CAPÍTULO 7


Lunes de nuevo. Cuando Clara apaga el despertador, protesta, aunque se levanta rápidamente. Tiene que llegar a la oficina antes de que lo haga Estefanía. Lo consigue y lo primero que hace es colocar el ordenador y los papeles como si no se los hubiera llevado. Al sentarse, piensa que ha avanzado mucho pero que debe dar un empujón final para terminar pronto. Es casi final de mes y tiene que cerrar muchas cosas en su trabajo.

El martes a última hora y antes de que Estefanía entre a despedirse, sale para hablar con ella. 
—He terminado el trabajo y como no puedo imprimir ni mandar correos, prepara por favor la documentación para enviarla y hacer tantas copias como asistentes a la reunión haya. Todos los archivos los he metido en esta carpeta. —Señala el portátil—. Y esta hoja es el resumen ampliado con las conclusiones. Ponle por favor un email al señor Extremera cuando esté listo el material y confírmale que he terminado. Sé que es tarde Estefanía, no te preocupes, déjalo para mañana. Ya me avisas cuando sepas la hora de la reunión. Si puedes, necesitaré venir antes, te lo agradecería mucho, no quiero presentarme sin repasar los datos.
 Estefanía asiente y añade:
—¿Necesitas algo más Clara?
—No, muchas gracias por todo Estefanía.
 Cuando Clara está bajando al aparcamiento recibe un mensaje de Héctor: 
“No llego a tiempo para cenar, vamos a tener que dejarlo para otro día”. 
Clara le contesta:
“No te preocupes”. 
“Lo siento”. 
“Y yo”. 
 Clara no puede más que maldecir por lo bajo, piensa que le hubiera venido bien verle y hablar con él. Resignada se va a su casa y decide acostarse, piensa que mañana será un día muy largo, de nuevo.

A primera hora, Clara va directamente a su trabajo. No quiere pensar en las llamadas perdidas que aparecen en su móvil por la mañana, así es que pone la radio. Estas le vienen a la cabeza una y otra vez. Decide que cuando tenga un hueco investigará cómo bloquear el número. 
 Al abrir la puerta de la oficina descubre que no es la primera, Ana ya está en su sitio y parece estresada.
—No sabía que vendrías, Clara.
—Ayer terminé el trabajo.
—Qué rapidez.
—Qué remedio Ana, no quería dejarte todo el marrón. Ayer me llamó Pepito al móvil. Odia llamarme al móvil, pero no conseguía localizarme en la oficina. Le prometí que tendría sus impuestos a primerísima hora de la mañana, ya sabes cómo es.
—Están listos, toma.
—Gracias. Los reviso, ¿vale?
—Clara, sin problemas. Además, me quedo más tranquila. Ese hombre solo se entiende contigo, es tan quisquilloso…
 Ya no siguen hablando, Clara se ha puesto a revisar los papeles. 
 Cuando termina llama a su cliente desde la oficina y se los envía.
—Te los acabo de mandar Pepito. Sí, los he revisado. Ha sido lo primero que he hecho. Pues claro, eres mi cliente favorito. —Clara cuelga el teléfono—. Capullo.
 Ambas se ríen. 
—Solo te he escuchado a ti Clara, pero ese hombre es insufrible. Toma, aquí tienes el resto. Repásalos y ya me dices.

Clara está concentrada cuando le suena el móvil. Al cogerlo mira la hora, las 10.30, aún le queda mucho por hacer. Es Héctor.
—Buenos días.
—¿Buenos días? No has venido a trabajar. ¿No quedó claro que eran dos semanas de trabajo exclusivo?
 Clara no sale de su asombro, la reacción de Héctor es lo último que se esperaba esa mañana.
—¿Sin palabras?
—Cafetería La Luna, frente a mi trabajo. —Clara cuelga. 
 Piensa que no sabe qué coño se habrá creído él, pero ni le gusta que le griten por teléfono ni que se ponga su trabajo en entredicho.
—¿Todo bien, Clara? —le pregunta Ana algo alarmada.
—Sí. Voy a desayunar. ¿Quieres algo?
—No. No te preocupes, por aquí todo controlado.
 Clara asiente, aunque tiene la cabeza en la conversación recién mantenida con Héctor. Será capullo, piensa casi en alto. Ni ha reparado en Silvia ni en Natalia que no levantan la cabeza del ordenador.

Al llegar a la cafetería saluda al camarero y le pide un café con leche, largo de café para Héctor, y un zumo y un bocadillo para ella. Tiene hambre, se dice oliendo a pan tostado, ni siquiera había reparado en eso.
 A los cinco minutos llega él, que se sienta frente a ella. Parece enfadado y casi ni mira a Clara. Mientras, el camarero sirve lo que ha pedido.
—¿Quieres algo de comer? —le dice solícito a Héctor mientras que termina de poner el zumo sobre la mesa.
—No, gracias. 
 Se da media vuelta y los deja solos.
 Clara mira a Héctor que mantiene el tipo. Piensa que está muy guapo así, se da cuenta que lo había echado de menos. Lleva una semana fuera de viaje. Desvía la mirada y se concentra en su zumo, le ha pillado observándolo.
—No sé qué cojones te pasa hoy Héctor, pero no creo que merezca ese tono por teléfono. —Le para con un gesto de la mano antes de que él pueda replicarle.
—Ayer a última hora le entregué a Estefanía la documentación terminada y, supongo, que cuando la prepare te avisará. En eso quedamos. Te recuerdo que no podía hacer copias, ni imprimir… así es que ella tiene que rematar el trabajo.
 Clara aprovecha para tirar un bocado, no puede resistirse por más tiempo. Mastica tranquilamente para que él pueda asimilar lo que le ha dicho.
—Has terminado muy pronto.
—Tengo otras obligaciones. Hoy es día de impuestos y tenía que revisar el trabajo.
—¿Eso no lo hace Raquel?
—Ella no hace nada, creo que te lo dije. 
 Clara tira otro bocado. Héctor se toma su café mientras suaviza sus facciones.
—Parece que tenías hambre.
—Sí, me falló el plan de la cena. Ahí pensaba decirte lo del trabajo.
 Héctor asiente y coge el móvil. Lee un mensaje que acaba de recibir.
—Es el email de Estefanía, ya tiene lista la documentación.
 Clara se termina el zumo y hace para levantarse.
—Lo siento Héctor, tengo que seguir trabajando.
 Él se termina el café y se acerca a ella.
—Te has acordado.
—¿De qué?
—De cómo me gusta el café.
—Tengo buena memoria.
—Soy un imbécil.
—Entre otras cosas, sí. Tu lista… —Clara mueve negativamente la cabeza.
 Héctor sonríe. Ambos se levantan y se acercan a la barra.
—Pago yo, por favor. Estás en mis dominios —dice Clara cortando el gesto de él hacia el camarero.
 Salen a la calle.
—Lo siento Clara, de verdad.
 Ella asiente y cruza al trabajo.

Sobre la una recibe un email de Estefanía: “Mañana reunión a las nueve. Yo estaré a las ocho, ¿tendrás tiempo de prepararte la documentación?”. Clara le contesta que sí y le da las gracias.

Es tarde cuando Clara cierra por fin la puerta del despacho. Justo cuando empieza a bajar le suena el móvil. Es Héctor, lo coge.
—Hola.
—Hola, Clara. ¿Te apetece cenar conmigo?
—¿Es una cena de trabajo o de disculpas?
—De disculpas, me he portado como un…
—Cabrón —le interrumpe Clara, que en ese momento sale al exterior.
—Sí, eso. Estoy…
—Delante de mí, ¿no?
—Sí. 
 Justo se abre la puerta de un coche que se ha parado delante de ella. Héctor le tiende la mano a Clara para ayudarla a meterse en el vehículo. Su contacto le reconforta, es fuerte y le gusta.
—Estoy hecha polvo, así es que no quiero una cena coñazo.
—¿Una cena coñazo? —pregunta Héctor.
—Sí, en un sitio de esos estirados. Por favor, algo normal y tranquilo.
 Él asiente divertido. 
—Ya has oído a la señorita Emilio, a un sitio normal y tranquilo.
—¿Ricardo? —dice Emilio mirando por el retrovisor. 
—Sí, parece una elección que se ajusta a su definición —le contesta Héctor devolviéndole la mirada.
—Ya me estoy arrepintiendo —suelta Clara. 
 Ambos hombres sonríen.
—¿Mucho trabajo?
—Sí, estoy muy cansada.
—Si quieres te dejamos en tu casa.
—No, necesito comer algo.
—Desde el desayuno, ¿no?
 Clara asiente. Héctor saca su móvil y escribe algo. Ella nota cómo vibra su bolso, le ha llegado un mensaje. Saca el teléfono curiosa. 
 Él le ha escrito: “Buen trabajo”. 
 Clara le mira de reojo antes de seguir leyendo. “Lo siento, no paro de meter la pata contigo”. 
—Creo que prefiero irme a mi casa —dice Clara en alto. 
 Héctor la mira sorprendido, lo último que le apetece es separarse de ella ahora. 
 Clara le escribe: “Solo si tú vienes”. 
 Entonces Héctor mira el móvil y luego a Clara, para regresar al móvil.
 Ella lo toma como que está dudando, así es que decide volver a escribirle. 
 Antes de que le dé tiempo, recibe un nuevo mensaje de Héctor: “SÍ con mayúsculas”.
—Emilio, por favor, ya has oído a Clara.
 Este asiente buscando la mirada de Héctor por el retrovisor. Asienten. Emilio tiene que girar el coche en una zona prohibida para retomar el camino a casa de ella.
  Clara se está poniendo nerviosa, no es que se haya arrepentido, pero es que hasta ahora ha mantenido la única regla que tiene con respecto a los ligues, nada de llevarlos a casa. ¿Cómo he podido pedirle que venga?, piensa mientras mira por la ventana. Guarda el móvil y lo pone en silencio, no quiere que le suene de madrugada como las últimas noches, no ha tenido tiempo al final de hacer lo que tenía pensado.
—¿Todo bien? —le pregunta Héctor cerca de su oído. 
—Muy bien. —Y Clara le sonríe mientras piensa que no sabe qué le pasa con este tío, pero le gusta.
 Una vez el coche se ha parado delante del bloque de Clara, Emilio se baja y, antes de que ella reaccione, le abre la puerta y se dirige a hacer lo mismo con la de Héctor, con el que intercambia unas palabras. Vuelve al coche, arranca y se marcha. 
 De nuevo Héctor cerca de Clara, le habla:
—¿Estás segura?
 Clara le mira a los ojos.
—Sí.
 Él le apoya la mano en la espalda y ambos entran en el portal. Con las llaves en la mano, Clara nota cómo pierde parte del valor inicial, piensa seguramente que le parece un piso ridículo, pero… es de ella y eso es lo que hay, se dice para recuperarse. Héctor se le ha acercado mientras, besándola en el cuello. 
—Abre ya la puerta por favor Clara, no sé si voy a poder resistirme más tiempo —le dice casi en un susurro. 
 Clara sonríe. 
 Lo hace por fin y ambos entran. Va dejando en el suelo sus cosas. Se quita la chaqueta y el bolso. Nota cómo se le acelera el pulso. Héctor le imita y empieza a quitarse la chaqueta acercándose a ella. Clara se gira y le ayuda, recreándose con su contacto. Él se pone con la corbata. Se quita los zapatos y sus bocas se buscan, empiezan a besarse. Clara le desabrocha la camisa y se la echa para atrás. Sus manos se van a sus brazos; son fuertes, piensa mientras se va a su cuello, a su pelo... Héctor la acerca a él. Siguen besándose, cada vez con más fuerza. La coge de la cintura y empieza a subirle la blusa. Ella levanta los brazos para que no se entretenga con los botones. Lleva sus manos a su espalda y comienza a desabrocharle el sujetador. Sin dejar de besarle, Clara lleva a Héctor a su habitación, tirándolo sobre la cama. Se quita los pantalones y se acerca a él, poniendo sus manos en su cintura. Le besa en el pecho mientras le desabrocha los pantalones y entonces se desata entre ellos la pasión contenida desde el beso en la playa.

Están recuperando la respiración cuando Héctor apoya el codo en la cama y se sujeta la cabeza, mirándola directamente a los ojos. 
—¿El baño?
 Clara no habla, señala con la mano. Está dentro de la habitación. 
 Antes de levantarse le da un beso en los labios. Clara sonríe.
—Ahora vuelvo.
 Mientras espera, destapa la cama y se mete dentro, le ha dado un poco de frío. Se pone a pensar, ¿qué hacer ahora? Llegados a este punto… no termina sus reflexiones, Héctor sale del baño y se mete en la cama. Como ella no ha dejado de observarle, pregunta sonriendo:
—¿Qué?
—Estás buenísimo, aunque supongo que eso ya lo sabías.
 Ahora Héctor es como un niño pequeño al que le han dado lo que quería. Su sonrisa le ilumina la cara. Está totalmente relajado. 
—¿Quieres quedarte? —le suelta entonces Clara.
—¿Quieres que me quede?
—Contestas una pregunta con otra pregunta, eso no vale. ¿Quieres algo de comer o de beber?
 Héctor niega con la cabeza. Entonces sin dejar de mirarla habla:
—Seguro que tienes reglas para que me quede o algo de ese estilo ¿no?
 Clara medita la respuesta, no sabe si decirle la verdad. 
 Toma la decisión de arriesgarse, no le quiere ocultar nada a Héctor.
—En realidad… solo tengo una regla, pero hace un rato que la hemos roto.
—¿Y es?
—No traer tíos a casa. Es la primera vez que lo hago, no sé muy bien qué hacer ahora.
 Héctor la mira sorprendido, eso no se lo esperaba. 
—Me siento halagado, aunque…
—No quiere decir que tengamos que casarnos ni nada de eso —le interrumpe Clara. 
 Él sonríe.
—Lo que iba a decir es que quiero quedarme.
 Ahora parece que duda si Clara aceptará o no, pero ella asiente con la cabeza y se acerca a él, que levanta el brazo para que pueda acoplarse. Lo hace y descansa la cabeza sobre su pecho. Se besan lentamente.
—Nada de boda —dice Héctor al separarse. 
 Ambos se ríen. Al cabo de unos segundos se duermen, ha sido un día largo.

 

A mi pequeña estrella.

 

 

 CAPÍTULO 1


—Me quedaré en el coche. 
—Está bien pero que sepas…
—Déjala. Está bien, Clara. Vamos, entremos ya.
 Era domingo y muy temprano. Clara había llevado en su coche a los cuatro pasajeros que ahora se bajaban de él. Su madre Sofía, Carlos, el marido de esta, su tía Carmen y hermana de Sofía, y su marido Juan. Clara consultó su reloj: las nueve de la mañana. Sin duda muy temprano para hacer lo que su madre en ese momento se disponía a hacer, llamar a la puerta de la casa más bonita de una de las zonas más caras de la ciudad. ¿El motivo? Su querida hermanastra… 
 Ve cómo se acerca Carlos. Se pregunta qué querrá ahora. 
—Será mejor que vengas Clara. Esto nos va a llevar tiempo y no quiero que estés aquí sola.
 Clara no tiene intención de discutir, así es que sale del coche y le acompaña. Mientras camina junto a él hacia la puerta, piensa que debe hablar seriamente con Carlos, aunque ahora no es el momento. 
 El resto ya estaban pasando al interior de la casa.
—Necesito agua y un par de aspirinas. Seguro que así por lo menos podré… no, así tampoco creo que entienda qué estamos haciendo aquí.
 Carlos la deja pasar primero. Al traspasar la puerta la visión de la casa hace que Clara emita un silbido. 
—¿Te gusta?
 A su derecha alguien ha hablado y deduce que es la dueña de la casa. Lleva chándal, al menos no parece que la hubieran despertado. 
—Perdona, soy Mercedes —dice la mujer presentándose. 
 Ahora Clara ve al resto de su familia que permanece callada junto a la mujer.
—Ya lo creo que me gusta. Soy Clara. Siento todo esto Mercedes, de verdad.
 Sus palabras son acogidas por Mercedes con una sonrisa, aunque pierden interés al notar que alguien baja las escaleras en ese preciso momento. Todos se vuelven a mirar. 
—Hola cariño, han venido a hablar de Borja. Este es mi marido Ramón.
 Todos hablan casi a la vez recibiendo con sus palabras al recién llegado. Todos menos Clara que se enfada aún más. El tal Ramón ha bajado con una bata que cubre su pijama y una cara de recién levantado que le da pena. Lo han despertado y odia despertar a la gente y más si es por tonterías. 
—¿Le ha pasado algo a nuestro hijo? —consigue decir al fin el pobre Ramón. 
 Clara es la primera en responder:
—No se alarme Ramón, todo está bien. Es que… —Mercedes la interrumpe.
—Será mejor que pasemos al salón y nos sentemos. Tomaremos café mientras hablamos.
 Los seis siguen a la mujer hasta el salón. Es una estancia muy espaciosa. Una gran mesa con ocho sillas en un lateral parece la parte del comedor, mientras que unos grandes sofás dividen el resto del espacio en varias zonas. Una está centrada por la televisión y una bonita chimenea. Otra zona, donde se sientan, está más cerca de las puertas correderas que dan al jardín. Está todo iluminado por la luz que entra a través de ellas. Clara se acopla en una esquina, apoyándose en la parte superior del sofá. Sin duda sabe mejor que nadie que si llega a sentarse no habrá quien la levante después. Está muy cansada. Además, desde allí puede observar mejor la escena que va a tener lugar en breve. 

 Al cabo de unos minutos, Clara piensa con cierto desagrado que no se equivocaba. Nota cómo su madre se pone derecha y muy seria. Su momento ha llegado. Ha estado jugueteando con la taza de café que le había servido Mercedes y ahora la apoya en la mesa.
—Nuestra hija Sofía no ha venido a pasar la noche en casa. Llamamos a su amiga Valle, con la que había salido y, tras insistir, nos contó que se fue con su hijo Borja. No la localizamos. —Sofía mira brevemente al techo como intentando evitar que las lágrimas le broten de los ojos. 
—¿Es mayor de edad? —pregunta el padre de Borja.
—¡Cariño! —grita alarmada su mujer.
—Lo siento, pero es que…
—Sí, es mayor de edad —le corta Sofía.
—Entonces no veo cuál es el problema.
 Sofía respira hondo antes de contestar. Clara se da cuenta del esfuerzo que hace por no ponerse a gritar a ese hombre que, a juicio de su madre, le está haciendo esas estúpidas preguntas.
—Se fue el jueves. Desde entonces no ha contactado con ninguno de nosotros.
—Sigo sin ver el problema —reitera Ramón. 
 Clara piensa que está en su derecho a decir esas cosas, pero el pobre no sabe a quién se enfrenta. Su madre podría estallar en cualquier momento.
—El problema es… nunca antes ha hecho una cosa así. Estamos muy preocupados.
 Alguien que hasta ahora había permanecido apartado de la escena y que no había sido presentado habla, rompiendo la tirantez del momento. 
—Si mi hija se fuera con Borja, yo también estaría preocupado.
—¡Cariño no digas eso! —le espeta Mercedes—.  Este es nuestro hijo Héctor, el hermano mayor de Borja.
 Clara sonríe al comentario del recién llegado, aunque no está del todo de acuerdo con él. Piensa que si ella fuera la madre de Borja también tendría que preocuparse. En fin, su hermanastra Sofí tiene un carácter bastante especial. 
 Clara aparta la mirada de Héctor. Es algo mayor que ella, piensa mientras lo hace. Pelo negro, moreno de piel, alto, excesivamente guapo. Lleva un pantalón de chándal que se ajusta a sus caderas con un cordón y una camiseta que, aunque no le queda ceñida, deja entrever lo fuerte que está. Parece muy molesto. Clara no puede culparle, ella también lo está y no han irrumpido en su casa unos extraños. 
—Creo que deberían llamar a su hija… —Sofía no deja terminar de hablar a Héctor.
—Ya lo hemos intentado, pero no contesta. ¿No cree que antes de venir la hemos llamado unas cien veces?
—No lo sé, no les conocemos.
—Héctor cariño, por favor —le dice su madre suplicante. 
Ahora es la madre de Clara la que replica de nuevo.
—No nos presentaríamos aquí si no creyéramos que es nuestra última opción antes de ir a la policía.
 Clara está atónita, no da crédito a lo que su madre acaba de decir. 
—Eso no va a ser necesario. Son dos adultos…
—Héctor por favor, es cosa de padres.
—Si ya. Voy a por café —dice este algo resignado.
—Clara cariño, ¿no necesitabas agua? —Es Carlos que, girándose hacia Clara, le ha hablado. 
 Esta observa asombrada cómo todas las miradas se dirigen ahora a ella. 
 Héctor empieza a caminar hacia la cocina no sin antes hacer un ademán a Clara para que le acompañe. Abre la puerta y antes de entrar deja que ella pase primero. Buenos modales, piensa Clara, aunque ella no los tiene, así es que refunfuña. 
—¿Algún problema? —dice él mientras le mantiene la puerta.
—¿En serio?
 Clara nota cómo un poco del enfado de la mirada de Héctor se esfuma. 
 La cocina es enorme. En la encimera de granito descansa la cafetera. Héctor se va hacia ella y se sirve una taza de café. Sin volverse a mirarla, habla:
—¿Qué clase de señorita se pone una camiseta como esa para venir a mi casa a estas horas?
 Clara se mira su camiseta de mangas largas que eligió para la ocasión. En cuanto colgó de hablar con Carlos ya sabía cuál debía ponerse. En ella puede leerse “Los domingos son sagrados, no me moleste coño”.
 Ahora contesta a Héctor:
—Una que no es una señorita.
Permanecen un rato en silencio. Ella espera que termine de beberse el café.
—¿Puedes darme agua, por favor?
—Sí, disculpa. ¿Quieres café?
—Agua es suficiente, gracias.
 Saca del bolsillo de los vaqueros una tableta de aspirinas y se toma dos. 
—Joder, no sé qué tiene de malo mi camiseta.
 Le suena el móvil. Clara ve que se trata de Sofí, la que ha formado todo ese lío. Hace una señal a Héctor y se aleja un poco. Descuelga.
—Dime.
—¿Estás con papá y mamá?
—Sí, estoy con ellos y con tus tíos. Todos en casa de los padres de ese amigo tuyo. Espero que los polvos merezcan la pena, te va a caer una buena de tu madre. Me has jodido el puto domingo.
—No hables así, Clara. Estamos en París, esto es precioso. Volveremos mañana.
—Te odio.
—Anda por fi, habla con los papis para que no se enfaden mucho y no se preocupen. ¡Ah!, y que los quiero.
—Está bien.
—A ti también, gracias hermanita.
—Sí, ya.
 Al colgar se gira, allí está Héctor mirándola fijamente. 
—¿Y bien? —le dice este.
—¿Y bien qué?
—¿Todos los domingos te despiertas de tan buen humor?
—Aún no me he acostado. No me han dejado.
—Pues para ser alguien que ha estado de marcha no parece que hayas pasado una buena noche.
—He tenido una noche de mierda que está terminando aún peor.
—Cada vez estoy más intrigado. Prométeme que si nos volvemos a ver me lo contarás.
 Clara sopesa las palabras de Héctor mientras le observa. Está apoyado cómodamente con la cadera en la encimera, tomándose el café. Por un lado, no entiende qué le puede importar a él la noche que ha pasado y por otro, si le dice que sí, qué más le da a ella, si total, no cree que se vuelvan a ver. Así es que asiente. Entonces antes de que digan nada más la puerta de la cocina se abre y es Carlos, que entra hasta ponerse junto a ella.
—Clara, ¿estás mejor?
 Antes de contestarle le compone una mueca con la boca.
—Tu hija me acaba de llamar. Está bien. Vuelve mañana.
 Carlos parece sorprendido.
—¿Por qué no me ha llamado a mí? ¿O a tu madre?
—¿De verdad me preguntas eso? Mejor no te contesto. Aún no sé cómo tú me has llamado para esto, de verdad Carlos. Has perdido puntos.
—No cogías el teléfono a tu madre y…
—¿Y? Mira, paso. Toma las llaves. Me voy. Esto no ha sido buena idea.
—Lo siento cariño, ya conoces a tu madre. Además… no me dejaba conducir.
 Clara le sostiene la mirada a Carlos, que de pronto mira al suelo algo incómodo.
—¿Ahora estás inválido? Joder Carlos, que te acabas de jubilar coño.
—No digas…
—Venga ya, ahora eres mi madre. Esto… —Clara coge aire sonoramente— me voy. Adiós. —Y sale disparada de la cocina, echando chispas por los ojos. 
 Además, antes de salir ha observado a Héctor que, aunque había permanecido en silencio todo el tiempo de la conversación entre Carlos y ella, ¿parecía divertido o solo sonreía ante lo que acababa de pasar?
 Carlos sigue a Clara fuera de la casa y una vez en el jardín la alcanza.
—Espera Clara, hablemos por favor.
—¿Qué quieres?
—¿Qué te ha dicho Sofía exactamente? Tengo que darle más detalles a tu madre.
 Se hace el silencio entre ambos que se observan fijamente.
—Suéltalo Clara.
—Está en París y vuelve mañana. Que os quiere mucho y que lo siente, pero no se ha podido resistir.
—¿Eso es todo?
—Sí. Me voy.
—Espera, ¿seguro que no ha dicho nada más?
—Joder, ¿qué más quieres que diga?, ¿que se está poniendo morada y por eso no te ha llamado?
—No te pongas así, ella no ha hecho esto nunca y estábamos preocupados. No seas mala conmigo.
—Yo no he sido la que me he ido sin avisar. Además… —Clara levanta la cabeza para mirarle directamente a los ojos— esto es una locura y lo sabes. Imagina que la madre de alguno de los rollos de tu hijo se hubiera presentado en tu casa un domingo a estas horas. O mejor, que se hubiera presentado su suegra.
—No me lo puedo ni imaginar, tienes razón. Pero Sofía es distinta.
—Sí, ya… la princesita es muy distinta. Ahora sí que me voy y no sé si volveré a cogerte el puto móvil, que lo sepas.
—Gracias cariño, lo siento.
 Clara se gira y se dirige a la verja de entrada de la mansión. Al salir, pasa por al lado de su coche. Ya lo recogerá más tarde. Empieza a andar. Sigue dándole vueltas a todo lo ocurrido, aunque se niega a ir más allá del momento en el que le ha sonado el teléfono, justo cuando abría la puerta de su casa. Desde entonces solo tuvo tiempo de ducharse y recogerlos. 

 Iba totalmente absorta en sus pensamientos cuando un coche se pone a su lado. 
—¡Señorita! ¡Señorita, pare por favor!
 Al fin capta la atención de Clara que mira el coche como si no hubiera reparado en él antes. Su ocupante sale del vehículo. Es el guardia de seguridad privada del recinto. 
—¿Dónde va señorita?
—No voy, vuelvo.
—¿Y de dónde vuelve?
—No le importa.
 Clara va a empezar a andar cuando el de seguridad se pone delante de ella.
—No puedo dejarla que siga merodeando por esta propiedad privada.
—No estoy merodeando, solo andaba. Ni siquiera estaba mirando a mi alrededor.
—Muéstreme la documentación.
—No es policía. No tiene autoridad para ello, así es que deje de hablar como en una serie de televisión.
—Debo pedirle que se detenga.
—No voy a detenerme. Es más, debería apartarse.
—Voy a llamar a la policía.
—De acuerdo, llámela. Monte un escándalo aquí, seguro que a los vecinos les encantará que les molesten a estas horas un domingo. A ver cuánto dura en su puesto.
 El de seguridad arruga la frente. Sabe perfectamente que no le gustaría a nadie del vecindario ni a sus propios jefes, que ante todo abogan por la discreción. En ese momento escucha su radio. 
—Espere aquí. Por favor —añade ante lo convincente de las palabras de la mujer. 
 Está claro que no está de humor y puede amargarle a él la mañana e incluso la vida. 
 Escucha atentamente las instrucciones que le dan por la radio y pide confirmación. No puede creerse que esté ante la persona de la que le están hablando. Según la centralita debe esperar con ella hasta que llegue el taxi. Estupendo, se dice así mismo, es mi día de suerte. 
—¿Es la señorita Clara Jiménez?
 Clara asiente, preguntándose qué estará pasando.
—Debemos esperar aquí a que llegue el taxi.
—No he pedido ningún taxi.
—El señor Extremera lo ha hecho por usted.
—¿El señor Extremera? —pregunta Clara algo confusa.
—Sí, don Héctor Extremera.
—A esperar entonces —añade ella en tono conciliador. 
 No tiene ganas de seguir discutiendo con él, sabe que solo hace su trabajo.
 Vaya con el señor Extremera, se dice Clara para sí misma, a la lista de cosas a apuntar sobre Héctor ahora tiene que añadir: detallista. Quizás es que le gusta tener todo controlado, bueno en ese caso detallista-controlador con el signo de interrogación. Aguarda Clara, no creo que tengas oportunidad ni ganas de descubrir cuál de las dos cualidades tiene el tal Héctor, se dice mientras cruza los brazos sin apartar la vista del bordillo.

 Cuando llega el taxi ambos están agradecidos de verlo. Por fin el de seguridad puede volver a su trabajo y Clara marcharse a su casa y empezar de verdad el domingo. Le da al taxista la dirección. 
 Tardan diez minutos en llegar, no hay apenas tráfico. 
—¿Cuánto es? —le pregunta Clara al taxista.
—Ya está pagado.

 Clara visualiza la lista en su cabeza y tacha el signo de interrogación, ambas son válidas. El hecho de que llamara y pagara el taxi le ha cabreado. Se baja sin despedirse. Le ha vuelto el dolor de cabeza. Al llegar a su casa mira el reloj y piensa que por fin va a poder realizar lo que se disponía a hacer cuatro horas antes, acostarse. Aunque esta vez piensa hacerlo con ropa y todo.


CAPÍTULO 2


Suena el despertador. Clara se tapa la cabeza con la almohada, odia los lunes.
 Cuando está a punto de salir recuerda que no tiene coche, se lo dejó a Carlos. No le gusta llegar tarde así es que, antes de bajar, llama a un taxi. 
 Una vez en el trabajo saluda a sus compañeras. No ha sido la última en llegar. La oficina donde trabaja está ubicada en un piso en el centro. Es una asesoría laboral, fiscal y contable, de vez en cuando hacen algún que otro trabajo de auditoría. Es una empresa pequeña pero que se ha ido ganando con los años a un gran número de clientes, en su mayoría otras empresas pequeñas. El piso está dividido en tres despachos. El salón, que es donde ella trabaja junto a tres compañeras más (Ana, Silvia y Natalia); el dormitorio principal que es el despacho del jefe de Clara y dueño de la empresa, Arturo Sandoval; el otro dormitorio que es el despacho de Raquel Sandoval, la hija del jefe; y por último la cocina que se transformó en recepción y almacén. Ahí es donde trabaja de secretaria—recepcionista, María. Ella es la que llega siempre la última y, por supuesto, cuando ha entrado Clara aún no estaba en su sitio. Eso siempre la enfurece y hace que piense que si la empresa fuera suya no se lo permitiría. Uno de sus deberes es abrir por la mañana, recoger el correo, poner a funcionar el teléfono, revisar faxes… Pero se lo toma a su ritmo y sin prisas. En realidad, no le prestan mucha atención, siempre hace lo que quiere porque es la mejor amiga de la hija del jefe y no pretenden tener problemas con ella, no merece la pena. 

A la hora de comer, Clara decide ir a casa de su madre, tiene que recoger el coche. Su padrastro Carlos se le adelanta y a la hora de salir la llama para decirle que la está esperando abajo. 
—No tenías que molestarte Carlos, pensaba ir ahora a recoger el coche y así comer con vosotros —dice Clara una vez dentro.
—No tenía nada mejor que hacer —le contesta Carlos con una sonrisa y añade—: Además, me gusta conducir y he encontrado la excusa perfecta. 
 Clara le sonríe, sabe que cuando a su madre se le mete una cosa en la cabeza es muy difícil persuadirla de lo contrario y si ahora está convencida que su marido no puede conducir… el pobre no tiene nada que hacer.
—Tu hermana ya está en casa.
—Genial.
 Clara nota cómo Carlos la mira y abre la boca para decir algo, aunque en el último momento la cierra y sigue conduciendo. 
 Cuando llegan a su casa la mesa ya está preparada.
—Hola, hermanita.
—Hola, chica a la fuga.
 Sofía se ríe. La atmósfera en la casa es respirable, el drama familiar ya no es para tanto. La niña ha vuelto sana y salva y eso es lo importante. 
 Saluda a sus tíos y abre el frigorífico.
—Clara, vamos a comer ya —le recrimina su madre en ese instante. 
 En realidad no quiere coger nada pero es una manía que tiene, sabe que a su madre no le gusta que lo haga. 
 Se sientan a la mesa y Sofía les cuenta algunas cosas de su escapada. A Clara siempre le sorprende la capacidad que tiene su hermana de persuadir a sus padres. Estaban como locos hacía unas horas y, mientras ella le hablaba de la Torre Eiffel y el Arco del Triunfo, todo se les había olvidado y comentaban con ella la visita. 
 Sus padres y sus tíos fueron una vez a París, hacía ya algunos años. Clara lo recuerda con cariño, era un gran momento que salieran del país y parecía como si se fueran para siempre, sin billete de vuelta. 

Después de almorzar, Clara se sienta en la terraza, necesita unos momentos a solas para descansar. Carlos aprovecha para ponerse a su lado.
—Cariño, te pido disculpas por lo de ayer, pero estaba muy preocupado.
—Lo sé. No tienes la culpa, pero prefiero que la próxima vez no me metas en esos líos vuestros.
 Carlos sonríe a Clara. 
—Los señores Extremera se portaron muy bien con nosotros, dadas las circunstancias. Al final nos invitaron a comer y todo. Tenemos amigos y gustos comunes y bueno, ya sabes, hablar de los hijos siempre une a las personas.
—Increíble. Tuvisteis suerte, otros os hubieran mandado a la mierda en cuanto llamaran al timbre. Yo lo hubiera hecho.
—Menos mal que no topamos contigo. —Ambos se ríen. 
 Hablar con Carlos siempre pone de buen humor a Clara. Aunque no es su padre y nunca lo ha llamado así, ese hombre ejerce en ella una gran influencia y le quiere como si lo fuera. 
 Clara se muere de ganas por contarle toda la historia a Lorenzo, su mejor amigo. Siempre se reían mucho con estas cosas, pero no está y por email pierden gracia. Piensa por un momento en apuntarlo para acordarse cuando él vuelva, bueno si vuelve, se dice algo apenada.

CAPÍTULO 3


Es miércoles por la mañana cuando a Clara le llama su jefe al despacho. Consulta su reloj, son las once y piensa, ¿qué querrá Arturo a estas horas? 
 Cuando entra se da cuenta que su jefe tiene compañía. Le mira sorprendida aunque no dice nada. 
—Clara, él es el señor Héctor Extremera. Aunque bueno, supongo que ya os conocéis.
 ¿Por qué lo supone?, piensa inmediatamente. Ambos se saludan con un leve apretón de manos. Clara se encuentra un poco descolocada pero se sienta. No solo es por verlo allí sentado con un traje azul oscuro con la corbata a juego y una camisa blanca nuclear, casi parece otra persona a la que conoció el domingo en chándal, sino también porque el contacto al apretarse las manos le ha provocado una leve descarga eléctrica. 
—El señor Extremera quiere que le realicemos un trabajo de auditoría para determinar la viabilidad de una de sus empresas y ha pedido que lo hagas tú —continúa Arturo sacando a Clara así de sus ensoñaciones.
 ¿Quiere que trabaje para él? Clara está confundida, pero antes de que siga con esos pensamientos, Héctor la interrumpe.
—Espero que no haya ningún problema. —Y le mira sonriendo. 
 Clara está aún más confundida. Además, se ha perdido un poco con su sonrisa, su boca… Antes de que pueda contestar, es su jefe el que lo hace por ella. 
—Ninguno, por supuesto.
—Es un trabajo de dos semanas. Hay veces, como esta, que necesitamos una visión de fuera de la empresa y nos gusta contar con asesorías independientes. 
 Esto lo dice Héctor mirando a Arturo, aunque Clara sabe que va dirigido a ella directamente, ha debido seguir el hilo de sus pensamientos. 
 Continúa hablando:
—Será en nuestras oficinas y empezaremos el próximo lunes. Es muy importante la confidencialidad de los datos y, al firmar el acuerdo, se comprometerá a no decir nada, incluso a su jefe. 
 Ahora se ha vuelto a Clara y la mira directamente.
—No podrá sacar ninguna documentación de nuestro despacho, pues será allí donde trabaje. Le proporcionaremos todo el material necesario. ¿Alguna pregunta?
—No —contesta Clara.
 Aunque en su cabeza se han agolpado muchas, no quiere formularlas en voz alta y mucho menos delante de su jefe. 
 En ese momento se abre la puerta. Es Raquel Sandoval. 
—Buenos días, papá. ¡Ah! No sabía que estabas reunido.
 Sí ya, piensa Clara poniendo los ojos en blanco, como si María no la hubiera avisado. Es su espía y siempre la llama cuando hay algo interesante en la oficina. Su padre hace las presentaciones y le explica que van a trabajar para él. 
—Estaré encantada de supervisar el trabajo. Todo se hará a la perfección. 
 Clara mira al techo, esa mujer siempre consigue sacarla de sus casillas. Que le gusta aparentar que es la responsable de que la empresa funcione cuando en realidad no hace nada, piensa mientras mira ahora fijamente a su jefe. 
—No será necesaria su participación señorita Sandoval. Firmarán un contrato de confidencialidad y solo la señorita Jiménez podrá trabajar y acceder a la documentación.
 Raquel se ofende y, aunque parece que va a ponerse a echar humo por la nariz, se repone rápidamente para seguir hablando.
—Mi padre… —Y mira al aludido— le habrá dicho que yo estoy más cualificada para este trabajo, cursé los estudios en… —Héctor no le deja terminar. 
—Entiendo, si es así buscaré otra empresa que sea capaz de satisfacer mis exiguas peticiones.
 Arturo se ha puesto blanco, no puede perder a este cliente por culpa de los caprichos de su hija.
—No será necesario señor Extremera, Clara realizará el trabajo —dicho lo cual fulmina con la mirada a su hija.
 Clara sigue divertida la escena. No le gusta la idea de trabajar para él, pero aparte de que parece no tener otro remedio, ser testigo de lo que acaba de ocurrir le ha dado puntos. Ha conseguido subirle el ánimo y saborear por unos momentos la gloria. 
 Héctor extiende la mano y le acerca una tarjeta a Clara, evitando esta cualquier tipo de contacto, no quiere perder de nuevo el hilo de la conversación. Hace lo mismo con Arturo que reacciona y le da una suya.
—Tome señor Extremera, esta es la de Clara.
 Ella le hace un gesto a su jefe en señal de agradecimiento, en ese momento no lleva ninguna encima. 
—Mi secretaria les pasará en los próximos días el contrato. Creo que no hay nada más que añadir. Si no necesitan otra cosa de mí, debo marcharme. Tengo una reunión en unos minutos.
 Todos se levantan. Hay apretones de manos y Raquel muy solícita se apresura a acompañar a Héctor a la puerta. 
 Clara se queda en el despacho con su jefe y cuando se ha cerciorado que ya no pueden oírles mira a Arturo a la cara. Este se encoge de hombros y añade: 
—Lo siento Clara, es mi hija.
 Clara no puede recriminarle nada, ha sido bastante explícito.
—Necesito que hablemos Arturo. No sé cómo nos vamos a organizar. Dos semanas es mucho tiempo. Es casi final de mes y de trimestre, tenemos mucho lío.
 Su jefe hace un ademán con la mano.
—Encárgate por favor, Clara. Hablaré con Raquel para que… —Clara no le deja terminar.
—Espero que merezca la pena tener al señor Extremera como cliente.
 Tras decir esas palabras se levanta y abandona el despacho. 
 Arturo suspira y piensa que ojalá su hija fuera como ella, así hubiera podido jubilarse ya y disfrutar de la vida. 
 Clara se reúne con sus tres compañeras y se organizan el trabajo. Ana es la segunda de a bordo y la más cualificada para sustituirla. Y, aunque tiene familia, siempre está dispuesta a echar más horas si es necesario. Silvia y Natalia son muy trabajadoras y organizadas, las cuatro forman un gran equipo. Estas ya estaban en la empresa cuando Clara llegó y, aunque son más jóvenes que su jefe, llevan desde los inicios con él. Ana y ella son la savia nueva de la empresa y las que tiran del resto. 

Por la tarde mientras está en el trabajo, Clara recibe un mensaje en el móvil: “¿Puedes cenar mañana conmigo?” No tiene identificado el número y, aunque no le hace falta mirar la tarjeta que Héctor le ha dado esa misma mañana para saber que se trata de él, lo comprueba y sonríe. No se ha equivocado. “Sí” le contesta, aunque se arrepiente en ese mismo momento, debería haberlo pensado mejor. “Un coche pasará a buscarte a las 9”. “Dime dónde, tengo coche”. “Restaurante Rouge”. “Ok”. Clara piensa que no es de muchas palabras, aunque enseguida se dice que ella tampoco, no le ha dejado muchas opciones. Empieza a darle vueltas al asunto aunque debe parar, tiene mucho trabajo y decide pensar que la cena es para hablar de más trabajo, no tendría sentido otra cosa.

Clara sale de la oficina. Vuelve a mirar el reloj, son las 8.30, llegará temprano. Sopesa la idea de pasar por casa pero la desecha, puede que entonces se lo piense mejor y no sea capaz de moverse para la cena con Héctor. Aparca. Antes de salir del coche mira la fachada del restaurante. Parece muy lujoso. Bueno, si ya he llegado hasta aquí… se dice antes de bajar. Está un poco nerviosa, no sabe muy bien a qué viene la cena y eso la incomoda. 
—He quedado con el señor Extremera —dice al hombre enchaquetado que la recibe al entrar en el restaurante.
—Acompáñeme señorita Jiménez. Le está esperando.
 Creía que llegaba temprano y parece que él se ha adelantado aún más. Héctor está sentado y consulta su móvil. 
—Señor Extremera.
 Héctor levanta la cabeza y mira sorprendido a Clara.
—Gracias José. 
 El tal José se marcha, no sin antes asentir con la cabeza.
—Has llegado pronto, Clara.
—No tanto como tú, Héctor.
 Clara se quita la chaqueta y, antes de que pueda girarse para colocarla en su silla, aparece un camarero muy solícito que se la recoge y desaparece con ella. Esto es rapidez, piensa Clara. 
 Héctor se levanta y parece que está a punto de acercarse para darle dos besos. Esta se queda por un momento sin saber qué hacer. Es reacia a ese contacto, va a ser su jefe las próximas dos semanas así es que se sienta rápidamente. Héctor la imita y hace una pequeña mueca que no le pasa desapercibida a ella. Entonces hace una señal al camarero y le pregunta a Clara si quiere vino tinto para beber. Asiente. Antes de irse el mismo camarero ha dejado las cartas del menú sobre la mesa.
—No sé muy bien a qué viene esto, pero… —dice Clara mientras ojea una de ellas.
—Es solo una cena —contesta Héctor.
 Clara levanta la mirada por encima de la carta y le replica:
—No me refiero a eso.
 Aparece otro camarero para tomarles nota. 
—He pedido unos entrantes, espero que no te importe —le dice Héctor a Clara. 
 Ella niega con la cabeza.
—En ese caso pediré “coulant orange avec des framboises”.
 Clara levanta la mirada y cierra lentamente la carta. Espera unos segundos. Ni el camarero ni Héctor dicen nada. Sabe que ha pedido un postre pero quiere ver cómo reaccionan. Sonríe y vuelve a abrir la carta.  El camarero parece que lo está pasando mal aunque no se atreve ni a respirar.
—Mejor “poulet farsi aux champignons”. ¿Es pollo no es así?
 Clara se centra en el camarero que respira aliviado y asiente.
—Lo mismo para mí —dice Héctor que le da la carta al camarero.
 Cuando este ya se ha ido se miran directamente. 
—Me sorprende que te hayas resistido a decir algo. ¿Caballeroso? —le dice Clara a un Héctor que sonríe antes de hablar.
—Estaba esperando a ver qué hacía el camarero. Eres mala.
—Sí, el pobre lo ha pasado mal. No tiene la culpa de que a sus jefes no se les haya ocurrido poner la carta en español. —Clara sonríe.
—Bueno, si no es por la cena, ¿por qué has dicho “no sé a qué viene esto”? —comenta Héctor.
—Por el trabajo.
—Nos hace falta una empresa…
—Sí, ya. Aparte de que os haga falta una empresa… supongo que tendréis unas cuantas asesorías. ¿Por qué dónde trabajo? Y no me digas que fue casualidad, por favor.
—No, no iba a decirlo. Supongo que por curiosidad.
—¿Por ver cómo trabajo?
 Héctor parece meditar la respuesta, por lo que Clara es la que vuelve a hablar:
—No contestes si no quieres. Por ver la cara que puso Raquel ayer cuando la cortaste hasta te invito a cenar aquí.
—Por supuesto que no te voy a dejar que pagues la cena. Y siento curiosidad no por ver cómo trabajas sino por el motivo que tuvieras tan mala noche el sábado.
—¡Ah! Es eso, joder.
 Clara se calla y sopesa la respuesta. Toma un sorbo de vino antes de contestar:
—Es algo personal, pero…
—Te recuerdo que me dijiste que si nos veíamos otra vez me lo contarías.
—Lo dijiste tú, aunque yo asentí. Lo voy a mantener. Además, te agradezco que no me hicieras contarlo delante de mi jefe. Es solo que…
—No esperabas que nos volviéramos a ver.
—Listo.
—Pues te toca hablar.
—Está bien. —Clara se interrumpe para coger aire y continúa hablando—: Tenía una especie de rollo o algo así. Se estaba poniendo un poco pesado y empecé a mantener las distancias. El sábado salí con unas amigas y apareció este con una tía. Otra amiga mía que, aunque me había comentado que estaba con alguien, no creí que fuera el mismo.
—Te molestó —le interrumpe Héctor.
—La verdad es que no.
 El camarero se acerca y deja una ensalada sobre la mesa. Parece que va a servirla cuando Héctor le hace un gesto y este se marcha con un leve asentimiento de cabeza. Clara aprovecha para tomar un poco de vino antes de seguir con la historia.
—Seguí bebiendo y pasándolo bien con mis amigas. Supongo que eso enfureció a ese cabrón. Se paseó con la pobre chica para darme celos, pero yo no los sentía. Terminó encarándose conmigo y… bebí más de la cuenta. Eso es todo.
 Héctor le pone ensalada en el plato y después se sirve él.
—Una noche de mierda. Mucho alcohol y una bronca, ese es el resumen. No fue una buena noche, no. Y no mejoró por la mañana.
—¿Está acabado?
—Era un polvo de vez en cuando, solo eso.
 El camarero regresa para llevarse el plato de la ensalada y dejar unas setas con jamón. Clara mira el plato. 
—Espero que te gusten —le dice Héctor.