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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2011 Susan Stephens

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Amante de ensueño, n.º 2357 - diciembre 2014

Título original: Ruthless Boss, Dream Baby

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4866-5

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Publicidad

Capítulo 1

 

Magenta gritó cuando el motorista frenó a su lado.

 

–¿Qué haces? –exclamó furiosa.

El hombre se quitó el casco y liberó sus negros cabellos. Era la clase de hombre con el que una mujer no querría encontrarse en un día infernal tras el que pareciera haber sido arrastrada por un zarzal. Era guapísimo, elegante y autoritario. Y llevaba la palabra «peligro», tatuada sobre él.

–¿Y bien? –continuó Magenta en tono airado–. ¿Siempre conduces como un loco?

–Siempre –asintió el hombre.

–Debería denunciarte.

Y desde luego que iba a denunciarlo, decidió Magenta. Lo haría en cuanto hubiera solucionado lo del pinchazo del neumático y un millón de cosas más.

Como el asunto de su padre, que había decidido jubilarse y vender sus acciones a un desconocido sin decirle una palabra. Como salvar los puestos de trabajo de sus colegas. Como querer regresar junto a su equipo y la campaña de publicidad ambientada en los años sesenta.

–¿Te importa? –le espetó ella mientras intentaba rodear la moto–. Algunos trabajamos.

–¿Por eso te marchas tan pronto de la oficina?

–¿Y desde cuándo es mi horario de trabajo asunto tuyo?

El motorista se encogió de hombros.

Magenta echó un vistazo al aparcamiento. ¿Dónde estaban los de seguridad? Había estado cargando el coche con trabajo para el fin de semana, aunque no iba a explicárselo a ese tipo con aspecto de pasar los fines de semana en la cama. Y no precisamente solo.

–¿Me abandonas? –inquirió el hombre cuando ella se dispuso a continuar su camino.

–Intento apartarme de ti –Magenta se preguntó qué haría en el aparcamiento de Steele Design. ¿Sería un mensajero?–. ¿Traes un paquete?

La sonrisa del hombre hizo que a la joven se le incendiaran las mejillas. Parecía tener la misma edad que ella, quizás uno o dos años mayor, pero en sus ojos se reflejaba una experiencia infinitamente superior.

–Si no has venido a entregar nada, te informo que esta es una propiedad privada.

El hombre enarcó una ceja.

Genial. Era evidente que le había impresionado su dominio de la situación.

La marcada confianza en sí mismo del motorista empezaba a irritarla.

Magenta se alejó, pero a su espalda oyó la cálida y sexy voz.

–¿Qué hay tan urgente para que no te puedas quedar a charlar conmigo unos minutos?

–No es que sea asunto tuyo –ella se detuvo y se dio la vuelta–, pero regreso ahí dentro para ponerme la ropa del gimnasio antes de cambiar la rueda pinchada de mi coche.

–¿Te ayudo?

–No.

Quizás, al menos, debería haberle agradecido su ofrecimiento.

El hombre se puso de nuevo el casco y arrancó el motor.

–¿Te vas? –balbuceó ella, deseando que se quedara.

¿Por qué estaba ahuyentando a ese hombre cuando era de lejos lo más interesante que le había sucedido en mucho tiempo? Porque su sentido común le aconsejaba no prolongar el encuentro. Magenta reanudó su camino haciendo crujir la nieve bajo los pies. Sin embargo, en lugar de marcharse, el hombre la acompañó empujando la moto a su lado.

–¿Todavía no te has ido?

–Estoy esperando para verte vestida con la ropa del gimnasio –él sonrió.

Magenta soltó un bufido mientras intentaba analizar a ese tipo. Iba vestido de manera excesivamente informal para ser un ejecutivo y su voz era suave y gutural, con un ligero acento que no conseguía descifrar.

–Si quieres, puedo llevarte.

«Apuesto a que puedes». Un rostro y un cuerpo como ese podrían llevarse a cualquier mujer.

–Eres una dama muy estresada ¿no? ¿Nunca te relajas?

¿Estaba de broma? Era incapaz de pensar siquiera en relajarse con él delante.

–Mi coche está en punto muerto. ¿Qué motivos podría tener para relajarme?

–Ya te he dicho que me encantaría llevarte.

–Nunca me dejo llevar por un desconocido –aunque su aspecto le resultara más que atractivo.

–Sabia decisión –contestó él con calma sin dejar de seguirla.

–¿Nunca te rindes?

–Nunca.

Magenta se dirigió hacia la entrada lateral y las taquillas de los empleados donde guardaba la ropa del gimnasio. Se moría de ganas de cerrarle la puerta en esas arrogantes narices. Pero justo en ese instante, el hombre aceleró el motor y se marchó.

Mientras contemplaba el negro relámpago que se alejaba, sintió cierta melancolía.

Acababa de fastidiarla y no tenía sentido lamentarse sobre esa oportunidad perdida.

¿Había percibido algo especial en ese hombre, cierta conexión entre ambos? O quizás no fueran más que los desvaríos de una mente agotada. Decididamente, lo segundo.

Además, de haber querido, el motorista podría haber insistido en cambiarle el neumático.

¿Qué había pasado con la caballerosidad? Las mujeres como ella, eso había pasado. Mujeres que consideraban la igualdad un derecho y que protestaban si un hombre les cedía el paso.

Tras ponerse la ropa del gimnasio, junto con una chaqueta y una bufanda, regresó al coche.

¡No había neumático de repuesto!

Incrédula, contempló el hueco vacío y recordó vagamente a su padre decir algo sobre un pinchazo unos meses atrás. Ambos tenían coches idénticos, algo que a Magenta le había parecido muy tierno en su momento. Su padre seguramente le había dicho al mecánico que dispusiera de la rueda de su hija y luego se había olvidado de pedirle que la restituyeran.

Pero la culpa era suya por no comprobarlo.

La empresa se desmoronaba a su alrededor y quizás no encontraría otro trabajo hasta después de Navidad, y ahí estaba, llorando por un neumático pinchado. Apoyando la espalda contra el coche, cerró los ojos y esperó a que las lágrimas cesaran. Al fin, tras convencerse de que no servía de nada preocuparse por algo que no tenía remedio, decidió regresar a la oficina para calentarse un poco y llamar a un taxi. También podría ir en suburbano.

En el despacho encontró a su padre, dispuesto a marcharse para firmar la venta de las acciones.

–Creía que te habías ido –Clifford Steele parecía contrariado–. No quiero a nadie de la familia por aquí hasta que ese hombre se haya instalado y tenga su dinero en mi cuenta. Son las reglas.

–Y las estaba obedeciendo. Pero descubrí que mi coche tenía una rueda pinchada y ¿adivina qué? –añadió Magenta secamente–. No hay rueda de repuesto.

–Llama a un taxi –le aconsejó su padre sin el menor atisbo de remordimiento–. Yo no puedo quedarme –añadió–. Me marcho para firmar los últimos papeles. Vete cuanto antes, por si a Quinn le diera por venir a echar una ojeada a su última adquisición.

Magenta percibió una nota de resentimiento en las palabras de su padre y lo besó en la mejilla. No debía de haberle resultado fácil vender la empresa a un joven más triunfador que él. Clifford Steele sería un déspota, y sus extravagancias habían hundido la empresa, pero era su padre y lo quería. Ella tendría que solucionar ese lío para intentar salvar el puesto de trabajo de sus compañeros, suponiendo que el nuevo dueño se lo permitiera.

A lo mejor Gray Quinn no deseaba mantenerla en su puesto, comprendió angustiada. Gracias a la anticuada idea de su padre de que los hombres dirigían las empresas y el ladrillo daba seguridad a las mujeres, ella era la dueña del edificio, pero no poseía ni una sola acción.

–Ya que sigues aquí, haz algo útil –le espetó su padre–. Estoy seguro de que a los hombres les apetecerá una taza de café antes de que te marches. De acuerdo, eres una ejecutiva –añadió al ver el gesto de impaciencia de su hija–, pero nadie prepara una taza de café como…

–Una mujer bien educada –sugirió ella con descaro.

–Iba a decir como tú. Trabajas demasiado, Magenta. El estrés no es bueno para una mujer de tu edad –observó su padre con su habitual tacto–. Si no te cuidas, te saldrán arrugas.

–Sí, papá –su padre parecía recién salido de la campaña ambientada en los sesenta–. Así son las cosas. Así eres tú –añadió con cariño.

–Te daré un consejo, Magenta –su padre aún no había terminado–, aunque dudo que me hagas caso. Deberías hacerte invisible hasta que el nuevo dueño se haya instalado. Quinn perderá pronto el interés y dejará la empresa a cargo de la vieja guardia.

–Adiós, papá.

¿Perder el interés? Eso no parecía propio de Gray Quinn por lo que había leído de él. La prensa financiera solía describirlo como dinámico y frío bajo presión, además de despiadado y duro. Y él sí era casi invisible. En caso de que existiera una sola foto de ese hombre, Gray Quinn había conseguido mantenerla fuera de la vista del público. Magenta temía por sus compañeros. Si lo que pretendía era hacer tabla rasa, podría despedirlos a todos. Y si aplastaba la chispa creativa de los empleados, la empresa se hundiría de todos modos.

Si tenía que hipotecar su casa para crear otra empresa y así conseguir que todos conservaran su puesto de trabajo, lo haría. Mirando por la ventana se descubrió pensando en el motorista.

Magenta soltó un bufido. Los negocios se le daban bien, pero en lo que a los hombres respectaba era un auténtico fracaso. Sus temas de conversación no eran los adecuados, ni tampoco su aspecto, y el tipo de la moto sin duda debía de haber notado que hacía siglos que no había salido con un hombre. Parecía todo un experto en mujeres. Sonriendo, se acercó al escritorio para llamar a un taxi.

No habría taxis disponibles al menos en una hora. La nieve y las compras navideñas eran las culpables de la escasez de vehículos.

Solo le quedaba el suburbano.

Tras llamar al taller mecánico para que alguien fuera a buscar su coche, preparó un café para su equipo. Faltaba muy poco para las vacaciones y quería que todos se sintieran tranquilos sobre el lanzamiento de la campaña publicitaria de Año Nuevo, antes de que ella se marchara.

Tenía que ser positiva por el bien del equipo y no podía dejarles ver lo preocupada que estaba. Aún no había llegado el fin de Steele Design, no era más que un nuevo comienzo.

–Por ahora, voy a trabajar desde mi casa.

–No puedes marcharte la semana antes de Navidad –protestó Tess, el brazo derecho de Magenta.

–Estaré todo el tiempo en contacto con vosotros.

–No será lo mismo –insistió la otra mujer–. ¿Qué pasa con la fiesta de Navidad?

–Hay cosas más importantes, como conservar nuestros puestos de trabajo –sugirió Magenta–. Además, ¿por qué no la organizas tú?

–Porque tú tienes la magia –Tess continuó con sus protestas.

–Estaremos en contacto a diario, solo faltaré de mi despacho, donde quizás represente una amenaza para Quinn –añadió ella con cierta malicia–. Soy consciente del miedo que doy.

Todos se rieron y ella decidió dirigir la conversación hacia el terreno de los negocios.

–Sois un equipo fantástico y es esencial que Quinn vea lo mejor de vosotros, de modo que quiero que os olvidéis de mí y os concentréis en producir una buena impresión.

–¿Olvidarnos? –bufó Tess–. ¿Cómo vamos a hacerlo si no nos has dado una idea para la fiesta?

–Me alegra saber que puedo ser de utilidad –contestó Magenta secamente–. Que sea algo sencillo. ¿Qué tal algo relacionado con los años sesenta?

–Brillante –asintió Tess–. Estarás estupenda con un vestido de papel.

–Eh… yo no asistiré a la fiesta este año.

–Qué tontería. ¿Qué es una fiesta sin ti?

–Un evento bastante más divertido, supongo –Magenta recordó su estallido del año anterior, cuando le había parecido que los hombres estaban empezando a desmadrarse.

–Te doy veinticuatro horas para que vuelvas –vaticinó Tess–. Están pasando demasiadas cosas para que te mantengas alejada. Además –murmuró mientras se llevaba a su jefa a un rincón–, hay algo más. Esta mañana he notado algo diferente en ti.

–No sé a qué te refieres.

–¡Ya! –exclamó la otra mujer–. Te has puesto a la defensiva. ¿Has conocido a alguien?

–¡No seas ridícula! Solo estoy preocupada por el futuro de la empresa.

–No –Tess sacudió la cabeza–. Hay algo más. Algo que no me estás contando.

Quizás las mejillas encendidas la habían delatado, pensó Magenta.

–No tienes que avergonzarte si has conocido a alguien que te gusta –insistió Tess.

–Pero es que no he conocido a nadie –protestó ella, quizás con excesivo ardor.

Capítulo 2

 

Sé lo preocupada que estás por la empresa y por lo que sucederá con el nuevo dueño –se apresuró a decir Tess–, pero tienes derecho a tener una vida, Magenta. Necesitas vivir tu vida.

–De acuerdo –Magenta hizo una pausa–. Te va a sonar ridículo…

–Prueba.

¿Cómo explicar la excitación que sentía, incluso la sospecha de haber conocido a su alma gemela? El motorista había aparecido en el peor momento posible y aun así había conseguido hacer que el sol brillara en su día y en ese gélido aparcamiento. ¡Era su gran oportunidad!

–Esta mañana había un tipo en el aparcamiento –una gran oportunidad que había fastidiado.

–Lo sabía.

–¡Calla! –Magenta miró a su alrededor, pero nadie parecía estar escuchando–. No pasó nada. Era muy atractivo, pero en absoluto mi tipo, y él no pareció ni remotamente interesado.

–Pero estás emocionada con él.

–Desde luego sí me produjo un efecto.

–Hizo que sintieras cosquillas en la piel. Te hizo sentir viva.

–Qué romántica eres, Tess. En realidad me puso furiosa.

–¡No me digas que le gritaste! –Tess frunció el ceño.

–Le dejé un par de cosas claras, sí.

–¿Y cómo reaccionó?

–Se burló de mí.

–¡Eso es estupendo! –exclamó Tess–. Menudo comienzo.

–No ha habido ningún comienzo, solo un episodio aislado.

–Un episodio que tendrá sus secuelas.

–Este no, Tess.

–A lo mejor vuelve. Después de haberte visto, ¿cómo podrá resistirse? Cuando un hombre comparte risas con una chica, es el comienzo de la intimidad.

–¿En serio?

–¿Dónde has estado metida todos estos años?

–Pasada la fiebre de los cazafortunas, los pretendientes perdieron interés –admitió Magenta.

–Pero solo porque los espantaste.

–Ninguno merecía la pena.

–¿Y este tipo sí?

–Puede, pero a mí nunca me elegiría.

–¿Por qué no? ¿Qué hay de malo en ti?

–No merece la pena pensar en ello siquiera –contestó Magenta con amargura–. No fue más que un encuentro fortuito en el que hice el más sonado ridículo por mi cansancio, vulnerabilidad y…

–Falta de confianza en cuanto a las relaciones de pareja se refiere –la interrumpió Tess–. Prométeme una cosa, Magenta, si vuelves a encontrarte con él, no le grites. Intenta sonreír.

–Vamos –Magenta volvió junto al resto del equipo–. Tengo que dar por finalizada esta reunión antes de que Poderoso Quinn aparezca y mi padre deje de dirigirme la palabra de por vida. ¿Todo claro? –se dirigió a los demás–. ¿A todo el mundo le gusta el tema para la fiesta?

–¿Podemos utilizar la ropa de la campaña como disfraces?

–Por supuesto.

Magenta se alegró de la buena aceptación de su idea. El equipo estaba muy preocupado ante los posibles cambios que introduciría el nuevo dueño, y el tema de la fiesta les permitía pensar en otra cosa durante un rato.

–Aún no me puedo creer que no estarás aquí cuando llegue el nuevo jefe –observó Tess.

–Te dejo a ti ese placer. Adelante –continuó Magenta al ver el gesto de Tess–, tienes algún cotilleo sobre ese tipo. Suéltalo.

–¡Chicas! –gritó la joven al resto del equipo–. ¿Alguien quiere iluminar a esta pobre ingenua sobre nuestro nuevo jefe o lo hago yo?

Nadie se atrevió a privar a Tess de ese placer.

–Le llaman Poderoso Quinn porque, según la prensa amarilla, Gray Quinn no solo está bien dotado para los negocios. No sé si me he explicado.

–Pero nadie lo conoce –Magenta fingió sentirse espantada–. Nadie lo ha visto. ¿Cómo lo saben?

–¡Venga ya! –protestó su amiga–. No me digas que no te gustaría un poco de misterio en tu vida. Y si está bien hecho…

–Tess, esto es un lugar de trabajo –Magenta no pudo contener la risa–. Bueno, pues quizás habrá que buscarle un disfraz de pantalón ajustado.

–Ya sabía yo que no nos ibas a abandonar –declaró triunfante Tess–. No podrás resistirte a verlo.

Magenta sintió un escalofrío. No era una chica experimentada como Tess y si Quinn era una especie de seductor, lo mejor sería que no se quedara allí para verlo.

–Mira esto –su amiga le acercó una revista–. Y ahora dime que no estarás en la oficina cuando Quinn tome posesión.

–No se ve gran cosa –protestó Magenta, aunque su cuerpo reaccionó de una manera extraña ante esa instantánea de la espalda de un hombre. ¿Qué había de excitante en una espalda?

Era evidente que Quinn parecía tener prisa. Al estudiar la foto más de cerca, ella sintió una sacudida de algo totalmente inapropiado para una mujer con tan escasa experiencia sexual. La estatura de ese hombre, la envergadura, su pose, todo le resultaba atractivo. Quinn era diferente de la mayoría de los hombres. Poderoso, exudando seguridad, como si estuviera preparado para cualquier cosa. Parecía la clase de hombre capaz de inspirar confianza en los demás.

Pero ese hombre ni siquiera se dignaría a mirarla. Había muchas chicas guapas, y unas cuantas trabajaban en Steele Design. ¿Por qué iba a fijarse en una vieja solterona como ella?

¡Solo le faltaba añadir a un hombre como ese en su complicada vida!

–¿Qué sabes de Quinn, Magenta? –preguntó una de las chicas–. Hiciste muchas averiguaciones sobre él cuando empezaste a preparar el proyecto para interesarle por Steele Design.

–Es cierto –asintió Magenta–, pero no conseguí encontrar una sola foto decente. Me sorprende que Tess encontrara esta –contempló de nuevo la revista–. No le gusta la fama, y no me extraña a juzgar por los cotilleos que habéis oído de él. Un hombre como ese debe de valorar mucho su intimidad. Lo único que sé es que se quedó huérfano de niño y que se ha hecho a sí mismo, pero poco más. Ah, y que no le gustan los tontos.

–No le gustan lo más mínimo –advirtió Tess al resto del equipo.

–Por eso tenéis que dar lo máximo, esté yo aquí o no –insistió Magenta mientras se recogía los largos cabellos en un informal moño que sujetó con una pinza–. Si Quinn no me despide, volveré al comienzo del año que viene cuando hagamos nuestra presentación final como equipo.

–¿Despedirte? –Tess hizo una mueca–. No recuerdo haber leído que esté loco.

–Pero quizás no quiera tener a un miembro de la vieja guardia, como nos llama mi padre, trabajando para él. Aquí os dejo algunos documentos. Asegúrate de dárselos, ¿lo harás, Tess?

–Por supuesto… –su amiga sacudió la cabeza preocupada–. ¿De verdad tienes que irte?

–No quiero poner en peligro el acuerdo de mi padre.

–Bueno, pues de los documentos no tendrás que preocuparte. Yo me encargo de entregárselos.

–Gracias –Magenta se volvió con intención de marcharse.

–Y si cambias de idea sobre la fiesta…

–Ojalá pudiera.

La fiesta de Navidad era muy importante, pero ni de lejos tanto como que su equipo conservara el trabajo. Lo último que deseaba era ofender a Quinn, o hacerle creer que intentaba dividir a su gente. Esperaba haber hecho un buen trabajo de persuasión en el informe que le había pasado a Tess. Y, para añadir un poco de peso a esa esperanza, había esbozado la nueva campaña, centrada en unos productos que sabía que Quinn estaba interesado en promocionar.

–No puedes dejarnos –insistió Tess–. Eres el alma del equipo.