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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Patricia Wright

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Encontrar un amor, n.º 5414 - noviembre 2016

Título original: Wyatt’s Ready-Made Family

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9026-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

POR QUÉ no había echado el cerrojo?

Maura Wells se acurrucó junto a sus hijos en el pasillo del segundo piso. Había escuchado cómo un intruso merodeaba por el piso de abajo. Dios, ¿por qué no se marchaba? No había nada de valor que pudiera robar.

El sonido de una puerta al cerrarse rompió el silencio. Jeff y Kelly dieron un salto y ella los abrazó con fuerza. Entonces el ruido de las botas del intruso pasó cerca de las escaleras. Maura contuvo la respiración y rezó para que no subiera las escaleras. Cerró los ojos y la imagen del horrible Darren apareció en su cabeza. ¿Podría haberla encontrado tan pronto? Su abogado le había asegurado que…

Maura tomó aire varias veces y escuchó cómo la persona se dirigía hacia la cocina y comenzaba a abrir los armarios. Era muy típico de su ex marido hacerla sufrir, hacerla esperar su castigo.

Siempre había imaginado que algún día la encontraría. Bueno, pues no iba a quedarse ahí parada e indefensa. Ya no más. Si algo había aprendido en el refugio, era que no podía permitir que Darren la hiciera prisionera otra vez, en su propia casa. Pero al vivir en el campo no podía esperar una respuesta rápida por parte de la policía. Al menos había tenido la previsión de llamar a su vecino, Cade. Iba de camino. ¿Pero cuánto tardaría en llegar?

–Mamá, tengo miedo –susurró su hija–. Haz que el hombre malo se vaya.

–Lo haré, cariño –dijo Maura y, enfrentándose a sus propios miedos, condujo a los niños hacia su dormitorio–. Vosotros quedaos aquí. Voy a hacer que se vaya. No vayáis abajo pase lo que pase. ¿Prometido?

Su hija de tres años y su hijo de seis asintieron en silencio. Los dejó en la habitación y se dirigió de puntillas al armario del pasillo, de donde sacó un viejo rifle que habían dejado allí antes de que ella se mudara. Sospechaba que no funcionaría, aunque tampoco creía que tuviera valor para apretar el gatillo, pero no iba a dejar que el intruso supiera eso.

Maura comenzó a bajar las escaleras. A cada paso que daba trataba de controlar su respiración. Había una pequeña lámpara de mesa encendida que proyectaba una débil luz en todo el salón, que estaba escasamente amueblado. Casi todo lo que había en la casa era de segunda mano, excepto el petate negro que había junto a la puerta principal. Aquello pertenecía al visitante.

Maura se quedó oculta en las sombras, sabiendo que, si era su ex marido, no cabría razonamiento alguno con él; sin embargo, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de apartarlo de los niños. Se quedó escuchando cómo los armarios se abrían y después se cerraban. Entonces el sonido de las botas le dijo que se dirigía hacia ella. Era su oportunidad para pillarlo por sorpresa.

Apareció la enorme sombra, pero era demasiado grande para ser Darren. Una extraña sensación de alivio recorrió el cuerpo de Maura, hasta que se dio cuenta de que se enfrentaba a una clase distinta de peligro. Era un ladrón, lo cual era incluso peor. Apuntó el rifle hacia él.

–Quieto ahí.

–¿Pero qué diablos…? –dijo el hombre tras detenerse en la puerta.

Maura tuvo que contener un suspiro al ver a aquel desconocido alto y guapo. Iba vestido con una camisa y unos vaqueros con una gran hebilla de plata. Tenía el pelo negro y lo suficientemente largo como para rozarle el cuello. Sus ojos eran de un azul brillante, enmarcados por unas cejas oscuras.

–Levante las manos –dijo ella, tratando de mantener firmes tanto su voz como sus manos.

 

 

Wyatt Gentry se quedó sorprendido al encontrar a aquella bella mujer en su casa. A juzgar por su atuendo, una bata de noche, y su pelo rubio y despeinado, parecía que acababa de despertarse. Y resultaba extremadamente sexy. Ella sería la razón por la que la casa estaba tan ordenada.

–No he venido aquí para hacerle ningún daño, señorita –dijo él.

–Entonces no debería haber entrado en mi casa de esta forma.

¿Su casa?

–¿Por qué no deja el rifle y hablamos sobre ello?

–¡No! Esperaremos hasta que el sheriff llegue –dijo, y abrió más sus ojos marrones mientras señalaba al sofá con el rifle–. Siéntese.

Wyatt comenzó a caminar, pero de pronto se dio cuenta de que no le gustaba nada aquella situación y que tendría que hacer algo al respecto. Se giró de golpe, agarró el rifle y se lo quitó de las manos. Lo que no esperaba era que ella peleara como una gata con las uñas afiladas. Su pequeño tamaño no hacía justicia a su fuerza, pues consiguió hacerle perder el equilibrio, pero él la agarró y acabaron los dos en el suelo. Cuando él se recuperó se deslizó y se sentó a horcajadas sobre ella. Pero ella no dejó de forcejear bajo su cuerpo, recordándole entonces que estaba semidesnuda. La fricción entre ambos fue como una sacudida eléctrica.

–¿Puede usted dejar de pelear para que podamos hablar? –dijo él justo antes de que algo lo golpeara por detrás.

–Deje a mi madre en paz.

Era la voz de un niño. Wyatt se dio la vuelta y se contuvo mientras se ponía en pie.

–Oye, tranquilo. No voy a hacerle daño a nadie –dijo mientras agarraba al niño, que no dejaba de moverse. Entonces miró a la mujer, que se levantó y fue corriendo hacia la niña que lloraba en las escaleras.

–Por favor, suelte a mi hijo. Tome todo lo que quiera. Hay algo de dinero en mi bolso, pero no nos haga daño.

Al ver la cara de pánico de la mujer, Wyatt se apresuró a dejar claro que no iba a hacerle daño.

–No quiero hacer daño a nadie –insistió, y lanzó el rifle sobre el sofá. Dudaba que pudiera funcionar–. Y no quiero su dinero. Sólo estoy aquí porque esta casa me pertenece. Tengo una llave.

–¿Ha comprado usted este rancho? –preguntó la mujer, confusa.

–A las tres de la tarde más o menos, cuando firmé los papeles.

–¡Jeffrey, para! –le dijo ella a su hijo, que aún seguía forcejeando–. No va a hacernos nada.

El niño dejó de pelear pero, una vez que estuvo junto a su madre, siguió mirando a Wyatt con mirada amenazadora.

–Soy Wyatt Gentry. Lo siento. No tenía ni idea de que nadie viviera aquí.

–Soy Maura Wells; y éstos son mi hija, Kelly, y mi hijo, Jeff. Llevamos aquí un tiempo.

–¿Un tiempo? ¿Han alquilado el lugar?

–Tenía un trato con el dueño, con el anterior dueño –dijo ella–. Pero ahora que está usted aquí, deberíamos marcharnos.

Wyatt no tenía ni idea de que iba a ser recibido de aquella forma. ¿Por qué su abogado no le había advertido? ¿Cómo iba a echar a esa mujer y a sus hijos en mitad de la noche? ¿Y dónde estaba su marido? Entonces miró a su mano izquierda y no vio ningún anillo.

–No hay necesidad de que se vayan –dijo él.

Entonces la puerta principal se abrió de golpe y un hombre alto se encaminó hacia Wyatt y lo agarró de la camisa.

–Si le pone una mano encima a alguno de ellos se arrepentirá.

–No, Cade, por favor, no –dijo Maura mientras se ponía entre los dos–. No pasa nada. Éste es Wyatt Gentry. Ha comprado el rancho.

–¿Ha comprado el rancho? –dijo Cade tras soltar a Wyatt.

–Hoy he firmado los papeles –dijo Wyatt mientras se dirigía hacia su petate para sacar el título de la propiedad y enseñárselo a Cade.

–Maldito sea –dijo Cade tras examinar los papeles–. Me temo que le debo una disculpa. Soy Cade Randell. No teníamos ni idea de que la propiedad había sido vendida.

Wyatt tuvo una extraña sensación al observar a Cade. Ésa no era la manera en que había planeado conocer a su medio hermano. Apartó la mirada y trató de concentrarse en el problema que tenía entre manos.

–Maura, ¿por qué no haces las maletas y tú y los niños os venís a casa conmigo? –dijo Cade.

–Como le estaba diciendo a la señorita Wells –dijo Wyatt–. No hay necesidad de que se vayan en mitad de la noche. Además, no voy a echar a los inquilinos.

–No soy exactamente una inquilina –dijo Maura tímidamente–. Cade me dio permiso para vivir aquí hasta que se vendiera la casa. Y me temo que el momento ha llegado.

Así que una vez más Cade Randell había sido su campeón. ¿Había algo entre ellos?

–Así es –dijo Cade–. Conozco al dueño, Ben Roscoe, y estuvo de acuerdo en dejar que Maura viviera aquí con los niños durante un tiempo. Me temo que cuando se fue de vacaciones olvidó explicarle la situación a su abogado. Este sitio lleva en venta cuatro años, y nadie pensó que pudiera haber ningún problema en que Maura ocupara la casa y la mantuviera limpia.

Wyatt había tenido un día muy largo, una semana muy larga, con su viaje en coche desde Arizona, sin contar con las innumerables peleas que había tenido con su hermano, Dylan, sobre la compra de la propiedad que una vez fuera de Randell. Era casi medianoche y estaba agotado.

–¿Por qué no solucionamos esto mañana? –sugirió él–. Puedo alquilar una habitación en un motel para esta noche. Podremos discutir sobre esto por la mañana.

Estudió a Maura Wells con detenimiento. ¿Por qué una mujer y sus dos hijos vivirían en una casa abandonada? No le gustó la conclusión a la que llegó.

–Señor Gentry, no puedo hacer que abandone su propia casa.

Wyatt la miró de nuevo. Tenía los ojos grandes y marrones y una piel perfecta. Su pelo sedoso tenía el color de la miel. Cuando su cuerpo fue consciente de su atractivo físico, tuvo que apartar la mirada.

–Escuchen –dijo él–. Me habían dicho que tendría que emplear un tiempo hasta hacer que este lugar fuese habitable, así que no pensaba mudarme hoy de todas formas –dijo, y se colocó su sombrero vaquero en la cabeza–. Me pasaré por la mañana–. Tomó su petate y se marchó.

Maura se quedó impresionada por la amabilidad de aquel desconocido, pero eso no cambiaba el hecho de que ella y sus hijos se quedarían en la calle por la mañana, lo que suponía que tendría que encontrar otro lugar para vivir. Era muy fácil decirlo. No tenía dinero suficiente para hacer la mudanza y pagar un alquiler.

–Sigo diciendo que deberías venir a casa con Abby y conmigo –sugirió Cade.

Maura ignoró la sugerencia y se giró hacia su hijo.

–Jeff, lleva a tu hermana a la cama. Puedes llevarla a mi habitación –le dio un beso a Kelly y luego a su hijo–. Vamos, Kelly. Subiré pronto.

–¿Lo prometes? –preguntó la niña.

–Lo prometo. Ahora estás a salvo.

Una vez que lo dos niños se hubieron ido, Maura se giró hacia Cade.

–No puedo ir contigo. Tú ya tienes la casa llena con Brandon y Henry James. No pienso ir a molestar. Ya se me ocurrirá algo.

–Tengo una pequeña casita para el vigilante que podrías usar. No está en muy buenas condiciones, pero podemos arreglarla.

Maura era afortunada por haber encontrado gente como Abby y Cade Randell. Con el trabajo y la casa, la habían ayudado mucho. Nunca sería capaz de devolverles el favor.

–Creo que sabes que no me asusta el trabajo duro. Pero creo que será mejor que lo hablemos por la mañana. Siento haberte hecho salir tan tarde –dijo ella mientras conducía a Cade hacia la puerta–. Ahora vete a casa con tu familia.

Cuando Cade se marchó, Maura se dirigió a apagar la luz, pero decidió dejarla encendida durante esa noche. Subió las escaleras y se dio cuenta de que había hecho justo lo que había dicho que no haría. Había llegado a sentirse apegada a aquella casa, sabiendo muy bien que no podría quedarse para siempre. Pero dos meses eran muy poco tiempo. Quería odiar a Wyatt Gentry, pero se dio cuenta de que no podía. Al contrario: sorprendentemente se dio cuenta de que deseaba que regresara por la mañana, a pesar de que eso significara su partida.

 

 

Wyatt llevaba levantado desde el amanecer, pero dudaba que Maura Wells lo estuviera también. Había ido a la cafetería del motel y se había quedado allí tratando de encontrar una solución para todos. Pero no había respuestas. Sobre todo si la mujer y sus hijos no podían permitirse pagar un alquiler.

A eso de las siete y media aparcó su caravana frente a aquella casa de dos pisos que una vez había sido blanca. Hogar, dulce hogar. Su primera casa. Levantó una ceja al ver la pintura levantada, el porche combado y el jardín lleno de malas hierbas.

Todo era suyo.

Ya no habría más trailer ni más viajes de aquí para allá. Por fin Wyatt iba a echar raíces en algún sitio. Era su sueño, tener su propio rancho. Y lo mejor de todo era que por ninguna parte aparecía el nombre de Earl Keys para recordarle que ni Dylan ni él habían sido deseados, sino que habían llegado como un exceso de equipaje junto con su madre. Veinte años atrás Rally Gentry se había casado con un hombre que había prometido cuidarla a ella y a sus dos hijos gemelos. Ella pensaba que Keys sería la respuesta a sus plegarias, pero habían descubierto que sólo los quería para trabajar en su reserva.

Ya no más. Había trabajado durante años montando en rodeos. Pero ahora el Rocking R era suyo. Pertenecía a aquel lugar y ya no sentiría que era mano de obra alquilada. Si iba a dedicar cada uno de sus minutos en trabajar duramente en aquel lugar, era porque era suyo.

Wyatt soltó una risita. No había ido a Texas para comprar terrenos, sino para encontrar a su verdadero padre. Tras recibir una carta de un tal Jared Trager, hablándole de Jack Randell, se había dirigido hacia San Angelo. Así es como había acabado en Rocking R. Aunque el lugar había sido abandonado por los Randell, el destino prácticamente le había entregado el hogar que tanto ansiaba, y a un precio que no podía dejar escapar. Todo lo que le quedaba era trasladarse.

Pero primero tenía que desahuciar a los ocupantes. Wyatt salió de la cabina y subió los peldaños desvencijados, observando la madera podrida del porche. Pensó que sería lo primero que tendría que reparar. Llamó a la puerta y a los pocos segundos escuchó pisadas que se acercaban. La puerta se abrió de golpe y el niño, Jeff, apareció.

–Ah, es usted –dijo el niño con aire lúgubre.

–¿Está tu madre en casa? Le dije que volvería por la mañana.

–¡Mamá! –gritó el niño, y luego salió corriendo, dejando la puerta entreabierta.

Wyatt entró y cerró la puerta tras él. Oyó movimiento arriba y luego el llanto de un niño. Pocos minutos después la niña bajó lentamente las escaleras. Llevaba unos pantalones cortos rosas, una camiseta blanca y unas zapatillas de tela. Llevaba sus rubios rizos recogidos con una coleta y una cinta rosa. Había lágrimas en sus ojos y tenía hipo.

–¿Qué ocurre? –preguntó Wyatt mientras se acercaba a ella.

–Mamá está enfadada conmigo –dijo la niña tras detenerse en el tercer escalón.

–¿Y eso por qué? –preguntó Wyatt mientras se agachaba.

–Porque he usado su maquillaje y no debía. Yo quiero estar guapa como mamá.

Wyatt tuvo que morderse el labio para no sonreír. Imaginaba que Maura Wells no necesitaba maquillaje para estar guapa.

–Pero si estás muy guapa con tus rizos.

–¿Cómo te llamas? –preguntó Kelly con una sonrisa.

–Wyatt.

–¿Eres un hombre malo? –preguntó ella tras estudiarlo con detenimiento.

–Espero que no –dijo él meneando la cabeza.

–Jeff dice que nos vas a echar –dijo la niña, y pareció que iba a echarse a llorar de nuevo.

De pronto Wyatt se sintió el hombre más cruel de la tierra. Antes de que pudiera decir nada, Maura Wells apareció en lo alto de las escaleras.

–Kelly Ann Wells, ¿te has lavado los dientes?

–Lo olvidé –dijo la niña.

–Pues será mejor que lo hagas. Tenemos que irnos pronto.

La niña subió corriendo las escaleras y se metió por el pasillo. Maura bajó los escalones. Iba vestida con una falda floreada, una camiseta de algodón blanca y unas sandalias de tiras. Llevaba el pelo suelto y le llegaba hasta los hombros. No. Definitivamente no necesitaba maquillaje para realzar su belleza.

–Lo siento, señor Gentry. Las mañanas aquí son un poco frenéticas –antes de que él pudiera decir nada sonó una bocina y ella gritó–. ¡Jeff, el autobús está aquí!

A los pocos segundos apareció el niño, que tomó su mochila y tartera de la mesa que había junto a la puerta.

–Adiós, mamá –dijo antes de dirigirle a Wyatt una mirada glacial.

–Perdón. Como iba diciendo, las mañanas aquí son un poco caóticas. ¿Quiere un café?

–Me vendría bien –dijo Wyatt, y la siguió hacia la cocina.

Mientras la seguía tuvo la oportunidad de echar un vistazo a la luz del día. Las habitaciones necesitaban una mano de pintura, pero todo estaba limpio y ordenado. Maura Wells se había ocupado del lugar. Una vez en la cocina, Maura sacó dos tazas de un armario de pino y vertió el café de una cafetera.

–Por favor, siéntese.

Wyatt la observó mientras se movía por la cocina. No creía que Maura llegara a los treinta años. Era pequeña, pero no le faltaban curvas. Observó el movimiento de sus caderas bajo la falda.

–Estoy segura de que querrá mudarse lo antes posible –dijo ella mientras se sentaba y le indicaba que hiciera lo mismo–. Siento si le hemos creado algún problema.

–Nada importante.

 

 

–Podemos estar fuera… hoy –dijo ella con un suspiro.

Wyatt miró por la ventana y vio la destartalada camioneta que estaba aparcada junto a la puerta de atrás. Era evidente que la mujer no tenía mucho. ¿Dónde estaba su marido? La miró de nuevo.

–¿Tenéis algún sitio adonde ir? No os he avisado con mucha antelación.

–No tiene por qué preocuparse por nosotros, señor Gentry.

–Por favor, llámame Wyatt.

–Wyatt. Probablemente nos quedaremos con Cade y Abby Randell por unos días. Si no te importa, tendré que dejar aquí mis muebles por algún tiempo, hasta que encuentre otro sitio.

¿Por qué se sentía como si fuera una rata? No podía hacer eso.

–Mmm… eso es lo que quería hablar contigo. ¿Me preguntaba si podrías hacerme un favor?

–Por supuesto –dijo ella.

–Hay mucho trabajo que hacer por aquí. He estado pensando que no hay razón por la que tú y los niños no podáis quedaros en la casa. Me serías de gran ayuda para decorar el interior. Y podrías tomarte tu tiempo para buscar otro lugar donde vivir.

–Oh, Wyatt –susurró ella–. No puedo hacer eso. ¿Dónde vivirías tú?

–Estaba pensando en mudarme a la casita del vigilante del Rocking R mientras hago las reformas. No necesito mucho espacio.

Maura no podía creérselo. Podría quedarse. ¿Pero por cuánto tiempo? No le importaba. En ese momento no podía permitirse ir a ningún lado. No había suficiente dinero en su fondo de emergencia para alquilar otra casa. Ni siquiera tenía un fondo de emergencia. Además, odiaba tener que trasladar otra vez a Jeff y a Kelly.

–¿Pero cómo iba yo a ser de ayuda?

–No sé nada de nada sobre decoración. Soy soltero. He vivido gran parte de mi vida en una caravana con mi madre y mi hermano –dijo. «Y con mi padrastro gritando órdenes desde su rancho», pensó–. No sé nada sobre colores ni estilos y he visto lo bien que te has ocupado del lugar.

–¿Qué alquiler quieres?

–No quiero ningún alquiler, pero si me incluyeras en las comidas sería perfecto.

–No me parece muy justo. Nosotros viviendo aquí y tú en la casita.

–Había planeado mudarme allí de todas formas mientras reparaba esto, así que la casa se quedaría vacía si tú y los niños os marcharais.

Maura sabía que probablemente estaba mintiéndola, pero al menos estaba tratando de ayudarla. No quería volver a estar atada a ningún hombre. Le había llevado mucho tiempo llegar a mantenerse sola y a no tener miedo. Pero la verdad era que tenía que pensar en los niños, en cómo proporcionarles un techo bajo el que cobijarse. A ellos les encantaba aquello. ¿Cómo podría ella desarraigarlos de nuevo? Además, no tenía adonde ir, excepto el refugio del que había salido para irse con Cade y Abby. Al menos Wyatt Gentry le estaba ofreciendo tiempo para pensar a donde ir.

–Me gusta tu oferta, pero siento que, si voy a quedarme, necesito hacer algo más.

–¿El qué?

–No solo cocinaré para ti, sino que te haré la colada también –dijo ella. Antes de que él pudiera protestar ella levantó una mano y dijo–. Lo toma o lo deja, señor Gentry.

Una leve sonrisa asomó a sus labios y Maura sintió una extraña sensación en el estómago.

–Señorita, acaba usted de hacer un trato.