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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Diane Perkins

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Tormenta de escándalo, n.º 595 - 1.5.16

Título original: Bound by Duty

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Internacional y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8124-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Los editores

Dedicatoria

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Doce

Trece

Catorce

Quince

Dieciséis

Diecisiete

Dieciocho

Diecinueve

Veinte

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

 

Cuando el escándalo rige tu vida desde que eres capaz de recordar, no hay nada que aprecies más que una vida decente, pero cuando esa mala estrella se cruza en tu camino es muy difícil deshacerse de ella. Eso fue lo que pensó nuestra protagonista cuando una desafortunada tormenta la llevó a los brazos de un desconocido y la volvió a poner en entredicho, y esta vez se trataba de su propio escándalo, no un estigma familiar.

El hombre que con tanto valor la protegió de los elementos no iba a dejarla a merced de las habladurías y prometió casarse con ella… y con ese gesto tan caballeroso pareció cerrar la puerta a la incipiente pasión que había nacido en una cabaña bajo la tormenta…

Este es el inicio de la maravillosa historia que tenemos el gusto de recomendaros. Diane Gaston sabrá contárnosla de una forma también maravillosa.

 

¡Feliz lectura!

 

Los editores

 

 

 

En recuerdo de mi madre, Teresa Gaston, una persona delicada y amable que siempre estaba silenciosamente a mi lado y que nunca jamás hirió los sentimientos de nadie.

Uno

 

 

Febrero de 1815. Lincolnshire, Inglaterra

 

El viento invernal soplaba contra las contraventanas de Summerfield House mientras Tess Summerfield acudía a la llamada de su hermana mayor.

Ven inmediatamente a salita, decía la nota.

Temía que fuesen más malas noticias. Últimamente, cada vez que Lorene las llamaba a ella y a su hermana menor, Genna, a esa sala era para oír malas noticias. El aullido del viento parecía el presagio adecuado. La salita era muy luminosa los días soleados, pero ese día era gris y plomizo.

Lorene estaba con una expresión sombría junto a la chimenea y Genna, igual de sombría, estaba sentada en una butaca.

—¿Qué pasa, Lorene? —le preguntó ella.

Lorene había estado comportándose de una forma bastante rara, salía de la casa para hacer recados que no aclaraba y se quedaba fuera durante horas. La muerte repentina de su padre, hacía dos meses, había sido una circunstancia muy adversa, pero, poco después, también comprobaron que se había gastado sus dotes antes de morir. Además, el primo lejano que iba a heredar el título y las posesiones de su padre había dejado muy claro que no pensaba mantenerlas. Al fin y al cabo, todo el mundo creía que las escandalosas hermanas Summerfield no eran Summerfield en absoluto. Según los rumores, cada una era hija de un amante distinto. Antes de que su madre se escapara con uno de ellos, claro. El heredero del título de barón también había dejado claro que quería tomar posesión de la residencia que le correspondía lo antes posible y que las hermanas tenían que abandonar la que había sido su casa durante todas sus vidas. ¿Qué más podía pasarles?

—Siéntate, por favor —le pidió Lorene con el hermoso rostro crispado por la tensión.

Ella intercambió una mirada con Genna y se sentó. Lorene fue de un lado a otro por delante de ellas.

—Sé que todas hemos estado preocupadas por lo que iba a ser de nosotras…

Eso era decir muy poco. Ella se había imaginado que tendrían que separarse y aceptar puestos de institutrices o señoritas de compañía si tenían la suerte de que encontraran esos puestos dada la reputación de la familia.

—Yo… Yo he encontrado una solución —siguió Lorene mirándolas con preocupación.

Si era una solución, ¿por qué parecía tan preocupada?

—¿Cuál, Lorene?

—Yo… Yo he encontrado una manera de recuperar vuestras dotes —Lorene se frotó las manos—. Una manera de que seáis casaderas otra vez.

Se necesitaría una dote muy considerable para borrar el escándalo que las había perseguido todas sus vidas. Por si el abandono de su madre no había sido bastante, también estaba el escándalo de su padre. Su padre, antes incluso de que su madre se marchara, había llevado allí a su hijo bastardo. Naturalmente, sus hermanas y ella querían a Edmund, era su hermano al fin y al cabo, pero su presencia había generado más habladurías.

—Que bobada —farfulló Genna—. Nada nos convertirá en casaderas. Nuestra madre tuvo demasiados amantes. Por eso no nos parecemos nada.

Eso no era completamente cierto. Todas tenían frentes amplias y rostros delgados, aunque Lorene tenía el pelo y los ojos oscuros, Genna era rubia con los ojos azules y ella estaba a medio camino, tenía el pelo castaño y los ojos color avellana. Decían que ella se parecía a su madre, pero no se acordaba de cómo era exactamente.

—Lorene, no irás a decirnos que has encontrado a nuestra madre… ¿Va a reponer nuestras dotes?

Ella solo tenía nueve años cuando su madre se marchó. Lorene pareció sorprenderse.

—¿Nuestra madre? No, no se trata de eso.

—Entonces, ¿de qué se trata? —preguntó Genna.

Lorene se detuvo y las miró.

—Me he casado.

—¡Casada! —Tess se levantó de la butaca—. ¡Casada!

—No has podido casarte —añadió Genna—. No ha habido amonestaciones.

—Fue con un permiso de matrimonio especial.

¡Era imposible! Lorene nunca le habría ocultado algo así. Se contaban todos sus secretos… casi.

—¿Quién es? —preguntó ella intentando no sentirse dolida.

—Lord Tinmore —contestó Lorene con un susurro.

—¡Lord Tinmore! —exclamaron Tess y Genna a la vez.

—¿El enclaustrado? —preguntó Tess.

Lord Tinmore se había recluido en sus posesiones de Lincolnshire, cerca de Yardney, su pueblo, desde que su esposa y su hijo murieron hacía unos años. Ella no podía imaginarse cómo había conocido su hermana a ese hombre y mucho menos que él la hubiese cortejado; nadie veía a lord Tinmore.

—¡Tiene que tener ochenta años! —gritó Genna.

—Solo tiene setenta y seis —le corrigió Lorene levantando la barbilla.

—Setenta y seis. Eso está mucho mejor —replicó Genna con sarcasmo.

¿Su adorada hermana mayor casada con un anciano enclaustrado?

—¿Por qué, Lorene? ¿Por qué ibas a hacer algo así?

—Lo hice por vosotras, Tess —los ojos de Lorene dejaron escapar un destello—. Lord Tinmore me prometió proporcionaros una dote y alojaros durante una temporada en Londres. Incluso enviará a Edmund el dinero para que compre un ascenso en el ejército y correrá con los gastos. Es un buen hombre.

¿Se había casado con ese hombre para que ellas pusieran tener dotes y Edmund un ascenso?

—Yo nunca te he pedido una dote —intervino Genna—. Además, Edmund puede conseguir el ascenso por sus medios.

—Sabes que no puede ahora que la guerra ha terminado —le rebatió Lorene—. No tiene bastante, ya sabes que ser oficial cuesta dinero.

—¿Nuestras dotes no fueron suficientes para Edmund? —preguntó Genna sacudiendo la cabeza.

Su padre había empleado el último penique de sus dotes para comprar el grado de teniente para Edmund. Lorene saltó en defensa de su hermano.

—Edmund no sabe nada de eso, Genna, y tú no puedes decírselo. Se pondría enfermo si lo supiera. Además, nuestro padre pensaba recuperar el dinero de nuestras dotes, me aseguró que su última inversión nos proporcionaría todo lo que necesitáramos.

Naturalmente, lo más probable era que saliera como habían salido todas sus inversiones que eran tan buenas que no podían ser verdad. Además, si daba dividendos, algo improbable, irían al heredero. El testamento de su padre solo les otorgaba las inexistentes dotes. Sin embargo, Lorene no diría nada malo de su padre, ni de nadie. Ella pensaba lo mejor de todo el mundo, incluso de su madre. Lorene insistía en que su madre había hecho bien al abandonar a sus hijas porque se había fugado con el hombre que amaba de verdad. ¿Qué pasaba con el amor que una madre debería sentir por sus hijas? Se preguntaba ella.

En ese momento, Lorene estaba cometiendo el mismo error que sus padres, estaba casándose sin amar a su marido.

—Tú no puedes amar a lord Tinmore.

—No, no lo amo —reconoció Lorene—, pero eso es otro asunto.

—¿Otro asunto? —preguntó Tess—. ¿No has aprendido nada de nuestros padres? Serás desdichada y harás que él también lo sea.

—No lo haré —Lorene se puso muy recta—. Prometí que dedicaría mi vida a hacerlo feliz y pienso cumplir mi promesa.

—¿Y tú? —insistió Tess.

Lorene miró hacia otro lado.

—No se me ocurrió nada más. ¿Qué sería de Genna y de ti si no hacía nada?

La pregunta no exigía respuesta. Todas sabían el destino que las esperaba.

—Tampoco tenías que sacrificar tu vida por nosotras —comentó Genna.

—Lo medité mucho —siguió Lorene como si no hubiese oído a Genna—. Tiene sentido. Si no hubiese hecho nada, todos habríamos llevado unas vidas pesarosas. Al casarme con lord Tinmore, Edmund y vosotras tenéis esperanza. Con unas dotes buenas, podéis casaros como queráis. No estaréis desesperadas.

Lorene quería decir que Genna y ella, e incluso Edmund, podrían casarse por amor. Podrían eludir la infelicidad de sus padres y gozar de seguridad. Tendrían la oportunidad de ser felices y a Lorene solo le había costado su oportunidad de serlo, la oportunidad de conocer el amor.

Tess vio un diminuto rayo de esperanza. Si tenía dote, el señor Welton podría cortejarla. También miró hacia otro lado. ¡Era una atrocidad! ¿Cómo podía alegrarse por el sacrificio de Lorene? Se recompuso un poco.

—¿Cómo lo conseguiste, Lorene? ¿Cómo lo conociste siquiera?

—Acudí a él, le pedí que se casara conmigo y aceptó.

¿Sin decírselo a ella, la persona a la que estaba más unida?

—¿Sin un cortejo?

Lorene la miró con desesperación.

—¿Qué necesidad había de un cortejo? Aclaramos las cosas en un par de reuniones y lord Tinmore consiguió un permiso de matrimonio especial. Entonces, el párroco de su iglesia nos casó en el salón de su casa.

—Podrías habernos invitado… —se quejó Genna, quien, evidentemente, también estaba dolida.

—Habrías intentado impedirlo —replicó Lorene.

—Es verdad, lo habría intentado —reconoció Genna con firmeza.

El viento azotó las contraventanas con fuerza. ¿Habría intentado ella impedírselo? No lo sabía. Los nubarrones que se cernían sobre ellas se habían abierto y habían dejado paso a la luz. Lorene los había salvado al sacrificarse.

 

 

Solo dos semanas después, Tess Summerfield estaba tumbada en la cama de uno de los muchos dormitorios de Tinmore Hall. Era la habitación que le habían dado a Genna, quien estaba detrás de un caballete y mirando por la ventana. Lorene, algo nerviosa, iba de un lado a otro, lo cual, se había convertido en una costumbre.

—Es una reunión fantástica, ¿verdad? —preguntó Lorene mirándolas con ilusión.

—¡Fantástica! —contestó Tess.

Todo había cambiado muy deprisa. Dos días después de que Lorene les comunicara su matrimonio, se marcharon de la única casa que habían conocido y cada una solo se había llevado un baúl con sus pertenencias. En ese momento, lord Tinmore había invitado precipitadamente a unos amigos a que pasaran unos días en su casa para presentarles a su esposa. Al cabo de un mes o así viajarían a Londres para pasar por el torbellino de hacerse los vestidos y comprarse los sombreros que lucirían durante la Temporada. El matrimonio de Lorene seguía impresionándola, pero Tess no podía evitar sentirse emocionada por lo que se avecinaba. También estaba profundamente agradecida a Lorene, casi tanto como se sentía culpable.

Genna, sin embargo, no estaba agradecida. Seguía tan sombría como el día que Lorene les contó su secreto.

—Es fantástica, ¿verdad, Genna?

Tess también lamentaba haber perdido su casa, pero estaba dispuesta a mostrarle su apoyo a Lorene. Genna dejó el pincel en el frasco con agua y se dio la vuelta.

—No soporto esta reunión.

—¡Genna! —le riñó Tess.

Lorene hizo un gesto para aplacarla.

—No pasa nada. Déjala que diga lo que piensa.

—No soporto que te hayas casado con ese hombre, con ese anciano, por dinero —Genna se puso roja—. Sus invitados dicen que eres una cazafortunas y tienen razón.

—¡Basta, Genna! —exclamó Tess—. Sobre todo, porque Lorene lo hizo por nosotros.

—Yo no lo pedí —Genna se dirigió a Lorene—. Nunca te lo habría pedido, jamás.

—Nadie me lo ha pedido —Lorene se acercó a Genna y le puso una mano en el brazo—. Además, el conde es un buen hombre. Mira todo lo que ya ha hecho por nosotros.

Les había dado una casa nueva en Tinmore Hall, les había encargado vestidos nuevos en la costurera del pueblo, estaba preparando las dotes de Genna y de ella y una asignación para Edmund, cuyo regimiento estaba en algún lugar del continente.

—Fue un sacrificio muy valiente —Tess se sentó—. ¿No puedes entenderlo, Genna? Ahora tenemos una oportunidad. Lord Tinmore nos proporcionará una dote respetable e iremos a la Temporada de Londres, donde podremos conocer a muchos jóvenes casaderos.

El señor Welton estaría allí, había dicho que estaría allí durante la temporada, y ella estaba deseando contarle cómo habían cambiado sus circunstancias.

—Podrás elegir entre distintos jóvenes —Lorene apretó el brazo de Genna—. No tendrás que casarte solo para tener un techo y comida. Podrás esperar a encontrar el hombre que aprecias de verdad.

—Podrás casarte por amor.

Era lo que más deseaba Tess. Eso y estar unida siempre a sus hermanas.

—Quiero que podáis casaros por amor —añadió Lorene en un tono serio—, que conozcáis esa felicidad.

Tess tenía fama de ser la hermana con los pies en la tierra, sensata y resolutiva. ¿Se sorprenderían sus hermanas si se enteraban de que sentía una atracción secreta por un hombre? Sentía un hormigueo de emoción solo de pensar en él.

—Tú te casaste con un hombre feo y maloliente solo para que Tess, Edmund y yo podamos casarnos por amor —replicó Genna con el rostro crispado—. Bravo, Lorene, deberíamos estar contentos de saber que tienes que compartir su cama por nosotros.

Lorene se quedó pálida y se puso más seria todavía.

—No tienes por qué hablar de eso, jamás. Es un asunto privado que solo me atañe a mí. ¿Me has oído?

—¿Y tu vida? ¿Y tus elecciones? ¿Y tu matrimonio por amor? —preguntó Genna en tono estridente.

Lorene se llevó una mano a la frente.

—Yo también elegí. Elegí esto por vosotros. Además, lord Tinmore ha tenido la amabilidad de proporcionarte esta preciosa habitación con tus pinturas y papel. Nos ha encargado un guardarropa nuevo y pronto nos llevará a Londres para comprar más cosas y…

—¿Qué tienes que hacer a cambio, Lorene? —le interrumpió Genna.

Lorene la miró con el ceño fruncido, se puso muy recta y fue hacia la puerta.

—Tengo que irme. Tengo que cerciorarme de que todo está en orden para los invitados. Genna, espero que sepas comportarte delante de ellos.

—Sé comportarme —replicó Genna sin abandonar el tono recalcitrante—. ¿Acaso no nos enseñó papá a no comportarnos nunca como nuestra madre?

Lorene volvió a mirarla con unos ojos penetrantes y tristes, eso le pareció a Tess, y salió de la habitación. Tess se levantó de la cama.

—Genna, ¿cómo has podido? Lo que has dicho ha sido espantoso. Eso de… de compartir la cama con lord Tinmore.

Y lo de su madre… Genna se cruzó de brazos.

—¿No es lo que pensamos? Lo que tiene que hacer con él por nosotros.

Tess sintió una punzada de remordimiento, pero se acercó a su hermana y la zarandeó.

—¡No podemos hablar de eso! Le hace daño. Ya lo has visto.

Genna se zafó, pero parecía desasosegada y Tess siguió.

—Tenemos que sacar lo que podamos de esto, por ella. Nos ha ayudado muchísimo con un sacrificio enorme. Nos ha hecho un regalo inconmensurable, somos libres de elegir con quién queremos casarnos —ella pensó en el señor Welton—. No podemos hacer que se sienta mal por eso.

—Muy bien —Genna volvió a su acuarela—, ¿pero qué tenemos que hacer cuando oigamos a los invitados decir que se ha casado con lord Tinmore por dinero? ¿Tenemos que contestar que, efectivamente, se ha casado con él por su título y su dinero como hizo nuestra madre con nuestro padre?

Esa era otra verdad que era preferible no sacar a relucir.

—Fingiremos que no hemos oído nada —contestó Tess con firmeza—. Actuaremos como si se hubiesen casado por amor y que estamos encantadas por los dos.

—Ya… Una boda por amor entre un hombre viejo y maloliente y una joven hermosa —Genna golpeó con el dedo la pintura—. ¿Qué diremos cuando también nos acusen a nostras de aprovecharnos de lord Tinmore?

—¿Nosotras? —Tess parpadeó—. ¿Alguien ha dicho eso?

—No en mi cara —Genna se encogió de hombros—. Aun así, dime lo que tengo que decir cuando lo hagan.

Ella no se había planteado la posibilidad, pero no era disparatada. En cierto sentido, Edmund, Genna y ella iban a salir ganando más que Lorene. El dinero de lord Tinmore les abría muchas posibilidades, posibilidades que la entusiasmaban. Entonces, el remordimiento se adueñó de ella otra vez.

—Sencillamente, nos mostraremos agradecidos por todo lo que hace por nosotros, porque estamos agradecidas, ¿no?

—Mucho —contestó Genna con una sonrisa falsa y atravesándola con la mirada.

Era demasiado impetuosa y decía las cosas con demasiada claridad. Ella cambió de asunto.

—No creo que lord Tinmore tenga nada preparado para nosotras hasta la cena.

Los invitados, de una edad más parecida a la de él que a la de su esposa, tenían que descansar después de haber viajado hasta Lincolnshire el día anterior. Ella suponía que habían aceptado la primera invitación a Tinmore Hall en treinta años porque querían ver quién era la mujer que había conseguido que lord Tinmore abriera sus puertas por fin. Le aterraba el segundo encuentro con los invitados. La ropa de viaje de las mujeres era más elegante que su mejor vestido y los vestidos de noche la habían dejado sin respiración. Los vestidos nuevos que había encargado lord Tinmore no estarían terminados hasta dentro de una semana y no quería que sus hermanas y ella parecieran desharrapadas hasta entonces.

—¿Me acompañas al pueblo? —preguntó ella.

—¿Para qué vas al pueblo? —preguntó Genna con sorpresa.

—A comprar cintas y encaje. Creo que puedo arreglar los vestidos para que no parezca que llevamos los mismos todas las noches.

—Es una tontería que salgas —Genna señaló hacia la ventana—. Va a llover.

Tess miró el cielo encapotado.

—No creo que llueva antes de que vuelva.

—Yo no voy a arriesgarme —replicó Genna metiendo el pincel en la pintura.

—Muy bien. Puedo ir sola.

Ella siempre iba andando a Yardney, el pueblo que había sido su pueblo. Solo estaba a unos kilómetros de allí y, evidentemente, Lorene había andado esa distancia las suficientes veces como para casarse. ¿Por qué no ir a Yardney en vez de al pueblo más cercano? Solo tardaría un poco más. Si iba a Yardney, podría visitar a la tía del señor Welton, y si el señor Welton seguía viviendo allí, podría contarle que había recuperado su dote.

—Deberías ir con una doncella o algo así —comentó Genna—. ¿No es eso lo que hacen las pupilas adineradas?

Quizá fuese verdad si quisiera que alguien supiera a dónde se dirigía. Además, lord Tinmore no era su tutor. No les habían nombrado un tutor cuando su padre murió. No había que proteger ninguna fortuna o posesión. Sin embargo, sí estaban bajo la protección de lord Tinmore.

—A lord Tinmore no le importará que vaya andando al pueblo cuando he paseado por el campo toda mi vida.

Al menos, esperaba que no le importase. Genna y ella lo habían visto muy poco, solo durante algunas comidas.

—En cualquier caso, voy a ir —añadió abriendo la puerta.

Con un poco de suerte, podría arreglar los vestidos para antes de la cena y, además, ocuparse de su porvenir.

—Bueno, si llueve, te empapas y te resfrías, no esperes que yo te suene la nariz —replicó Genna sin dejar de mirar la acuarela.

Seguramente, Genna no se daba cuenta de que así había enfermado su padre.

—Nunca me resfrío.

Tess salió de la habitación y cerró la puerta.

 

 

No empezó a llover hasta que Tess salió de Yardney y ya estaba en el camino que llevaba a Tinmore Hall. Primero cayeron cuatro gotas que enseguida se convirtieron en un chaparrón. Sin embargo, poco después, fue como si el cielo hubiese decidido vaciar todos los cubos a la vez. La capa de Tess se empapó en cuestión de segundos y hasta las compras que había hecho estaban mojándose a pesar del papel que las envolvía.

—Genna, vas a disfrutar —se dijo en voz alta.

Sin embargo, había merecido la pena. Había comprobado que el señor Welton, efectivamente, se había marchado a Londres, pero se había enterado de la boda de Lorene y ella le había contado a su tía cómo habían cambiado las circunstancias. Se encontrarían cuando lord Tinmore las llevara a pasar la Temporada, dentro de unas semanas.

Los botines se metían en el barro del camino y le costaba levantar un pie detrás del otro. El agua le caía del ala del sombrero y las gotas le golpeaban el rostro como si fuesen agujas de hielo. Le quedaban casi tres kilómetros para llegar a la verja de la finca. El barro se aferraba a los botines como si fuese un ser perverso que quería detenerla. Era inútil intentar acelerar el paso, pero, al menos, pudo ver el puente a través de la manta de lluvia. Sin embargo, estaba anegado por el agua.

—¡No! —exclamó en medio del vendaval.

No conocía otro camino para llegar a Tinmore Hall. No tenía más remedio que ir al pueblo más cercano, como debería haber hecho desde el principio. En ese momento, la lluvia ya no era como agujas, era como cuchillos. Miró la zona boscosa que había junto al camino. Si fuese su casa, sabría atajar entre los campos y ya podría estar sentada delante de la chimenea, pero, allí, no se atrevía a abandonar el camino que sabía que llevaba a Tinmore Hall. No tenía que pensar, tenía que limitarse a poner un pie delante del otro.

Anduvo y anduvo hasta que le pareció ver la silueta borrosa de la torre de la iglesia. Aceleró un poco, hasta que llegó a un punto donde el agua también cubría el camino. No podía avanzar ni un paso más. Sin embargo, sí podía volver a Yardney. Quizá pudiera cobijarse en la casa de la tía del señor Welton o, incluso, llamar a la puerta de Summerfield House. Volvió al camino del puente, pero, un poco más delante, ese camino también estaba inundado. Caminó hasta que encontró otro sendero, pero no sabía a dónde llevaba. Si estuviese cerca de su casa, podría ir en cualquier dirección hasta que encontrara la casa de alguien pero ya no sabía dónde estaba. Estaba perdida, mojada y helada.

 

Dos

 

Marc Glenville maldijo la lluvia. No entendía que tuviese que diluviar justo cuando iba a caballo camino de Londres. Salvo que los dioses del tiempo estuviesen del mismo humor que él. Nunca le alegraba volver a Londres. Sin embargo, no podía hacer otra cosa. Ya había terminado lo que tenía que hacer en Escocia. El caballo se resbaló y su cabeza se inclinó hacia atrás. Un chorro de agua le cayó por la espalda.

Lo que tenía que hacer en Escocia. ¡Ja! Eso era lo que les contaba a sus padres y a todos los que le preguntaban dónde se metía durante esos meses interminables, pero no era la verdad. Había estado en Francia, en París y en el campo, mezclándose con los bonapartistas y otras personas descontentas con el regreso de Luis XVIII al trono. Había estado intentando averiguar si ese descontento podía acabar en una insurrección. Todo por el rey y la patria. La inquietud no estaba muy extendida. Los franceses, como los británicos, estaban cansados de la guerra. Él había redactado los informes y ya no le pedirían nada más. Era el momento de hacer frente a cuestiones más personales, de afrontar que su hermano no volviese a sonreírle desde el otro lado de la mesa y que su mejor amigo no volviese a visitarlo jamás. Cuando fingía ser monsieur Renard, un ciudadano de a pie francés, casi podía olvidarse de que Lucien, su hermano, había fallecido hacía cuatro años y Charles, casi tres. El dolor que sintió fue como un rayo en las entrañas. Necio Lucien. Temerario Charles. Habían muerto innecesariamente.

Levantó la cara para que la lluvia le sofocara los sentimientos. Era preferible dominar los sentimientos. Cuando estaba metido de pleno en el espionaje, eso podía salvarle la vida, pero, una vez en Londres, podría salvarle la cordura.

¿Esa lluvia gélida estaba inspirándole pensamientos sombríos como estaba empapándolo hasta los huesos? Tenía que concentrarse en el camino y en su pobre caballo. Abrirse paso por esos caminos embarrados era una batalla hasta para ese animal tan vigoroso. El caballo resopló.

—Fatigoso, ¿verdad, Apolo?

Dio unas palmadas en el cuello del caballo. Había esperado llegar a Peterborough al anochecer, pero era impensable con ese tiempo. Tendría suerte si llegaba a un pueblo, fuera el que fuese, y había una posada con una cama limpia. La lluvia los había apartado de la ruta principal y se abrían paso por los caminos que seguían transitables. El retraso no le importaba gran cosa, no había nadie esperándolo. No había avisado a sus padres de que iba volver, quería que fuese una sorpresa. Siempre temía la visita a la familia, pero había llegado el momento de que ocupara su lugar como heredero una vez que el deber no iba a reclamarlo en ningún sitio. También visitaría a Doria Caldwell, la hermana de Charles, y haría oficial lo que había sido implícito desde que murió su amigo. Se lo debía a Charles. Además, la familia Caldwell, que en ese momento estaba formada por ella y su padre, era tan respetable y racional que le gustaría formar parte de ella.

Se oyó un trueno y el cielo se iluminó con un rayo. ¿Iba a alcanzarlo un rayo de verdad en vez de uno metafórico?

Tenía que estar cerca del pueblo, ya llevaba bastante tiempo cabalgando. Miró hacia delante con la esperanza de ver tejados o una señal que indicara que había un albergue cerca, pero la lluvia formaba una cortina gris que le impedía ver a unos metros de distancia. Además, parecía como si esa cortina avanzara con él envuelto en la oscuridad. Otro rayo resplandeció y le pareció ver a alguien en el camino. Aguzó la vista hasta que vio una figura entre la cortina de lluvia. Era una mujer a pie y que no oía a su caballo que se acercaba por detrás.

—¡Hola! —gritó él—. ¡Hola!

La mujer, cubierta con una capa oscura, se dio la vuelta y agitó las manos para que se detuviera. Como si un caballero fuese a pasar de largo… Se acercó y desmontó.

—Señora, ¿adónde se dirige? ¿Puedo ayudarla?

Ella lo miró. Era una joven hermosa, aunque tenía el rostro desencajado por la angustia y el agotamiento.

—Quiero ir a Tinmore Hall —contestó ella aunque tenía que hacer un esfuerzo para hablar.

—Indíqueme el camino. La llevaré en mi caballo.

Ella negó con la cabeza.

—Imposible. Todo inundado. No puedo llegar. No puedo llegar al pueblo —contestó ella con una voz temblorosa por el frío.

—Venga —él le ofreció una mano—. La montaré en mi caballo.

Tenía la capa empapada y el sombrero había perdido la forma. Peor aún, tenía los labios amoratados.

—Encontraremos un sitio donde pueda secarse.

Ella asintió con la cabeza, pero sus ojos claros no tenían ninguna expresión. Le entregó un paquete, también empapado, y él lo guardó en una de las alforjas. Luego, la montó en Apolo y él se montó detrás de ella.

—¿Está cómoda? ¿Se siente segura?

Ella volvió a asentir con la cabeza y tembló de frío. Él la rodeó con los brazos, pero no le alivió gran cosa el frío. Tomó las riendas y el pobre Apolo, con más peso todavía, empezó a avanzar otra vez.

—No soy de aquí —comentó él en voz alta para que lo oyera entre la lluvia—. ¿A qué distancia está el pueblo más cercano?

—Perdida —ella giró la cabeza—. Yardney… no puedo encontrarlo…

Yardney tenía que ser un pueblo de los alrededores.

—Lo encontraremos.

Él llevaba más de un hora repitiéndose que encontraría un pueblo.

—Frío —ella volvió a temblar—. Mucho frío.

Tenía que encontrar un refugio y secarla enseguida. La gente se moría de frío. Ella se dejó caer contra él con los músculos relajados. Siguieron avanzando hasta que encontraron un cruce con una señal que señalaba hacia Kirton.

—¿Lo ve? —gritó él señalando la señal—. Kirton.

Ella no contestó. Un poco más adelante, el camino estaba cortado por el agua. Dio media vuelta, volvió al cruce y tomó la dirección contraria. Esas tierras estaban cultivadas y tendría que haber alguna casa. Aunque no podía verla entre la lluvia. El camino fue estrechándose hasta que se convirtió en poco más que un sendero pedregoso. Lo siguió con la esperanza de no estar perdiendo un tiempo precioso y buscó con la mirada algo que tuviera paredes y tejado. Entonces, una casita apareció delante de ellos. No se veían velas encendidas por las ventanas y la chimenea no humeaba. Tendrían suerte si estaba seca por dentro.

—¡Mire!

Ella no dijo nada. Apolo reunió fuerzas y trotó ante la perspectiva de un refugio. Al acercarse, también vio un pequeño establo y dirigió a Apolo a su puerta. Desmontó con cuidado y ella cayó en sus brazos. Se la echó a un hombro, abrió la puerta del establo y Apolo entró inmediatamente. Marc dejó a la mujer en un trozo se suelo que estaba seco.

—Frío… —murmuró ella haciéndose un ovillo.

Al menos, estaba viva. Él volvió con el caballo y le dio unas palmadas en el cuello.

—Ella va primero, amigo. Estaré contigo en cuanto pueda.

Salió del establo y fue apresuradamente hasta la puerta de la cabaña. Llamó, pero no contestó nadie y la puerta estaba cerrada. Miró por una ventana, pero el interior estaba oscuro. Rebuscó en el bolsillo del capote y sacó un manojo de llaves maestras, ¿qué espía que se preciase de serlo no tenía un juego de llaves maestras? Intentó varias hasta que una giró y abrió el cerrojo. La luz del exterior no iluminó mucho el interior, pero pudo ver una chimenea y un camastro con unas mantas dobladas encima. Era suficiente. Volvió corriendo al establo y Apolo relinchó.

—Vas a tener que esperar un poco más, amigo.

Volvió a tomar en brazos a la mujer y ella gruñó cuando se la echó a un hombro y fue hasta la puerta de la cabaña entre la lluvia. Lo primero que tenía que hacer era quitarle la ropa mojada. La dejó en un sitio donde no importaba que la ropa dejara un charco, se quitó el capote y cortó los lazos del vestido y el corsé hasta que se quedó desnuda. Ella intentó taparse, pero no fue por pudor.

—Frío… —se lamentó ella otra vez.

Era hermosa. Tenía unos pechos abundantes y turgentes, una cintura estrecha y unas piernas largas y bien formadas. Tragó saliva, pero solo se permitió mirarla muy fugazmente antes de cubrirla con una manta.

La llevó al camastro y la envolvió con la segunda manta. Ya se había acostumbrado a la penumbra y vio un montón de leña y astillas y un cesto con carbón. Encima de la chimenea había velas y pedernal. Una vez encendido el fuego, se puso el capote y volvió con Apolo. El establo tenía cepillos y paños secos. Secó lo mejor que pudo al caballo y lo tapó con una manta. También había heno, que Apolo comió con voracidad, y una bomba de agua para saciar la sed del caballo.

—Bueno, amigo, esto es todo lo que puedo hacer por ti —acarició el cuello de Apolo—. Con un poco de suerte, dejará de llover pronto y nos pondremos en camino antes de que anochezca. Por el momento, come y descansa. Volveré más tarde.

Volvió corriendo entre la lluvia incesante, entró en la cabaña y comprobó el estado de la mujer. Afortunadamente, sus mejillas tenían algo de color y su piel parecía algo más caliente. Además, estaba dormida y con el rostro más relajado. Resopló con alivio y, por primera vez, se dio cuenta de que él también tenía frío y estaba mojado y cansado. Se quedó solo con la camisa y las calzas y se acercó todo lo que pudo a la chimenea. Debería colgar la ropa para que se secara, pero la calidez del fuego era demasiado tentadora y miró a la mujer.

Era preciosa, pero ¿quién era? Tenía un rostro fuerte con los labios carnosos y una nariz elegante. Las cejas se arqueaban atractivamente y tenía unas pestañas tupidas. La ropa no le indicaba su categoría, pero ¿qué clase de mujer iría andando en la lluvia? Había mencionado Tinmore Hall, ¿era la residencia de lord Tinmore? Quizá sirviera allí… Si pudiera ver sus manos, podría adivinar algo más. ¿Serían ásperas por el trabajo? Sin embargo, las tenía debajo de la manta. El pelo estaba recogido en un moño, como el que se haría cualquier mujer para ir al pueblo dando un paseo, pero no se le secaría nunca así. Se acercó, le quitó las horquillas y le deshizo el moño. Extendió el pelo por encima de la almohada y se apartó un poco. Parecía una diosa clásica. Afrodita, quizá, la diosa del amor, la belleza y el placer. ¿Desearía algo de placer cuando se despertara? La sangre le hirvió y eso lo calentó más por dentro que el fuego.

 

 

Tess se despertó por un trueno y el constante repiqueteo de la lluvia. Se acordó de haber estado andando y de que la lluvia le empapaba la ropa. ¡La ropa! Se incorporó. Estaba cubierta por una manta y nada más.

—Se ha despertado —comentó la voz de un hombre.

Él se sentó en una silla. Efectivamente, un hombre a caballo… Entonces, lo había visto de verdad.

—¿Dónde estoy? —preguntó ella con la garganta seca—. ¿Dónde está mi ropa?

—La he colgado —contestó él señalando detrás de ella.

Ella se dio la vuelta y vio la capa, el vestido, el corsé y la camisola colgando de una cuerda que cruzaba la habitación. Al lado de su ropa había un capote, una levita y un chaleco de hombre.

—Estamos en una cabaña en algún sitio de Lincolnshire —siguió él—, pero no sé dónde. Cayó víctima del frío. Tuve que secarla para que entrara en calor o…

Él se encogió de hombros.

—¿Usted me ha traído aquí?

¿Y le había quitado la ropa? Las mejillas le abrasaron solo de pensarlo.

—Era un refugio, estaba seco y tenía leña y carbón.

Ella parpadeó y miró alrededor. Era una cabaña pequeña con algo parecido a una alacena en un rincón. También tenía una mesa, unas sillas, en una de las cuales él estaba sentado, y una cama junto a la chimenea. Tess se dio cuenta de que tenía calor. El hombre cambió de posición y el fuego de la chimenea le iluminó el rostro. Su pelo era oscuro como el ala de un cuervo y tenía unas cejas del mismo color y una barba incipiente. Los ojos, en cambio, eran de un azul penetrante. Nunca había visto un hombre como él y solo llevaba la camisa y las calzas. Incluso estaba descalzo. Se quedó sin aliento.

—¿Quién es usted?

La manta se le cayó de un hombro y volvió a subírsela. Él se levantó. Era más alto que su hermano y Edmund medía un metro y ochenta y muchos centímetros.

—Soy Marc Glenville —él se levantó e inclinó la cabeza—. Para servirle a usted —él arqueó las espesas cejas—. ¿Y usted…?

Tess tragó saliva.

—Soy la señorita Tess Summerfield.

Ella frunció el ceño. Debería haberse presentado como la señorita Summerfield. Lorene ya era lady Tinmore y ella era la mayor de las hermanas solteras. Se llevó la mano al pelo. ¡Estaba suelto! ¿Qué le había pasado a su pelo?

—Yo le quité las horquillas —el señor Glenville volvió a sentarse—. Yo la desvestí, señorita Summerfield, pero fue porque estaba quedándose helada. Le doy mi palabra de caballero de que fue necesario. Una persona puede morirse de frío.

Era un caballero. Su acento y su porte eran los de un caballero.

—No recuerdo nada —replicó ella sacudiendo la cabeza.

—Es una consecuencia del frío e indica la urgencia de que entrara en calor.

Tenía una voz aterciopelada y tranquilizadora. Debería estar más aterrada por estar desnuda en un sitio desconocido y con un desconocido, pero había sido mucho más aterrador haber estado dando vueltas durante horas y empapada por una lluvia gélida.

—Se lo agradezco —murmuró ella—. Al parecer, le debo la vida.

Él miró hacia otro lado como si quisiera quitarle importancia.

—Fue suerte. Encontré esta cabaña de casualidad. Debe de ser la cabaña de un guardés y solo la usa cuando trabaja en esta zona de las tierras.

Ella miró alrededor otra vez y él volvió a levantarse.

—¿Tiene hambre? Tengo preparado un hervidor de agua para hacer té.

—Me encantaría un té —reconoció ella asintiendo con la cabeza.

Él colgó el hervidor encima del fuego y recogió lo que le pareció una alforja.

—¡Su caballo! —exclamó ella al acordarse.

—Apolo —le aclaró él con una sonrisa.

¿Estaría el animal en medio de la lluvia?

—Tiene que traerlo adentro.

—No tema —él hizo un gesto tranquilizador con una mano—. Apolo está seco en un establo y tiene agua y heno abundantes. Lo dejé muy contento. Iré a verlo otra vez dentro de unos minutos.

Llevó las alforjas a la mesa, rebuscó dentro y sacó una lata y un paquete impermeable. Cuando él se dirigió hacia la alacena y le dio la espalda, ella se levantó de la cama, bien tapada con las mantas, y fue a comprobar su ropa. El vestido seguía mojado, pero la camisola estaba casi seca.

—Señor Glenville…

Ella descolgó la camisola de la cuerda, se la llevó al pecho y él se dio la vuelta.

—Sí…

—¿Le importaría quedarse de espaldas? Yo… Yo quiero ponerme la camisola.

Él volvió a darse la vuelta sin decir nada y miró por la ventana.