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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Julie Leto Klapka

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un soplo de inspiración, n.º 230 - septiembre 2018

Título original: What’s Your Pleasure?

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-204-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

El cuerpo tendido en la calzada tendría que haber sido su primera prioridad. Pero en cuanto su némesis apareció en su campo de visión, todo se esfumó. A pesar de los años en el cuerpo de policía y de su éxito como investigadora privada, Leah jamás podría negar que primero y por encima de todo era mujer. ¿Cómo una mujer como ella podría mantener la concentración sobre un conjunto muerto de huesos rotos y músculos desgarrados cuando semejante espécimen vivo, pura masculinidad en los puntos adecuados, se dirigía hacia ella?

—Y bien, ¿consigues lo que querías?

Devon Michaels parpadeó dos veces y alzó la vista de sus notas justo cuando Jake Tanner logró el cometido en apariencia imposible de sentarse en la silla de la cafetería. No es que la silla forrada de plástico naranja fuera demasiado pequeña. Pero el detective Tanner, un hombre mucho más poderosamente masculino que cualquiera que Devon pudiera inventarse en su imaginación, era tan increíblemente… grande. Medía más de un metro noventa y cinco, con un pelo tupido y oscuro y ojos del color del mejor bourbon de Kentucky.

—¿Perdona?

Devon cerró el cuaderno de notas con la esperanza de que su sonrisa no pareciera demasiado tonta. Jake acababa de interrumpir su intento de avanzar en el capítulo cinco de la obra que le ocupaba su tiempo durante el descanso de la clase que él daba en la academia municipal. No le importó la intrusión. Obtenía su mejor inspiración en presencia de su instructor. Después de todo, se suponía que el libro era un thriller erótico, y sus pensamientos se centraban en todo tipo de cosas sensuales en cuanto Jake Tanner se hallaba en la habitación.

Por desgracia, cuando entraba en su espacio personal, le resultaba imposible concentrarse. Al parecer, poseía el poder de retrotraerla a los diecisiete años, cuando compartir un espacio con un chico atractivo podía desposeerla de su capacidad de formar un pensamiento coherente.

—Las fotografías.

El detective Tanner le acercó una entre una docena de fotos de una escena de crimen que había pedido durante el descanso. Eligió la menos chocante, aunque hacía tiempo que ella había desarrollado inmunidad a las fotos de sangre y vísceras. Si pudiera conseguir esa misma insensibilidad ante los detectives sexys y jactanciosos, no estaría luchando con su cerebro para encontrar una respuesta a la pregunta.

Él interpretó su expresión de desconcierto como una necesidad de clarificación.

—¿Te ayudan con tu nuevo libro?

«No tanto como podrías ayudarme tú… si tuviera el valor de pedírtelo».

—En realidad aún no he tenido la oportunidad de mirarlas —respondió.

Jake se encogió de hombros.

—Es interesante tenerte en mi clase —continuó—. Una escritora de novelas de misterio con tu fama… y lectores. Tienes unos cuantos admiradores en la clase.

—He sido muy afortunada —se mordió el labio inferior.

—Entonces… —arrastró la palabra como si no pudiera decidir si hacerle la pregunta—. ¿Por qué asistes al curso? Ya conoces bastante bien los procedimientos policiales.

Por primera vez Devon se dio cuenta de que él no se mostraba simplemente cortés o curioso. Quería mantener una conversación. Un intercambio real de información… más allá de una charla trivial.

Se dijo que podía lograrlo, que era una adulta. Ya no cumpliría los treinta años. Había entrevistado a un montón de detectives de homicidio y antivicio, al jefe de la policía de Florida, al director de investigaciones contra el crimen organizado del FBI, y como a su hermana famosa le encantaba tirar de contactos para demostrar que los tenía, incluso a los directores del Servicio Secreto y de la CIA.

Y ninguno la había hecho sentirse con un nudo en la lengua.

Tampoco ninguno le provocaba un hormigueo encendido en los pechos.

—Me gusta mantenerme al día. No te molestan todas las preguntas que hago, ¿verdad?

Jake recompensó su pregunta con una sonrisa, y Devon pensó en un joven que acababa de recibir un cumplido exagerado. Pero Jake Tanner no era un joven. Por las patas de gallo y por las sienes canosas en el pelo tupido y con ondas, adivinó que no cumpliría los veintinueve años.

—No, no me importa en absoluto —repuso—. Y creo que la clase disfruta con… nuestra interacción.

Calló. Devon repitió lo que acababa de decir, y luego comprendió que había plantado una insinuación para que ella reaccionara. ¿Qué se suponía que tenía que decir? ¿Que le gustaría un poco más de interacción en privado?

Bebió un gran trago de su refresco. Sonreía como una idiota, de eso estaba segura. Pero había aprendido una cosa de su hermana, la estrella de rock experta en medios de comunicación: que cuando no se quiere contestar una pregunta, no se contesta. Simplemente hay sonreír.

Al parecer no lo hizo con mucho éxito, porque Jake frunció el ceño, movió la cabeza y continuó:

—Los escritores piensan mucho como los detectives. Tenemos una perspectiva extraña, como si…

—¡Pensamos para atrás! —ese era un tema que podía controlar—. Así lo llama mi amiga Sydney. Empezamos con un final y a partir de ahí retrocedemos.

Finales. A Devon le encantaban, tanto como los helados o un brownie caliente con chocolate derretido por encima con helado de vainilla en un día caluroso. Le encantaban, casi tanto como la fantasía de poder compartirlos con el detective Jake Tanner.

Solo les quedaban dos semanas de clases, y esa era la primera vez que hablaba con él, aparte de los saludos educados y de las preguntas y respuestas habituales en la clase. Desde luego, ella no había iniciado la conversación, ni le había enviado una señal deliberada de bienvenida. Pero no podía estar tan segura en lo referente a alguna insinuación subliminal que pudiera emitir. En ese sentido, su inexperiencia la mantenía en desventaja. Reconocía la atracción que le inspiraba Jake Tanner, su intenso magnetismo. Pero tenía razones muy buenas y válidas para retirarse.

Por el momento, aunque no durante mucho tiempo.

Devon solía aislarse en un rincón de la vieja cafetería, mientras sus compañeros de clase y su instructor disfrutaban de unos refrescos. No es que no le gustara alternar con el resto de la clase… siempre llegaba pronto para charlar con la señorita Pérez y sus amigos de Seminole Heights, el antiguo barrio de Tampa donde habían establecido el grupo Los Vigilantes del Barrio. O para hablar de cortes de pelo o manicura con Shawnna Fielding, una estilista que asistía a clase para mitigar algunos de sus temores por el trabajo de su marido, Mike, que era patrullero. Incluso le había reconocido a Dirk y a Sam, dos adolescentes que tenían en mente la Academia como una carrera, que era la hermana de D’Arcy Wilde, diva de la MTV, lo cual, por supuesto, condujo a una inevitable petición de autógrafos.

Durante seis semanas había evitado hablar con el detective Tanner, salvo en la clase. El diálogo personal podía llevarla a descubrir que le gustaba más de lo que ella ya sospechaba y que negar el deseo de su corazón era un acto cobarde en vez de altruista.

No podía permitirse el lujo de complicarse la vida con una relación amorosa… aún. Pero faltaba poco. Quizá después de que su sobrina, Cassie, se marchara de vacaciones la semana siguiente; después de que hubiera firmado el contrato para su nuevo libro, y recibido el esperado y necesitado adelanto de siete cifras; después de que encontrara la manera de asegurarse que cualquier relación no tendría como resultado que se enamorara.

En poco tiempo iba a ser una mujer sin responsabilidades. Había dedicado toda su vida a cuidar de otras personas, a anteponer siempre las necesidades de los demás. Pero en poco tiempo estaría sola para poder descubrir por primera vez quién era y qué quería, en especial en relación con los hombres.

—No sé mucho sobre escribir libros —Jake la sacó de su ensimismamiento—, pero es verdad, los detectives tenemos que pensar hacia atrás. Nunca antes lo había considerado de esa manera. Empiezas con un crimen y retrocedes hasta el motivo y la oportunidad. Es un concepto interesante.

Devon asintió, mientras se maravillaba del tamaño que tenían las manos de Jake, de la extensión de sus dedos fuertes, de la piel endurecida de los nudillos. Y una vez más notó la ausencia de un anillo, algo que había descubierto el primer día de clase; poco después la señorita Pérez le había confirmado la soltería de Jake.

Los dos estaban solteros. Los dos eran adultos. Ni siquiera su inexperiencia le impedía reconocer que el interés de Jake por ella no se limitaba a las teorías que tenía sobre las obras de ficción.

Jake frunció el ceño.

—¿Te gustaría discutir más nuestros extraños procesos mentales… tal vez durante la cena?

Devon, que era una oyente perceptiva, descubrió que la voz de él denotaba que esperaba recibir un «no» por respuesta.

—En realidad, estoy en un momento muy ocupado de mi vida.

Él asintió y se levantó.

Había intentado no declinar por completo la invitación, pero, de algún modo, lo había rechazado. «¡Estúpida, estúpida, estúpida!». Le había dicho la verdad. ¿Qué más podía añadir sin sonar desesperada?

—Quizá en otro momento, entonces —dijo él—. Puedes quedarte las fotos. Por desgracia, tengo más.

Sonrió levemente y salió del local.

Devon maldijo, y luego guardó el cuaderno de apuntes en el bolso, convencida de que ese día ya no podría escribir otra palabra. Dejó unas monedas para el refresco y fue a la máquina expendedora de golosinas. Los Snickers no eran un helado, pero sí chocolate. Y eso era lo importante.

«Quizá en otro momento», había dicho él. Quizá cuando hubiera superado su incapacidad de pensar en sí misma antes que en los demás. Como Cassie. Y Darcy. Quizá después de que hubiera dejado de huir de las cosas que de verdad la asustaban… como Jake Tanner considerándola una autora fascinante y misteriosa cuando en realidad era solo una mujer que había negado sus propias necesidades durante demasiado tiempo.

«Sí, quizá».