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NOTA DE LAS AUTORAS

Salvar a Sadie: de cómo una perra que nadie quería inspiró al mundo es la historia real de cómo la autora de este libro, Joal Derse Dauer, encontró y rescató a Sadie en 2012. Algunos de los nombres que aparecen en este libro se han cambiado por razón de privacidad y algunos de los personajes de la historia son fruto de una mezcla basado en varias personas.


PRÓLOGO

Sadie acapara todas las miradas


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Joal y Sadie en el evento de GAB: Generations Against Bullying (Generaciones contra el acoso escolar). Abril de 2016 (fotografía por cortesía de Valerie Alba).


Domingo, 24 de abril de 2016

El corazón me va a mil por hora, tengo la garganta seca y las mariposas de mi estómago se van convirtiendo en megamurciélagos a medida que el ascensor, de un cristal reluciente, nos sube a toda velocidad al Pilot House, el elegante salón de baile circular que se extiende desde el museo y acuario Discovery World de Milwaukee hacia el lago Michigan, asomándose a sus agitadas aguas. Miro mi reflejo en el cristal, me aliso el vestidito negro, ahueco mi melena rubia, que me llega a la altura de los hombros, y me echo al hombro la larga boa rosa de plumas.

Bajo la mirada hacia mi preciosa compañera canina, Sadie, en su carrito de arrastre engalanado para la ocasión y su presencia calmada e imperturbable me infunde fuerzas. ¡Vaya dos! Yo con mi vestido negro y mi boa rosa fluorescente; ella con un vestido compuesto por un ajustado corpiño de terciopelo con capa, hecho a mano, y una falda con el dobladillo rematado con rosas brillantes, todo a juego con unos brazaletes rosas de plumas de marabú y un collar rosa con falsos diamantes.

«¿Estamos listas para esto?», le pregunto, realmente preocupada. Sadie mueve la cola y ladra, asegurándome que todo va a ir bien. Tras cuatro años juntas, hemos desarrollado una especie de lenguaje, en clave emocional, una forma de comunicación que sobrepasa cualquier lenguaje y nos permite conectar directamente, de corazón a corazón, de alma a alma.

Estamos de camino a un evento para recaudar fondos para GAB: Generations Against Bullying, una organización sin ánimo de lucro contra el acoso escolar y para la que Sadie hace las veces de «can-embajador», destacando la conexión entre el acoso escolar y el maltrato animal y enseñando a los niños a convertirse en defensores activos, en lugar de meros testigos, en personas que hacen lo que hay que hacer cuando ven cómo se está acosando o maltratando a animales o a otros niños.

Sadie y yo vamos a decenas de eventos y actos públicos desde hace dos años, pero hoy es especial; es el «cumpleaños del renacimiento» de Sadie, el cuarto aniversario del día en que nos conocimos y cambió mi vida por completo. Hoy es especial también porque en este evento se va a estrenar un cortometraje de seis minutos dedicado a Sadie y en el que ella actúa como protagonista de la película.

El ascensor de cristal tiembla al llegar a su parada y, en el momento previo a la apertura de las puertas, me agacho y susurro a Sadie al oído, tal y como he hecho tantas veces antes: «Vamos, chica, ¡comienza el espectáculo!». Ya sabe lo que tiene que hacer y responde con otro ladrido alegre y moviendo la cola con entusiasmo.

Las puertas se deslizan hacia los lados mientras tiro de Sadie en su carrito de arrastre, sacándola del ascensor por la alfombra roja, hacia el centro del salón de baile; empieza la avalancha: «¡Sadie! ¡Sadie! ¡Aquí! ¡No, aquí! ¿Podemos sacar una foto, por favor? ¡Sonríe y di “patata”, Sadie!». Los flases de la cámara, riadas de champán, paparazzi compitiendo por el mejor sitio, codos en alto mientras empujan para conseguir la foto perfecta de Sadie, la rutilante estrella de la velada.

Mi cabeza da vueltas mientras intento quedarme con la imagen completa. El Pilot House está decorado con cintas largas y coloridas, engalanado con montones de globos rojos y negros y hasta la bandera de las personas más influyentes del Medio Oeste: famosos del mundo político, filantrópico y de la prensa, incluido el gobernador de Winsconsin y en su día candidato a la presidencia, Scott Walker, su mujer, Tonette, la presentadora de toda la vida de la televisión local, Carole Meekins, y Teri Jendusa-Nicolai, superviviente de violencia machista y conferenciante de renombre; y aun así, todas las miradas se vuelven hacia nosotras dos, especialmente hacia Sadie, una modesta perrita de tamaño mediano, de color negro y fuego, sentada erguida y orgullosa en un carrito de arrastre infantil, con unos inteligentes ojos color miel llenos de brillo, las orejas caídas hacia delante y moviendo la cola con brío. No muestra ningún signo de miedo, de nerviosismo ni de duda, ni siquiera ante la apiñada multitud, el ruido, la actividad, las luces. Es como si hubiese nacido para esto porque, de hecho, creo que realmente nació para esto, para difundir su importante mensaje de fe y esperanza, de perseverancia, de no tirar la toalla nunca, ni siquiera frente a las circunstancias más adversas.

Me siento tremendamente privilegiada y conmovida por ser la «mamá» de Sadie, la humana que ella eligió (y no puede haber ninguna duda al respecto: no fui yo quien la eligí, ella me eligió a mí) para ser su compañera, su defensora y su cómplice en la vida. ¡Pero cuán diferentes parecían las cosas hace esta noche cuatro años, cuando yacía apagada y derrotada en mis brazos, paralizada, sucia, abatida e incontinente, habiendo sido víctima de espantosos maltratos y con un futuro que parecía no medirse en años o meses, ni días siquiera! Ante ella, solamente unas horas para su cita programada con la aguja eutanásica. ¿No es increíble cómo el milagro del amor puede cambiar por completo dos vidas?

Un repentino, tímido pero decidido, tirón en mi boa interrumpe mi ensoñación. Dirijo la mirada hacia abajo y veo a un niño ansioso, de unos siete u ocho años, que lleva un blazer azul marino, zapatos nuevos y brillantes, una pajarita y gafas con una gruesa montura negra. «Perdone, ¿puedo acariciarla?», me pregunta mientras se sube las gafas.

«Claro», respondo tomando su manita caliente y rechoncha en la mía para guiarle hasta el carrito de arrastre de Sadie, que ha sido creado especialmente para la ocasión: envuelto en tela negra brillante con rayas compuestas de falsos diamantes y con la inscripción SavingSadie.com a cada lado en una elegante letra cursiva adiamantada. La multitud de adultos a los que Sadie está entreteniendo, se abre para dejar paso al niño. Un poco nervioso, me mira buscando confirmación. Asiento, me inclino y le muestro cómo acariciar a Sadie, moviendo su mano con la mía sobre la suave cabeza de esta, bajando por su cuello y entre sus robustos hombros. «Es una buena perrita», susurro tiernamente mientras Sadie mira al muchacho, moviendo la cola lentamente. «Y le encanta que la acaricien».

Sadie tiene un don extraordinario, una conexión natural con todos los seres vivos, pero especialmente con los niños y con las personas con necesidades especiales. En respuesta a las atenciones del niño, le da un empujoncito con el morro y abre la boca, ofreciendo su sonrisa con movimiento de lengua incluido, marca de la casa. El niño da gritos de alegría mientras le palpa la cabeza y la acaricia con enérgico desenfreno de niño pequeño. Podemos estar en una sala llena de famosos, pienso, pero es por y para momentos como este para lo que tanto Sadie como yo vivimos.

Dejo por un momento a Sadie con sus fervientes fans y me adentro por el asombroso y sofisticado salón de baile presentándome, dando tarjetas de visita y difundiendo nuestro importante mensaje. Hasta me saco una foto con el gobernador Walker en la alfombra roja, pero por desgracia el gobernador tiene alergia desde siempre a los perros por lo que no puede posar con Sadie. En los pocos momentos que paso con él, aprovecho la oportunidad para insistirle en que se fortalezcan las leyes y las sanciones de Wisconsin sobre el maltrato animal. Tan político como siempre, manifiesta su acuerdo con que se trata de un problema de vital importancia y promete que me informará.

Sin darme siquiera cuenta del paso del tiempo, llega la hora de la cena: una gran velada gourmet, sentados, de tres platos, consistente en una ensalada mesclun con hierbas aromáticas y vinagreta de vinagre de arroz, seguida de pollo Strasbourg, pechuga asada de pollo envuelta en un suculento velouté al aroma de estragón, acompañada de puré de patatas y de judías verdes, y para terminar una pequeña tarta de queso y miel con un ramito de menta fresca y coulis de frambuesa. No hay comida para perros para Sadie en la más especial de las veladas, nada de pienso ordinario Kibble-and-bits; no, tiramos de su carrito de arrastre hasta nuestra mesa para diez personas a la que se sienta y se nos une, como una persona más, escuchando la conversación y siguiéndola atentamente con sus ojos radiantes y conmovedores. Cuando llegamos al postre, toda la mesa rompe a cantar un emocionante (¡aunque algo desafinado!) cumpleaños feliz y, para celebrar su día especial, Sadie tiene permitido comer una pequeña porción de tarta de queso, que devora con entusiasmo a lametazos. ¿Cuántos perros tienen ocasión de hacer esto?, reflexiono. ¿Cuántos perros tienen la bendición de tener una vida como la de Sadie?

Dicen que hace falta un pueblo entero para criar a un niño; bueno, pues hace falta un equipo, el Equipo Sadie, para darnos la posibilidad, a ella y a mí, de hacer las cosas que hacemos: viajar por todo el país visitando colegios, hospitales, bibliotecas, tiendas de animales, refugios de animales, residencias de ancianos y otros lugares, difundiendo nuestros mensajes paralelos de aceptación de esos seres, tanto humanos como animales, con necesidades especiales, al tiempo que reivindicamos la necesidad de promulgar leyes y sanciones más fuertes contra el maltrato animal.

Me siento especialmente satisfecha esta noche por tener aquí conmigo a varios miembros clave del Equipo Sadie: Jeff, mi cuidador de perros de confianza, un veterinario vietnamita de voz suave que está librando sus propias e intensas batallas y que sin embargo cuida infatigablemente de Sadie y de mis otros bebés peludos cuando estoy trabajando; mi dulce y generosa hermana, Marnette, que ha recorrido un largo camino desde Carolina del Sur para estar aquí esta noche y que fue una de las más tempranas defensoras de Sadie, animándome a seguir luchando por ella incluso cuando todas las esperanzas parecían perdidas; Valerie, la entregada gurú de las redes sociales de Sadie; el monologuista Dobie Maxwell; nuestros amigos y defensores Cindy y Brad; la Dra. Jodie, la única veterinaria dispuesta a dar a Sadie una oportunidad cuando otros veterinarios recomendaban la eutanasia, y Kati, la mano derecha de la Dra. Jodie.

Estamos justo terminando el postre cuando de repente se atenúan las luces y el murmullo de los cientos de personas presentes cesa rápidamente. Unas cortinas negras se agitan con elegancia frente a los enormes ventanales, que van del suelo al techo, oscureciendo la vista de 360 grados sobre el acogedor puerto de Milwaukee al anochecer, al tiempo que dos pantallas gigantes centellean, relucen y parpadean hasta resplandecer cobrando vida en la parte delantera de la sala. Tras una breve introducción por parte del director y guionista del cortometraje, también presidente de la junta de GAB, Bill Eisner, comienza el solemne relato con la voz de una mujer joven recitando en voz alta los pensamientos de Sadie.

El otro día oí a varias personas hablando sobre lo solas que estaban. Decían que estaban tristes porque la gente se estaba riendo de ellas, hablando muy mal de ellas, diciendo cosas que ni siquiera eran ciertas. Cosas que duelen. Mucho. Decían que su existencia se había vuelto tan horrible que ya ni siquiera le veían sentido a seguir viviendo.

Aparecen en la pantalla imágenes de Sadie bañadas por el sol mientras la voz en off explica cómo el primer dueño de Sadie le disparó y la dejó medio muerta tras haber dado a luz una camada de cachorros. Recuerdo sentirme completamente sola. Abandonada. No podía entender cómo alguien podía ser tan malo conmigo. Yo no le había hecho nada. Estaba oscureciendo y hacía cada vez más frío y, aunque no quería marcharme, sentía cómo mi mundo se desvanecía. Empecé a sentirme triste, pensando en todo lo que me perdería si mi vida se acabase esa misma noche.

De lo que no me había dado cuenta fue de que hubo gente que oyó los disparos y vino corriendo a ver qué sucedía, a ver si podían ayudarme. Esas personas no querían que el maltratador tuviera la última palabra.

Miro la pantalla fascinada, viendo cómo Sadie le hace la competencia a Lassie como actriz, recreando momentos clave de su vida en la película: yaciendo boca abajo e inmóvil sobre una pila de hojas, con sangre ficticia manchándole la frente; mientras la llevan a hacer su tratamiento con la Dra. Jodie; nadando en la piscina en Think Pawsitive; acurrucándose en mis brazos mientras vemos la puesta de sol en Bradford Beach.

La oscuridad del salón de baile magnifica el sonido y oigo a la gente sollozar, toser y aclararse la garganta en los momentos más desgarradores del vídeo. Echando un vistazo a mi alrededor, incluso en la oscuridad, vislumbro algunas mejillas brillantes y kleenex dando furtivos golpecitos en ojos húmedos mientras se representa ante nosotros la increíble historia de Sadie.

Me estiro y acaricio a Sadie, que está sentada en su carrito junto a mí y que sigue con atención la acción que tiene lugar en la pantalla. Sadie, todas las personas que están viendo esta película piensan que yo te rescaté de una muerte segura, pero tú y yo sabemos que en realidad ha sido lo contrario: tú me has rescatado a mí. Has cambiado mi vida, dándole sentido y un propósito, has abierto mi corazón hacia personas, ideas y posibilidades que de otro modo jamás hubiera imaginado. Y, si lo piensas, era todo tan diferente hace cuatro años, cuando una parada rápida en un refugio de animales Sacrificio Cero en Kenosha, Wisconsin, cambió no solo mi vida sino también la de miles de otras personas alrededor del mundo, para siempre.