portada

NORBERT ELIAS (Wroclaw, 1897-Ámsterdam, 1990), padre de la sociología figurativa y uno de los pensadores más importantes del siglo XX, se ocupó de la relación entre poder, comportamiento, emoción y conocimiento. Entre sus libros más importantes se encuentran Deporte y ocio en el proceso de la civilización (en conjunto con Eric Dunning), El proceso de la civilización, Sobre el tiempo y La soledad de los moribundos, todos ellos publicados por el Fondo de Cultura Económica.

Norbert Elias

La sociedad cortesana

 

Sección de Obras de Sociología

 

Traducción de
Guillermo Hirata

Norbert Elias

La sociedad cortesana

 

Fondo de Cultura Económica

Primera edición en alemán, 1969
Primera edición en español, 1982
Segunda edición en español, 2012
   Primera reimpresión, 2016
Primera edición electrónica, 2016

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contraportada

 

Índice

Prefacio: El propósito de comprender comportamientos sociales extraños en La sociedad cortesana, por Vera Weiler

I. Introducción: sociología y ciencia de la historia

II. Nota preliminar sobre la problemática

III. Estructuras habitacionales como índice de estructuras sociales

IV. Las peculiaridades del entramado cortesano-aristocrático

V. Etiqueta y ceremonial: conducta y mentalidad de hombres como funciones de las estructuras de poder de su sociedad

VI. La vinculación del rey por la etiqueta y las oportunidades de prestigio

VII. Devenir y cambio de la sociedad cortesana francesa, como funciones de los globales desplazamientos sociales de poder

VIII. Sobre la génesis social del romanticismo aristocrático en el curso del acortesanamiento

IX. Sobre la génesis social de la Revolución

Apéndice I. Sobre la idea de que es posible un Estado sin conflictos estructurales

Apéndice II. Sobre la posición del intendente en la gran casa cortesano-aristocrática, como aporte a la comprensión del ethos económico cortesano-aristocrático

Índice onomástico

Índice analítico

 

Para Ilja Neustadt
y todos mis amigos y colegas
del departamento de Sociología
de la Universidad de Leicester

 

Prefacio

El propósito de comprender comportamientos sociales extraños en La sociedad cortesana

El libro que tiene en sus manos el lector fue el primer trabajo mayor de Norbert Elias (1897-1990). La versión original la presentó en la Universidad de Fráncfort (Alemania) como tesis de habilitación a comienzos de 1933 a la edad de 35 años. Poco después se vio forzado a marchar al exilio. La carrera académica en su país natal se abortó y Elias tuvo que esperar más de 30 años para ver el texto publicado por primera vez. Para esta ocasión Elias introdujo cambios al original. No se sabe en qué proporción la obra se vio modificada respecto de la versión de 1933. La primera edición alemana en formato de bolsillo se hizo en 1983. Hasta el presente se cuentan 11 ediciones de esta versión; la más reciente data de 2007. Estas cifras, que sólo se refieren al ámbito de lengua alemana y no dan cuenta de las ediciones más costosas en otros formatos, indican que La sociedad cortesana escrita por Elias hace tantos años, en tiempos más recientes comenzó a despertar interés y que éste se ha sostenido. Quisiera aprovechar la oportunidad que ofrece la segunda edición en lengua castellana para sugerir una lectura que advierte en este libro ante todo un esfuerzo dirigido hacia la comprensión de comportamientos sociales distintos a los que nos son familiares, un esfuerzo que se afinca en la confianza de que las dificultades que plantea el tema no constituyen obstáculos insuperables.

En ocasiones La sociedad cortesana se presenta en conjunto con el libro El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, escrito por Elias algunos años más tarde, pero publicado más tempranamente (orig. 1939). Poner en consideración al tiempo los dos trabajos es una opción que tiene ventajas, pero también inconvenientes. Preferiría aprovechar las ventajas que ofrece la posibilidad de seguir más de cerca los problemas que enfrentó Elias en La sociedad cortesana, aun a riesgo de ir en contravía de lo que aconsejan las convenciones imperantes de economía de tiempo. En todo caso, esta opción tiene en su favor el hecho de que no existía todavía el segundo libro de Elias mientras éste estuvo ocupado en el primero, así que no lo habrá escrito en función de aquél. Teniendo esto en cuenta sugiero una lectura centrada en el texto que tenemos enfrente.

EL ASUNTO EN CUESTIÓN

Elias quiso resolver cómo surgió y cómo pudo reproducirse por varias generaciones la peculiar formación social que conformaban los miembros de la alta aristocracia francesa en tiempos de la monarquía absolutista. Tiene que haberse dado en función de la acción humana. Saberlo no resuelve el cómo sucedió, pero ayuda a centrar la atención sobre el terreno de los comportamientos humanos implicado en las interrogantes generales planteadas. En mi lectura, el trabajo en discusión es en primer lugar un esfuerzo por avanzar de modo empíricamente confiable sobre este terreno. Se trata de averiguar cómo surgió y se reprodujo por cierto tiempo la manera de ser y de actuar característica de los hombres cortesanos. Ésta es una manera extraña para las personas habituadas a las exigencias de un modo de vida más burgués, urbano e industrial. Con frecuencia las conductas de los cortesanos les suscitan cierta aversión. Particularmente desconcertante les resulta la inversión de la aristocracia cortesana en tiempo y energía a cosas que a sus ojos se presentan fútiles, superficiales y superfluas, cual cosas sin sentido. Cuando asoma alguna simpatía por su estilo de vida, como ocurre en ocasiones, tratan de disimularla como algo vergonzante. Elias veía las apreciaciones formuladas sobre los cortesanos por sus antecesores académicos, dominadas por criterios propios del ethos económico burgués. Le parecía estar frente a unos observadores que perciben el objeto por conocer de una manera que da cuenta más bien de sus propios ideales, que de ese objeto como ha sido realmente. Elias trató de superar este problema. El libro La sociedad cortesana presenta su intento de convertir a los cortesanos con su característico modo de vida en un objeto autónomo, buscando percibirlos de un modo despejado de la intervención recreadora de unos valores que no se pueden presuponer, y ciertamente tampoco se podrán demostrar, como propios de ellos. Espera Elias conseguir acceso al mundo como era para los hombres cortesanos, espera encontrar lo que para ellos mismos tenía sentido y lo que para ellos mismos era importante, para poder comprender sus actuaciones.

¿POR QUÉ NO DEJAR LAS COSAS DEL TAMAÑO
DE UNA REPROBACIÓN?

Se advierte que no podemos tener acceso y no podemos comprender a los extraños hombres cortesanos como realmente fueron y actuaron si no logramos tomar cierta distancia en relación con nosotros mismos, en especial respecto de nuestros ideales. Quizá resulte conveniente tener en cuenta algunas notas acerca de las razones que motivaron tal esfuerzo al menos en el caso de Elias. Según parece, estamos seguros de que los comportamientos de los cortesanos del antiguo régimen resultan inadmisibles para nosotros. Entonces, ¿por qué buscar elementos distintos de juicio? Una de sus razones la indica Elias remitiendo al sangriento final de la monarquía absolutista en Francia. ¿Qué fue lo que le impidió realmente a la aristocracia cortesana adaptarse de un modo menos traumático para todos a los cambios que se venían dando en el campo social amplio del que ella había surgido? No se le escapa a Elias que esta interrogante y las respuestas que se logren, revisten importancia más allá del caso concreto bajo inspección. Interrogantes similares se advierten en relación con otras sociedades, en especial con la capacidad de aprender de las respectivas élites de poder. Por otra parte, las sociedades burguesas de Europa son en buena medida sucesoras inmediatas de unas monarquías absolutistas con sus respectivas formaciones cortesano-aristocráticas, todas ellas lo son en mayor o menor medida de la francesa. La manera de llevar la vida, la impronta cultural, la personalidad que la formación cortesana forjó en sus miembros constituye una herencia ineludible para el desarrollo de las sociedades burguesas. La comprensión de una de ellas revierte en beneficio de la comprensión de la otra. Posiblemente se pueda ganar una perspectiva fresca sobre los hilos que ligan a los hombres de las sociedades burguesas con sus antepasados no tan lejanos. El estudio de las reales rupturas y continuidades siempre se ha visto embargado por preferencias ideológicas en una y otra dirección.

Si la estrategia desarrollada por Elias para convertir a los cortesanos en objeto de averiguación científica se muestra exitosa, ello tendría implicaciones para la investigación del ámbito socio-humano en general. Se estaría presentando un paso hacia la superación del círculo vicioso que mantiene atrapados a los observadores mientras no logran establecer cómo llegaron ellos mismos a ver el mundo del modo en que lo están haciendo. Éste es un problema del que todavía en el presente muchas personas, entre ellas un gran número de científicos sociales, creen que no tiene solución. Pero si en definitiva hubiera que renunciar a ella, se volvería de nuevo al punto de que sólo se puede aprobar o reprobar lo que va entrando en nuestro campo de visión. Y esto conduce todas las veces, de nuevo, a unas consecuencias prácticas a la larga funestas para los hombres.

Por último, el esfuerzo por establecer de un modo empíricamente controlado cómo surgieron los cortesanos con su carácter peculiar constituye una experiencia que puede ayudar a ganar una idea más clara del tipo de dificultades con que no sólo en este caso específico tropieza quien experimenta cierta urgencia de comprender el comportamiento de otros y el que caracteriza la sociedad o el grupo social de que forma parte.

EL EJE QUE ORIENTA LA ESTRATEGIA DEL AUTOR

Tratando de investigar experiencias vividas por otros en sus propios términos, Elias se guía por la convicción de que las personas adquieren los rasgos de su personalidad como adultos en gracia a las experiencias vividas por ellas mismas. Por esta razón resulta crucial para sus propósitos lograr acceder a las experiencias que se habrían plasmado en la personalidad de los hombres cortesanos. Hacia ellas apuntan en principio sus pesquisas.

Pero resulta preciso tomar unas precauciones y hacer un rodeo. Por una parte, las experiencias evidentemente no son cuerpos físicos ni organismos vivos en sentido biológico. De modo que no basta con los procedimientos propios de las ciencias naturales. Tiene, por otra parte, consecuencias el hecho de que nadie puede acceder de forma directa a lo que experimentan otras personas, porque ser otro a la vez que uno mismo no es posible. Por ello y también porque los cortesanos son seres humanos como lo son sus observadores, a éstos les resulta tormentoso pensarlos sin atribuirles lo que ellos mismos experimentan como constitutivo de su propia identidad. Una dificultad adicional a las ya mencionadas. Como vimos, Elias busca evitar la confusión entre las experiencias que dieron lugar a distintos tipos de personalidad, una burguesa moderna por ejemplo y la cortesana. Los escollos advertidos Elias los trata de resolver por medio de la reconstrucción empírica de las condiciones que hicieron posible las experiencias que habrían dado lugar a la personalidad cortesana.

El enfoque sobre experiencias y sus condiciones es un rasgo importante de la estrategia de Elias, pero la idea que nos hemos hecho hasta aquí es todavía demasiado general. ¿Pues cuáles son exactamente condiciones de aquello a que se quiere acceder? ¿En qué rincón del reino francés o acaso del mundo entero han de buscarse esas condiciones? Aquí se plantea un viejo problema que muchas personas han tratado de resolver. Elias extraía de lo que había aprendido como estudiante de medicina poderosas razones para suponer que la pista la dan las relaciones en que viven las personas. Sería el funcionamiento de estas relaciones necesarias para cada individuo lo que éste efectivamente experimenta, es decir, que sería condición de su experiencia. Pues Elias sabía que «[…] el individuo [es] coordinado desde sus fundamentos con un mundo, con aquello que no es él, con otra cosa y, en especial, con otros seres humanos».1 La coordinación con otros seres humanos es, como se ha evidenciado una y otra vez y como se observa con particular claridad en los neonatos humanos, una condición para la vida de todos los ejemplares de la especie. Lo es en gracia al proceso de la historia natural en que esta especie surgió. Para Elias se trata de un hecho empíricamente confirmado e incontrovertible. Desde muy temprano lo consideró premisa obligatoria para el estudio de los diversos aspectos de la existencia de los humanos. Insistió en este punto en muchas ocasiones que no viene al caso recapitular en el marco de los presentes comentarios. Conviene tenerlo en cuenta, sin embargo, como fundamento en que se sostiene la convicción de Elias sobre las claves que para acceder a las experiencias de personas concretas han de encontrarse en su disposición fundamental para la coordinación con algo que no son ellas mismas, así como en la coordinación efectiva de ellas con otras personas.

Esto tiene consecuencias. Quiero referirme brevemente a una de ellas. Mencioné al comienzo de estas líneas que Elias se propuso superar las fallas de las visiones en que los cortesanos aparecen como si debieran su existencia al observador, porque éste no logra percibirlos sino referidos a sí mismo. A esto alude Elias cuando se refiere a la incidencia del ethos económico burgués en la percepción que tuvieron de los cortesanos, los estudiosos anteriores a él. Como quiera que se llame, ethos, valores o ideología, el problema es que no logramos concebir un objeto como objeto autónomo mientras lo pensamos como si debiera su existencia a nuestros propios esfuerzos, deseos, ideales y demás, es decir, en una dinámica egocéntrica. En principio, esto se da por sentado hoy. No hay consenso, sin embargo, acerca de cómo resolver el asunto en relación con el ámbito socio-humano. Ante las dificultades, periódicamente parece desvanecerse la convicción de que sea posible. Es bien sabido que Elias en esta materia en principio era optimista. Pero además dejó constancia de su convicción de haber avanzado significativamente en la solución del problema de fondo.

Si su trabajo sobre la sociedad cortesana se lee en estrecha relación con este problema, se puede ver que Elias se esfuerza por abrir a la averiguación empírica campos reservados en nuestro pensamiento tradicionalmente para otros procedimientos. Por la actual virulencia de los debates sobre los valores, probablemente llame la atención de los lectores por ejemplo lo que se encuentra en el libro acerca de la conformación de los valores de los hombres cortesanos. Elias trataba como no comprobados nexos que por razones no esclarecidas tendemos a pensar como naturales, obvios o simplemente dados. Esto lo inclinó a buscar una organización de las observaciones empíricas que permitiera su incidencia real en nuestra visión de las cosas, una manera de escapar del círculo vicioso en que la observación y la reflexión se atrapan mutuamente. El conocimiento de la coordinación desde los fundamentos de todo individuo humano con algo que no es él mismo y ante todo con otros seres humanos le ayudó a Elias a encontrar la dirección en la cual buscar. De momento en su estudio sobre los cortesanos ensayó cómo investigar coordinaciones efectivas, entre personas, por supuesto. Merece atención que la posibilidad de conseguir acceso empírico a las personas que están en el centro del interés de la investigación se plantea en términos que hacen indispensable el acceso empírico también a la(s) otra(s) parte(s) de la coordinación. Se advierte así una perspectiva que haría innecesario suponer a los hombres cortesanos en relación con un referente siempre igual y excluido per se del control empírico.

Se puede percibir que Elias se interna en el reino francés con brújula en mano. Al menos para comenzar, tiene que ir directamente al encuentro con los cortesanos, porque de su experiencia espera enterarse por ellos mismos.

Las experiencias de los cortesanos, son en primer lugar, función de las relaciones entre ellos mismos

No resulta sorprendente que Elias encuentre que para los hombres de la corte francesa, las personas más importantes son aquellas con quienes comparten el privilegio de girar en torno del monarca. Cortesanos con cortesanos. Los encuentros personales entre estas personas son frecuentes. En su mayoría no son casuales, los organizan a conciencia. Una prueba de ello son los espacios que habitan. Elias ilustra este punto ampliamente. Estos espacios y el grupo de personas que circula en ellos delimitan más o menos el campo en que viven los hombres cortesanos sus experiencias sociales más significativas. Lo que constata Elias a propósito de los monarcas es válido con matices, para todos los cortesanos la corte y la vida cortesana son «[…] el lugar de origen de la experiencia total, de la concepción del hombre y del mundo […]».2 En definitiva, no se podrá acceder a la experiencia propia de los cortesanos sino por medio del estudio de este campo, es decir, de la sociedad cortesana en sentido estricto.

Valga una aclaración previa a la plena dedicación según la perspectiva en que ven las cosas los cortesanos. La manera de ser y de actuar de los hombres cortesanos no se puede explicar a partir de lo que hemos venido a llamar experiencia propia únicamente. De esto dan cuenta los mismos cortesanos, de hecho no les interesa averiguar cómo llegaron a ser como son, de modo que en su horizonte el problema ni se insinúa. Y Elias no pretende explicar a los cortesanos como si hubieran aparecido de la nada y existido sin otros lazos que los que los unen. Al contrario, un vistazo al texto de La sociedad cortesana es suficiente para registrar que Elias busca establecer las relaciones entre las experiencias de los cortesanos y procesos de la sociedad amplia. Entre éstos se destaca el cambio en el equilibrio de poder entre la aristocracia feudal y la posición monárquica en favor de ésta y en detrimento de la independencia de los aristócratas respecto del rey. La conformación de la sociedad cortesana resulta incomprensible sin este proceso. El estado de las actividades económicas, la riqueza que se producía y su progresiva monetización al igual que las formas de apropiación del excedente social condicionan el surgimiento de la sociedad cortesana. Lo mismo ocurre con antecedentes de más lejano origen como la conformación de una nobleza señorial, la asociación del estatus de noble con el veto al trabajo remunerado y el prestigio de la riqueza adquirida vía herencia. No es posible hacer inteligible el surgimiento de un tipo de organización como la sociedad cortesana sin considerarla articulada al complejo proceso de la sociedad amplia. En realidad, gran parte del libro está dedicada a la articulación entre los diversos planos que hemos mencionado.

Sin embargo, no se puede demostrar empíricamente un nexo directo entre la específica orientación de la sensibilidad de los hombres cortesanos, la producción del lenguaje de la etiqueta y su uso como medio de comunicación entre esos hombres por un lado y los procesos de la sociedad amplia que hemos mencionado por el otro. Imaginar la orientación del pensamiento de los cortesanos o la de su percepción como reflejo de las condiciones económicas u otras de orden similar acarrea la misma dificultad. Finalmente, no se puede deducir de las condiciones globales de la sociedad francesa una explicación convincente de las grandes limitaciones que mostraron los hombres cortesanos frente a los signos que auguraban el fin de la monarquía absolutista. La peculiar ceguera de la aristocracia cortesana frente a esas transformaciones en la sociedad amplia fue antecedida por muestras de una perfecta adaptación a las condiciones de vida en la corte real. Elias demuestra de modo convincente que los cortesanos no adolecían de nada que les impidiera por principio registrar acerca de «lo que no son ellos mismos» lo necesario para orientarse exitosamente en el mundo. Así que resulta bastante probable para el caso que la ceguera sea parcial y adquirida en un proceso de aprendizaje en el mismo ámbito cortesano.

Quizás hayamos reunido suficientes razones para concentrarnos en el campo de la corte y la vida cortesana. La agenda social de los cortesanos es agitada. Pero se ajusta a sus necesidades, una de ellas es la de ver a los demás cortesanos y ser visto por ellos. Es un requisito de la actualización permanente del rango y prestigio que los identifica en la jerarquía que entre todos ellos conforman, con el monarca en la punta. Les permite evaluar su condición momentánea, apreciar los signos de su suerte e intervenir sobre ella en la medida de lo posible. El prestigio que se tiene entre los cortesanos y ante todo a los ojos del monarca puede aumentar y bajar. Todos los cortesanos son competidores. Todavía los rangos remiten a títulos heredados de tiempos lejanos y funciones guerreras de la aristocracia. Los hombres de la corte francesa no tienen ya tales funciones, los títulos se conservan. Los más antiguos suelen considerarse de mayor valor. Son un elemento constitutivo del prestigio cortesano. Todavía da prestigio ancestros nobles sustentados sobre extensas tierras con mucha gente de la cual extraer renta y con disponibilidad para la guerra. Pero los títulos tienden a depreciarse, no aseguran un rango de una vez por todas, constituyen sólo una especie de base para el ranking inicial. El monarca es, en gracia a las oportunidades de poder que confiere su ubicación segura en la punta de la jerarquía cortesana, quien más puede influir individualmente sobre la atribución de los rangos. Nadie además de él tiene el derecho a conferir títulos de nobleza. No sólo esto pesa, lo hace también su opinión sobre los cortesanos y el prestigio que merecen. El juicio del monarca sobre estas cosas tiene en cuenta el interés en cierto equilibrio de tensiones entre los sectores sociales, que necesita y de los cuales depende en alguna medida. Le convienen al monarca que haya cierta tensión no sólo entre los burgueses en cuyo horizonte está el ennoblecimiento y la aristocracia, sino también entre los cortesanos. Su poder de influir sobre el prestigio de los cortesanos tiende a usarlo para animar la competencia. Esto sólo funciona en la medida en que a los cortesanos les interese su rango y prestigio. No hay duda, les interesa sobremanera. El tema es absolutamente central para ellos. Elias atribuye esto en buena parte a la pérdida de las funciones que para la sociedad tuvo la nobleza antaño. Bien, el lector encontrará en el libro más ilustración de la dinámica que impulsa a los cortesanos en la competencia a que da lugar la relativa elasticidad de la jerarquía, la perenne presión que atraviesa a ésta desde abajo hacia arriba.

Quisiera destacar algunos puntos en relación con la experiencia que viven los cortesanos relacionados entre ellos como competidores por el rango y prestigio en la jerarquía cortesana. El poder que ejercen sobre las conductas de los cortesanos sus experiencias centradas en la lucha por el rango y el prestigio difícilmente se puede sobreestimar. El orden jerárquico de los rangos lo experimentan como referente absolutamente obligatorio, esto incide notoriamente en el desarrollo de su comportamiento. Los jóvenes van creciendo y aprenden lo que les permite valerse por sus propios medios como adultos socialmente competentes con adultos que se representan a sí mismos ante todo como competidores en los términos que hemos visto. Las retribuciones afectivas y las reprimendas que acompañan el proceso de aprendizaje de la nueva generación se orientan por el orden jerárquico comentado y por lo que los adultos consideran habilidades necesarias para poder competir exitosamente al menos por la conservación del rango actual de la estirpe. Las señales de aprobación que reciben los jóvenes que crecen en el ámbito cortesano son premios a su progresivo ajuste a las pautas de conducta que su plena integración en el orden de referencia demanda. Elias destaca los efectos profundos de estas experiencias. No encuentra entre las preocupaciones de los cortesanos adultos asunto más importante que el orden de la jerarquía aristocrática-cortesana. Sobre las personas que viven su socialización en un mundo que desde la más temprana edad y una y otra vez experimentan como ordenado en este esquema, éste adquiere un poder duradero, al punto que no pueden pensar a los demás y verse a sí mismas de modo independiente de este orden que representa. Así que para los hombres cortesanos éste adquiere el peso de referencia de orientación segura porque representa la organización del mundo en que aprendieron exitosamente a vivir. Todo indica que el poder que las pautas de orientación adquiridas en este proceso en lo sucesivo ejercen sobre las personas se debe al menos en parte a la función vital que para su orientación efectivamente cumple. Se trata realmente del mundo que los cortesanos conocen y entienden a la perfección. En este mundo se mueven con la consecuente seguridad y confianza, no obstante las intrigas que a su interior florecen. Los códigos que gobiernan la comunicación allí son sus propios códigos, pues son los que los cortesanos mismos han labrado para la función a que está sirviendo.

Merecen atención los estímulos que reciben de la competencia entre ellos para desarrollar habilidades funcionales a su prestigio y los efectos sobre su personalidad. Por lo que hemos visto el orden de referencia (rango, prestigio, etc.) debe su poder sobre los cortesanos en gran parte a su anclaje en la estructura de su personalidad. Como ya se ha mencionado durante la crianza los niños dependen de personas que han interiorizado el orden jerárquico de referencia de un modo que a través de sus interacciones con el infante representan este orden. El ajuste exitoso —o considerado relativamente exitoso por el adulto— se alía así con las sensaciones agradables para el infante. No hace falta detallar todas las implicaciones. Ya podemos dirigir nuestra atención hacia el tema del miedo. Basta por el momento registrar que también las angustias de los cortesanos las estructura el orden de referencia que hemos conocido. Se advierte el miedo vigilante sobre el orden de referencia instalado en la personalidad de los cortesanos. El miedo a perder la orientación aparece ahora claramente ligado al miedo de no pertenecer al mundo. Quiere decir que estamos ante la generación social de una versión del miedo a dejar de existir. Tengamos presente que el segmento de la realidad social sobre el que han adquirido una orientación eficaz los hombres cortesanos en la práctica es el mundo cortesano. Dejar de pertenecer al mundo para el caso dado no puede referirse sino al mundo cortesano. Se advierte la carga afectiva. Ahora, ¿qué habilidades se ven forzados a desarrollar los cortesanos en gracia a la competencia ineludible por el rango y prestigio? Para la existencia cortesana es fundamental la opinión del círculo al que se pertenece. Si una persona o familia cae en desgracia ante esta opinión social queda de hecho excluida. Acabamos de ver lo que esto significa normalmente para los hombres cortesanos. El parecer se orienta por el criterio de una vida acorde con el rango. Todos deben mostrar que lo hacen y en la medida en que no hay límites establecidos para esta exigencia, toda manifestación de la vida sirve de expresión del rango y prestigio que le es atribuido. Por esto los cortesanos se ven forzados a aprender a observar e interpretar todas esas manifestaciones, en los demás y en ellos mismos. Necesitan tener en la mira toda una red de personas. Así como la jerarquía de rangos y prestigio cortesana simboliza la red de posiciones interconectadas, para su orientación adecuada tienen que estar atentos personalmente a todas las posiciones en juego y a lo que los diversos jugadores realmente hacen. De esas observaciones se extraen los elementos para la orientación de las propias acciones. El procedimiento exige cierto grado de autocontrol, porque implica el aplazamiento de la acción, no se admite la reacción inmediata. Ésta es también una manera de tratar las tensiones inevitables entre los competidores por el rango y prestigio. Elias encuentra que los cortesanos logran desarrollar un pensamiento ajustado de manera realista a sus condiciones de vida más inmediatas, la capacidad de concebir las interacciones en la corte en una perspectiva relativamente larga que les permite cierta planeación.

Por lo general, constata Elias, los miembros de la aristocracia cortesana francesa de los siglos XVII y XVIII no pueden para ellos concebir una existencia con referentes distintos a aquellos a los que están habituados. Su autoestima, el sentido que tiene la vida, su sentido personal de identidad, están enteramente amarrados al horizonte cortesano.

VERA WEILER
Universidad Nacional de Colombia

 

I. Introducción: sociología y ciencia de la historia

1. La corte real del ancien régime y la peculiar formación social vinculada con ella —la sociedad cortesana— constituyen un campo sumamente feraz para las investigaciones sociológicas. Como en las etapas anteriores de la evolución del Estado, en las que la centralización aún no había alcanzado el mismo grado de desarrollo, la corte real del ancien régime mezclaba todavía la función de la Casa suprema de la familia-indivisa real con la del organismo central de la administración general del Estado, esto es, con la función de reinar, allí donde, de un modo absolutista, gobernaba un soberano prescindiendo ampliamente de las asambleas de estamentos.

Las tareas y relaciones personales y oficiales de los soberanos, de los reyes o príncipes y de sus ayudantes, no estaban aún diferenciadas ni especializadas tan neta y definitivamente como lo fueron más tarde en los Estados nacionales industrializados. En éstos, los organismos del control público —el parlamento, la prensa, la judicatura o los partidos que competían abiertamente por el poder— obligaron a distinguir con relativa claridad los asuntos personales y los oficiales, aun en el caso de los hombres y mujeres más poderosos del Estado. Por el contrario, en las sociedades estatales dinásticas con sus élites cortesanas, es, para la vida social, algo muy natural que los asuntos personales estén mezclados, en grado relativamente elevado, con los oficiales o profesionales. La idea de que tales asuntos pueden separarse y deban estar separados apareció sólo en algunas partes y de forma relativamente rudimentaria, y no tenía el carácter de una ética ordinaria de la profesión o el cargo; aparecía, en el mejor de los casos, como resultado del sentimiento de obligación personal para con un hombre poderoso, o del miedo que se le tenía. Lazos y rivalidades familiares, amistades y enemistades personales eran factores normales que influían sobre la conducción de los asuntos de gobierno, así como sobre todos los demás negocios oficiales. Por consiguiente, los estudios acerca de la sociedad cortesana ponen de manifiesto, desde cierto punto de vista, una etapa primitiva del desarrollo de las sociedades estatales europeas.

Ahora bien, las cortes y sociedades cortesanas, como configuraciones sociales centrales de una sociedad estatal, no son, por cierto, exclusivas del devenir de las sociedades europeas. En los periodos preindustriales, sociedades estatales conquistadoras o amenazadas con ser tomadas por asalto, que disponen de una población ya diferenciada por la división de funciones y de un territorio relativamente amplio, y que están regidas por un único e idéntico centro político, muestran en conjunto una fuerte tendencia a concentrar las probabilidades de poder en una posición social singular —la del monarca— que sobrepasa con mucho, en proporción, las de las demás posiciones. Y dondequiera que esto aconteció —en los grandes reinos de la Antigüedad, regidos centralistamente: China, India; así como en la Francia prerrevolucionaria de la Edad Moderna—, la corte del monarca y la sociedad de los cortesanos constituían una formación elitista poderosa y llena de prestigio.

La corte real y la sociedad cortesana son, por tanto, configuraciones específicas de hombres que es preciso clarificar tanto como las ciudades o las fábricas. Hay abundantes investigaciones y colecciones de material de tipo histórico sobre cortes concretas, pero faltan las sociológicas. Aunque los sociólogos se hayan aplicado al estudio de las sociedades feudales o de las industriales, la sociedad cortesana, que, al menos en el desarrollo europeo, se deriva de las primeras y conoce su ocaso en las segundas, ha sido prácticamente ignorada.

2. El ascenso de la sociedad cortesana responde indudablemente a los impulsos de la creciente centralización del poder y al monopolio cada vez mayor de las dos decisivas fuentes de poder de cada soberano central: los tributos de toda la sociedad —«los impuestos» les llamamos hoy en día— y las fuerzas militar y policiaca. Pero la cuestión, fundamental en este contexto, de la dinámica del desarrollo social, la pregunta acerca de cómo y por qué, durante cierta fase del desarrollo estatal, se constituye una posición social que concentra en las manos de un solo hombre, una plétora relativamente extraordinaria de oportunidades de poder, rara vez ha sido planteada hasta ahora y, consecuentemente, permanece todavía sin respuesta. Es preciso reorganizar en cierta manera nuestra percepción para darnos cuenta de su importancia. Pasamos así del punto de vista histórico al sociológico. El primero destaca a algunos individuos —reyes concretos, en este caso—; el segundo pone de relieve además posiciones sociales —en este caso, el desarrollo de la posición del rey—. Se puede observar constantemente en los Estados dinásticos, sociedades que se encuentran en ese grado de desarrollo, el hecho de que, aun cuando un detentor particular de esta posición autocrático-monárquica, o tal vez hasta una dinastía entera, sea asesinado o destronado, no cambia por ello, sin embargo, el carácter de la sociedad como Estado dinástico, regido por soberanos autocráticos o sus representantes. De ordinario, otro rey sucede al destronado o asesinado, y otra dinastía sustituye a la expulsada. Únicamente a consecuencia de la industrialización y urbanización crecientes de las sociedades, se reduce, con algunas oscilaciones, la regularidad con la que, en el lugar central del soberano real destronado o de una dinastía sin poder, aparece, más tarde o más temprano, otra dinastía u otro soberano central hereditario, que disponen de una igualmente grande plenitud de poder. La cuestión acerca de las características de una configuración de hombres interdependientes, que no sólo hacían posible, sino necesario, al parecer, que muchos miles de hombres, a lo largo de siglos o milenios, se dejaran gobernar constantemente, sin ninguna posibilidad de control, por una sola familia o por sus representantes, es, por lo tanto, uno de los problemas principales que tiene uno que enfrentar cuando hace un estudio sociológico de la sociedad cortesana. Pero, al plantear la pregunta de cómo fue posible que, durante una determinada fase del desarrollo de las sociedades organizadas en Estado, la posición social del monarca absoluto —que llamamos «emperador» o «rey»— volviera siempre a restablecerse, se está poniendo tácitamente sobre el tapete de la discusión el problema de por qué tal posición está desapareciendo en nuestros días.

3. Las siguientes investigaciones se ocupan a fondo solamente de la sociedad cortesana de una época determinada; pero los análisis sociológicos acerca de las formaciones sociales de esa época carecerían de importancia, si no se tuviera en cuenta que las sociedades cortesanas se encuentran en muchas sociedades estatales durante una larga fase del desarrollo social, y que la tarea de un estudio sociológico sobre una sociedad cortesana concreta incluye el desarrollo de modelos que permitan comparar diversas sociedades cortesanas. La pregunta que acaba de plantearse sobre la configuración de hombres interdependientes que hace posible en absoluto a individuos particulares y a su reducido círculo de ayudantes, mantenerse en el poder a sí mismos y a su dinastía, como soberanos más o menos absolutos, frente a una abrumadora mayoría de gobernados, frecuentemente durante largo tiempo, remite ya al hecho de que el estudio de una sola sociedad cortesana puede simultáneamente contribuir a aclarar problemas sociológicos más amplios sobre la dinámica social. Como se demostrará, el poder del soberano concreto, aun en la época del llamado absolutismo, no fue de ninguna manera tan ilimitado ni tan absoluto como puede sugerirlo el término «absolutismo». Hasta Luis XIV, el Rey Sol, al que a menudo se presenta como prototipo del soberano que lo decide todo y reina absolutamente y sin limitaciones, resulta, examinado con mayor precisión, un individuo implicado, en virtud de su posición de rey, en una red específica de interdependencias, que podía conservar el ámbito de acción de su poder únicamente gracias a una estrategia muy meticulosamente ponderada, prescrita por la particular configuración de la sociedad cortesana, en sentido estricto, y, en sentido amplio, por la sociedad global. Sin un análisis sociológico de la estrategia específica mediante la cual un soberano como Luis XIV mantuvo la libertad de acción y la capacidad de maniobra de la posición regia, y sin la elaboración del modelo de la configuración social específica que hacía no sólo posible sino necesaria esa estrategia del hombre individual que ocupaba el trono si no quería perder el gran juego, la conducta del soberano individual sigue siendo incomprensible e inaclarable. Con esto queda un poco más clarificada la relación existente entre el planteamiento sociológico y el histórico. Dentro del contexto de una investigación sociológica, que puede ser mal interpretada como análisis histórico dados los usos mentales dominantes, tal aclaración podría no ser superflua. El planteamiento histórico, como ha sido puesto de relieve con bastante frecuencia, se encamina sobre todo a una serie única de acontecimientos. Al ocuparse de la corte francesa de los siglos XVII y XVIII, los hechos y caracteres de ciertos individuos, en especial los reyes mismos, constituyen el núcleo de los problemas.

4. El estudio sistemático del tipo de cuestiones al que han remitido las observaciones que preceden, es decir, de los problemas concernientes a la función social del rey y a la estructura social de la corte en la sociedad francesa de los siglos XVII y , se sitúa más allá del plano de lo «único», al que se orienta exclusivamente la actual historiografía. Esta renuncia del historiador a analizar sistemáticamente las posiciones sociales —la del rey, por ejemplo— y, en consecuencia, también las estrategias y posibilidades de decisión dadas al rey como individuo, en virtud de su posición, conduce a una abreviación y limitación peculiares de la perspectiva histórica. Lo que se llama historia aparece, entonces, habitualmente, como un amontonamiento de acciones particulares de hombres concretos que sencillamente no tienen ninguna relación. Puesto que el plano de las relaciones y dependencias de los hombres, de las estructuras y de los procesos a largo plazo, que se repiten frecuentemente y a las que se refieren conceptos tales como «Estados», «estamentos», «sociedades feudales», «cortesanas» o «industriales», va de ordinario más allá —o en todo caso, está al margen— de la esfera tradicional de los estudios históricos, los datos particulares y únicos, colocados centralmente por tales investigaciones, carecen de cuadros de referencia científicamente elaborados y verificables. El contexto de los fenómenos concretos es abandonado en alto grado a la interpretación arbitraria y, con bastante frecuencia, a la especulación. He aquí la razón por la cual en la ciencia histórica, tal como se la entiende actualmente, no hay ninguna auténtica continuidad en la investigación. Van y vienen ideas sobre las relaciones entre los acontecimientos, que, sin embargo, vistas en perspectiva, parecen tan correctas como incomprobables. Ya Ranke hacía notar:

La historia se parafrasea continuamente… Cada época y su tendencia principal se la apropian y trasladan a ella sus propias ideas. Después de esto, se hace el reparto de las alabanzas o de los vituperios. Todo se arrastra, entonces, tan lejos, que uno ya no conoce en absoluto la realidad misma. Lo único útil en ese momento es volver a la información original. Pero, sin el impulso del presente, ¿acaso se la estudiaría? ¿Es posible una historia completamente verdadera?1

5. Se utiliza continuamente la palabra «historia» para designar tanto aquello sobre lo que se escribe, como el escribir mismo. La confusión es grande. A primera vista, la historia puede parecer un concepto claro y sin problema, pero, al estudiarla con mayor detenimiento, se da uno cuenta de cuántos problemas sin solución se esconden tras esa palabra aparentemente simple. Aquello sobre lo que se escribe —el objeto de la investigación—, no es ni falso ni verdadero; quizá sólo pueda serlo aquello que se escribe, el resultado del estudio. La pregunta es: ¿cuál es propiamente el objeto de la historiografía? ¿Qué es esa «realidad» de la que Ranke afirma que ya no se le conoce, después de que el historiador ha repartido las alabanzas y los vituperios?

Ante esta pregunta urgente, el propio Ranke no supo más que remitir a la información original, a las fuentes contemporáneas. Fue un gran mérito suyo el haber insistido en el estudio de las fuentes y en una documentación escrupulosa.2 Sin el poderoso impulso que dio a la investigación histórica, no sería posible, en muchos campos de estudio, penetrar en el plano sociológico de los problemas.

Pero, cuando se destaca la importancia de una documentación meticulosa como fundamento de la historiografía, se plantea precisamente la pregunta acerca de la tarea y el objeto de esa historiografía. ¿Son, pues, los documentos, las fuentes originales de información, la sustancia de la historia?

Son, al parecer, lo único fidedigno. Todo lo demás que puede ofrecer el investigador en historia son, por así decirlo, interpretaciones que habitualmente difieren bastante entre sí en diversas generaciones, y que dependen de la cambiante orientación de los intereses contemporáneos y de la alabanza o vituperio del historiógrafo vinculados con dichos intereses. Ranke aludió al punto central del problema: el historiógrafo distribuye la alabanza y el vituperio. No sólo narra con gran esmero lo que está en los documentos, sino que lo valora; según su propio criterio, adjudica luces y sombras; y a menudo hace esto como si tal adjudicación cayera por su propio peso, como si no la guiaran en realidad los ideales y los principios cosmovisionales de los partidismos de su época a los que se adhiere. Las situaciones presentes, contemporáneas, determinan la manera en que ve la «historia» y aun aquello que considera «historia». Selecciona los acontecimientos del pasado a la luz de aquello que, inmediatamente en el presente, le parece bueno o malo.

Es a esto a lo que manifiestamente se refiere Ranke cuando habla de que la «realidad» misma resulta encubierta por la «alabanza» y el «vituperio». Y, en lo