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Colección Biblioteca Universidad de Lima

© Pierre Mardaga, 1998. Liège, Belgique pour l’édition française

© De la traducción: Desiderio Blanco

© De esta edición:

Universidad de Lima

Fondo Editorial

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Diseño, edición y carátula: Fondo Editorial de la Universidad de Lima

Versión ebook 2016

Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro sin permiso expreso del Fondo Editorial.

ISBN versión electrónica: 978-9972-45-372-4

Índice

Presentación

1. Recensión

2. Definiciones

3. Confrontaciones

4. Notas y referencias bibliográficas

I
Valencia

1. Recensión

2. Definiciones

2.1 Definiciones paradigmáticas

2.2 Definiciones sintagmáticas

2.2.1 Definiciones sintagmáticas extendidas

2.2.2 Definiciones sintagmáticas restringidas

3. Confrontaciones

II
Valor

1. Recensión

2. Definiciones

2.1 Definiciones paradigmáticas

2.2 Definiciones sintagmáticas

3. Confrontaciones

III
Categoría-cuadrado semiótico

Preámbulo

1. Recensión

2. Definiciones

2.1 Definiciones paradigmáticas

2.2 Definiciones sintagmáticas

3. Confrontaciones

IV
Esquema

1. Recensión

2. Definiciones

2.1 Definiciones paradigmáticas

2.1.1 Definiciones paradigmáticas extendidas

2.1.2 Definiciones paradigmáticas restringidas

2.2 Definiciones sintagmáticas

3. Confrontaciones

V
Presencia

1. Recensión

2. Definiciones

2.1 Definiciones paradigmáticas

2.2 Definiciones sintagmáticas

2.2.1 Definiciones sintagmáticas extendidas

2.2.2 Definiciones sintagmáticas restringidas

3. Confrontaciones

VI
Devenir

1. Recensión

2. Definiciones

2.1 Definiciones paradigmáticas

2.2 Definiciones sintagmáticas

2.2.1 Definiciones sintagmáticas extendidas

2.2.2 Definiciones sintagmáticas restringidas

3. Confrontaciones

VII
Praxis enunciativa

1. Recensión

2. Definiciones

2.1 Definiciones paradigmáticas

2.1.1 Definiciones paradigmáticas extendidas

2.1.2 Definiciones paradigmáticas restringidas

2.2 Definiciones sintagmáticas

2.2.1 Definiciones sintagmáticas extendidas

2.2.2 Definiciones sintagmáticas restringidas

3. Confrontaciones

VIII
Forma de vida

1. Recensión

2. Definiciones

2.1 Definiciones paradigmáticas

2.2 Definiciones sintagmáticas

3. Confrontaciones

IX
Modalidad

1. Recensión

2. Definiciones

2.1 Definiciones paradigmáticas

2.2 Definiciones sintagmáticas

2.2.1 Definiciones sintagmáticas restringidas

2.2.2 Definiciones sintagmáticas extendidas

3. Confrontaciones

X
Fiducia

1. Recensión

2. Definiciones

2.1 Definiciones paradigmáticas

2.2 Definiciones sintagmáticas

2.2.1 Definiciones sintagmáticas de la confianza

2.2.2 Definiciones sintagmáticas de la creencia

2.2.3 Definiciones sintagmáticas canónicas de la creencia y de la confianza

3. Confrontaciones

XI
Emoción

1. Recensión

2. Definiciones

2.1 Definiciones paradigmáticas

2.2 Definiciones sintagmáticas

2.2.1 Definiciones sintagmáticas extendidas

2.2.2 Definiciones sintagmáticas restringidas

3. Confrontaciones

XII
Pasión

1. Recensión

2. Definiciones

2.1 Definiciones paradigmáticas

2.1.1 Definiciones paradigmáticas extendidas

2.1.2 Definiciones paradigmáticas restringidas

2.2 Definiciones sintagmáticas

2.2.1 Definiciones sintagmáticas extendidas

2.2.2 Definiciones sintagmáticas restringidas

3. Confrontaciones

ANEXOS

I. Dirección

1. Recensión

2. Definiciones

2.1 Definiciones paradigmáticas

2.2 Definiciones sintagmáticas

2.2.1 Definiciones sintagmáticas extendidas

2.2.2 Definiciones sintagmáticas restringidas

3. Ubicación

3.1 Ubicación en el recorrido generativo

3.2 Ubicación en la estratificación

4. Conexiones

4.1 Conexiones de primer rango

4.2 Conexiones de segundo rango

5. Confrontaciones

6. Problematización

II. Aspecto

1. Recensión

2. Definiciones

2.1 Definiciones paradigmáticas

2.2 Definiciones sintagmáticas

2.2.1 Definiciones sintagmáticas extendidas

2.2.2 Definiciones sintagmáticas restringidas

3. Ubicación

3.1 Ubicación en el recorrido generativo

3.2 Ubicación en la estratificación

4. Conexiones

4.1 Conexiones de primer rango

4.2 Conexiones de segundo rango

5. Confrontaciones

6. Problematización

Bibliografía

Índice de nociones

Presentación

El presente libro pretende plantear cierto número de propuestas teóricas y metodológicas que atañen, de cerca o de lejos, a la semiótica tensiva, a la semiótica de las pasiones y a la semiótica de lo continuo. Supone, por tanto, algunos puntos de partida que definirán un punto de vista: punto de vista de la complejidad, de la tensividad, de la afectividad, de la percepción.

Con ello no se pretende sustituir a la semiótica clásica, de la que procede, y cuyos “estandartes” son el cuadrado semiótico y el esquema narrativo canónico, aunque debatiremos larga y frecuentemente en torno a uno y otro. Lo que tratamos es de situarla, situándonos nosotros mismos al mismo tiempo: ubicarla como una de las semióticas posibles en el seno de una semiótica general, aún por construir.

Señalar un punto de partida permite protegerse de la ilusión que consiste en querer escribir la historia de una disciplina participando en ella desde el interior, y en decretar, por ejemplo, que tal paradigma anterior es obsoleto, y que el porvenir está a favor de los que uno propone. Señalar un punto de partida es, en suma, reivindicar la pertinencia validable o falsable del punto de vista adoptado, así como la coherencia del método que de él se desprende. Y cuando ese punto de vista y esa coherencia incluyen la posibilidad de ponerlos en perspectiva, al lado de otros puntos de vista y de otras coherencias posibles, de lo que se trata es de “otra manera de hacer semiótica” y no de otro “paradigma”.

La pertinencia de un punto de vista teórico se mide, entre otras cosas, por su capacidad de generar categorías simples y generalizables, y, al mismo tiempo, procedimientos reproducibles y operativos. Por lo que se refiere a las categorías, hay que anotar particularmente el rol que aquí se atribuye a la intensidad y a la extensidad, por una parte, y a los modos de existencia (o modalidades existenciales), por otra parte; el conjunto estructura, de hecho, el campo discursivo; unas —la intensidad y la extensidad— en nombre de la presencia sentida y percibida; los otros —los modos de existencia— en nombre de los grados de presencia. Por lo que se refiere a los procedimientos, pondremos de relieve, entre otros, el principio de las correlaciones conversas o inversas entre gradientes, la distinción entre predicación implicativa y predicación concesiva, o incluso la sintaxis existencial. La perspectiva dominante que caracteriza nuestro punto de vista es, pues, la de la semiótica discursiva.

Si el valor heurístico de un punto de vista teórico está en función de la variedad de los discursos de los que puede dar cuenta y de los campos de investigación que abre, entonces podemos alegar aquí la diversidad de dominios abordados: desde el discurso poético hasta el discurso científico, desde el discurso mítico hasta el discurso político, desde la lingüística francesa hasta la lingüística comparada, desde la antropología hasta la retórica, abriéndose con amplitud, la reflexión semiótica reanuda sus relaciones con sus orígenes transdisciplinarios.

Concebido en un comienzo como diccionario, este libro se fue transformando poco a poco en una suerte de tratado en el que se expone sistemáticamente una posición teórica: el número de entradas se redujo considerablemente, el volumen de cada entrada creció, las entradas se convirtieron en capítulos, el orden alfabético fue desechado por ser demasiado facilista, y finalmente se impuso una progresión temática. Sin embargo, el producto final guarda alguna traza del proyecto original: todos los capítulos, construidos sobre el mismo modelo, recogen de la “entrada” de diccionario su armadura canónica: definiciones, correlaciones, sinónimos y antónimos, y ejemplos. Vamos a comentar rápidamente esa arquitectura, concebida como un “modo de empleo” de los 12 conceptos considerados.

1. Recensión

En ese rubro evocamos, sin más, a aquellos que han tratado tal o cual concepto. Esa mención es forzosamente superficial, ya que el tratamiento diacrónico de una configuración significante supone una semiótica general que posee ya la tipología de los conceptos posibles. Nos contentaremos con “acoger” de los discursos anteriores que las han tratado, con sus propias preocupaciones, las nociones que nosotros abordamos.

Es por lo demás bien conocido que la mayor parte de las potencialidades de los discursos anteriores son filtradas por la teoría que las acoge, en el estado en que se encuentra al momento en que las explota: esa es una de las leyes de la intertextualidad. Por poco que la teoría de acogida haya evolucionado, parece prudente en estos momentos reexaminar las “fuentes”, al menos para abrir un campo a sus potencialidades adormecidas.

2. Definiciones

La definición es un enunciado problemático. En efecto, la definición es un género que subsume varias especies: definición distintiva de Aristóteles a Littré; definición constructiva de los matemáticos; definición analítica de Hjelmslev. Este último añade aún una distinción, más bien oscura, entre definiciones “formales” y definiciones “operacionales”, que Greimas y Courtés (Sémiotique 1, p. 86) reproducen sin añadir nada nuevo.

El criterio de pertinencia no basta para decidir sobre la justeza de una definición. Una definición pertenece, quiérase o no, a un conjunto de definiciones que está controlado por una exigencia fuerte: la homogeneidad. Eso supone la presencia de una invariante definicional, manifiesta o catalizada, con frecuencia inmanente. Pero para la semiótica, ese abandono esperanzado a la inmanencia parece ahora ilusorio: la semiótica de los años noventa no es del todo la misma ni tampoco distinta cuando se la compara con la de los años setenta. Esta última sería más bien binarista, logicista, acrónica, y apenas otorgaba lugar a lo sensible; la primera pretende ser ante todo una semiótica de las pasiones, de la intensidad, de la presencia, y antepone la dependencia y la complejidad a las diferencias binarias.

Distinguiremos aquí dos tipos de definiciones; definiciones paradigmáticas y definiciones sintagmáticas. Además, debemos hacer distinción entre definiciones que se aplican al discurso total (definiciones sintagmáticas extendidas) y definiciones que conciernen solamente a uno o varios segmentos (definiciones sintagmáticas restringidas).

Afrontaremos inevitablemente la complejidad de las relaciones entre el eje paradigmático y el eje sintagmático. La tradición lingüística, especialmente la de Jakobson, ha querido ver ahí relaciones puras y exclusivas: disjuntivas y distintivas, en el paradigma; conjuntivas y asociativas, en el sintagma. A pesar de que esa distribución exclusiva ha producido un enojoso corte entre morfología, semántica y sintaxis, la toma de partido por la complejidad la vuelve a cuestionar de alguna manera: la dependencia se coloca en el principio mismo de la diferencia paradigmática, y la diferencia de los modos de existencia sigue operando en la profundidad de la sintaxis del discurso, de tal suerte que las tensiones sintácticas, cuyos efectos sensibles son indudablemente de orden sintagmático, se originan en la concurrencia de figuras de un mismo paradigma. Tal complejidad es, de hecho, una manifestación de la tensividad.

3. Confrontaciones

Cada concepto establece relaciones más o menos conflictivas, de vecindad, de proximidad, y hasta de analogía, a distancia, con otras relaciones, e invita a plantear confrontaciones, y en algunos casos, a problematizarlas íntegramente.

Una magnitud semántica solo se define correctamente cuando se toma en cuenta toda la red de dichas asociaciones y oposiciones. La magnitud examinada, ¿es coextensiva al discurso o solamente a una porción del discurso? ¿En qué otras magnitudes se prolonga? ¿Con qué otras magnitudes puede asociarse o a cuáles puede oponerse estructuralmente?

La confrontación abre en cierto modo el campo de los “posibles” discursivos y preserva el porvenir: el discurso, en efecto, no se contenta con acoger los “productos acabados” del recorrido generativo. Se sabe que, paralelamente al principio de la conversión, la tradición semiótica admitía, desde los años setenta, que las magnitudes más abstractas podían ser directamente manifestadas en discurso… ¡Como si la enunciación del discurso fuera, en gran parte, independiente de su generación! Por lo demás, aparecen otros modos de asociación y de rearticulación de las magnitudes semióticas, que serán examinados aquí: las formas de vida, por ejemplo; y, lo que tal vez parezca más sorprendente, las pasiones y las emociones. La semiótica del discurso tiene que ver con “conglomerados”, con “dispositivos” que asocian magnitudes heterogéneas, y cuya coherencia no es proporcionada por el recorrido generativo. La praxis enunciativa que esta semiótica se esfuerza en aprehender tiene más que ver con el bricolaje (cf. Floch, Jean-Marie. Identités visuelles, que toma la noción de Lévi-Strauss para aplicarla a la enunciación) que con un algoritmo de engendramiento universal.

Por otro lado, ¿es la semiótica lo suficientemente aguerrida como para enfrentar la confrontación con otras empresas hermenéuticas? Únicamente la confrontación misma podrá dar la respuesta. En primer lugar, se trata de clarificar, en la medida de lo posible, las relaciones entre la semiótica y el campo de las ciencias humanas y sociales, relaciones que con frecuencia han sido tratadas en términos de “reformulación” y de “integración”, cuando no de exclusión. A modo de ejemplo, podemos alegar las relaciones, continuas aunque desiguales, entre la semiótica y la fenomenología, particularmente la obra de Merleau-Ponty, relaciones puestas ya de manifiesto en el artículo de Greimas titulado “El saussurismo hoy” (1956).

¿Cómo conducir pacíficamente esas confrontaciones? Lo más simple sería admitir que los conceptos directores de la semiótica están lejos de presentar el mismo grado de elaboración, y, a partir de esa constatación, habría que preguntarse si tales conceptos, apenas esbozados, no podrían ser fortalecidos, enriquecidos, profundizados por aproximaciones efectuadas con pleno conocimiento de causa.

Por principio, y de acuerdo con su mismo proyecto científico, la semiótica está destinada a tales confrontaciones, con las que no tiene nada que perder y sí mucho que ganar, tanto en cuanto metalenguaje como en cuanto lenguaje-objeto. En cuanto metalenguaje, y en una perspectiva optimista, corresponde al recorrido generativo de la significación, así como a la estratificación en plano de la expresión y en plano del contenido, aportar las pruebas de que constituyen realmente lugares de acogida y de comprensión, y no de exclusión. En lo que se refiere a su propio lenguaje-objeto, la semiótica está invitada a reconocer la existencia de estilos y de regímenes, y no solamente de categorías y de procesos universales; “estilos” cuando se trata del sistema, “regímenes” cuando se trata del proceso.

Si hace eso, la semiótica volverá a encontrarse con las preocupaciones de la lingüística general. Si el objeto de hecho de la lingüística es el conocimiento de una lengua concreta, su objeto de derecho es el conocimiento de esa lengua en el seno de un grupo dado de lenguas y en el horizonte de la facultad de lenguaje.

4. Notas y referencias bibliográficas

Los principios enunciados más arriba (a propósito de la recensión y de las confrontaciones, particularmente) no podrían aplicarse sin un sistema de referencias bibliográficas: no se trata solamente de seguir uno de los ritos del discurso universitario, que, al fin y al cabo, es un género igual que otros, sino de poner claramente de manifiesto la inmersión de nuestras propuestas en la red de las adquisiciones anteriores, tanto las más próximas como las más aparentemente alejadas.

Jacques Fontanille y Claude Zilberberg

I

Valencia

1. RECENSIÓN

Para el diccionario Littré, la valencia no era más que el nombre de una especie de naranja que provenía de Valencia (España).

Según el Robert, hay que esperar hasta 1875 para ver aparecer en el vocabulario de la química la acepción actual: el término “valencia” designa el número de enlaces químicos que un átomo o un ion puede establecer con otros átomos o iones. El término ha sido adoptado en psicología para caracterizar el “poder de atracción” de un objeto. El rasgo constante “poder de atracción” conserva una parte del sentido etimológico del bajo latín valentia (= vigor, buena salud). Lucien Tesnière lo introduce finalmente en la lingüística para designar el número de plazas actanciales ligadas a cada predicado en la estructura de base de la frase1.

Globalmente, la valencia caracterizaría simultáneamente el lazo tensivo y el número de lazos que unen un núcleo y sus periféricos, definidos estos últimos por la atracción que ejerce sobre ellos el núcleo y por el “poder de atracción” de este, poder que se reconoce por el número de periféricos que es capaz de mantener al mismo tiempo bajo su dependencia. La cantidad estaría en ese caso bajo el control de la intensidad de manera recíproca, y las dos, en conjunto, caracterizarían las relaciones de dependencia, produciendo globalmente efectos de cohesión.

Desde otro punto de vista, la emergencia de un prototipo en una categoría semántica, a partir de la red de dependencias que unen las ocurrencias sensibles que la constituyen, dependería también de la valencia objetal, en la medida en que el prototipo sanciona una cierta forma de cohesión sensible, a partir de la cual se van a trazar los límites y, luego, las oposiciones constitutivas de la categoría.

Si el término valencia no figura ni en Semiótica 1 ni en Semiótica 2*, queda no obstante consagrado en Semiótica de las pasiones** donde aparece con ocasión de la reflexión que trata a la vez de “el valor del valor” y de la rearticulación de las axiologías que intervienen entre el nivel presuponiente y el nivel presupuesto. El término “valencia” ha sido introducido en semiótica para dar consistencia a una constatación repetidas veces verificada en el análisis de los discursos concretos: el valor de los objetos depende tanto de la intensidad, de la cantidad, del aspecto o del tempo de la circulación de dichos objetos, como de los contenidos semánticos y axiológicos que los constituyen en “objetos de valor”. Morfología de los objetos, por un lado; modulaciones de los procesos que los ponen en circulación, por otro: se trata, de hecho, de proporcionar un correlato al valor propiamente dicho y de controlar la distinción entre los investimientos semánticos dirigidos a los objetos de valor, de una parte, y las condiciones tensivas y figurales que sobredeterminan y controlan los primeros, de la otra. Lo cual significaría que ni el concepto de valencia ni el concepto de valor bastarían por sí mismos: pues sólo acceden al sentido como partes que participan de una semiosis inmanente en el seno de la cual la valencia sería la manifestada y el valor la manifestante.

2. DEFINICIONES

El tratamiento de esta noción impone algunas precauciones particulares en la medida en que la introducción del concepto de “valencia” debería conducir a una revisión de la noción de paradigma, por el hecho de que el paradigma es una estructura que acoge los valores, en el sentido saussuriano. Para nosotros, la valencia contribuye en una medida que queda por establecer, a la significación del paradigma mismo: cada paradigma presupone, en efecto, valencias. Añadamos que el tratamiento de la valencia exige que la versión “danesa” del estructuralismo tome en nuestra mente la delantera con relación a la versión “de Praga”, puesto que el estructuralismo “danés” interviene definitivamente antes de las nociones mejor aceptadas, asumiendo el riesgo de explicitar sus presupuestos constitutivos.

2.1 Definiciones paradigmáticas

Numerosos son los elementos que indican que la noción de paradigma, en la que tanto la lingüística como la semiótica se siguen apoyando, presenta el defecto, por el que se llega a una auténtica obstrucción epistemológica, de colocar la relación paradigmática como el punto de partida de la organización de una categoría, siendo así que no es más que el resultado.

Con excepción de la obra de V. Brøndal, sobre la que volveremos más adelante, la mayor parte de las teorías se contentan con una solución de continuidad entre paradigma y definición. ¿De qué se trata, en efecto? Una magnitud semiótica se presenta como una “pasarela” entre dos niveles de articulación: dicha magnitud está comprendida en un paradigma, más o menos numeroso, más o menos estabilizado, y por otro lado, comprende su definición, es decir, según la enseñanza de los Prolegómenos2, su división, sus articulaciones internas.

El signo, necesariamente, hace que se comunique el paradigma al que pertenece con su propia definición: el problema reside en la manera como asegura esa comunicación.

La captación paradigmática de la valencia tiene por objeto restablecer o precisar el lazo que existe entre la definición y el paradigma. En otros términos, se trata de intentar comprender cómo es que, premunida de su definición, una magnitud semiótica, intrínsecamente compleja, puede insertarse en un inventario reglado de oposiciones. Todas las definiciones son “verdaderas”, en la medida en que se apoyan en una división, y “falsas”, ya que los objetos más corrientes conocen fluctuaciones definicionales sorprendentes. Y es así como para el Littré, el perro es un “cuadrúpedo doméstico, el más apegado al hombre, que guarda su casa y sus rebaños y le ayuda en las labores de caza”, mientras que para el Micro-Robert, es un “mamífero doméstico del que existen numerosas razas domesticadas para cumplir determinadas funciones cerca del hombre”.

Lo menos que se puede decir es que el “retrato” del informador, el perro, es correlativo a la posición y a los intereses del observador, el redactor del artículo del diccionario. Todas las definiciones practican una división, instalan una desigualdad y un conflicto entre dos direcciones; cada una de esas direcciones produce por sí misma un efecto de perspectiva. En el caso del perro, ese conflicto pone en presencia:

De una parte, una elección clasemática entre “cuadrúpedo” y “mamífero”, que no puede ser considerada como una oposición, puesto que uno engloba al otro, sino más bien como una variación en la profundidad jerárquica del género y de las especies: “cuadrúpedo” acerca, puesto que ese clasema toma en cuenta la apariencia visible del perro, mientras que “mamífero” aleja, ya que el hombre y la ballena son también mamíferos. Según la profundidad clasemática, “cuadrúpedo” tendría una débil profundidad y “mamífero”, una profundidad más importante.

De otra parte un gradiente tímico según el cual la afectividad investida sería fuerte (tónica) cuando las funciones domésticas se ponen en primer plano, y débil (átona) cuando se relegan a un segundo plano.

La correlación en la que se apoyan las dos definiciones que hemos escogido, asocia el clasema próximo “cuadrúpedo” a un efecto tímico fuerte, y el clasema alejado (“mamífero”) a un efecto tímico débil. El Littré da testimonio de la primera correlación, el Micro-Robert, de la segunda. Pero las dos definiciones dependen del mismo sistema de valencias, aunque les atribuyen diferente ponderación. Esas valencias podrían ser caracterizadas como una correlación entre los gradientes respectivos de la profundidad clasemática y de la tonicidad tímica.

Se imponen desde ahora algunas precisiones teóricas y terminológicas. Tratamos de articular aquí una semántica de lo continuo, que pueda desembocar en una semiótica de lo continuo, y que sea susceptible de responder por la aparición de lo discontinuo*. En el plano de la expresión, las magnitudes continuas corresponden a lo que Hjelmslev llama los exponentes (acentos y entonación), que pertenecen al orden de la intensidad y de la cantidad, en la medida en que el acento y la entonación pueden afectar tanto la altura y la longitud de los fenómenos (su cantidad o su extensión) como la energía articulatoria (su intensidad).

En nombre del isomorfismo entre la expresión y el contenido, creemos que tenemos que ver, en el caso de las valencias, con gradientes de intensidad (por ejemplo, el gradiente de intensidad afectiva) y con gradientes de extensidad (por ejemplo, el gradiente de la “funcionalidad”, el de los roles domésticos del perro, o el de la jerarquía de los géneros y las especies). La intensidad y la extensidad son los funtivos de una función que podríamos identificar como la tonicidad (tónico/átono): la intensidad, en virtud de la “energía” que hace que la percepción sea más o menos viva; la extensidad, gracias a las “morfologías cuantitativas” del mundo sensible, que guían o limitan el flujo de atención del sujeto de la percepción.

En el espacio tensivo que constituye su dominio de elección, esos gradientes son puestos en perspectiva por la mira y por la captación de un sujeto perceptivo. Dicha orientación de los gradientes en relación con un centro deíctico y con un observador, los convierte en profundidades semánticas. Se trata, claro está, de profundidades que articulan un espacio mental más o menos abstracto, el espacio epistemológico de la categorización, isomorfo con el de la percepción y directamente derivado de él: la profundidad semántica obedece, en efecto, a la misma definición que la profundidad figurativa; solo cambia el grado de abstracción.

Cuando dos profundidades se recortan para engendrar un valor, las llamaremos valencias en la medida en que su asociación, y la tensión que emana de ellas, se convierte en la condición de emergencia del valor. El término gradiente designa el modo continuo de las magnitudes consideradas. El término profundidad indica la orientación en la perspectiva de un observador (que “pone en la mira” o que “capta”).

El término valencia designa una profundidad correlacionada con otra profundidad. Cuando hablamos de la valencia clasemática “mamífero”, hablamos de (i) su pertenencia a una profundidad clasemática, por una parte, y (ii) del hecho de que esa profundidad está correlacionada con otra profundidad, aquella de lo tímico.

Globalmente, las valencias adquieren su definición por su participación en una correlación de gradientes, orientados en función de su tonicidad sensible/perceptible. Es decir, que un observador sensible está instalado en el corazón mismo de la categorización, como lugar de las correlaciones entre gradientes semánticos.

En otros términos, la “caja negra” de la semiótica de las pasiones, a saber, el cuerpo propio del sujeto sintiente, encuentra aquí una definición oblicua inesperada: el cuerpo propio es el lugar en el que se crean y se sienten al mismo tiempo las correlaciones entre valencias perceptivas (intensidad/extensidad).

La correlación que sustenta la definición de perro puede ser presentada en forma de diagrama:

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Y en forma de red:

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Donde el “perro” del Littré ocupa las casillas afectuoso + cuadrúpedo, mientras que el “perro” del Robert ocupa las casillas mamífero + funcional

El análisis de un valor requiere, por consiguiente, (i) dos gradientes al menos, que, en la medida en que están orientados, funcionan como “profundidades” para el sujeto de enunciación, y (ii) una variación en cada una de esas “profundidades”, que se puede identificar con una variación de intensidad o de extensidad, o mejor, para mantener el isomorfismo entre la expresión y el contenido, con una variación de tonicidad. Cada gradiente incluirá una zona fuerte, o tónica, y una zona débil, o átona. En la medida en que las valencias son graduales y pertenecen al orden de la tonicidad, su correlación es, por definición, tensiva.

Este análisis sumario del valor del objeto muestra cómo se podría enfrentar la tarea de medir las variaciones graduales. El valor constituye la función que asocia las dos valencias, y esas dos valencias (esos gradientes orientados y correlacionados) son los funtivos del valor. La valencia es susceptible de dos análisis: de un lado, es una orientación gradual en un conjunto de magnitudes tónicas o átonas; de otro, la valencia varía bajo el control de otra valencia, en relación con la cual es percibida como asociada o dependiente.

La noción de valencia aporta un correctivo apreciable a la concepción semiótica del valor en la medida en que esta tiene que responder hoy en día a las cuestiones que plantea la semántica del prototipo: en la constitución de una categoría, ¿qué papel juegan lo gradual y lo discreto? ¿Cómo se combinan, en la definición de cada unidad, los rasgos distintivos isótopos y los rasgos de posición jerárquica (hiponimia e hiperonimia)? ¿De qué manera intervienen la diferencia y la dependencia? ¿Cuál es, finalmente, el rol del observador al poner en perspectiva esos rasgos?

Nuestra aproximación es aún muy sumaria para poder ofrecer respuestas satisfactorias a todas esas preguntas. Pero este primer esbozo muestra bien a las claras que antes del cuadrado semiótico, es decir, antes de la categoría estabilizada y discretizada, las valencias y sus correlaciones diseñan el espacio teórico en el que deberían adquirir forma las respuestas esperadas:

La cuestión de la frontera de las categorías es reformulada aquí en términos de extensidad, pues los gradientes de la extensión son susceptibles de aceptar umbrales, determinados con mayor o menor fuerza.

La cuestión de la posición jerárquica del prototipo de una categoría corresponde aquí a la profundidad denominada “clasemática”.

La relación entre los rasgos distintivos, la posición jerárquica y las propiedades que varían en continuidad, es tratada como una función hjelmsleviana: los rasgos distintivos del valor corresponden a la función, y las variaciones extensivas e intensivas de la tonicidad corresponden a los funtivos (las valencias).

La inscripción del sujeto observador en la organización de la categoría y en la selección de su prototipo, es considerada de pronto como el resultado de las propiedades perceptivas de las valencias (propiedades intensivas y extensivas), puesto que su orientación en “profundidad” es para nosotros el efecto de un sujeto perceptivo que les impone su deixis.

Desde otro punto de vista, al examinar la manera cómo los valores adquieren forma y circulan en los discursos, y también en las macrosemióticas que constituyen las culturas, se da uno cuenta de que la polarización axiológica de las categorías semánticas no es la única propiedad requerida. Además, el carácter atractivo o repulsivo de los objetos y de las funciones no depende únicamente del contenido semántico que está investido en ellos: los universos axiológicos tienen que obedecer previamente a ciertas condiciones de extensidad y de intensidad, de tal suerte que la conjugación de las valencias intensivas y extensivas logren modular el flujo de los intercambios y especialmente su tempo.

Se trata ahora de precisar el lazo existente entre “definición” y “paradigma”.

Reduciendo por comodidad el paradigma a un par de términos, examinaremos la definición de “gato” propuesta por el Micro-Robert: “Pequeño mamífero familiar, de piel suave, de ojos oblongos y brillantes, de orejas triangulares, que araña”.

Dejemos de lado la indicación pequeño, que afecta aquí a la profundidad clasemática, para centrarnos en el gradiente tímico, que se proyecta en profundidad propiamente afectiva y en profundidad funcional, y hasta utilitaria: el “perro” no es más que “doméstico” y los servicios que presta son numerosos y variados, mientras que el “gato” asciende de “doméstico” a “familiar”, pero no “sirve” para nada (para el Furetière, el “gato” conserva una valencia funcional como la de “cazar ratones”).

Las correlaciones se pueden observar en el siguiente diagrama:

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La valencia fuerte del “gato” en el eje de la profundidad afectiva está controlada por la percepción visual y táctil. Habría que mencionar también, para ser exhaustivos, una dimensión estética y una dimensión fiduciaria, contenida en la oración relativa que araña, correlacionada sin duda con la precedente, que dan a entender que cuanto más atractivo, seductor es el gato, más hay que desconfiar de él.

La existencia de un lazo paradigmático entre dos magnitudes de la lengua presupone que ambas participan de las mismas valencias. El paradigma declina, a través de los valores que acoge, las valencias subyacentes que la definición asocia, de suerte que, entre las unidades constitutivas de un paradigma, encontramos las correlaciones que definen cada unidad, considerada aisladamente en su definición: por ejemplo, si la correlación entre la valencia “tímica” y la valencia “funcional” es pertinente para las definiciones respectivas de “gato” y de “perro”, debe serlo igualmente para la construcción del paradigma al que ambos pertenecen, y debe hallarse en la base misma de la oposición distintiva que los articula en paradigma.

En relación con el análisis sémico tradicional, dos diferencias saltan a la vista: (i) el valor pone en marcha dos valencias ligadas entre sí por una función, de suerte que las valencias, por definición, corren siempre “en pares”; en su propio nivel de pertinencias, lo que hace sentido es su correlación; una valencia no podría surgir sin la aparición de su contravalencia, pues la tensión entre las valencias es, de hecho, constitutiva de los metatérminos de la estructura elemental; (ii) en segundo lugar, los rasgos sémicos, por depender de la interacción tensiva de las valencias, no son solamente rasgos de contenido enumerables, sino valencias ligadas.

Esta última propiedad concierne directamente a la estructura de los sememas y de las configuraciones semánticas: la semiótica entera está construida, en cierta manera, sobre la idea de que el semema no puede ser un simple conglomerado (aditivo, acumulativo) de rasgos distintivos. El recorrido generativo, que se basa en una distribución jerárquica, es una de las respuestas posibles a esa dificultad. Pero desde un punto de vista inmediatamente operativo, cuando el análisis concreto ha destacado por conmutación y segmentación cierto número de semas, su distribución en los diferentes niveles del recorrido, en función de su grado de abstracción o de su densidad figurativa, el recorrido generativo no constituye una respuesta satisfactoria a la cuestión de los lazos de dependencia específica que producen tal efecto de sentido particular en discurso, tal semema actualizado (como sucede en nuestro caso con la dependencia inversa entre la funcionalidad doméstica del “perro” y del “gato” y la afectividad investida en cada uno de ellos). La teoría de las valencias, en cambio, podría precisar la naturaleza de esos lazos gracias a las correlaciones de gradientes que propone, e incluso podría permitir preverlos en base a las dimensiones generales de la intensidad y de la extensidad.

2.2 Definiciones sintagmáticas

2.2.1 Definiciones sintagmáticas extendidas

Al tratar de las definiciones paradigmáticas, hemos hecho mención de una “función”, sin mayores precisiones. Para tratar de la sintagmatización de las valencias, es indispensable oponer ahora la “función” a sí misma. A falta de precedente sugestivo, tomaremos como guía la distinción más simple posible, a saber, la tensión entre la conjunción, la relación “y…y”, y la disjunción, la relación “o…o”.

En el primer caso, el de la conjunción, las valencias varían en el mismo sentido, es decir, que menos reclama siempre menos; más reclama siempre más. Se trata entonces de una correlación conversa. En el segundo caso, el de la disjunción, las valencias varían en razón inversa la una de la otra; la textualización culmina en los tipos de enunciados siguientes: más reclama menos, menos reclama más. En ese caso, la correlación es inversa. Ambas correlaciones pueden representarse así:

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NB. La forma de arco es potencialmente explotable, pero apenas sería pertinente para nuestro propósito: si hubiera que definir un “lugar geométrico” de cada correlación, sería más bien de tipo estadístico, y ocuparía zonas de densidad variables, teniendo como eje de simetría el trazado de los arcos.

La coexistencia de esos dos regímenes funcionales deslinda un espacio de acogida plausible para los dos grandes principios puestos a la luz por la antropología, a saber, el principio de exclusión, que tiene como operador la disjunción, y el principio de participación, cuyo operador es la conjunción. Después de convocar la presuposición recíproca, ¿conviene colocar esos dos regímenes funcionales en el mismo rango? De hecho, da la impresión de que los microuniversos discursivos conjugan esos dos principios, y se contentan con mantener una suerte de modus vivendi. Este asunto exige una breve explicación: en sí misma, la valencia pertenece aún a la sustancia; solo accede a la forma si se convierte en un reto para los dos grandes principios de la exclusión y de la participación. Como ilustración sumaria, examinemos la relación que existe entre ciertas prácticas y la pertenencia sexual de los que las ejercen: el bricolage está reservado a los hombres, de tal suerte que si lo practica una mujer, produce como efecto “virilizarla”. El caso de la cocina es diferente: es una práctica predominantemente femenina, pero se abre también a los hombres, hasta tal punto que la “gran cocina” pasa por ser un asunto de hombres. No obstante, las mujeres que han superado la prueba son admitidas en dicha práctica a título de excepción. Examinando las cosas un poco más de cerca, es fácil darse cuenta de que la “peyoración” y el “mejoramiento” sirven de términos medios entre los dos principios señalados y el juego propio de las valencias. El recurso a la “peyoración” y al “mejoramiento” permite excluir a los participantes y hacer participar a los excluidos, respectivamente. De ese modo, la cocina ordinaria muestra una tendencia a abrirse y a permitir, por mejoramiento, la inclusión de nuevos participantes masculinos (a muchos hombres les gusta cocinar en casa los fines de semana). De modo inverso, en el caso de la “gran cocina”, que excluye en principio a las mujeres, tal exclusión empieza a resquebrajarse por el desempeño exitoso de algunas mujeres que han incursionado en esa práctica. Basta con introducir las categorías vida/muerte, naturaleza/cultura, centrales en antropología, para entrever la motivación del mito en la aproximación de Lévi-Strauss, que consiste en moderar los excesos, correlacionados sin duda, de la participación y de la exclusión. Volveremos sobre este asunto en el estudio consagrado a los valores.

En segundo lugar, esos dos principios ofrecen dos imágenes opuestas de la noción de límite: en cuanto al principio de participación, que funciona por correlación conversa, cada gradiente puede modificar, al parecer indefinidamente, el límite del otro, generando, así, siempre más de más y siempre menos de menos; en cuanto al principio de exclusión, que opera por correlación inversa, el límite ya no está situado en los confines, sino en el equilibrio de las valencias concurrentes. Los ejemplos del “perro” y del “gato” son particularmente ilustrativos a ese respecto, en la medida en que las fronteras de las categorías son las afectadas. En la definición del “perro”, considerada aisladamente, la cantidad de servicios rendidos es proporcional a la carga afectiva invertida, de suerte que esa correlación conversa no puede proporcionar una indicación determinante sobre los límites de la categoría, salvo en el caso de valencias nulas: un “perro” que no sirve para nada, un perro salvaje por ejemplo, ¿puede ser amado, puede incluso ser considerado como “perro”? ¿No se acerca más al lobo? Pero desde el momento en que se consideran en conjunto las valencias correlacionadas de las definiciones respectivas del “perro” y del “gato”, el límite es claro: un “perro” que no sirve para nada y que es excesivamente familiar (un “perro faldero”, por ejemplo), comienza a parecerse al “gato”. La diferencia entre categorías con frontera difusa y categorías con frontera nítida podría acortarse gracias a la distinción entre correlación conversa (régimen participativo) y correlación inversa (régimen exclusivo).

2.2.2 Definiciones sintagmáticas restringidas

Los dos regímenes de valencia que acabamos de examinar, el “principio de exclusión” y el “principio de participación”, se realizan localmente en la cadena, convocando los valores dos a dos, y cada uno presenta sus propias particularidades sintagmáticas. El régimen de exclusión tiene por operador la selección (tri), y culmina, si el proceso llega a su término, con la confrontación contensiva de lo exclusivo y de lo excluido, y en las culturas y en las semióticas que están gobernadas por ese régimen termina en la confrontación de lo “puro” y de lo “impuro”. El régimen de participación tiene como operador la mezcla, y culmina con la confrontación detensiva entre lo igual y lo desigual: en el caso de la igualdad, las magnitudes semánticas son intercambiables, mientras que en el caso de la desigualdad, las magnitudes se oponen como lo “superior” a lo “inferior”.

La rearticulación de las valencias en valores, en el espacio semionarrativo, supone que las dependencias/independencias sean convertidas en diferencias (contrariedad, contradicción, complementariedad) a partir de las rupturas observadas en la red de las dependencias, de suerte que los umbrales o límites proyectados sobre las valencias se conviertan en las fronteras de una categoría estabilizada y discretizable. De igual modo, el sujeto sensible, convertido en sujeto semionarrativo, ve que su universo se divide axiológicamente gracias a la polarización en euforia/disforia, mientras que, en el espacio tensivo, la foria no polarizada caracterizaba las reacciones de su cuerpo propio por las tensiones en las que se encontraba inmerso. De esa manera surge el valor en sentido semiótico: el valor como diferencia que organiza cognitivamente el mundo que se tiene en la mira y el valor como apuesta axiológica que polariza la mira misma.

Cada uno de esos campos semióticos posee su índice tensivo, su coherencia propia: el programa de base es discontinuo en una semiótica de la selección (tri) y tiende a restringir la circulación de los bienes. Es, en cambio, continuo en una semiótica de la mezcla (mélange) y favorece el “comercio” de los valores. En las semióticas de selección, la circulación de los valores es débil, a veces nula, y de todas maneras “ralentizada” por la solución de continuidad planteada entre lo exclusivo y lo excluido. En las semióticas de mezcla, el tempo de la circulación es más rápido en una cultura en la que la valencia es difusa que en aquella en la que la valencia tiende a concentrarse en un número restringido de magnitudes.

Sabemos que, en el dominio económico, el valor de cambio de los bienes, como el de la moneda, depende de la rapidez (inflación) o de la lentitud (deflación) con la que los bienes son intercambiados. De igual modo, Lévi-Strauss ha mostrado con toda claridad que, en las sociedades primitivas, los intercambios matrimoniales estaban sometidos a una exigencia que se presentaba globalmente como una “ralentización”, o como un “alejamiento”, pudiéndose considerar el segundo como una variante de la primera3.

Intuitivamente, tenemos el sentimiento de estar igualmente en presencia de estructuras elementales características en el ámbito de lo “político”: a la igualdad corresponderá una sociedad de derecho, a la desigualdad, una sociedad de privilegio; por el lado de la exclusión y de la selección, tendríamos una sociedad de la exclusividad, con sus intocables. Pero dependerá de los análisis concretos confirmar o no esta sugerencia de generalización.

3. CONFRONTACIONES

La dependencia de las valencias en relación con el “devenir” es literal en el conocido texto de Baudelaire:

¿Cómo el padre único ha podido engendrar la dualidad, metamorfoseándose finalmente en una innumerable población de números? ¡Misterio! ¿La totalidad infinita de los números debe o puede concentrarse de nuevo en la unidad original? ¡Misterio!4.

Tales cuestiones están estrechamente ligadas al universo de lo sensible, del que emanan la foria y el devenir, tal como lo señala Cassirer:

Pues los contenidos inseparables de la percepción, en cuanto tales, no ofrecen ningún asidero ni punto de apoyo a ese pensamiento. No entran en ningún orden estable y general, no tienen ninguna cualidad verdaderamente unívoca, y si se toman en la inmediatez de su estar-ahí, se presentan más bien como un flujo inasible que se resiste a toda tentativa de distinguir en él “límites” exactos y claramente nítidos5.

El devenir de la intensidad, al producir y al distribuir estallidos y modulaciones, adquiere en cierto modo la forma de un ritmo. El devenir de la extensidad, al producir y al distribuir partes y totalidades, unidades y pluralidades, se caracteriza por la formación y deformación de configuraciones mereológicas. En relación con la distinción entre sujeto y objeto, particularmente en el acto perceptivo, podemos hacer la hipótesis de que las valencias de intensidad y de tempo caracterizan esencialmente el devenir sensible del sujeto, mientras que las valencias de extensidad y las configuraciones mereológicas que de ellas se desprenden, caracterizan el devenir sensible del objeto.

Las valencias subjetales determinan las condiciones del acceso al valor para el sujeto. Por ejemplo, el valor de la junción: como son de naturaleza esencialmente “rítmica”, pueden ser identificadas gracias al tempo y a la aspectualización de la captación o del intercambio. De esa forma, el “valor para el sujeto” se configura o se disuelve en la medida en que pueda o no modular la velocidad del proceso que termina en la junción: el generoso, por ejemplo, al adoptar el tempo justo, permite que otro aproveche los objetos de valor de los que él se desprende. El dilapidador, en cambio, gracias a la aceleración que introduce en la circulación de los objetos que abandona y disipa, pone en tela de juicio la existencia misma de dichos objetos y hasta el valor que subyace al intercambio.

Las valencias objetales determinan la morfología de las figuras-objetos, lo que las vuelve aptas para acoger investimientos axiológicos, sobre todo por su estructura mereológica. En efecto, las formas particulares de la dependencia y de la independencia que unen las partes del mundo sensible entre sí, preparan y determinan el tipo de valores que pueden ser investidos en ellas, así como los límites del campo disponible, incluido el nivel estético. De esa manera, el afán de “perfección” no indicará solamente una cierta concepción de lo bello, sino que podrá ser comprendido también como la manifestación discursiva de una valencia que atribuye a la autonomía sensible del objeto (ausencia de dependencias externas perceptibles) y a la clausura de la captación perceptiva, el estatuto de una condición previa al investimiento axiológico.

La profundización del concepto de valencia, que sigue actualmente en curso, podría conducir igualmente a un modus vivendi entre lo continuo y lo discontinuo: en una suerte de dialéctica entre estabilidad e inestabilidad. La discretización estabiliza las correlaciones entre las valencias, convirtiendo los límites que han aceptado, en fronteras de una categoría, con lo cual fijarían las contradicciones, y del mismo modo, convertirían las valencias inversas en contrariedades, y las valencias conversas en complementariedades. En el otro sentido, la desestabilización de las categorías y la preeminencia de los términos neutros y complejos en los discursos concretos, dan libre curso a las correlaciones tensivas, ya en la modalidad de la exclusión (términos neutros) ya en la modalidad de la participación (términos complejos). Trataremos de demostrar esta propuesta en el estudio consagrado a la categoría y al cuadrado semiótico.

Por otra parte, la extensión del concepto de valencia es tal que la actitud más prudente consistiría en examinar ante todo las categorías semióticas que escapan a su dominio. Elegiremos, no obstante, indicar las relaciones que existen entre la valencia y la cantidad, el sujeto y el objeto, respectivamente.