Leyendas

del reino de

lora

Espinel Souares, Anastassia, 1970-

Leyendas del reino de Flora / Anastassia Espinel Souares ; ilustraciones María Fernanda Mantilla. -- Editora Alejandra Sanabria Zambrano. -- Bogotá : Panamericana Edición, 2020.

176 páginas : ilustraciones ; 21 cm. -- (Literatura juvenil)

ISBN 978-958-30-6162-2

1. Plantas en la mitología 2. Plantas - Cuentos y leyendas

3. Flores - Cuentos y leyendas 4. Leyendas romanas 5. Leyendas griegas I. Mantilla, María Fernanda, ilustradora II. Sanabria Zambrano, Alejandra, editora III. Tít. IV. Serie.

398.2 cd 22 ed.

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Ilustraciones

María Fernanda Mantilla

AnastassiaEspinel Souares

Leyendas

del reino de

lora

Contenido

Introducción .....................................................................................9

Europa

La sangre de Adonis ...................................................................15

La flor de los gladiadores25

El cardo y los vikingos37

Iván y María ...................................................................................43

Asia

La enamorada del sol55

La flor de la longevidad65

Los arrozales del monte Semeru73

Sampaguita ...................................................................................83

África

La cuna de Horus .........................................................................93

Kaldi y sus cabras .......................................................................101

La reina Ravenala ......................................................................109

América

La mata que cayó del cielo121

La hermosa Inírida .....................................................................129

Toloache ........................................................................................137

El tesoro oculto ...........................................................................147

Oceanía

El beso real ...................................................................................159

Las hijas del arcoíris ..................................................................171



Introducción

os griegos la llamaban Cloris; los romanos, Flo-ra; otros pueblos le dieron muchos otros nom-bres, pero su naturaleza es la misma en todo el mundo.

En un principio fue tan solo una de las ninfas de las islas Afortunadas, la más encantadora, tierna y dulce entre sus hermanas. Le encantaba correr li-bremente por los bosques y praderas. Donde sus pies ligeros rozaban la tierra, brotaba la joven hierba y abrían sus pétalos hermosas flores. Muchos dioses, prendados de su belleza, se disputaron su amor, pero el único afortunado fue Céfiro, el joven dios del vien-to del Oeste, el más suave y apaciguador entre sus hermanos. Cautivada por su dulzura, tan diferente a la impetuosidad violenta de los otros vientos, la bella ninfa aceptó convertirse en su esposa, y él la llevó

a su reino, donde se le concedió el don de la inmorta-lidad y de la eterna juventud.

Fue así como esta ninfa se convirtió en la dio-sa de las plantas, la que tiene el poder de hacer ger-minar las semillas y madurar los frutos; es ella la que concede a las flores su belleza y fragancia. Es magná-nima y generosa, pero al igual que el resto de los dio-ses también puede mostrarse cruel y vengativa, pues tiene bajo su poder muchas plantas venenosas que provocan las enfermedades, la locura y la muerte.

Cada año desciende a la Tierra para despertar a todas las plantas del largo sueño invernal, precedi-da por su esposo Céfiro, el precursor de la primavera, y seguida por la hija de ambos, Carpo, personifica-ción del verano y diosa de las frutas de dicha estación.

Los antiguos romanos celebraban su llegada con las Floralias, alegres fiestas que simbolizaban la renovación de la vida y su eterno triunfo sobre la muerte. En estas, la gente se adornaba con guirnaldas de flores y bailaba en honor de la diosa. Otros pueblos la honraban a su manera, con sus propios ritos y ce-lebraciones, porque no hay en el mundo ningún país, ninguna nación, ninguna etnia que no tenga plan-tas que simbolicen su cultura e identidad. El reino de Flora se extiende por todos los países y continentes, y he aquí tan solo algunas de sus numerosas leyendas.

uropa

GRECIA

La sangre de Adonis

o hay en el mundo un solo ser humano que no admire las rosas, pues ninguna otra flor posee tanta belleza, tantos ma-tices ni una fragancia tan deliciosa. Pero muy pocos saben que hace mucho tiempo todas las rosas eran blancas y no tenían olor alguno y, de no ser por la sangre del joven Adonis, seguiría siendo de esa manera.

Adonis era hijo de Mirra, princesa de Chipre, y, por muy extraño que parezca, de su propio abuelo,

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el rey Cíniras. Siendo una jovencita demasiado casta y pudorosa, Mirra se negaba a rendirle culto a Afro-dita y a hacerle ofrendas, por lo que la poderosa dio-sa del amor decidió castigarla con toda severidad, e infundió en el corazón de la princesa, otrora puro e inocente, una pasión irresistible por su propio padre. Pasaban los días y los meses, y la pobre Mirra langui-decía a causa de aquel amor imposible, hasta que fi-nalmente decidió confiar su terrible secreto a una de sus doncellas.

—Ahora que conoces mi secreto, tendrás que ayudarme —le dijo Mirra en un tono que no admitía objeciones—. De lo contrario, haré que te ejecuten.

La pobre sirvienta no se atrevió a protestar. Así pues, entre las dos elaboraron un ingenioso plan. El rey Cíniras, viudo desde hacía años, no se había vuelto a casar desde la muerte de su esposa, pero se divertía con muchas doncellas bonitas y no dema-siado recatadas que abundaban en su palacio. Una de ellas se parecía mucho a la princesa. Entonces, du-rante varias noches, Mirra, disfrazada con las ropas de la criada e impregnada de perfumes baratos que jamás usaría una princesa, pudo entrar a la habita-ción de su padre y compartir su lecho.

Sin embargo, una vez descubierto el engaño, Cíniras comprendió que acababa de cometer incesto

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y ordenó ejecutar a su propia hija; la cual no tuvo otra opción que fugarse del palacio. Abandonada y sola, Mirra recorrió muchos caminos. Como era de espe-rarse, ninguno de los súbditos de su padre, temeroso de la ira del rey, le dio asilo. La desdichada princesa clamó ayuda a los dioses, y estos, conmovidos por sus sufrimientos, la convirtieron en el hermoso árbol que produce la valiosa resina de delicioso aroma co-nocida como mirra.

Transcurridos nueve meses de aquella mila-grosa transformación, la corteza del árbol se abrió y del interior del tronco salió un niño tan hermoso que Afrodita olvidó su resentimiento contra la pobre Mi-rra y decidió criarlo ella misma. Como no quería re-velar su secreto a los demás habitantes del Olimpo, metió al pequeño Adonis en un cofre y se lo entregó a la diosa Perséfone, la reina del inframundo.

Al destapar el cofre, Perséfone se quedó mara-villada por la belleza del niño y, al igual que Afrodi-ta, quiso tenerlo solo para ella. A medida que Adonis crecía, aumentaba también la rivalidad entre las dio-sas, pues las dos estaban perdidamente enamoradas del apuesto joven. Así que decidieron resolver su disputa con ayuda del mismísimo Zeus, el rey del Olimpo, quien tomó una decisión muy sabía: Adonis debería pasar un tercio del año con Afrodita, el otro

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con Perséfone en el mundo subterráneo y el resto del año con quien quisiera.

Aunque ambas diosas eran muy bellas y há-biles en el arte del amor, Adonis prefería pasar más tiempo con Afrodita entre los verdes bosques y pra-dos florecidos, que en los oscuros abismos del más allá en compañía de Perséfone. Además, Afrodita usó todo su poder de diosa del amor para tener a Adonis solo para ella.

Una de las mayores pasiones del joven era la caza, y por ello Afrodita, sin ser una diosa cazadora, comenzó a participar en las cacerías tan solo para halagar a su amante. Sin embargo, siendo una diosa tan importante, tenía otras obligaciones que no po-día descuidar, por lo que no siempre podía acompa-ñar a Adonis en sus correrías por las montañas y los bosques. Antes de marcharse, siempre le pedía a su joven amante no emprender en su ausencia ninguna cacería arriesgada y evitar a los lobos, osos, jabalíes y otros animales peligrosos. No obstante, Adonis se burlaba de sus consejos y no creía que algo malo pu-diera sucederle a un cazador tan hábil y afortunado como él.

El tiempo pasó y Perséfone comenzó a sentirse celosa, pues Afrodita incumplía el acuerdo. Furiosa, la reina del inframundo decidió buscar a Ares, dios

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de la guerra, que en otros tiempos también había gozado de los favores de Afrodita, y le contó que la diosa lo estaba engañando con un simple mortal. Como era de esperar, Ares se puso furioso y, trans-formado en un jabalí, se adentró en el bosque en busca de su contrincante.

Al encontrarse con la temible fiera en un sen-dero estrecho, Adonis no se asustó y la enfrentó cara a cara, sin siquiera sospechar con quién se las estaba viendo. Sin embargo, la fuerza de un dios comparada con la de un mortal era de sobra superior: el desdi-chado joven cayó en la batalla, despedazado por los colmillos de la bestia.

Desde lejos, Afrodita pudo sentir que algo te-rrible acababa de ocurrir a su joven amado y corrió en su ayuda, pero llegó demasiado tarde: Adonis ya-cía en el suelo en medio de un charco de sangre. Sin poder hacer nada por él, la diosa se arrodilló junto a su cuerpo sin vida y comenzó a lamentar su muerte. Los árboles y las rocas se estremecían por sus sollo-zos, todas las aves y animales salvajes se congrega-ron a su alrededor para acompañar a Afrodita en su dolor, mientras las lágrimas de la diosa, mezcladas con la sangre aún caliente de su amado, rociaron un rosal en flor. Los pétalos de las rosas, blancas has-ta ese momento, se tiñeron de rojo y comenzaron

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a exhalar un aroma tan intenso, embriagante y dulce, como el mismo amor.

Perséfone estaba dichosa, pues ahora Adonis pertenecía al mundo de los muertos y estaría con ella por toda la eternidad, pero Zeus, conmovido por el sufrimiento de Afrodita, le permitió a Adonis volver a la vida cada año y pasar una temporada en el mundo de los vivos. Desde entonces, la salida de Adonis del reino de los muertos y el reencuentro con su amada Afrodita marcan el inicio de la primavera, cuando comienzan a florecer las rosas, rojas como la sangre del bello joven, y su aroma comienza a flotar en el aire como el recuerdo inolvidable de aquel gran amor que vivieron Adonis y Afrodita.

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