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Soma y sema. Figuras semióticas del cuerpo

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Jacques Fontanille

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Título original: Some et séma: figures du corps

Colección Biblioteca Universidad de Lima

Soma y sema. Figuras semióticas del cuerpo

Primera edición digital, septiembre de 2016

© Jacques Fontanille, 2004

© De la edición francesa: Maisonneuve & Larose, París, 2004

© De la traducción: Desiderio Blanco

© De esta edición:
Universidad de Lima
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Diseño, edición y carátula: Fondo Editorial de la Universidad de Lima

Versión ebook 2017

Digitalizado y distribuido por Saxo.com Peru S.A.C.

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Lima - Perú

Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro sin permiso expreso del Fondo Editorial.

ISBN versión electrónica: 978-9972-45-371-7

Índice

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Presentación

Introducción: Cuerpo, signo, sentido

PRIMERA PARTE: EL CUERPO DEL ACTANTE

Capítulo I: El cuerpo, el acto y los esquemas narrativos

Introducción: Cuerpo y semiosis

De la figura al icono actancial

El cuerpo del actante

Sintaxis figurativa y experiencia sensoriomotriz

Producción del acto y esquematización narrativa

Un cuerpo “imperfecto”

Individualización del actante y esquema de selección axiológica

El Mí y el Sí del actante narrativo: Un modelo de producción del acto

Los tres ejes de la identidad

Diferentes regímenes de la acción

Cambios de régimen

Conclusión: Cuerpo, tensiones y conversiones

Capítulo II: El lapsus

Introducción

Aproximaciones y problemáticas lingüísticas

Definiciones lingüísticas del lapsus

Índices y demarcaciones del lapsus

Mecanismos del “deslizamiento de lengua”

Algunos elementos de la problemática

Aproximaciones psicoanalíticas

Interpretación y cadena causal

Intención y atención

Modos de existencia y presiones existenciales

El modelo de las instancias de discurso: Los avatares de Ego

Identidad de las instancias: El Mí y el Sí

Sí-ídem y Sí-ipse

Esquematización de la producción del discurso

Para terminar

Capítulo III: Un accidente corporal. El andrógino ridículo (un curioso lapsus fílmico en Pasión, de Godard)

Introducción

Los datos del problema

La profundidad “coral”

Evasión y emoción colectiva

De la disociación a la desapropiación

La disociación formal

La desapropiación

De la estética de la disociación a la estética del accidente

Final

SEGUNDA PARTE: MODOS DE LO SENSIBLE Y SINTAXIS FIGURATIVA

Capítulo I: Modos y campos de lo sensible

Introducción

Semiótica del cuerpo y sintaxis figurativa

A propósito de la tipología sensorial

Diversificación de los modos de lo sensible:

La sensoriomotricidad

Diversificación e integración

El núcleo sensoriomotor

Autonomía de la dimensión figurativa

El punto de vista antropológico

El punto de vista neurocognitivo

El punto de vista psicoanalítico

El punto de vista semiótico: Algunos ejemplos de sintaxis sensorial

Principios comunes de organización

La configuración polisensorial

El campo sensorial del discurso

Tipos y subtipos del campo sensorial (propiedades sintácticas)

La tópica del cuerpo semiótico

Modalizaciones somáticas

Para terminar

Capítulo II: Figuras semióticas del cuerpo. La envoltura y la carne móvil

Del cuerpo comunicante al cuerpo significante, del ayudante al actante

El movimiento y la envoltura: ¿Antinomia o complementariedad?

Kinestesia y cenestesia

Materia y energía

Afecciones y pasiones

Pausa

La carne móvil

Movimiento e intencionalidad

Movimiento y significación sensorial

Movimiento y semiosis

Correlaciones

Equivalencias y mímesis

El ajuste hipoicónico

Sintagma del ajuste hipoicónico

Recapitulación

Envolturas

La constitución del Sí

De las funciones del Mí-piel a las figuras del Sí-envoltura

Contenidos, continentes y expresión

La superficie de inscripción, la enunciación y la función semiótica

Conclusión: Homogeneidad de la existencia semiótica

Dos formas de homogeneización

Un sistema y una sintáxis comunes

Capítulo III: Máquinas, prótesis y huellas. El cuerpo posmoderno (a propósito de Marcel Duchamp)

Introducción

Del arte conceptual a la huella

El arte conceptual como semiosis

La huella y la memoria figurativa

Representaciones del cuerpo femenino en Duchamp

La forma-huella

Figuras de la huella y del moldeado del cuerpo interior

Moldeados y huellas de la envoltura exterior

La inscripción de los cuerpos

Conclusión: Huella y firma

Capítulo IV: El modelo del reloj y el cuerpo-máquina (a propósito de Claudel). Arte Poética, reflexiones sobre el verso francés, El zapato de raso

Introducción

Despliegue de la metáfora del reloj

La secuencia canónica

Los avatares de una semiótica connotativa

Axiología cognitiva y poética subyacente

Una totalidad ritmada

Un pensamiento totalizador

Formas textuales de la totalidad vibrante en El zapato de raso

El modelo del cuerpo-máquina

La metáfora del reloj es un modelo del ser vivo

El cuerpo-máquina

Conclusión

TERCERA PARTE: FIGURAS DEL CUERPO Y MEMORIAS DISCURSIVAS

Capítulo I: Memorias figurativas y sensoriales

Memorias de envolturas deformadas

Memorias de carnes móviles

Memorias de puntos en desplazamiento

Memorias de cuerpos-cavidad agitados

Lecturas

Capítulo II: Impresiones proustianas

Impresiones y sinestesias

Presencia vital y estabilización de los iconos actanciales

Proyección de la envoltura y apropiación

Movimiento y reproducción

Conjugación de los dos modos estésicos

Coda

Capítulo III: La membrana translúcida. Aisthesis Koiné y memoria luminosa en Element of crime (Lars Von Trier)

Introducción

Algunos reflejos de luz

Reflejos, zonas blancas y obstáculos

Obstáculos parciales: Membranas, memoria y latencia

La luz y la introspección

Identidad e identificación

Sobreimpresiones

Reflejos

Capítulo IV: Cuando el cuerpo da testimonio. Aproximación semiótica al reportaje

Introducción: El testimonio

El caso del reportaje

Enunciación y forma narrativa

Estética y racionalidades discursivas

El “corpus”

Tres reportajes enhebrados por el cuerpo

Recorrido textual y “cuerpo a cuerpo”: Percepción de lo específico y “firma” sensorial

Una envoltura “omnipercibiente”: La superficie de inscripción del mundo recorrido

Historias, creencias, prótesis discursivas y reparto de la experiencia

La proporción analógica

La cadena de lo viviente en cuanto memoria

Conclusión

Capítulo V: Cómo las cosas llegan a ser cuerpo. El objeto y la huella del uso

La constitución semiótica del objeto

El surtidor de Hubert Robert

La pátina o el tiempo de los cuerpos

Introducción

Efectos temporales: Huella y enunciación

Tradición y continuidad

La pátina y la ergonomía: La “moral” de los objetos

La pátina sensibiliza los cuerpos

Conclusión: La semiótica de la huella

Hacia una semiótica de la huella

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE DE NOCIONES

Presentación

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En 1988, Jacques Fontanille y Claude Zilberberg publicaron el libro Tensión y significación1, donde elaboraron conjuntamente las bases teóricas de la semiótica tensiva. En doce entradas bien precisas establecen, sucesivamente, el estado de la cuestión, las definiciones tanto paradigmáticas como sintagmáticas de cada término seleccionado, y discuten sus aportes confrontándolos con las teorías de la semiótica clásica y con teorías o posiciones de otras disciplinas afines: lingüística, antropología, psicoanálisis, filosofía. Elaboran los modelos centrales susceptibles de explicar los fenómenos discursivos de la tensividad, fundamentalmente el esquema tensivo, que pone en relación la intensidad (lo sensible) con la extensidad (lo inteligible) y cuyo resultado inmediato es el espacio tensivo, espacio teórico de la emergencia de los valores, y la red, de dos o de más entradas, que permite ver el punto de cruce de las valencias correlacionadas en cada caso. Aplicada la red, por ejemplo, a los modos de categorización, donde las valencias correlacionadas fueran la intensidad y la extensidad, por un lado, y la tonicidad perceptiva, por otro, tendríamos el resultado siguiente2:

 

Dominante intensiva
(→ sumación)

Dominante extensiva
(→ resolución)

Percepción
tónica

Elemento saltante
(→ parangón)

Red de rasgos comunes
(→ cuadrado semiótico)

Percepción
átona

Elemento neutro
(→ término de base)

Recubrimientos irregulares
(→ aires de familia)

Donde se puede observar que el clásico cuadrado semiótico es un modo de categorización entre varios otros posibles. Con lo cual se amplían notablemente las posibilidades de explicación y de interpretación de los discursos concretos. Aplicado el esquema tensivo al campo de la veridicción, obtendremos el siguiente resultado3:

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El arco que conecta los extremos de las coordenadas representa las correlaciones inversas entre intensidad y extensidad: a más “ser”, menos “parecer”; a más “parecer”, menos “ser”. El arco que parte del vértice de las coordenadas representa las correlaciones conversas (o directas) entre las valencias: a más “ser”, más “parecer”; a menos “ser”, menos “parecer”, y a la inversa.

A partir de esa obra conjunta fundadora, Jacques Fontanille y Claude Zilberberg han comenzado a desarrollar los teoremas y postulados allí planteados en forma obligadamente sintética, con matices diferentes y complementarios. C. Zilberberg4 se ha centrado en la elaboración de las categorías de la tensividad fórica5, atendiendo fundamentalmente a la sintaxis que las gobierna. En ese sentido, la tensividad es considerada en su propia naturaleza y en sus propias regulaciones inmanentes. J. Fontanille, por su parte, se preocupa por la “encarnación” de esa tensividad en el cuerpo sensible.

El cuerpo –señala J. Fontanille– había sido excluido de la teoría semiótica por el formalismo, y sobre todo por el logicismo que prevalecía en la lingüíst|ral de los años setenta (…). Pero desde el momento en que uno se pregunta por la operación que reúne los dos planos de un lenguaje, el cuerpo se hace indispensable. Ya sea que se le trate como sede, como vector o como operador de la semiosis, el cuerpo aparece como la única instancia común a las dos caras o a los dos planos del lenguaje, capaz de fundar, de garantizar y de realizar su unión en un conjunto significante (pp. 21-22).

A partir de la presencia del cuerpo en la teoría semiótica, todos los dispositivos clásicos adquieren “corporalidad” y se “animan”; aparecen como “fenómenos” y pueden ser percibidos.

En esta novedosa concepción de la semiótica, la forma y las transformaciones de las figuras del cuerpo proporcionan una representación discursiva de las operaciones profundas del proceso semiótico. Entre el cuerpo como “resorte” y como “sustrato” de las operaciones semióticas profundas y las figuras discursivas del cuerpo, se abre el campo para un recorrido generativo de la significación, recorrido que ya no es solamente formal y lógico, sino también fenoménico y “encarnado”.

Sobre estas bases epistemológicas, el autor procede a la elaboración de una teoría semiótica del cuerpo, iniciando su construcción por el cuerpo del actante. La cuestión a resolver es “cómo un cuerpo deviene actante, trátese del actante de la instancia de discurso en general, del actante de la enunciación o del actante del enunciado” (p. 32).

Para ello, es preciso concebir el actante como una posición corporal, o sea, como una carne y como una forma corporal, sede primordial de los impulsos y de las resistencias que sostienen la acción transformadora de los estados de cosas. Esa posición corporal es construida por desembrague a partir de la instancia de discurso, sede y operador de la semiosis.

En el “cuerpo”, distingue Fontanille dos instancias: la carne y el cuerpo propio. La “carne” es aquella instancia que resiste y colabora al mismo tiempo con la acción transformadora de los estados de cosas, y que cumple también el rol de “centro de referencia”, el centro de la “toma de posición”. El “cuerpo propio” es aquello que se constituye en la semiosis, lo que se construye con la reunión de los dos planos del lenguaje en el discurso en acto. El cuerpo propio es el portador de la identidad en construcción y en devenir, el cual obedece a un principio de fuerza directriz. Con tales precisiones, Jacques Fontanille construye un modelo sencillo de las instancias del cuerpo del actante, cuya complejidad se irá desarrollando a lo largo de los sucesivos capítulos del libro:

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, Sí-idem y Sí-ipse son las tres instancias de Ego. Las tensiones y articulaciones que se producen entre esas instancias generan, en cada discurso, la identidad del actante. El modelo se complejiza gradualmente hasta que permiten dar cuenta de las situaciones identitarias más disímiles.

Es obvio que si el cuerpo retorna al campo semiótico, lo hace con todas sus potencialidades. En primer lugar, con su capacidad de sentir. J. Fontanille nos introduce así en los “modos de lo sensible” y en su “sintaxis figurativa”. El proyecto de J. Fontanille se formula del modo siguiente:

Paralelamente a los esclarecimientos teóricos que se supone nos va a proporcionar, especialmente en cuanto al rol del cuerpo en la enunciación y en la función semiótica, la semiótica del cuerpo participará directamente en la constitución de una sintaxis figurativa. En efecto, por intermedio de la sensación y de la percepción, el cuerpo, articulado como una configuración, es susceptible de proporcionarnos modelos de la estabilización, de la transformación y de la puesta en secuencia de las figuras del cuerpo (p. 114).

A lo largo de una minuciosa exploración de los diversos “modos de lo sensible”, el autor descubrirá la autonomía de la sintaxis figurativa en relación con los diversos modos de lo sensible, de los cuales, no obstante, emana. Una vez establecida dicha autonomía, está en condiciones de proponer una tópica integral del cuerpo semiótico (pp. 152-153).

Hecho esto, se concentrará en las figuras semióticas del cuerpo: la envoltura y la carne móvil. Lo cual habrá de conducirlo a una reformulación de la función semiótica. La mediación corporal entre el plano de la expresión y el plano del contenido desemboca en una nueva representación de semiosis (p. 208):

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Representación que sustituye a la clásica formulación de la semiosis saussuriana y hjelmsleviana:

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Finalmente, la teoría de la “superficie de inscripción” nos lleva a una semiótica de la huella, con la que termina el libro. Las figuras son, finalmente, “huellas” inscritas en el cuerpo sensible.

El “retorno del cuerpo” a la teoría semiótica no significa la renuncia de esta disciplina a su carácter de proyecto científico ni a la búsqueda de las formas y de las “maneras de significar” que lo caracterizan. En cambio, proporciona una evidente alternativa a las soluciones logicistas: en vez de tratar los problemas teóricos y metodológicos como problemas lógicos, quedamos invitados a tratarlos desde el ángulo fenoménico, y para eso, se requiere contar con el cuerpo del operador. Comprometernos a tratar una relación, una operación o una propiedad como un fenómeno, es comprometernos a examinar la formación de las diferencias significativas y de las posiciones axiológicas a partir de la percepción y de la presencia sensible de esos fenómenos (p. 21).

Jacques Fontanille no se limita a elaborar una teoría semiótica del cuerpo y a construir los modelos explicativos adecuados, exigidos por la teoría, sino que hace aplicaciones concretas de esas teorías y de esos modelos. Y para eso, recorre una gran variedad de campos y de géneros: el cine (Passion, de Godard; Element of crime, de Lars Von Trier); la literatura (Proust y Claudel); el cuento popular (Soy la Cíclope); la pintura (Duchamp); el reportaje periodístico y hasta la arquitectura.

No obstante el alto nivel teórico y metodológico en el que se desenvuelve el pensamiento de J. Fontanille, no deja nunca de ser didáctico. Y esa es una característica que distingue todas sus obras, y que le agradecemos todos.

Desiderio Blanco

Introducción

Cuerpo, signo, sentido

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CUERPO, SIGNO, SENTIDO

En el discurso de la mayor parte de las ciencias humanas, el cuerpo ha entrado con fuerza: en historia, en sociología, en poética, en antropología y también… en semiótica. Sin embargo, esa “encarnación” de las ciencias humanas (embodiment le dicen los “cognitivistas”) se presenta con figuras y con motivos muy diferentes.

Cuando el historiador se interesa por los olores1, lo hace porque guarda en perspectiva la historia de las prácticas científicas, y especialmente las de la medicina2; pero también porque su concepción de la historia asigna un lugar de privilegio a las formas de la socialidad y de la vida colectiva. Por su lado, el cognitivismo, al otro extremo de la cadena, se interesa por el cuerpo, esencialmente en nombre del realismo neurológico: los esquemas cognitivos son “encarnados” porque su forma encaja en las redes de neuronas, indisociables de la “carne” a la cual están permanentemente conectados3. Entre esos dos extremos, para el estudioso de la poética, y para un grupo creciente de semióticos, el cuerpo es ante todo la sede de la experiencia sensible y de la relación con el mundo en cuanto fenómeno4, en la medida en que esa experiencia puede prolongarse en prácticas significantes y en experiencias estéticas.

Por lo que se refiere al antropólogo, sabe muy bien desde hace tiempo que el cuerpo es simultáneamente uno de los vectores de la socialidad y de la relación con el otro, el objeto y el soporte de prácticas terapéuticas, rituales y simbólicas, el anclaje principal de las “lógicas de lo sensible” y de las formas de relaciones semióticas con el mundo que lo rodea, características de cada cultura.

De hecho, las ciencias del hombre, dominadas permanentemente por el dualismo (cuerpo y espíritu, cuerpo y alma, etcétera), ya sea que se adhieran a él o que lo rechacen, no cesan de pendular entre la integración y la exclusión del cuerpo. Sin embargo, esas opciones no se hacen, como acabamos de sugerir, ni en nombre del dualismo, ni tampoco en nombre de su discusión monista: el desalojo del cuerpo, lo mismo que su retorno, es de hecho el resultado de otras decisiones epistemológicas o metodológicas. Por ejemplo, las figuras del cuerpo sirven para confirmar la pertinencia de las dimensiones sociológicas y antropológicas en las investigaciones históricas o intervienen a favor de las hipótesis conexionistas y “subsimbólicas” en los debates sobre inteligencia artificial5.

En semiótica, la cuestión se plantea del siguiente modo: ¿cuál es la razón para excluir o para integrar el cuerpo?

El cuerpo ha retornado explícitamente a la semiótica en los años ochenta con las temáticas pasionales, con la estesis y con el anclaje de la semiosis en la experiencia sensible. En efecto, en aquellos momentos se planteaba la cuestión de la articulación entre la semiótica de la acción y la semiótica de las pasiones. Si se considera la semiótica de las pasiones como un complemento o como un derivado de la semiótica de la acción, difícilmente se pueden evitar las actitudes normativas e idealistas; porque, en ese caso, solo parece racional y bien formada la lógica de la acción, y las pasiones se presentan como perturbaciones o disfunciones de las secuencias narrativas o como efectos superficiales y accesorios de la acción; en ambos casos, no hay necesidad de contar con el cuerpo, basta con complejizar la teoría de la acción. En cambio, si se considera que la semiótica de las pasiones abre el camino para un modelo más general, dentro del cual la semiótica de la acción aparecería como un caso particular, sometida a determinadas condiciones y a un punto de vista restrictivo, en ese caso, se hace necesario revisar en profundidad la organización de la teoría semiótica, establecer las condiciones de pertinencia y definir los límites de los diferentes campos de racionalidad que la constituyen, y principalmente reconsiderar el lugar del cuerpo en la semiosis.

Pero no podemos quedarnos en ese argumento redundante: si hay pasiones en semiótica, tiene que haber un cuerpo semiótico. Pues la verdadera ganancia teórica y metodológica de la semiótica de las pasiones no consiste en el “retorno del cuerpo” o en la pretendida semiótica de lo continuo6, sino en la sintaxis pasional, en la constitución de secuencias de patemas (derivadas de la sintaxis modal), resultado científico a cuyo amparo el tema del cuerpo retorna de manera convincente. Si una semiótica del cuerpo es deseable, no lo es para reforzar una semiótica de las pasiones ni para adecuarse a las modas intelectuales, si no, por el contrario, para abrir un nuevo dominio de investigación.

El cuerpo había sido excluido de la teoría semiótica por el formalismo, y sobre todo por el logicismo que prevalecía en la lingüística estructural de los años sesenta, y también en la teoría de la acción, cuyas deudas con la lógica formal y con la teoría de los juegos son bien conocidas.

La evolución de la definición de la función semiótica es muy significativa a este respecto: en la tradición saussuriana y hjelmsleviana7, la relación entre las dos caras del signo, o entre los dos planos del lenguaje, es siempre una relación lógica, cualquiera que sea su formulación: necesaria o arbitraria, según el punto de vista adoptado, o de presuposición recíproca. Ese tipo de relación pasa por alto el operador: se constata, posteriormente, una vez que el signo ha sido estabilizado, o que el lenguaje ha quedado instituido, que el significante y el significado, la expresión y el contenido, están en relación de presuposición recíproca: no hay, pues, por qué preguntarse por el operador de esa relación, ni tampoco por el rol de la enunciación, y menos aún por el del cuerpo. En Saussure mismo, la relación constitutiva del signo, simbolizada por una barra horizontal colocada entre el significante y el significado, está por definición desencarnada. Podríamos incluso hacer la hipótesis de que, en la perspectiva de una semiótica del cuerpo, a contrario, la noción de signo sería definitivamente anticuada e inoperante8, puesto que los dos tipos de “figuras” –en sentido hjelmsleviano– que lo constituyen, el significante y el significado, de ninguna manera podrían ser tratados como cuerpos.

La posición de Hjelmslev (y no de la tradición hjelmsleviana) es de hecho más dubitativa, pues no cesa de proclamar (1) que la distinción entre plano de la expresión y plano del contenido es meramente práctica y que no tiene valor operativo, y (2) que dicha distinción es fluctuante y que depende del punto de vista y de los criterios de pertinencia del analista. La relación de presuposición recíproca expresa, pues, de hecho, en la formulación logicista de la época, una solidaridad entre ambos planos, percibida ya como algo frágil, móvil e inmotivado, y que exige, por tanto, la explicitación de un operador.

Pero desde el momento en que uno se pregunta por la operación que reúne los dos planos de un lenguaje, el cuerpo se hace indispensable: ya sea que se le trate como sede, como vector o como operador de la semiosis, aparece como la única instancia común a las dos caras o a los dos planos del lenguaje, capaz de fundar, de garantizar y de realizar su unión en un conjunto significante.

Otro ejemplo, igualmente significativo, es el del recorrido generativo. En los años setenta, A. J. Greimas se propuso organizar el conjunto de los componentes de la teoría semiótica en un solo modelo generativo, inspirado en las gramáticas chomskianas; en él se escalonan los diferentes niveles, desde los más abstractos hasta los más concretos, des de las estructuras elementales de la significación hasta las estructuras narrativas de superficie9. Pero ahí nos encontramos con la dificultad de justificar las conversiones que se producen entre niveles, ya que la única solución aportada es de tipo logicista: el horizonte es siempre el de los algoritmos de reescritura de Chomsky, con reglas de conversión que no son más que desarrollos lógicos de un nivel a otro, de significación constante.

Pero, desde el Diccionario razonado de la teoría del lenguaje, resulta claro que lo que es manipulado, de nivel en nivel, en el recorrido generativo, no son formas lógicas, sino articulaciones significantes que el recorrido modifica, aumenta y complejiza progresivamente –y no tendría incluso otra razón de ser—. Sin embargo, el recorrido generativo se queda en un “simulacro formal”, en un modelo de estratificación lógica (que se basa en la oposición entre hiponimia e hiperonimia, preferida de la semántica lógica de los años sesenta), que consideraba que se podía pasar por alto la presencia de un operador; en principio10, es claro que habría que pasar de un modelo de estratificación lógica, estático, a un modelo topológico, dinámico11; pero la “dinámica”, sin operador explícito, no pasa de ser una consigna y no una solución.

La teoría semiótica obedecería, según eso, al régimen de la “historia”, en el sentido que le asigna Benveniste a este término: así como el re lato parece que se cuenta solo, sin narrador alguno, el recorrido generativo “se recorre” y “se convierte” solo, por sí mismo y automáticamente.

En cambio, si las conversiones se tratan como “fenómenos” y no como operaciones lógicas formales, entonces aparecen como operaciones que implican un sujeto epistemológico dotado de un cuerpo que percibe contenidos significantes y que calcula y proyecta valores. A cada cambio de nivel de pertinencia, podemos atribuir la rearticulación de las significaciones a la actividad de ese operador sensible y “encarnado”: es él el que percibe las significaciones de un primer nivel como tensiones entre categorías, como conflictos graduados, y de esa percepción extrae nuevas significaciones, articuladas en forma de “valores posicionales” en el nivel de pertinencia siguiente.

El “retorno del cuerpo” a la teoría semiótica no significa, como podrá verse a lo largo de este libro, una renuncia a su carácter de proyecto científico ni a la búsqueda de las formas y de las “maneras de significar” que lo caracterizan. En cambio, proporciona una evidente alternativa a las soluciones logicistas: en vez de tratar los problemas teóricos y metodológicos como problemas lógicos, quedamos invitados a tratarlos desde el ángulo fenoménico, y para eso se requiere contar con el cuerpo del operador. Comprometernos a tratar una relación, una operación o una propiedad como un fenómeno, es comprometernos a examinar la formación de las diferencias significativas y de las posiciones axiológicas a partir de la percepción y de la presencia sensible de esos fenómenos.

Pero, como en las demás ciencias humanas, la “encarnación” de los conceptos teóricos y la atención fijada en el cuerpo modifican las relaciones con las disciplinas vecinas. Aduciremos solamente dos ejemplos a este respecto.

Durante el tiempo en que la semiótica anduvo en busca de soluciones “lógicas” y formales, mantuvo relaciones bastante ambiguas con la psicología, y particularmente con el psicoanálisis: como las soluciones retenidas desalojaban buena parte de la significación humana, esa “parte de sombra” de la que se ocupa el psicoanálisis, la semiótica no tenía otro recurso que declararla no-pertinente, o refugiarse, en último término, en la metapsicología freudiana para “semiotizarla”. Sin embargo, la semiótica de las pasiones se ha desarrollado claramente como una alternativa a una semiótica psicoanalítica; hoy, ya no es necesario pasar por la metapsicología, como mostraremos aquí mismo, para comprender el efecto que produce el hecho de “tener” o de “ser” un cuerpo en un actante semiótico y sobre todo en un actante pasional.

Ciertamente, esta posición no deja de tener consecuencias. Por ejemplo, una semiótica de la acción centrada en el cuerpo del actante y no solamente en el encadenamiento lógico y canónico de las pruebas, va a devolver su lugar al acto fallido, a la torpeza y a la peripecia, fenómenos que habían sido suprimidos en una reconstrucción retrospectiva de la lógica de la acción. Igualmente, la enunciación de un cuerpo-actante mezcla inevitablemente balbuceos, períodos vacilantes, fragmentos de “lengua de palo”, lapsus y desarrollos argumentados.

En consecuencia, la pertinencia de tal o cual acto particular no puede ser reducida a un “programa” de búsqueda o a un “proyecto” de enunciación; el acto fallido es tan significativo como el acto programado, y su carácter aparentemente accidental solamente enmascara la confrontación entre diversas direcciones significantes o entre varias isotopías, que se hallan en competencia para encontrar lugar en el espacio y en el tiempo del desarrollo de la acción. El “accidente”, en ese caso, es una figura de discurso comparable a una figura de retórica, puesto que cumple el mismo rol que el “núcleo” de dicha figura, único testigo observable de un conflicto y de una sustitución entre programas, entre recorridos o entre isotopías concurrentes.

Segundo ejemplo. El proceso de semiotización del entorno, particularmente la semiotización de los objetos y de los lugares –paisajes y ciudades, por ejemplo– no se reduce ya, para un operador encarnado, a la simple proyección de un simulacro semiótico sobre objetos que pertenecen a otras disciplinas (la ergonomía, la geografía, el urbanismo, etcétera). Hoy puede ser considerado como un proceso de elaboración de la significación a partir de la experiencia corporal de tales objetos y de tales lugares. Como prolongación del sentimiento de existencia, el cuerpo se despliega a través de “prótesis” y de “interfaces” en forma de objetos o de partes de objetos que conservan la memoria de su origen y de su destino corporales, y que resultan de la proyección de las figuras del cuerpo sobre el mundo. La semiotización del entorno –por ejemplo, la instauración de un espacio como “paisaje”–, no es solamente el resultado de la percepción o de la adopción de un punto de vista, sino también del reconocimiento de una experiencia corporal de las formas del mundo que nos rodea.

La aproximación semiótica al cuerpo debe finalmente asumir una ambivalencia recurrente, que resulta del doble estatuto del cuerpo en la producción de conjuntos significantes: (1) el cuerpo como sustrato de la semiosis, y (2) el cuerpo como figura semiótica. Aparentemente, la distinción es fácil de establecer: en el primer caso, el cuerpo participa de la modalidad semiótica y proporciona uno de los aspectos de la “sustancia” semiótica; en el segundo caso, el cuerpo es una figura entre otras; adopta entonces la forma de las figuras del discurso, figuras de la expresión o del contenido, que resultan del proceso de semiotización y de la “puesta en forma” del cuerpo de los actores.

“Sustancia” y “forma”, la distinción sería fácil de sustentar. No obstante, en el análisis concreto, se encuentran situaciones más delicadas. Si se examinan, por ejemplo, los diversos roles del cuerpo desde una perspectiva antropológica, nos daremos cuenta de que esas dos dimensiones se encuentran estrechamente entrelazadas.

En la cultura de los Tin de Nueva Guinea12, podemos constatar que el cuerpo es ante todo una “figura” concebida de acuerdo con un principio mereológico: diversas partes (los miembros y los órganos) son asociadas para formar un todo federativo donde las partes deben conservar su identidad; pero esa figura aparece de inmediato como el homólogo de la representación del entorno natural, una configuración en archipiélago, de tal modo que las relaciones entre las partes (los órganos y los miembros) son homólogas con las relaciones entre las islas y las aguas que constituyen el territorio de ese pueblo.

Pero el cuerpo es también en este caso un principio explicativo, porque, en retorno, ofrece la mejor representación de la “fuerza de enlace” que permite que las partes del archipiélago “se mantengan unidas como un conjunto”: esa fuerza es una “tensión del alma”, denominada wādama, que debe ser permanentemente mantenida por la atención y por la autoscopia, y esa “explicación” se expresa particularmente en una concepción original de la salud y de la enfermedad: en la enfermedad, o bien los órganos recuperan su autonomía porque la fuerza de ligazón se debilita (versión ive de la enfermedad), o bien pierden su identidad porque la fuerza de ligazón es demasiado potente (versión mulobi de la enfermedad)13. Más aún, para la preparación del matrimonio, los novios hacen una mutua exploración minuciosa del cuerpo, de acuerdo con un ritual de tocamientos y de interacción que les permita verificar si la futura unión de ambos cuerpos puede llegar a perturbar el principio de enlace interno, propio de cada uno de ellos.

Queda claro en este ejemplo someramente presentado que, para esa etnia, el cuerpo es al mismo tiempo una configuración semiótica (partes, fuerza de enlace y formas de la totalidad), objeto de una lectura sensible (táctil, visual, olfativa, etcétera) en las interacciones sociales, y también el resorte mismo de la semiotización de la vida entera: en él reside, en efecto, a través de la representación propia de ese grupo humano, la significación de su entorno y del cosmos: una concepción del mundo y una forma de vida; una definición del actante competente y una malla de lectura de los acontecimientos de la vida cotidiana, indisociable todo ello de las prácticas de supervivencia y de reproducción.

Lo que quiere decir que en una semiótica del cuerpo, la forma y las transformaciones de las figuras del cuerpo proporcionan una representación discursiva de las operaciones profundas del proceso semiótico. Entre el cuerpo como “resorte” y “sustrato” de las operaciones semióticas profundas, por un lado, y las figuras discursivas del cuerpo, por otro, se abre el campo para un recorrido generativo de la significación, recorrido que no es ya formal y lógico, sino fenoménico y “encarnado”.

Por tal razón, daremos gran importancia a las figuras discursivas del cuerpo (el movimiento, las envolturas corporales, por ejemplo), pues son ellas las que dan acceso a las representaciones profundas de la semiosis en acto. Por la misma razón, nos interesaremos por las diferentes formas de los campos sensibles y perceptivos, ya que son ellas las que fundan las formas del campo enunciativo del discurso.

El camino que aquí proponemos, en tres grandes momentos, cada uno de los cuales dará lugar a una parte de este libro: I-El cuerpo del actante, II-Modos de lo sensible y sintaxis figurativa, III-Figuras del cuerpo y memorias discursivas, obedece globalmente a esta última hipótesis de trabajo: (I) Reconocer que el actante es un cuerpo, es también preguntarse por los efectos de ese cuerpo sobre la semiosis y sobre las instancias de discurso que la toman a cargo, así como por la teoría del acto y de la acción, de los que es operador; (II) examinar luego la diversidad de los modos de lo sensible es también explorar la de los campos sensibles y construir los primeros elementos de una sintaxis de la figuras corporales del discurso; (III) la hipótesis de una sintaxis figurativa basada en las figuras del cuerpo conduce finalmente a una tipología de tales figuras, que se presentan, por un lado, como formas semióticas de la polisensorialidad, y por otro, como los soportes de la memoria del discurso.

Para sacar todas las consecuencias de esta hipótesis, no basta con el espacio de este libro. Veremos, no obstante, cómo el actante va recobrando la significación de sus errores y de sus lapsus; cómo el actor se despliega en fuerza, forma y aura; cómo los contenidos de significación quedan envueltos dentro de continentes; cómo los soportes semióticos se convierten en membranas protectoras, sometidas a inscripciones; y cómo las transformaciones figurativas se someten a las interacciones que se producen entre el sustrato material, las energías y la forma de las membranas que las contienen. Veremos finalmente cómo se perfila la sintaxis del discurso como una memoria de las interacciones entre figuras, gracias a las huellas que dejan y que se pueden leer en el cuerpo en que se inscriben.

PRIMERA PARTE

EL CUERPO DEL ACTANTE

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Capítulo I

El cuerpo, el acto y los esquemas narrativos

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INTRODUCCIÓN: CUERPO Y SEMIOSIS

La propioceptividad es considerada como el término complejo de la categoría “interoceptividad/exteroceptividad”1; en efecto, en la experiencia de la significación, el cuerpo propio es la única entidad común al yo y al mundo; y en la construcción de la significación, la operación de la semiosis, por la sumisión de la exterocepción a la interocepción, gracias a la mediación del cuerpo propio, permite la puesta en relación de un plano de la expresión (de origen exteroceptivo) y de un plano del contenido (de origen interoceptivo).

No existen categorías semióticas que pertenezcan a priori a la expresión o al contenido. En efecto, el isomorfismo de los dos planos de un lenguaje es específico de cada semiosis, y la relación entre expresión y contenido se redefine con cada nueva enunciación; de ello da testimonio, por ejemplo, la posibilidad de establecer en cada discurso concreto, incluso dentro de los límites de semióticas altamente convencionales, como las de los discursos verbales escritos, nuevos sistemas semisimbólicos que redefinen y desplazan la relación entre el plano de la expresión y el plano del contenido.

En la perspectiva del discurso en acto y de la enunciación, la distinción entre exterocepción e interocepción puede ser desplazada en todo momento, y dicho desplazamiento está asegurado por la propiocepción. En otros términos, la toma de posición del cuerpo propio determina la distinción entre exterocepción e interocepción: los efectos de interioridad y de exterioridad dependen por completo de la posición que adopte el cuerpo-carne propioceptivo en el momento en que se instala como instancia enunciante. Esta concepción permite a la vez (1) evitar una reificación a priori (sobre todo psicológica) de la interioridad y de la exterioridad, al someterla a la toma de posición de la instancia enunciante, y (2) dar la iniciativa a esa instancia, a través de la posición que tome su cuerpo.

Resumiendo: Cada enunciación produce una semiosis en la medida en que procede de una toma de posición del cuerpo en el mundo, toma de posición que determina ipso facto un dominio interior y un dominio exterior: lo propio y lo no-propio. La semiosis se traduce ante todo por el establecimiento de un isomorfismo entre los dos dominios, isomorfismo garantizado por el hecho de que el cuerpo de la instancia enunciante pertenece a ambos dominios al mismo tiempo, y es él el que los convierte, respectivamente, en un plano del contenido o en un plano de la expresión. Mostraremos más adelante cómo, gracias a la captación analógica, y más precisamente gracias a un ajuste hipoicónico, el cuerpo puede ser definido como el operador de la semiosis.

DE LA FIGURA AL ICONO ACTANCIAL

El cuerpo del actante

La nueva cuestión que se plantea ahora es la del cuerpo del actante: no se trata ya de rastrear actantes en el cuerpo que se encuentra en actividad, sino de comprender cómo un cuerpo deviene actante, trátese del actante de la instancia de discurso en general, del actante de la enunciación o del actante del enunciado. Se trata también de pasar del actante concebido como una pura posición formal, calculable a partir de una clase de predicados, a un actante concebido como una posición corporal, es decir, como una carne y una forma corporal, sede primordial de los impulsos y de las resistencias que sostienen la acción transformadora de los estados de cosas.

Eso significa que el actante es el punto de intersección entre dos procesos generativos convergentes: por un lado, en cuanto posición formal calculable a partir de los argumentos típicos de una clase de predicados, y, por otro, en cuanto posición corporal definida por desembrague a partir de la instancia de discurso, sede y operador de la semiosis.

La doble identidad del actante

Partiendo de la toma de posición de la instancia enunciante, se puede concebir la definición del actante desde esos dos puntos de vista: el punto de vista formal y el punto de vista corporal con sus dos instancias: la carne y el cuerpo propio.

Distinguiremos, de un lado, la carne, es decir aquello que resiste o colabora con la acción transformadora de los estados de cosas, y que cumple también el rol de “centro de referencia”, el centro de la “toma de posición”. La carne es la instancia enunciante en cuanto principio de resistencia/impulso material, pero también en cuanto posición de referencia, conjunto material que ocupa una porción de la extensión, a partir de la cual se organiza dicha extensión. La carne es al mismo tiempo la sede del núcleo sensoriomotor de la experiencia semiótica.

Por otro lado, está el cuerpo propio, es decir, aquello que se constituye en la semiosis, lo que se construye con la reunión de los dos planos del lenguaje en el discurso en acto. El cuerpo propio es el portador de la identidad en construcción y en devenir, el cual obedece, por su parte, a un principio de fuerza directriz.

Por convención2, y sin ningún investimiento metapsicológico, consideramos que la carne es el sustrato del del actante, y que el cuerpo propio es el soporte de su *.

El correspondería, en el caso particular de un actante del habla, al “locutor en cuanto tal” (Ducrot), al individuo concreto que articula, que farfulla, que grita, etcétera; es también, por la toma de posición de la que es responsable, el centro de referencia del discurso, el punto de confluencia de las coordenadas del discurso, y de todos los cálculos de retensión y de protensión. El es pues esa parte de Ego que es a la vez referencia y pura sensibilidad, sometida a la intensidad de las presiones y de las tensiones que se ejercen en el campo de presencia.

El sería, en cambio, la fuente de las “miras”, el operador de las “captaciones”. Corresponde a la parte de Ego que se construye en y por la actividad discursiva. Pero habrá que distinguir aquí, al modo de Ricoeur, dos modos de construcción de la identidad “en ”: por un lado, una construcción por repetición, por recubrimiento continuo de las identidades transitorias, y por similitud (el Sí-idem), y por otro lado, una construcción por mantenimiento y permanencia de una misma dirección (el Sí-ipse).

El Sí-ipse es la instancia de las “miras”, que se reconoce por la constancia y por el mantenimiento de las “miras”; el Sí-idem es la instancia de las “captaciones”, y se reconoce por la similitud y por la repetición de las “captaciones”. La identidad corporal del actante se analiza, pues, del siguiente modo:

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Podemos preguntarnos ahora de qué modo puede esta tipología hacer compatibles la definición formal y la definición carnal del actante. Para ello, es preciso desplazar la distinción entre esas dos definiciones: la definición corporal será proyectada sobre la carne (del ) porque es ella la que toma posición y hace referencia; la definición formal (como argumento típico de una clase de predicados) será proyectada sobre el cuerpo propio (especialmente sobre el Sí-idem) porque es él el que se construye en la actividad de discurso, y el que, particularmente por repetición y similitud, es susceptible de constituirse como “clase de argumentos de predicados”.

La aporía, sin embargo, no queda resuelta; solo se reduce: las dos definiciones dependen de una misma definición corporal, y la definición del actante como clase de argumentos de predicados queda “desformalizada” en cierto modo y “encarnada”, ya que, remitiendo al “cuerpo propio” en construcción, aparece como una subcategoría de la definición corporal.

La aporía, empero, puede ser resuelta si se considera que las dos instancias, el y el del actante, se presuponen y se definen recíprocamente: El es esa parte de él mismo que el proyecta fuera de sí para poder construirse actuando; el proporciona al el impulso y la resistencia que le permiten ponerse en marcha hacia su devenir; el proporciona al la reflexividad que necesita para medirse a sí mismo durante el cambio. El le plantea al un problema que tiene que resolver permanentemente: el se desplaza, se deforma, resiste, y obliga al Sí a afrontar su propia alteridad, problema que el se esfuerza en resolver, sea por repetición y similitud, sea por “mira” constante y mantenida. El y el son en cierto modo inseparables, son el anverso y el reverso de una misma entidad: el cuerpo-actante.

Dinámica corporal e identidad del actante

El problema siguiente, desde el momento en que se ha reconocido que el actante es ante todo un cuerpo sometido a impulsos, presiones y tensiones, es el de la “puesta en marcha” del actante, y, luego, el de la formación de una identidad a partir de esos impulsos, presiones y tensiones que lo afectan.

En otros términos: ¿cómo pueden emerger formas e identidades actanciales a partir (1) de la materia corporal, la carne, la sustancia del y (2) de las fuerzas y de las tensiones, diversas y opuestas, que se ejercen sobre ella?

Si el actante adquiere forma e identidad en un mundo figurativo en el que toma posición para construirse, tiene que obedecer necesariamente a las reglas generales de la sintaxis figurativa, bajo la hipótesis de que esta se basa en la interacción entre la materia y la energía y da lugar a formas y a fuerzas: se supone que tanto las formas como las fuerzas, de acuerdo con esta hipótesis, nacen de ciertos equilibrios y desequilibrios típicos que tienen lugar entre materia y energía. Volveremos con más detalle sobre esta hipótesis en capítulos sucesivos. La formación de un actante a partir de un cuerpo aparece entonces como un caso particular de esa hipótesis general que funda la sintaxis figurativa en las interacciones entre materia y energía.

Merleau-Ponty propone, a propósito del gesto reflejo3, una concepción del nacimiento de las formas en las que la conjugación de las fuerzas contradictorias desempeña el primer papel; evoca principalmente la “colaboración” entre la excitación y la inhibición en los siguientes términos: la inhibición aparece en ese sentido como un caso particular de la colaboración. La integración de las excitaciones y de las inhibiciones, precisa el autor, es coordinada por la orientación del gesto, por una “imagen total” del cuerpo en movimiento. La idea de una “imagen total” es desarrollada así: “Podríamos decir de la inhibición lo mismo que hemos dicho de la coordinación: que tiene su centro en todas partes y en ninguna”4. Y Merleau-Ponty concluye: “Es esta autoorganización la que expresa la noción de forma”5. Las fuerzas de excitación y de inhibición solo dan lugar a un gesto significante, a un acto que se inscribe en el orden del mundo cuando engendran (por autoorganización, por autodistribución) una forma significante en movimiento. Merleau-Ponty describe, en suma, la emergencia de una forma actancial, un actante unimodalizado (por el poder-hacer, formulado aquí en términos de excitación y de inhibición) a partir de las fuerzas que se ejercen sobre su cuerpo y en su cuerpo.

Para explicar cómo simples excitaciones/inhibiciones conjugadas entre sí producen un acto significante y una forma autoorganizada y emergente, es necesario, no obstante, definir aún los umbrales de excitación y de inhibición, es decir, hallar un principio de resistencia y de inercia que, disminuyendo o anulando el efecto de las excitaciones y de las inhibiciones sucesivas y de intensidades diferentes, establezca los límites de una zona de equilibrio privilegiada. De ese modo se explica la individualidad del acto y su “mira” particular: por la formación de un equilibrio estable, subyacente a cada identidad.

En la misma obra, Merleau-Ponty generaliza su propuesta, y esa generalización resulta hoy de una singular actualidad. Después de recordar el anclaje material de la forma:

La noción de forma se define como la de un sistema físico, es decir, como la de un conjunto de fuerzas en estado de equilibrio o de cambio constante…6,

asocia definitivamente la fuerza y la forma:

Cada forma constituye un campo de fuerzas, caracterizado por una ley que no tiene sentido fuera de los límites de la estructura dinámica considerada. (…) Si se considera como una forma el estado de distribución equilibrada y de máxima entropía hacia el cual tienden las energías que actúan en un sistema de acuerdo con el segundo principio de la termodinámica, se puede presumir que la noción de forma estará presente allí donde se asigne a los acontecimientos naturales una dirección histórica7.

devenir orientadoorientación del gestodirección histórica