Colección integral

Jane Austen
Table of Contents
Colección integral
Lady Susan
Sentido y Sensibilidad
Orgullo y Prejuicio
Mansfield Park
EMMA
Persuasión
La Abadía de Northanger
Los Watson
El Castillo de Lesley
Obras Juveniles
VOLUMEN I
VOLUMEN II
VOLUMEN III

Lady Susan

jane Austen
Table of Contents
Lady Susan
CARTA 1
CARTA 2
CARTA 3
CARTA 4
CARTA 5
CARTA 6
CARTA 7
CARTA 8
CARTA 9
CARTA 10
CARTA 11
CARTA 12
CARTA 13
CARTA 14
CARTA 15
CARTA 16
CARTA 17
CARTA 18
CARTA 19
CARTA 20
CARTA 21
CARTA 22
CARTA 23
CARTA 24
CARTA 25
CARTA 26
CARTA 27
CARTA 28
CARTA 29
CARTA 30
CARTA 31
CARTA 32
CARTA 33
CARTA 34
CARTA 35
CARTA 36
CARTA 37
CARTA 38
CARTA 39
CARTA 40
CARTA 41
EPÍLOGO

CARTA 1

Lady Susan Vernon al señor Vernon Langford, diciembre

Querido hermano:

Ya no puedo seguir privándome del placer de aprovechar la amable invitación que me hiciste al despedirnos la última vez de pasar algunas semanas conti- go, en Churchill; por tanto, si a ti y a la señora Vernon no os resulta inoportu- no recibirme en estos momentos, espero que dentro de unos días puedas presentarme a esa hermana que, desde hace tanto tiempo, deseo conocer. Los buenos amigos que tengo aquí me suplican, con el mayor cariño, que prolongue mi estancia con ellos, pero su carácter hospitalario y festivo les hace llevar una vida social demasiado animada para la situación que atravie- so y mi estado mental actual. Espero con impaciencia el momento en que seré admitida en tu agradable retiro. Anhelo que tus queridos hijos me conoz- can y me desviviré por despertarles gran interés en sus corazones. Necesita- ré toda mi fortaleza de ánimo, puesto que pronto me separaré de mi hija. La larga enfermedad de su querido padre me ha impedido prestarle la atención que el deber y el cariño dictaban, y tengo demasiadas razones para temer que la institutriz a la que encomendé su educación será incapaz de hacerlo. Así que he decidido enviarla a uno de los mejores colegios privados de la ciudad. Tendré la oportunidad de acompañarla cuando vaya a tu casa. Estoy decidida, como ves, a no permitir que se me niegue la entrada en Churchill. Me dolería mucho enterarme de que no te es posible recibirme.
Recibe un cordial saludo de tu hermana,
S. Vernon

CARTA 2

Lady Susan a la señora Johnson Langford

Mi querida Alicia, estabas muy equivocada al creer que no me iba a mover de aquí, en todo el invierno, y me duele mucho decírtelo. En pocas ocasiones he pasado tres meses tan agradables como éstos que acababan de pasar. Aho- ra, todo es conflictivo. Las mujeres de la familia se han unido en mi contra. Adivinaste lo que ocurriría cuando llegué a Langford. Manwaring es tan ex- trañamente encantador que no pude más que sentir aprensión. Recuerdo que, cuando me acercaba a la mansión, me dije: «¡Me gusta este hombre; ruego a Dios que eso no cause ningún mal!». Pero ya había resuelto ser dis- creta, recordar que sólo hacía cuatro meses que había enviudado y mante- nerme en silencio lo más posible. Así lo he hecho, mi querida y pequeña cria- tura. No he aceptado las atenciones de nadie, excepto las de Manwaring. He evitado toda coquetería y no he hecho caso a nadie de aquí, excepto a sir Ja- mes Martin, al que he dispensado un poco de atención, para separarlo de la señora Manwaring. Sin embargo, si el mundo supiera cuáles han sido mis motivaciones, me alabarían por ello. Me han llamado madre desatenta y, no obstante, el impulso sagrado del cariño maternal y el bien de mi hija han sido lo que me ha servido de acicate; si mi hija no fuera la mayor pánfila de la Tie- rra, se me habría recompensado por mis esfuerzos como me merecía.

Sir James me hizo proposiciones para Frederica pero ésta, que ha nacido para amargarme la vida, decidió oponerse con tanta vehemencia al empare- jamiento que decidí que era mejor olvidar el plan por el momento. En más de una ocasión me he arrepentido de no haberme casado yo misma con él y, si fuera un poco menos débil, seguro que lo haría. Admito que soy más bien ro- mántica en ese aspecto y que las riquezas por sí solas no me satisfacen. El resultado de todo esto es que sir James se ha marchado, María está en- furecida y la señora Manwaring se muestra insoportablemente celosa. Está tan celosa e indignada conmigo que, en un arrebato de furia, no me sorpren- dería que recurriera al señor Johnson, si pudiera acceder a él libremente. Tu marido, sin embargo, sigue siendo mi amigo, y la acción más gentil y bonda- dosa de su vida ha sido librarla para siempre del matrimonio. Mi único encar- go es que mantengas su resentimiento. Ahora, estamos muy afligidos. Una casa nunca había visto tanta alteración: toda la familia está en pie de guerra y Manwaring apenas me habla. Ha llegado el momento de que me vaya. He decidido, por tanto, dejarles y pasaré, espero, un día agradable contigo, en la ciudad, esta misma semana. Si el señor Johnson sigue mostrando tan poca simpatía por mí como siempre, deberás venir a verme a la calle Wigmore, número 10, aunque espero que éste no sea el caso, puesto que el señor Johnson, con todos sus defectos, es un hombre al que siempre se le puede aplicar esa gran palabra que es «respetable»; además, siendo conocida la confianza que tengo con su esposa, su desaire conmigo parecería raro. Pa- saré por la ciudad de camino a ese insoportable lugar, esa aldea campesina, puesto que finalmente voy a ir a Churchill. Perdóname, mi querida amiga, pe- ro es mi último recurso. Si hubiera en Inglaterra otra casa abierta para mí, la preferiría. Aborrezco a Charles Vernon y temo a su mujer. En Churchill, sin embargo, permaneceré hasta que haya algo mejor en perspectiva. Mi jovenci- ta me acompañará hasta la ciudad, donde la dejaré al cuidado de la señora Summers, en la calle Wigmore, hasta que entre en razón, al menos un poco. Allí podrá hacer buenos contactos, ya que todas las chicas provienen de las mejores familias. El precio es muy alto, mucho más de lo que puedo permi- tirme pagar.

Adiós, te escribiré en cuanto llegue a la ciudad. Un abrazo,
S. Vernon

CARTA 3

La señora Vernon a lady De Courcy Churchill

Querida madre:
Siento mucho tener que decirle que no podremos cumplir la promesa de pa- sar la Navidad con usted. Esa dicha nos ha sido privada por una cir-
cunstancia que, me temo, no nos servirá de compensación. Lady Susan, en una carta a su hermano, ha manifestado su intención de visitarnos casi de inmediato y, puesto que esa visita es seguramente por una cuestión de con- veniencia, es imposible adivinar su duración. Yo no estaba preparada en absoluto para este hecho y tampoco puedo entender la conducta de lady Susan. Langford parecía el lugar adecuado para ella en todos los aspectos, tanto por el estilo de vida elegante y caro del lugar, como por su particular apego a la señora Manwaring, de modo que no esperaba ese honor tan pronto, aunque siempre había pensado, visto el afecto creciente que sentía por nosotros desde la muerte de su marido, que en algún momento nos veríamos obligados a recibirla. Creo que el señor Vernon fue extraordinariamente amable con ella cuando estuvo en Staffordshire. La conducta de ella con él, independientemente de su carácter general, ha sido tan inexcusablemente artera y poco generosa, desde que empezó a considerarse nuestro matrimonio, que cualquier persona menos benévola e indulgente que él no lo habría pasado por alto; aunque lo correcto era prestarle ayuda económica, tratándose de la viuda de su hermano que pasaba por momentos de apuro, no puedo dejar de considerar perfectamente innecesario que él la invitara encarecidamente a visitarnos en Churchill. De todos modos, como siempre se muestra dispuesto a pensar bien de todo el mundo, sus muestras de dolor, sus manifestaciones de arrepentimiento y, en general, su actitud de prudencia fueron suficientes para ablandarle el corazón y confiar en su sinceridad. Sin embargo, yo sigo sin convencerme de todo ello y, como ha sido ella misma quien ha escrito, no conseguiré cambiar de opinión hasta que alcance a comprender el verdadero motivo de su visita. Por lo tanto, mi querida señora, ya puede adivinar con qué ánimo espero su llegada. Tendrá la oportunidad de ganarse mi consideración, con esos atractivos poderes que todo el mundo alaba en ella, aunque sin duda pro- curaré protegerme de su influjo, si no vienen acompañados de algo más sustancial. Ha manifestado su más ferviente deseo de conocerme, men- cionando con consideración a mis hijos, pero no soy tan impresionable como para creer que una mujer que se ha comportado con tanta despreocupación, por no decir crueldad, con su propia hija vaya a sentir apego por los míos. La señorita Vernon ingresará en una escuela de la ciudad antes de que su madre venga a nuestra casa, de lo cual me alegro, tanto por ella como por mí. Le será beneficioso separarse de su madre y, siendo una chica de dieci- séis años que ha recibido una educación tan lamentable, no es una compañía muy deseable. Hace tiempo que Reginald quiere, lo sé bien, ver a la cautiva- dora lady Susan y esperamos que se una a nosotros muy pronto. Me alegra sCabthe.r Vqeurenmoni padre sigue bien. Con cariño,

CARTA 4

El señor De Courcy a la señora Vernon Parklands

Querida hermana: Os felicito, a ti y al señor Vernon, puesto que vais a recibir en vuestra familia a la seductora más consumada de Inglaterra. Siempre me han hablado de ella como de una distinguida conquistadora, pero últimamente he podido sa- ber algunos detalles de su conducta en Langford que demuestran que no se limita a esa clase de seducción honesta que agrada a la mayoría de la gente, sino que aspira a la más suculenta gratificación, que consiste en hacer des- graciada a toda una familia. Con su comportamiento respecto al señor Man- waring, sembró los celos y la desdicha en su mujer, y con sus atenciones pa- ra con un joven enamorado de la hermana del señor Manwaring, privó a una agradable joven de su amante. He sabido todo esto por un tal señor Smith, que ahora vive en esta zona (he cenado con él en Hurst y Wilford) y que aca- ba de llegar de Langford, donde pasó una quincena en la casa con lady Su- san, y cuyos comentarios son por tanto muy cualificados.

¡Qué mujer debe de ser! Ya tengo ganas de conocerla y acepto sin dudarlo tu amable invitación. Así podré formarme una idea de ese hechizo tan poderoso que es capaz de atraer la atención, al mismo tiempo y en la misma casa, de dos hombres que no estaban en posición de ofrecerle sus afectos libremente. ¡Y todo eso sin el encanto de la juventud! Me alegra saber que la señorita Vernon no acompañará a su madre a Churchill, puesto que sus modales no parecen decir mucho en su favor y, según el relato del señor Smith, es igual de aburrida que de presumida. Cuando se unen el orgullo y la estupidez, no se puede contrarrestar con disimulo, y la señorita Vernon no merece otra co- sa que el desprecio más inexorable. Sin embargo, por todo lo que he podido deducir, lady Susan posee una capacidad para mostrarse astutamente cauti- vadora que debe de ser interesante presenciar y detectar. Pronto estaré con vosotros.

Tu hermano que te quiere, R. de Courcy

CARTA 5

Lady Susan a la señora Johnson Churchill

Recibí tu carta, mi querida Alicia, justo antes de irme de la ciudad y me alegra saber con seguridad que el señor Johnson no sospechó nada de tu compro- miso de la víspera. He llegado bien y no tengo queja alguna del recibimiento del señor Vernon, aunque confieso que no puedo afirmar lo mismo del com- portamiento de su esposa. No hay duda de que posee una buena educación y parece una mujer con buenos modales, pero su actitud no consigue per- suadirme de que esté muy predispuesta en mi favor. Quería que estuviera encantada conmigo con tan sólo verme (fui tan simpática como pude), pero todo fue en vano. No le gusto. Desde luego, si tomamos en consideración que efectivamente me tomé algunas molestias para evitar que mi cuñado se casara con ella, esta falta de cordialidad no es sorprendente. Aún así, de- muestra ser un espíritu intolerante y vengativo, manteniendo el resentimiento por un plan que me ocupó hace seis años y que finalmente no tuvo éxito. A veces estoy casi dispuesta a arrepentirme de no haber permitido que Charles comprara el castillo de Vernon, cuando nos vimos obligados a venderlo, pero se dio una circunstancia difícil, especialmente al coincidir exactamente la ven- ta con su matrimonio. Todo el mundo debería respetar la fragilidad de esos sentimientos que impedían que la dignidad de mi marido se viera rebajada por el hecho de que el hermano menor se quedara con las propiedades de la familia. Si se pudiera haber llegado a un acuerdo que nos hubiera evitado la obligación de tener que abandonar el castillo, si hubiéramos podido vivir con Charles sin que él se casara, habría obrado de un modo totalmente opuesto y no habría convencido a mi marido de vendérselo a otro. Sin embargo, Char- les estaba entonces a punto de casarse con la señorita De Courcy y ese hecho me ha justificado. Aquí hay muchos niños y: ¿qué beneficio habría ob- tenido yo si él hubiera adquirido Vernon? Haberlo evitado puede haberle cau- sado una impresión desfavorable a su mujer, pero cuando uno está predis- puesto, es fácil encontrar un motivo. En lo que respecta a cuestiones de dine- ro, él nunca ha visto un impedimento en lo sucedido para ayudarme. En ver- dad, tiene toda mi consideración. ¡Es tan fácil abusar de él!

La casa es buena, el mobiliario es de buen gusto y todo anuncia abundancia y distinción. Charles es muy rico, estoy segura. Cuando un hombre consigue que su nombre figure en una empresa bancada es que le llueve el dinero. Pero no saben qué hacer con él, reciben escasas visitas y nunca se acercan a la ciudad por cuestiones de negocios. Seré tan estúpida como me sea posi- ble. Quiero decir, para ganarme el corazón de mi cuñada a través de los ni- ños. Ya me sé sus nombres y voy a ganarme el afecto con la mayor sensibili- dad de uno en particular, el joven Frederic, al que siento en mi regazo mien- tras suspiro por su querido tío.

¡Pobre Manwaring! No hace falta que te diga cuánto le echo de menos y có- mo está constantemente en mi pensamiento. He encontrado una carta muy triste de él a mi llegada aquí, repleta de quejas sobre su mujer y su hermana, y llena de lamentos sobre la crueldad de su sino. He dicho que la carta era de su mujer a los Vernon y, cuando le escriba a él, deberé hacerlo usándote a ti para evitar ser descubierta.

Atentamente, S.V.

CARTA 6

La señora Vernon al señor De Courcy Churchill

Bueno, mi querido Reginald, ya he visto a esa peligrosa criatura y tengo que describírtela, aunque espero que pronto puedas formarte una opinión por ti mismo. Es realmente muy hermosa. Por mucho que quieras cuestionar el atractivo de una dama que ya no es joven, debo afirmar que rara vez he visto a una mujer tan encantadora como lady Susan. Es delicadamente rubia, con unos bellos ojos grises y pestañas oscuras. Por su apariencia, se diría que no tiene más de veinticinco años, aunque de hecho debe de tener diez años más. Sin duda, yo no estaba demasiado predispuesta a admirarla, a pesar de haber oído constantemente que era una mujer bella, pero no puedo evitar sentir que posee una poco frecuente combinación de simetría, resplandor y elegancia. Se dirigió a mí con tanta amabilidad, franqueza e incluso cariño que, de no haber sabido lo poco que le gusto por haberme casado con el se- ñor Vernon y porque no nos habíamos visto nunca, me habría parecido que era una amiga íntima. Se tiende a relacionar la seguridad de uno mismo con la coquetería y a pensar que unos modos insolentes responden a una mente insolente. Estaba preparada por lo menos para un cierto grado de confianza impropia, pero su actitud es absolutamente agradable y su voz y sus gestos irresistiblemente dulces. Siento mucho que así sea, puesto que, ¿qué otra cosa es, sino un engaño? Por desgracia, la conocemos demasiado bien. Es inteligente y agradable, posee todos los conocimientos del mundo que hacen fácil la conversación, habla muy bien, con un dominio gracioso del lenguaje que se utiliza demasiado a menudo, creo yo, para hacer que lo negro parezca blanco. Ya casi me ha persuadido de que siente verdadero afecto por su hija, aunque durante mucho tiempo he estado convencida de lo contrario. Habla de ella con tanta ternura y ansiedad, lamenta con tanta amargura lo negligen- te que ha sido su educación y lo presenta todo, sin embargo, como algo tan inevitable, que me tengo que obligar a recordar cómo pasaba una primavera tras otra en la ciudad, mientras su hija se quedaba en Staffordshire, bajo el cuidado de sus criados o de una institutriz inadecuada, para evitar creer todo lo que dice.

Si sus modales ejercen tanta influencia en mi corazón resentido, podrás hacerte una idea de que operan, aún de modo más poderoso, en el talante generoso del señor Vernon. Me gustaría estar tan segura como él de que fue realmente elección suya abandonar Langford y venir a Churchill. Si no hu- biera permanecido allí tres meses, antes de descubrir que el estilo de vida de sus amigos no se adecuaba a su situación y estado de ánimo, habría creído que esa preocupación por la pérdida de un marido como el señor Vernon, con el cual ella se comportaba de modo más bien poco excepcional, le hacía de- sear una temporada de reclusión. Pero no puedo olvidar lo prolongado de su estancia con los Manwaring y, cuando reflexiono sobre el tipo de vida que llevaba con ellos, tan diferente del que ahora debe aceptar, sólo puedo supo- ner que la voluntad de afirmar su reputación, siguiendo, aunque tarde, el ca- mino del decoro, fue lo que provocó que se alejara de una familia con la que, de hecho, debía de sentirse especialmente feliz. La historia de tu amigo, el señor Smith, no puede ser del todo correcta, ya que mantiene corresponden- cia con regularidad con la señora Manwaring. Sin duda, debe de ser exage- rada. Es casi imposible que haya podido embaucar de tal manera a dos hom- bres al mismo tiempo.

Cordialmente, Cath. Vernon

CARTA 7

Lady Susan a la señora Johnson Churchill
Querida Alicia: 
Eres muy buena por ocuparte de Frederica y te agradezco esta muestra de tu amistad, pero aunque no dudo del calor de esa amistad, no quiero exigirte un sacrificio tan pesado. Es una chica estúpida y nada habla en su favor. No voy a permitir bajo ningún concepto que malgastes un sólo momento de tu pre- cioso tiempo mandándola a buscar a la calle Edward, puesto que cada visita le resta horas a su educación, algo que quiero que sea realmente su mayor ocupación mientras permanezca con la señorita Summers. Quiero que toque y cante con un mínimo de gusto y consiga una buena dosis de confianza en sí misma, ya que ha heredado mis dedos y una voz tolerable. A mí me con- sintieron tanto durante mi infancia que nunca se me obligó a aplicarme en nada y, en consecuencia, me faltan ahora las facultades que son hoy en día necesarias para completar una mujer hermosa. No es que sea una defensora de la actual tendencia de adquirir un conocimiento perfecto de todas las len- guas, artes y ciencias. Es perder el tiempo. Dominar el francés, el italiano, el alemán, la música, el canto, el dibujo, etcétera, harán que una mujer consiga algunos aplausos, pero no le permitirán añadir un amante más a la lista. Dis- tinción y modales, después de todo, son lo más importante. No pretendo, por tanto, que los conocimientos de Frederica sean más que superficiales y me enorgullezco de que no permanecerá tanto tiempo en la escuela como para no aprender absolutamente nada. Espero verla casada con sir James dentro de un año. Ya sabes en qué baso mi esperanza, sin duda bien fundada; además, la escuela debe de ser algo humillante para una chica de la edad de Frederica. Y, por cierto, será mejor que no la invites más por esta misma ra- zón: deseo que su situación sea tan desagradable como sea posible. Cuento con sir James en cualquier momento y podría hacerle renovar su petición con unas breves líneas. Mientras tanto, te importuno para que evites que adquiera algún otro compromiso cuando venga a la ciudad. Invítale a tu casa de vez en cuando y háblale de Frederica para que no la olvide.

En líneas generales, elogio extremadamente mi propia conducta en este asunto y la considero una combinación agraciada de circunspección y ternu- ra. Algunas madres habrían insistido a su hija para que aceptara una oferta tan buena a la primera propuesta, pero yo no me habría sentido satisfecha de mí misma forzando a Frederica a acceder a un matrimonio que su corazón rechazaba. En lugar de adoptar una actitud tan severa, simplemente me pro- pongo hacer que ella misma lo desee, creándole toda suerte de incomodida- des, hasta que ella le acepte. Pero dejemos a esa niña pesada.

Te preguntarás, seguramente, cómo me las arreglo para pasar el tiempo aquí. Durante la primera semana, me he aburrido de un modo insufrible. Aho- ra, sin embargo, las cosas mejoran. El grupo ha aumentado con la presencia del hermano de la señora Vernon, un apuesto joven que promete cierta diver- sión. Hay algo en él que me interesa, una especie de picardía y familiaridad que le enseñaré a corregir. Es animado y parece inteligente y, cuando le haya inspirado un respeto mayor que el que los oficios de su hermana le han incul- cado, será agradable coquetear con él. Someter a un espíritu insolente y hacer que una persona predispuesta a detestarte reconozca tu superioridad proporcionan un placer exquisito. Ya le he desconcertado con mi tranquilidad reservada y me dedicaré a rebajar el orgullo de estos pretenciosos De Courcy aún más, a convencer a la señora Vernon de que la cautela de su hermana era infundada y a persuadir a Reginald de que me ha calumniado de modo escandaloso. Este proyecto servirá para divertirme y para evitar el dolor terri- ble por estar lejos de ti y de todos los que amo. Me despido. Atentamente,

S. Vernon

CARTA 8 

La señora Vernon a lady De Courcy

Churchill
Querida madre: No debe esperar que Reginald regrese durante algún tiempo. Me ha solicita- do que le comunique que el buen clima actual le ha inducido a aceptar la invi- tación del señor Vernon para prolongar su estancia en Sussex y, así, poder ir a cazar juntos. Enviará a buscar sus caballos inmediatamente y es imposible decir cuándo le volverá a ver en Kent. No intentaré disimular mis sentimientos sobre este cambio con usted, mi querida señora, aunque creo que será mejor que no los comente con mi padre, cuya excesiva ansiedad por Reginald le haría alarmarse, corriendo el riesgo de ver afectada gravemente su salud y su ánimo. Lady Susan se las ha ingeniado, en el espacio de una quincena, para conseguir gustar a mi hermano. Francamente, estoy segura de que la prolon- gación de su estancia aquí, más allá del momento originalmente fijado para su regreso, se debe en gran medida a una cierta fascinación por ella, tanto como por el deseo de ir de caza con el señor Vernon. Naturalmente, ello hace que la prolongación de la visita de mi hermano no me proporcione el placer que en otras circunstancias me proporcionaría. Me irritan las artimañas de esta mujer sin escrúpulos. ¿Qué prueba más palpable de sus peligrosas habi- lidades se puede ofrecer que este cambio en la opinión del juicio de Reginald, quien, cuando entró en esta casa, era decididamente contrario a ella? En su última carta, él mismo me dio detalles de su comportamiento en Langford, tal como se los había contado un caballero que la conocía perfectamente y, de ser ciertos, sólo pueden provocar reprobación. El mismo Reginald estaba dis- puesto a darle crédito. Tenía la opinión sobre ella de que era la peor mujer de Inglaterra y, cuando llegó, era evidente que la juzgaba como una persona poco digna de consideración o respeto. Él opinaba que parecía encantada con las atenciones de cualquier hombre que se decidiera a cortejarla.

Ella ha calculado su comportamiento, lo confieso, para eliminar esa idea y no he detectado la menor falta de decoro en ello. Nada de vanidad, ni ostenta- ción, ni ligereza y es, sin lugar a dudas, tan atractiva que no me extrañaría que él estuviera encantado con ella, si no hubiera sabido nada sobre ella an- tes de conocerse personalmente. Sin embargo, contra toda razón, contra toda convicción, mostrarse tan complacido con ella, como estoy segura de que él lo está, me asombra muchísimo. Al principio, la admiración era muy fuerte, pero no rebasaba lo natural y no me pareció insólito que le impresionaran su distinción y sus modales pero, últimamente, cuando la menciona, lo hace en términos extraordinarios de alabanza. Ayer llegó a decir que no le sorprende- ría cualquier efecto en el corazón de un hombre causado por su encanto y sus cualidades y, cuando yo le repliqué lamentando la maldad de su actitud, él respondió que los errores que haya podido cometer había que imputarlos a haber recibido una educación insuficiente y a su matrimonio precoz; y que, en realidad, se trataba de una mujer extraordinaria.

Esta tendencia a excusar su conducta o a olvidarla, por el influjo de la admi- ración, me irrita enormemente y, si no supiera que Reginald se encuentra como en casa cuando está en Churchill como para necesitar una invitación para que prolongue su estancia, lamentaría que el señor Vernon se lo haya propuesto.

Las intenciones de lady Susan son sin duda las de la coquetería más absolu- ta y las del deseo de obtener una admiración universal. No puedo imaginar, por el momento, que planee algo más serio, aunque me mortifica ver cómo ha embaucado a un joven sensato como Reginald.

Atentamente, Cath. Vernon

CARTA 9

La señora Johnson a lady Susan Calle Edward

Queridísima amiga:
Me alegro por la llegada del señor De Courcy y te aconsejo encarecidamente que te cases con él. Sabemos que las propiedades de su padre son conside- rables y creo que su herencia ya está fijada. Sir Reginald tiene la salud débil y no es probable que te resulte un obstáculo durante mucho tiempo. Me han hablado muy bien de él y, aunque nadie te merece, mi queridísima Susan, el señor De Courcy puede valer la pena. Manwaring se enfurecerá, naturalmen- te, pero podrás apaciguarle con facilidad. Además, ni el honor más escrupu- loso requeriría que esperaras su emancipación. He visto a sir James. Vino a la ciudad unos días, la semana pasada, y nos visitó varias veces en la calle Edward. Le hablé de ti y de tu hija y está tan lejos de haberte olvidado que estoy segura de que se casaría con cualquiera de las dos con placer. Alenté sus esperanzas diciéndole que Frederica cederá y le hablé de cómo ella pro- gresaba. Le reprendí por cortejar a María Manwaring. Él protestó diciendo que había sido tan sólo en tono de broma y los dos nos reímos a carcajadas por la desilusión de la chica. En resumidas cuentas, nos entendimos en todo. Sigue tan tonto como siempre.
De todo corazón,
Alicia

CARTA 10

Lady Susan a la señora Johnson Churchill

Te agradezco, querida amiga, tu consejo con respecto al señor De Courcy, el cual sé que nació del convencimiento sincero de su provecho, aunque no tengo la intención de seguirlo. No puedo tomar una decisión en terrenos tan serios como el del matrimonio. En la actualidad, no estoy necesitada de dine- ro y, seguramente, hasta la muerte de su padre, obtendría poco beneficio de la unión. Es cierto que mi vanidad me hace creer que le tengo a mi alcance. He conseguido que sea sensible a mi poder y ahora puedo disfrutar del placer de triunfar sobre una mente predispuesta a no gustarle y llena de prejuicios contra mis acciones pasadas. Su hermana, igualmente, se ha convencido, o eso espero, de lo fútiles que son los comentarios poco generosos sobre una persona para predisponerla contra otra cuando se pueden contrarrestar con la influencia inmediata del intelecto y los modales. Veo claramente que se siente incómoda, porque la opinión que su hermano tiene de mí está progre- sando para bien y deduzco que no escatimará esfuerzos para contrarrestar- me. Pero en cuanto consiga hacerla dudar de la justicia de su opinión respec- to a mí, creo que podré desafiarla con éxito. Ha sido un placer ver sus avan- ces hacia una mayor intimidad, especialmente observar sus reacciones alte- radas cuando yo me mostraba reservada adoptando una dignidad muy cal- mada ante sus intentos de acercarse con una familiaridad directa. Mi conduc- ta ha sido, desde el principio, igualmente comedida y nunca me había com- portado de modo menos coqueto en toda mi vida, aunque tal vez nunca mi deseo de dominación había sido tampoco tan rotundo. A él le he sometido por completo con la sensibilidad y la conversación seria y he conseguido, me aventuro a decir, que esté medio enamorado de mí, sin el menor atisbo de lo que comúnmente se llama coqueteo. La certidumbre por parte de la señora Vernon en cuanto a que cree merecer alguna clase de venganza, la que esté en mi mano infligirle por sus maniobras perversas, bastará para que pueda percibir que actúo con un comportamiento de lo más bondadoso y honesto. Sin embargo, dejemos que piense y actúe como quiera. Nunca he visto que el consejo de una hermana impidiera a un joven enamorarse, si así lo decidiera él. Ahora estamos progresando hacia una especie de confianza y pronto nos sentiremos unidos en una amistad platónica. Por mi parte, puedes estar segu- ra de que la cosa no irá a más, porque si yo no estuviera ya unida a otra per- sona, impediría de todos modos que mis afectos los recibiera un hombre que se hubiera atrevido a pensar tan mal de mí en su momento.

Reginald es un joven de muy buena planta y se merece los elogios que has oído de él. Con todo, es inferior a nuestro amigo de Langford. Es menos refi- nado, menos insinuante que Manwaring y, en comparación, muestra menos eficacia para decir esas cosas tan encantadoras que la ponen a una de buen humor consigo misma y con el mundo. Es bastante agradable, sin embargo, y me proporciona la diversión suficiente para pasar las horas de modo placen- tero; de otro modo, me dedicaría a vencer la resistencia de mi cuñada y a escuchar la insípida conversación de su marido.

Tus informaciones sobre sir James son de lo más satisfactorias y voy a dejar entrever mis intenciones a la señorita Frederica muy pronto.
De todo corazón,
S. Vernon

CARTA 11

La señora Vernon a lady De Courcy

Me hace sentir muy a disgusto, mi querida madre, ver cómo la influencia de lady Susan sobre Reginald crece tan rápidamente. Ahora mantienen una amistad muy particular, entablan largas conversaciones con frecuencia y ella se las ha ingeniado para, usando la coquetería más astuta, someter su juicio a sus propósitos. Es imposible contemplar la intimidad que ha surgido entre ellos con tanta celeridad sin alarmarse, aunque me resisto a suponer que las intenciones de lady Susan lleguen hasta el matrimonio. Si pudieras hacer que Reginald regresara a casa con cualquier pretexto verosímil. No está en abso- luto dispuesto a dejarnos y le he hecho tantas insinuaciones sobre el precario estado de salud de mi padre como la decencia me permite hacerlo estando en mi propia casa. El poder de ella sobre él debe de ser ahora ilimitado, pues- to que ha conseguido eliminar por completo la opinión anterior que él tenía y lo ha persuadido no sólo para que la olvide, sino para que la justifique. Las informaciones del señor Smith con relación a la conducta de lady Susan en Langford, en las cuales acusaba de haber enamorado al señor Manwaring y a un joven comprometido con la señorita Manwaring, y que Reginald creía fir- memente cuando llegó a Churchill, son ahora, está convencido, tan sólo una invención escandalosa. Así me lo ha dicho, con una franqueza que delataba sentirse arrepentido por haber creído lo contrario con anterioridad.

¡Cómo me arrepiento de que haya venido a esta casa! Siempre esperé su llegada con incomodidad, pero lejos estaba de sentir esta ansiedad por Regi- nald. Esperaba una desagradable compañía para mi persona, pero no podía imaginar que mi hermano corría el peligro de ser hechizado por una mujer cuyos principios conocía tan bien y cuyo carácter despreciaba tan profunda- mente. Si consigues que se aleje de aquí, será para bien.

Atentamente, Cath. Vernon

CARTA 12

Sir Reginald de Courcy a su hijo Parklands

Sé que, en general, los jóvenes no admiten que se indague en sus asuntos del corazón, ni tan sólo por parte de sus familiares más cercanos, pero, es- pero, querido Reginald, que demuestres estar por encima de aquellas perso- nas que ni para evitar la ansiedad de un padre creen necesario abandonar el privilegio de negarle la confianza y hacer caso de su consejo. Debes tener en cuenta que, como hijo único y representante de una antigua familia, tu con- ducta en la vida afecta a tus familiares. En el muy importante asunto del ma- trimonio es especialmente donde más se arriesga: tu felicidad, la de tus pa- dres y el crédito de tu apellido. Ya supongo que no adquirirías un compromiso de tal naturaleza sin comunicárselo a tu madre y a mí mismo o, por lo menos, sin estar convencido de que aprobaríamos tu elección, pero no puedo ahu- yentar el temor de que te veas arrastrado al matrimonio por una dama que últimamente ha intimado contigo, cosa que toda tu familia, la más y la menos cercana, rechazaría con toda vehemencia.

La edad de lady Susan es una objeción material en sí misma, pero la ligereza de su carácter es un elemento mucho más grave que convierte la diferencia de doce años, en comparación, en una nimiedad. Si no estuvieras cegado por la fascinación, sería ridículo por mi parte repetirte los ejemplos de su compor- tamiento inadecuado, conocidos por todo el mundo. La negligencia con que trató a su marido, el animar a otros hombres, su extravagancia y conducta disipada han sido tan patentes que nadie los pudo ignorar en su momento ni se pueden olvidar ahora. En nuestra familia, siempre se ha visto representada con los trazos suavizados por la benevolencia del señor Charles Vernon. Con todo y, a pesar de sus generosos esfuerzos para excusarla, sabemos que, movida por su egoísmo, hizo todo lo posible para evitar que se casara con Catherine.

Mi edad y mi estado de salud cada vez más precario me hacen desear, mi querido Reginald, verte establecido. La fortuna de tu mujer me es indiferente debido al buen estado de la mía, pero su familia y sus virtudes deben de ser excepcionales por igual. Cuando a tu elección no se le pueda hacer ninguna objeción en esos dos ámbitos, te prometo mi consentimiento inmediato y en- tusiasta, pero es mi deber oponerme a una relación que sólo la astucia puede haber hecho posible y que, finalmente, sólo engendraría desgracia.

Es probable que su comportamiento se deba tan sólo a la vanidad o al deseo de ganarse la admiración de un joven al que ella debe de creer es- pecialmente predispuesto contra ella, pero es más probable que sus preten- siones sean mayores. Es pobre y, por naturaleza, buscará una alianza que le pueda ser ventajosa. Conoces tus derechos y ya no está en mi mano evitar que heredes las propiedades de la familia. Infligirte penalidades durante lo que me reste de vida sería una venganza a la que difícilmente me rebajaría en cualquier circunstancia. Te comunico honestamente mis sentimientos e intenciones. No quiero apelar a tus temores, sino a tu juicio y afecto. Destrui- ría toda la serenidad de mi vida saber que te has casado con lady Susan Vernon; sería la muerte del franco orgullo que hasta ahora he sentido por mi hijo; me avergonzaría verle, saber de él y pensar en él.

Tal vez no haga ningún bien esta carta, quitando el de apaciguar mi mente, pero he creído mi deber comunicarte que tu interés por lady Susan no es un secreto para tus amigos y para prevenirte respecto a ella. Me gustaría oír tus razones para contradecir la inteligencia del señor Smith. Hace un mes no du- dabas de ella.

Si puedes asegurarme que no albergas ningún plan más allá de disfrutar de la conversación de una mujer inteligente, durante un breve período, v de ren- dir admiración tan sólo a su belleza y a sus cualidades, sin cerrar los ojos por ello a sus defectos, me devolverás la felicidad, pero si no puedes hacer esto, explícame, por lo menos, qué ha ocasionado una alteración tan grande en tu opinión de ella.

Cordialmente, Reginald de Courcy

CARTA 13

Lady De Courcy a la señora Vernon Parklands

Querida Catherine:
Desdichadamente, me encontraba postrada en la cama cuando llegó tu última carta. Debido a un resfriado que me afectó la vista, no pude leerla yo misma. Tampoco pude, por tanto, rechazar el ofrecimiento de tu padre para que me 
la leyera. Así fue como supo, para disgusto mío, de todos tus temores con relación a mi hermano. Tenía la intención de escribir a Reginald yo misma, en cuanto mis ojos me lo permitieran, advirtiéndole del peligro de una relación íntima con una mujer tan astuta como lady Susan, para un joven de su edad y sus expectativas. Quería, además, recordarle que estamos bastante solos en este momento y que le necesitamos para alegrarnos el ánimo durante las lar- gas tardes de invierno. Si eso hubiera servido para algo, nunca lo sabremos ahora, pero me tiene muy disgustada que sir Reginald no sepa nada de un asunto que ya temíamos iba a causarle gran desazón. Comprendió todos tus temores en cuanto hubo leído tu carta y estoy segura de que no se lo ha sa- cado de la cabeza desde entonces. Escribió inmediatamente a Reginald una carta larga sobre el tema, solicitando una explicación sobre qué era lo que le había dicho lady Susan para contradecir las escandalosas informaciones an- teriores. Su respuesta ha llegado esta mañana y te la envío adjunta porque creo que te interesará verla. Me gustaría que fuera más satisfactoria, pero parece haber sido escrita con tanta decisión para tener en buena opinión a lady Susan que sus afirmaciones en lo tocante al matrimonio y todo eso no me tranquilizan el corazón. Hago todo lo que puedo, sin embargo, para apa- ciguar a tu padre y sin duda está más sosegado desde que Reginald escribió esta carta. ¡Qué fastidioso resulta, mi querida Catherine, que esta invitada inoportuna no sólo nos impida vernos en Navidad, sino que además sea cau- sa de disgusto y conflicto! Dale un beso a los niños de mi parte. Tu madre que te quiere,

C. de Courcy

CARTA 14

El señor De Courcy a sir Reginald Churchill

Querido señor:
En este momento, acabo de recibir su carta que me ha llenado de asombro como nunca antes me había ocurrido. Supongo que es gracias a la represen- tación que mi hermana ha hecho de mí que he quedado tan desfavorecido a sus ojos y le he causado tanta alarma. No entiendo por qué ha decidido pre- ocuparse y preocupar a su familia, sospechando un hecho que nadie excepto ella misma, estoy seguro de ello, ha concebido como posible. Imputar esa intención a lady Susan sería arrebatarle esa excelente sutileza que sus ene- migos más acérrimos nunca han negado en ella. Igualmente, muy bajas de- berían quedar mis pretensiones de tener sentido común si se sospecha que albergo propósitos matrimoniales en mi comportamiento para con ella. La di- ferencia de edad es una objeción insuperable y le ruego, mi apreciado señor, que se tranquilice y no alimente más sospechas que alterarán tanto su propia paz, como la relación entre nosotros.
No puede ser otra mi intención, al permanecer con lady Susan, que la de dis- frutar durante un breve período (tal como lo ha expresado usted mismo) de la conversación de una mujer con grandes cualidades mentales. Si la señora Vernon admitiera un poco del afecto que les he dispensado a ella y a su ma-
rido durante mi estancia, sería más justa con todos nosotros. Pero mi herma- na está desgraciadamente predispuesta en contra de lady Susan sin remedio. Por el afecto que le une a su marido, que en sí mismo honra a ambos, no puede perdonar los esfuerzos que lady Susan hizo para evitar su matrimonio. Se atribuyeron a su egoísmo pero en este caso, como en muchos otros, el mundo ha difamado a esa dama, suponiendo que los motivos de su conducta eran dudosos.

Lady Susan había oído algo materialmente tan inconveniente sobre mi her- mana que se persuadió de que la felicidad del señor Vernon, al cual siempre se ha sentido muy unida, quedaría destrozada por el matrimonio. Y esta cir- cunstancia, que explica el verdadero motivo del comportamiento de lady Su- san e invalida toda la culpabilidad que se le ha atribuido, debe servir para convencernos del poco crédito que hay que dar a las informaciones sobre otras personas en general, puesto que ningún comportamiento, por muy recto que sea, puede escapar a la calumnia. Si mi hermana, en la seguridad de su retiro, con tan pocas oportunidades de ser tentada por el mal, no pudo evitar la censura, no debemos condenar apresuradamente a aquellas personas que, viviendo en el mundo y rodeadas de tentaciones, son acusadas de erro- res que se sabe que podrían llegar a cometer.

Me culpo con severidad a mí mismo de haber creído tan fácilmente las histo- rias difamatorias inventadas por Charles Smith contra lady Susan, puesto que ahora sé cómo la han calumniado. En cuanto a los celos de la señora Man- waring, son algo absolutamente inventado por él y su relato de cómo ella se acercó al pretendiente de la señorita Manwaring tenía aún menos fundamen- to. Esa jovencita había inducido a sir James Martin a prestarle un poco de atención y, siendo un hombre acaudalado, era fácil entender que los planes de ella incluían el matrimonio. Bien sabido es que la señorita Manwaring anda abiertamente a la caza de un marido y nadie puede, por tanto, compadecerla por no poder aprovechar una oportunidad para hacer desgraciado a un hom- bre de mérito, debido al superior atractivo de otra mujer. Lady Susan no pre- tendía ni de lejos esa conquista y, al saber cuánto afectaba a la señorita Manwaring la indiferencia de su enamorado, decidió, a pesar de los ruegos del señor y la señora Manwaring, dejar la familia. No tengo motivos para creer que ella recibiera proposiciones en firme por parte de sir James, pero el hecho de que partiera de inmediato de Langford, al descubrir la relación de él con la señorita Manwaring, hace que cualquier mente honesta tenga que ab- solverla de cualquier acusación. Estoy seguro de que creerá que todo esto es cierto y que, a partir de ahora, sabrá hacer justicia con las cualidades de una mujer seriamente perjudicada en su reputación.

Sé que lady Susan, al acudir a Churchill, actuaba impulsada sólo por las in- tenciones más honorables y francas. Su prudencia y discreción son admira- bles, su consideración por el señor Vernon llega a igualar incluso la que él mismo merece, y su deseo de conseguir una opinión favorable de mi herma- na debería de ser correspondido mejor de lo que se ha hecho. Como madre, no se le puede hacer ninguna objeción. El afecto sólido por su hija queda demostrado por el hecho de haberla confiado a las manos de quien atenderá su educación adecuadamente. Sin embargo, al no poseer la ciega y débil parcialidad de la mayoría de madres, se la acusa de falta de instinto maternal. Cualquier persona sensata, sin embargo, sabría cómo apreciar y alabar su cariño bien dirigido y estaría de acuerdo conmigo en que Frederica Vernon debería esforzarse más de lo que hasta ahora se ha esforzado en merecer la sensible atención de su madre.

He escrito, pues, querido señor, lo que verdaderamente siento por lady Su- san. Con esta carta, sabrá lo mucho que tengo en alta consideración sus fa- cultades y aprecio sus cualidades, pero si no queda usted convencido con mi solemne y franca afirmación de que sus temores son infundados, será ello motivo de gran mortificación y desasosiego para mí.

Cordialmente, R. de Courcy

CARTA 15

La señora Vernon a lady De Courcy Churchill

Querida madre:
Le devuelvo la carta de Reginald alegrándome de todo corazón de que mi padre se haya sosegado con ella. Dígaselo y transmítale asimismo mis felici- taciones. Pero, entre nosotras, he de admitir que sólo ha servido para con- vencerme a mí de que mi hermano no tiene por el momento intención alguna de casarse con lady Susan, no que no corra el peligro de tenerla dentro de tres meses. Ofrece una versión muy verosímil de su comportamiento en Langford. Ojalá fuera cierto, pero la inteligencia detrás de esto tiene que ser la de ella. Estoy menos dispuesta a creérmela que a lamentar el grado de intimidad entre ellos, que implica el hecho de que comentaran un tema como éste.
Siento haber provocado su disgusto, pero no se puede esperar nada mejor, mientras él esté dispuesto a justificar a lady Susan con tanta vehemencia. Es muy severo conmigo, ciertamente, pero espero no haberme apresurado en juzgarla a ella. ¡Pobre mujer! Aunque tengo sobradas razones para despre- ciarla, no puedo evitar compadecerme de ella, puesto que está realmente afligida y con justificado motivo. Ha recibido esta mañana una carta de la da- ma a la que había confiado su hija y solicita que acuda a buscar a la señorita Vernon inmediatamente, puesto que ha sido sorprendida intentando escapar- se. Por qué o a dónde intentaba ir, no está claro, pero ya que la decisión to- mada por lady Susan parecía la adecuada, la situación es ahora muy triste y, naturalmente, la ha afligido muchísimo.
Frederica debe de tener ya dieciséis años y debería ser más responsable pe- ro, por lo que ha insinuado su madre, me temo que es una chica perversa. Sin embargo, ha sido una persona desatendida y su madre debería recordar ese extremo.
El señor Vernon partió hacia la ciudad en cuanto decidió qué era lo mejor. Intentará, si es posible, convencer a la señorita Summers para que deje que Frederica siga con ella. Si no lo consigue, la traerá de momento a Churchill, hasta que se encuentre otro lugar para ella. Mientras tanto, lady Susan se consuela paseando por el jardín con Reginald, aprovechándose de los tiernos sentimientos de él, imagino, para superar este momento desdichado. Ha hablado mucho de todo esto conmigo. Se expresa muy bien y temo ser poco 
generosa si digo que demasiado bien, para lamentarlo tan profundamente. Pero no he de buscar defectos. Puede llegar a ser la mujer de Reginald. ¡Que el cielo no lo quiera! Pero, ¿por qué iba yo a ser más perspicaz que cualquier otro? El señor Vernon afirma que nunca había visto un desconsuelo más pro- fundo que el suyo cuando ha leído la carta. ¿Acaso su juicio es inferior al mío?