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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Carole Mortimer

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Identidad oculta, n.º 1520 - octubre 2018

Título original: The Unwilling Mistress

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-021-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 13

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Buenos días –saludó alegremente una voz, añadiendo después en tono dubitativo–: eh…, ¿tú otra vez?

March cerró la carpeta que estaba revisando, muy descontenta con los datos que leía, y esbozó automáticamente la sonrisa falsa que dedicaba a los clientes de la agencia inmobiliaria en la que trabajaba. Sin embargo al alzar la vista comprendió el porqué del tono dubitativo de su cliente, y su sonrisa se borró. Sí, él otra vez.

En otras circunstancias aquel hombre le habría parecido extremadamente guapo. Alto, con más de treinta años y un aire arrogante de seguridad en sí mismo, el desconocido tenía el cabello ligeramente largo y de color rubio platino, rasgos esculturales y ojos del color del cielo en un día de verano. ¡Y no era verano!

Fuera nevaba, y poco menos de media hora antes aquel hombre había aparcado justo frente a la agencia en el lugar que pretendía ocupar ella. March había tenido que hacerlo a casi medio kilómetro de distancia y volver andando, y en esas circunstancias pesaba más el mal humor que la educación debida a su posición.

–Corríjame si me equivoco, pero creo que la última vez que nos vimos usted me aseguró que hoy no comenzaría el día con buen pie –contestó ella sarcástica.

–Así que me recuerdas.

Era difícil olvidarlo. March se había puesto furiosa al ver que él le quitaba el sitio con su deportivo mientras ella daba marcha atrás en paralelo junto al vehículo aparcado delante. De no haber llegado tarde por culpa del tiempo, habría salido del coche y le habría dicho exactamente lo que pensaba. En lugar de ello había tenido que dar vueltas y más vueltas buscando otro hueco, y finalmente había vuelto andando bajo la nieve. El hecho de que su impresionante coche siguiera aparcado ante la agencia al llegar no era sino otro insulto. Aquel hombre debía haber estado haciendo tiempo, llevaba el periódico bajo el brazo. Bien, pues era culpa suya si había tenido que esperar. March no habría llegado tan tarde si él no le hubiera robado el hueco.

–Creo que hemos empezado mal –reconoció él.

Sí, así era, pero él era un cliente y no había nadie más en la agencia a esas horas, así que March se esforzó por sonreír y preguntó:

–¿Puedo ayudarlo en algo, señor…?

–Davenport, Will Davenport. ¿Te importa que me siente… March? –preguntó él leyendo su nombre en la tarjeta enganchada a la chaqueta.

–Para eso están las sillas, señor… Davenport –respondió ella secamente.

–Dime, March, ¿son todos por aquí tan amables como tú? –siguió preguntando él con una sonrisa burlona.

March sintió que se ruborizaba ante un comentario tan deliberadamente sarcástico. Aunque merecido probablemente, reconoció.

–Sólo cuando les quitan el hueco para aparcar –contestó ella sin miramientos.

–Yo vivo en Londres –dijo él encogiéndose de hombros–. Los huecos de la calle son para el primero que llega.

March quedó desarmada ante la encantadora sonrisa del señor Davenport. Era realmente atractivo. El largo cabello rubio le caía por la frente, la sonrisa iluminaba sus profundos ojos azules y dulcificaba sus rasgos. Pero el hecho de que fuera arrebatadoramente guapo no tenía importancia, ¿no?

–Yo llegué primero.

–Quizá podamos hablar de otra cosa –sugirió él molesto.

Cierto, Clive se disgustaría si supiera que había tratado mal a un cliente. March respiró hondo y esbozó de nuevo una sonrisa educada.

–¿Está usted interesado en comprar una propiedad por aquí, señor Davenport?

–No, sólo quiero alquilar algo durante un par de semanas.

–¿Para el verano? –siguió preguntando ella poniéndose en pie y acercándose al archivo que estaba a su espalda–. Tenemos unos chalés maravillosos…

–No, para ahora –la corrigió Will Davenport.

March se dio la vuelta con el ceño fruncido. Seguía nevando. Estaban en enero, nadie alquilaba un chalé en pleno invierno. Sobre todo porque no tenían calefacción.

–Estoy aquí por negocios, voy a estar unas semanas –explicó Will Davenport–. De momento estoy en un hotel, pero detesto el trato impersonal.

March no sabía si el trato en un hotel era impersonal o no, jamás se había alojado en ninguno. Vivía en una granja, era la mediana de tres hermanas, y había sido su padre quien las había criado a las tres desde que ella tenía cuatro años. Nunca habían tenido mucho dinero, y desde la muerte de su padre el año anterior las cosas iban aún peor.

De pronto March fue consciente de la forma en que Will Davenport la contemplaba. La examinaba de los pies a la cabeza. March tenía veintiséis años, era alta y esbelta, tenía largas y elegantes piernas y un cutis de magnolia escasamente maquillado. Tenía el cabello moreno, con una melena que le llegaba por debajo de los hombros, y los ojos de un verde grisáceo. Sólo la barbilla prominente delataba su carácter obstinado.

Era evidente que a Will Davenport le gustaba, porque la miraba como si fuera el plato más exquisito de la carta. March volvió resuelta a sentarse y se preguntó cuánto tardarían en llegar Clive y Michelle. Francamente, no tenía ganas de atender a Will Davenport.

Clive Carter y Michelle Jones no sólo eran socios en la agencia inmobiliaria Carter y Jones, sino que además vivían juntos a las afueras de la ciudad. Y si se retrasaban era debido al tiempo. Como recepcionista, March por lo general sólo contestaba al teléfono, pasándoles los clientes a uno o a otro.

–Me temo que el señor Carter y la señorita Jones no están en la oficina en este momento.

–Eso ya lo veo, March –contestó Will Davenport burlón.

–Lo que trato de decirle es que sería mejor que llamara por teléfono más tarde y que hablara con alguno de los dos –añadió March de mal humor.

–¿Es que no puedes contarme tú las características de los pisos de alquiler?

Si trataba de insultarla, lo cual era muy probable, lo había conseguido. March frunció el ceño.

–Por supuesto que puedo contárselo, señor Davenport…

–Entonces cuéntamelo.

March respiró hondo tratando de controlarse. Aquel hombre no era sólo arrogante, sarcástico y burlón, sino que además tenía el valor de… De pronto se le ocurrió. Quizá tuviera el lugar perfecto para él.

 

 

Will no estaba muy seguro de que le gustara aquella expresión burlona y satisfecha que March de pronto esbozó. Era como si le ocultara algo…

No es que la culpara por estar molesta con él, al fin y al cabo le había quitado el hueco del aparcamiento. Se había sentido culpable al entrar en la agencia y reconocerla, pero poco después había comenzado a sentir una gran admiración por ella. March era una belleza cuando se enfadaba. Aquellos ojos verde grisáceo, únicos y espectaculares, brillaban de emoción; su cutis se ruborizaba, y su boca…

–Dígame, señor Davenport… –comentó ella inclinándose sobre la mesa–, ¿busca usted algo en el centro de la ciudad, o le interesaría más bien algo a las afueras?

–Eso depende de la dirección a la que se refiera –contestó él prudentemente.

El trabajo de Will Davenport era completamente inofensivo, él no era más que un profesional, pero sabía por experiencia que no todo el mundo veía ese trabajo de la misma manera. Cuanta menos gente conociera la razón de su presencia allí, mejor.

–En dirección a Paxton –contestó March–. Si no sabe usted dónde está…

–Lo sé –la interrumpió él–. Sí, esa dirección sería perfecta.

–¿Perfecta?

–Sí, perfecta –repitió él.

March no podía ni imaginar lo perfecto que era ese emplazamiento. De hecho, era allí precisamente donde necesitaba estar. Alojarse en esa zona supondría no tener que conducir, pasar desapercibido. Nadie sospecharía. March lo miró suspicaz y añadió:

–El lugar en el que estoy pensando está en una zona rural, en una granja. No es un chalé, sino un estudio construido sobre un garaje.

–Suena bien –asintió él–. ¿Cuándo puedo verlo? Quiero despedirme del hotel y mudarme cuanto antes.

–No estoy segura, tendría que llamar por teléfono primero…

–Adelante, el tiempo es oro.

–Eso decía mi padre.

–¿Decía? –repitió él.

–Murió –explicó March–. Voy a llamar ahora mismo.

Más que escuchar la conversación telefónica, Will la observó. Era realmente guapa. Quizá su estancia en Yorkshire no resultara tan solitaria como había imaginado. Es decir, si conseguía superar el rechazo inicial de March.

–¿Le parece bien a la una y media, señor Davenport? –preguntó March tapando el auricular–. Hasta los granjeros paran para comer –añadió al verlo alzar las cejas inquisitivamente.

–Estupendo –contestó él comprendiendo que le tomaba el pelo.

¿Tan evidente resultaba que había nacido y crecido en una ciudad? Era probable.

–Todo arreglado, señor Davenport –dijo March colgando y escribiendo la dirección en un papel que le tendió–. El señor Carter o la señorita Jones estarán encantados de acompañarlo…

–No, gracias –la interrumpió Will–, prefiero ir solo.

–De acuerdo –asintió March–, pero, por favor, no deje de llamar y de hablar con el señor Carter o la señorita Jones si el estudio no le gusta.

Will tuvo la clara impresión de que March sabía de antemano que no le gustaría.

–March, ¿quieres cenar conmigo esta noche?

Will casi se echó a reír al ver la expresión perpleja de su bonito rostro. Casi. Porque la invitación era sincera, deseaba realmente cenar con ella… March parecía muy susceptible y no tenía pelos en la lengua, no daba el tipo de recepcionista, pero a Will le gustaba su exagerada franqueza y el brillo de sus ojos, y su belleza era indiscutible.

–No, pero gracias, señor Davenport –lo rechazó ella indignada

–¿No te da pena un extraño, solo en esta ciudad?

–Como es un extraño no se habrá enterado usted, señor Davenport, de que hemos tenido un asaltante por aquí. Lo acaban de detener.

Will había oído hablar de ello, pero no le gustaba nada lo que ella estaba sugiriendo al relacionarlo con los asaltos.

–Creo recordar que el asaltante era de por aquí –le recordó él seco.

–Sí –confirmó ella pálida–. Razón de más para ser prudente con los extraños.

–Quizá vuelva mañana a invitarte, así ya no seré un extraño.

–Puede usted intentarlo.

Pero perdería el tiempo, parecía sugerir March. Lástima, le hubiera gustado conocerla mejor.

–Gracias de todos modos, March –se despidió Will poniéndose en pie–. Has dicho que me esperan a la una y media, ¿no?

–Sí, a la hora de comer.

Bien, de ese modo tendría tiempo de arreglar otro asunto en la ciudad aunque, de momento, estaba resultando más complicado de lo que había imaginado. Will se volvió de nuevo hacia March.

–Supongo que… no –respondió él mismo a su pregunta, sacudiendo la cabeza–. Perdona, es que estoy tratando de averiguar el paradero de un amigo mío que se alojaba en el hotel hasta hace unos días, pero como también era un extraño aquí supongo que es imposible que sepas nada…

–Sí, supongo –respondió ella burlona.

–Siempre tienes respuesta para todo, ¿verdad? –continuó él admirado.

–Sólo cuando un extraño me invita a cenar –se burló ella.

–Aún podrías cambiar de opinión… –sugirió él soltando una carcajada.

–Paso, gracias.

–Gracias a ti, March –añadió Will alzando el pedazo de papel con la dirección–. Ahora ya puedes aparcar en mi hueco si quieres –continuó deliberadamente.

–Era mío, señor Davenport. Pero ya no lo quiero, gracias.

Will saludó a la pareja que entraba en la agencia en ese momento con aire orgulloso, e imaginó que serían el señor Carter y la señorita Jones. Subió al coche y volvió la vista hacia la agencia por última vez antes de arrancar. March lo observaba, así que se despidió con la mano. Ella seguía sonriendo maliciosamente, la muy pícara.

Lástima que no hubiera aceptado la invitación aunque, debido a lo controvertido de su trabajo allí, quizá fuera mejor no involucrarla. Por lo que había oído decir tendría problemas con ciertos vecinos, así que era mejor no relacionarse personalmente con nadie. Tal y como parecía que había hecho Max…

Capítulo 2

 

 

 

 

 

March no se sorprendió al ver el deportivo rojo aparcado frente a la granja aquella tarde poco después de las dos. Al revés, contaba con ello. El apuesto, rico y sofisticado Will Davenport, que no se había dignado a disculparse por quitarle el aparcamiento, aún no era consciente de que le pagaba con la misma moneda. Los miércoles sólo trabajaba media jornada en la agencia, de modo que fijar la cita a la una y media había sido una idea perfecta.

–No hacía falta que te molestaras en venir hasta aquí por mí –comentó Will Davenport al verla llegar y sacar el bolso del asiento trasero del coche–, ya te dije que puedo arreglármelas solo.

–¿Y se las ha arreglado solo? –preguntó ella burlona.

–Claro, aparte de firmar en la línea de puntos, May y yo lo hemos hablado ya todo.

March se volvió hacia la joven de pie junto a Will y comentó:

–No creo que tengamos ningún contrato con línea de puntos donde el señor Davenport pueda firmar, ¿no, May?

–No, que yo sepa –contestó May mirando inquisitivamente a su hermana.

May, la mayor de las tres hermanas, había sido siempre la más sensata y prudente. Y no hacía falta ser un genio para saber que no iba a gustarle nada aquella tomadura de pelo. Pero daba igual, merecía la pena. Aunque sólo fuera por ver la expresión de confusión de Will.

–¿Que vosotras dos tengáis? –preguntó Will al fin.

–No he venido aquí por usted, señor Davenport. Da la casualidad de que vivo aquí –contestó March satisfecha.

Por supuesto, Will se quedó atónito. Y no sólo atónito, observó March. También parecía decidido a mostrarse más cauto. March se había imaginado que se echaría a reír cuando descubriera que lo había mandado a su propia granja, pero indudablemente había sobrevalorado su sentido del humor, porque estaba muy serio.

–Ha sido sólo una broma, señor Davenport –añadió March–. Aunque no muy lúcida, quizá. Después de todo tenemos un estudio para alquilar, y usted dijo que quería algo por esta zona…

–Sois hermanas –declaró él mirándolas.

–No creo que gane usted un solo punto en ningún concurso por llegar a esa conclusión –sonrió March acercándose a May.

El parecido entre ambas resultó entonces más que evidente. Ambas eran altas, morenas, y tenían rasgos parecidos. Lo único diferente era el color de los ojos. Los de March eran verde grisáceo, y los de May verde esmeralda. Pero Will Davenport no sonrió. De hecho se quedó mudo.

–¿Por qué no entra usted en la granja a tomar un té? –sugirió May haciéndose cargo de la situación.

May le dirigió una mirada de reproche a su hermana y tomó a Will del brazo, empujándolo hacia la casa. March los siguió. Aquel hombre no tenía sentido del humor, sólo había sido una broma. Y el estudio parecía haberle gustado antes de enterarse de que ella vivía allí.

Quizá fuera ése el problema. Quizá creyera que ella trataba de salir finalmente a cenar con él, de conquistarlo. Bien, pues no debía preocuparse por ello, porque March no tenía intención de molestarlo. Se pasaba el día fuera trabajando, y cuando estaba en la granja siempre tenía algo que hacer. Además, March tenía la clara sensación de que aquel hombre quedaba muy por encima de sus posibilidades.

–Pon el hervidor en el fuego, March –ordenó May nada más entrar en la cocina–. Es evidente que no sabía usted nada de que ésta era también la casa de March, ¿verdad?

Will Davenport se sentó en la mesa de la cocina. Seguía serio. May tomó asiento frente a él.

–No, en absoluto –contestó él saliendo por fin de su estupor y preguntando–: Entonces tú eres March Calendar, ¿no?

–La misma.

–A veces mi hermana tiene un enrevesado sentido del humor –se disculpó May.

–¡Oh, por el amor de Dios! –la interrumpió March–. ¡Ha sido sólo una broma! ¿Qué puede importar que viva yo aquí o no? –añadió irritada.

–Bueno, si yo fuera él… –suspiró May.

–Pero no lo eres –la interrumpió March.

–March, ¿cuándo vas a aprender que no puedes hacer estas cosas? –continuó May–. ¡Tienes veintiséis años, por el amor de Dios, no seis!

–Era una broma –insistió March ruborizada.

–Puede, pero…

–No importa, May –intervino entonces Will–. March sólo trataba de devolverme la jugada de esta mañana, ¿verdad? –preguntó él mirándola con el ceño fruncido.

–Bueno, me pareció una idea divertida –musitó March.

Y, dijera lo que dijera May, era divertida. March, sin embargo, conocía el motivo de la preocupación de su hermana. Necesitaban el dinero del alquiler. Por poco que fuera, siempre venía bien en una granja tan pequeña como aquélla. Will Davenport pareció relajarse por fin.

–Sí, ha sido divertido. Lo es –asintió él por fin cambiando de expresión–. ¿Sabes, May?, esta mañana he ofendido a March «robándole» el sitio para aparcar. Evidentemente ha querido pagarme con la misma moneda –añadió burlón, mirando a March–. Pero me temo que te va a salir el tiro por la culata, March, porque voy a quedarme en el estudio un par de semanas. Si a ti te parece bien, May.

–¡Eh, que yo también vivo aquí! –intervino March.

–Creo que eso ha quedado claro, March –contestó May impacientándose con ella.

Will Davenport sonrió y finalmente soltó una carcajada, diciendo:

–Creo que voy a disfrutar mucho mi estancia aquí.

–¿Cómo ha podido dudarlo? –preguntó March burlona.

–Es fácil –dijo May sonriendo también.

–Pensaba mudarme a última hora de esta tarde… si os parece bien –comentó Will.

–El señor Davenport detesta los hoteles –explicó March a May.

–Por supuesto que puede mudarse esta tarde –confirmó May–. El estudio estará caldeado para entonces –añadió a modo de disculpa–, aunque quizá prefiera venir a cenar con nosotras esta noche…

En opinión de March, aquello era ir demasiado lejos. Will Davenport había alquilado un estudio completamente independiente de la granja, no se mudaba a vivir con ellas. Por mucho que el estudio estuviera congelado.

Will Davenport se reclinó en el respaldo y le lanzó una mirada sonriente y burlona a March. Parecía leerle el pensamiento. Y probablemente así era, porque March jamás había sabido disimular nada. Además, ¿para qué molestarse en disimular con un hombre que desaparecería en el plazo de dos semanas?