LOS TALISMANES DE SHANNARA




V.1: junio, 2018


Título original: The Talismans of Shannara

© Terry Brooks, 1993

© de la traducción, María Alberdi, 2018

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2018

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Imagen de cubierta: Vilnis Lauzums, Jacob_09, Vitalii Bashkatov / Shutterstock


Traducción publicada bajo acuerdo con Ballantine Books, sello de The Random House Publishing Group, una división de Random House, Inc.


Publicado por Oz Editorial

C/ Mallorca, 303, 2º 1ª

08037 Barcelona

info@ozeditorial.com

www.ozeditorial.com


ISBN: 978-84-17525-07-1

IBIC: FM

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.


LOS TALISMANES DE SHANNARA


Terry Brooks

LIBRO VII LAS CRÓNICAS DE SHANNARA

LIBRO IV TETRALOGÍA LOS HEREDEROS DE SHANNARA


Traducción de María Alberdi

Colección Oz Nébula


1



Para todos mis amigos de Del Rey Books, entonces y ahora.

¡Qué bien nos lo hemos pasado!



Sobre el autor

2

Terry Brooks es un célebre y prolífico autor de literatura fantástica, con más de veinticinco best sellers en las listas de más vendidos del New York Times. Solo las novelas de la serie Shannara cuentan con más de treinta volúmenes, aunque también ha escrito otras sagas, como las de Landover o de Word & Void. También ha realizado adaptaciones del cine de las películas Star Wars Episodio I: La Amenaza Fantasma y Hook.

Los talismanes de Shannara


Los herederos de Shannara lucharán para salvar las Cuatro Tierras en una épica batalla final


Los umbríos dominan las Cuatro Tierras y lo han contaminado todo con su magia negra. Y su líder, Rimmer Dall, está decidido a acabar con los herederos de Shannara. Contra Walker Boh envía a los terribles Cuatro Jinetes. Contra Wren, a un amigo desleal. Y, para Par, prepara el más terrible de los fines. Con estas trampas hábilmente dispuestas, los herederos están condenados al fracaso y no podrán cumplir la misión que les encargó el espectro del druida Allanon… a menos que Par descubra cómo utilizar el poder de la mítica espada de Shannara.



La saga de fantasía épica que ha vendido 27 millones de ejemplares



«No sé cuántos libros de Terry Brooks he leído (y releído) en mi vida. Su obra fue importantísima en mi juventud.»

Patrick Rothfuss


«Un gran narrador, Terry Brooks crea epopeyas ricas llenas de misterio, magia y personajes memorables.»

Christopher Paolini


«Confirma el lugar de Terry Brooks a la cabeza del mundo de la fantasía.»

Philip Pullman


«Un viaje de fantasía maravilloso.»

Frank Herbert


«Shannara fue uno de mis mundos favoritos de la literatura cuando era joven.»

Karen Russell


«Si Tolkien es el abuelo de la fantasía moderna, Terry Brooks es su tío favorito.»

Peter V. Brett

CONTENIDOS

Página de créditos

Sinopsis de Los talismanes de Shannara

Dedicatoria

Mapa


Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37


Sobre el autor

4

37


Pasó el tiempo y el verano dio paso al otoño. El calor de mitad de año remitió a regañadientes, los días se hicieron más frescos, se acortaron y se volvieron más valiosos ante la perspectiva de la llegada del invierno. Las flores silvestres se marchitaron, las hojas empezaron a cambiar de color y una gama sustituyó a otra. Los pájaros emigraron hacia el sur y los vientos procedentes de las montañas se volvieron más gélidos. La luz se había vuelto brumosa y perezosa, y parecía descender del cielo en capas cómodas y suaves como mantas.

Coll Ohmsford volvió a su hogar en el Valle Sombrío para asegurarse de que Jaralan y Mirianna estaban bien y se sorprendió al enterarse de que la Federación había perdido interés en ellos hacía semanas. Se habían ido del pueblo y habían dejado tranquilos al matrimonio Ohmsford porque tenían otras cosas más urgentes de las que preocuparse. El reencuentro fue alegre y Coll les prometió que no volvería a viajar en mucho tiempo.

Par Ohmsford y Damson Rhee se dirigieron a Tyrsis, al norte, y se quedaron allí el tiempo justo para averiguar que el Topo había logrado sobrevivir a la persecución de los umbríos. Luego regresaron a Valle Sombrío en busca de Coll. Par ya había decidido lo que haría a continuación. Entre los tres abrirían una taberna en el norte, en una de las ciudades fronterizas de Callahorn, donde servirían buena comida, proporcionarían alojamiento agradable y, cuando lo requiriera la ocasión, entretendrían a los clientes con historias y canciones. Le había ocurrido algo al hechizo de la Canción al liberar la magia de la tierra prisionera en la Atalaya Sur. Solo era capaz de hacer lo que había hecho en otro tiempo: crear imágenes. Pero era suficiente para que Par y Coll pudieran contar historias como antaño. Coll se resistía a abandonar Valle Sombrío, por supuesto, pero Par creía que podría persuadirlo.

Los umbríos habían desaparecido de las ciudades de Callahorn y entre la población había un ferviente deseo de que también se fuera la Federación. Casi inmediatamente después, Padishar Cesta empezó a planear una revuelta de los nacidos libres para expulsar a los habitantes de la Tierra del Sur de aquella región para siempre. Les contó a los hombres que lo apoyaban que Callahorn había pertenecido en otro tiempo a sus padres. La Federación los había encarcelado y exiliado, y él había acabado en manos de una tía suya para que lo criara. Nunca había vuelto a ver a sus padres, pero había oído decir que su padre era conocido como el barón Cesta.

Morgan Leah cumplió la promesa que le había hecho a Steff y volvió a la Tierra del Este para unirse a la Resistencia de los enanos en su lucha contra la Federación. Matty Roh fue con él, sin preguntarse ya si esa era la decisión acertada, sin preocuparse más por el fantasma de Aurora. Morgan le dijo que quería que lo acompañara. Se reunirían allí con la abuela Elise y la tía Jilt y se quedarían hasta que los enanos volvieran a ser libres. Entonces regresarían a las Tierras Altas y él le enseñaría su cabaña en las montañas. Eso era lo que había dicho, pero ella pensó que tal vez le estaba diciendo algo más.

Wren Elessedil regresó a la Tierra del Oeste como reina de los elfos, consciente de la promesa que había hecho de que su pueblo recuperaría la vieja práctica de recorrer las Cuatro Tierras como sanadores. Con el respaldo de Triss y Tigre Ty, y ahora hasta de Barsimmon Oridio, no creía que el Consejo Supremo siguiera cuestionando su liderazgo. Escogería a sus sanadores de entre los Elegidos y no solo cuidarían los Jardines de la Vida y de Ellcrys, sino de toda la tierra. Al principio no serían aceptados, pero no se rendirían. Al fin y al cabo, los elfos no eran un pueblo dado a la rendición.

La guerra contra la Federación se recrudeció durante un tiempo, pero agonizó cuando los habitantes de la Tierra del Sur empezaron a regresar a su tierra natal. Sin los umbríos para influenciar al Consejo de Coalición y con la derrota de su ejército en el Valle de Rhenn, el interés en continuar la guerra empezó a declinar rápidamente. Los levantamientos de Callahorn y de la Tierra del Este provocaron una creciente insatisfacción con todo el programa expansionista de la Tierra del Sur y la Federación acabó por abandonar las tierras limítrofes.

Pasó el tiempo y las estaciones se sucedieron.

Paranor permaneció tranquilo a lo largo del otoño y del invierno, elevándose por encima de los oscuros bosques que lo rodeaban y cercado por los enormes picos de los Dientes del Dragón, una oscura masa de muros, parapetos, almenas y torres. De vez en cuando algunos viajeros pasaban de largo, pero ninguno osaba entrar en la Fortaleza de los Druidas. La mayoría decían que estaba encantado, que era un patio de recreo para los espíritus, una cripta para las almas de los druidas muertos y desaparecidos. Algunos decían que un gato del páramo lo rondaba por dentro y a veces por fuera, negro como la noche y grande como un caballo, con ojos de fuego. Otros decían que el gato del páramo hablaba como un hombre.

Dentro de la fortaleza, Walker Boh dormía el Sueño del Druida sin que nadie lo molestara. Mientras su cuerpo descansaba, su espíritu recorría a menudo la tierra, volando con el viento hasta los confines más remotos, cabalgando sobre las nubes y las crestas de las olas. Walker soñó con cosas que habían desaparecido y cosas que estaban por venir, con lo que había sido y lo que debía ser. Soñó con un nuevo Consejo de Druidas, con una reunión con los hombres y mujeres más sabios de las Razas, con un fondo común de conocimientos que haría crecer y prosperar a las Cuatro Tierras. Soñó con la paz. Sus sueños llegaban más allá de los viajes que emprendía como espíritu, porque su imaginación no tenía límites.

De vez en cuando Allanon le hacía una visita. Estaba casi transparente a estas alturas, una oscura sombra convertida en fantasma, unas líneas cada vez más borrosas a contraluz. Hablaba con Walker, pero sus palabras tenían más que ver con los sentimientos que con los pensamientos. Se alejaba poco a poco del mundo de la luz y la materia y se adentraba en el de la vida después de la muerte. Parecía satisfecho con este viaje, en paz consigo mismo.

Y a veces, cuando Walker tenía el corazón tranquilo y la mente en reposo, Cogline también iba a verlo. El anciano se acercaba a él, con el pelo ralo y desordenado, el cuerpo convertido en un saco de huesos, los rasgos de la cara afilados y los ojos transparentes, y asentía con una sonrisa.

—Sí, Walker —decía—. Has hecho lo correcto.

5

1


La oscuridad se apoderaba de las Cuatro Tierras a medida que la luz languidecía y las sombras se alargaban de forma gradual. El calor sofocante del final de verano remitía conforme la esfera ardiente del sol se escondía por el oeste y el aire caliente y viciado se enfriaba. El silencio que acompañaba al final del día hizo que la tierra enmudeciera, y las hojas y la hierba temblaban de expectación ante la llegada de la noche.

En la desembocadura del río Mermidón, donde este vertía sus aguas en el Lago del Arco Iris, se alzaba la Atalaya Sur, negra, impenetrable y muda. El viento acarició las aguas del lago y del río, pero no se acercó al obelisco, como si tuviera prisa por llegar a lugares más agradables. El aire brillaba de forma tenue alrededor de la oscura torre; la piedra irradiaba oleadas de calor y creaba imágenes espectrales que salían disparadas por los aires. En la orilla, un cazador solitario levantó la vista, inquieto, y siguió andando a paso ligero.

En el interior de la torre, los umbríos se dedicaban a sus tareas en un silencio fantasmal, encapuchados, con el rostro oculto y lleno de determinación.

Rimmer Dall estaba de pie junto a una ventana, contemplando el campo que se oscurecía conforme el color desaparecía de la tierra y la noche se asomaba con sigilo por el este, con intención de instalarse en ella.

«La noche, nuestra madre, nuestro consuelo».

Estaba de pie con las manos entrelazadas a la espalda, rígido bajo la ropa oscura, con la capucha apartada de su cara huesuda y cubierta de barba pelirroja. Su aspecto era el de un hombre duro, desprovisto de sentimientos, y, si aquello tuviera la más mínima importancia para él, le habría complacido. Pero hacía mucho tiempo que al Primer Buscador había dejado de interesarle su aspecto, hacía mucho que no se molestaba siquiera en pensar en ello. Su exterior carecía de importancia; podía ser lo que se le antojara. Lo importante era lo que ardía en su interior, lo que le daba vida.

Le brillaban los ojos mientras miraba más allá de lo que tenía ante él, a lo que algún día sería.

A lo que le había sido prometido.

Cambió ligeramente de postura, a solas con sus pensamientos en el silencio de la torre. Para él, los demás no existían, eran espectros inmateriales. De las profundas entrañas de la torre le llegaban los ruidos producidos por el incesante trabajo de la magia, el vibrante zumbido de su respiración, el rugido de su corazón. Aguzó el oído sin darse cuenta, una costumbre que sosegaba su mente atormentada. El poder les pertenecía, lo habían extraído del éter y convertido en materia, lo habían moldeado, le habían dado forma y un propósito. Era el poder que caracterizaba a los umbríos y solo les pertenecía a ellos.

A pesar de los druidas y sus secuaces.

Esbozó una débil sonrisa, pero su boca se negó a mantenerla y desapareció en la línea tensa de sus labios. Su mano izquierda enguantada se retorció entre los dedos desnudos de la derecha. Poder para el poder, fuerza para la fuerza. En su pecho brillaba la insignia plateada de la cabeza del lobo.

Zum, zum. Desde abajo le llegaba el sonido producido por el incesante trabajo de la magia.

Rimmer Dall se giró hacia la habitación en penumbra, una estancia en la que hasta hacía poco había mantenido prisionero a Coll Ohmsford. El joven del valle ya no estaba allí; él pensaba que había escapado, pero en realidad lo habían dejado marchar para esclavizarlo en otro sentido. Había salido en busca de su hermano Par.

El que tenía la magia auténtica.

La magia que sería suya.

El Primer Buscador se apartó de la ventana y se sentó ante la mesa de madera tosca. La silla alta y frágil crujió bajo el peso de su enorme cuerpo. Entrelazó las manos sobre la mesa frente a él y apoyó en ellas su cara de facciones afiladas.

Todos los Ohmsford, todos los herederos de Shannara, habían regresado a las Cuatro Tierras tras concluir sus respectivas misiones. Walker Boh había vuelto de Eldwist, a pesar de haber enviado a Pe Eltar para acabar con él, y, una vez recuperada la piedra élfica negra y comprendida su magia, había logrado devolver Paranor al mundo de los hombres y convertirse él mismo en el primero de los nuevos druidas. Y Wren Elessedil había regresado de Morrowindl con Arborlon y los elfos tras descubrir la magia de las piedras élficas, así como su verdadera identidad y su herencia. Se habían cumplido dos de los tres encargos de Allanon. Se habían dado dos de los tres pasos.

«Par ha de ser el último, por supuesto», se dijo Rimmer Dall. Debía encontrar la espada de Shannara, la espada que tenía que revelarle la verdad.

«Juegos disputados por ancianos y fantasmas», caviló Rimmer Dall. Misiones, persecuciones y búsquedas de la verdad. Pero él conocía la situación mejor que ellos, y la verdad era que nada de todo eso importaba porque, al fin y al cabo, la magia lo era todo y esta pertenecía a los umbríos. Le irritaba que, a pesar de sus esfuerzos para impedirlo, hubieran vuelto los elfos y Paranor. Todos a los que había enviado para detener a los herederos de Shannara habían fallado. Su fracaso les había costado la muerte, pero eso no había logrado aplacar la irritación de Rimmer Dall. Tal vez debería haberse encolerizado… o hasta preocupado. Pero Rimmer Dall confiaba en su poder, estaba seguro de controlar los acontecimientos y los tiempos. No le cabía duda de que el futuro seguía estando en sus manos. Si Teel y Pe Eltar le habían fallado, otros no lo harían.

«Zum, zum», susurraba la magia.

Así pues…

Rimmer Dall frunció el ceño. Todo lo que necesitaba era un poco de tiempo. Dejaría que los acontecimientos que ya había puesto en marcha siguieran su curso y entonces sería demasiado tarde para los planes del druida muerto. «Hay que mantener al Tío Oscuro y a la chica lejos el uno del otro. Que no se enteren de lo que pasa. Que no hagan frente común».

«Que no encuentren a los hermanos del valle».

Lo que necesitaba era algo que los distrajera, algo que los mantuviera ocupados. O mejor aún, algo que terminara con ellos. Ejércitos, por supuesto, para aplastar tanto a los elfos como a los nacidos libres. Soldados de la Federación, umbríos Escaladores y a todos cuantos pudiera reunir para barrer de un plumazo a esos estúpidos fuera de su vista. Pero quería algo más, algo especial para los descendientes de Shannara, con todos sus trucos de magia y hechizos druídicos.

Reflexionó sobre el asunto durante largo rato mientras la luz grisácea del crepúsculo daba paso a la noche. La luna se elevaba por el este como una guadaña recortada contra la negrura y las estrellas brillantes parecían cabezas de alfiler plateadas. Su resplandor penetró en la oscuridad que rodeaba al Primer Buscador y transformó su rostro en una calavera.

«Sí», se dijo, asintiendo para sus adentros.

El Tío Oscuro estaba obsesionado con la herencia del druida. Le enviaría algo para burlarse de esa debilidad, algo que lo confundiera y lo frustrara. Le enviaría a los cuatro jinetes.

Y la chica. Wren Elessedil había perdido a su protector y consejero. Le daría a la persona que pudiera llenar ese vacío. Él mismo elegiría a alguien para que fuera a por ella, alguien que la tranquilizara y la consolara, que calmara sus temores para, a continuación, traicionarla y arrebatárselo todo.

Los demás no eran una amenaza, ni siquiera el líder de los nacidos libres o el joven de las Tierras Altas. No podían hacer nada sin los Ohmsford. Si conseguía encerrar al Tío Oscuro en su fortaleza y poner fin al breve reinado de la reina elfa, los planes que con tanto cuidado había trazado el fantasma del druida fallarían. Allanon volvería a hundirse en las aguas del Cuerno del Hades junto con el resto de sus compañeros muertos, volvería al pasado al que pertenecía.

Sí, los demás no contaban.

Pero de todas formas iría a por ellos.

Y aunque todos sus intentos fueran para nada, aunque no pudiera hacer más que perseguirlos como un perro a su presa, se conformaría con eso si así conseguía apoderarse del alma de Par Ohmsford. Le bastaba con eso para poner fin a todas las esperanzas de sus enemigos. Solo eso. El borde del precipicio estaba cerca y el joven del valle ya había echado a andar hacia él. Su hermano sería el cebo que lo atraería como a un lobo en plena caza. Coll Ohmsford estaría a esas alturas bajo el hechizo del sudario-espejo, sería esclavo de la magia que había creado la capa. La había robado para disfrazarse, sin imaginar que así lo había previsto Rimmer Dall, sin sospechar ni por un momento que era una trampa mortal que lo sometería a los oscuros objetivos del Primer Buscador. Coll Ohmsford perseguiría a su hermano y provocaría un enfrentamiento. Y lo haría porque la capa no le permitiría hacer otra cosa, pues alojaba en su interior una locura de la que solo podría librarse con la muerte de su hermano. Par se vería obligado a luchar. Y, como carecía de la magia de la espada de Shannara, las armas convencionales no bastarían para detener a la especie de umbrío en que se habría convertido su hermano y estaría aterrado de que se tratara de otro truco, recurriría a la magia de la Canción.

Tal vez matara a su propio hermano, pero esta vez lo haría de verdad, para a continuación darse cuenta, cuando fuera demasiado tarde para cambiar las cosas, de lo que había hecho.

O tal vez no. Tal vez dejara escapar a su hermano, y eso sería su perdición.

El Primer Buscador hizo un gesto indiferente. Fuera como fuese, el resultado sería el mismo. En cualquier caso, el joven del valle estaba acabado. El impacto que le provocaría lo que había hecho con la magia lo trastornaría, le haría perder el control de su poder y lo convertiría en un instrumento en manos de Rimmer Dall. De eso él estaba seguro porque, a diferencia de los herederos de Shannara y de su mentor, él comprendía la magia élfica, la magia que le correspondía por su linaje y por derecho. Comprendía lo que era y cómo funcionaba. Sabía lo que Par ignoraba: qué le pasaba a la Canción, por qué actuaba como lo hacía, cómo había escapado a su control hasta convertirse en algo indómito que hacía lo que se le antojaba.

Par estaba cerca. Muy cerca.

«El peligro de lidiar con la bestia está en que tú mismo te conviertas en una».

Él era casi uno de ellos.

No tardaría en serlo.

Por supuesto, existía la posibilidad de que el joven del valle descubriera antes de tiempo la verdad acerca de la espada de Shannara. ¿El arma que llevaba, la que Rimmer Dall le había entregado tan fácilmente, era el talismán que buscaba o una imitación? Par Ohmsford seguía sin saberlo. Contaba con que no lo averiguara. Y, aunque lo hiciera, ¿de qué le serviría? Las espadas tenían doble filo y podían cortar en ambos sentidos. La verdad sería para Par más perjudicial que útil…

Rimmer Dall se levantó y se acercó de nuevo a la ventana, una sombra en la oscuridad de la noche, encorvada y agazapada para protegerse de la luz. Los druidas no lo comprendían; nunca lo habían hecho. Allanon era un anacronismo antes incluso de que se hubiera convertido en lo que Bremen había querido hacer de él. Druidas… Utilizaban la magia como estúpidos jugando con fuego: asombrados ante sus posibilidades, pero aterrorizados por los peligros que implicaba. No era de extrañar que se hubieran quemado tan a menudo. Pero eso no les había impedido aceptar ese don misterioso. Juzgaban demasiado deprisa a quienes intentaban ejercer el poder, a los umbríos sobre todo, y los señalaban como enemigos para destruirlos.

Como se habían destruido a sí mismos.

Sin embargo, había proporcionalidad y lógica en la visión que los umbríos tenían de la vida; para ellos la magia no era un juguete, sino la esencia de su naturaleza y su identidad, y la defendían, protegían y adoraban. Nada de medias tintas que negaban la accesibilidad de la vida ni de advertencias interesadas para asegurarse de que nadie más la utilizaba. Nada de admoniciones ni toques de atención. Nada de juegos. Los umbríos no eran más que lo que la magia hacía de ellos y, una vez aceptado eso, la magia podía convertirlos en cualquier cosa.

Las copas de los árboles de los bosques y acantilados de las montañas Runne parecían montículos oscuros sobre la superficie lisa y plateada del Lago del Arco Iris. Rimmer Dall contempló el mundo y vio lo que los druidas jamás habían sido capaces de ver.

Que pertenecía a aquellos que eran lo bastante fuertes para tomarlo, sostenerlo y darle forma. Que existía para que otros lo utilizaran.

Sus ojos, del color de la sangre, ardían.

Era irónico que los Ohmsford hubieran servido tanto tiempo a los druidas, cumpliendo sus misiones, llevando a cabo sus búsquedas, siguiendo sus visiones de verdades que nunca habían existido. Las historias eran leyenda. Shea y Flick; Wil, Brin y Jair; y ahora, Par. Todo había sido inútil. Pero esto pondría el punto final. Porque Par serviría a los umbríos y, al hacerlo, rompería el vínculo entre los druidas y los Ohmsford.

—Par. Par. Par.

Rimmer Dall susurró su nombre en la noche: una letanía que inundó su mente con las visiones de un poder que nadie podría arrebatarle.

Permaneció mucho tiempo junto a la ventana, soñando con el futuro.

Luego se retiró bruscamente y bajó a las profundidades de la torre en busca de alimento.

2


La bodega situada bajo el molino estaba sumida en la sombra y los débiles rayos que se filtraban por las tablas del suelo no tardaron en desvanecerse en la débil luz del crepúsculo. Fuera de su refugio seguro, tras ser perseguido por las catacumbas vacías y finalmente acorralado contra la trampilla atascada por la que había pensado escapar, Par Ohmsford se agazapó como un animal rabioso, esgrimiendo ante sí la espada de Shannara en actitud defensiva. Entonces, el intruso que le había perseguido hasta allí se detuvo en seco y levantó la mano para quitarse la capucha que le tapaba la cara.

—Muchacho, soy yo —susurró una voz familiar.

La capucha cayó y dejó al descubierto una cabeza morena, pero seguía estando demasiado oscuro…

La figura dio un paso hacia delante con cautela, bajando la mano que enarbolaba el cuchillo largo.

—¿Par?

De pronto, los rasgos del intruso quedaron iluminados por un haz de brumosa luz gris y Par jadeó por la sorpresa.

—¡Padishar! —exclamó, aliviado—. ¿Eres tú?

El cuchillo desapareció bajo la capa y se oyó una risa débil e inesperada.

—El mismo que viste y calza. ¡Maldita sea, pensaba que nunca te encontraría! He recorrido Tyrsis de punta a punta, hasta el último escondrijo, y allá donde iba me estaban esperando la Federación y los buscadores umbríos. —Se acercó al pie de la escalera, esbozando una amplia sonrisa, con los brazos extendidos—. Ven aquí, muchacho. Deja que te vea.

Par bajó la espada de Shannara y recorrió las escaleras con una mezcla de cansancio y gratitud.

—Creía que eras… Me asusté…

Entonces Padishar lo estrechó entre sus brazos, dándole palmaditas en la espalda y levantándolo del suelo como si fuera un fardo de tela.

—¡Par Ohmsford! —exclamó, dejando al joven del valle en el suelo y sujetándolo por los hombros para examinarlo. Esbozó una sonrisa radiante y despreocupada y se echó a reír de nuevo—. ¡Estás hecho una piltrafa!

—Tú tampoco tienes muy buen aspecto que digamos —respondió Par con una mueca. El hombre corpulento tenía en la cara y el cuello cicatrices de heridas de guerra que no estaban allí cuando se habían separado. Negó con la cabeza, abrumado—. Suponía que habrías conseguido huir del Pozo, pero me alegro de verte y poder confirmarlo.

—¡Ah, han ocurrido muchas cosas desde entonces, joven del valle! —El pelo lacio de Padishar estaba enredado y tenía profundas ojeras por la falta de sueño. Miró a su alrededor—. ¿Estás solo? Eso no me lo esperaba. ¿Dónde está tu hermano? ¿Y Damson?

—Coll… —empezó a responder Par mientras su sonrisa se desvanecía, pero no pudo terminar—. Padishar, no puedo… —Apretó la empuñadura de la espada de Shannara, como si al hacerlo se aferrara a la cuerda salvavidas que de pronto necesitaba—. Damson ha salido esta mañana y aún no ha vuelto.

—¿Salido? ¿Adónde, muchacho? —inquirió Padishar, entornando los ojos.

—En busca de un camino para salir de la ciudad. O, a falta de uno, otro escondite. La Federación está en todas partes. Pero no te estoy contando nada que no sepas. Tú mismo los has visto. ¿Cuánto tiempo llevas buscándonos, Padishar? ¿Cómo has encontrado este lugar?

—Un golpe de suerte —respondió Padishar, dejando caer sus grandes manos—. Fui a todos los escondites que me vinieron a la mente, los más recientes, los que Damson nos preparó el año pasado. Este es viejo, hace cinco años que lo preparó y no lo habíamos utilizado en los últimos tres. Me acordé de él después de haberos buscado en todos los demás. —De pronto se sobresaltó—. ¡Muchacho! —exclamó, reparando de repente en la espada que Par tenía en la mano—. ¿Es esta? ¿Es la espada de Shannara? Entonces, ¿la has encontrado? ¿Cómo la sacaste del Pozo? ¿Dónde…?

De la oscuridad a sus espaldas les llegó el ruido de botas que bajaban por la escalera de madera, seguido del sonido metálico de armas y un murmullo de voces. Padishar se dio la vuelta. Los ruidos eran inconfundibles. Unos hombres armados bajaban por las escaleras traseras hasta la habitación que Par acababa de abandonar y cruzaban la misma puerta por la que había entrado Padishar. A continuación entraron sin dudar en los túneles del otro lado, guiándose con antorchas que humeaban y chisporroteaban en la oscuridad.

Padishar se giró de nuevo, agarró a Par del brazo y tiró de él hacia la trampilla.

—La Federación. Deben de haberme seguido. O tenían vigilado el molino.

—Padishar, la puerta… —Par dio un traspié, tratando de soltarse.

—Paciencia, muchacho —lo interrumpió, empujándolo hasta la parte superior de las escaleras—. Estaremos fuera antes de que nos alcancen.

Se abalanzó sobre la trampilla y retrocedió trastabillando, con una expresión de incredulidad reflejada en su tosco rostro.

—Eso intentaba decirte —susurró Par, soltándose y mirando hacia atrás, en dirección a sus perseguidores. Levantó la espada de Shannara de forma amenazadora—. ¿Hay otra salida?

La respuesta de Padishar fue arrojarse repetidas veces contra la trampilla, empleando todas sus fuerzas y su gran corpulencia para derribarla. La puerta se negó a moverse y, aunque se rajaron y astillaron algunas de sus tablas con las embestidas, no cedió.

—¡Maldición! —exclamó el líder de los nacidos libres.

Los soldados de la Federación abandonaron el pasadizo y entraron en la habitación. Al frente iba un buscador envuelto en una capa negra. Vieron a Padishar y a Par paralizados en la escalera de la trampilla y se abalanzaron sobre ellos. Con un sable en una mano y el cuchillo largo en la otra, Padishar bajó las escaleras para hacerles frente. Los primeros fueron derribados al instante. El resto se detuvo y adoptó una actitud precavida, haciendo amagos y arremetiendo con cautela, tratando de alcanzarle por el costado. Par se quedó detrás de él, lanzando estocadas para cubrirle los flancos. Poco a poco, los dos subieron de nuevo las escaleras para obligar a sus agresores a atacarlos de frente.

La lucha estaba perdida. Eran veinte como mínimo. Si lanzaban una buena ofensiva, estarían acabados.

Par se golpeó la cabeza con la trampilla. Se giró lo justo para darle un último empujón, pero seguía atascada. Sintió que en su interior se abría un foso de desesperación. Estaban atrapados.

Sabía que iba a tener que recurrir a la magia de la Canción.

Abajo, Padishar arremetía contra sus asaltantes y los obligaba a retroceder una docena de escalones.

Par conjuró la magia y sintió cómo la Canción acudía a sus labios y le dejaba un gusto amargo. No había sido lo mismo desde que había huido del Pozo. Nada había sido lo mismo. Los soldados de la Federación se unieron en un contraataque que obligó a Padishar a subir las escaleras. Los rasgos afilados del proscrito brillaban por el sudor.

De pronto algo se movió arriba y la trampilla se abrió. Par llamó a gritos a Padishar y, sin preocuparse ya por nada más, se precipitaron escaleras arriba, cruzaron la trampilla y se encontraron en el molino.

Allí estaba Damson Rhee, con el cabello pelirrojo ondeando detrás de su figura envuelta en una capa, corriendo hacia un boquete abierto en las paredes de madera del molino mientras pedía a gritos que la siguieran. Damson se volvió, veloz como un gato, para hacer frente a los soldados, en su mano vacía brotó un fuego y les arrojó llamaradas a la cara. Pasó entre ellos girando sobre sí misma y esparciendo a diestro y siniestro la magia para despejar el camino. Par y Padishar se apresuraron a seguirla, gritando como locos. Los soldados trataron en vano de reagruparse. Ninguno pudo acercarse a Par. Luchando como un poseso, Padishar los mató allí mismo.

De pronto se encontraron en la calle, inhalando el húmedo aire de la noche con la cara bañada en sudor y la respiración ruidosa como un motor de vapor. Había caído la noche en forma de una espesa bruma crepuscular de porquería y polvo que flotaba en las estrechas callejuelas entre las murallas. La gente corría dando gritos mientras los soldados de la Federación aparecían por todas partes, profiriendo maldiciones y apartando a empujones a cualquiera que se interpusiera en su camino.

Sin decir una palabra, Damson condujo a Padishar y a Par por una callejuela y les hizo cruzar un túnel ennegrecido que apestaba a escombros y excrementos. La huida fue rápida pero engorrosa. Damson los llevó por una calleja hasta la puerta lateral de una taberna. Entraron al interior escasamente iluminado, pasaron por delante de hombres encorvados sobre las mesas y desplomados en las sillas, alrededor de barriles y a lo largo de un mostrador, y salieron por la puerta delantera.

A ambos lados se extendía un porche destartalado de listones de madera y con el techo bajo y combado. La calle estaba desierta.

—¿Por qué has tardado tanto, Damson? —susurró Par mientras corrían—. Esa trampilla…

—Fue culpa mía, Par —respondió la muchacha, enfadada—. La bloqueé con máquinas para ocultarla. Pensé que así estarías más seguro. Me equivoqué. Pero yo no he traído a los soldados. Deben de haberlo descubierto ellos solos o haber seguido a Padishar. —El hombre corpulento empezó a hablar, pero ella lo interrumpió—. Rápido. Ya están aquí.

De entre las sombras, las formas oscuras de los soldados de la Federación salieron en tropel a la calle. Damson dio media vuelta, cruzó hasta la hilera de edificios que se levantaban al otro lado y los condujo por una callejuela muy estrecha en la que apenas cabían, perseguidos por aullidos encolerizados.

—¡Tenemos que volver a la Vía Tyrsiana! —jadeó la muchacha.

Irrumpieron en un mercado, resbalando con los restos de comida y chocando con los cubos de basura. Un par de puertas altas les impidieron continuar y Damson trató inútilmente de retirar la barra que las atrancaba. Al final, Padishar destrozó una de ellas con una enérgica patada.

Al verlos salir, los soldados se precipitaron a su encuentro con las espadas desenvainadas. Padishar arremetió contra ellos y los lanzó por los aires. Dos cayeron desplomados y el resto se desperdigó.

Un repentino movimiento a la izquierda de Par le hizo girar la cabeza. De la noche surgió un buscador; la cabeza del lobo brillaba en su capa oscura. Par arrojó sobre él la magia de la Canción en forma de serpiente monstruosa y el buscador retrocedió tambaleándose y profiriendo alaridos.

Corrieron calle abajo, atajando en diagonal hasta una segunda calle y luego una tercera. La huida estaba poniendo a prueba la resistencia de Par; su respiración era tan jadeante que amenazaba con ahogarlo y tenía la garganta seca por el polvo y el miedo. Todavía estaba débil por la lucha en el Pozo y no se había recuperado del todo de las secuelas de haber usado la magia. Se llevó al pecho la espada de Shannara en un gesto protector; le parecía cada vez más pesada.

Doblaron una esquina y se detuvieron a la entrada de un establo, conscientes de que el tumulto aumentaba a su alrededor.

—¡No pueden haberme seguido! —dijo Padishar de pronto, escupiendo sangre entre sus labios cuarteados.

—No me lo explico, Padishar —respondió Damson, sacudiendo la cabeza—. Han descubierto todos los escondites seguros; los he encontrado en cada uno de ellos, esperándome. Incluso en este.

—Debí imaginarlo —dijo el jefe de los proscritos. Sus ojos brillaron de pronto al comprender—. Fue ese umbrío, el que mató a Hirehone, el que se hizo pasar por uno de los enanos. —Par levantó la cabeza—. ¡Descubrió nuestros escondites seguros y les explicó cómo encontrarlos, como hizo con el Saliente!

—¡Un momento! ¿Qué enano? —preguntó Par, confundido.

Pero Damson había empezado a andar de nuevo y los dos tuvieron que seguirla mientras bajaba por un camino y cruzaba una plaza en la que desembocaban media docena de callejas. Siguieron avanzando con agotamiento en medio del calor y la oscuridad hacia la Vía Tyrsiana, la calle principal de la ciudad. Par no dejaba de hacerse preguntas mientras seguía andando entre tambaleos, pero determinado a seguir. ¿Los había delatado un enano? Steff o Teel… ¿U otro? Trató de escupir para aliviar la sequedad de su garganta. ¿Qué había pasado en el Saliente? ¿Y dónde estaba Morgan Leah?, se preguntó de pronto.

De repente apareció ante ellos una hilera de soldados que les cortó el paso. Damson se apresuró a empujar a Padishar y a Par hacia las sombras del edificio.

—He encontrado al Topo —les susurró apresuradamente al oído, mirando a izquierda y derecha mientras se alzaban nuevos gritos—. Nos espera en el taller de cuero de la Vía Tyrsiana para sacarnos de la ciudad por los túneles.

—¡Ha escapado! —exclamó Par.

—Te dije que era un tipo con recursos. —Damson tosió y esbozó una sonrisa—. Pero tenemos que llegar hasta donde nos espera si queremos que nos ayude… Necesitamos cruzar la Vía Tyrsiana y pasar junto a esos soldados que nos cortan el paso. Si nos separamos, no os paréis. Seguid adelante.

Antes de que alguno de los dos pudiera protestar, ya había salido disparada hasta una calleja bordeada de almacenes cerrados. Padishar logró formular una breve y furiosa objeción y salió tras ella, seguido de Par. Fueron de la calleja a la calle del otro lado y giraron en la Vía Tyrsiana. Ante ellos aparecieron soldados, apenas un puñado, que escudriñaban la noche. Padishar se abalanzó sobre ellos, furioso, blandiendo el sable en el que se reflejaba una siniestra luz plateada. Damson hizo girar a Par a la izquierda y pasaron por delante de sus contrincantes. Aparecieron más soldados y, de pronto, había enemigos por todas partes; salían de la oscuridad en grupos reducidos y daban vueltas, frenéticos. La luna había desaparecido detrás de un montón de nubes y las farolas de la calle estaban apagadas. Estaba tan oscuro que era imposible distinguir amigo de enemigo. Damson y Par se abrieron paso por entre el tumulto, retorciendo manos que trataban de agarrarlos y apartando a empujones cuerpos que les cortaban el paso. Oyeron el grito de guerra de Padishar, seguido de un furioso choque de espadas.

Más adelante, la noche se vio invadida por un resplandor naranja brillante cuando algo explotó en el centro de la vía.

—¡Topo! —gritó Damson.

Se precipitaron hacia la luz, una columna de fuego que brillaba en la oscuridad. Junto a ellos pasaban cuerpos en todas direcciones que zarandearon a Par con tanta fuerza que perdió a Damson. Retrocedió para buscarla, pero cayó en una maraña de brazos y piernas al chocar con un soldado que huía. El joven del valle intentó levantarse, llamando a gritos a Damson. La espada de Shannara reflejó el fuego naranja cuando la blandió primero hacia un lado y luego hacia el otro, gritando.

De pronto, Padishar apareció de la nada y lo ayudó a levantarse, se lo cargó a los hombros y se dirigió a la seguridad de los edificios sin luz. Las espadas les cortaban el paso, pero él era rápido y fuerte y esa noche nadie estuvo a su altura. El líder de los nacidos libres pasó corriendo entre los últimos soldados de la Federación y llegó al pasadizo que se perdía a lo largo de los edificios del otro lado de la vía. Lo recorrió a toda velocidad, pasando por encima de cubos y barriles, apartando bancos a patadas y pasando a todo correr entre los soportes de los aleros y los escombros de la jornada de trabajo.

Los talleres de cuero estaban más adelante, silenciosos y aparentemente vacíos. Padishar corrió con todas sus fuerzas hasta el primero y traspasó el umbral como si no hubiera puerta, arrancándola de las bisagras de un empujón.

Una vez en el interior, tiró de Par y se giró, furioso.

No había rastro de Damson.

—¡Damson! —gritó.

Los soldados de la Federación se acercaban a los talleres de cuero, llegados de todas partes.

—¡Topo! —gritó Padishar con desesperación, con la cara roja y negra por la sangre y el polvo.

De las sombras del fondo del taller salió una cara peluda.

—Por aquí —respondió el Topo con voz serena—. Rápido, por favor.

Par vaciló, buscando todavía a Damson con la mirada, pero Padishar lo agarró de la capa y lo llevó a rastras.

—No hay tiempo, muchacho.

El Topo levantó la cara con expresión interrogante y los ojos brillantes cuando se acercaron a él.

—¿Y la encantadora Damson…? —preguntó, pero Padishar lo interrumpió negando con la cabeza.

El Topo parpadeó y luego les dio la espalda sin decir palabra. Los llevó por una puerta que conducía a unos almacenes y después por una escalera hasta un sótano. En una pared en la que todas las juntas parecían selladas, se dirigió a un panel que cedió solo con tocarlo y, sin mirar una sola vez atrás, les hizo cruzarlo.

Se encontraron en el rellano de una escalera que bajaba a las alcantarillas de la ciudad. El Topo volvía a estar en casa. Bajó despacio a las húmedas y frías catacumbas; la luz era apenas lo bastante intensa para que Padishar y Par pudieran seguirlo. Al pie de las escaleras le pasó una antorcha con la punta negra de hollín al jefe de los proscritos, que se arrodilló sin decir nada para encenderla.

—¡Tenemos que volver a por ella! —siseó Par, furioso.

La cara llena de heridas de Padishar emergió de las sombras como si estuviera tallada en piedra.

—Calla, joven del valle, no sea que se me olvide quién eres —respondió el jefe de los proscritos, dirigiéndole una mirada aterradora.

Creó una pequeña llama con un pedernal, encendió la punta de la antorcha untada de brea y los tres se internaron en los túneles de las alcantarillas. El Topo iba al frente, escabulléndose sin cesar en la oscuridad humeante, avanzando con pasos estudiados, conduciéndolos por debajo de la ciudad, lejos de sus muros. Habían dejado de oírse los gritos de sus perseguidores y Par supuso que, aun en el caso de que los soldados de la Federación hubieran encontrado la entrada secreta, no habrían tardado en perderse por los túneles. De pronto cayó en la cuenta de que seguía esgrimiendo la espada de Shannara y, tras un instante de vacilación, la deslizó con cuidado en su vaina.

Pasaban los minutos y con cada paso que daban, Par perdía la esperanza de volver a ver a Damson. Estaba ansioso por ayudarla, pero la expresión de Padishar lo había convencido de que al menos por el momento debía contenerse. Seguro que el líder de los nacidos libres estaba tan preocupado por ella como él.

Cruzaron un puente de piedra que salvaba una perezosa corriente y se adentraron en un túnel con el techo tan bajo que se vieron obligados a recorrerlo casi a gatas. Al final de este, el techo volvió a elevarse y avanzaron por una confluencia de túneles hasta toparse con una puerta. El Topo tocó algo que descorrió el pesado pestillo y la puerta se abrió, invitándolos a entrar.

En el interior encontraron una colección de muebles antiguos y viejos trastos que, si no eran los mismos que el Topo había estado a punto de perder hacía una semana al huir de los soldados de la Federación, eran sin duda unas réplicas perfectas. Había animales de peluche colocados ordenadamente en una pulcra hilera sobre un viejo sofá de cuero. Los ojos de botón los miraron cuando entraron, indiferentes a lo que veían.

—Chalt el Valiente, la dulce Everlind, Westra y la pequeña Lida —susurró el Topo, acercándose a ellos. Murmuró otros nombres en un tono demasiado bajo para que pudieran oírlos—. Hola, hijos míos. ¿Estáis bien? —Los besó uno por uno y volvió a colocarlos con cuidado—. No, no, las criaturas oscuras no os encontrarán aquí, os lo prometo.

Padishar le pasó la antorcha a Par, se acercó a una palangana y empezó a arrojarse agua fría a la cara cubierta de una capa de sudor. Cuando terminó, se quedó allí de pie. Apoyó las manos en la mesa en la que estaba la palangana y bajó la cabeza, cansado.

—Topo, tenemos que averiguar qué le ha ocurrido a Damson.

—¿A la encantadora Damson? —inquirió el Topo, girándose.

—Estaba a mi lado —intentó explicar Par—, pero los soldados se interpusieron entre ambos…

—Lo sé —lo interrumpió Padishar, levantando la vista—. No fue culpa tuya. Ni de nadie. Puede que haya logrado escapar, pero había tantos… —Exhaló con fuerza—. Topo, tenemos que averiguar si la han capturado.

—Los túneles pasan por debajo de las prisiones de la Federación y algunos llegan hasta sus mismas paredes —respondió el Topo, parpadeando despacio, y sus agudos ojos brillaron—. Puedo echar un vistazo y escuchar.

—En la torre de entrada al Pozo también, Topo —dijo Padishar, mirándolo fijamente.

Se produjo un largo silencio. A Par se le heló la sangre. Damson no podía estar allí.

—Quiero ir con él —dijo el joven del valle en voz baja.

—Ni hablar —contestó Padishar negando enérgicamente con la cabeza—. El Topo se moverá más deprisa y con más sigilo si va solo. —Sus ojos reflejaban desesperación cuando se encontraron con los de Par—. Querría ir con él tanto como tú, muchacho. Ella es…

—Me lo dijo —lo interrumpió Par tras un breve instante de vacilación, asintiendo con la cabeza.

Se miraron en silencio.

El Topo cruzó con agilidad felina la habitación, entrecerrando los ojos para protegerlos de la luz de la antorcha que Par mantenía en alto.

—Esperad aquí hasta que vuelva —les ordenó mientras desaparecía de su vista.

3


Par Ohmsford había recorrido un largo y arduo camino desde su reunión, hacía ahora mucho tiempo, con el fantasma de Allanon en el Cuerno del Hades hasta el lugar y momento presentes, y, de pie en la guarida subterránea del Topo, contemplando los restos y desechos de la vida de otras personas, no pudo evitar preguntarse hasta qué punto reflejaban la suya.

«Damson».

Cerró con fuerza los ojos para contener las lágrimas que amenazaban con escapársele. No se veía capaz de afrontar el dolor que le produciría perderla. Apenas estaba empezando a comprender cuánto significaba para él.

—Par. —Padishar pronunció su nombre con suavidad—. Ven a lavarte, muchacho. Estás exhausto.

Par asintió. Estaba destrozado física, emocional y espiritualmente. Destrozado en todos los sentidos. Se le habían agotado las fuerzas y su última esperanza había quedado hecha trizas como si fuera papel bajo un cuchillo.

Encontró velas repartidas por la estancia y las encendió con la antorcha antes de apagarla. Luego se acercó a la palangana y empezó a lavarse despacio, de forma ritual, frotándose la mugre y el sudor como si al hacerlo borrara todo lo malo que le había ocurrido durante la búsqueda de la espada de Shannara.

Todavía llevaba la espada colgada entre los hombros. Se detuvo en mitad de su aseo para quitársela y la apoyó contra un viejo tocador con el cristal roto. Se quedó mirándola fijamente como miraría a un enemigo. La espada de Shannara… ¿o no lo era? Todavía no lo sabía. La misión que le había encomendado Allanon era encontrar la espada y, aunque en otro tiempo creyó haberlo conseguido, ahora empezaba a considerar la posibilidad de que no fuera así. Había olvidado su misión después de la muerte de Coll y durante su lucha por conservar la vida en las catacumbas de Tyrsis. Se preguntó cuántos de los encargos de Allanon habrían quedado en el olvido o habrían sido directamente rechazados. Se preguntó si Walker o Wren habrían cambiado de parecer.

Terminó de lavarse, se secó y al darse la vuelta encontró a Padishar sentado ante una mesa de tres patas, cuyo miembro ausente había sido sustituido por un cajón. El líder de los nacidos libres comía pan con queso y lo acompañaba de cerveza. Le señaló a Par el lugar que le había preparado y el plato de comida que le esperaba, y el joven del valle se acercó sin decir palabra, se sentó y empezó a comer.

Tenía más hambre de lo que había creído y se terminó la comida en unos minutos. A su alrededor, las velas chisporroteaban y parpadeaban en la media luz como luciérnagas en una noche sin luna. El silencio solo era interrumpido por el lejano ruido del agua goteando.

—¿Cuánto hace que conoces al Topo? —le preguntó a Padishar, incómodo ante la sensación de vacío que el silencio producía en su interior.

Padishar frunció el ceño. Tenía rasguños y cortes tan profundos en la cara que parecía un puzle con las piezas mal encajadas.

—Cerca de un año. Damson me llevó un día al parque después del anochecer para presentármelo. No sé cómo lo conoció ella. —Echó un vistazo a los animales disecados—. Un bicho raro, pero con ella, se veía venir.

Par asintió con la cabeza.

—Háblame de la espada, muchacho —lo apremió Padishar, echándose hacia atrás en su silla hasta hacerla crujir y agitando la jarra de cerveza delante de él—. ¿Es la auténtica?