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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Linda Susan Meier

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una preciosa sorpresa, n.º 2160 - septiembre 2018

Título original: Her Pregnancy Surprise

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-632-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NO ESTARÁS planeando volver a Pittsburg esta noche, ¿verdad?

Danny Carson entró en la oficina del tercer piso de su casa de la playa en Virginia Beach hablando con Grace McCartney, su nueva empleada, que estaba detrás de su escritorio, encorvada sobre su portátil. Una morena alta con ojos de color violeta y una sonrisa que iluminaba la habitación. Grace era lista, pero además era simpática y le gustaba la gente. Ambas cualidades habían ayudado enormemente con el trabajo que habían tenido que realizar ese fin de semana.

Grace levantó la cabeza.

–¿Quieres que me quede? –preguntó.

–Llámalo «informe sobre la jornada».

Ella inclinó la cabeza, considerando su sugerencia, y entonces sonrió.

–De acuerdo.

Aquél era su verdadero encanto. Había estado trabajando sin parar durante tres días, obligada a pasar todo el fin de semana ayudando a Danny mientras él persuadía a Orlando Riggs, un chico que había convertido una beca de baloncesto en un contrato de treinta millones de dólares con la NBA, para que contratara a Servicios Carson como empresa financiera. Grace no sólo estaba lejos de su casa en Pittsburg y lejos de sus amigos, sino que tampoco había logrado relajarse en sus días libres. Podría haberle sentado mal que le pidiera que se quedara una noche más. Sin embargo, sonrió.

–¿Por qué no vas a tu habitación a refrescarte un poco? Le diré a la señora Higgins que cenaremos en una hora.

–Suena genial.

Cuando Grace salió de la oficina, Danny llamó a su ama de llaves por el intercomunicador. Leyó sus correos electrónicos, comprobó la cena, paseó por la playa y terminó en el porche con un vaso de whisky. Grace tardó tanto que, cuando Danny oyó las puertas de cristal abriéndose tras él, la señora Higgins ya había dejado las ensaladas sobre la mesa y los entrantes en el carrito, marchándose a su casa. Agotado tras un intenso fin de semana de trabajo, y dándose cuenta de que Grace probablemente también lo estaría, Danny estuvo a punto de sugerirle que se olvidaran de la cena y que hablasen por la mañana, hasta que se dio la vuelta y vio a Grace.

Llevaba un bonito vestido veraniego de color rosa que dejaba ver el bronceado que había adquirido paseando por la playa con Orlando; parecía joven y saludable. Danny ya se había dado cuenta de que era guapa, claro. Tendría que haber sido ciego para no ver lo atractiva que era. Pero aquella noche, con los últimos rayos de sol iluminando su melena negra y la brisa del océano agitándole suavemente la falda, estaba increíble.

–Vaya –dijo él sin poder evitarlo.

Ella sonrió.

–Gracias. Me apetecía mucho celebrar que Orlando ha firmado con Servicios Carson y, aunque esto no es precisamente Prada, es lo mejor de lo que he traído.

Danny se dirigió a su lado de la mesa y sacó su silla.

–Es perfecto –dijo. Pensó en sus pantalones caqui, su camisa de manga corta y su pelo negro revuelto por el viento mientras se sentaba, y luego se preguntó por qué sería. Aquello no era una cita. Ella era una empleada. Le había pedido que se quedara para darle una recompensa por el trabajo que había realizado aquella semana, y para hablar con ella lo suficiente para decidir a qué puesto quería ascenderla; además de para darle las gracias por hacer un buen trabajo. Lo que llevara puesto no tenía por qué importar. El hecho de que aquello pasara por su cabeza estuvo a punto de hacerle reír.

–La señora Higgins ya ha servido la cena –dijo él.

–Ya veo –Grace frunció el ceño, mirando las tapas de plata sobre los platos que había en el carrito junto a la mesa, y luego contempló las ensaladas–. Lo siento, no sabía que hubiera estado tanto tiempo en la ducha. Estaba un poco más cansada de lo que pensaba.

–Entonces me alegro de que te hayas tomado más tiempo –dijo él. Aunque, según lo decía, no podía creer que estuviera pronunciando aquellas palabras. Sí, le estaba agradecido por haber sido tan generosa y amable con Orlando, haciendo que el deportista se sintiera cómodo, pero el modo en que Danny había excusado su tardanza había sonado personal, cuando apenas conocía a esa mujer.

Ella se rió levemente.

–Realmente me cae bien Orlando. Creo que es una persona maravillosa. Pero aun así estábamos aquí para hacer un trabajo.

Cuando sonrió y las terminaciones nerviosas de Danny se pusieron alerta, se dio cuenta de que no se estaba comportando como un jefe porque se sentía atraído por ella. Estuvo a punto de negar con la cabeza. Estaba tan lento que había necesitado todo un fin de semana para darse cuenta de eso.

Pero no negó con la cabeza. No reaccionó en absoluto. Era su jefe y ya se había equivocado dos veces. Su «vaya» cuando la había visto con ese vestido había sido inapropiado. Su comentario sobre el tiempo extra había sido demasiado personal. Se excusó a sí mismo pensando que estaba cansado. Pero, tras darse cuenta de lo que pasaba, no podía parar. Él no salía con empleadas, pero además esa empleada en particular había demostrado ser demasiado valiosa para correr el riesgo de perderla.

–Me muero de hambre y esto tiene buena pinta –dijo ella levantando el tenedor.

–La señora Higgins es un tesoro. Soy afortunado de tenerla.

–Me dijo que disfruta trabajando para ti porque no estás aquí todos los días. Le gusta trabajar a media jornada, aunque normalmente sea en fin de semana.

–Ésa es la suerte que tengo –convino Danny. Dejaron de hablar mientras comían y, extrañamente, una parte de Danny echaba de menos la conversación. No era normal en él que quisiera ser amigo de una empleada, pero sobre todo esa cena tenía que ser profesional porque tenía cosas que discutir con ella. Aun así no pudo evitar sentirse decepcionado, como si estuvieran desperdiciando una oportunidad inesperada.

Cuando terminaron con las ensaladas, él se puso en pie para servir el plato principal.

–Espero que te gusten los fetuccini Alfredo.

–Me encantan.

–Genial –Danny quitó las tapas, sirvió los platos y, con gran esfuerzo, comenzó a hablar de trabajo–. Grace, has hecho un trabajo excepcional este fin de semana.

–Gracias. Aprecio el cumplido

–Mi intención no es sólo hacerte un cumplido. Tu trabajo ha conseguido una cuenta importante par Servicios Carson. No sólo voy a darte un extra, también me gustaría ascenderte.

–¿Estás bromeando? –preguntó ella.

–No –dijo él riéndose–. Ahora tenemos que hablar un poco sobre lo que puedes hacer y en qué parte de la organización te gustaría trabajar. Cuando lo hayamos aclarado, me encargaré del papeleo necesario.

Ella se quedó mirándolo con la boca abierta y finalmente dijo:

–¿Vas a ascenderme a cualquier lugar al que quiera ir?

–Hay una condición. Si vuelve a surgir una situación como la de Orlando, donde tengamos que hacer más de lo habitual para que un cliente firme, quiero que tú participes en el proceso de persuasión.

Ella frunció el ceño.

–Me gusta pasar el tiempo ayudando a un inversor indeciso a ver los beneficios de utilizar tus servicios, pero no hace falta que me asciendas para eso.

–El ascenso es parte de mi agradecimiento por haber ayudado con Orlando.

–No lo quiero –dijo ella negando con la cabeza.

–¿Qué? –preguntó él, convencido de que tenía que haber oído mal.

–Llevo en la compañía dos semanas. Aun así fui elegida para pasar un fin de semana en tu casa de la playa con Orlando Riggs, una superestrella a la que medio mundo se muere por conocer. Ya me has dado más de lo que la mayoría de tus empleados han recibido en varios años trabajando para ti. Si hay algún puesto libre en alguna parte, asciende a Bobby Zapf. Tiene esposa y tres hijos, y están ahorrando para una casa. Le vendría bien el dinero, y tu confianza en él.

Danny la observó durante unos segundos y luego se rió.

–Lo entiendo. Estás bromeando.

–Hablo en serio –dijo ella tomando aliento–. Mira, todo el mundo comprendió que me eligieras para este fin de semana porque soy nueva. No llevo el tiempo suficiente trabajando para ti como para adoptar tus opiniones, de modo que Orlando supo que, cuando yo estaba de acuerdo contigo, no estaba simplemente siguiendo la línea de la compañía. Aún no sé cuál es la línea de la compañía, así que fui una buena elección para esto. Pero no quiero que me asciendan por encima de nadie.

–¿Te dan miedo los celos?

–¡No! No quiero tener un trabajo que debería ser para otra persona. Alguien que lleve años trabajando para ti.

–Como Bobby Zapf.

–En las dos semanas que he pasado en la oficina, he observado a Bobby trabajar más duramente que cualquier otra persona. Si quieres ascender a alguien, él es el indicado.

Danny se recostó en su silla.

–De acuerdo. Entonces será Bobby –dijo. Se detuvo, jugueteó con la cubertería y entonces la miró, aguantándose una sonrisa. Nunca había tenido una empleada que rechazara un aumento; sobre todo para asegurarse de que otra persona lo obtuviese. Grace era ciertamente única.

–¿Puedo al menos darte un extra?

–¡Sí! –dijo ella riéndose–. He trabajado duro durante todo un fin de semana. Un extra no estaría mal.

–De acuerdo. Un extra, pero no un ascenso.

–Puedes prometer observarme durante el próximo año y entonces ascenderme, porque ya habré tenido tiempo suficiente para demostrar lo que valgo.

–Podría –dijo él.

–De acuerdo –dijo Grace–. Pues tema zanjado. Yo consigo un extra y tú observarás lo bien que trabajo –entonces, con la misma rapidez con la que había cerrado el asunto, cambió de tema–. Esto es precioso.

Danny miró a su alrededor. La oscuridad había descendido. Un millón de estrellas titilaban sobre sus cabezas. La luna brillaba como un dólar de plata. El agua golpeaba la orilla con olas de espuma blanca.

–Me gusta. Hago gran parte de mi trabajo aquí porque es tranquilo. Pero al final del día también puedo relajarme.

–No te relajas a menudo, ¿verdad?

–No. Tengo sobre mis hombros el destino de una compañía que lleva décadas en funcionamiento. Si fracaso, la compañía fracasa y el legado que mi bisabuelo luchó por crear se convertirá en cenizas. Así que estoy centrado en el trabajo. A no ser que la relajación ocurra de manera natural, no ocurrirá.

–Yo tampoco me relajo mucho –dijo ella agarrando de nuevo el tenedor–. Ya me oíste decirle a Orlando que había crecido igual que él. Sin dinero. Y, del mismo modo que él usó su talento para labrarse un futuro, yo pienso hacer lo mismo.

–Un consejo. Tal vez no deberías rechazar ascensos de tus jefes.

–No puedo quedarme con lo que no merezco –dijo ella–. Tendré que hacer mis millones a la antigua usanza. Tendré que ganarlos.

Danny se rió y dijo:

–Odio decirte esto, pero la gente que trabaja para otros rara vez se hace rica. Así que, si quieres ganar millones, ¿qué haces trabajando para mí?

–Aprendo sobre inversiones. Cuando era joven, oí la teoría de que el dinero debería trabajar tan duro para ti como tú para él. En mi juventud no tuve ocasión de ver cómo hacer que el dinero trabajara, de modo que imaginé que el mejor lugar para aprender de inversiones sería una compañía de inversiones. ¿Y tú?

–¿Qué pasa conmigo?

–No sé –dijo ella encogiéndose de hombros–. ¿Deseabas el negocio familiar? ¿Fuiste un niño feliz? ¿Eres feliz ahora? –volvió a encogerse de hombros–. Cualquier cosa.

Hizo las preguntas y luego se llevó el tenedor a la boca, haciendo que su interrogatorio pareciera casual. Pero, aun así, había desviado la conversación hacia él. Sin embargo, Danny no pensaba que estuviera cotilleando. Parecía realmente curiosa, pero no como un sabueso, sino como alguien que intentaba ser amiga suya.

Se humedeció los labios y el corazón se le aceleró al pensar en la posibilidad de contestar. Una parte de él realmente deseaba hablar. Una parte de él necesitaba hablar. Habían pasado dos años. Habían ocurrido demasiadas cosas.

Respiró profundamente, sorprendido al barajar la posibilidad de confiarle sus secretos, y aun sabiendo que no lo haría. Aunque no podía ignorarla, no le confiaría sus historias. Nunca lo haría. Ni a ella ni a nadie.

Tenía que retomar el rumbo de la conversación. Tenía que hablar de negocios.

–Lo que ves es lo que soy. Presidente de la junta directiva de Servicios Carson. No hay nada de qué hablar.

–¿De verdad? –preguntó ella perpleja.

–A los seis u ocho años supe que me haría cargo de la compañía que mi bisabuelo había fundado. No tuve que viajar ni experimentar para saber lo que deseaba. Mi vida estaba diseñada de antemano y yo simplemente seguí los pasos. Por eso no hay mucho que contar.

–¿Comenzaste a prepararte desde niño?

–No realmente a prepararme, sino más bien comenzaron a incluirme en las conversaciones que mi padre y mi abuelo pensaban que eran relevantes.

–¿Pero y si no te gustaban las inversiones?

–Pero sí me gustaban.

–Simplemente suena raro –dijo ella, y se sonrojó–. Lo siento. La verdad es que no es asunto mío.

–No lo sientas –dijo él, sintiéndose más cómodo de lo que se había sentido en años–. Entiendo lo que dices. Tuve suerte de que me gustara invertir. Me metí en el trabajo como si hubiera sido hecho para mí, pero cuando mi hijo…

Se detuvo y sintió una presión en el pecho. El corazón se le aceleró. No podía creer que hubiera dicho eso.

–¿Pero tu hijo qué?

–Pero cuando mi hijo comenzó a mostrar su talento artístico –dijo Danny, pensando con rapidez porque, una vez más, la conversación se había vuelto demasiado personal. Y esa vez había sido culpa suya–. De pronto vi que tal vez otra persona no quisiera ser presidente de la compañía, que tal vez no tuviera la habilidad para llevar esa responsabilidad, o que quizá tuviera talentos que lo llevaran en una dirección diferente. Entonces la compañía tendría que contratar a alguien, y contratar a alguien del calibre que nosotros necesitamos implicaría pagar un salario inmenso y una parte de las acciones. La fortuna familiar acabaría desperdiciada.

Ella lo observó durante unos segundos con una mirada tan intensa que Danny supo que la mención de su hijo le había sorprendido. Pero no diría nada más sobre Cory. Esa parte de su vida estaba tan alejada de él que ni siquiera se permitía pensar en ello. Sabía que jamás llegaría el día en que hablara de Cory con otra persona.

Finalmente Grace suspiró y dijo:

–Entonces creo que fuiste afortunado por desear ese trabajo.

Danny se relajó. Una vez más, ella había leído sus pensamientos. Había visto que, a pesar de haber mencionado a su hijo, no había entrado en detalles y había devuelto el rumbo de la conversación a la empresa familiar, de modo que supo que debía dejar pasar el tema.

Terminaron la cena charlando amistosamente porque Grace comenzó a hablar de remodelar la pequeña casa que había comprado al conseguir su primer trabajo dos años antes. Mientras hablaban sobre los detalles, Danny se dio cuenta de que probablemente ella fuera la persona más sensible que jamás había conocido. Podía analizar a las personas y las situaciones tan bien que Danny no tenía por qué preocuparse de lo que dijera frente a ella. Una persona que sabía que no debía entrometerse jamás traicionaría su confianza.

Por esa razón sintió una súbita necesidad de confiar en ella. ¿Pero por qué diablos iba a querer hablar del pasado? ¿Y por qué pensaría que a una mujer le interesaría conocer las historias de horror marital del jefe? A ninguna mujer. A ninguna persona. Salvo quizá a una cotilla. Y Grace no era una cotilla.

Después de la cena, entraron en la casa para tomar una copa, pero Danny se detuvo junto a la escalera que conducía a la oficina del tercer piso.

–Los extras no forman parte de la contabilidad normal. Extiendo esos cheques yo mismo. Es una manera de asegurarme de que pasan de mis manos a las de los empleados que los consiguen. La chequera está arriba. ¿Por qué no subimos ahora y te lo doy?

Grace sonrió.

–Me parece bien.

Danny hizo un gesto para que Grace lo precediera por las escaleras. Se dio cuenta demasiado tarde de que había sido un error. Su trasero perfecto estaba justo frente a sus ojos. Se detuvo y dejó que avanzara unos escalones más delante de él. Descubriendo que, desde aquel punto, podía observar con claridad sus pantorrillas.

Llegó al final de las escaleras con la cabeza agachada, contemplando la alfombra oriental que cubría el trayecto. Cuando llegó al tercer piso, ella estaba esperándolo. La luz de la luna entraba por las ventanas de la parte de atrás del loft que daba a su oficina, rodeándola con una luz pálida que hacía que pareciese un ángel.

Asombrado, Danny se quedó mirándola. Sabía que era una persona agradable. Una buena persona. También sabía que ésa era la razón por la que se la acababa de imaginar como un ángel y había sentido un gran compañerismo hacia ella. Pero era una empleada. Él era su jefe. Tenía que mantener la distancia.