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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Kathie DeNosky

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Dulzura de mujer, n.º 1178 - diciembre 2014

Título original: Cassie’s Cowboy Daddy

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4877-1

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Epílogo

Publicidad

Capítulo Uno

 

Cassie Williams exploraba el piso más alto de los dos que tenía la casa victoriana y su entusiasmo aumentaba con cada descubrimiento nuevo. La casa del rancho Lazy Ace era perfecta y hacía realidad lo que siempre había soñado para ella y sus hijas.

Los dormitorios eran amplios, con revestimientos de madera de cerezo maravillosamente trabajada y asientos de obra junto a las ventanas. Pero lo mejor de todo era que le pertenecía a medias.

Todo necesitaba que le quitaran bien el polvo, desde las molduras del techo hasta el suelo de tarima; y en el piso de abajo el desorden era monumental, pero se podía excusar. Su socio tenía por lo menos ochenta años y estaba claro que ya no era capaz de realizar las tareas del hogar más elementales. Ella adecentaría la casa y enseguida sería un hogar muy agradable para todos. Luego, una vez que todo estuviera resplandeciente, empezaría a redecorarlo.

Estaba dándole vueltas a las cortinas que pondría y los colores, cuando entró en el cuarto de baño del vestíbulo y tropezó con algo que estaba en medio del suelo. Miró y vio unas botas, unos vaqueros y unos calzoncillos. Un poco más adelante se encontró con una pierna larga y desnuda que colgaba de una anticuada bañera con patas; estaba ocupada por un cuerpo impresionantemente grande y, sin duda alguna, masculino.

Siguió la pierna con la mirada hasta entrar en el agua.

Agua transparente.

Se tapó la boca con la mano para reprimir un grito y desvió la mirada hacia el torso; una zona mucho más segura.

¿Más segura?

No había visto en su vida tantos músculos perfectamente definidos en un mismo cuerpo. El vientre, cubierto por una pelusilla negra, daba la impresión de ser duro como una roca y los hombros parecían abarcar todo el ancho de la bañera.

La mirada llegó al rostro y un escalofrío le recorrió toda la espina dorsal. Era un hombre peligrosamente atractivo, incluso cuando estaba dormido.

Tenía la frente cubierta por un flequillo de pelo negro y espeso que le daba un aire de niño travieso, pero la sombra que oscurecía las delgadas mejillas y el bigote que le enmarcaba la boca eran propios de un hombre hecho y derecho. Las arrugas que tenía en las esquinas de los ojos indicaban que pasaba la mayor parte del tiempo trabajando al aire libre. Añadían una expresión de rudeza al atractivo general que Cassie consideró sencillamente fascinante.

Pero cuando se aproximó para mirar más de cerca, el corazón se le paró para volver a latir como un tambor descontrolado. Unos ojos azules la miraban fijamente detrás de unas pestañas negras y tupidas.

–Mira hasta que te hartes, cariño –propuso el hombre. La seductora sonrisa hizo que a Cassie se le parara el pulso–. A mí no me importa, pero me parece que no nos han presentado debidamente.

–Oh, yo… quiero decir, usted es…

Cassie volvió a taparse la boca con la mano para no estropear más las cosas y retrocedió para salir de la habitación.

–No hace falta que te vayas, cariño.

Metió la pierna en la bañera y se sentó. Le centellearon los ojos, más azules que el pecado, y tuvo la osadía de guiñarle uno de ellos.

–Has llegado justo a tiempo para ayudarme a lavarme la espalda.

Ella dio otro paso hacia atrás y pisó una bota. Ante su espanto, perdió el equilibrio y cayó sentada sobre el montón de ropa.

–¿Te has hecho daño? –preguntó el hombre.

La sonrisa burlona había dado paso a la preocupación. Puso las manos en los bordes de la bañera, como si fuera a levantarse.

Cassie hizo todo lo posible por levantarse ella primero. Con las prisas por poner la mayor distancia posible entre ella y el hombre que salía de la bañera, tropezó con la otra bota. Esa vez consiguió mantenerse de pie a duras penas.

–Por favor, no se levante, estoy bien. De verdad.

Él se rio y sacudió la cabeza.

–Pero bueno, ¿qué caballero sería si no me levantara ante una dama? Permita que salga de aquí y…

Logan lo había visto más claro que el agua, pero no pudo evitar que la hermosa joven lo mirara con los ojos como platos y gritara como si la estuvieran asesinando antes de darse la vuelta y salir corriendo hacia las escaleras.

Se había dado cuenta de la presencia de ella desde el preciso momento en que entró en el cuarto de baño, pero como cualquier jugador de póquer experimentado, esperó a evaluar la situación antes de hacer su jugada.

–Maldita sea –dijo al intentar salir de la bañera.

Tenía los músculos de la espalda rígidos y se le había dormido la pierna por tenerla colgando del borde de la bañera. Cada vez que intentaba levantarse, volvía a caerse sentado. Hizo un esfuerzo por que la pierna lo sujetara y salió por fin entre juramentos.

Logan se ató una toalla a la cintura y salió en la dirección que había tomado la mujer. Se rio mientras bajaba las escaleras. No había sido su intención asustarla, pero se apostaba una comida a que esa señorita se lo pensaría dos veces antes de volver a entrar en una casa sin avisar.

Naturalmente, eso no quería decir que le hubiera parecido ofensiva su presencia. Al contrario. Tendría que estar loco si pusiera objeciones a que una mujer como esa lo acompañara mientras se bañaba. Tampoco le habría importado que se bañara con él.

Aunque era algo más baja que las mujeres que le gustaban, estaba seguro de que tenía las formas adecuadas en los sitios precisos. Además, ese pelo entre dorazo y rojizo hacía que le dolieran las manos de deseos de tocarlo, de quitarle esa cosa rosa y esponjosa que lo sujetaba en una cola de caballo y de ver cómo caía sedoso sobre los hombros.

–¿Cómo te llamas, cariño? –le preguntó al encontrarla en la cocina.

Ella se dio la vuelta con las mejillas sonrosadas y un brillo de furia en los ojos verdes.

–No importa quién sea yo. ¿Quién es usted?

Logan se puso las manos en la cintura para sujetar la toalla. Sonrió, sacudió la cabeza y dio un paso adelante.

–Yo pregunté antes.

Ella levantó una mano como para detenerlo. Él estuvo a punto de dejar escapar una carcajada. Estaba claro que ella tenía cierto arrojo. Le gustaba esa mujer.

–No se mueva –ordenó ella–. No se atreva a acercarse más.

Ella intentó retroceder, pero los armarios se lo impidieron. Puso una mano a la espalda sin quitarle la vista de encima y Logan oyó que revolvía en uno de los cajones. ¿Qué demonios creía que iba a encontrar allí?

–No dé otro paso –ordenó ella mientras sacaba la mano de detrás.

Él frunció el ceño ante la actitud defensiva y ante la espumadera que tenía en la mano. Él estaba en su casa y, si bien era la intrusa más atractiva que había visto en su vida, seguía siendo una intrusa. Además de un poco inestable, pensó al mirar el cacharro que tenía debajo de la nariz.

–Mire, señora, no sé qué problemas puede tener ni de dónde ha salido; pero, por esta parte del mundo, irrumpir en un cuarto de baño mientras se está bañando un hombre solo se puede interpretar de dos formas: como una invasión de la intimidad o como una provocación evidente.

Él alargó la mano para quitarle el arma, pero ella la manejó como si fuera un matamoscas y lo golpeó en el pecho.

Logan la agarró de los brazos antes de que alcanzara alguna zona más sensible que el pecho. La miró fijamente y la atrajo contra sí.

El utensilio cayó al suelo de tarima, pero ninguno de los dos le hizo el menor caso.

–No debería haber hecho eso –dijo ella con la voz temblorosa y los expresivos ojos abiertos de par en par–. Debería haber dado un paso atrás para que yo escapara.

–Pero no lo he hecho –susurró Logan junto al oído de ella.

Él oyó que ella tragaba saliva antes de quedarse petrificada. Luego, con fuerzas renovadas, volvió a agitarse como una lombriz sobre el asfalto caliente.

–Suélteme.

–No lo haré hasta que te tranquilices, cariño.

Logan le miró los labios. Eran unos labios perfectos para que un hombre los besara.

Que Dios lo ayudara, ella parecía cómoda abrazada contra él. Era pequeña, delicada y suave. Realmente suave. Respiró hondo y el dulce aroma de ella hizo que él sintiera como si la piel se le hubiera quedado demasiado estrecha para el cuerpo. ¿Dónde había olido ese aroma exótico antes?

No tuvo mucho tiempo para meditar el asunto porque todo pareció precipitarse repentinamente. Los movimientos de ella hicieron que se le soltara el nudo de la toalla y la gravedad hizo el resto. Hank Waverly, su capataz, y una mujer rubia y alta eligieron ese momento para irrumpir por la puerta trasera.

Logan apenas pudo mantener agarrada a la mujer y sujetar la toalla antes de que hiriera la sensibilidad de alguien.

–Será mejor que no te muevas, cariño.

–Deje de llamarme así –replicó ella–. Por favor, suélteme.

–¿Por qué demonios…?

La rubia que iba con Hank se paró en seco y se quedó mirando como si nunca hubiera visto un hombre a punto de perder la toalla.

La mujer intentaba soltarse de Logan.

–Saque a este exhibicionista de la finca, Hank.

–Maldita sea, señora. Si no se está quieta, va a producirse una exhibición que todos recordaremos durante una buena temporada –gruñó Logan.

–Va.. vamos –dijo ella mientras ponía los ojos en blanco–. Yo no diría que sus atributos sean tan memorables.

Ella seguía intentando soltarse con todas sus fuerzas y hacía que a él le dolieran todos los músculos al intentar sujetar a la mujer y a la toalla. Durante un minuto, mientras la miraba a los ojos encendidos y la sentía contra sí, se le había olvidado su dolorida espalda. Había estado muy cerca de besarla, pensó él con incredulidad.

Ella se aprovechó de la situación apurada de él y se soltó. Él agarró la tela color cereza justo a tiempo para evitar que mostrara sus partes pudendas.

–¿Sabe Logan Murdock que se baña en su bañera cuando él no está? –preguntó ella.

Hank se rio como una hiena.

–¡Muy bueno!

Logan no pudo contener una sonrisa. Se había equivocado, esa mujer no era un poco inestable. Estaba como una cabra. Arqueó una ceja mientras volvía a colocarse la toalla antes de que mostrara más de lo que él estaba dispuesto a enseñar.

–Usted y Murdock se conocen bien, ¿verdad?

–Bastante bien –contestó ella.

–No me diga.

Él tuvo que hacer un auténtico esfuerzo para no reírse ante la seriedad y seguridad de ella.

–De ahora en adelante puede bañarse en el barracón con los demás hombres –señaló hacia el exterior–. Ahora, recoja su ropa y salga de mi casa.

–¡Su casa! –a Logan dejó de hacerle gracia y miró a Hank mientras este se retorcía y se palmeaba las rodillas–. ¿De dónde ha sacado una idea tan disparatada?

–De mi abogado.

Logan entrecerró los ojos y sintió un escalofrío en la espalda.

–¿Quién es usted, señora?

–A usted eso no le importa, pero soy Cassie Williams, la socia de Logan Murdock. Soy propietaria de la mitad de Lazy Ace.

–¿Es la viuda de Wellington? –Logan sacudió la cabeza. No se tragaba ni una palabra–. Será mejor que me vengas con otra historia, cariño.

–Bienvenido a casa, Logan –dijo Hank, que apenas podía hablar.

Un aullido atravesó el tenso silencio. Lo siguió un segundo grito.

Logan notó un nudo en la boca del estómago.

–¿Qué es esto? –preguntó con miedo de saberlo.

A Cassie se le cayó el mundo encima. ¿Logan? ¿Hank había llamado Logan a ese hombre?

Lo miró y notó que perdía el color de la cara. El pelo de ese hombre no tenía ni una cana y las únicas arrugas que había en su rostro eran esas diminutas que tenía junto a los profundos ojos azules.

Logan Murdock no era el caballero frágil y anciano que se había imaginado, sino un hombre impresionantemente atractivo poco mayor que ella. Le clavó la mirada en el pecho ancho y desnudo. Evidentemente, el físico tampoco era el de un abuelete.

Nada de pellejo colgando, era todo músculos de increíble firmeza.

Sintió que le ardían las mejillas al recordar haber estado contra tanta fuerza y solidez.

–¿Logan? ¿Murdock?

–En carne y hueso –dijo Hank mientras le daba otro ataque de risa.

Ginny Sadler, la mejor amiga de Cassie, se asomó por detrás de Hank para mirar al hombre que afirmaba ser Logan Murdock.

–¡Caray! Yo creía que habías dicho que era tan viejo como tu tío Silas.

–Es imposible que usted sea el señor Murdock –insistió Cassie con la esperanza de que fuera algún tipo de broma–. Él no está en el rancho y yo sé que es más viejo.

–Bueno, es imposible que usted sea la viuda de Wellington –dijo él mientras la miraba con detenimiento desde la cabeza hasta la punta de las zapatillas usadas–. No parece tener edad como para estar casada, con que mucho menos viuda –frunció el ceño ante los gritos de insatisfacción de las niñas–. ¿Son suyas?

–Sí –Cassie se dirigió a Ginny–. ¿Te importa echar una ojeada a las gemelas?

Él miró atónito a la cintura de ella.

–Si ha tenido gemelas, yo soy el rey de Siam.

–Pues me parece que está un poco lejos de casa, alteza.

Ella sonrió al ver que se ponía colorado hasta el cuero cabelludo. Se alegró de que el «rey» estuviera tan desconcertado como lo estaba ella.

Hank se rio con tal fuerza, que tuvo que apoyarse en los armarios.

–Es mejor que cuando untábamos de grasa la silla de montar de Gabe y él se caía cada vez que intentaba montarse.

Logan miró a su capataz, dio un profundo suspiro y se rio también.

–Tengo que reconocer que esta vez te has superado, Hank. Por un momento me has engañado.

Hank miró a Cassie y el evidente fastidio de esta hizo que le desapareciera cualquier rastro de diversión. Logan notó que el nudo de la garganta le apretaba cada vez más.

–Mmm… Logan, ella es Cassie Wellington, tu nueva socia.

A Logan se le desvaneció la sonrisa, pero se negó a perder la esperanza.

–Os habéis divertido, pero la broma ha terminado –señaló a la mujer que se hacía llamar viuda de Wellington–. Cuando estén preparados, llévalos otra vez a Bear Creek. Pueden reírse a costa de otros.

Ella sacudió la cabeza.

–No es ninguna broma y no voy a ningún lado.

–Mi socia se llama Cassandra.

En el momento de decirlo comprendió que eso era una tontería, pero empezaba a estar desesperado.

–Todo el mundo me llama Cassie, pero mi nombre completo es Cassandra Hastings, señora de Wellington.

Logan se sintió como si cayera en picado y empezó a notar cierto vértigo. La viuda de Wellington no era en absoluto lo que él se había imaginado cuando se enteró de que Silas Hastings había muerto y había nombrado una heredera.

Por el amor de Dios, debía ser una viuda de verdad. Una especie de abuela cariñosa con gran corazón y un poco gorda.

Pero la camiseta rosa de esa mujer entraba en los vaqueros ceñidos y resaltaba una cintura que él podía abarcar con las manos. No se habría creído que había tenido un hijo, y mucho menos gemelos.

Se le habían agarrotado los dedos de sujetar la toalla. Calculaba que tendría veintitantos años y que era demasiado hermosa para su estabilidad emocional. Los ojos eran verdes como la hierba en primavera y el cutis de alabastro parecía pedirle que lo acariciara.

La mano le ardía en deseos de hacerlo y se la restregó por la toalla para alejar esa sensación.

Había dos tipos de mujeres: las de espíritu libre y las apegadas. Las de espíritu libre vivían al día y no exigían de un hombre más de lo que este estaba preparado o dispuesto a dar. Era el tipo de mujer que prefería Logan.

Las apegadas eran completamente distintas. Querían estabilidad y promesas a largo plazo. Querían un hogar que no estuviera lejos de la civilización y de todas las comodidades que eso implicaba. Desgraciadamente, su nueva socia tenía la palabra «apegada» grabada en todo su cuerpo.

Notó que la frente se le cubría de sudor. La viuda de Wellington representaba algo más de metro y medio de tentaciones que el prefería no tener cerca para que pusieran a prueba su dominio de sí mismo, o para recordarle lo que él se negaba a recordar de Lazy Ace.

Había aprendido por las malas que esa tierra era demasiado dura como para tener una buena relación sexual. Era demasiado remota. Después de haber hecho el ridículo hacía diez años, había conseguido evitar a las del tipo de Cassie Wellington y los compromisos que acarreaba con ella. Quería seguir así como fuera. Tenía que seguir así.

–No creo una palabra de lo que dice, señora. Se marchará inmediatamente.

Ella se apoyó los dos puños en las deliciosas caderas. El gesto hizo que él volviera a fijarse en la estrechez de la cintura y en la plenitud de los pechos. Estuvo a punto de rugir.

–No me voy a ir a ninguna parte –dijo ella con obstinación–. Mis hijas y yo nos quedaremos hasta que nos dé la gana. El testamento de mi tío dejaba claro que me pertenece la mitad del rancho y la mitad de la casa. Son tan míos como suyos.

–¡Maldita sea!

Logan se olvidó del dolor de la espalda, se dio media vuelta y tuvo que volver a agarrar la toalla mientras se dirigía a su despacho. Cuando llegó al vestíbulo, se paró bruscamente y se giró para mirar a Hank.

–Me gustaría verte en el despacho si puedes separar los pies del suelo. Me debes algunas respuestas y espero que sean muy buenas.

Cassie no apartó la mirada hacia Logan hasta que la desvió con irritación en dirección a Hank.

–Cuando llamé la semana pasada para preguntar sobre nuestro traslado aquí, me dijo que el señor Murdock había estado solo durante tantos años que nuestra presencia le vendría muy bien, que éramos lo que necesitaba para empezar una vida nueva. Eso y la foto hicieron que pensara que era un anciano. ¿Por qué no me dijo que era más joven que el tío Silas?

Hank dejó de sonreír y se balanceó de un pie al otro.

–Yo… siento mucho si la he confundido, señora. No era mi intención. Yo creía que usted sabría que era mucho más joven que su tío.

Cassie sacudió la cabeza y fue al armario donde había dejado el bolso cuando entró en la casa. Buscó dentro del bolso de cuero y sacó una fotografía de dos hombres debajo del cartel que había a la entrada del rancho. Se la dio a Hank.

–Lea lo que pone detrás.

–Logan Murdock y Silas Hastings. Copropietarios. Otoño de 1954 –Hank asintió con la cabeza–. Esto explica el error. Logan se llama como su abuelo. Es el hombre que está en la foto con su tío. Los dos tenían unos treinta años cuando la sacaron.

Cassie intentó que no la dominara el pánico. Logan Murdock no era el caballero anciano que ella se había imaginado. Resultaba ser un tipo de unos treinta años, rudo y atractivo.

Ginny volvió de vigilar a las gemelas. Tenía los ojos como platos.

–¿Qué demonios vas a hacer, Cassie? Las niñas y tú no podéis quedaros aquí.

Cassie, desconcertada, miró la habitación. La casa era perfecta para criar a sus hijas, y mucho más bonita que el apartamento que había dejado en San Louis. Era lo que había soñado siempre para las gemelas.

Se irguió. Había luchado contra un hombre para sobrevivir. No temía luchar contra otro para tener un futuro.

–Vamos, Ginny –dijo mientras iba hacia la puerta–. Tenemos que descargar el coche.

Su amiga aceleró el paso para alcanzarla.

–No querrás decir…

–Sí –dijo Cassie con decisión.

–A él no va a gustarle –la avisó Ginny.

–Es su problema –Cassie salió al porche y vio un águila que sobrevolaba el valle–. No voy a permitir que un vaquero arrogante prive a mis hijas de lo que les corresponde. Vamos a quedarnos y Logan Murdock tendrá que aprender a vivir con ello.