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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Jessica Steele. Todos los derechos reservados.

COMPROMISO SECRETO, Nº 1934 - octubre 2012

Título original: A Pretend Engagement

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2005

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-1125-6

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

 

No podía dejar de pensar.

Iba de camino a Aldwyn House, en Gales, en medio de una noche de noviembre tan fría y desapacible como su estado de ánimo.

Su primer impulso al salir del aeropuerto fue ir a casa de sus padres, en Cheltenham, pero cuando ya había tomado esa dirección, Varnie pensó que sus padres no se merecían otra mala noticia. Ya habían sufrido bastante en los últimos tiempos.

Primero, el accidente de coche de su hermano, Johnny, después, la tensión arterial alta de su padre. Cuando Johnny ya se estaba recuperando, el hotel empezó a acumular pérdidas y tuvieron que tomar la decisión de ponerlo en venta. Y en medio de todo aquello, la muerte del abuelo Sutton. Había sido un periodo realmente difícil.

Afortunadamente, la vida había ido mejorando. El hotel se vendió y, aunque pareciera un milagro, Johnny, a sus veinticinco años, había conseguido un trabajo que le encantaba.

Así que Varnie no estaba dispuesta a acudir a ellos en busca de consuelo cuando ni siquiera esperaban que volviera hasta dos semanas más tarde. Por eso había cambiado de dirección. Prefería que conservaran la última imagen que habían tenido de ella, feliz por marcharse a pasar dos semanas en Suiza con su novio, Martin. Por primera vez, desde que se conocían, iban a estar varios días juntos.

Pero Varnie no sentía la más mínima alegría camino de Gales. Era una suerte que, por pura casualidad, hubiera dejado las llaves de Aldwyn House en la guantera del coche.

¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Y lo peor de todo era pensar que, de no haberse puesto nerviosa al ver que Martin se retrasaba, en aquel preciso instante estaría con él en Suiza.

La única razón por la que se había atrevido a romper la norma de no llamarlo a la oficina bajo ningún concepto fue la sensación de que ya estaban de vacaciones. Y que el móvil de Martin estaba desconectado.

Pero antes, para dejar de mirar ansiosamente a la puerta, había decidido comprar el periódico y una fotografía le hizo olvidar a su novio por unos minutos. En la primera página, un hombre acababa de dar un puñetazo a otro. Se trataba del nuevo jefe de su hermano, Leon Beaumont. Según decía el pie de foto, el hombre golpeado era el marido ultrajado de la última conquista de Leon, Antonia King.

Varnie había contemplado la fotografía con desdén. Despreciaba a los hombres violentos, y que aquél fuera el jefe de su hermano no hacía que lo mirara con mejores ojos.

¿Por qué Martin no llegaba? Miró la hora por enésima vez y decidió esperar cinco minutos antes de llamar a la oficina. Pero Martin no apareció. Finalmente, decidió marcar el número. La telefonista le pasó con su secretaria.

–Hola –dijo Varnie. Y milagrosamente, recordó el nombre que Martin debía de haber mencionado alguna vez–. ¿Eres Becky?

–Sí –respondió una voz cantarina.

–¿Está ahí Martin?

–¡Se ha ido hace horas! –dijo Becky. Pero antes de que Varnie, aliviada, pudiera darle las gracias y colgar, la joven añadió–: ¿Usted y los niños han llegado bien a Kenilworth, señora Walker?

–No soy... –¿quién era la señora Walker, la madre de Martin? ¿Niños?–. ¿Señora Walker? –preguntó en tono casual. Cinco años en el mundo de la hostelería le habían enseñado a disimular cualquier inquietud.

–Lo siento. Creía que era la señora Walker –dijo Becky, y sin pausa, continuó–. Ha venido a la oficina hoy por la tarde con los niños. Iban a pasar las dos semanas que Martin va a estar de viaje de negocios en casa de sus padres.

Varnie se había quedado paralizada.

–¿Martin está casado? –balbuceó.

–Sí –contestó Becky, animada–. Hacen una maravillosa pareja. A Martin le daba mucha pena separarse de ellos durante tantos días.

Varnie colgó sin ni siquiera despedirse. Tenía que haber algún error. Martin le había dicho que la amaba y que durante aquellas dos semanas podrían pasar tiempo juntos para conocerse mejor. Él estaba siempre tan ocupado que sólo se veían cuando se alojaba en el hotel de sus padres durante sus viajes de negocios.

¡Sus padres lo adoraban y habían comprendido lo importante que era aquel viaje para compensarla por los fines de semana que él dedicaba al trabajo! Ellos mismos trabajaban siete días a la semana, así que no les había extrañado que él también lo hiciera.

Pero por primera vez, tras lo que Becky acababa de contarle, Varnie vio las cosas desde otra perspectiva. Martin no estaba ocupado cada fin de semana, sino que debía dedicárselos a su mujer y a sus hijos.

Sus pensamientos se agolparon de tal manera que Varnie tuvo que levantarse y ponerse a caminar por el aeropuerto para contener su ansiedad. Y de pronto Martin entró con una amplia sonrisa en el rostro y se dirigió precipitadamente hacia ella.

–Lo siento, cariño –dijo, con su acostumbrado encanto–. El tráfico ... –al ver la expresión de Varnie, se calló–. ¿Qué ocurre?

–Dime la verdad –le espetó Varnie–.¿Estás casado?

Martin la miró desconcertado. Después sonrió y trató de tomarla del brazo.

–¿A qué...?

–¿Lo estás o no? –dijo ella con firmeza.

–Estamos separados –tras un balbuceo inicial, Martin decidió qué línea adoptar–. Vamos a divorciarnos. No la veo desde hace mucho tiempo. Pero en cuanto volvamos del viaje, voy a hablar con mi abogado...

Varnie se agachó y agarró su maleta.

–Adiós, Martin –dijo.

Martin debió comprender que no tenía nada que hacer, pues ni siquiera había intentado retenerla.

Y lo cierto era que Varnie no quería ninguna explicación. Estaba destrozada. No comprendía cómo ni ella ni sus padres, que tenían mucha más experiencia, se habían dado cuenta de que Martin era un fraude.

Fue a por el coche en un estado de inmensa confusión. Sentía un frío interior que le helaba la sangre y su corazón estaba lleno de rencor.

Tuvo una visión del primer día que había visto a Martin. Había pasado la noche en su hotel. Durante la cena, que le había servido ella, habían charlado. Él le contó que tenía treinta y cuatro años y que trabajaba todo el día para sacar adelante su negocio.

Durante los tres meses siguientes, se había alojado con ellos regularmente. Pronto comenzó a manifestar su interés por Varnie y ella no lo desanimó. Le gustaba, y sus padres dieron su aprobación.

Sin apenas darse cuenta, Martin y ella se habían convertido en pareja. Él solía llamarla todos los días a las tres, cuando sabía que estaba en la oficina, ocupándose de los libros de cuentas.

Pero como los dos trabajaban mucho, la relación no había ido más allá.

Por aquellas fechas, la señora Lloyd, la mujer que cocinaba para el abuelo Sutton en Aldwyn House, los llamó para decirles que lo había encontrado desmayado y que había llamado al médico. Como era de esperar, el abuelo se había negado a ir al hospital y Varnie y su madre acudieron a Gales a cuidar de él.

Varnie tragó saliva al recordarlo. Tres días más tarde su abuelo, al que adoraba, había fallecido. Ella era el único familiar directo que le quedaba y siempre exigía que pasara con él sus vacaciones de verano. Johnny también acudía y el abuelo lo trataba tan bien como a ella aunque sólo fuera su hermanastro.

La única figura paterna que Varnie había conocido era el padre de Johnny. El suyo había muerto cuando ella era un bebé. Y sólo tenía dos años, Johnny cinco, cuando el padre de éste se había divorciado para casarse con la madre de Varnie. Aunque ésta había conservado el apellido Sutton, se sentía un miembro de pleno derecho en la familia Metcalfe. Robert Metcalfe la quería como el padre que nunca llegó a conocer.

Cuando volvieron del funeral del abuelo Sutton, Martin Walker estaba esperándolas en el hotel. Varnie era consciente, y cuanto más lo pensaba más claro lo tenía; había estado en un estado emocional especialmente frágil, y por ello, cuando Martin la abrazó y le dijo que la amaba, ella había pensado que también lo amaba a él.

Varnie bloqueó súbitamente aquel recuerdo y su mente saltó a su inteligente y volátil hermano Johnny. Desde muy pronto tuvo claro que no quería vincularse al negocio familiar y se marchó a Londres. Pero a pesar o tal vez debido a su brillante inteligencia, no conseguía conservar ningún trabajo. Todos le aburrían.

Varnie sonrió para sí al recordar a su hermano. Una densa niebla la obligó a aminorar aún más la velocidad. Sus padres y ella parecían destinados a preocuparse por Johnny quien, por otro lado, tenía la fortuna de salir siempre ileso de cualquier situación, por más peligrosa que fuera.

Al fin, después de su accidente y de la muerte del abuelo Sutton, las cosas habían empezado a ir mejor. Sus padres habían vendido el hotel por suficiente dinero como para comprarse una casa y además proporcionarle a Johnny una pequeña suma que él de inmediato reservó para un viaje a Australia.

Poco después y contra todo pronóstico, encontró un trabajo que, según él, era lo que llevaba buscando toda su vida. Se trataba de ser el «ayudante peripatético» de Leon Beaumont. El magnate viajaba constantemente y Johnny estaba tan ansioso por conseguir el trabajo que incluso estuvo dispuesto a cancelar su viaje a Australia. Cuando finalmente le ofrecieron el puesto, la fortuna volvió a sonreírle y Leon Beaumont le permitió mantener sus planes, pues él mismo quería pasar unos días de vacaciones.

De hecho, Johnny debía de haber partido rumbo a Australia aquella misma mañana, recordó Varnie.

Pero como no quería pensar en aeropuertos, se acordó de que también a ella le habían ofrecido sus padres algo de dinero, que había rechazado. Para entonces sabía que el abuelo Sutton le había dejado Aldwyn House como herencia, y aunque no podría mantenerla, no dudaba de que la vendería por una buena suma.

Pensar en dinero le llevó a recordar, con orgullo, que no había consentido que Martin le pagara el billete a Suiza.

La decisión de viajar con él había supuesto un gran paso, pues era la primera vez que hacía algo así. Pero tras la muerte de su abuelo había necesitado un respiro. Y además, estaba enamorada de Martin.

¿Estaba? Haber pensado en pasado le hizo volver al presente. La niebla se hacía más y más densa y las condiciones de visibilidad empeoraban. ¿De verdad había amado a Martin? Probablemente sí. Pero en aquel instante sólo sentía rabia e ira, y una especie de parálisis que sospechaba podía preceder al dolor.

Se alegró de haber tomado la decisión de no ir a casa de sus padres. No quería hacerles sufrir. Durante las dos semanas siguientes podría recuperarse en casa de su abuelo. Sus padres se merecían un periodo de felicidad sin las preocupaciones que pudieran causarles sus hijos.

Varnie se dio cuenta de que tenía los ojos irritados de conducir en condiciones tan adversas y decidió parar para tomar un café. Entró en una cafetería y descubrió que muchos otros viajeros habían pensado lo mismo, así que cuando consiguió una taza, fue a sentarse en el coche. Una vez más se sintió furiosa hacia Martin y lo culpó de encontrarse en la carretera en mitad de aquella desapacible noche en lugar de descansando en la cama.

¡Hombres!, pensó. Pero inmediatamente tuvo que rectificar al pensar en la ternura de su abuelo, en la generosidad del padre de Johnny y en el propio Johnny quien, aunque fuera un desastre, era honesto y sincero.

Sin embargo, al volver a pensar en Martin, en su mujer y en sus hijos, en todas las mentiras que le había contado, se dijo que no quería tener nada que ver con los hombres en general.

Y el recuerdo de Leon Beaumont la ayudó a reafirmarse en su postura. La fotografía del periódico le recordó que también él era adúltero. Y, de hecho, creyó recordar que hacía poco tiempo también había estado implicado en un escandaloso caso de divorcio.

Hasta verlo en aquella fotografía no tenía la menor idea de qué aspecto tenía el hombre al que su hermano tanto admiraba. Era alto y atractivo, moreno, de constitución atlética. Y millonario. Según Johnny era un gran partido, pero a Varnie no le interesaba ningún hombre que hubiera pasado de los treinta y Leon parecía tener un par de años más que Martin Walker.

Claro que mientras Martin estaba consolidando su negocio, Leon Beaumont era dueño de una compañía internacional de diseño y desarrollo en el campo de las comunicaciones. O al menos eso contaba Johnny, quien no dejaba de hablar de él.

Según él, Beaumont tenía una ayudante prácticamente perfecta. Tan perfecta que al casarse e insinuar que no podría seguir viajando, Leon había preferido crear el puesto de ayudante peripatético y conservarla a ella en la oficina.

Johnny reunía las características apropiadas para cubrir el puesto. Tenía conocimientos de informática, una personalidad agradable y, a pesar del accidente, era un gran conductor.

Inicialmente había estado seguro de que el puesto lo ocuparía una mujer, pero tras la entrevista, su confianza creció. Estaba tan entusiasmado que decía estar dispuesto a trabajar gratis los tres primeros meses. Varnie sonrió al recordarlo. Procediendo de su hermano, que siempre necesitaba dinero, era la prueba definitiva de lo desesperadamente que deseaba aquel trabajo.

Por eso se alegró tanto el día que llamó diciendo que había recibido una carta en la que le ofrecían el puesto. Y en contra de lo que ella temió que podía pasar, el entusiasmo de Johnny no disminuyó un ápice una vez comenzó a trabajar.

Para él, Leon Beaumont lo hacía todo bien. Era justo, independiente y un genio de los negocios.

Johnny lo había acompañado a una de sus fábricas de tecnología punta. Había tenido que tomar notas en una reunión con altos cargos y las había pasado al ordenador con una precisión de la que se sentía orgulloso. Era la primera vez que ponía toda su energía en un proyecto y ansiaba que su jefe se formara una magnífica opinión de él.

Con Johnny por fin asentado, reflexionó Varnie con un suspiro, y sus padres liberados de la carga del hotel, sólo quedaba ella con un futuro incierto ante sí. Y una vez más se alegró de haber tomado la decisión de ir a Gales en lugar de ensombrecer la alegría de sus padres.

En cuanto llegó a la sinuosa carretera que subía la montaña donde se encontraba Aldwyn House se tuvo que concentrar tanto para conducir que no pudo pensar en nada. Tenía la sensación de llevar horas conduciendo. Era más tarde de la una cuando pasó el conjunto de casas que quedaban más cerca de Aldwyn House. A quinientos metros, se bajó del coche para abrir la verja de la propiedad. Estaba tan exhausta que ni se molestó en cerrarla.

Cuando aquella misma mañana sus padres le habían deseado que pasara unas maravillosas vacaciones, Varnie no se había imaginado que acabaría en Aldwyn en lugar de esquiando en Suiza.

Dejó el coche delante del garaje. La sola idea de abrir la puerta y guardarlo hubiera requerido un esfuerzo sobrehumano, así que decidió dejarlo fuera hasta el día siguiente. Igualmente, recordó que a veces costaba abrir la puerta principal porque tendía a atascarse y decidió que estaba demasiado cansada como para pelearse con ella. Así que con las llaves en una mano y la maleta en la otra, rodeó la casa y entró por la puerta de la cocina.

En cuanto entró supo que había estado alguien allí. No le importaba. Johnny tenía una llave y había sido muy generoso al ofrecerse a retirar la ropa y los objetos personales del abuelo mientras ella ayudaba a sus padres a empaquetar las cosas que los nuevos dueños del hotel no querían.

Encendió varias luces y observó que, aunque no la había guardado en el armario, Johnny se había molestado en aclarar la taza que había usado. Subió las escaleras y entró en el dormitorio que utilizaba cuando pasaba allí la noche. Era una preciosa habitación, con una hermosa vista, y aunque era más pequeña que el dormitorio principal, siempre había sido su favorita.

Se sentó en la cama y se quitó los zapatos mientras reflexionaba sobre el día más espantoso de su vida. Estaba deseando meterse en la cama, así que cuando no encontró la llave de su maleta decidió que también eso tendría que esperar al día siguiente.

–¡Qué le vamos a hacer! –masculló. Rompiendo una de sus normas, se metió en la cama sin ducharse.

A pesar del cansancio, se despertó a las seis de la mañana y de pronto le asaltaron varios pensamientos a los que no había prestado atención la noche anterior. Por ejemplo, el hecho de que la casa estuviera caldeada. Una vez más tenía que tratarse de Johnny. Debía de haber puesto la calefacción central y se le habría olvidado apagarla al marcharse.

Encendió la luz de la mesilla con una sonrisa en los labios. Suponía que su olvidadizo hermano estaría pasándoselo maravillosamente con sus amigos Danny y Diana Haywood en Australia.

Se levantó y decidió ir a ducharse al cuarto de baño principal que tenía, al contrario que el de su dormitorio, una ducha nueva con una excelente presión de agua.

Pensó en sacar algo de ropa de la maleta, pero decidió que darse una ducha era más importante y que, como estaba sola, podía andar desnuda por la casa. Así que salió, sacó una gran toalla del armario de la ropa blanca y abrió la puerta del dormitorio principal. Encendió la luz y fue directamente hacia el cuarto de baño. Sólo cuando ya estaba en medio de la habitación se dio cuenta de que no estaba sola.

Antes incluso de mirar a la cama, su visión periférica detectó a alguien debajo de las sábanas. Se giró y sin darle tiempo a que se recuperara de la sorpresa, la persona que ocupaba la cama, se incorporó.

–¿Qué demonios...?

¡Se trataba de un hombre y, dado que tenía el torso desnudo, Varnie dedujo, horrorizada, que también lo estaba el resto de su cuerpo!

–¿Cómo...? –Varnie no pudo articular palabra y se quedó contemplándolo con sus hermosos ojos verdes abiertos como platos.

Él se quedó quieto y dijo en un tono airado:

–No recuerdo que hayamos sido presentados.

Y sin dar la menor importancia al hecho de estar completamente desnudo, hizo ademán de levantarse al tiempo que deslizaba la mirada por el cuerpo de Varnie, desde su rubio cabello hasta sus senos, sobre los que se detuvo unos segundos, sus caderas y sus largas y estilizadas piernas.

Pero antes de que llegara a sus pies, Varnie, aterrada al ver que él posaba un pie en el suelo para levantarse, salió de la habitación. De no haberse quedado completamente paralizada, se hubiera cubierto con la toalla, pero su único pensamiento fue salir de allí lo antes posible.

Corrió a su dormitorio y cerró la puerta. Temblaba de pies a cabeza. Si Johnny Metcalfe no hubiera estado en Australia lo hubiera asesinado en aquel mismo instante.

¿Cómo se atrevía? Sólo él haría una cosa así, invitar a un completo desconocido a dormir en una casa que no le pertenecía.

Pero para Johnny no se trataba de un desconocido. Ni siquiera para ella. Al menos desde que lo había visto el día anterior en el periódico. No necesitaba que se lo presentaran.

¿Qué hacía Leon Beaumont allí? Y lo que era aún peor, ¿cómo iba a poder mirarlo a la cara cuando era el primer hombre que la veía completamente desnuda?