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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid

© 2009 Teresa Ann Southwick. Todos los derechos reservados.
ATRACCIÓN SECRETA, N.º 1877 - diciembre 2010
Título original: A Nanny Under the Mistletoe
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-671-9338-1
Editor responsable: Luis Pugni

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Atracción secreta

TERESA SOUTHWICK

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Capítulo 1

Libby Bradford no recordaba haber estado nunca tan enfadada. Al menos, la ira mantenía a raya la pena que la embargaba, aunque también podría ser que el temor que sentía fuera tan grande que no dejara lugar para la tristeza. Miró a su jefa desde el otro lado del escritorio del despacho de ésta.

—Necesito hablar con alguien. Probablemente, fue la desesperación que resonaba en su voz lo que empujó a Ginger Davis a apagar el ordenador.

—Tú dirás.

—Jess Donnelly me va a quitar a Morgan Rose.

—¿Jess Donnelly? ¿El multimillonario?

—¿Acaso hay otro?

Libby era incapaz de imaginarse que el mundo pudiera ser lo suficientemente grande para dos hombres como él.

—Estoy hablando del soltero más codiciado y rico de Las Vegas —añadió.

Ginger no se sorprendía con frecuencia, pero sí lo hizo al escuchar las palabras de Libby. Era una mujer morena, atractiva, de casi cincuenta años a pesar de que aparentaba treinta y adoraba su trabajo. Como directora de Nanny Network, adjudicaba a niñeras muy preparadas y experimentadas a familias acaudaladas y famosas que apreciaban la dedicación y la confidencialidad a partes iguales. También había creado Nooks and Nannies, una escuela de preescolar en la que, aparte de cuidar niños, se daban clases a los padres y a las personas que cuidaban a los niños. Libby era una de las profesoras.

—Ahora lo entiendo...

—¿Qué es lo que entiendes? —le preguntó Libby a su jefa—. Su abogado me llamó y dijo que cuando Jess tenga a alguien que se ocupe de la niña se hará con la custodia de Morgan.

—El señor Donnelly se puso en contacto conmigo para contratar a una niñera interna.

—¿De verdad?

—Sí. Yo le expliqué que últimamente se han marchado dos de mis empleadas para casarse —dijo Ginger mientras se quitaba las gafas—, pero tú no has venido a mi despacho para que te diga que ando algo corta de empleados.

—No. Es Morgan quien me preocupa.

—Dado que el señor Donnelly no me ha dado detalle alguno, no tenía ni idea de que estaba buscando una niñera para tu Morgan. Creía que tu amiga Charity te dejó su hija a ti.

Al oír el nombre de su mejor amiga, Libby sintió que la pena volvía a apoderarse de ella. Se le encogió el corazón. Charity y su esposo Ben llevaban diez meses en misión humanitaria en África cuando resultaron muertos. Una facción rebelde atacó el pueblo en el que estaban trabajando.

—Nadie pensó que no fueran a regresar a casa —susurró Libby, con la voz rota, mientras trataba de contener sus emociones.

—Aparentemente alguien sí lo pensó. De otro modo, el señor Donnelly no estaría interesándose por una niñera interna —le recordó Ginger

Si Libby se hubiera mostrado menos pasional y más racional al respecto, habría alabado a los padres de Morgan por ocuparse de todos los detalles, pero adoraba tanto a la niña a la que estaba cuidando que no le parecía bien por muchas razones entregársela a un hombre como Jess Donnelly.

—Jess fue nombrado tutor de Morgan en el testamento de sus padres —admitió por fin.

—Entiendo.

—Yo no.

—¿Por qué cuestionas su decisión?

—Porque Charity y Ben me confiaron a mí a su hija cuando se fueron al otro lado del mundo.

—¿Estás enfadada porque pusieron su trabajo humanitario por delante del bienestar de su hija o porque murieron?

—Por las dos cosas —admitió Libby sin pensar.

Ginger asintió.

—Tú eras la mejor amiga de Charity. Crecisteis juntas. Tú me contaste que su objetivo principal en la vida era conseguir que el mundo fuera un lugar mejor.

—¿Y no te parece una ironía? El mundo es mucho peor ahora que ella ya no está en él.

Libby se había pasado mucho más tiempo en casa de Charity que con su propia familia porque no había tensión alguna allí y todos la recibían con los brazos abiertos. Allí, Libby se sentía aceptada de un modo que jamás hubiera soñado en su propio hogar. Los padres de su amiga llevaban a las niñas a residencias de ancianos, hospitales y albergues de mujeres para conseguir cambiar las cosas en la comunidad.

—A Charity la educaron para ayudar a la gente, pero, en este momento, mi principal preocupación tiene que ser criar y educar a Morgan del modo que Charity querría. El bienestar de la niña es lo más importante.

—A mí me parece que la cuidaría muy bien.

Jess Donnelly jamás. Era un hombre realmente guapo, rico y poderoso. Por experiencia propia, Libby sabía que era arrogante, egoísta y superficial. Lo conoció en la boda de Charity y Ben. La atracción que sintió hacia él fue instantánea. La tierra pareció movérsele bajo los pies. Saltó la chispa. La flecha de Cupido le atravesó certeramente el corazón.

Él había flirteado con ella, mirándola con sus intensos ojos azules. Su abundante cabello oscuro y su apostura irlandesa le habían causado a Libby una impresión duradera. Se había quedado completamente prendada de él.

Desgraciadamente, el sentimiento no había sido compartido. En realidad, Jess se marchó con la otra dama de honor, que tenía un generoso busto y a la que Libby había calificado cariñosamente como la fulana de la boda. En los seis años que habían pasado desde el nacimiento de Morgan, Libby lo había visto en algunas ocasiones. Cada vez que sus caminos se cruzaban, Libby sentía una profunda atracción a pesar de que Jess siempre extendía la mano y decía que no creía que se hubieran conocido antes. Entonces, procedía a presentarse.

La primera vez, Libby le dio el beneficio de la duda. Creyó que su nuevo peinado y el hecho de que hubiera perdido algunos kilos le daban un aspecto diferente. Después de eso, se hizo evidente que sus pechos no eran lo suficientemente grandes como para atraer su atención, y mucho menos para conseguir que su nombre fuera digno de ser recordado.

Apartó sus pensamientos y miró a Ginger.

—¿De verdad crees que él se puede ocupar de Morgan?

—El señor Donnelly ciertamente tiene los medios suficientes para cuidar de ella.

—Hace falta mucho más que dinero para criar a una niña.

—Yo no podría estar más de acuerdo —dijo Ginger—. Es una pena que los dos no podáis compartir la custodia.

—¿Qué quieres decir?

—Él tiene los recursos y tú el corazón. A mí me parece que es una combinación perfecta para criar a un niño.

Libby comenzó a canturrear cuando se le empezó a formar una idea en la cabeza.

—Yo podría ser su niñera...

—Pero sí ya trabajas aquí en el preescolar.

—Eso te ahorraría a ti tiempo porque ya trabajo en esta empresa y me conoces.

Ginger frunció el ceño.

—Dado que tienes una historia personal con el cliente, no estoy segura de que esta situación fuera la ideal.

—Permíteme que no esté de acuerdo contigo. Yo no describiría lo que hay entre nosotros como «historia personal». Se trata más bien de un puñado de encuentros a lo largo de los años —replicó Libby. Además, ninguno de ellos había tenido nada de personal, lo que le molestaba aún más—. Los dos conocimos y apreciamos a los padres de Morgan. Ella necesita todo el cariño y el apoyo que pueda conseguir en estos momentos. Lo que no necesita es que se la aparte de todo lo que le resulta familiar y se la obligue a vivir con un seco tutor al que apenas conoce.

—Lo haces sonar como si fuera una nueva versión de Jane Eyre.

—Te aseguro que no es mi intención, sino más bien lo contrario. A mí me parece la mejor situación posible. Tú misma has dicho que con su dinero y con mis habilidades maternales nos convertiríamos en los padres perfectos.

—Te has sacado ese comentario de la manga...

—Pero tiene sentido —dijo Libby—. Tú misma has dicho que andas algo escasa de personal en estos momentos. Ésta es la situación perfecta. Yo puedo ocuparme de Morgan y seguir dando clases aquí en el colegio. Sólo tengo que traerme a Morgan, tal y como lo he venido haciendo hasta ahora. Su rutina no cambiaría. En estos momentos, eso es lo importante.

—La idea tiene bastante lógica. Se lo podría comentar al señor Donnelly.

—Por supuesto, él tiene que tomar la decisión final.

Libby no creía que esto fuera a suponer un problema. Mientras su vida personal no se viera afectada, seguramente a Jess no le importaría.

—Esto podría suponer una solución a corto plazo para todos.

Eso era exactamente lo que creía Libby. Era imposible que pudiera querer a Morgan más de lo que ya lo hacía aunque la hubiera parido. No podía dejarla en manos de un hombre que tenía la sensibilidad de un robot y luego desaparecer de la vida de la pequeña.

Si Jess aprobaba esta solución, Libby tendría tiempo suficiente para encontrar tranquilamente una más a largo plazo.

Jess Donnelly había aceptado ser el tutor de la hija de su mejor amigo, pero jamás había pensado que tuviera que ejercer como tal. Tal vez precisamente por eso había accedido. Era algo que la gente hacía todo el tiempo, sin pensar que pudiera existir la posibilidad de que los dos padres murieran al mismo tiempo.

Sin embargo, había ocurrido lo peor y en aquellos momentos se encontraba esperando la llegada de Morgan. Dentro de unos minutos, la niña llegaría con la persona que se estaba ocupando de ella en aquellos momentos. También, esperaba la llegada de la niñera que había contratado a través de Nanny Network. Se llamaba Elizabeth Bradford y llegaría en cualquier momento.

Había investigado las referencias de la empresa y había llamado a una serie de clientes de la misma, todos los cuales no habían tenido más que elogios para las profesionales suministradas por Ginger Davis. Dado que él no sabía nada sobre criar un niño, y mucho menos una niña de cinco años, estaba más que encantado de dejar la situación en manos de los expertos.

No era que a Jess no le gustaran los niños, pero no le agradaba la idea de tener a su lado a alguien que dependiera de él. Sabía de primera mano lo que dolían la traición y la desilusión y que resultaban especialmente desagradables cuando provenían de la única persona en el planeta en la que se confiaba. Se trataba de la hija de su amigo. El amigo al que había jurado apoyar. Siempre. El amigo que había sido para él el hermano que no había tenido. Se lo había prometido a Ben. Le había dado su palabra. No podía echarse atrás.

Respiró profundamente.

—¿En qué diablos estabas pensando, Ben? Yo no estoy preparado para esto.

El teléfono comenzó a sonar y lo sacó de sus pensamientos. Tomó el auricular que había junto al sofá.

—¿Sí?

—Soy Peter Sexton, señor Donnelly. Seguridad del edificio. Está aquí la señorita Morgan Rose Harrison acompañada de Libby...

—Las estaba esperando. Que suban.

Jess había deseado con todo su corazón que la niñera que había contratado llegara antes que Morgan para echarle una mano cuando se hiciera cargo de la custodia de la niña. Si la niñera no se presentaba pronto, llamaría a la señora Davis para ser el primer cliente insatisfecho de Nanny Network y ponerle una cruz negra a la excelente reputación de la empresa.

El timbre sonó. Jess tardó tan sólo unos segundos en abrir la puerta. Una joven mujer y una niña pequeña estaban frente al umbral: Libby y Morgan.

La mujer era rubia, delgada, de ojos azules y bastante corriente. En las pocas ocasiones en las que se habían visto, Jess no había podido decidir si era guapa o fea. Su cabello apenas le rozaba los hombros. Unos pantalones vaqueros ceñían sus caderas y piernas de un modo que a Jess no dejaba indiferente. Ciertamente, la figura de Libby contaba plenamente con su aprobación.

La niña era también rubia y llevaba entre las manos una vieja y destartalada muñeca. La pequeña tenía el cabello rizado y unos ojos pardos que había heredado de su padre, al igual que el hoyuelo que le adornaba la barbilla. Las dos rubias lo miraban con expectación.

—Hola —dijo él, extendiendo la mano—. Jess Donnelly.

—Ya nos conocemos.

—Así es. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que nos vimos?

—Fue las navidades pasadas. Hace casi un año. Recordaba haberla visto bajo el muérdago en la fiesta de Charity y Ben. Habría sido tan fácil tomarla entre sus brazos allí mismo y reclamar el beso que llevaba deseando darle desde la primera vez que la vio. Sin embargo, deliberadamente, había dejado pasar la oportunidad. Su instinto le decía que no era la clase de mujer a la que pudiera dejar atrás con facilidad y él sólo se relacionaba con las del otro tipo.

—Tienes buen aspecto.

Libby miró a la niña durante un instante.

—Te echamos de menos en el entierro.

—Sí... Estaba en Europa por asuntos de negocios y hubo una tormenta de nieve. El aeropuerto estuvo cerrado dos días.

—Entiendo.

Jess se dirigió por fin a la niña.

—Hola, Morgan. ¿Te acuerdas de mí?

La pequeña negó con la cabeza.

—No importa —añadió él—. Bienvenida a mi casa.

—Es muy bonita —dijo Libby con voz agradable—. Las verjas de seguridad son bastante chulas y el servicio de vigilancia está muy bien. Además, el hecho de que el guardia utilizara su llave para acompañarnos al ático del edificio en un ascensor privado es un detalle muy agradable.

Jess no estaba seguro si había algo de sarcasmo en su voz.

—Me alegro de que te guste —dijo sin importarle—. ¿Qué te parece a ti, Morgan?

—No está mal —susurró la niña, sin soltar la mano de la mujer.

—¿Nos vas a invitar a pasar?

—Por supuesto —replicó él echándose a un lado. ¿En qué había estado pensando?

—No te olvides de tu maleta, Morgan —le dijo Libby a la niña.

La pequeña asintió y agarró el mango de la maleta de color rosa y la hizo entrar rodando en el vestíbulo. Libby hizo lo mismo con una bolsa negra. Jess pensó que la niña debía de tener más cosas que las que podían entrar en aquellas dos maletas.

Todos quedaron inmersos en un incómodo silencio en el vestíbulo. Jess no sabía qué hacer a continuación. Deseó que la niñera se presentara en cualquier momento y le echara una mano. Decidió que lo mejor que podía hacer era enseñarles la casa.

—¿Qué os parece si os enseño la casa? —sugirió.

—Nos gustaría —respondió Libby—. ¿Qué te parece a ti, Morgan? ¿Te gustaría ver tu nuevo hogar?

Sin soltar la mano de Libby, la pequeña asintió con aprensión. El gesto de solemnidad que tenía en el rostro revelaba que la idea no le gustaba en absoluto.

—Seguidme.

Las condujo al salón, que tenía unos ventanales que llegaban desde el techo hasta el suelo y que mostraban la amplia terraza que había al otro lado, en la que había piscina privada y barbacoa.

—Si queréis tener una inmejorable vista de Las Vegas, habéis venido al lugar correcto.

—Desde aquí podréis ver las bonitas luces de la ciudad —comentó Libby para animar a la pequeña.

—Está muy alto —replicó la niña sin lograr acercarse del todo a la ventana.

Libby miró a su alrededor. Los muebles que decoraban el salón eran de madera oscura, con los sofás y las sillas en color beige.

—La tapicería es muy bonita, pero muy delicada.

—Hasta ahora, no me ha parecido que eso sea un problema —replicó Jess sin dejar de mirar a la niña. La vida que había conocido hasta entonces estaba a punto de cambiar.

A continuación, las condujo a la cocina, que incluía una salita con una puerta que conducía a la terraza. El comedor era muy espacioso, con una mesa a la que se podían sentar ocho comensales. Volvieron a atravesar el salón. Tras mostrarles el dormitorio principal, las llevó al otro lado del ático y señaló otro dormitorio que iba a ser el de Morgan a partir de entonces.

—Tendrás una cama muy grande y tu propio cuarto de baño. ¿Qué te parece?

—Es muy grande —susurró la niña con voz temblorosa—. ¿Y si me pierdo?

Inmediatamente, Libby se puso de rodillas y abrazó a la pequeña. Entonces, le colocó el cabello detrás de las orejas.

—Sé que te da miedo. Los cambios siempre asustan, pero, con el tiempo, te acostumbrarás y no recordarás otra cosa.

—¿Y si me despierto y está muy oscuro y me da miedo?

—Estoy segura de que al señor Donnelly no le importará que dejes las luces encendidas. ¿Verdad que no?

—Por supuesto que no —respondió él.

—Efectivamente, es una cama muy grande para una niña tan pequeña. Probablemente te pueda comprar una más pequeña, tal vez con otra debajo. Así, si tienes miedo por las noches, alguien se puede quedar en tu habitación. Además, una cama nueva significa nuevas sábanas y edredones. Tal vez te pueda comprar las de princesas que tanto te gustan. Después, habrá que pintar las paredes de un color que haga juego. Éste podría ser tu color favorito para que te puedas acostumbrar a tu nueva casa.

—¿Cuál es tu color favorito, Morgan? —le preguntó Jess tras esforzarse mucho por encontrar algo que decir. Con las mujeres no tenía problema alguno, pero las niñas eran otro mundo.

—El rosa —dijo la niña—. A veces el morado.

—Quiere decir el lila —aclaró Libby.

—Por supuesto que podemos hablar sobre redecorar las cosas, pero creo que sería mejor posponer cualquier cambio hasta contar con la opinión de una experta en el cuidado de niños.

—Yo soy profesora de preescolar. Llevo años trabajando en Nooks and Nannies con niños de todas las edades. Además, Morgan lleva a mi cuidado varios meses. Creo que estoy muy bien cualificada para expresar una opinión sobre su nuevo hogar. Yo estaría encantada de aconsejarte sobre todo lo que la ayudaría a ajustarse a los cambios.

Jess la miró. Estaba defendiendo a una niña que ni siquiera era suya y la admiraba por ello. De repente, se preguntó si habría un hombre en la vida de Libby. Si no hubiera sido por sus propias vivencias, las dos historias habrían parecido completamente contradictorias.

Después de la muerte de su padre, su madre lo había declarado hombre de la casa. Estuvieron los dos unidos contra el mundo hasta que su madre se enamoró y volvió a casarse. En ese momento, le faltó tiempo para librarse de Jess. Por eso, él no pudo evitar preguntarse si Libby tenía novio. Si fuera así, ¿se sentiría aliviada por deshacerse de la niña para poder poner su vida en primer lugar? Sabía que no tenía razón para que esto le importara, dado que ella se marcharía pocos minutos después, cuando llegara por fin la niñera que él había contratado.

—Me está dando la sensación de que no te gusta mi casa —dijo.

—Al contrario. Es espectacular. De hecho, jamás había estado en ninguna más bonita.

—Sin embargo, estás hablando de cambiar la decoración.

—Si no te importa que te lo pregunte, ¿qué superficie tiene?

—Unos seiscientos metros cuadrados, incluyendo el jardín y la piscina —respondió, con una nota de satisfacción. Se enorgullecía de su éxito en la vida.

Libby asintió y miró a su alrededor.

—Efectivamente es muy grande y no hace falta fijarse mucho para darse cuenta de que es un hogar completamente centrado en los adultos.

—No sé adónde quieres ir a parar.

—La decoración está realizada en tonos oscuros. Hay objetos de mucho valor por todas partes. ¿Y si se rompe algo porque un niño debe dar rienda suelta a su energía? Las manos pegajosas y los trabajos manuales no son compatibles con las telas de tapicería de color claro y la madera cara. ¿Cómo puede sentirse cómoda en esta casa una niña de cinco años?

—Casi tengo seis, tía Libby —anunció la pequeña.

—Así es, cariño, pero cuando pase Halloween, Acción de Gracias y Navidad. Se me había olvidado que ya eres muy mayor —le dijo a la niña con una sonrisa. Entonces, volvió a mirar a Jess con una expresión de desaprobación en el rostro—. Me sentiría más a gusto si viera que estás dispuesto a ceder en algunas cosas por el bien de Morgan.

—¿No crees que me merezco que me des un poco de crédito? —replicó él poniéndose las manos en las caderas—. Yo no esperaba que me dejaran una niña a mi cargo... Jamás había anticipado esta situación.

—Lo comprendo.

—Mira, Libby. Deja que te lo explique de otro modo. Después de hablar con Morgan, estaré dispuesto a hacer ciertos cambios en esta casa según lo que me diga su niñera. Si es que llega aquí algún día de éstos —añadió, mirando el reloj con desaprobación.

—¿Si...? —repitió Libby, muy sorprendida—. ¿Has hablado con Ginger Davis?

—Sí.

—¿En persona?

—He hecho el contacto inicial. Después, mis representantes se encargaron de ocuparse de todos los detalles —admitió.

—Entonces, ¿no has hablado con ella sobre los detalles finales?

¿Detalles finales?

—Mira, estoy muy ocupado con el proyecto de un centro turístico inmenso. Mi secretaria y mi abogado se han ocupado de todos los detalles. Confío en los dos plenamente dado que llevan muchos años trabajando para mí. Tengo una fe inmensa en su habilidad para ocuparse de mis asuntos.

—¿Has confiado a tus empleados la responsabilidad de encontrar una niñera para la niña?

—Te aseguro que he hecho mis deberes a la hora de encontrar una empresa que fuera de confianza para hallarla. Elizabeth Bradford, la que va a ser su niñera, me viene muy recomendada y se ocupará ejemplarmente de Morgan.

—¿Elizabeth Bradford es la niñera?

—Sí. ¿Por qué? ¿Acaso la conoces?

—Así es y, efectivamente, estoy segura de que se hará cargo perfectamente de la pequeña.

—¿Qué es lo que está pasando? —preguntó Jess, presintiendo que había algo que Libby le estaba ocultando.

—Aún no te has dado cuenta, ¿verdad?

—¿Darme cuenta de qué?

Libby levantó la cabeza con gesto desafiante.

—Libby es uno de los diminutivos de Elizabeth. Probablemente no te has percatado nunca de que mi apellido es Bradford. Eso me convierte en Elizabeth Bradford. Aparentemente, eso se te pasó por alto al haber delegado tus responsabilidades en otra persona. Yo soy tu nueva niñera.

Capítulo 2