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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Teresa Carpenter. Todos los derechos reservados.

EL REGALO DEL PLAYBOY, N.º 2452 - marzo 2012

Título original: The Playboy’s Gift

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-558-0

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

CAPÍTULO 1

–GRACIAS por venir, señorita Miller –el abogado le indicó a Skye que tomara asiento en uno de los sillones beis situados frente su escritorio–. Sé que es un momento difícil.

Sí, era un momento difícil. Diez meses después de la muerte de su hermano Aidan, habían enterrado a su cuñada, Cassie. Por raro que pareciese en la actualidad, Skye creía que la viuda de su hermano había muerto de tristeza. Cassie había caído en depresión tras la muerte de Aidan y nunca había logrado recuperarse.

Skye se sentó frente al abogado, preparada para hablar de la custodia de su sobrina huérfana, el precioso bebé al que Skye no se había permitido querer.

–En realidad no entiendo por qué estoy aquí –dijo mientras se sentaba en el sillón de cuero–. Creí que los padres de Cassie se quedarían con Ryann.

–Se lo explicaré todo en unos minutos –le aseguró Phil Bourne–. Estamos esperando a otra de las partes. Ah, ya está aquí.

–Skye –unas manos fuertes y cálidas la agarraron por los hombros con fuerza.

Rett Sullivan. El mejor amigo de Aidan. Y el primer amor de Skye.

La única persona que comprendería su dolor. La única persona que se había enseñado a olvidar.

De pronto todo le pareció demasiado y las lágrimas que había aguantado durante tanto tiempo amenazaron con superarla. Agachó la cabeza e intentó mantener las lágrimas.

–Les daré unos minutos –el abogado salió de la habitación.

–Sé lo sola que debes de sentirte –Rett se agachó a su lado. Un hombre alto, de pelo oscuro y hombros anchos apareció ante ella mientras sus ojos azules inspeccionaban su mirada castaña–. Espero que sepas que puedes llamarme cuando quieras. Los Sullivan te consideran de la familia.

Por supuesto. Los Sullivan.

–Grac… –se le cerró la garganta y terminó con un asentimiento de cabeza.

–Oh, cariño –le puso un mechón de pelo detrás de la oreja–. Yo también lo echo de menos.

Skye cerró los ojos e intentó respirar. Pero era demasiado; había aguantado las lágrimas durante demasiado tiempo. Con un sollozo ahogado, se puso en pie con la intención de pasar frente a él para tener un momento de privacidad, pero en vez de eso acabó entre sus brazos.

Él la envolvió con los brazos, la apretó contra su cuerpo y deslizó los dedos por su pelo negro y corto.

Entonces Skye sintió la humedad contra la sien. Las lágrimas brotaron como prueba de la tristeza que Rett también sentía.

Skye no supo cuánto tiempo estuvieron llorando juntos, pero durante ese tiempo no se sintió tan sola. Rett olía tan bien, a jabón, a hombre y a especias. Era un olor familiar, casi como regresar a casa.

–Lo echo mucho de menos –dijo ella–. Y ahora Cassie nos ha dejado también.

–Lo sé.

–No puedo creer que los haya perdido a los dos.

–No nos dejarán mientras tengamos su recuerdo.

Eso habría sonado mal viniendo de cualquiera, salvo de Rett, que provenía de una familia unida que había sufrido pérdidas. Era un comentario destinado a consolarla, y por esa razón la ayudó. Pero no mucho.

Nada ayudaba excepto dejar de sentir.

–No es lo mismo.

–No –convino él.

Skye dio un paso atrás y lo miró a los ojos. Lo conocía desde hacía más de veinticinco años, lo había amado durante parte de ese tiempo, pero Rett no había estado en su vida durante mucho tiempo.

Había demasiada historia, demasiado dolor entre ellos como para poder estar cómodos. Skye se había reconciliado con ese hecho hacía mucho.

Pero durante aquellos minutos de pena compartida agradeció su presencia y su cercanía. Por esa razón se apartó y estiró los hombros.

–Ya estoy bien. Gracias –sacó un par de pañuelos de papel de la caja situada en el escritorio.

Rett aceptó el pañuelo, pero la observó atentamente.

–Nadie espera que seas fuerte en todo momento.

–Y llorar no soluciona nada. Disculpa, voy a lavarme –buscó el bolso a su alrededor–. Dile al abogado que volveré en unos minutos.

En el cuarto de baño se lavó las manos y la cara con agua fría. Eso ayudó a recuperar la compostura. El maquillaje y los minutos de soledad ayudaron más aún. Una respuesta a la pregunta que le rondaba por la cabeza sería de más utilidad.

¿Por qué estaba Rett allí para hablar de Ryann?

Con el bolso debajo del brazo, regresó al despacho del señor Bourne para encontrar sus respuestas.

–Rett Sullivan, el diseñador –oyó al abogado hablando con Rett al acercarse–. De Joyas Sullivan, ¿verdad?

–Sí –respondió Rett–. Mi hermano Rick se encarga de la parte empresarial. Aidan Miller era el gerente de la tienda del centro.

–Yo le compré el anillo de compromiso a mi esposa en Sullivan. Sois buenos. No tenéis las mismas cosas que tiene todo el mundo.

–Lo intentamos.

–Siento haberos hecho esperar –los hombres se pusieron en pie cuando Skye entró en la habitación. Ocupó su asiento y comenzó repitiendo su anterior comentario.

–Señor Bourne, por favor, díganos por qué estamos aquí. Como ya le he dicho, creía que los padres de Cassie se quedarían con Ryann.

–De hecho, no. El señor Gleason sufrió una apoplejía hace dos años, además son mayores. No creen que puedan hacerse cargo de un bebé. Se conforman con hacer visitas regularmente –Phil se recostó en su asiento y los miró desde el otro lado del escritorio–. Cassie les ha dejado a ustedes dos la custodia de Ryann.

Skye parpadeó y agachó la cabeza para disimular su expresión. ¿Cómo podía Cassie hacerle eso? La traición fue como arrancar una venda de una herida abierta.

Con Rett sentado a su lado, el pasado regresó y dejó al descubierto todas esas emociones dolorosas que había reprimido durante los años; la decepción, la esperanza perdida, la traición. La pérdida.

Demasiada pérdida durante los años.

Debía de haber un error. No podía hacer eso.

–¿Señorita Miller? Señorita Miller, ¿se encuentra bien? –preguntó el abogado–. ¿Quiere un café, o agua?

–¿Qué? –sorprendida, Skye lo miró con los ojos muy abiertos–. Oh, lo siento –declinó la oferta con un movimiento de cabeza. Sabía que debía de estar blanca. Tal vez por eso no podía pensar; tenía el cerebro privado de oxígeno. Tal vez no tuviera nada que ver con el hecho de que acabasen de poner a su sobrina bajo su tutela–. Por favor, continúe. Como puede imaginar, estoy sorprendida. El señor Sullivan y yo no somos pareja. Y ninguno de los dos ha pasado mucho tiempo con Ryann.

–Siendo hija única, las opciones de Cassie eran limitadas, pero se mostró segura con su decisión.

–¿Cómo podía estar segura? No estoy preparada para criarla, y no le confiaría a Rett ni un cachorro…

–Oye –protestó Rett.

–Perdona. Pero ambos sabemos que eres un jugador y que no has estado al cuidado de un niño durante más de una hora o dos en tu vida.

Rett se encogió de hombros. No podía negarlo. Pero aunque ella no supiera por qué estaba allí, él sí lo sabía.

Aquello no era parte del plan. Aidan no tenía que morir. Rett no tenía que criar a Ryann. Skye no tenía que sufrir. Todo aquello hacía que le diera vueltas la cabeza.

–Cassie estaba a gusto con su decisión porque sentía que ustedes habrían sido la elección de Aidan. Si se niegan a seguir con esto, Ryann acabará en un hogar de acogida.

–Los Gleason…

–Podrían acceder a quedársela, pero creo que los Servicios Sociales estarán de acuerdo con su argumento de que son demasiado mayores.

–¿Los de Servicios Sociales nos evaluarán?

–Es la norma, sí.

–Bien –Skye se puso en pie y comenzó a dar vueltas de un lado a otro–. Yo quería a mi hermano, pero tengo un apartamento de un dormitorio. ¿Cómo va a funcionar esto?

–Ryann tiene un fondo a su nombre para su cuidado –dijo Bourne.

–Yo tengo mucho dinero –intervino Rett–. No es necesario tocar el fondo de Ryann.

Skye se volvió hacia él.

–¿Estás pensando seriamente en hacer esto? ¿Sabes que toda tu vida va a cambiar?

–¿Qué otra opción tenemos? Los Gleason son buena gente, pero estoy de acuerdo en que un bebé es demasiado para ocuparse de ella todo el tiempo. No podemos permitir que acabe en un hogar de acogida.

–Rick y su esposa se la pueden quedar –Skye ofreció al hermano gemelo de Rett, que estaba casado y con un hijo a punto de cumplir un año–. O alguno de tus otros hermanos.

–No. Tengo que ser yo. ¿Qué sucede, Skye? ¿Esto es por lo que ocurrió hace quince años?

–No es irrelevante –contestó ella–. El destino dejó muy claro que no éramos buenos padres.

–Antes no eras tan fatalista.

Skye dejó escapar una carcajada burlona. Rett la comprendía; había tenido un año muy duro. En lo referente a la pérdida de seres queridos, había tenido una vida dura desde que perdiera a su madre con sólo seis años.

–Eso fue hace mucho tiempo. Obviamente el destino tiene un nuevo mensaje para nosotros, cortesía de Cassie. No puedo permitir que Ryann acabe en un hogar de acogida, Skye.

–¿Por qué tienes que ser tú?

–¿Qué?

–Rick también era amigo de Aidan. Ambos sabemos que él se quedaría con Ryann. Has dicho que tenías que ser tú. ¿Por qué?

Rett maldijo en silencio. Debería haber sabido que Skye era demasiado lista para dejarse engañar. ¿La verdad o la mentira? No le importaba prevaricar para ahorrarle más sufrimiento, pero tampoco quería comenzar una asociación fundamentada en una mentira.

¿Por qué Aidan no se lo había contado? Porque no había manera de que Rett se lo dijera sin causarle dolor. Y Skye ya había sufrido demasiado.

Sin embargo, tenía que pensar en Ryann.

–Porque es mi hija.

CAPÍTULO 2

SKYE se quedó completamente quieta. No podía haber oído lo que creía haber oído.

–Aidan era el padre de Ryann.

–No.

–Claro que sí.

–Skye –Rett se levantó, se acercó a ella e intentó agarrarle las manos. Pero Skye se apartó–. Skye, ya sabes que Aidan y Cassie tuvieron problemas para concebir.

–Sí –se le aceleró el corazón al pensar en ello–. Usaron un donante –tomó aliento y lo soltó lentamente. Si quería superar aquello, tenía que mantener la calma–. Tú.

–Sí.

Bourne se puso en pie tras el escritorio.

–Les daré unos minutos.

–No es necesario –dijo Skye–. Me marcho –se dio la vuelta, agarró el bolso, se levantó y se dirigió hacia la puerta.

–Skye, espera –Rett la siguió y, al llegar al despacho de fuera le agarró la mano–. No te vayas.

–Déjame en paz –Skye le dio un manotazo y llegó a la puerta de fuera.

–Skye, por favor, no te vayas –la interceptó en el patio del edificio–. Siento que te hayas enterado así. Siento que nuestro pasado haga que esto sea difícil. Pero hay un asunto más importante.

–Eso es. Tu hija.

–Sí. ¿Y tienes idea de lo raro que es para mí decir eso? ¿Crees que es fácil para mí? Se suponía que esto no debía ocurrir.

–Oh, sí, pobre Rett. No creo que Aidan o Cassie estén muy contentos tampoco.

–Tienes razón. Pero estoy intentando hacer lo correcto. Ryann es inocente. No lo conviertas en algo personal.

Los recuerdos de su aborto aparecieron en su mente; la pena mezclada con el alivio. La pérdida del bebé siempre iba relacionada en su cabeza con la pérdida del hombre que había sido amigo y amante.

Y ahora otro bebé unía sus destinos. Otro bebé con otra mujer.

Aquello no debía tener poder para hacerle daño, pero sí se lo hacía.

–Oh, Dios –se sentó lentamente en un banco de piedra que rodeaba una fuente–. Entonces quédatela tú. No me necesitas.

–Sí te necesito. Tienes razón cuando dices que nunca he cuidado de un niño durante más de una hora o dos. Y eso ha sido inusual. Pero lo más importante es que Ryann te necesita. Tú eres su familia.

–No lo soy –¿y por qué aquello le dolía tanto cuando nunca se había permitido estar muy unida a Ryann? Claro, veía a la niña cuando visitaba a su hermano, incluso había hecho de canguro algunas veces, pero siempre mantenía sus emociones bajo control.

–La familia no son sólo los lazos de sangre.

Skye se frotó la frente, que empezaba a dolerle. Rett estaba pidiéndole demasiado. Cada vez que tomase a Ryann en brazos, se acordaría del bebé que había perdido.

–Tus cuñadas pueden ayudarte.

–No es tan fácil –le aseguró él–. Ellas tienen sus propias familias, y trabajos a jornada completa. Estoy seguro de que ayudarán cuando puedan, pero Ryann está cómoda contigo –se sentó a su lado–. ¿De verdad puedes darle la espalda a la hija de Aidan? Yo puse el ADN. Él la adoraba.

En eso tenía razón. Aidan había sido su hermano mayor, su héroe. Nunca se perdonaría a sí misma si lo defraudaba en eso.

–Por favor, vuelve al despacho. Terminemos de oír lo que el abogado tenga que decir.

Skye agachó la cabeza y le permitió que la guiara de vuelta al despacho de Bourne.

De pie junto a la ventana, con los brazos cruzados como para mantener la compostura, preguntó:

–¿Cómo vamos a hacerlo?

El abogado básicamente repitió lo que él ya había esbozado y les recordó que los de Servicios Sociales se pondrían en contacto con ellos.

–Ryann tiene asignado un trabajador social que podrá hacer visitas sorpresas a su hogar e incluso a su trabajo. Su labor es asegurarse de que Ryann esté en un entorno seguro y favorable. Mi consejo es que sean ustedes mismos.

–Claro –Rett frunció el ceño, pero asintió–. Parece que yo tengo la mayor responsabilidad, así que me la quedaré primero.

–Si quieren un consejo más –dijo Bourne–, Ryann ya está traumatizada. Yo tengo hijos y puedo asegurarles que el cambio puede afectarles mucho. Sugeriría que se instalara en una residencia fija hasta que lo supere… hasta que se acostumbre a ustedes dos.

–¿Entonces ya es definitivo? –preguntó Rett–. ¿Ryann es nuestra ahora?

–Sí. Está con los Gleason. Lo único que tienen que hacer es ir a recogerla.

El móvil de Skye vibró por tercera vez en pocos minutos. Normalmente no contestaba al teléfono mientras estaba trabajando, pero lo había dejado encendido porque ahora tenía que pensar en Ryann.

Y no le cabía duda de quién estaría intentando localizarla. Rett ya la había llamado para saber si la niña tomaba biberón y qué cosas comía.

Skye se había ido directa desde el despacho del abogado a la cena de ensayo que tenía que fotografiar esa noche, así que no había estado con Rett cuando éste había ido a recoger a Ryann.

–Rett –le dijo cuando contestó la llamada–, estoy intentando trabajar.

–No te llamaría si no necesitara ayuda –Rett parecía desesperado–. No ha parado de llorar desde que la he recogido –los llantos de la niña se oían a través del teléfono–. Y no deja de preguntar por su madre.

–Está traumatizada. Has de tener paciencia.

–Superé el límite de mi paciencia hace una hora.

–¿Qué necesitas?

–Estoy intentando cambiarle el pañal. Necesito que me guíes en el proceso.

–¿En serio? –¿qué había que saber? Se quita el sucio y se sustituye por uno limpio–. ¿Lleva pañal o calzoncillos desechables?

–¿Qué? No sé. ¿Qué diferencia hay?

–Cassie intentando enseñarle a usar el orinal. Los pañales tienen solapas. Los calzoncillos son como braguitas desechables.

–Lleva pañal.

–Bien –lo guió a través del proceso hasta el final–. Probablemente esté tan cansada como tú. Intenta darle un vaso de zumo en una habitación oscura. Prueba a poner música baja.

–¿Crees que con eso se dormirá?

–Esperemos que sí –intentó sonar optimista en su respuesta–. Si no, llámame y me pasaré por ahí cuando haya acabado aquí.

–Cuenta con ello –los llantos se intensificaron y Skye adivinó que había tomado a Ryann en brazos–. Gracias por la ayuda.

Skye regresó al trabajo y rezó por el bien de todos para que Ryann consiguiese dormirse.

Skye recorrió el camino hacia la puerta principal de Rett.

Maldición. Maldición. Maldición.

La idea de dejar que Rett volviese a entrar en su vida la disgustaba tanto como la idea de quedarse con Ryann. Había luchado mucho durante los últimos diez años para encontrar un lugar de paz en su interior inmune al daño.

Una podía aguantar determinada cantidad de sufrimiento antes de cerrarse emocionalmente, y Skye había llegado a ese punto tras romper con su ex. Perder a Aidan y después a Cassie era un simple recordatorio de que al querer a alguien se exponía a más dolor.

Había tenido una cena de ensayo que fotografiar el viernes por la noche y una boda el sábado, así que le había dicho a Rett que se pasaría por su casa el domingo. Mientras trabajaba le había dado vueltas al asunto, había intentado imaginarse su vida con Ryann, y la imagen le ponía el vello de punta.

No podía hacerlo. No podía arriesgar su corazón una vez más. Así que ayudaría a Rett y a Ryann a conocerse, a que establecieran un vínculo, y después saldría de sus vidas.

Eso significaría tener que aguantar a Rett, pero Skye podía hacerlo. Al fin y al cabo, el pasado era pasado. No tenía que ser su amiga; simplemente tenía que ser cordial.

Ése era su plan: dejar el pasado al margen, mantener la distancia emocional y crear un vínculo entre Rett y Ryann.

Así que sonrió y se preparó para hacerse la simpática mientras llamaba al timbre. La casa de Rett era un rancho de una sola planta en Point Loma, un bonito barrio situado en el extremo de San Diego.

Por supuesto abrió la puerta con unos pantalones de chándal grises y nada más, y con una Ryann gritona en brazos.

–Gracias a Dios –dijo mientras le ponía el bebé en brazos.

–No pasa nada, cariño –Skye se centró inmediatamente en Ryann, calmándola y frotándole la espalda. La niña, de veinticuatro meses, parecía muy ligera en sus brazos.

Cuando Ryann se calmó lo suficiente como para reconocer una voz y un cuerpo nuevos, se echó hacia atrás para ver quién la tenía en brazos.

–¿Mamá? –preguntó esperanzada.

Desolada, Skye negó con la cabeza, incapaz de decir en voz alta que Cassie se había ido.

Ryann frunció el ceño, apoyó la cabeza en el hombro de Skye y siguió sollozando.

Skye miró a Rett y en sus ojos vio paciencia y comprensión.

–Lo sé –dijo él mientras le acariciaba el pelo a la niña–. Se te rompe el corazón.

Era cierto. Ni siquiera Skye era inmune al dolor de un bebé. La meció suavemente y buscó algo para distraerse. Se fijó en los pies descalzos de Rett. No le sorprendió. Si estaba en casa, no llevaba zapatos. En cuanto al resto, intentó no quedarse mirando sus hombros anchos y bronceados, sus abdominales definidos y sus fuertes bíceps.

No era exactamente la distracción que habría elegido, pero su cuerpo duro y atlético hacía que resultara difícil apartar la mirada.

–Pues bien, Skye –dijo él, se quedó mirándola, luego miró hacia la calle tras ella y frunció el ceño.

Skye siguió su mirada, pero no vio nada de interés.

–Pues bien, Rett. ¿Esperabas a alguien más?

–He pedido pizza. Ambos nos morimos de hambre, pero ha estado tan alterada que apenas he tenido tiempo de pedir la pizza –se apartó del umbral de la puerta para permitirle pasar.

–Tengo que hablar contigo –dijo ella mientras entraba.

–Pero antes de que empieces a gritar, deja que te asegure que esto no es culpa mía.

–Claro que es culpa tuya –Skye lo siguió hasta una habitación pintada en tonos grises y azules.

Él se sentó en un sofá gris oscuro y se pasó un brazo por la frente.