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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2005 Jessica Steele. Todos los derechos reservados.

DESTINADOS A AMARSE, N.º 1971 - Diciembre 2012

Título original: Vacancy: Wife of Convenience

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2005

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-1262-8

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

 

La primera vez que lo vio fue en el entierro de su padre y no había esperado volver a verlo. Sin embargo, allí estaba él,tan alto como lo recordaba, moreno y pasados los treinta años.

Colly no había tenido la oportunidad de enterarse de quién era. La que había sido su madrastra durante dos años, sólo cinco años mayor que ella, lo había monopolizado mientras estuvieron en el crematorio.

–Ven a casa a tomar un refresco.

Colly había oído claramente a Nanette que lo invitaba, pero él había declinado delicadamente la invitación y a Colly le había parecido que iba a acercarse a ella para presentarle sus condolencias, pero alguien la había reclamado y había tenido que alejarse.

En aquel momento le estaba hablando para excusarse de que el señor Blake, a quien ella había ido a ver al edificio Livingstone, no podía atenderla ese día.

–Silas Livingstone –se presentó él–. Si puede esperar diez minutos, yo la entrevistaré en su lugar.

–¿Prefiere que concierte otra cita?

Ella prefería no hacerlo. Ya estaba bastante nerviosa por la entrevista y no estaba segura de poder volver a reunir el temple otra vez.

–En absoluto –replicó él amablemente–. Estaré con usted enseguida –añadió antes de pasar al despacho contiguo.

–¿Quiere que lo espere en otro sitio? –le preguntó Colly a la secretaria de treinta y muchos años que parecía atender tres asuntos a la vez.

–Mejor que no –le contestó Ellen Rothwell con una sonrisa–. El señor Livingstone tiene un día muy ocupado y ya que ha encontrado un hueco para usted, querrá encontrarla donde él espera que esté.

Colly también sonrió, pero decidió no decir nada más. Ya le parecía bastante incómodo que la secretaria de Vernon Blake, como le había explicado Ellen Rothwell, hubiera llamado a todos los candidatos para cancelar las citas de ese día. Sin embargo, al llamar a Colly al principio del horario laboral, le habían informado de que ella había salido y no había forma de encontrarla.

Colly ya sabía que su madrastra tenía una vena rencorosa y no llamarla para que se pusiera al teléfono, cuando había estado en casa, no hacía sino confirmarlo.

Colly suspiró e intentó concentrarse en la entrevista que la esperaba. Vernon Blake era el director para Europa de Promociones Livingstone y buscaba una secretaria que hablara varios idiomas. El sueldo que ofrecía el anuncio era suculento y le permitiría alquilar un piso y vivir por su cuenta, como Nanette quería que hiciera. Eso era lo que había pensado al ver el anuncio. Ya no volvería a depender de nadie. Ella sabía mecanografía y si bien le faltaba algo de práctica con los idiomas, había pasado con sobresaliente el francés y el italiano y había aprobado el español y el alemán. ¿Qué más necesitaba una secretaria?

Al observar a Ellen Rothwell, que atendía el teléfono, anotaba algo en taquigrafía y tranquila y amablemente resolvía lo que parecía un problema, Colly se dio cuenta de que se necesitaban muchas cosas para ser una secretaria y ella no tenía ninguna.

Estuvo a punto de levantarse, dar una excusa y marcharse, pero se acordó de por qué quería ese trabajo tan bien pagado. Pronto se quedaría sin hogar y ella, que nunca había tenido un trabajo remunerado, necesitaba apremiantemente un trabajo bien pagado.

Le dolía que su padre hubiera hecho aquel testamento. Su viuda de veintiocho años había heredado todo y su hija nada. Naturalmente, él tenía derecho a dejar su dinero y posesiones a quien quisiera, pero ella, su hija única, su ama de llaves desde que la última se marchó hacía siete años, estaba a punto de perder el único hogar que había conocido. Aunque ya no le pareciera un hogar.

Se había quedado bastante perpleja cuando hacía dos años su seco y a veces gruñón padre se había convertido en un muchacho risueño por la nueva recepcionista del club.

Colly empezó a sospechar que su padre se veía con alguien cuando comenzó a preocuparse por su aspecto. Ella se alegró. Su madre había muerto cuando ella tenía ocho años. Sin embargo, su alegría se esfumó el día que su padre llevó a casa a la rubia Nanette, que tenía cuarenta años menos que él.

–Tenía tantas ganas de conocerte... –gorjeó la rubia de veintiséis años–. Joey me ha hablado mucho de ti.

¡Joey! Llamaba Joey a su padre... Colly sonrió e intentó no dar importancia a la forma en que Nanette miró alrededor del salón como si estuviera tomando nota de todo lo que había allí.

La perplejidad de Colly aumentó cuando Nanette, lejos de terminar con la relación que tenía con su padre, le enseñó el maravilloso anillo de esmeraldas que le había regalado Joseph Gillingham.

–¡Vamos a casarnos! –exclamó.

Colly se quedó muda un instante, pero consiguió encontrar las palabras para felicitarlos. También consiguió decirles que buscaría un sitio donde vivir sin molestarlos.

–Yo soy una inútil absoluta con las cosas de la casa –replicó Nanette–. Quédate para ocuparte tú, ¿verdad, cariño? –le preguntó a su novio.

–Claro –confirmó Joseph con el tono más jovial que le había visto Colly jamás–. Naturalmente, seguiré pagándote tu asignación.

Lo dijo con un tono que dejó muy claro que ellos ya habían hablado de su asignación, que en absoluto era generosa y sí bastante menguante por la subida de los precios. Ella se sintió muy incómoda. Tanto que incluso preguntó por varios alquileres y se quedó atónita de lo que pedían hasta por el cuchitril más miserable.

Se quedó en casa y Nanette y su padre se casaron. Durante los meses siguientes, la «gatita» demostró, cuando su marido no estaba cerca, que tenía unas garras muy afiladas cuando las cosas no iban como ella quería. Por lo demás, era muy dulce y cariñosa con su marido. Colly también se dio cuenta de que Nanette no era trigo limpio y que no era sincera con Joey. A Colly no le importaba que Nanette prefiriera la compañía de hombres, lo que sí le importaba era que tuviera que contestar al teléfono a voces masculinas que la llamaban Nanette o incluso la saludaban cariñosamente. Colly decía que no era Nanette y el hombre se quedaba en silencio o aseguraba que se había equivocado de número de teléfono.

Las dudas se despejaron al cabo de unos meses cuando contestó al teléfono y se encontró con una voz de hombre muy insinuante.

–¿Quién ha sido la perversa criatura que ha dejado unos pendientes debajo de mi almohada para que no me olvide del séptimo cielo?

Colly colgó bruscamente. Según Nanette, que en ese momento estaba de compras, ella había estado esa noche consolando a una amiga que estaba pasándolo muy mal.

Cuando Nanette volvió, Colly no se contuvo.

–Los pendientes que llevabas anoche están debajo de la almohada de él –le comunicó.

–Me alegro –replicó Nanette, que no mostró la más mínima sorpresa.

–¿Te da igual? –le preguntó Colly llena de ira.

–¿El qué? –respondió Nanette mientras dejaba los paquetes.

–Mi padre...

–¿Qué le pasa?

Colly se quedó con la boca abierta.

–No le dirás nada –siguió Nanette rebosante de confianza.

–¿Por qué no iba a hacerlo?

–¿Acaso es infeliz?

No lo era. Nunca había estado muy alegre y desde que se había casado era como si le hubieran hecho un transplante de personalidad.

–Está en una nube hecha de engaños –contestó Colly.

Nanette recogió los paquetes de ropa.

–Díselo si quieres. Ya le he comentado, entre lágrimas, que no me tienes simpatía. ¿A cuál de las dos creerá?

A Colly le habría encantado decírselo a su padre, pero no podía. No porque no fuera a creerla como había insinuado Nanette, sino porque era un hombre mucho más feliz. Colly no hizo nada, se limitó a esperar que él no se lo reprochara demasiado cuando descubriera cómo era la mujer que tenía por esposa.

Pasó un año y su padre seguía adorando a su mujer. Nanette era muy astuta y él no sabía que tenía una aventura detrás de otra.

Hasta que, unos seis meses antes del ataque al corazón que acabó con su vida, Colly se dio cuenta de que ya no miraba a su mujer con los mismos ojos. No parecía mucho más infeliz, pero sí pasaba mucho más tiempo en su estudio. Su padre había sido un ingeniero de cierto prestigio y si bien estaba prácticamente jubilado, ella sabía que era muy respetado en su profesión.

Repentinamente, se murió. Colly, impresionada, no podía creérselo. Preguntó al médico y él le dijo que había sufrido un ataque al corazón muy fuerte y que no había podido salvarlo. Seguía aturdida cuando, al día siguiente, Nanette le enseñó el testamento que había encontrado mientras ordenaba los documentos de Joe Gillingham. Tenía fecha de un mes después de su matrimonio.

–¡Qué encanto! –exclamó Nanette–. Me ha dejado todo a mí. Pobrecita –añadió dirigiéndose a ella–, a ti no te ha dejado nada.

Eso había sido otra conmoción. No esperaba que su padre le dejara nada en concreto. Desde luego, Nanette, que era su mujer, si en realidad seguía siéndolo, tenía que ser su heredera principal. Colly se dio cuenta de que había dado por supuesto que su padre viviría eternamente; al fin y al cabo, sólo tenía sesenta y ocho años y si bien no era inmensamente rico, sus acertadas inversiones le habían proporcionado unos ingresos considerables. Dos días después de la muerte de su padre, Nanette entró en el dormitorio de Colly.

–Naturalmente, tendrás que buscarte otro sitio para vivir –le comunicó sin parpadear.

Colly consiguió disimular la impresión que había sentido.

–Naturalmente... No pensaba quedarme aquí.

–Perfecto. Puedes quedarte hasta el entierro. Luego, quiero que te marches.

Nanette se dio la vuelta y desapareció por donde había llegado. Colly, atónita, no pudo pensar con claridad durante unos minutos. No sabía qué podría hacer, pero deseó de todo corazón que su tío Henry estuviera allí para aconsejarla.

Henry Warren no era un familiar propiamente dicho, sino un amigo de su padre al que llamaba tío por deferencia. Lo conocía de siempre. Tenía la misma edad que su padre y acababa de jubilarse de un despacho de abogados y se había marchado para hacer un viaje muy largo. Ni siquiera sabía que su amigo Joseph había muerto. Aunque tampoco se habían visto mucho desde el matrimonio de su padre. Su padre iba muy poco al club y Henry casi no iba por la casa de Joseph. Su padre siempre había utilizado los servicios de otro despacho de abogados porque creía que la amistad y el trabajo no conjugaban, pero la primera reacción de Colly fue querer dirigirse al tío Henry. Sin embargo, tendría que arreglárselas sola. Se dio cuenta de que tenía muy poco dinero, lo justo para pagar una semana o dos de alquiler si los alquileres seguían como hacía dos años.

El día del entierro de su padre, Colly seguía intentando aclararse las ideas.

Se acordaba perfectamente de haber visto a Silas Livingstone y seguía sin comprender cómo había conseguido Nanette parecer una viuda desconsolada a la vez que intentaba pescar a Silas. Sin embargo, él y otro hombre alto y mayor se habían vuelto a su coche en cuanto presentaron sus condolencias y él no atendió a la invitación de Nanette para que fuera a la casa.

Al haber pedido un trabajo en Promociones Livingstone, Colly había hecho algunas averiguaciones sobre la empresa y no le extrañó que hubiera estado representada en el entierro de su padre porque tenía muchas relaciones con la ingeniería.

Salió de sus pensamientos y comprobó otra vez que Ellen Rothwell se hacía cargo de todo lo que le llegaba. Ser secretaria era algo más que ser mecanógrafa. Ella había solicitado el trabajo porque creía que podría cumplir con el requisito de los idiomas, pero al ver a Ellen se dio cuenta de que debía de estar trastornada por el dolor y el pánico cuando presentó la solicitud. Colly se levantó dispuesta a marcharse, pero la puerta del despacho de Silas Livingstone se abrió en ese momento y él apareció tan cerca que ella pudo comprobar que tenía unos ojos de un azul muy oscuro y poco corriente.

–Pase –la invitó él mientras se apartaba para que ella pasara.

Ella medía más de un metro y setenta centímetros y tenía que levantar la cabeza para mirarlo a la cara. Había estado a punto de marcharse, pero estaba entrando en el despacho de Silas. La habitación tenía muebles de oficina, pero también había una mesa baja con unas butacas acolchadas donde se tratarían los asuntos más informales.

–Siento lo de su padre –dijo él mientras le señalaba la silla que había delante de la mesa.

–Gracias –murmuró ella al darse cuenta de que la había reconocido.

–Se llama Columbine, ¿verdad?

Él tenía delante el impreso de la solicitud de trabajo.

–Me llamo Colly –replicó justo antes de sentirse como una tonta por tener que darle una explicación–. Como estaba presentando una solicitud formal, pensé que tendría que poner mi nombre completo, mi nombre oficial... –empezaba a sentirse agobiada, pero no podía callarse–. Pero Columbine Gillingham es un poco rimbombante.

Silas Livingstone la miró como si se alegrara de que se hubiera quedado sin aliento, pero la miró amablemente.

–Sí, es verdad. Hace un rato pasé por el despacho de Vernon Blake y su secretaria me dijo que todo iba como la seda en su ausencia excepto una solicitante, Columbine Gillingham, a la que no había podido encontrar. El obituario de su padre decía que tenía una hija que se llamaba Columbine y pensé que no podía haber dos con el mismo nombre.

Ella se quedó mirándolo. ¿La había entrevistado por su relación con su padre? Pensó que no tenía importancia porque, si bien Silas Livingstone era un hombre al que no le sobraba el tiempo, ya estaba preparado para entrevistarla.

–¿Qué experiencia tiene como secretaria? –le preguntó mientras miraba la solicitud como si buscara afanosamente dónde hablaba de su experiencia como secretaria.

–La verdad es que no tengo mucha experiencia como secretaria, pero se me dan muy bien los idiomas y mecanografío bastante deprisa.

Él se recostó en su butaca con un gesto inexpresivo.

–¿Cómo de deprisa? –le preguntó con amabilidad.

–¿Cómo de deprisa? –repitió ella.

–Pulsaciones por minuto. ¿Lo sabe? –él daba por sentado que cualquier secretaria lo sabía.

Ella no tenía ni idea. Ni siquiera una idea aproximada. Se sentó más envaradamente.

–¿Quiere que me marche? –le preguntó con cierto orgullo.

Él negó ligeramente con la cabeza, pero ella no supo si lo hizo por su falta de experiencia como secretaria o porque quería decir que él decidiría cuándo daba por terminada la entrevista.

–¿Ha tenido algún empleo? –la miró directamente a los ojos.

–Mmm... no –tuvo que reconocer Colly–. Me ocupaba de la casa de mi padre. Cuando terminé el colegio me ocupé de los asuntos de la casa hasta...

–Que él volvió a casarse –seguía mirándola a los ojos.

–Yo... la nueva mujer de mi padre prefirió que siguiera ocupándome de todo.

–Así que nunca ha tenido un empleo fuera de su casa...

–Ayudo en una galería de arte los martes –fue lo único que se le ocurrió.

Visitaba tanto esa galería que había llegado a conocer a Rupert Thomas, su dueño, que una vez le pidió que tomara las riendas en su ausencia. Desde entonces, todos los martes iba a quitar el polvo de los cuadros, a hacer algunas facturas, a tratar un poco con los clientes y a hacer las infinitas tazas de café que se bebía Rupert.

–¿Es un empleo remunerado? –quiso saber Silas Livingstone.

Ella volvió a sentirse incómoda y supo que no debería haber ido allí.

–No.

–¿Ha tenido algún empleo remunerado?

–Mi padre me daba una asignación –farfulló ella tímidamente.

–Pero nunca ha ganado dinero fuera de casa. Dígame, Columbine, ¿por qué ha solicitado este puesto de trabajo? –le preguntó repentinamente.

Eso fastidió a Colly. Él no podía entender que se hubiera molestado en hacer esa solicitud con su falta de experiencia, y ella tampoco. Pero la fastidió que la llamara Columbine. Tanto, que pudo superar la vergüenza que le daba hablar de dinero

–No soy la heredera de mi padre.

Ella no bajó la mirada y pudo captar el brillo en los ojos de él.

–¿Su padre le dejó algo? ¿La dejó situada? –preguntó él claramente.

Colly no quiso contestar, pero también comprendió que había provocado la pregunta.

–No lo hizo.

–Yo creía que tenía dinero...

–Creía bien.

–Pero, ¿no le dejó nada?

–Nada.

–¿La casa?

–Tengo que buscarme un sitio donde vivir.

Aquellos ojos de color azul oscuro la miraban penetrante y perspicazmente.

–Supongo que la nueva señora Gillingham no tendrá dificultades...

Colly se dio cuenta de que si bien su padre había estado ciego a las maniobras de Nanette, Silas Livingstone le había visto el plumero sólo con hablar con ella unos minutos en el crematorio.

Colly volvió a sentirse incómoda y se preparó para levantarse y marcharse. Él debía de estar pensando que era tonta sólo por haber solicitado el puesto. Sólo le quedaba salir de allí con cierta dignidad.

–Gracias por recibirme, señor Livingstone. Solicité el empleo porque tengo que trabajar y no como un antojo...

–¿Le han retirado la asignación? –le preguntó, como si no lo supiera perfectamente–. ¿Tiene que mantenerse?

–Necesito un trabajo bien pagado para poder vivir por mi cuenta, pero...

–¿Está buscando un sitio para alquilar?

–Es una de mis prioridades. Ésa y ser independiente. Pretendo hacerme una carrera...

Se calló cuando comprobó que Silas Livingstone volvía a analizarla. Podía notar cierto brillo en su miraba, como si se le hubiera ocurrido algo. Estaba claro que le interesaba lo que ella estaba contándole.

–¿Tiene amigos? –le preguntó él lentamente–. Naturalmente, los tiene –afirmó mientras la miraba de arriba abajo–. ¿Dónde entran en su intención de ser independiente y tener una carrera profesional?

Ella había estado segura de que la entrevista había terminado y en ese momento no sabía qué derroteros había tomado. Sin embargo, le había dicho tantas cosas a aquel hombre, sin darse cuenta, que ya no tenía sentido echarse atrás.

–A mi padre le pareció conveniente dejar todo a su mujer y tenía ese privilegio. Sin embargo, para mí ha sido una conmoción y he decidido que nunca más volveré a depender de nadie.

Colly se levantó, pero Silas Livingstone tenía preparada otra pregunta.

–¿Tiene algún amigo especial?