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LAS ESCUELAS DE PINTURA DE VALENCIA, SEVILLA, CÓRDOBA Y GRANADA DURANTE EL SIGLO XVII

Las diferentes escuelas pictóricas españolas del siglo XVII participan, por un lado, de las características universales del estilo barroco, y por otro de la influencia de los grandes maestros del siglo. La pintura gótica, que, como todo el arte de los siglos XIII y XIV, aspiraba a elevarse sobre lo meramente terreno para conseguir la espiritualización de todas las manifestaciones de la naturaleza, cede el paso durante el siglo XV a la concepción naturalista y clásica del arte. Pero también a finales del siglo XVI las formas acusan su cansancio a causa de esta sujeción impuesta a unos moldes antiguos, tendiendo a su propia liberación. Sin llevar la comparación a sus últimas consecuencias, puede afirmarse que barroco y gótico participan del mismo impulso de liberación del yugo terrestre. Al arte pictórico le fueron planteados, con harta frecuencia, problemas de índole ornamental, y así, en cierto modo, se volvió al gusto por la ondulación de las figuras, que el gótico había sido el primero en practicar y a las representaciones de telas como elementos de vida independiente, con fines decorativos más que puramente plásticos. Unida con la arquitectura, la pintura llegó a desbordar, en un alarde de composición a base de figuras dispuestas de manera hasta ahora desconocida, con fondos sin fin y con un alarde cromático, los límites impuestos por las estructuras murales.

Paralelamente a esta corriente de exuberancia e hinchazón de formas barrocas corre la tendencia realista, decididamente identificada con la naturaleza y que solamente había sido iniciada, a modo de esporádico intento, durante el primer Renacimiento; pero también, estrechamente unida a los más elementales postulados del arte barroco, como son la distribución de las masas, la concepción pictórica de la luz, la perspectiva profunda, y, sobre todo, el carácter unitario del espacio, tanto en exteriores como interiores. Destaquemos, sin embargo, la existencia de artistas sin paralelo y que sólo son comparables a sí mismos; éste es el caso, por ejemplo, de Rembrandt y de nuestro Velázquez. Todas las tendencias, para bien o para mal, de las formas de expresión, avanzan. Ya en el siglo XVIII el impetuoso torrente barroco va cediendo paso a lo pequeño, lo amable, lo gracioso, lo frágil, lo femenino, etcétera, dando lugar al rococó; aspectos que se afirman en nuestra escuela sevillana con Murillo y sus seguidores. Encontraremos, pues, en las escuelas de Valencia, Sevilla, Granada y Córdoba una reacción sistemática contra las últimas manifestaciones del manierismo italiano hacia un tratamiento más natural de personas, escenas y cosas, condicionado por las formas de dicción pictórica barroca.