Sáhara español. El último reemplazo

 

 

Primera edición: octubre de 2017

Segunda edición: octubre de 2018

 

© 2017, Xavier Gassió

Autor representado por Silvia Bastos, S.L. Agencia Literaria

© 2017, Arzalia Ediciones, S.L.

Calle Zurbano, 85, -1. 28003 Madrid

arzalia@arzalia.es

 

Diseño de cubierta: Rafael Ricoy

Diseño interior y maquetación: Luis Brea Martínez

 

 

ISBN: 978-84-17241-24-7

 

 

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotomecánico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso por escrito de la editorial.

 

 

www.arzalia.com

 

 

 

 

A mi esposa Carmen,
que era
mi novia cuando
pasó todo eso del Sáhara,
y a mis hijas Anna y Andrea,
mi
mayor logro.

 

Brevísimo diccionario
hassanía-español

El hassanía es un dialecto del idioma árabe así denominado porque tiene su origen en las tribus de los Beni Hassan, muy poderosos en la zona del Sáhara Occidental y Mauritania en los siglos XV y XVI.

Durante el tiempo de mili en el Sáhara los soldados aprendíamos algunas palabras en hassanía para demostrar a los saharauis que no teníamos espíritu colonial. Además aportaba una pátina de mundología a las batallitas que contaríamos al regresar a casa.

La transcripción de los caracteres árabes y la fonética del idioma provocan que la misma palabra, a veces, se escriba de diferentes formas al traducirla con el alfabeto occidental.

 

HASSANÍA - ESPAÑOL

Abid o Harratin - Esclavo de color

Achmal - Camello

Ahel - Familia o tribu

Aicha - Tarde

Áskaris - Soldados

Baraka - Suerte

Bedian - Hombre blanco

Berrad - Tetera

Bir - Pozo

Bu - Padre

Cabila - Tribu

Cadí - Juez

Chamba - Pantalón bombacho ceñido en los tobillos

Chej (en plural Chiuj) - El jefe de tribu

Chilaba - Prenda de vestir

Chorfa - Noble, descendiente de Mahoma

Dar - Casa

Dariya- Dialecto marroquí

Derrah - Túnica azul o blanca de hombre

Erg - Dunas. Arenal

Erguibat - La tribu más numerosa en el Sahara Occidental

Frig - Campamento nómada. Reunión de jaimas

Gabita - Tribu

Gazzi - Grupo de jinetes armados

Gibli - Sur

Guelta - Estanque natural en una zona rocosa

Hamada - Zona pedregosa al N.E. del Sáhara Occidental

Hamra - Rojo

Harka - Tropa indígena al mando de un europeo

Heike - Velo de las mujeres para ocultar el rostro

Henna - Planta medicinal y tinte vegetal (Cosmético)

Irifi o Siroco - Viento cálido del E. que lleva arena en suspensión

Jaima - Tienda de campaña para vivir

Jaluf o Halufo - Cerdo

Jêdd - Abuelo

Ju - Hermano, parentesco

Lehelib - Leche

Lemra - Mujer

Litzam - Pieza de tela usada como turbante

Majarrero o Maallamin - Artesanos del cuero, plata...

Mehari - Camello de montura

Melhfa - Túnica de una sola pieza que visten las mujeres

Misian - Bueno

Nailas - Sandalias

Nassarani - Cristiano

Nizun o Nau - Nube

Rahala - Silla de montar para el camello

Ral - Bebida refrescante a base de cebada o gofio con agua y azúcar

Saguia - Río o acequia

Saguia El Hamra - Río rojo

Sahebbi - Amigo

Sahel - Oeste

Salam - La paz

Selama - Adiós

Shukran - Gracias

Sidi - Señor

Tebib - Medico. Doctor

Tell - Norte

Uad - Cauce de río seco

Ulad - Hijos de

Uld - Hijo de

Wali - Gobernador de una región o provincia

Wilaya - Región o provincia

Yed / Yedda - Abuelo / Abuela

Yemaá - Asamblea. Reunión de Chiuj para tomar decisiones

 

En definitiva:

Salam aleikum - La paz de Dios sea contigo

 

Prólogo

Un libro, antes de serlo, proyecta su sombra en la caverna platónica: el autor concibe su imagen ideal y luego lo escribe aproximándose cuanto le es posible a ese modelo. El resultado puede ser más o menos satisfactorio dependiendo de la habilidad del escritor en la que no hay que descartar un punto de suerte.

El libro que el lector tiene en sus manos es un acierto pleno, no solo del autor, sino del editor de Arzalia Ediciones que ha acertado a disponer unas imágenes que añaden información al texto al par que lo embellecen.

Ignoraba yo que Xavier había hecho la mili en el Sáhara, cuando aquella colonia era provincia española. Él tiene la buena costumbre de no abrumarnos a los amigos con historias de la mili. La mili, cuando entonces, era una institución paradójica. A algunos españolitos que en su vida habían salido del pueblo y llevaban trabajando de sol a sol desde que tenían uso de razón incluso les venía bien, porque les permitía escaquearse del trabajo y, a pesar de la sujeción de la vida militar, conocer mundo, alfabetizarse, sacarse el carnet de conducir, hacer el vago, ganar amigos de distinto pelaje, perder la virginidad (o sea ir de putas) y hasta comer mejor de lo que comían en la vida civil. Por el contrario, a los que procedíamos de la ciudad, especialmente si eras estudiante, nos perjudicaba porque te apartaba del mundo durante más de un año en una edad crucial para labrarte un futuro. La mili, en estas circunstancias, era un tiempo muerto, perdido, y si uno era mínimamente crítico y observador, se sentía como secuestrado por una institución abusona y absurda. Hablo de entonces, conste. El Ejército ha evolucionado mucho desde aquellos días. Ahora quizá sea la institución más respetuosa y respetable que tenemos.

Yo, modestia aparte, hice la mili unos años antes que Xavier (cuando la cartilla militar era verde) en el desierto de Almería, Viator, donde rodaba Sergio Leone sus spaghetti westerns y cada piedra que mueves cobija una familia de escorpiones, de manera que algo sé de marcar el caqui en medio del inhóspito pedregal sin más sombras que la que tú proyectas. Andando el tiempo viajé al Sáhara en pos de la fortificación beréber que era la médula de mi tesis doctoral, pero nunca pasé de su vestíbulo marroquí. Ahora, a través de estas páginas, he aprendido cuanto uno puede saber del Sáhara y de la aventura colonial española en aquellos inhóspitos andurriales.

El tema enunciado, España en el Sáhara, quizá no sea del interés de muchos lectores, pero puedo asegurarles que cuando uno se sumerge en la lectura y contemplación (por la riqueza de ilustraciones) de este libro, la experiencia es verdaderamente seductora. He leído Sahara Español, el último reemplazo de un tirón, seducido tanto por lo que se cuenta como por la manera de contarlo. El libro que Xavier ha escrito con intención amable, pero al propio tiempo crítica, es un fehaciente documento de muchas cosas, un poliedro de numerosas caras, a cual más interesante: en él encontraremos, todo ello sazonado con fina ironía y humor que a menudo provoca la sonrisa y a veces la carcajada, los datos geográficos e históricos que nos permiten conocer cómo llegó España a adueñarse de aquel arenal que le permitía mantener la ficción de ser una potencia imperialista, la crónica social del homenaje a Evita Perón en su viaje al Sáhara (aprovechando una escala técnica como puede suponerse), el relato de los avatares de los que hacían la mili en el desierto y su complicada adaptación al medio hostil y a la disciplina cuartelera no menos hostil con sus correspondientes evasiones: la cantina, la camaradería, el cabaret, la correspondencia diaria con la novia, los amigos o la familia, la atenta vigilancia del calendario para anotar los días de cautividad restantes…

En la segunda parte del libro, la dedicada a ese «capítulo inconcluso y mal resuelto» de la historia de España, asistimos, a través de la mirada casi inocente del testigo de a pie (infantería), pero también de la mirada reflexiva e informada del escritor en que se ha convertido cuarenta años después, a la tensión con Marruecos que desembocó en el precipitado abandono de la colonia por parte de España.

Tras la sangrienta guerra de Ifni (1957-1958), tan silenciada por la censura, había quedado meridianamente claro que en caso de conflicto el gran hermano americano apoyaba a Marruecos antes que a España (le prohibió a Franco que utilizara el armamento procedente de la guerra de Corea cedido a nuestro ejército y tuvimos que recurrir al obsoleto material alemán que Hitler envió a Franco durante la Guerra Civil, verdaderas piezas de museo). A ello se sumó el asesinato, en circunstancias un tanto misteriosas, del principal valedor de nuestra presencia colonial, el almirante Carrero Blanco.

El de Xavier Gassió es algo más que un libro sobre el Sahara. Es también un libro sobre España y los españoles, un verdadero tratado sociológico que, desde la lejana perspectiva de aquella joven comunidad trasplantada en el arenal africano, contempla con aguda inteligencia crítica el cambio de mentalidad de una sociedad que escapaba de las estrecheces de la dictadura para iniciar tímidamente una andadura democrática y ganar el anhelado sueño de una sociedad desprejuiciada y libre (siempre dentro de un orden). Eso y mucho más es lo que nos ofrece, con aguda inteligencia y sentido del humor, este libro imprescindible de Xavier Gassió.

Juan Eslava Galán

 

Parece que fue ayer

Anoche soñé que volvía al Sáhara…

Durante algunos años fue un sueño recurrente. Una pesadilla en la que me veía obligado a repetir la mili a causa de un error administrativo. Con el tiempo se fue diluyendo entre nuevas pesadillas sobre situaciones peligrosamente más cotidianas. Los años pasaban e iban amarilleando los recuerdos asemejándolos a aquellas fotos tomadas durante la mili, tan precariamente reveladas como precario fue el aprendizaje militar. Y, por fin, la supresión del servicio militar obligatorio relegó definitivamente al olvido aquella etapa de mi vida.

Han pasado más de cuatro décadas. Parece tiempo suficiente como para recuperar con una voluble mezcla de objetividad y emoción la memoria de unos años que acabaron pasando a la historia de España como un capítulo inconcluso y mal resuelto.

 

La travesía del desierto

Este no es un libro de Historia, con mayúscula. Sobre el Sáhara español se han escrito excelentes obras, fruto de arduas investigaciones por parte de buenos conocedores del proceso histórico que determinó la liquidación de la última colonia española. En este libro se recoge la historia, con minúscula, de aquellos que vivimos los años de desconcierto, directamente en el territorio, como soldados de reemplazo. La vida cotidiana de un aprendiz de militar que aterrizaba en pleno desierto para pasar más de un año entregado a insólitos quehaceres en un paisaje geográfico y humano exótico. Inesperadas circunstancias históricas convirtieron el tópico viaje hacia «la hombría» en un viaje iniciático.

Han pasado más de cuarenta años desde que las ruedas de un Hércules tocaron la pista del aeropuerto de El Aaiún para depositar, bajo un sol de plomo, a un grupo de jóvenes destinados a participar involuntariamente en una de las complicadas páginas de la complicada historia de este complicado país. Entre los que descendieron del avión estaba yo.

«Te voy a contar mi mili» suena a amenaza de batallita de abuelo. De «bisabuelo» para estar acorde con el argot de la mili. Casi todas las milis son muy parecidas, anécdota más o menos. También las vivencias de los reclutas que llegaron al Sáhara en 1974 iban a ser parecidas, pero solo entre ellos, porque poco tuvieron que ver con la rutina de un servicio militar peninsular.

Los que pasamos un año largo de nuestra vida, de nuestra juventud, en aquel país, colonia o provincia –que no está clara todavía su definición– no olvidaremos las pequeñas historias de la cotidianeidad diaria, dentro y fuera del cuartel. Al fin y al cabo, la mayoría descubría por primera vez la vida en solitario, la autogestión sin el apoyo de la familia. Tampoco olvidaremos que sobre el aura preconcebida de aventura exótica pesaba el recuerdo del conflicto bélico en las colonias perdidas y, a partir de cierto momento, la presencia de una opresiva amenaza de hostilidades reales y próximas.

Insisto en destacar que este libro no persigue ofrecer el resultado de una investigación sobre lo que acaeció durante el periodo que abarca. Sigue habiendo mucha confusión, como la hubo en su momento y por parte de todos los implicados. Entre otras cosas porque cada uno escamoteaba información al otro, lo que sería razonable si no fuera porque esto sucedía principalmente entre los que supuestamente estaban en el mismo bando. Todos españoles, sí. Pero desde Franco hasta el general Federico Gómez de Salazar, máxima figura que gobernaba el Sáhara, pasando por el presidente Arias Navarro, el príncipe Juan Carlos, algunos ministros, diplomáticos, intelectuales y diversas facciones del estamento militar, el desacuerdo, la falta de cohesión y una dispar visión del futuro de España fomentaron el desconcierto y, sobre todo, una actuación incoherente, contradictoria e históricamente cuestionable sobre «el problema del Sáhara».

La memoria del acontecer cotidiano refleja el paisaje humano y la sociedad de una época. Está menos contaminada por interpretaciones ideológicas y políticas de unos acontecimientos cuyas consecuencias han dejado inconclusas las decisiones tomadas en su momento.

Con el paso de los años van desapareciendo las personas que poblaron estas memorias. La última generación de españoles que hicimos el servicio militar en el Sáhara se está jubilando y en algún momento también desaparecerá. Las historias, vivencias y anécdotas ya no tendrán narrador en primera persona y habrá que recurrir a libros e interpretaciones, más imprecisas cuanto más alejadas en el tiempo.

El objetivo de este libro es revivir escenas y trazos de la vida cotidiana de los miles de soldados que fuimos protagonistas involuntarios de unos hechos relevantes de la reciente historia de España en un territorio que jamás podremos recuperar tal como fue. Por eso el libro está basado fundamentalmente en imágenes que documentan y evocan realidades vividas resucitando recuerdos enterrados bajo las múltiples capas de sucesos de lo que ha sido nuestra trayectoria vital tras esta etapa tan breve pero especial de nuestras vidas.

 

1

Antes de mi llegada

He de reconocer que el Sáhara prácticamente ni existía para mí antes de saber que iba a pasar un año allí haciendo la mili.

Al recibir la notificación de mi incorporación a filas, lo primero que hice fue situarlo en el mapa, y comprobé, con una mezcla de horror y satisfacción aventurera, lo lejos que estaba de mi casa. Calculé, comparándolo con otros viajes que había realizado, que estaría a unas cuatro horas de vuelo y pensé que, en este sentido, los canarios destinados al Sáhara tendrían mucha ventaja. Los exóticos nombres de las ciudades parecían seductores, aunque los que figuraban en un mapa antiguo que rescaté en la biblioteca de mis abuelos evocaban catástrofes bélicas que no contribuían a calmar los ánimos. Ni los míos ni los de la familia.

 

 

Amistades peligrosas

Para entender (un poco) cómo se llegó al abandono del Sáhara en 1975, conviene remontarse a un siglo antes y revisar con mentalidad actual las sucesivas guerras y fricciones entre España y Marruecos, convenientemente alentadas por Francia y Gran Bretaña para defender sus propios intereses coloniales y por los Estados Unidos de América para mantener su control estratégico. Los «tradicionales lazos de amistad entre ambos pueblos» que de vez en cuando desempolvan los diplomáticos de España y de Marruecos para camuflar alguna vergonzosa traición o algún acuerdo comercial de dudosa legalidad internacional no tienen el menor fundamento a la vista de las constantes refriegas y los millares de muertos que se han ocasionado mutuamente desde finales del siglo xix.

Durante más de cien años de historia ambos países han enarbolado la bandera colonial atendiendo a motivaciones que no siempre estaban basadas en los intereses del territorio en litigio, dejando un rastro de traiciones, acuerdos incumplidos, codicia, afán de poder, actitudes imperialistas e, incluso, cortinas de humo para desviar la atención de los respectivos disidentes internos. Y también muchas, muchas víctimas.

 

Antecedentes coloniales

Como tantas otras cosas en este país, parece ser que todo empezó con los Reyes Católicos.

Diego García de Herrera fue el primer español en desembarcar en la costa africana, en 1478, para establecer una base en la desembocadura del río de la Mar Pequeña que permitiera controlar el tráfico de esclavos con destino a las Islas Canarias, conquistadas unos años antes para la corona de Castilla.

Cuando, en 1494, el rey Juan II de Portugal y los Reyes Católicos firman el Tratado de Tordesillas para repartirse el continente americano, el africano y las rutas comerciales del Atlántico, están poniendo los cimientos del moderno colonialismo y de la globalización. La imprecisión de los sistemas de medidas de la época para demarcar los límites territoriales originará futuras discusiones y conflictos bélicos, hasta que se suscribe el Tratado de San Ildefonso, en 1777, para actualizar los pactos de Tordesillas.

En 1524 se pierde la base española de la Mar Pequeña. Los nativos recuperan el territorio, que no es devuelto a pesar de la insistencia del gobierno español ante los sucesivos sultanes. Mucho empeño no debieron poner, porque pasaron más de tres siglos sin que España demostrara interés en sus «posesiones africanas», dado que las americanas y asiáticas resultaban mucho más rentables.

Ceuta, que, tras cuatro siglos de pertenencia al Imperio romano, había pasado a manos de los visigodos y luego a las de los califas, fue reconquistada por Portugal, hasta que, en 1668, se reconoció la soberanía española sobre la ciudad. Por cierto, resistió los embates de la Armada inglesa cuando, tras conquistar Gibraltar, pretendía cerrar el acceso al Mediterráneo controlando Ceuta.

Melilla también formó parte del Imperio romano tras la caída de Cartago. Abderramán III la integró en el Califato de Córdoba en 927, hasta que, prácticamente en ruinas, pasó a depender de la corona española en 1556. En 1774, el sultán de Marruecos Sidi Mohammed III exige la devolución de Melilla y sitia la ciudad con el apoyo británico. Carlos III declara la guerra, envía tropas, y libera Melilla, firmando el Tratado de Aranjuez en 1780 en el que Marruecos reconoce la soberanía española.

A partir de entonces y hasta la fecha no cesarán las pugnas entre España y Marruecos por la posesión de territorios africanos.

En 1859 estalló la conocida como Primera Guerra de Marruecos. Los rifeños (bereberes afincados en el Rif, en la zona norte de Marruecos) atacaban constantemente las ciudades de Ceuta y Melilla con el beneplácito y apoyo del sultanato de Marruecos, hasta que el presidente del Gobierno español, Leopoldo O’Donnell, decidió invadir Marruecos. En realidad era una excusa para desviar la atención de los conflictos coloniales en Asia y América y eludir la crisis de gobierno e intrigas cortesanas que crecían amenazándolo. El apoyo de la Iglesia católica, que veía de buen grado la lucha contra el infiel musulmán, y las proclamas patrióticas lograron despertar el ardor guerrero de muchos españoles, que se aprestaron a combatir para «mantener la grandeza del Imperio». Finalmente, Mohamed IV, el sultán de Marruecos, acabó reconociendo la derrota y, en 1860, firmó el Tratado de Wad-Ras, que reconocía la posesión española a perpetuidad en la costa del Sáhara donde estuvo el establecimiento pesquero perdido tres siglos atrás, delimitando el territorio de común acuerdo. También ratificó el convenio sobre la posesión española de Ceuta y Melilla. Pero la dificultad para identificar la situación del fortín Santa Cruz de la Mar Pequeña (el antiguo asentamiento establecido en tiempos de los Reyes Católicos y perdido en 1524) llevó a decidir arbitrariamente que la cala de Ifni era el enclave en cuestión. Hasta 1934 España no tomó posesión real de Sidi Ifni.

 

El reparto de África

Las potencias europeas tenían menos escrúpulos y más disciplina que España para emprender su expansión territorial y explotar territorios vírgenes con riquezas suficientes para afrontar las crecientes necesidades de consumo e incrementar su poder. Con el habitual cinismo e hipocresía, también conocida como diplomacia, y con una doble moral que sigue en activo, utilizaron el lenguaje para crear una realidad útil a sus intereses y denominaron como «protectorado» las zonas que iban ocupando para explotarlas excluyendo (o eliminando) convenientemente a los nativos «poco preparados para una adecuada administración».

En 1884, viendo la avidez colonialista de las potencias europeas y para adelantarse a los intereses de explotación pesquera de Gran Bretaña y Francia, España envió la primera expedición al Sáhara al mando del alférez Emilio Bonelli, que estableció tres factorías: Villa Cisneros, Puerto Badía (en la bahía de Cintra) y Medina Gatell (en Cabo Blanco-La Agüera). De las tres solo sobrevivió Villa Cisneros. Para presentar el documento a la Conferencia de Berlín, Bonelli firmó un acuerdo con la tribu de Ulad Bu Sbaa por el que España se establecía como protectorado del territorio.

Entre el 15 de noviembre de 1884 y el 26 de febrero de 1885 se produjo el reparto de África en la Conferencia de Berlín. Francia, el Reino Unido y Alemania, los convocantes, se sentaron con otros once países europeos en una mesa dispuesta para trocear y engullir todo el continente, salvo Etiopía y Liberia, que conservaron su independencia. Etiopía, porque el Negus se había convertido al cristianismo y pactó con los ingleses, y Liberia por estar bajo la protección de los Estados Unidos, que había enviado (devuelto) a los esclavos liberados a fundar un país propio en África, creando la República de Liberia en 1847. Lógicamente, no había la menor representación africana en la reunión.

Como resultado de la Conferencia se enviaron numerosas expediciones para explorar en profundidad el aún poco conocido continente, lo que originó no pocas rivalidades entre las potencias. Finalmente, Francia y el Reino Unido se quedaron con la costa mediterránea; Bélgica o, mejor dicho, el rey Leopoldo II, se adjudicó una parte del Congo como propiedad particular para su expolio exclusivo (algo que pagaron caro los elefantes, casi exterminados a causa del apreciado marfil); Portugal se afianzó en Angola, Cabo Verde y Mozambique; e Italia invadió Somalia mientras Alemania se quedaba con Namibia, y así fue como España aprovechó la coyuntura para reclamar oficialmente el territorio situado entre el paralelo 21º 00’ y 27º 00’ de latitud norte, desde el cabo Bojador hasta el cabo Blanco, y logró asentar sus reales en Guinea Ecuatorial, algunas zonas de Marruecos y el Sáhara Occidental. Poca cosa y de escaso valor en su conjunto, el botín español era útil de cara a la menguante imagen imperial que se quería mantener a toda costa, más entre los propios españoles que entre las potencias occidentales, más difíciles de engañar. Lo cierto es que el reparto creó una tensión creciente entre las naciones que contribuyó a las causas que provocaron el estallido de la Primera Guerra Mundial.

España no quiere quedarse atrás y, en 1886, la Sociedad Española de Geografía Comercial envía una expedición para explorar la Saguia al Hamra, y otra, formada por Cervera, Quiroga y Rizzo, a Río de Oro que establece acuerdos por los que declara que los territorios desde el cabo Bojador al cabo Blanco son posesiones españolas. Un año antes, la tribu de los Ulad Delim ha arrasado el fuerte de Villa Cisneros, por lo que el gobierno español envía una guarnición y organiza expediciones al interior para llegar a acuerdos con diversas tribus.

Las tribus del Rif se sublevan en 1893 contra la ocupación colonial de Francia y España en sus respectivas zonas de protectorado. 6.000 rifeños atacan y sitian Melilla, defendida por el gobernador Juan García y Margallo. Durante los combates una carga de artillería española destruye una mezquita y la guerra se convierte en yihad (santa), convocando a las armas y congregando a 20.000 marroquíes a pie y 5.000 a caballo para enfrentarse al exiguo contingente de tropas españolas que, en primera instancia, es derrotado. La llegada de refuerzos navales con el consiguiente bombardeo masivo de las posiciones costeras marroquíes provoca la negociación de paz con el sultán de Marruecos.

En diciembre de 1898 España acata los dictados del Tratado de París poniendo fin a la desastrosa guerra con los Estados Unidos y pone sus colonias de Cuba, Filipinas y Puerto Rico en manos del neocolonialismo yankee. Solo quedan las colonias africanas, y estas también están en peligro permanente. Hay que reforzar los destacamentos militares y ampliar el área de influencia de la costa atlántica al interior. Con este propósito el capitán Francisco Bens fue nombrado gobernador militar y civil del territorio Río de Oro en 1903, cargo que ostentó hasta 1925. Bens fue un personaje fundamental para el establecimiento y consolidación de la presencia española, llegando a acuerdos con las tribus gracias a su habilidad diplomática.

Como era de esperar, se reanudaron los conflictos con Marruecos. En 1909, Bu Hamara, el supuesto hermano del sultán Abd al-Aziz y jefe de las tribus de bereberes del Rif, las cabilas, concedió a compañías españolas y francesas la explotación de unas minas de plomo y de hierro, pero las cabilas, aunque no reconocían la autoridad del sultán, consideraron que Bu Hamara les había traicionado y se rebelaron iniciando una serie de ataques contra las instalaciones mineras. La respuesta militar española fue contundente en cuanto al número de fuerzas enviadas, más de 30.000 soldados para luchar contra los rifeños, pero fue nefasta por sus errores estratégicos, que pagó con un enorme saldo de vidas humanas. En el Barranco del Lobo, cerca de Melilla, las tropas españolas se vieron rodeadas por los rifeños, que les causaron más de un centenar de muertos y unos 600 heridos. Como suele ser habitual, las cifras oficiales y las reales no casan, según algunos historiadores fueron muchas más las víctimas. En la Península no se contemplaba de buen grado una guerra para defender los intereses económicos del conde de Romanones y de otros oligarcas accionistas de la Compañía Española de Minas del Rif (sociedad que, por cierto, no se disolvió hasta 1984). El envío de tropas compuestas en buena parte por reservistas y soldados que no podían pagar un canon que les liberara del cumplimiento, en su mayoría obreros catalanes y vascos, desembocó en los acontecimientos conocidos como la Semana Trágica.

Los nacionalistas marroquíes se rebelaron contra las cláusulas del Tratado de Fez, que fue considerado como una traición, e iniciaron una novedosa y eficaz guerra de guerrillas contra las tropas españolas que se prolongaría durante quince años.

El año 1921 pasará a la historia negra de España como el año del «desastre de Annual». Abd el-Krim, al mando de las tribus del Rif, derrota a las tropas españolas en Annual. Tras la deserción de las unidades de la policía indígena, las tropas españolas se refugian en Annual, que es asediado por los 3.000 hombres de Abd el-Krim. Una serie de errores estratégicos y la orden de retirada, que se produce en desbandada y sin control, se salda con una masacre histórica en la que 13.000 soldados españoles mueren y sus cadáveres son mutilados y abandonados. Incluso los prisioneros corren la misma suerte.

La humillante derrota no podía quedar sin respuesta y, en 1925, el general Miguel Primo de Rivera y el general Sanjurjo organizan la reconquista del territorio africano con la colaboración (escasa) de tropas francesas. En Alhucemas desembarcan 13.000 soldados. En esta operación militar se combina por primera vez en la historia un desembarco de tropas con apoyo aéreo. De hecho, Eisenhower estudió los detalles del mismo para preparar el desembarco en Normandía. También se emplean armas químicas, como el gas mostaza. Intervienen las tropas de la Legión española, un cuerpo militar creado en 1920 para especializarse en el territorio africano y preparado para los combates más duros. Al frente de la Legión están José Millán-Astray y Francisco Franco, que se construyen una aureola mítica con sus triunfos militares. Las hazañas bélicas de Franco en el Rif promueven su ascenso a general de brigada con solo treinta y tres años de edad.

Anteriormente, en 1912, como parte del Tratado de Fez, se había reconocido a España la posesión de la franja entre los ríos Uad Bu Sedra y Uad Nun, que representa un territorio de unos 25 kilómetros de ancho por 70 de largo. Es Sidi Ifni.

En 1878, el escocés Donald Mackenzie había fundado un establecimiento comercial y un puerto en la costa de Tarfaya. En 1888 los marroquíes arrasaron el lugar y en 1895 las instalaciones fueron abandonadas en manos del sultán de Marruecos (con la condición de que no las cedieran a otros). Sin embargo, en 1902, Francia cedió el territorio a España durante los acuerdos para ratificar el Protectorado hispano-francés sobre Marruecos. Hasta 1916, Bens no tomó posesión del territorio e inició la construcción de Villa Bens.

La capacidad organizativa de Bens se demostró en numerosas ocasiones. En 1928 creó la Policía del Sáhara (las futuras Tropas Nómadas), compuesta por una mía (un batallón formado por indígenas) a pie y una mía de camellos (en realidad, eran dromedarios de la raza mehari, de ahí el nombre de «meharistas»). Un total de 6 oficiales españoles, 2 oficiales indígenas y una tropa formada por 196 indígenas dotados con 183 dromedarios y 62 caballos. Los nativos pertenecían a las tribus Erguibat y Ulad Delim, históricamente considerados como los más guerreros del territorio. También llegaron de la Península una escuadrilla de biplanos De Havilland DH-9A que, a causa de su mal comportamiento en el desierto, fueron sustituidos por Breguet XIV.

Hasta 1934 no se ocupó oficialmente Sidi Ifni. La resistencia de los nativos había frustrado durante dos décadas la ocupación, que finalmente se hizo efectiva bajo el mando del coronel Capaz, experto militar que había luchado en el territorio desde 1913. Sabía hablar árabe y era un hábil diplomático que supo respetar las costumbres y la religión de los indígenas. Fue nombrado gobernador civil y militar del territorio. El mismo año, una expedición española izó la bandera en Smara, la ciudad santa, que había sido destruida por los franceses en 1913.

El capitán Antonio Oro consiguió la total pacificación del territorio en 1936, fecha en la que se inicia la Guerra Civil. La práctica totalidad de los militares en territorio africano se alineó con el ejército sublevado contra la República. Muchos indígenas fueron a luchar a la Península con las tropas de Franco en pos de la aventura y huyendo de la pobreza, causando pavor allí donde actuaban por su extrema crueldad.

Durante la Segunda Guerra Mundial, los marroquíes habían luchado contra los alemanes al lado de los franceses, pero en 1944 nacía el partido Istiqlal (Independencia) con el objetivo de alcanzar la independencia de Francia y recuperar la soberanía de Marruecos. Las tropas norteamericanas que habían desembarcado en el norte de África habían causado gran impacto entre los marroquíes por su poderío y sus ideas anticolonialistas y, entre ambos países, se forjó una alianza que iba a resultar decisiva tres décadas más tarde.

Entre 1946 y 1958 los territorios controlados por España en el oeste de África (Cabo Juby, Ifni, Saguia el Hamra y Río de Oro), desde 1934 bajo la jurisdicción de la Dirección General de Marruecos y Colonias, quedan agrupados administrativamente con el nombre de África Occidental Española (AOE) y pasan a depender de la Presidencia del gobierno, es decir, directamente de Franco.

En 1956 Marruecos proclama su independencia con la connivencia de Francia (y a instancias de la ONU, todo hay que decirlo) que, de este modo, asegura unas provechosas futuras relaciones comerciales. Del movimiento Istiqlal nace el concepto de «Gran Marruecos», con un fuerte afán expansionista territorial promovido por el nuevo rey Mohamed V, a quien la idea patriótica le iba muy bien para desviar la atención de su pueblo frente a las reivindicaciones comunistas de sus vecinos y las disidencias internas en su propio gobierno.

En 1957 el afán expansionista de Marruecos provoca el inicio de la guerra de Ifni. Unos 200 soldados españoles, muchos de ellos pertenecientes a Banderas de Paracaidistas y de la Legión, perdieron la vida durante los enfrentamientos con las tropas marroquíes. Sin el apoyo de los franceses ni de los norteamericanos, que miraron para otro lado, el territorio era difícilmente defendible, pero su situación geográfica resultaba estratégica para la defensa de las Islas Canarias y de sus bancos de pesca. La única nota amable en esta etapa la pusieron Gila y Carmen Sevilla, que acudieron a Ifni, en la Navidad de 1957, para confortar a las tropas españolas, él con su humor surrealista y ella con sus canciones y su opulenta belleza.

Las tropas del Ejército de Liberación Nacional (parte del Ejército real marroquí), que habían tomado Edchera y atacado El Aaiún, son expulsadas del territorio, aunque a costa de numerosas bajas. En un intento (fracasado) de apaciguar los ánimos belicosos de Marruecos, España le cede Cabo Juby (Tarfaya). Al mismo tiempo, en 1958, otorga el estatus de provincia española (de ultramar) a Ifni y al recién creado Sáhara español, fruto de la unión de Río de Oro y Saguia al Hamra.

Tras la resolución de la ONU de 1965 exigiendo la progresiva descolonización en África y sentando un pésimo precedente en sus relaciones con Marruecos, España cede Sidi Ifni y arría la bandera en junio de 1969.

En otra zona del continente africano las colonias españolas iban a sufrir la misma suerte. Río Muni, formado por el territorio continental de la Guinea Española, y algunas islas cercanas se habían convertido en protectorado en 1885 y, posteriormente, en colonia, tras el Tratado de París.

En 1843 España había establecido su soberanía sobre las islas de Fernando Poo. En 1926 se unieron Fernando Poo y Río Muni formando los Territorios Españoles del Golfo de Guinea, entidad que se disolvió al convertirse en provincias españolas en 1958. En 1968 ambas obtendrían la independencia, formando Guinea Ecuatorial.

Ya solo quedará el Sáhara español…

 

Evita en el Sáhara

Uno de los primeros ilustres visitantes del Sáhara Español fue María Eva Duarte de Perón, cuando se dirigía a España invitada por Franco para iniciar su periplo europeo en la que fue llamada «La Gira del Arco Iris», tras la que se convertiría en la popular Evita.

El cuatrimotor Douglas DC4 había despegado de Buenos Aires el 6 de junio de 1947. Se trataba de una aeronave de Iberia que se estrenaba con este vuelo y había sido especialmente acondicionada para el viaje de la primera dama argentina y su séquito con un salón comedor y dos habitaciones dobles. Otro avión transportaba el abultado equipaje con los numerosos modelitos que luciría en su gira.

El entonces ministro Martín-Artajo viajó a Villa Cisneros para recibir a Eva Perón. El gobernador del África Occidental española, coronel José Bermejo, había dado órdenes para organizar una espectacular recepción de bienvenida consistente en el desfile de una sección de la mia, de camellos de Tropas Nómadas y la representación de exóticas danzas indígenas.

Eva Duarte, que se había casado con el general Perón hacía menos de dos años, acababa de cumplir los veintiocho años de edad. No estaba acostumbrada ni a volar ni a las recepciones oficiales. Las turbulencias originadas por el frente de tormenta que atravesó el aeroplano en las cercanías del continente africano, tras 12 horas de vuelo intercontinental y una escala previa en Brasil, acrecentaron el nerviosismo de la primera dama, que no cesó hasta el aterrizaje, realizado sin incidentes en Villa Cisneros. Era el 7 de junio de 1947.

El despliegue de tropas indígenas en el paraje desierto que rodeaba el aeropuerto debió de impresionar a Evita, quien, ya serena y siempre bella, pasó revista a la tropa ataviada con un elegante traje chaqueta de color beige y con un atrevido tocado sobre su permanente rubia. Seguramente los militares españoles quedaron tan impresionados con ella como ella con el espectáculo.

El Casino de Oficiales de Villa Cisneros fue el escenario de la primera recepción oficial en territorio español. Se celebró una comida de gala en honor de la dama, quien ofreció una rueda de prensa.

El domingo 8 de junio voló hacia Las Palmas de Gran Canaria, donde tuvo un recibimiento popular apoteósico, tal como deseaba Franco y organizaron apropiadamente los oportunos funcionarios.

Desde el aeropuerto de Gando y a través de los micrófonos de Radio Nacional Eva Perón lanzó el siguiente mensaje: «Envío un abrazo a todas las mujeres españolas. Yo les traigo un mensaje de amor y de paz. ¡Viva España!». La inesperada y apasionada dedicatoria realizada por una joven despampanante que se iba liberando con evidente desparpajo del rígido protocolo de la época disparó las alarmas de quienes esperaban conseguir con su visita un gran efecto propagandístico para paliar el aislacionismo internacional del Régimen de Franco.

Cuando Evita llegó a Madrid, fue recibida por el general Franco y su esposa. Muy pronto los temores resultaron fundados, porque Evita fue protagonista de inesperados e improvisados cambios en la agenda prevista, como el hacer una visita a barrios obreros. El antagonismo entre Evita y Carmen Polo de Franco se hizo patente hasta el punto de que las malas lenguas decían que Carmen Polo fue a despedir a Evita cuando abandonaba España solo para cerciorarse de ello.