi todas las direcciones postales de Mandela, de manera que el libro queda dividido en secciones que corresponden a las cuatro prisiones y los dos hospitales en los que estuvo ingresado.

Se reproduce el texto exactamente como lo escribió Mandela con la única salvedad de que se han corregido palabras o nombres mal escritos (hay muy pocos casos); también, en raras ocasiones, se ha cambiado ligeramente la puntuación para facilitar la lectura; además, se han eliminado las letras voladas que aparecían en los números de las fechas. Se han intentado conservar sus diferentes estilos de escritura, pero tratando de unificar tanto las fechas como las abreviaciones para esta traducción. No es posible saber a ciencia cierta por qué escribía frecuentemente abreviaturas como yr por year [año] y chdn por children [niños], pero podría muy bien tratarse de un esfuerzo por mantener las cartas dentro del límite de una página y media que los censores establecieron después de que se cansaran de contar palabras. Cuando hablaba de libros, Mandela citaba los títulos entre comillas; como es habitual, se ha sustituido este criterio por el estándar editorial: el título en cursiva. Por último, Mandela utilizaba a menudo corchetes en lugar de paréntesis; para evitar que se puedan confundir las interpolaciones de esta edición con el texto original de Mandela, se ha regularizado este uso siguiendo la convención en español.

Se ha decidido mantener el subrayado de ciertas palabras y fragmentos en determinadas cartas. Por lo general, eran obra de los censores de la cárcel cuando albergaban sospechas sobre alguno de los individuos o hechos mencionados. A veces, era el propio Mandela quien subrayaba ciertas partes. Hemos especificado en qué ocasiones este subrayado parece del censor o de Mandela o si es imposible determinar de quién se trata. Mandela escribió cartas en afrikáans o en xhosa —su lengua materna—, de modo que indicamos cuáles de las cartas que se presentan en esta traducción estaban redactadas originalmente en lenguas diferentes del inglés. Los funcionarios de la cárcel mecanografiaron algunas de las cartas y también se da cuenta de ello.

Mandela firmaba sus cartas de manera distinta según su destinatario. En la correspondencia oficial su firma era N. R. MANDELA, siendo la R la inicial de su nombre de pila, Rolihlahla. En las cartas dirigidas a su mujer, Winnie Mandela, y a ciertos miembros de su familia solía despedirse como DALIBUNGA, el nombre que recibió después de pasar la ceremonia tradicional de iniciación a la edad adulta al cumplir los dieciséis años. Para otras personas era NELSON o NEL, el nombre que le dio en la escuela primaria su profesora, la señorita Mdingane, siguiendo la costumbre de ese momento de poner nombres ingleses a los niños africanos. Para sus hijos era TATA, «padre» en xhosa, y para sus nietos era KHULU, «abuelo» en la misma lengua.

No ha sido posible identificar a todas las personas que aparecen en las cartas; sin embargo, cuando así se ha hecho, se ha incluido información sobre individuos, lugares y hechos particulares en notas a pie de página. El lector hallará un exhaustivo apéndice con datos sobre muchos de los hechos y personas mencionados a menudo por Mandela. Esa información no esta consignada en las notas a pie de página. En otro apéndice se explica el significado de los términos africanos que Mandela emplea con más frecuencia (dentro del texto aparecen marcadas con letra cursiva).

 

LOS NÚMEROS DE PRESO DE NELSON MANDELA

En lugar de emplear sus nombres, a los presos se les asignaba un número que siempre los identificaba, al menos al principio, número que estaban obligados a escribir en sus cartas. La primera parte indicaba la cifra correspondiente al preso con respecto al total de encarcelados cada año en una prisión particular; la segunda indicaba el año de entrada. El número de preso más conocido de Nelson Mandela es el 466/64. Años después de su puesta en libertad, durante un concierto para una campaña de concienciación sobre el sida en Ciudad del Cabo que usaba su número de preso, dijo: «Pretendían reducirme a ese número».XVII

Mandela estuvo dos veces en la prisión de Robben Island y, por lo tanto, se le asignaron dos números para esa cárcel. Durante los veintisiete años que estuvo entre rejas, cumplió condena en cuatro penales y se le asignaron seis números de preso.

 

 

19476/62

Prisión Local de Pretoria: 7 de noviembre de 1962-25 de mayo de 1963

191/63

Robben Island: 27 de mayo de 1963-12 de junio de 1963

11657/63

Prisión Local de Pretoria: 12 de junio de 1963-12 de junio de 1964

466/64

Robben Island: 13 de junio de 1964-31 de marzo de 1982

220/82

Prisión de Pollsmoor: 31 de marzo de 1982-12 de agosto de 1988

 

Hospital Tygerberg: 12 de agosto de 1988-31 de agosto de 1988

 

Clínica Constantiaberg: 31 de agosto de 1988-7 de diciembre de 1988

1335/88

Prisión de Victor Verster: 7 de diciembre de 1988-11 de febrero de 1990

 

 

 

Durante los seis meses de 1962 en que salió clandestinamente de Sudáfrica para visitar otros países africanos y Londres, Mandela vivió la vida de un hombre libre sin estar sometido a las leyes del apartheid y pudiendo moverse como quería. El jueves 11 de enero de ese año abandonó Sudáfrica por carretera para hacer una gira por varios estados africanos recién independizados. Las estructuras clandestinas de su organización, el Congreso Nacional Africano (CNA), le habían pedido que hablara en un congreso de naciones africanas que se iba a celebrar en Etiopía y que viajara por el continente en busca de apoyo económico y político para la lucha que se avecinaba. Dos años antes, en 1960, se había declarado ilegal al CNA, con lo que la organización tuvo que asumir un año después la inevitabilidad de la lucha armada para defender la igualdad de derechos y la democracia en Sudáfrica. A mediados de 1961, la organización decidió formar un brazo armado. Nació así el Umkhonto weSizwe, «lanza de la nación», también conocido como MK, que se presentó al mundo con una serie de explosiones en lugares estratégicamente escogidos para evitar la pérdida de vidas humanas.

Si Mandela, que era un conocido adversario del régimen del apartheid, hubiera solicitado un pasaporte, se lo habrían denegado. Además, la policía lo buscaba por continuar de manera clandestina con las actividades del ilegalizado CNA.

Decidió viajar con el nombre de David Motsamayi, que había tomado prestado de un cliente de su bufete de abogados, y utilizó, como mínimo, un pasaporte falso. Etiopía le proporcionó uno y, según parece, Senegal, otro.

Visitó dieciséis países africanos independientes y en dos de ellos, Marruecos y Etiopía, tuvo entrenamiento militar. También hizo una visita de diez días a Londres, donde se reencontró con viejos compañeros y amigos como Oliver Tambo y su mujer, Adelaide. Tambo, que sería presidente del CNA a partir de 1967 tras la muerte del jefe Albert Luthuli, se había sumado a Mandela en alguno de sus viajes por África.

La libertad de Mandela llegó a su fin un domingo por la tarde en un camino rural de Cedara, un pueblecito situado al este de Sudáfrica. Era el 5 de agosto de 1962. Se dirigía en coche hacia Johannesburgo junto con su compañero Cecil Williams, activista antiapartheid y director de teatro. Mandela se había desplazado hasta esa localidad para informar de su viaje al jefe Luthuli, presidente del CNA, y a otras personas. La fiesta con amigos de la noche anterior sería su última celebración durante casi tres décadas.

Como parte de su repertorio de disfraces, Mandela se hacía pasar a menudo por el chófer de un hombre blanco. Ese día, sin embargo, Cecil Williams se encontraba al volante del Austin cuando el conductor de un Ford V8 los adelantó de repente y le ordenó a Williams que parara. Era la policía. Ataviado con un abrigo y gafas de sol, Mandela negó ser Nelson Mandela e insistió en que era David Motsamayi, pero ellos estaban seguros de que tenían al hombre que andaban buscando. Y él también lo sabía. Por unos instantes se le pasó por la cabeza ponerse a correr, pero sabía que la suerte, por decirlo de alguna forma, ya estaba echada. Hablando sobre este episodio treinta años después, Mandela decía: «Yo estaba muy en forma por aquel entonces y podía trepar cualquier muro. Luego se me ocurrió mirar hacia atrás, por el retrovisor. Vi que había dos coches más, un poco más lejos. Y sentí que no, que sería ridículo intentar escapar, me habrían disparado. Así que nos detuvimos».XVIII

Los dos hombres fueron arrestados y la policía se los llevó a Pietermaritzburg, unos quince kilómetros atrás, donde esa noche retuvieron a Mandela hasta que lo condujeron a la mañana siguiente ante un magistrado local. Lo llevaron a Johannesburgo y lo encerraron en la prisión de Old Fort, conservada hoy como museo en el recinto del Tribunal Constitucional de Sudáfrica. Mandela compareció dos veces ante un juzgado de Johannesburgo en el transcurso de los diez días siguientes y lo pusieron en prisión preventiva a la espera de juicio hasta el 15 de octubre. El sábado 13 de octubre se le informó de que sería trasladado a la ciudad de Pretoria, donde el lunes 15 de octubre comparecería en la antigua sinagoga, declarada temporalmente «juzgado especial regional». Su apariencia dejó estupefactos a los simpatizantes y a los funcionarios por igual. Por encima de los robustos hombros portaba un kaross tradicional hecho con varias pieles de chacal adheridas a una enorme trozo de tela. El resto de su atuendo incluía una camiseta, pantalones caqui, sandalias y un collar de cuentas verdes y amarillas. Quería que lo vieran como un hombre africano frente a una sociedad desigual.XIX

Mandela, que tras aprobar los exámenes de admisión obligatorios en 1952 había ejercido como abogado en su propio despacho durante años, se defendió a sí mismo aconsejado de vez en cuando por Bob Hepple, quien, irónicamente, al año siguiente se uniría a Mandela, junto con otros nueve compañeros, en el proceso por sabotaje. Mandela empleó la táctica de hablar desde la tribuna, que lo libraba de tener que testificar en un contrainterrogatorio. En su primer alegato al tribunal, el 22 de octubre de 1962, exigió la recusación del magistrado, el señor W. A. van Helsdingen, aduciendo que, por ser un hombre negro, no recibiría un juicio justo.XX Después de oír su argumento, Van Helsdingen rechazó apartarse del juicio.

Mandela recordaba cómo en el último día del juicio, el 7 de noviembre de 1962, el fiscal, D. J. Bosch, a quien conocía de sus tiempos de abogado, se acercó hasta su calabozo y se disculpó por tener que pedir su condena: «Me abrazó, me besó en las mejillas y me dijo: “Hoy no quería venir al tribunal. Venir a este tribunal a pedir una sentencia condenatoria contra ti me apena”. Así que le di las gracias.»XXI

Hepple, que había abandonado a regañadientes la sala donde se encontraban, escribió más tarde: «Cuando Bosch salió del calabozo unos cinco minutos después, vi que tenía los ojos empañados en lágrimas. Le pregunté a Mandela: “¿Qué demonios está pasando?”. Me respondió: “No te lo vas a creer, pero me ha pedido que lo perdone”. Yo protesté: “Nel, espero que lo hayas mandado al cuerno”. Para mi sorpresa, Mandela me respondió: “No, no lo hice. Le dije que sabía que solo estaba haciendo su trabajo y le agradecí que me deseara lo mejor”».XXII

En su sentencia, Van Helsdingen expuso que estaba claro que Mandela había sido el cerebro de una huelga en mayo de 1961 contra los planes de Sudáfrica de abandonar la Commonwealth y transformarse en república.XXIII

Mandela dio otro largo discurso desde la tribuna después de que lo hallaran culpable de todos los cargos y dijo: «Sea cual sea la sentencia a la que me condenen, pueden estar seguros de que, cuando la haya cumplido, todavía me moverá mi odio a la discriminación racial y retomaré la lucha contra las injusticias hasta que desaparezcan de una vez por todas».XXIV

Van Helsdingen declaró que el caso era «inquietante y complicado» y que las acciones de Mandela debían ser «castigadas con mano dura». Estaba claro, declaró, que lo que Mandela quería hacer en realidad era «derrocar al gobierno».XXV

Al terminar el juicio rápido, para el que no había construido ninguna defensa aparte de sus dos discursos, Mandela fue condenado a tres años de cárcel por incitar a la huelga y a dos años adicionales por salir del país sin un pasaporte sudafricano. Tenía cuarenta y cuatro años.

Inmediatamente después de ser condenado, el estatus de Mandela pasó de ser el de un prisionero en espera de juicio al de preso convicto en la misma cárcel. Lo retuvieron junto con su compañero Robert Mangaliso Sobukwe —un profesor universitario y antiguo colega del CNA que había liderado una escisión del partido para fundar el Congreso Panafricanista (CPA)— y otros miembros de esa organización.XXVI Sobukwe y sus camaradas habían sido condenados dos años antes por su participación en las protestas contra las llamadas pass laws,1 en las que 69 manifestantes desarmados murieron tiroteados por la policía. La manifestación se conocería como la Masacre de Sharpeville.

 

 

AL SECRETARIO DE AMNISTÍA INTERNACIONAL

 

 

Damos comienzo a esta selección con una carta dirigida a Louis Blom-Cooper, un activista británico enviado por Amnistía Internacional como observador del juicio, al que Mandela escribió justo el día antes de ser condenado. Durante el juicio, Mandela requirió una segunda vez la recusación del magistrado después de que Blom-Cooper le informara de que lo había visto salir del juzgado en compañía del investigador policial. Van Helsdingen rechazó de nuevo esa solicitud aduciendo que no había tenido ninguna conversación con los dos detectives del caso.XXVII

Después de su liberación, Mandela describió a Blom-Cooper como un hombre «estupendo»: «Se comportaba como un verdadero caballero inglés, sabéis, con su deseo de cuestionar todo lo que no le parecía bien. Mientras yo interrogaba a los testigos se vio salir al magistrado con el investigador policial, y Blom-Cooper preparó inmediatamente un afidávit y se dirigió al registro para firmarlo. Luego vino y me dijo: “Tengo un afidávit”».XXVIII

 

imagen

Carta al secretario de Amnistía Internacional escrita el día anterior a su condena en noviembre de 1962.

 

 

Secretario de Amnistía

Londres

 

Apreciado señor:

6 de noviembre de 1962

 

Le estamos profundamente agradecidos a su organización por habernos enviado al señor L. Blom-Cooper para que asistiera al juicio.

Su mera presencia, así como la ayuda que nos prestó, fueron una tremenda fuente de estímulo y coraje para nosotros.

Que se sentara junto a nosotros nos brindó una prueba más de que los hombres justos y honrados y las organizaciones democráticas de todo el mundo civilizado están de nuestro lado en la lucha por una Sudáfrica democrática.

Por último debo pedirle que acepte esta breve nota como si fuera un cariñoso y sentido apretón de manos.

Suyo, muy cordialmente,

NELSON

 

 

1. Las pass laws, término a veces traducido como «leyes de pases», eran un conjunto de normas destinadas a mantener segregada a la población «de color» dentro del sistema racista del apartheid. El instrumento de estas leyes era un pasaporte interno que se imponía a los no-blancos en el que se restringían sus zonas de movimiento fuera del lugar de residencia. Este pasaporte llegaba a separar a miembros de una misma familia durante años (maridos de mujeres, hijos de padres…) so pena de cárcel, deportación o trabajos forzados.

La manifestación de Sharpeville, que derivó en matanza, empezó como una protesta pacífica contra las leyes de pases hasta que llegó la policía. En recuerdo a las víctimas y a los ideales que defendían, cada 21 de marzo desde 1966 se celebra el Día Internacional contra el Racismo. (N. de la T.)

 

 

 

Inesperadamente, a finales de mayo de 1963 trasladaron a Mandela y a tres presos del Congreso Panafricanista (CPA) desde la prisión de Pretoria a la de Robben Island.

Apretujados en el asiento trasero de una furgoneta de la policía, Mandela y sus compañeros viajaron durante un día y medio hasta llegar a Ciudad del Cabo, donde embarcaron en un ferri. Llegaron a la tristemente famosa isla el 27 de mayo de 1963. Un lugar inhóspito y salvajemente frío.

Los cuatro hombres fueron conducidos a una celda y los obligaron a desvestirse. Los guardias iban inspeccionando las prendas una a una para luego arrojarlas al suelo empapado. Mandela protestó y uno de los guardias se acercó a él de forma amenazadora. Este incidente marcaría la pauta de sus futuras relaciones con las autoridades penitenciarias. No iba a dejarse intimidar: «Así que le dije: “Si te atreves a tocarme, te voy a llevar hasta el más alto tribunal de este país y cuando haya terminado contigo serás más pobre que una rata”. Y se detuvo. Yo no era… claro que tenía miedo, no es que yo fuera un valiente, pero era mi deber hacerle frente, así que se detuvo».XXIX

Menos de tres semanas después le ordenaron que empaquetara sus cosas y lo devolvieron a Pretoria. Nunca se le dio ninguna explicación al respecto y luego Mandela descartó la idea de que fuera a causa del Juicio de Rivonia porque a sus compañeros los habían arrestado después de que lo transfirieran a él: dos de ellos fueron detenidos el 24 de junio de 1963 en Soweto y el resto el 11 de julio de 1963.

 

REGRESO A PRETORIA

Mandela fue a parar de nuevo a las celdas de la cárcel de Pretoria en junio de 1963 y al cabo de pocas semanas descubrió que Andrew Mlangeni y Elias Motsoaledi, militantes del MK, habían sido detenidos a su regreso de un viaje de entrenamiento militar en China. Una mañana, Mandela subía corriendo las escaleras para desayunar (pues en Pretoria le daban la misma comida que a los prisioneros blancos y la esperaba todos los días con ganas) cuando vio a un grupo de prisioneros a quienes reconoció como algunos de los trabajadores de Liliesleaf Farm, lugar que tanto él como sus compañeros habían utilizado de refugio. «Se me quitó el apetito», diría después.XXX

En El largo camino hacia la libertad describe cómo se encontró con Thomas Mashifane, que había sido el encargado en Liliesleaf Farm: «Lo saludé afectuosamente, aunque me di perfecta cuenta de que las autoridades lo habían llevado al corredor donde yo me encontraba, sin duda alguna para ver si lo reconocía. No pude hacer nada más. Su presencia en ese lugar solo podía significar una cosa: las autoridades habían descubierto Rivonia». XXXI

Le esperaban cosas mucho peores. Después de que hubieran pasado casi tres meses en celdas de aislamiento, Mandela se topó con un grupo de compañeros muy cercanos a él. «Me citaron en la oficina de la cárcel, donde encontré a Walter [Sisulu], Govan Mbeki, Ahmed Kathrada, Andrew Mlangeni, Bob Hepple, Raymond Mhlaba —un miembro del alto mando del MK que acababa de regresar de su entrenamiento en China—, Elias Motsoaledi —que también era del MK—, Denis Goldberg —un ingeniero miembro del Congreso de Demócratas (COD)—, Rusty Bernstein —un arquitecto que también era miembro del COD— y el abogado Jimmy Kantor. Se nos acusaba a todos de sabotaje y debíamos comparecer ante el tribunal al día siguiente.»XXXII

Durante el período en que estuvo a la espera de juicio, Mandela intercambió constante correspondencia con las autoridades carcelarias, una costumbre que se mantendría inalterable durante todo su encarcelamiento.

El 9 de octubre de 1963, Mandela y diez de sus compañeros, entre ellos Bob Hepple, comparecieron en el Palacio de Justicia de Pretoria. Los otros eran Walter Sisulu, Govan Mbeki, Ahmed Kathrada, Denis Goldberg, Raymond Mhlaba, Elias Motsoaledi, Andrew Mlangeni, Rusty Bernstein y James Kantor. La vista se retrasó hasta el 20 de octubre, día en que la defensa intentó rebatir los cargos por más de 235 actos de sabotaje que formaban parte, presuntamente, de un gran plan para llevar a cabo una «revolución violenta».XXXIII La defensa alegaba que el «escrito de acusación era impreciso y chapucero», lo que «hacía imposible discernir» de qué se acusaba a quién.XXIV El abogado Joel Joffe escribió que el equipo que formaba la defensa había resuelto «dejar claro desde el principio tanto al tribunal como a la fiscalía que no nos dejaríamos llevar por la histeria del país» y que «no estábamos dispuestos a renunciar a ninguno de los derechos jurídicos normales».XXXV

El 30 de octubre, sus demandas por fin tuvieron éxito, pero todos los acusados a excepción de Bob Hepple —a quien habían liberado sin cargos— volvieron a ser arrestados en el tribunal mismo y de nuevo acusados de sabotaje. Hepple había logrado convencer a la fiscalía de que testificaría para la Corona como testigo del Estado; sin embargo, como no quería declarar contra gente a quien «admiraba y respetaba», él y su mujer Shirley abandonaron el país.XXXVI

De nuevo en los tribunales, se presentaron contra ellos nuevos cargos el 12 de noviembre. El 25 de noviembre se redujeron los actos de sabotaje de 199 a 193 y la defensa volvió a impugnar el auto de acusación. El 26 de noviembre desestimaron su solicitud y la siguiente vez que los acusados comparecieron ante el tribunal fue el 3 de diciembre. Los diez se declararon inocentes.

El día del fallo, el 11 de junio de 1964, Mandela y otros siete fueron declarados culpables. Absolvieron a Bernstein. Habían absuelto a Kantor el 4 de marzo.2

 

 

AL DIRECTOR DE LA PRISIÓN LOCAL DE PRETORIA

 

Poco después de que fueran conducidos ante el tribunal para dar comienzo a un juicio que duraría ocho meses y que terminó siendo conocido como Proceso de Rivonia, Mandela escribió a las autoridades con el fin de solicitar permiso para enviar un telegrama de felicitación a su mujer por su cumpleaños. Terminaba la carta firmando como DALIBUNGA, el nombre que se le había dado después de su iniciación a la edad adulta. Significa «fundador del Bunga», el organismo de gobierno tradicional en su territorio natal, Transkéi (ahora parte de la provincia del Cabo Oriental). Para los tradicionalistas, como escribió más tarde en su autobiografía El largo camino hacia la libertad, ese nombre resultaba más aceptable que su nombre de pila, Rolihlahla —algo así como «revoltoso»— o el de Nelson que le habían asignado en la escuela, como se acostumbraba hacer para dar a todos los niños africanos un nombre «cristiano». «Me sentí orgulloso de oír ese nuevo nombre en voz alta», diría después. XXVII

 

 

[El original está en afrikáans.]

 

 

Prisión Local de Pretoria

Director:

23 de septiembre de 1963

 

El 26 de este mes es el cumpleaños de mi esposa.

Le pido tenga a bien darme permiso para mandarle el telegrama que sigue:3

 

Nobandla Mandela

8115 Orlando Oeste

Johannesburgo

 

Que cumplas muchos más, cariño. Mucho mucho amor y un millón de besos,

 

DALIBUNGA

NELSON MANDELA

Pretoria

 

Atentamente,

[Firmado N. R. MANDELA.]

Preso núm. 11657/63

 

 

 

Prisión Local de Pretoria

Director:

8 de octubre de 1963

 

Le estaría muy agradecido si tuviera la amabilidad de concertar una visita con un oculista para que me examinara los ojos.

Utilizo gafas de lectura desde 1945, y las que estoy usando actualmente ya no son adecuadas, según parece. Me duelen los ojos y, a pesar del tratamiento prescrito por el médico de la prisión, que he estado aplicando durante las últimas tres semanas, mi estado continúa empeorando.

El especialista que se encargaba con anterioridad de mis ojos es el doctor Handelsman,4 de Johannesburgo, y le estaría muy agradecido si tuviera la amabilidad de concertar una nueva visita con él. Debo añadir que el óptico que podrí a proporcionarme las nuevas lentes y que me ha hecho todas mis anteriores gafas es el doctor Basman, también de Johannesburgo. Naturalmente, tendríamos la ventaja de que me haría un descuento si adquiero las gafas de él.

Puedo y quiero financiar los costes de los exámenes médicos y de las lentes con mis propios fondos, que se encuentran en su poder. Me gustaría mencionar, también, que hago esta solicitud siguiendo las recomendaciones del médico de la prisión.

 

[Firmado N. R. MANDELA.]

Preso núm. 11657/63

 

 

 

Prisión Local de Pretoria

Director:

25 de octubre de 1963

 

Le remito a mi carta del pasado día 8 en la que le solicitaba que un especialista me examinara los ojos.

En aquella carta le indicaba que hice la solicitud por consejo del médico de la prisión. Debo añadir que mis ojos se están deteriorando muy rápidamente, y debo pedirle por ello que preste atención a este asunto con urgencia.

Debo añadir asimismo que me veo seriamente perjudicado en los preparativos del próximo juicio del día 29. Los mencionados preparativos conllevan la lectura de numerosos documentos, así como mucha escritura. Todo esto me resulta molesto y es peligroso para mi salud.

Por último debo pedirle que me permita vestir con mis propias ropas con el propósito de presentarme ante el tribunal de justicia el día 29.

 

[Firmado N. R. MANDELA.]

Preso núm. 11657/63

 

 

A COEN STORK, EMBAJADOR DE HOLANDA EN SUDÁFRICA

 

De igual modo que hizo el día anterior a su sentencia de 1962, Mandela escribió una carta de agradecimiento en vísperas de ser condenado por sabotaje. Se dirigía, de nuevo, a un extranjero que había actuado de observador durante el juicio.

Le expresaba su agradecimiento al señor Coen Stork, el embajador de Holanda en Sudáfrica, que había estado presente durante el Juicio de Rivonia.

La posibilidad de una condena a muerte era real y tanto él como sus compañeros decidieron que, si se les imponía la pena capital, no recurrirían el fallo.XXVIII

Si tuvo miedo, no lo mostró. De hecho, Mandela observó que, cuando el juez De Wet empezó a leer la sentencia, era el magistrado el que se mostraba francamente nervioso.XXXIX

Después de un proceso judicial que había durado ocho meses, los ocho hombres fueron condenados a cadena perpetua. Mandela ya llevaba 678 días encarcelado.

En la Sudáfrica de aquellos tiempos, que unos prisioneros políticos fueran sentenciados «de por vida» significaba exactamente eso: de por vida. A los cuarenta y cinco años, Mandela iba a pasar el resto de su vida en la cárcel.

Solo supo el nombre de la cárcel que lo albergaría cuando llegó allí, muy temprano, a la mañana siguiente.

 

 

Apreciado señor Stork:

11 de junio de 1964

 

Le escribo antes de que se resuelva este caso porque, en adelante, ya no me será posible hacerlo.

Mis colegas y yo le agradecemos profundamente la asistencia inestimable que nos ha facilitado. El interés personal que demostró tener en el caso y el fuerte respaldo que estamos recibiendo de todos los sectores de la población holandesa nos proporcionan enormes reservas de fortaleza y coraje.

 

imagen

Carta a Coen Stork, embajador de Holanda en Sudáfrica (11 de junio de 1964).

 

Nos gustaría decirle que lo consideramos uno de nuestros mayores amigos y estamos seguros de que continuará siendo de gran ayuda a nuestra gente en su lucha contra la discriminación racial.

UNGADINWA NANGAMSO.

Suyo, muy cordialmente,

[Firmado N. R. MANDELA.]

 

 

2. El abogado de James Kantor, John Croaker, pidió la absolución de su cliente alegando que «no había caso en su contra» (Joel Joffe: The State vs. Nelson Mandela: The Trial that Changed South Africa, pág. 144). El juez De Wet dijo que no tenía intención de revelar sus motivos para absolverlo. El día del juicio, cuando Bernstein fue absuelto y Mandela y otros siete condenados, el juez De Wet dijo: «Tengo buenos motivos para las conclusiones a las que he llegado. No tengo intención de revelarlas» (ibíd., pág. 244).

3. El texto del telegrama estaba en inglés.

4. El doctor Handelsman era un reputado oculista de Johannesburgo que contaba con el sah de Irán entre sus muchos pacientes. No sabemos si finalmente permitieron que Mandela lo visitara.