Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid

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TORMENTA DE PASIONES, N.º 2038 - noviembre 2010
Título original: The Virgin Secretary’s Impossible Boss
Publicada originalmente por Mills & Boon
®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción,
total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-671-9245-2
Editor responsable: Luis Pugni

E-pub x Publidisa

Prólogo

ENEMOS un trato? Andi se quedó mirando en blanco hacia el otro lado de la sala, al hombre que recientemente había entrado como un torbellino en su vida y en la de su madre.

–Vamos, Andi –insistió Linus Harrison con impaciencia mientras daba vueltas de un lado a otro–. No puede ser tan difícil para ti darte cuenta de que no tienes otra opción más que aceptar mi oferta.

Ése era el problema. Andi sabía que no tenía otra opción. Y eso no le gustaba en lo más mínimo.

Por fuera su expresión y su actitud permanecían serenas. Por dentro era algo completamente distinto. ¿Qué razón podía tener aquel hombre para ofrecerle a su madre, que pronto se vería en la calle, un lugar donde vivir a cambio de que Andi aceptara ser su secretaria? Un hombre como Linus Harrison, conocido por su reputación despiadada en el mundo de los negocios, no podía estar ofreciéndole eso simplemente por tener un buen corazón. Andi ni siquiera estaba segura de que tuviese de eso. La dureza de aquellos ojos de un verde pálido resaltando en ese rostro anguloso no ayudaba a contradecir esa opinión.

Nada en Linus Harrison, de Propiedades Harrison S.A., resultaba reconfortante, pensó Andi mientras sentía un cosquilleo en el estómago al mirarlo. Medía más de metro ochenta, unos veinticinco centímetros más que ella, que medía uno sesenta y cuatro. Con el pelo oscuro y ligeramente largo, y que se apartaba con impaciencia de la frente cada vez que se le iba hacia delante. Su cara era tan angulosa como la de una escultura. Aquellos ojos verdes. Una nariz recta y arrogante sobre labios que no parecían sonreír a menudo. Una mandíbula cuadrada que apuntaba su reputación despiadada. El traje gris oscuro que llevaba enfatizaba el ancho de sus hombros musculosos y su cintura estrecha, a la que seguían unas piernas poderosas. Toda su persona estaba imbuida de una energía inagotable que resultaba asfixiante.

Andi se puso en pie y no dejó ver su inquietud cuando miró a Linus Harrison con sus ojos marrones.

–Mi nombre es señorita Buttonfield, o Andrea, como prefiera. Sólo mi familia y mis amigos cercanos pueden llamarme «Andi» –dijo arqueando sus cejas rubias.

La expresión de Linus resultaba burlona mientras la contemplaba con admiración. Andrea Buttonfield tenía clase, con C mayúscula.

Era nueve años más joven que él, que tenía treinta y cinco. Su coronilla rubia apenas le llegaba a él a la barbilla. Su pelo liso, que le llegaba a la altura del hombro, estaba cortado con estilo; el flequillo enmarcaba unos ojos enormes del color del chocolate oscuro. Había sombras oscuras bajo aquellos ojos hermosos. Sus mejillas estaban ligeramente hundidas, su nariz era pequeña y recta y su boca formaba un arco perfecto sobre su barbilla puntiaguda y testaruda. Su apariencia fría y profesional se completaba con una falda negra y una blusa de seda blanca.

En los últimos tres meses esa mujer había sufrido una tragedia tras otra, y aun así Linus sólo veía determinación en sus ojos mientras ella lo miraba sin parpadear.

Linus inclinó la cabeza ligeramente.

–En ese caso, me decantaré por Andrea. Por el momento –dijo–. Debería advertirte de que no soy un hombre paciente, Andrea –añadió con dureza–. Mi oferta sólo es válida hasta las cinco en punto de hoy.

Andrea respondió a su ultimátum abriendo un poco más los ojos.

Él se encogió de hombros.

–Así es como yo hago negocios, Andrea.

Ella negó con la cabeza.

–No puedo tomar una decisión tan importante en sólo unas horas.

–Ése es problema tuyo.

–¿Por qué tanta prisa?

–Mi actual secretaria se marcha a final de mes y necesito una sustituta antes de que eso ocurra –Linus se sentó en uno de los sillones con brocados dorados que adornaban la perfección de aquella espaciosa sala.

Como Linus ya sabía, todas las habitaciones de Tarrington Park estaban decoradas y amuebladas con el mismo estilo elegante. Era un estilo que Linus deseaba mantener cuando comprase Tarrington Park en varias semanas y lo convirtiera en otro de sus hoteles-spa y centros de conferencia. Era un estilo que, según le había informado Marjorie Buttonfield, la madre de Andi, era obra de su hija.

«Estilo». Ésa era la palabra que se aplicaba a todo lo relacionado con Andrea Buttonfield. No era de extrañar. Andi había crecido en la finca de Tarrington Park y era la única hija de Miles y de Marjorie Buttonfield. Había tenido una infancia de lujo e indulgencias. Los colegios internos a los que había ido eran los mejores del país. Su título en Lengua por la Universidad de Cambridge era uno de los más prestigiosos. Después de la universidad, Andrea se había mudado a vivir a Londres y se había convertido en la secretaria de Gerald Wickham, director de Wickham Internacional.

Sí, Andrea Buttonfield tenía estilo.

La infancia y la educación de Linus habían sido muy distintas a las de Andi, y era su estilo y su clase lo que había envidiado desde que la conociera ocho semanas atrás, cuando había ido a ver Tarrington Park con la intención de comprarla.

Su padre y su prometido, David Simmington-Browne, habían muerto en un accidente de coche cuatro semanas antes. Durante las semanas posteriores habían descubierto no sólo que la compañía de su padre estaba en bancarrota, sino que también había deudas considerables. Vender la casa familiar se había convertido en la única solución para saldar esas deudas.

Linus había hecho los deberes sobre Tarrington Park, sobre Andrea y sobre la recientemente viuda Marjorie Buttonfield. Sabía que vender la residencia familiar dejaría a Marjorie sin hogar y sin medios para mantenerse, salvo el salario que su hija ganaba como secretaria de Wickham.

Era una grieta en la armadura de Andrea Buttonfield que Linus no había dudado en utilizar a su favor.

–Piensa en ello, Andrea –dijo Linus con una sonrisa–. Siendo mi secretaria ganarás más. Tu madre y tú podréis mudaros a la casa de la entrada, lo cual será menos traumático para ambas, además de no tener que pagar alquiler. Podrías seguir teniendo tu caballo en los establos. En lo que a ti respecta, sales ganando.

Andi ya estaba al corriente de todas las ventajas que tendría aceptar la oferta de Linus Harrison. Eran las desventajas las que le preocupaban. No conocía a Linus Harrison. No confiaba en él. Pero sobre todo, no le gustaba ese hombre.

Dada su reputación de hombre despiadado en los negocios, Andi no creía que fuese un hombre impulsivo, lo que le hacía pensar que probablemente hubiese meditado mucho sobre el tema antes de hacerle la oferta.

–¿Y qué gana usted con todo esto, señor Harrison? –preguntó. –Según el propio Gerald Wickham, gano la mejor secretaria del hemisferio occidental.

–¿Ya ha hablado con Gerald sobre mí? –preguntó Andi sorprendida. Por eso sabía que lo que le ofrecía era un incremento sobre su sueldo anterior.

Linus Harrison se encogió de hombros. –No pensaría en contratarte como secretaria sin haber hablado primero con tu anterior jefe. –¡Mi actual jefe! –lo corrigió Andi–. Y no tenía usted ningún derecho a hablar con Gerald.

–Tenía todo el derecho –respondió Linus con frialdad–. No contrataría a alguien sólo porque parece buena al igual que no compraría un coche sólo porque tuviera líneas suaves.

–¡No sé si eso es un insulto o un cumplido!

–Es simplemente un hecho –respondió Linus–. Por lo que yo sabía, podrías ser patética en tu trabajo y simplemente acostarte con Gerald Wickham para mantenerlo.

Era una posibilidad que a Linus no le gustaba nada, y distaba mucho de la clase y el estilo que poseía Andrea Buttonfield. Era cierto que, hasta hacía tres meses, Andrea había estado prometida con Simmington-Browne. Pero eso no significaba que no se acostase también con su jefe. Tras reunirse con Gerald Wickham, Linus había quedado convencido de que el otro sólo pensaba en Andrea como un tío indulgente pensaría en su sobrina favorita, no como en una amante reservada para su deleite físico.

Linus no sabía por qué esa información debería importarle. Era cierto que su propio código de conducta en lo referente a las empleadas femeninas dictaba que no podía implicarse personalmente con ninguna de ellas, pero sabía que muchos hombres en su situación no pensaban lo mismo.

Andi no sabía si enfadarse o indignarse por la familiaridad de la conversación de aquel hombre. Decidió que el desdén sería la mejor opción.

–Imagino que Gerald satisfizo su curiosidad sobre ese tema.

–Totalmente –confirmó Linus Harrison.

Andi lo miró frustrada.

–Estoy más que contenta con mi trabajo actual, señor Harrison. A mi madre le han ofrecido una casa en el pueblo para vivir. Y uno de los establos de la zona ha accedido a quedarse con mi caballo. Así que ya ve, señor Harrison...

–Como ya he dicho, no necesito la casa del jardín, así que no tendrías que pagar alquiler. Tampoco tendrías que pagar por que tu caballo estuviese aquí. Además –continuó antes de que Andi pudiera interrumpirlo–, ¿realmente crees que el delicado estado de salud emocional de tu madre puede soportar mudarse a una casa en el pueblo donde tu familia siempre ha sido considerada gente de bien?

Andi se quedó muy quieta. El accidente de coche que había acabado con la vida de su padre y de su prometido le había parecido un golpe casi insoportable en su momento; inicialmente lo único que le había hecho controlar su dolor había sido la necesidad de mantenerse centrada por el bien de su madre. Descubrir pocos días después la bancarrota de la empresa de su padre había sido otro golpe que Andi no había esperado.

Su madre no lo había llevado bien; la pérdida de su marido después de treinta años, seguida de la certeza de que estaba a punto de quedarse sin casa, había dejado a Marjorie al borde del desequilibrio mental. Un golpe más y Andi sabía que su madre saltaría al precipicio.

Las últimas semanas habían sido una pesadilla mientras Andi intentaba compaginar las visitas a su madre los fines de semana con su exigente trabajo en Londres como secretaria de Gerald durante la semana. Era una presión que empezaba a afectar a Andi después de tres meses, tanto emocional como físicamente.

La verdad era que su madre sería mucho más feliz si Andi regresara a vivir con ella en Hampshire, sobre todo si le permitían quedarse en la casa del jardín de Tarrington Park. Andi se sentiría más feliz sabiendo que su madre estaba cómoda. Era la idea de convertirse en la secretaria de Linus Harrison la que le impedía alegrarse por la oportunidad que estaba ofreciéndole.

Eso y el hecho de que simplemente no le gustaba ni confiaba en él.

–No estoy segura de querer trabajar para un hombre que utiliza la debilidad de otra persona para conseguir lo que desea –le dijo.

Él le dirigió una sonrisa burlona.

–No creo que uno de los requisitos del puesto sea que tenga que caerte bien –respondió.

–¿Y podría decirme cuáles son los requisitos del trabajo?

–Obviamente las mismas tareas que realizas en este momento. Además, cuando comience el trabajo, pasaremos casi todo nuestro tiempo aquí durante al menos el próximo año, trabajando en la transformación de Tarrington Park, que se convertirá en uno de los prestigiosos hoteles y centros de conferencias de mi empresa. De vez en cuando tendré que ir a mi oficina en Londres, y también tendré que visitar mis otros hoteles. Pero generalmente me gusta trabajar de manera personal, supervisar cada detalle de las alteraciones del edificio. No debería haber demasiadas, pues esta casa ya se parece bastante a lo que tengo en mente. La decoración es algo de lo que me gustaría que te ocuparas. Normalmente contrato a un equipo de Londres, pero tú conoces esta casa mejor que nadie. Tu contribución será impagable a la hora de decorar y amueblar las habitaciones con un estilo que se adecue con las instalaciones. Con tu ayuda espero, Andrea, que Tarrington Park se convierta en uno de los hoteles y spas más lujosos del país.

Andi se sintió entusiasmada mientras Linus Harrison explicaba sus planes para la que había sido la casa de su infancia. Por supuesto habría preferido no tener que vender la casa y que su madre hubiera podido seguir viviendo allí, pero Andi sabía después de los últimos meses que aquello era imposible. Con la venta de Tarrington Park podrían saldar las deudas de su padre y, aunque Linus Harrison fuese probablemente la última persona a la que Andi le hubiera gustado vendérsela, su oferta de empleo significaba que, al menos, tendría algo que decir en los cambios en la decoración. Su madre podría seguir en la finca, aunque en la casa del jardín y no en la propia mansión.

Linus vio la indecisión en su mirada.

–Admítelo, Andrea; te tienta la idea.

–La idea tal vez –respondió ella–. La realidad es otra cosa. No estoy segura de que pudiera trabajar para usted.

–¿Por qué diablos no ibas a poder? No, deja que lo adivine. Alguien con tu pasado privilegiado se estremece ante la idea de ser contratada por alguien como yo.

Ella parpadeó.

–¿Alguien como usted?

–Estoy seguro de que tú, como cualquier otra lectora de prensa amarilla, estás al corriente de mi pasado –dijo Linus.

Durante los años, la prensa había resaltado mucho el hecho de que Linus hubiese empezado quince años atrás con nada más que su inteligencia y la determinación por triunfar. Que, a pesar de ser ahora un multimillonario, había empezado siendo el único hijo de una madre soltera, criado en los suburbios de Glasgow, que había dejado la escuela a los dieciséis años para trabajar como obrero en la construcción.

En sólo cuatro años ya tenía su propia empresa de construcción, compraba propiedades ruinosas y las convertía en hoteles, cada uno más lujoso que el anterior. Actualmente, quince años después, Linus poseía docenas de hoteles por todo el mundo.

Durante los años había perdido su acento de Glasgow, había aprendido a llevar trajes de Armani como si hubiera nacido para ello, y se encontraba igual de cómodo en la compañía de magnates que con sus propios trabajadores.

Andrea Buttonfield pareció confusa con su tono acusatorio.

–¿Por qué debería importarme su pasado?

¿Por qué? Linus se reprendió a sí mismo al instante por revelar esa pequeña mella en su armadura. Por lo que a Andrea Buttonfield respectaba, ella tenía suficientes razones para despreciarlo simplemente por ser el arribista decidido a comprar su casa familiar y convertirla en un negocio rentable. Para ella la certeza añadida de que sus pasados fueran tan diferentes no entraba en la ecuación.

–He decidido que no quiero esperar tu decisión después de todo, Andrea –dijo con impaciencia–. ¿Cuál es tu respuesta? O lo tomas o lo dejas.

Andi quería dejarlo. Su instinto le decía que debía hacer justo eso. Pero la idea de cómo su madre había cambiado en los últimos tres meses fue suficiente para que se detuviera a pensarlo.

La oferta de trabajo de Linus Harrison resolvería muchos de sus problemas en lo referente a su madre. Andi sabía que sería tonta si rechazara esa oferta sólo porque estar en la misma habitación que Linus Harrison le pusiera nerviosa.

Respiró profundamente antes de responder.

–De acuerdo. Acepto su oferta, señor Harrison. Pero mi contrato dice que tengo que avisar a Gerald con tres meses de antelación, no con uno.

Linus Harrison pareció completamente imperturbable.

–Puedo vivir con eso.

Andi sólo esperaba que pudiera vivir con las consecuencias de su decisión...

Capítulo 1

AZ LAS maletas, Andi. ¡Nos vamos unos días a Escocia! Andi levantó la cabeza, frunció el ceño y miró a Linus, de pie en la puerta que separaba sus despachos en el último piso de Tarrington Park. Ya sabía que estaba allí, en su apartamento privado al final del pasillo, pues había visto su coche aparcado en la entrada al llegar a trabajar aquella mañana. Fue lo que dijo lo que hizo que reaccionara de esa manera. –¿Escocia?

Linus entró en el despacho y se apoyó en su escritorio. Llevaba el pelo ligeramente más corto que hacía un año; el verde pálido de sus ojos seguía brillando con la misma astucia sobre sus rasgos duros y cincelados mientras la miraba.

–Ahora que Tarrington Park ha abierto sus puertas, busco otro gran proyecto en el que trabajar. Hay un castillo en Escocia que estoy pensando en comprar.

–¿Y quieres que vaya contigo?

Nunca antes había sugerido llevarla en sus viajes con él. Aunque tampoco lo había sugerido en aquella ocasión, se recordó Andi a sí misma. Linus le había dicho que se iban.

–Eres mi secretaria –le recordó él.

Andi era muy consciente de ello. Al igual que era consciente de que, en los últimos meses, había empezado a ver a Linus como algo más que el jefe exigente que pasaba unos días por allí para ver los progresos en Tarrington Park y después regresaba a su vida y a su apartamento en Londres.

Esperar que Andi lo acompañase a Escocia en un viaje de negocios era algo bastante razonable. De hecho, cuando ella trabajaba para Gerald Wickham, lo acompañaba a viajes de negocios todo el tiempo. Pero Linus no era Gerald...

Consciente de la reputación despiadada de Linus en lo referente a las mujeres, Andi se había prometido a sí misma mantenerse alejada de él al empezar a trabajar juntos un año antes. No era difícil lograrlo cuando se sentía emocionalmente paralizada tras las muertes de David y de su padre.

Pero gradualmente Andi había empezado a esperar con ganas las visitas de Linus. Había comenzado a apreciar el atractivo de sus ojos y la malicia sexy en su sonrisa. Incluso advertía el ancho de sus hombros y la fuerza de su cuerpo musculoso cuando caminaba por Tarrington Park dando órdenes.

Y del mismo modo Andi era consciente en aquel momento de su proximidad, apoyado como estaba en su escritorio.

–¿A qué aeropuerto volamos? –preguntó ella cuando por fin Linus se alejó.

–Pensaba llevar el Range Rover.

–¿En coche? –Andi miró por la ventana y vio el sombrío cielo invernal–. ¿No nieva en Escocia en febrero?

–Deja de ser tan quisquillosa, Andi –respondió Linus–. Cualquiera diría que no quieres ir a Escocia conmigo.

Y era cierto.

La idea de estar sola en Escocia con Linus durante varios días hizo que se le acelerase el pulso.

–¿Cuál es tu problema, Andi? ¿Tienes otros planes para este fin de semana? ¿Un encuentro romántico, tal vez? –añadió con tono burlón.

–Por supuesto que no –respondió ella.

–Por supuesto que no –repitió él con una sonrisa–. Ha pasado más de un año desde que el santo David Simmington-Browne muriera. ¿No es hora de que empieces a vivir de nuevo? –sobre todo porque el prometido de Andi no había sido un santo en absoluto, pensó Linus. Durante el último año había descubierto demasiados secretos del otro hombre. Secretos de los que sabía que Andi no estaba al corriente...

Su decisión de contratar a Andrea Buttonfield y de darle libertad sobre la decoración de Tarrington Park había sido la mejor jugada empresarial que había hecho. Pero el hotel y centro de conferencias llevaba abierto ya un mes, dirigido con éxito por Michael Hall, y ya era hora de pasar a algo distinto. Para los dos.

Andi se había enfadado al oír el nombre de David. –Mi vida privada no es asunto tuyo –dijo con voz gélida. –Tú no tienes vida privada –respondió él con un gruñido.

–Entonces mejor que tú tengas de sobra para los dos, ¿verdad? –Andi le dirigió una mirada feroz, sabiendo gracias a las fotografías que a veces aparecían en los periódicos que la vida de Linus en Londres implicaba veladas, si no noches, con la última mujer en su vida. Mujeres que rara vez despertaban su interés durante más de dos meses.

–¿Celosa?

Andi se levantó abruptamente y preguntó:

–¿Por qué iba a estar celosa? Si esas mujeres son lo suficientemente estúpidas como para aceptar lo poco que quieres darles, es su problema. ¡Te aseguro que no tengo ningún interés en calentar tu cama!

Andi se arrepintió de sus palabras nada más pronunciarlas, al darse cuenta de que tal vez hubiera revelado demasiado.