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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Elizabeth Lane

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El secreto de la niñera, n.º 2079 - diciembre 2015

Título original: The Nanny’s Secret

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7278-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Dutchman´s Creek, Colorado

 

Ofertas de trabajo:

Niñera para recién nacido a tiempo completo en zona Wolf Ridge. Mujer madura, discreta y preferiblemente con experiencia. Urgente.

Enviar datos a wr@dcsentinel.com

 

Wyatt Richardson, exasperado, contempló el montón de currículos encima de la mesa de trabajo prestada. Hasta el momento había entrevistado a tres adolescentes, una mujer de Guatemala que apenas hablaba inglés, una madre con un hijo de dos años y una mujer de edad avanzada que, según había reconocido, sufría palpitaciones en las zonas de gran altitud.

Ninguna de las aspirantes era apropiada. Por suerte, tampoco ninguna había parecido reconocerle con esa gorra vieja de béisbol. Pero eso no solucionaba el problema.

Quizá debería haber ido a una agencia de empleo en vez de poner un anuncio en el periódico The Dutchman´s Creek Sentinel, pero las agencias hacían preguntas y él quería discreción ante todo. Ni siquiera sus empleados del complejo turístico sabían que su hija de dieciséis años, Chloe, se había presentado en su casa embarazada casi de nueve meses ni que había dado a luz a un niño en el hospital local.

Suspiró cansado y ojeó el último currículum: Leigh Foster, veintiséis años. Al menos, la edad era adecuada. Pero el título de periodismo de la Universidad de Colorado no acabó de gustarle, a lo que había que añadir su limitada experiencia como niñera: cuidar niños esporádicamente cuando estudiaba en el instituto. Leigh Foster también había editado una revista de viajes, ya extinta, y en la actualidad trabajaba a tiempo parcial en un periódico local. Debía estar necesitada de dinero; si no, ¿por qué una mujer con estudios iba a querer trabajar de niñera?

«Da igual, acaba con esto cuanto antes». Apretó un botón para indicar a la recepcionista que hiciera entrar a la siguiente solicitante de empleo.

Oyó el repiquetear de unos tacones en el vestíbulo. Un momento después, la puerta de la pequeña estancia donde estaba haciendo las entrevistas se abrió. Delante de sí vio a una mujer esbelta de cabello castaño en forma de melena tipo paje y enfundada en un traje de chaqueta azul marino. Se parecía a Anne Hathaway. Le gustó lo que vio, mucho. Desgraciadamente, buscaba una niñera, no una novia.

–Señor Richardson.

Wyatt clavó los ojos en las largas piernas de la mujer mientras se acercaba a él extendiendo la mano. De repente, se alarmó. Esa mujer trabajaba en el Sentinel y debía saber quién había puesto el anuncio. Era periodista. ¿Necesitaba el trabajo o solo era un subterfugio para indagar y escribir un artículo?

Lo importante era proteger a Chloe.

Wyatt se levantó y le estrechó la mano. Los dedos de la mujer eran como toda ella: delgados, fuertes y cálidos. La chaqueta del traje se le había abierto, debajo llevaba una blusa de seda color cobre. La seda se le pegaba al cuerpo de forma seductora.

Clavó los ojos en el rostro de ella y, con un movimiento de cabeza, le indicó que se sentara.

Wyatt volvió a sentarse y pasó los ojos por el currículum.

–Parece estar suficientemente cualificada para trabajar en su campo, señorita Foster. Dígame, ¿Por qué quiere trabajar de niñera?

Esos labios sensuales esbozaron una sarcástica sonrisa.

–Puede que esté cualificada, pero tengo problemas económicos. En estos momentos trabajo veinte horas a la semana y estoy acampando en la habitación de invitados de la casa de mi madre. Mi madre es agente inmobiliario y también está pasando un mal bache; además, mi hermano menor vive con ella. Me gustaría ayudar en vez de ser una carga.

–Así que es una cuestión de dinero.

–¡No! Hay otros motivos. La mayoría de mis amigas tienen hijos –hablaba como si recitara algo aprendido–. He pensado que, dentro de unos años, si no me caso, puede que adopte un niño o incluso puede que recurra a la inseminación artificial. Entretanto, me encantaría cuidar de un bebé. Por supuesto, no puedo prometer que sea por largo tiempo –su voz ronca se interrumpió unos segundos–. Si me considera una posible candidata, ¿podría hablarme del trabajo? Si no, mejor me marcho ya.

Leigh Foster se agarró las manos. Wyatt casi se deshizo al verla tan vulnerable. Sí, le interesaba conocer mejor a esa mujer. Pero además necesitaba una niñera para el niño de Chloe y, hasta ese momento, Leigh Foster era su única opción.

No obstante, tenía que asegurarse de que ella no iba a aprovecharse de la situación.

Wyatt se aclaró la garganta y agarró la cartera que había dejado en el suelo debajo del escritorio.

–Necesitaré referencias, por supuesto –dijo Wyatt sacando de la cartera una carpeta–. Pero antes de continuar, ¿le importaría firmar un contrato de confidencialidad?

Leigh agrandó los ojos.

–Claro, por supuesto. Pero ¿por qué…?

–Usted es periodista –Wyatt le pasó una hoja de papel–. Pero aunque no lo fuera, le exigiría que firmara este documento. Es de suma importancia para mí proteger la intimidad de mi familia. Tanto si acepta este trabajo como si no, tiene que firmar que no revelará lo que pueda ver u oír a partir de este momento, a nadie, ni siquiera a su madre. ¿Está claro?

Mientras ella leía el documento en el que se detallaban las consecuencias de revelar información de cualquier tipo, Wyatt contempló la cremosa piel que el escote de la blusa de seda dejaba entrever. Rápidamente, apartó los ojos.

–¿Alguna pregunta?

Leigh Foster enderezó la espalda y, con sus extraordinarios ojos, le dejó clavado en el asiento.

–Solo una, señor Richardson. ¿Podría prestarme un bolígrafo?

 

* * *

 

Leigh estampó su firma en la hoja de papel. Lo hizo con rapidez, para evitar que él notara el temblor de su mano.

El documento no era ningún problema; incluso sin él, jamás revelaría lo que esperaba averiguar. No obstante, eso no ayudó a calmar sus nervios. Lo principal era que Wyatt Richardson no se enterara del motivo por el que estaba ahí.

Sabía mucho más sobre ese hombre de lo que él podía imaginar. A pesar de la gorra de béisbol, habría reconocido sin esfuerzo al célebre personaje que había logrado que Dutchman´s Creek fuera un lugar conocido. En su juventud, había sido esquiador, había ganado varias medallas olímpicas y, entre eso y anuncios publicitarios, se había hecho rico. Al regresar a Colorado y afincarse allí, había comprado Wolf Ridge, un complejo turístico venido a menos cuya única clientela eran los esquiadores locales. Durante los últimos quince años había transformado el lugar en una estación de esquí que podía competir con Aspen y Vail en todo, excepto en tamaño.

Todo eso era del dominio público, descubrir detalles de su vida íntima había requerido exhaustas indagaciones. Pero lo que había averiguado confirmaba que necesitaba estar ahí ese día. No era seguro que fuera a conseguir que Wyatt Richardson la contratara de niñera, pero debía intentarlo.

En ese momento, todo dependía de cómo jugara sus cartas.

–¿Satisfecho? –Leigh le devolvió el documento–. No me interesa escribir ningún artículo, lo que quiero es un trabajo.

–De acuerdo. Charlemos un rato y a ver qué pasa –Wyatt Richardson se quitó la gorra y se pasó la mano por el espeso cabello salpicado de gris.

Debía de pasar de los cuarenta. Iba vestido con pantalones vaqueros y chaqueta de chándal gris, tenía cuerpo de atleta, fuerte y musculoso, y el rostro de rasgos pronunciados y quemado por el sol. Sus ojos eran sorprendentemente azules. El año que ganó una medalla de oro olímpica una revista le colocó entre los diez hombres más atractivos del mundo. Y no había perdido ese atractivo.

Era de todos conocido que se había divorciado hacía más de diez años. Debido a su virilidad y riqueza, las mujeres caían rendidas a sus pies, pero él era discreto en lo que a su vida íntima se refería; no obstante, en una comunidad pequeña como Dutchman Creek, siempre corrían los cotilleos. Pero eso era irrelevante, ella no estaba allí para convertirse en una conquista más de Wyatt Richardson. Aunque la idea le produjo un agradable picor en la entrepierna.

–Hábleme del bebé –dijo Leigh.

–Sí, el bebé –Wyatt respiró hondo, como si se preparara para una batalla–. Es de mi hija. Y mi hija tiene dieciséis años.

–¿Tiene usted una hija? –Leigh fingió sorpresa.

–Su madre y yo nos divorciamos cuando mi hija era pequeña. No la veía mucho. Pero ahora, por motivos en los que no vamos a entrar, Chloe y el niño viven conmigo.

–¿Y el padre del niño? –el pulso se le aceleró y la tensión le hizo ponerse tensa. Pero, con gran esfuerzo, logró mantener la expresión tranquila y serena.

–Chloe se niega a decir quién es. Lo único que me ha dicho es que eso es agua pasada. Imagino que será algún chico que conoció cuando ella y su madre vivían aquí. Pero si alguna vez le hecho el guante a ese pequeño sinvergüenza…–Wyatt cerró las manos en dos puños–. En fin, eso no es lo que más me preocupa. La cuestión es que Chloe insiste en quedarse con el niño, pero no tiene edad para ser madre. Mi hija es prácticamente una niña.

Los ojos de Wyatt Richardson se clavaron en ella. Entonces, añadió:

–La niñera que acepte este trabajo tiene que cuidar de dos niños, el bebé y la madre del bebé. ¿Lo ha comprendido?

Leigh volvía a respirar con normalidad.

–Le creo, señor Richardson.

–Bien. En ese caso, por favor, llámeme Wyatt. Y será mejor que nos tuteemos –Wyatt se puso en pie, agarró la cartera y se volvió a poner la gorra–.Bueno, vamos.

–¿Adónde? –respondió ella levantándose también.

–Voy a llevarte al hospital para que conozcas a Chloe. Si le gustas, te contrataré por dos semanas de prueba. Si no lográis entenderos, en esas dos semanas tendré tiempo suficiente para buscar otra niñera. Hablaremos del salario de camino al hospital.

Dos semanas, pensó Leigh mientras le seguía. Y si al final de esas dos semanas decidía no hacerla fija, al menos lograría ver al bebé.

–Tengo el coche detrás del edificio –él le sujetó la puerta para dejarla pasar delante.

El sol de octubre la cegó después de haber estado en el pequeño despacho pobremente iluminado. Más allá del pueblo, las montañas presentaban una amalgama de colores entre el verde amarillento de los chopos, el rojo de los arces y el verde oscuro de los pinos. La suave brisa portaba un susurro de invierno, un invierno que cubriría de nieve las montañas y atraería a los esquiadores.

Había imaginado que el coche de Wyatt era un deportivo, pero lo único que vio en el aparcamiento fue un enorme todoterreno negro de ruedas gigantes.

–Es el vehículo que utilizo en invierno –explicó él–. El que uso normalmente está en el taller, un problema de frenos.

Cuando Wyatt abrió la portezuela del coche, Leigh se dio cuenta de lo alto que estaba. Le iba a resultar imposible subirse ahí con la falda estrecha y los tacones que se había puesto para la entrevista. Debería haberse vestido con vaqueros y botas de montaña.

Leigh volvió la cabeza hacia atrás y le miró con expresión de reproche.

–Si no te importa…

La suave carcajada de él la sorprendió.

–Estaba esperando a que me lo pidieras. Si te hubiera agarrado sin más, habría corrido el riesgo de que me dieras una bofetada.

Entonces, Wyatt la levantó como si no pesara nada. Contuvo la respiración mientras esas fuertes manos la alzaban y la depositaban en el asiento de cuero. Siguió sintiendo el calor de esas manos mientras se abrochaba el cinturón de seguridad. Wyatt Richardson era un hombre irresistible y capaz de quitarle el sentido con solo clavarle esos increíbles ojos azules. Pero sabía que no debía intimar con él, Wyatt podía descubrir la verdad y eso le acarrearía muchos problemas.

Wyatt puso en marcha el motor y Leigh se recostó en el respaldo del asiento.

–Así que tu hija está en el hospital. ¿Cuándo ha dado a luz?

–Ayer por la mañana. Por lo que me han dicho, fue un parto fácil. Tanto ella como el niño están bien. Saldrán mañana del hospital.

–¿Y la madre de tu hija? ¿Ha estado con ella en el parto?

Wyatt hizo una mueca de disgusto.

–Su madre está en Chicago con su marido. Al parecer, están pasando por una crisis matrimonial. Por eso es por lo que metió a Chloe en un avión la semana pasada y la mandó a mi casa.

–Siento decirlo, pero me parece horrible.

–No seas demasiado severa con ella. La situación nos ha consternado a todos. Yo no sabía que Chloe estaba embarazada hasta que no la tuve delante de mí al abrir la puerta. Francamente, todavía no puedo creer lo que está pasando –tomó el desvío que conducía al hospital–. Ahora ya puedes hacerte idea de la situación. Chloe lo ha pasado muy mal. Y, aparte de contratar a alguien para que cuide del niño, no sé cómo ayudarla.

–Por lo menos, te preocupas por ella. Algo es algo.

Wyatt soltó una amarga carcajada.

–Eso díselo a Chloe. En su opinión, dejé de interesarme por ella hace quince años.

Wyatt aparcó en el aparcamiento del hospital. Después de rodear el vehículo, abrió la puerta de ella y le tendió los brazos. Leigh le puso las manos en los musculosos hombros y Wyatt, agarrándola por la cintura, la bajó al suelo. Pero al soltarla, sus miradas se encontraron.

–Bueno, vamos a entrar –dijo Wyatt después de apartar las manos de ella.

–¿Estabas aquí cuando nació el niño? –preguntó Leigh mientras recorrían unos pasillos camino a la zona de maternidad.

–Estaba en una reunión cuando nació el niño, pero vi a Chloe inmediatamente después. Le pusieron epidural y aún estaba grogui cuando me marché. Es posible que no recuerde que estuve aquí.

Wyatt se detuvo delante de una puerta entreabierta.

–Bueno, es aquí.

–Entra tú primero –dijo Leigh–. Yo esperaré aquí fuera hasta que le hayas explicado quién soy.

Tras darle las gracias, Wyatt enderezó los hombros, golpeó la puerta suavemente con los nudillos y entró en la habitación.

 

 

Chloe estaba sentada en la cama con un espejito en la mano, maquillándose los ojos. Con esa mata de rizos castaños, parecía una niña pequeña jugando con las pinturas de su madre. ¿Cómo podía esa niña ser madre?

–Hola, cielo –dijo él.

–Hola, papá –respondió Chloe con voz tensa.

Wyatt carraspeó.

–Me han dicho que tienes un niño precioso. ¿Cómo te encuentras?

–¿Tú qué crees? –Chloe giró el tapón del tubo de rímel–. He enviado unos mensajes a mis amigas y me han dicho que van a venir a ver al niño. Por cierto, se llama Michael. De momento, Mikey.

–¿Has llamado a tu madre?

–Le he enviado un mensaje al móvil –contestó Chloe encogiéndose de hombros–. Está de camino a Nueva York con Andre. Creo que Andre expone en una galería.

–¿Y no va a venir a ver al niño?

–¿Por qué iba a hacerlo? Mamá no quiere ser abuela. Además, no la necesito –Chloe agarró una barra de carmín y se la pasó por su boca en forma de arco.

Wyatt se sentó en una silla.

–Tenemos que hablar, Chloe.

–¿De qué? –la chica le miró con precaución, como preparándose para una pelea–. Ya te he dicho que me voy a quedar con el niño.

Sí, se lo había dejado muy claro, a pesar de que él se había mostrado contrario a la idea y le había explicado por qué. Pero no iba a insistir en ese momento, su hija parecía muy cansada.

–Lo comprendo. Y ya sabes que mi casa es tu casa y la de Mikey. Pero ¿y el resto? ¿Has cuidado alguna vez de un bebé?

Los ojos azul cielo de Chloe se clavaron en él inexpresivamente.

–Para empezar… ¿vas a amamantarle?

Chloe agrandó desmesuradamente los ojos.

–¿Yo? ¡De ninguna manera! No voy a pasarme el resto de la vida con el pecho caído. Y quiero seguir con mi vida normal, papá. Quiero quedarme con el niño, pero no esperes que vaya a quedarme en casa con él todo el tiempo. Tan pronto como me compres un coche, voy a ir a…

–Lo del coche puede esperar –la interrumpió Wyatt manteniendo la calma–. Entretanto, tienes un niño al que cuidar. ¿Sabes cómo cambiar un pañal?

Chloe se lo quedó mirando con expresión de incredulidad.

–¡Por favor, papá! ¿Para qué crees que está la niñera que vas a contratar?

 

 

Desde el otro lado de la puerta entreabierta, Leigh lo oyó todo. Ahora comprendía por qué le había dicho que iba a tener que cuidar de dos niños. Y Chloe parecía problemática. Solo el niño le impidió darse media vuelta y salir corriendo de allí.

A los pocos segundos, Wyatt salió de la habitación. Una profunda frustración se dibujada en su expresión.

–Siento que hayas tenido que oír eso –murmuró él.

–Me alegro de haberlo oído.

Siguiéndole, Leigh entró en la habitación. Chloe estaba sentada, recostada en las almohadas. Parecía una muñeca estilo Shirley Temple.

–Chloe, esta es la señorita Foster –dijo Wyatt–. A menos que tengas alguna objeción, voy a contratarla para que sea la niñera de tu hijo.

La chica la miró detenidamente. Después, lanzó una rápida mirada a su padre, pero él estaba respondiendo a un mensaje al móvil.

–Bien. Servirá –respondió la chica tratando de emplear un tono autoritario.

–Gracias –respondió Leigh escuetamente.

Chloe desvió los ojos hacia la puerta, una enfermera había aparecido con el niño en los brazos.

–Mis amigas van a venir a conocer a Mikey. Van a llegar en cualquier momento.

–No te preocupes, ya nos íbamos –Wyatt se acercó a la puerta después de que entrara la enfermera.

–¡Un momento! –dijo Leigh aprovechando la oportunidad–. Chloe, como voy a ayudarte a cuidar al niño, ¿te importaría que lo tuviera en los brazos un momento?

–Me da igual.

A Leigh se le encogió el corazón cuando la enfermera depositó al bebé en sus brazos. Era tan pequeño, apenas pesaba. Casi sin poder respirar, abrió los bordes de la manta para destapar el diminuto rostro. El pequeño Mikey era precioso, con los ojos azules y los rizos de su madre. Pero se fijó en los otros rasgos: nariz aguileña, barbilla cuadrada, orejas algo despegadas y cejas rectas.

Leigh hizo un gran esfuerzo para contener las lágrimas. No había duda, en los brazos tenía al niño de su hermano.