ANSELM GRÜN

CAMINOS A TRAVÉS DE LA DEPRESIÓN

Impulsos espirituales

Traducción: Malena Barro

Herder

Título original: Wege durch die Depression. Spirituelle Impulse

Traducción: Malena Barro

Diseño de la cubierta: Arianne Faber

Edición digital: José Toribio Barba

© 2008, Verlag Herder, Freiburg im Breisgau

© 2008, Herder Editorial, S.L., Barcelona

1.ª edición digital, 2015

ISBN: 978-84-254-3173-9

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Herder

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ÍNDICE

Introducción

1. No soportarse a sí mismo

2. Bloqueo psíquico y físico

3. Ciego ante el mundo que nos rodea

4. Huida del duelo

5. Insatisfacción con uno mismo

6. Agotamiento por las penas

7. Depresión por las aflicciones

8. Demasiado sensible para este mundo

9. Asco ante la vida

10. Afortunado y, sin embargo, depresivo

11. Empantanado en el diálogo interior negativo

12. No se encuentra la salida de los viejos esquemas

13. Búsqueda en uno mismo de la culpa de todo

14. Incapacidad para encarar la vida

15. Dependencia de los deseos insatisfechos

16. Paralización interior por la pérdida sufrida

17. No se encuentra la paz

18. Desilusión porque la depresión reaparece

19. Anhelo de intimidad y profundidad

20. Caminando a través de la «noche oscura del alma»

Epílogo

Bibliografía

 

INTRODUCCIÓN

La depresión adquiere cada vez más las características de una pandemia. Se ha convertido ya en la segunda causa más frecuente de absentismo laboral. Por ejemplo se estima que, en Alemania, unos cuatro millones de personas sufren una enfermedad depresiva que requiere tratamiento y que hasta un 20 por ciento de los habitantes sufrirá depresión al menos una vez en su vida. Resulta difícil explicar por qué las depresiones aumentan en nuestra sociedad. Seguramente existe más de una causa. En nuestra sociedad muchas personas sienten que se les exige demasiado en el puesto de trabajo, en la familia y en la educación de los hijos, así como en la superación de los problemas de la vida. En un mundo en el que casi todo parece factible, el alma reacciona con una depresión, porque percibe que no todo depende de nuestro deseo. Seguramente otra causa importante es la desmesura, no sólo en el consumo, sino también en lo que a la imagen que tenemos de nosotros mismos se refiere. No siempre podemos ser el mejor, el más bello, el más inteligente. Tenemos que reconciliarnos con nuestra mediocridad. Otra causa del aumento de las depresiones es la patologización del sufrimiento humano. Si la pena y la tristeza no pueden formar ya parte de la vida, entonces reaccionaremos con una depresión. Así lo ha hecho constar la psicóloga y periodista Ursula Nuber: «Si el sufrimiento no puede existir en una sociedad tan enamorada del buen resultado y el éxito, entonces existirá un alto riesgo de que pronto vivamos en una sociedad depresiva. Una sociedad en la que cada persona que sufra será calificada de depresiva o “rota psíquicamente”» (Nuber, pág. 14). La actitud básica de evitación de las penas, que se aprecia hoy día, pero también el incremento del desgaste profesional, el sufrimiento por el aislamiento y la incapacidad para entendérselas con la libertad desmedida, así como la competencia que nos rodea, conducen a una actitud básica depresiva de nuestra sociedad. Paul Kielholz, psiquiatra oriundo de Basilea, ve en la decadencia de las tradiciones una de las causas del aumento de las depresiones: «La decadencia de la familia es una causa esencial de las depresiones, al igual que la pérdida de los vínculos religiosos» (citado en Nuber, pág. 20). Para el psiquiatra y psicoterapeuta Daniel Hell, es el aumento cada vez más significativo de la movilidad el que exige demasiado del ser humano y cercena sus raíces del pasado. Con frecuencia, la depresión es un grito de auxilio que da el alma contra el desarraigo y las pretensiones exageradas resultantes de cambios que se suceden cada vez más rápido.

A pesar de que el número de enfermos depresivos aumenta sin cesar en nuestra sociedad, con frecuencia sigue siendo todavía tabú hablar abiertamente en público de las depresiones. Se consideran como algo sobre lo que es mejor guardar silencio. De lo contrario, se corre el riesgo de que los demás hagan comentarios sobre nosotros. Las personas prefieren hablar de su úlcera o de los eternos dolores de cabeza antes que de las depresiones que padecen. Sí, incluso nos puede parecer más fácil hablar de un cáncer que de la desesperación, el desánimo y el extremo abatimiento que nos afectan inesperadamente. Un ejecutivo me contó sobre un conocido que había conseguido llevar adelante su vida con brío hasta fecha reciente. Durante un viaje en coche hacia una cita importante, sufrió de repente sudores profusos y se sintió incapaz de continuar conduciendo. El diagnóstico del médico al que acudió con posterioridad fue «depresión». Al igual que a sus amigos, esto afectó a este ejecutivo de forma absolutamente sorprendente. Para ellos, resultaba incomprensible que precisamente un hombre tan fuerte y de tanto éxito pudiese sufrir esta enfermedad. Pero la depresión puede afectar a cualquier persona. Por eso es importante hablar con franqueza de ella y buscar las vías para manejarla de manera adecuada.

Hace algún tiempo, sentí la inspiración de escribir un libro sobre el manejo espiritual de las depresiones. Ya tenía algunas ideas concretas sobre cómo podía tratar el tema. Por supuesto que el gran número de libros publicados hasta la fecha sobre el tema de la «depresión» me provocó inseguridad. Sin embargo, lo tenía claro: hasta ahora, no se había prestado atención al manejo espiritual de las depresiones en la misma medida que se había hecho con el aspecto psicológico-psiquiátrico de la enfermedad. Así que me atreví a llevar mi proyecto a la práctica. Para ello, deseaba tomar como punto de partida la Biblia, pero también considerar la tradición de los padres del desierto, aquellos primeros monjes para los cuales, en el siglo IV d. C., el tema de la tristeza y el desánimo fue muy importante. Estos monjes vivían como anacoretas en el desierto, así que observaron sus pensamientos y sentimientos con mucha exactitud. Ya entonces describieron estados de ánimo depresivos, que les impedían vivir y les apartaban de la oración.

Por tanto, este libro no repetirá simplemente lo que ya se ha escrito sobre la depresión. Más bien, lo que ya se sabía hasta ahora ha de crear el trasfondo ante el cual me dedicaré conscientemente a la Biblia y la tradición religiosa. La psiquiatría y la psicoterapia, con sus posibilidades para tratar la depresión, me han incitado a buscar en la Biblia y la tradición religiosa los caminos por los que podemos aproximarnos a ella en otro nivel, es decir, el espiritual. Ambas disciplinas han adquirido conocimientos importantes sobre la depresión, que todo especialista que trabaja con personas deprimidas debe tomar en consideración. En el pasado se establecía una clara división entre las llamadas depresiones «endógenas», por una parte, y las depresiones «exógenas» o «reactivas», por otra. Según esta hipótesis, las depresiones endógenas estaban condicionadas físicamente, en tanto que las reactivas eran una respuesta a experiencias de pérdida, pretensiones exageradas o la negación de etapas importantes de la vida. Como depresiones reactivas típicas se consideran la depresión por agotamiento, la depresión después de un fracaso matrimonial, después de la muerte de un ser querido, la depresión en la mitad de la vida y la depresión de la vejez. Hoy día se tiene más cuidado con esta división entre causas «internas» y «externas» de la enfermedad. Se ha dejado de pensar con categorías de «una de dos alternativas». En realidad, es errónea la cuestión de si una depresión está condicionada física o psíquicamente. La enfermedad tiene siempre dos caras: la física y la espiritual. Por eso, hoy día hablamos más bien de depresión leve, moderada o grave.

En consecuencia, tampoco se piensa ya durante la terapia en alternativas: medicamentos o psicoterapia. En el pasado, los terapeutas rechazaban más bien los antidepresivos. En cambio, los psiquiatras apostaban primero por soluciones farmacológicas. En la actualidad, ambos trabajan codo con codo, lo que es a ciencia cierta un buen adelanto.

Ruedi Josuran, periodista suizo que reconoció públicamente sus depresiones, escribió sobre su propia experiencia con los fármacos: «Durante mucho tiempo, rechacé la ayuda de los medicamentos, porque era algo que trastornaba mi visión del mundo. No me gustaba en absoluto que un par de miligramos de determinada sustancia pudiese recomponer cualquier desequilibrio en el cerebro. Hoy debo decir que los fármacos han aportado verdaderos avances. Significan un enorme alivio para muchas personas y también para sus familiares; para mí, su aparición ha sido totalmente decisiva. Estoy contento de que, sin que importe lo que va a pasar después, pueda recurrir en cualquier momento a fármacos, sabiendo que me estabilizarán y me sacarán de los agujeros» (Josuran, Hoehne y Hell, pág. 70 y sig.). Josuran conoce la objeción de que, con los fármacos, se ocultan los verdaderos problemas y se impide que los enfermos trabajen en ellos. A eso responde: «En cualquier caso, eso sólo pueden pregonarlo sin reparos a son de trompeta las personas que jamás han sido aquejadas por la depresión. Si veo que alguien se está ahogando, correré en el acto a echarle un salvavidas, sin analizar primero por qué se cayó al agua» (ibid., pág. 72).

Seguramente también se requiere tener un buen instinto en esta cuestión. Existen personas que opinan que todos los problemas se solucionan con medicamentos y otras que son demasiado orgullosas como para tomarlos. Creen que son capaces de superarlo todo por su propio esfuerzo. O bien toman un antidepresivo, pero lo dejan enseguida para volver a caer de nuevo en un «agujero negro». Quienes estamos vinculados a personas depresivas en nuestra calidad de padres espirituales o psicoterapeutas debemos tener la humildad de reconocer que no todo se cura sólo mediante conversaciones pastorales o terapéuticas. Tenemos que saber cuándo es necesario enviar al cliente depresivo a un especialista. Si escribo sobre el manejo espiritual de las depresiones es porque estoy convencido de que la depresión implica un desafío espiritual y de que este camino puede ayudar a superar la depresión. La oración tiene una fuerza absolutamente curativa. Sin embargo, algunas personas creen que les bastará orar para librarse de su depresión. Pero, con bastante frecuencia, se desilusionan y se hunden más en la desesperación y en la falta de iniciativa propia. El camino espiritual tiene que contar siempre con la situación psíquica y física de la persona, así como aceptar con agradecimiento las ayudas psiquiátricas y psicológicas. Quienes opinan que pueden superar la enfermedad depresiva sólo con la oración y rechazan toda ayuda terapéutica ignoran lo que los monjes primitivos llamaban «humildad». La humildad es el valor para descender hasta nuestro estado de ánimo depresivo y presentárselo a Dios. Pero la humildad significa también reconocer que nosotros, a pesar de toda la ayuda divina, necesitamos a personas que nos traten profesionalmente.

Más importante y esclarecedora que la clasificación de las depresiones es la descripción de la vivencia depresiva. «Vivencia depresiva es carencia de alegría, carencia de interés y energía, carencia de valor y decisión, carencia de sentimientos y relaciones» (Josuran, Hoehne y Hell, pág. 26). Las personas depresivas describen su experiencia de la depresión con imágenes tales como vacío, ausencia de toda vida, paralización de la vida, inhibición de la existencia, estar muerto en vida, estar congelado, así como parálisis espiritual o noche oscura. Daniel Hell llama la atención sobre dos riesgos respecto al manejo de la depresión. El primer riesgo consiste en reducir toda depresión a una causa remota y pretender reelaborar el pasado. Sin embargo, como las personas depresivas sólo viven su pasado de forma negativa, «debido a una revisión del pasado iniciada demasiado pronto, se eclipsa el camino vital recorrido hasta ese momento, trasladándolo a una perspectiva de culpa y vergüenza» (ibid., pág. 27). El otro riesgo consiste en ver la depresión sólo desde sus síntomas, como el insomnio y los trastornos del apetito, la inhibición del pensamiento y la concentración. Con frecuencia, se materializa de esta forma y se omite su carácter de mensaje. Ante estos dos riesgos, según Hell, se trata de considerar la vivencia depresiva, reconocer su sentido e integrarla en la propia vida. Sobre todo, deseamos librarnos de los síntomas depresivos. Intentamos «sacudirnos la vivencia depresiva del mismo modo que intentamos desprendernos de la suciedad o de los intrusos potenciales» (ibid., pág. 29). Los síntomas depresivos se convierten en un cuerpo extraño que es combatido. Pero, con ello, se pierde la oportunidad de comprender todo lo que se experimenta en un estado de depresión para integrarlo en nuestro concepto vital. La depresión siempre quiere decirnos algo. Tiene un mensaje para nosotros. Quiere invitarnos a cuestionar nuestras normas y ver con otros ojos el secreto de la vida.

Con toda la cautela debida respecto a una clasificación de las depresiones, pueden servir de ayuda algunas aclaraciones terminológicas. En la terminología clínica se habla de «depresión unipolar» y «depresión bipolar». Con esta última expresión se alude a una enfermedad maníaco-depresiva, en la que las etapas depresivas alternan con las maníacas, durante las cuales se desconoce todo límite para las actividades y apenas se necesita dormir. En las depresiones unipolares, se diferencia entre la «depresión inhibida», en la que uno se siente paralizado interiormente y es incapaz de sacar fuerzas para nada; la «depresión agitada», que se presenta con gran intranquilidad y una actividad sin sentido, y la «depresión larvada», que se oculta con frecuencia detrás de síntomas físicos como dolores de cabeza, malestares estomacales, inapetencia y mareos (confróntese Althaus, Hegerl y Reiners 2006, pág. 20 y sig.).

En la tradición religiosa existe el fenómeno de la «noche oscura», a la que fueron a dar personas que habían emprendido su camino espiritual. Por eso, hacia el final del presente libro, me referiré a la relación de la «noche oscura» con la depresión.

A continuación, me gustaría tomar como punto de partida las imágenes acerca de la depresión que he hallado en la Biblia y en la tradición religiosa, sobre todo, entre los padres del desierto. He buscado imágenes que describiesen los estados de ánimo depresivos y los síntomas patológicos. En los distintos capítulos, he pretendido enlazar estas descripciones de estados depresivos con una historia bíblica o con un método espiritual proveniente de la tradición religiosa. En este sentido, ha de destacarse que integramos nuestras enfermedades depresivas en nuestro camino espiritual y no debemos obviarlas en el plano religioso. Deseo fortalecer en los lectores y las lectoras la esperanza de que la oración, la meditación y todas las prácticas espirituales que nos ofrece la tradición religiosa representan un buen camino para aproximarse a la depresión y manejarla.

Esto significa que no me interesa ofrecer una exposición sistemática sobre la esencia y la terapia de las depresiones. Tampoco las imágenes bíblicas pueden asignarse siempre unívocamente a esta o aquella forma de depresión. Y, sobre todo, los pasos terapéuticos que nos muestra la Biblia no pretenden sugerir que no necesitamos ya medicamentos o terapia. Un enfermo depresivo debe hacer uso de las ayudas médicas, psiquiátricas y psicológicas que le hacen bien. Pero, además, la dimensión espiritual puede apoyar el proceso de curación. Las imágenes de depresión y los pasos terapéuticos que encontré en la Biblia muestran caminos sobre cómo podemos reaccionar ante la depresión también en una forma espiritual. El manejo espiritual de la depresión puede ayudarnos a ver la enfermedad bajo otra luz, reconocerla como una oportunidad en medio del camino espiritual e integrarla en nuestro camino religioso. Observada así, la depresión no tiene que ser necesariamente algo que domine la totalidad de nuestra vida.

Para este manejo de la depresión se necesita humildad tanto por parte del terapeuta y el padre espiritual como por parte del enfermo depresivo. En una depresión, la curación puede significar la desaparición de la enfermedad. Pero, con frecuencia, la curación no significa que ya no tendremos que vérnosla con la depresión, sino que la manejaremos de otra forma más humana. Y, en ocasiones, es preciso reconocer que la depresión seguirá siendo una tarea de por vida: el camino hacia Dios no pasa simplemente por su lado, sino que transcurre justo a través de ella. Nos gustaría librarnos de la depresión. Significaría ya mucho si pudiésemos dejarla de lado. Pero sólo es posible abandonar aquello que se ha aceptado. Por eso, el primer paso consiste en familiarizarse con la depresión y reconciliarse con ella. Así perderá su poder. Y quizás se convierta en una acompañante que nos recordará una y otra vez que debemos vivir auténticamente, obtener nuestras fuerzas de raíces más profundas y, en última instancia, entregarnos a ella por amor a Dios.

Quisiera comenzar con algunas historias de sanación, en las que algunos enfermos ruegan ayuda a Jesús. Sus enfermedades podrían ser interpretadas como expresión de una depresión. En las historias de sanación que la Biblia nos ha transmitido nunca se trata expresamente de la curación de depresiones. Sin embargo, si consideramos que las depresiones suelen ocultarse con frecuencia detrás de síntomas físicos, podremos interpretar la forma en la que Jesús trata a los enfermos y la observación de los «métodos terapéuticos» que él aplica teniendo también presente la depresión. Lo hacemos desde determinada perspectiva: las historias de sanación nos invitan a presentarnos ante Jesús con nuestras desazones depresivas para rogarle que sane también nuestra enfermedad y cambie nuestro estado de ánimo. Jesús jamás interviene en las historias de sanación como mago que libera a los enfermos de su mal prácticamente sin dolor. Más bien, él se confronta de manera permanente con su propia verdad. Con frecuencia, contemplar esta verdad es bastante doloroso. La forma en la que Jesús se aproxima a los enfermos, los trata y los cura nos muestra también cuáles son las posibilidades que tenemos de manejar nuestra propia depresión. Los terapeutas y padres espirituales pueden reconocer en ella posibilidades para reaccionar ante clientes depresivos. Los pasos terapéuticos que Jesús da con los enfermos son pasos por el camino de la sanación, también para nosotros mismos.