Bibliografía

La bibliografía sobre las sociedades secretas españolas no es tan amplia como cabría desear. Es irregular respecto a los temas que trata y si algunos, como la masonería, cuentan con más de mil títulos disponibles, otros no disponen de ninguno. Además, la bibliografía no es toda fiable y, junto a los estudios rigurosos, podemos encontrar delirios llenos de fantasía, estafas esotéricas, panfletos laudatorios y libelos.

Ciertos datos se repiten una y otra vez en muchos libros —sin que eso signifique siempre que sean más ciertos; incluso, en ciertas ocasiones, son las falsedades sin cotejarlas las que más han circulado—, en tanto que otros proceden de una sola fuente. Sobre algunas sociedades secretas, además, no existen libros de referencia ni estudio alguno, y se hace necesario buscar entre distintos textos y entresacar las pocas alusiones a las mismas, tratando siempre de calibrar lo que pueda haber de verdad en esas menciones.

En la bibliografía que damos a continuación, cuando así ha sido posible, hemos optado por incluir aquellos libros que resultan más accesibles en nuestros días a un lector interesado en ampliar lecturas acerca de alguno de los temas tratados. Hemos procurado obviar monografías, tesis doctorales y demás documentación que, por su misma naturaleza, no se encuentran disponibles para el público general.

SOBRE LAS SOCTEDADES SECRETAS, EN GENERAL

Poco hay, aplicado a España, y lo que existe especifico es muy antiguo. Ofrecemos algunos títulos sin entrar a valorarlos de uno en uno. A muchos de ellos hemos hecho alusiones a lo largo del libro y, por tales comentarios, los lectores podrán hacerse una idea, en cada caso, de la credibilidad que nos merecen, que va desde mucha a casi nula. Pero, en este aspecto, cada cual ha de sacar sus conclusiones.

Víctor de la Fuente, Historia de las sociedades secretas antiguas y modernas en Espaiia, y especialmente la francmasonería, vol. 1 y II, Imprenta a cargo dc D. R. P. Infante, Madrid, 1872-1882.

Pedro Zaccone y Esteban Hernández, Historia de las sociedades secretas antiguas y modernas, Galeria Literaria, Madrid, 1880.

Arkon Daraul, Sociedades secretas, Géminis, Barcelona, 1969.

Santiago Valenti Camp y Enrique Masseger, Las sectas y las sociedades secretas, Antonio Virgili, Barcelona, 1912.

G. K. Morberguer-Thorn, Enigmas de las sociedades secretas, Daimón, Madrid, 1971.

Toms Baeza, Sectas y sociedades secretas: Pactos de sangre . Asociaciones criminales, fanáticos, religiosos y políticos ..., Bruguera, Barcelona, 1975.

Gabriel López Rojas, Guía internacional de las sociedades secretas, Ediciones B, Barcelona, 1998.

Santiago Camacho, 20 grandes conspiraciones de la historia, La Esfera, Madrid, 2005.

SOCIEDADES SECRETAS DE CORTE POLÍTICO

En este apartado encontramos buena muestra de lo mencionado arriba. La. bibliografía sobre la masonería es ingente, en tanto que no hay nada especifico sobre las sociedades de tipo conservador. Sobre los masones, hemos entresacado unos pocos títulos, entre los que hay algunos escritos por masones y otros por autores que no sienten ninguna simpatía por la organizaci6n.

Joaquín Lledó, La Masonería, Acento, Madrid, 2001.

José Ferrer Benimeli, La Masonería, Alianza Editorial, Madrid, 2005.

Jorge Biaschke y Santiago Río, La verdadera historia de los Masones, Planeta, Barcelona, 2006.

Amando Hurtado, Nosotros los masones, Edaf, Madrid, 2005.

Ricardo de la Cierva, El triple secreto de la Masonería, Fénix, Madridejos (Toledo), 1994.

José Ferrer Benimeli, Susana Cuartero Escobés, Bibliografía de la masonería, Furidación Universidad Española, Madrid, 2004.

José F errer Benimeli, EI contubernio judeo-masónico-comunista, Istmo, Madrid, 1982.

Juan José Morales, EI discurso antimasónico en la Guerra Civil española, Departamento de Cultura y Turismo de Zaragoza, Zaragoza, 2001.

VV AA., La masonería española y la crisis colonial del 98 . VIII Symposium - Internacional de Historia de la Masonería Española, Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española, Zaragoza, 1999.

Antonio Alcalá Galiano, Vida y memorias de Antonio Alcali Galiano, Atlas, Madrid, 1955.

Iris M. Zabala, Masones, comuneros y carbonarios, Siglo XIX de España, Madrid, 1971.

Albert Drozier, L’Histoire de la Sociedad del Anillo de Oro pendant le triennat constitutionel 1820-1823, Les Belles Lettres, Paris, 1965. [Un opúsculo escrito en francés que citamos por ser el único libro, aunque sea de corta extensi6n, que ha aparecido, dedicado a esa sociedad].

Antonio Eiras Roel, «Sociedadessecretas republicanas durante el reinado de Isabel 11, en Hispania, n.° 86, CSIC, Madrid, 1962.

Manuel Fernández Álvarez, Las sociedades secretas y los orígenes de la España contemporánea, Graf. Arag6n, Madrid, 1961.

Pío Baroja, Aviraneta o la vida de un conspirador . [Existen ediciones ya antiguas del libro, como la de Espasa Calpe de 1931 o la de Aguilar de 1962].

Juan Gómez Casas y Fernando Lida, La Mano Negra: anarquismo agrario en Andalucía, Zero, Algorta (Vizcaya), 1972.

José Luis Pantona y Manuel Ramírez, La Mano Negra: memoria de una represión, Quorum Libros, Cádiz, 2000.

Juan Madrid, La Mano Negra: caciques y señoritos contra los anarquistas, Temas de Hoy, Madrid, 1998.

SOCIEDADES SECRETAS DE CORTE MILITAR

Antonio Eiras Roel, «Sociedades secretas republicanas en el reinado de Isabel II», en Hispania, n.° 86, CSIC, Madrid, 1962.

Julio Busquets, Ruido de sables: las conspiraciones militares en la España del siglo XX, Crítica, Barcelona, 2003.

J.M. de Palacio, «Las falsas órdenes de Caballería», en Hidalguía, n.° 1, Madrid, 1953.

E. Postigo, Honor y privilegio en la Corona de Castilla . EI Consejo de las órdenes militares y los caballeros de hábito en el siglo XVII, Junta de Castilla y León, Almazán, 1988.

Justino Matute, Noticias relativas a la historia de Sevilla que no constan en sus Anales, E. Rasco, Sevilla, 1886.

Peter Partner, El asesinato de los magos: los templarios y su mito, Martínez Roca, Barcelona, 1987.

SOCIEDADES SECRETAS DE CORTE RELIGIOSO

A. Acosta González, Estudio comparado de tribunales inquisitoriales, UNED, Madrid, 1990.

Luis A. García Moreno, Los judíos de la España antigua, Rialp, Madrid, 2005.

Antonio Domínguez Ortiz, Los judíos conversos en España y América, Istmo, Madrid, 1971.

Mario Hernández Sánchez Barba, La monarquía española y América, Rialp, D.L., 1996.

Antonio Domínguez Ortiz, Historia de los moriscos. Vida y tragedia de una minoría, Alianza Editorial, Madrid, 1985.

David Nieremberg, Comunidades de violencia, Península, Barcelona, 2001.

Julio Caro Baroja, Inquisición, brujería y criptojudaísmo, Ariel, Barcelona, 1970.

Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Ed. Cató1ica, Madrid, 1987.

J. H. Elliot, La España imperial, Vicens-Vives, Barcelona, 1989.

H Kamer, La Inquisición española, Critica, Barcelona, 2004.

Mario Méndez Bejarano, Historia de la filosofía en España hasta el sigio XX, Renacimiento, Madrid, 1928.

Peter Washington, El mandril de madame Blavatsky, Destino, Barcelona, 1995.

SOCIEDADES SECRETAS DE CORTE ESOTÉRICO

Existe una amplia bibliografía que toca de lleno o tangencialmente a las sociedades secretas de corte esotérico. Sobre la historia concreta de las mismas, ya hay menos, y aún más escasa resulta en lo tocante a España. Conviene leer ciertos libros con prevención, ya que abundan los datos no contrastados y las especulaciones presentadas como certezas, además de las simples falsedades. Algunos de los libros que incluimos aquí, por último, no tienen que ver con las sociedades secretas y si con ciertos aspectos en concreto (p. ej. alquimia o gnosticismo) tratados en la sección.

José Ramón de Luanco, La alquimia en Espana, Librerías Paris-Valencia, Valencia, 1997.

Hans Werner Schutz, En busca de la piedra de la sabiduría. Historia de la Alquimia, Acento, Madrid, 2000.

Juan García Font, Historia de la alquimia en España, Editora Nacional, Madrid, 1976.

Gershom Scholem, Los orígenes de la cábala, Paidós Ibérica, Barcelona, 2001.

Elaine Pageis, Los evangelios gnósticos, Critica, Barcelona, 1987.

VV. AA., Los gnósticos, Gredos, Madrid, 2002.

Corpus hermeticum, Siruela, Madrid, 2000.

Alexandrian, Historia de la filosofía oculta, Valdemar, Madrid, 2003.

Papus, El ocultismo, Edaf, Madrid, 1988.

Israel Regadier, La Aurora Dorada (la Golden Dawn), Luis Crcamo, Madrid, 1986.

BRUJERÍA Y SATANISMO

Éste es otro apartado en el que no andamos, precisamente, escasos de bibliografía. Por desgracia, tampoco escasean las falsedades y las locuras acerca de ambos fen6menos. Sobre la brujería tradicional hay estudios exhaustivos, en tanto que sobre la historia del satanismo se encuentran datos dispersos, y aún conviene expurgar entre informaciones contradictorias que, en no pocas ocasiones, son simples fantasías.

Juho Caro Baroja, Vidas mágicas e inquisición, Círculo de Lectores, Barcelona, 1990.

Juli Caro Baroja, Las brujas y su mundo, Alianza Editorial, Madrid, 1997.

Gustav Henningsen, El abogado de las brujas, brujería vasca e Inquisición española, Alianza Editorial, Madrid, 1983.

Pilar Salarrullana, Las sectas satánicas, Temas de Hoy, Madrid, 1995.

Carlos Aguilar y Frank G. Rubio, El libro de Satán, Temas de Hoy, Madrid, 1999.

José María Escalante, Satanismo erótico. El amor, el sexo y la lujuria en los procesos e historias de la magia negra, Humanitas, Barcelona, 1998.

SOCIEDADES SECRETAS DEL CRIMEN

Julian Zugasti, El bandolerismo: estudio social y memorias históricas, Alianza Editorial, Madrid, 2003.

Constancio Bernando de Quirós, Bandolerismo y delincuencia subversiva en la baja Andalucía, Renacimiento, Sevilla, 1992.

C. Bernaldo de Quirós y L. Ardilla, E l bandolerismo andaluz, Gráfica Universal, Madrid, 1931.

Manuel Barrios, Sociedades secretas del crimen en Andalucía, Tecnos, Madrid, 1987.

F.L. Díaz, Estepa napoleónica, Actas de las II Jornadas sobre la historia de Estepa, Sevilla, 1998.

A. Bahamonde y J. A. Martínez, Historia de España. Sigio xix, Cátedra, Madrid, 1994.

Víctor de Fereal, Misterios de la Inquisición y otras sociedades secretas de España, S.N., México, 1850.

SOCIEDADES SECRETAS COLONIALES

José Ferrer Benimeli, Masonería e Inquisición en Latinoamérica durante el siglo XVIII, Instituto de Investigaciones Hist6ricas, Caracas, 1973.

José María Castellano, La masonería española en Cuba, Centro de Cultura Popular Canaria, La Laguna, 1996.

Alfonso Fernández Cabrelli, Masonería y sociedades secretas en la lucha emancipadora de la patria grande, América Una, La Paz, 1975.

R. Palma, Biografía de Rizal, Bureau of Printing, Manila, 1949.

Antonio Molina, Historia de Filipinas, Vol I. Cultura Hispánica, Madrid, 1984.

Lydia Cabrera, La sociedad secreta Abakuá, narrada por viejos adeptos, C. R., La Habana, 1959.

Adriana Prez y Norma García, Abakuá: una secta secreta, Publicigraf, La Habana, 1993.

José Manuel Novoa, Iboga: la sociedad secreta del Bueti, Transglobe Films, Madrid, 1998.

Fernando Cervantes, El diablo del Nuevo Mundo, Herder, Barcelona, 1996.

1 Se explaya en repetidas ocasiones sobre el general Riego y, sobre todo, se ceba con Romero Alpuente, de quien nos ha dejado estas letras: «el viejo Romero Alpuente, singular tribuno, si no sirviesen para tribunos personajes de todas especies, por ser caprichoso señor el vulgo, al cual lisonjean para dirigirle, de fea, repugnante y aun asquerosa figura, torpe y helado en el decir, extremado y atroz en las máximas que predicaba, de integridad en punto a dinero, prenda siempre de valor, no obstante ser mucho menos escasa en aquellos días que en los presentes, cínico en todo y de pocas necesidades en la comida y en el vestir, de viciosas costumbres en su edad avanzada y descarado, lisonjero de la plebe, por cuyo medio tiraba a satisfacer su desmedida ambición, la cual, si no codiciaba riquezas ni altos honores, ansiaba por poder y por aplausos, y aparecía resuelto a comprarlos aplaudiendo o aconsejando todo linaje de desorden y excesos de crueldad. De sus labios salió la máxima de que era la guerra civil un don del cielo, aplicando mal la observación de Montesquieu sobre que suelen dar fuerza a los pueblos las guerras civiles. A él se oyó también decir que andaba buscando un medio para hacer que un pueblo estuviese en revolución continua. De este anciano loco y perverso se dijo que en sus últimos días, y en el destierro en que se vio con los más notables de entre los constitucionales, se vendió al rey Fernando, recibiendo de él paga como su espía, aunque tal vez siéndole infiel. Pero faltan datos para afirmar si ya servía a su modo al mismo rey cuando todavía en España excitaba a excesos que hacían a la causa constitucional no leve daño».

2 Así denominaban los griegos a los consejos de sabios, y de ahí tomaron los masones el nombre para el grupo que instituyeron para resolver este asunto.

3 Galdós escribió esta novela en 1878, cuatro años después de haber terminado la tercera guerra carlista. No hay que olvidar que la revuelta de los malcontens se considera en la práctica un prólogo de la primera de estas guerras, y que Galdós escribía para un público mayoritariamente anti-carlista, por lo que hay que valorar sus afirmaciones teniendo en cuenta estas circunstancias.

4 El periódico El Falansterio Español, llegó a ser muy conocido y contó con el propio Fourier como colaborador. Esta nota viene a cuento, sobre todo, porque no es difícil ver información circulando por ahí que cataloga a El Falansterio Español de sociedad secreta (algunos se atreven a afinar más y lo califican de sociedad carbonaria). También se da la cifra de que esta supuesta sociedad secreta llegó a tener 80.000 afiliados. Es de suponer que, si confunden un periódico —clandestino, y de ahí tal vez la confusión— con una sociedad secreta, confundan de igual manera su tirada o suscriptores con el número de afiliados. Sirva este detalle, una vez más, para ilustrar el barullo y los infundios que siempre han rodeado el mundo de las sociedades secretas.

5 Los sargentos emplearon el expeditivo recurso de amenazar con fusilar a su marido secreto, Fernando Muñoz, sargento de guardias de coros, con el que se casó en secreto al poco de morir Fernando VII. A pesar que con Fernando VII a duras penas tuvo una hija, Isabel II, con Muñoz tuvo ocho hijos. Una coplilla popular decía: «Quejábanse los liberales que la reina no paría y ha parido más muñoces que liberales había»

6 Cánovas, el principal político de la Restauración, declaró siempre no haber deseado ese golpe, y sí que la vuelta de la monarquía se hubiese producido mediante las urnas. Para él fue uno de los grandes fallos de la llegada de Alfonso XII y muestra de lo sensibilizado que estaba el estamento político a la intromisión armada en la vida pública española.

7 Sagasta, para no parecer débil, realizó una astuta maniobra política. Votó a favor de la ejecución, al tiempo que convencía a la Regente para que otorgase un indulto a título personal.

8 Fray Gaspar es la única persona, que se sepa, que resultó víctima de las amazonas. Cuando éstas atacaron la nave de Orellana, llenando de flechas su obra muerta, el único herido fue él. Orellana mencionó de forma lacónica que «debido a la naturaleza de la herida, y los hábitos que éste portaba, fue poca la pérdida». No cabe duda sobre dónde recibió el flechazo el buen fraile. Por su parte fray Gaspar, en su Relación, de vez en cuando entona filosóficamente: «Aún me duele».

9 Según varias fuentes no dignas de confianza, Felipe II declaró durante la celebración del auto «¿Cómo permitís que esto ocurra? Si mi propio hijo fuese tan perverso, yo mismo acercaría la leña a la pila para quemarlo».

10 Existe un intento de wicca adaptada a lo hispano, donde ese tándem divino estaría formado por los dos dioses prerromanos Endovelico y Ataecina.

11 Lo esotérico es muy amplio, desde luego, pero por eso mismo ha terminado por convertirse una definición casi intuitiva, y es por eso que la hemos elegido para «apellidar» a este tipo de sociedades.

12 Los cargos presentados contra él, en juicio civil, fueron los de maleficio, magia y conciabulo nocturno.

13 Abate y no abad, como parecen muchos empeñados en traducir ahora. Son dos cosas distintas. Un abate es el nombre que se daba a quienes tomaban órdenes menores. Un abad es el director de un monasterio.

14 A modo de ejemplo, en su libro sobre el satanismo, Frederik Koning calificaba a Freud y el psicoanálisis de satanismo. Más allá de lo risible, merece la pena parar en la justificación que da. Para Koning, puesto que el psicoanálisis trata de bucear en el alma del hombre y modificarla, se arroga derechos que solo le corresponden a Dios y, por tanto, es satánico. No podríamos encontrar mejor ilustración para lo que comentábamos en este capítulo acerca del conflicto entre las ciencias y el integrismo religioso. Desde el punto de vista de estos últimos, tal vez posturas cristianas conciliadoras con la ciencia, como fue el ocultismo, merecieran el calificativo de satanistas.

15 Westcott era cargo público en la ciudad de Londres y el haber abandonado en un vehículo público documentos que daban fe de su pertenencia masónica perjudicó su carrera. Se vio obligado a elegir y abandonó las actividades esotéricas. Según Aleister Crowley, todo fue una trampa tendida por Mathers, que deseaba hacerse con la jefatura absoluta de la sociedad. También se ha especulado siempre con que los supuestos documentos originales fuesen un montaje organizado por Mathers.

16 Hay que señalar que no todos los estudiosos aceptan que estas historias truculentas sean ciertas, y sostienen que los sacrificios rituales no tuvieron lugar y fueron todos una invención de los acusadores.

17 Un guerrillero español de una partida de la zona de la serranía de Ronda afirmaba haber matado personalmente a 43 soldados franceses entre 1810 y 1812.

18 Por errores entendían ellos la educación que había propiciado la difusión de nuevas ideas entre amplias capas de la población, apartándoles de la sumisión al orden establecido y los valores tradicionales.

A todas esas personas que aportan ideas, pistas, ese dato clave que luego resulta crucial para realizar obras de este tipo, que al final tal vez no llegarían a buen puerto sin esos aportes puntuales y casi nunca reconocidos.

Índice

Introducción

I. SOCIEDADES SECRETAS DE CORTE POLÍTICO

II. SOCIEDADES SECRETAS DE CORTE MILITAR

III. SOCIEDADES SECRETAS DE CORTE RELIGIOSO

IV. SOCIEDADES SECRETAS DE CORTE ESOTÉRICO

V. BRUJERÍA Y SATANISMO

VI. SOCIEDADES SECRETAS DEL CRIMEN

VII. SOCIEDADES SECRETAS COLONIALES

VII. SOCIEDADES SECRETAS ESPURIAS, FALSAS E IMAGINARIAS

BIBLIOGRAFÍA

Una historia de las sociedades secretas españolas - León Arsenal - Hipolito Sanchíz - Kokapeli Ediciones

Introducción

La simple mención a sociedades secretas suele traer a la cabeza del lector imágenes sobre complots tenebrosos, organizaciones de nombres resonantes, personajes enigmáticos, ataviados con túnicas y capirotes, criptas adornadas con símbolos esotéricos, antorchas, pasadizos. Son estampas fijas, creadas en buena medida por los folletines decimonónicos y la literatura popular de comienzos del XX, que reelaboraron los recuerdos de épocas míticas y ya pasadas —la Ilustración, las guerras napoleónicas, el Romanticismo—, durante las que cierto tipo de organizaciones secretas tuvieron una presencia muy real en la sociedad y la política.

Son estereotipos que, como suele ocurrir en estos casos, se apoyan en ciertos elementos de realidad, aunque en su mayor parte pertenecen al mito y contribuyen a distorsionar el concepto de sociedad secreta. Por eso, y antes de entrar en materia, conviene que fijemos las bases de lo que vamos a tratar.

Una de las características que diferencian a los seres humanos de los demás animales es la capacidad que tienen de asociarse, de forma voluntaria, para lograr un fin determinado. No hablamos de las agrupaciones animales naturales, como pueden ser las colonias de invertebrados, las bandadas de aves, las manadas de mamíferos, las bandas de primates o incluso las tribus humanas. Nos referimos al hecho de que, dentro de las tribus o supertribus (naciones) humanas, cierto número de individuos se unen para alcanzar metas específicas. Eso es lo que aquí estamos llamando sociedades.

Estas sociedades humanas, voluntarias y con objetivos concretos, se distinguen por tres elementos básicos: miembros y organización, fines de las mismas y métodos empleados. A partir de estos tres elementos, podríamos clasificarlas de muchas formas pero, para los propósitos de este libro, vamos a establecer tres grandes categorías.

La primera de ellas está formada por las Sociedades Públicas, que son aquellas cuyos fines y actividades entran de lleno en el terreno de lo público. Una sociedad mercantil, un club de fútbol, una asociación de vecinos, son buenos ejemplos de sociedades públicas. Sus fines con concretos y manifiestos; unas veces económicos, otras de defensa de intereses comunes, etc. Sus actividades (métodos) repercuten, en mayor o menor medida, sobre la comunidad, sea a nivel de barrio, ciudad, país o incluso el globo entero.

La segunda categoría la constituyen las Sociedades Privadas que, al contrario que las anteriores, se mantienen dentro de la esfera de lo privado. Ni sus fines ni actividades repercuten sobre la comunidad. Ejemplos de este tipo de sociedades humanas serían un club privado, una peña gastronómica o un simple grupo de amigos que se reúne periódicamente. Todas tienen como características que existen para servir a sus miembros, carecen de actividad cara al exterior y que las decisiones tomadas, así como las actuaciones que llevan a cabo, sólo afectan a los miembros de la sociedad en cuestión.

Por supuesto que las sociedades públicas tienen siempre vida privada, y que la actuación de las sociedades privadas a veces afecta a lo público. También se pueden señalar sociedades que están a caballo de las dos categorías. Sólo hay que pensar en las peñas y cofradías, tan comunes en nuestro país, que se dedican sobre todo a actividades lúdicas para sus integrantes, pero que toman también parte activa en los festejos de su población. Siempre que se establece una clasificación, aparecen excepciones y casos dudosos.

Estas dos clases de sociedades humanas pueden ser más o menos abiertas o restrictivas a la hora de admitir nuevos miembros. Estar jerarquizadas en mayor o menor grado, o no estarlo en absoluto, como sucede con algunas sociedades privadas de carácter lúdico. Tener fines amplios o muy concretos, o tener incluso una vigencia temporal, sujeta a la consecución de dichos fines (ejemplos de esto último serían una sociedad creada para levantar por suscripción un monumento o una agrupación de perjudicados que trata de paralizar unas obras); en tal caso, logrado el fin, la sociedad desaparece.

Por último, además de las públicas y las privadas, existe una tercera categoría de asociaciones humanas que tratan de lograr objetivos concretos: las Sociedades Secretas. Pero, antes de abordarlas, vamos a detenernos en el concepto de secreto.

Secreto es todo conocimiento o información que se comparte con los miembros del grupo y no con los ajenos al mismo. Se ha señalado, en diversos estudios, la importancia que tiene el secreto, así entendido, para la cohesión de los grupos humanos. Es fundamental para la interrelación de sus miembros a nivel de conjunto, así como para las relaciones personales.

Vamos a poner un ejemplo muy, muy sencillo. Tomemos un grupo de amigos. Todos sus integrantes comparten conocimientos sobre los roces, rencillas, alianzas en su interior, así como sobre los incidentes vividos en común por ese grupo. Estar en posesión de ese caudal de conocimientos, ignorado por los extraños, significa pertenecer al grupo. Ese caudal es el secreto de grupo y es un elemento de cohesión. Incluso a un nivel tan básico como el de pareja funciona el secreto. Existen guiños, hábitos comunes, frases hechas y pequeños rituales propios que pertenecen por entero a las dos personas que lo forman. Eso también es secreto, a un nivel elemental: les pertenece a ambos y no se hace extensivo ni se explica a terceros.

A un nivel personal, compartir secreto con alguien es dar una muestra de confianza a esa persona. Que lo haga un grupo con un individuo concreto significa, de facto, admitirle en su seno. Y volvemos a señalar que estos ejemplos son muy básicos, sencillos, para hacer el concepto más inteligible. El secreto puede ser, y a menudo es, algo más voluntario y elaborado. Pero hay que tener en cuenta que el secreto no es algo que, necesariamente, se oculte o siquiera se escamotee a terceros, aunque así pueda ocurrir. Secreto es a menudo, tan sólo, el conocimiento que no se comparte con los extraños.

Podemos definir ahora a las sociedades secretas como aquellas agrupaciones humanas en las que uno, dos o los tres elementos antes citados —miembros y organización, fines o medios— entran de lleno en el terreno del secreto. Hay que fijarse en que hemos dicho uno, dos o los tres. Hay sociedades secretas que lo son desde el secreto (sus socios se mantienen anónimos), en el secreto (trabajan de modo invisible) y para el secreto (su fin último se esconde o camufla).

Considerar que sociedad secreta es sólo aquella en la que sus miembros ocultan su identidad es un error. Pueden ser de sobra conocidos y, sin embargo, sus fines y/o métodos ser secretos. Ejemplos hay de sobra.

Consideremos un cártel industrial, formado por las empresas más poderosas de un sector productivo. Tanto las empresas como sus directivos son conocidos. Y, sin embargo, el fin último del cártel es la manipulación de ese sector productivo en su propio provecho. Tal fin entra, de lleno, en lo que hemos llamado el secreto. Y este ejemplo sirve, además, para ilustrar ciertos matices que ya señalábamos antes. En el caso que nos ocupa, el fin último, el secreto, no se oculta (porque es imposible) pero sí se escamotea y se niega. Es decir, todo el mundo sabe que ese cártel trata de manipular los precios, pero los miembros del mismo se cuidan muy mucho de admitirlo en público.

Volvemos sobre nuestros pasos para insistir. Sociedad secreta es sólo una entre las distintas formas que tienen los seres humanos de agruparse para lograr un fin. Eso es todo. Es innato al Hombre. Forma parte cotidiana de algunas sociedades humanas. Así ocurrió, por ejemplo, en la europea occidental hasta hace no tanto, ya que los gremios y cofradías profesionales eran, ante todo, sociedades secretas que agrupaban a los artesanos de un oficio.

Pueden estar más o menos jerarquizadas, tener un nombre o no; es posible incluso que sus miembros no sean conscientes de haber constituido una. Cuando un grupo de vecinos se confabula para expulsar de la comunidad a otro, especialmente molesto, están utilizando los métodos de las sociedades secretas. Su radio de acción es diminuto, cierto. Pero, cuando se dedican a tocar su timbre de madrugada o a pincharle las ruedas del coche, están actuando como una sociedad secreta, aunque no sean conscientes de ello.

Según el fin que tengan, las sociedades secretas resultan muy distintas entre sí. Poco tiene que ver una política con una esotérica. La primera se proyecta hacia lo público, puesto que cualquier opción política busca —o trata de impedir— la transformación de la comunidad en la que está inmersa, sea mediante reforma o revolución. La segunda, por el contrario, ha adoptado una filosofía concreta y se dedica a ella, con escasa o nula interacción con su entorno social.

También hay grandes diferencias en lo tocante a la organización de las sociedades secretas. En esto, muchas veces resulta esencial el motivo por el que se crea una sociedad secreta. Remitiéndonos de nuevo a las de corte político, no es lo mismo una de corte conspirativo que un partido político obligado a la clandestinidad en una dictadura. Ambas adoptan fórmulas de sociedades secretas, pero por motivos muy distintos.

En el primero de los casos, estamos ante una estrategia concreta. Un grupo reducido de personas trata de encauzar a la sociedad civil por unos derroteros determinados. Sus métodos pueden ser la infiltración en puestos claves de la Administración, la recluta de personalidades útiles, la manipulación informativa, la agitación o incluso el asesinato político. Una sociedad secreta así trata de actuar como una palanca. Para ellos, la colectividad es una masa y ellos, aplicando la fuerza adecuada, en los lugares y momentos justos, intentan que se mueva en la dirección por ellos deseada.

En el segundo caso, la organización de esa fuerza política como sociedad secreta es coyuntural y obligada por las circunstancias. Cuando cesa la prohibición, emerge como partido político, con los métodos propios de los mismos, que son bien distintos de los de las sociedades secretas políticas.

Algo semejante ocurre en el terreno de la religión y las filosofías ocultas. Unos grupos, al ser de naturaleza iniciática y cerrada, adoptan de forma natural la estructura de sociedades secretas. Otros, en cambio, lo hacen a la fuerza, debido a las persecuciones religiosas y, cuando cesan éstas, salen a la luz.

 

Aunque haya tipos muy diferentes de sociedades secretas, como estamos viendo, todas ellas comparten una serie de características comunes. Éstas serían:

—Son poco o nada proselitistas. El número es poco importante y se prima más bien la calidad que la cantidad de los miembros reclutados. En el caso de las organizaciones obligadas a la clandestinidad, es una medida elemental de prudencia: según crece en afiliados aumentan las posibilidades de infiltración o descubrimiento por parte de sus enemigos.

—Están jerarquizadas. La misma naturaleza de las sociedades secretas hace que sus miembros se sitúen a distintos niveles y que cada uno de estos niveles, a menudo, tenga sus propios secretos. De hecho, veremos sociedades secretas en las que los rangos altos formaban una verdadera sociedad secreta dentro de la sociedad secreta (si se nos perdona tanta redundancia), ya que ocultaban sus fines últimos a los miembros de rango inferior.

—Son iniciáticas. Para pasar de grado, se requiere una aceptación formal y ritual de los neófitos. Pasar de grado no es un simple ascenso, sino el ingreso definitivo, tras pasar unas pruebas, en un círculo más interno de la sociedad.

—Poseen simbología y rituales propios. Esto es muy importante, por más que en cierto tipo de sociedades hayan sido mínimos o faltado casi por completo. Pero incluso en las de tipo más político nunca está ausente del todo una simbología propia que, después de todo, forma parte importante del secreto y refuerza el sentido de pertenencia.

A lo largo de este libro, iremos glosando los distintos tipos de sociedades secretas que han existido en España, con referencias al menos a las más importantes, influyentes o notables. Sociedades secretas hubo muchas, y gran cantidad de ellas no pasaron de ser simples nombres sobre el papel o reuniones de ociosos.

Y ahora, de nuevo, unas palabras acerca del secreto. Secreto en los fines implica que estos son inconfesables; es decir, que no se pueden confesar abiertamente. Recordemos el ejemplo dado antes con el cártel industrial. Si reconociese su existencia, o que trata de manipular la economía, la reacción de la sociedad no se haría esperar.

Eso puede llevar a pensar que el secreto, que lo inconfesable, es por tanto negativo o, como poco, dudoso. No es cierto.

En Argentina, durante la década de los ’70 del siglo XX, actuó una verdadera sociedad secreta de cirujanos plásticos. En ese país americano, que siempre estuvo a la vanguardia de tal especialidad, un grupo de médicos se comprometió a operar en secreto, de forma gratuita, a gente sin recursos y que necesitase ese tipo de intervención. No se trataba de atender gratis a una operación de senos, o un estirado facial, desde luego. Aquella sociedad secreta atendía de forma gratuita a reconstrucciones faciales u otro tipo de intervenciones, para personas que habían sufrido lesiones destructivas.

¿Por qué optaron por esta fórmula? Eso habría que preguntárselo a ellos. Puede que tratasen de rehuir esa práctica repulsiva y tan arraigada en nuestra sociedad, en la que la caridad es sólo un pretexto para salir ante las cámaras. Tal vez no querían verse agobiados por más demandas de las que podían atender, porque la necesidad suele sobrepasar los medios de los que la atienden.

Es un bonito ejemplo de en qué forma un grupo humano puede actuar como sociedad secreta sin obedecer a un móvil dudoso. Desde luego, siempre han llamado más la atención las sociedades secretas oscuras, de nombres truculentos y actividades turbias. Esa fascinación es parte de la naturaleza humana y no responde a ningún espejismo, porque, aunque no todas son así, en las próximas páginas vamos a encontrarnos con más de una sociedad de ese tipo.

Respecto a esto último, volvemos a aclarar que estamos hablando de un tipo de agrupaciones humanas. Otra cosa es la definición legal de sociedad secreta. El ordenamiento jurídico español, como el de casi todos los países, prohíbe las asociaciones de carácter secreto. Así se recoge en la ley Orgánica del 22 de marzo de 2002, referente al Derecho de Asociación. La ley española exige que los miembros, cuentas, actas, etc., de las asociaciones, sean, si no públicos, sí accesibles a las autoridades para su inspección. También, sus fines han de estar definidos con claridad en los estatutos y su funcionamiento, por ley, ha de ser democrático y sujeto a las asambleas de socios.

Eso significa que una sociedad, si quiere mantener el anonimato de sus integrantes y no dar cuenta de sus reuniones, no podrá tener existencia legal, ni por tanto bienes. Si además sus fines son ilícitos, será perseguida, como es lógico. Si son lícitos, siempre puede tener una existencia alegal, puesto que las leyes no pueden ni deben inmiscuirse en todos los ámbitos de la convivencia. Si no desea someterse a un funcionamiento democrático y sí tener una estructura jerarquizada, siempre puede jugar con el marco legal (como los diferentes tipos de socios, con derechos y deberes distintos, que se existen en las sociedades sin ánimo de lucro) o recurrir a fórmulas concretas, como la inscripción de la sociedad en forma de religión en el registro correspondiente. Eso es todo.

 

Por último, antes de entrar en materia, una aclaración final. Hemos creído conveniente, en esta Una historia de las sociedades secretas españolas, llegar hasta la Guerra Civil del 36. Ahí nos detenemos, por varias razones. El triunfo del general Franco supuso un hiato importante en la historia de las sociedades secretas. Por un lado, el régimen desató una persecución implacable contra ciertas organizaciones clásicas, como la masonería, a las que se puede decir que borró del mapa. Sobrevivieron los masones que acertaron a huir al extranjero. Entre la lista enorme de cosas que el franquismo no estaba dispuesto a tolerar, las reuniones secretas ocupaban un lugar más que destacado.

Las características del régimen franquista hicieron que éste se volviera no sólo contra todas las opciones políticas contrarias, sino contra cualquier religión o movimiento espiritual u oculto no conectado con el nacional—catolicismo. De hecho, cuanto más alejado del universo católico estuviese ese movimiento, más dura fue la represión. Así, mientras que a los protestantes se los toleró, dado que, después de todo, son cristianos, el régimen pasó por las armas sin contemplaciones a cuanto espiritista —por poner un ejemplo— pudo echar mano. Eso supuso la práctica erradicación de muchas corrientes de tipo religioso o esotérico que, por su propia naturaleza, tienen muchos rasgos de sociedad secreta. El estudio de toda esa época requeriría un libro aparte.

Por último, la Transición y la instauración de la Democracia no sólo trajeron nuevas leyes, que permitieron volver a operar de forma legal a ciertas organizaciones, como las antes mencionadas, sino que abrió nuestro país a las corrientes que recorren el mundo occidental de nuestros días. Eso significó, entre otras miles de cosas, que una multitud de sociedades secretas propiamente dichas, así como escuelas espirituales, credos y sectas (muchos de ellos, de nuevo, con no pocos rasgos de sociedades secretas) se radicasen en España aprovechando el marco legal o directamente de forma alegal. Alegal, repetimos, es todo aquel grupo que existe pero no está inscrito en ningún registro, por lo que no es lo que se llama persona jurídica y no tiene, ante la ley, ni propiedades, ni derecho legal alguno, fuera del que puedan tener individualmente sus miembros por separado. Aparte estarían, claro, las sociedades ilegales: todas las que por sus doctrinas, prácticas o fines vulneran nuestras leyes y, por tanto, operan en la clandestinidad.

El mundo de las que podríamos considerar sociedades secretas actuales (no desde el punto de vista legal, sino desde el planteamiento de este libro) forma un mosaico de muchas piezas. Requeriría también estudio aparte y ocuparía no pocos volúmenes (sólo hay que fijarse en los libros que se publican hoy en día sobre satanismo, por poner un ejemplo llamativo). Además de ser la actual una época distinta y aparte, separada del resto de la historia de las sociedades secretas por una brecha de cuarenta años de franquismo, está la cuestión de que resulta imposible evaluar cuáles de ellas tendrán alguna importancia de cara al futuro. Con las sociedades secretas —sean políticas, espirituales, religiosas o criminales— ocurre lo que con los partidos políticos. Partidos hubo y hay muchos, pero pocos han tenido una importancia mínima o han influido algo sobre el curso de los acontecimientos públicos o en el pensamiento. Sólo el futuro podrá evaluar la importancia de las sociedades secretas que operan en nuestros días.

Por todas estas razones, hemos optado en general por detenernos en la Guerra Civil. Decimos por lo general por qué hemos hecho alguna excepción, cuando así era necesario, para una mejor comprensión. Pero, siempre que lo hemos hecho, hemos procurado que fuese en forma de simple mención. De igual forma, a veces nos hemos visto obligados a salir, en esta Una historia de las sociedades secretas españolas, más allá de nuestras fronteras, ya que en ocasiones la génesis de ciertos movimientos asentados en España tuvo lugar en otros países europeos.

Sociedades secretas de corte político

Las sociedades secretas fueron un elemento clave en las luchas políticas que sacudieron a Europa durante el final del siglo XVIII y buena parte del XIX. No hay que olvidar que organizaciones con muchos rasgos de sociedad secreta fueron parte fundamental en las estructuras sociales de Occidente, desde la Antigüedad a la Edad Moderna y que, casi por defecto, así era como se agrupaba la gente para lograr objetivos que iban de lo lúdico o lo religioso a lo político.

Las cofradías, gremios y hermandades, por poner un ejemplo, fueron las organizaciones por excelencia de los artesanos y tenían todas las características de las sociedades secretas, según las hemos definido en la introducción. Estaban jerarquizadas según categorías profesionales (aprendices, oficiales, maestros) y cada estamento custodiaba con celo los secretos de su grado. Sus deliberaciones eran secretas y los miembros estaban obligados a guardar silencio sobre lo hablado, así como a prestar ayuda a los demás cofrades, etc.

No es casualidad que ciertas sociedades secretas de la Edad Contemporánea se jactasen de entroncar con antiguos gremios, algunos de antigüedad fabulosa. Es el caso de los francmasones o los carbonarios. Según sus mitos, los primeros descenderían de los constructores del Templo de Salomón y los segundos de las cofradías de los carboneros de los bosques italianos y alemanes.

Además, la organización en sociedades secretas era la única forma de acción política viable en el siglo XVIII. El fin de la Edad Media había marcado el declive de la Nobleza como poder enfrentado al real, que se había vuelto absoluto. Pero la Edad Moderna había significado también el auge de la Burguesía. Habiendo acumulado riqueza, estaba dispuesta a reclamar su cuota de poder, pero carecía del poder militar de la antigua nobleza medieval.

La burguesía liberal revolucionaria, por tanto, recurrió a organizarse en sociedades secretas, que no tardaron en convertirse en la Bestia Negra de las monarquías absolutista, desatando una histeria que no deja de ser el pistoletazo de salida para el mito contemporáneo. Enfrentadas a regímenes inmovilistas, carentes de fuerza militar y sin esperanza de movilizar a una población que entonces era mayoritariamente rural, las sociedades secretas recurrieron a otros métodos de lucha.

En unos casos trataron de infiltrarse en los gobiernos de la época, para lograr ciertas reformas. Otras sociedades más radicales trataron de hacer lo mismo en los ejércitos, o intentaron captar a los oficiales, para volver las armas contra los monarcas. Dependiendo de la sociedad secreta, casi cualquier método podía resultar legítimo, desde instigar motines y revueltas al asesinato político, si eso servía para derrocar al absolutismo.

En España, las sociedades secretas resultan fundamentales a la hora de seguir los avatares políticos sufridos por el país durante buena parte del siglo XIX. Apenas tuvieron actividad en el XVIII, ya que en esa época España estaba apartada de cuanto ocurría en el resto de Europa. Así había estado desde la calamitosa Guerra de Sucesión, que la liquidó como potencia mundial, aunque le permitiese conservar buena parte de sus posesiones coloniales.

La invasión napoleónica cambió para siempre el panorama y España se convirtió en campo de batalla entre liberales y absolutistas. Las sociedades secretas estuvieron ya presentes, en todo momento, en la arena política. Se les atribuye la sublevación de tropas en Cádiz, al mando del general Riego, aunque no haya ninguna prueba documental al respecto. Durante los periodos que siguieron, El Trienio Liberal, la Década Ominosa, la actividad de las sociedades secretas fue incansable. Y no cesó tampoco durante todo el reinado de Isabel II.

España se incorporó tarde y de forma más lenta a la Revolución Industrial, pero, aún así, eso trajo a nuestro país los mismos cambios que al resto de Europa. Surgió una nueva clase social, el Proletariado, que pronto trató de hacer valer sus derechos contra la Burguesía, esa misma que años antes abanderase la revolución liberal contra el Absolutismo. La lucha política a través de sociedades secretas fue sustituida por la de los partidos de masas, concluyendo así toda una época en lo que a las primeras respecta.

En las páginas siguientes vamos a dar un paseo, por grupos y épocas, a esa especie de Edad de Oro de las sociedades secretas políticas en España que va desde el final de la Guerra de Independencia a las postrimerías del siglo XIX, sin olvidarnos de algunos de sus coletazos en el siglo XX. Por supuesto que podríamos considerar a las organizaciones terroristas como sociedades secretas de corte político o político—criminal (dado que algunas, para financiarse, han recurrido con frecuencia a métodos delictivos, desde el atraco o la extorsión, al tráfico de drogas). Lo son. Pero, siendo un fenómeno tan específico del siglo XX, tan complejo y tan estudiado, no entraremos en ellas, por lo particular que resulta su caso y porque ellas solas requerirían, como hemos dicho antes, no uno, sino varios libros, sólo para tratar el tema de manera superficial.

El largo viaje de la masonería

Si ha existido una sociedad secreta que haya tenido impacto e influencia real sobre la historia contemporánea occidental, esa ha sido sin duda la masonería. La bibliografía sobre la misma es impresionante, aunque sólo sea en cuanto a volumen, y el lector puede encontrar en todo momento en el mercado docenas de títulos, que van de lo excelente a lo más que dudoso. Si Joaquín Lledó, en su libro sobre la masonería, en 2001, mencionaba la existencia de 864 libros en la Biblioteca Nacional que trataban el tema, en 2006 eran más de un millar y a comienzos del 2013 la cifra estaba ya en 1.346. Estos datos numéricos nos dan una idea del interés que despierta el tema y de la velocidad con la que se incrementa el material al respecto.

Los masones han estado siempre rodeados de misterio, de mitos, de recelos, unas veces debido a las circunstancias, otras gracias a la propaganda antimasónica y en ocasiones por culpa de ellos mismos. Conviene decir que la masonería actual se empeña en sacudirse la calificación de sociedad secreta, prefiriendo calificarse de discreta o cerrada. Eso significaría que sus miembros no tienen por qué ocultar su pertenencia a la misma, aunque tampoco la proclamen, y que la gente no puede acceder libremente a sus instalaciones, ceremonias o reuniones.

Pero, dada su proyección sobre la esfera de lo público, como veremos enseguida, la calificación que les corresponde es el de sociedad secreta. Eso no quita para que, dados los tópicos que se han acumulado sobre tal denominación, sea comprensible que traten de esquivar una etiqueta que ahora mismo resulta más que equívoca, aparte de estar proscrita por las leyes, como hemos visto en la introducción.

La masonería es una sociedad de tipo iniciático, organizada en grados. Existe bibliografía abundante y de calidad sobre los distintos ritos, grados y rituales masónicos existentes. En cuanto a sus fines, son en un principio filantrópicos, dado que se orienta hacia el perfeccionamiento del ser humano y la sociedad. Pero ese «perfeccionamiento de la sociedad» ha hecho que los masones, de forma inevitable, hayan llevado su actuación a la esfera de la vida pública, y eso pasa por la política.

Su filosofía, sus métodos de acción y la militancia política les ha conducido, a lo largo de la historia de los tres últimos siglos, al enfrentamiento con otras fuerzas. Primero chocaron, como abanderados de una burguesía ilustrada, con las monarquías del sur de Europa o el Papado, en tiempos dueño de los Estados Pontificios. Más tarde, como representantes de la burguesía triunfadora en las revoluciones liberales, entrarían en conflicto con las fuerzas emergentes entre la nueva clase social nacida a la sombra de la Revolución Industrial, el proletariado, así como con los movimientos políticos de corte fascista.

Su actividad en España comenzó en el siglo XVIII y se dilató a lo largo del XIX y XX hasta llegar a nuestros días. De ella nacieron otras sociedades de carácter político aún más marcado, como los carbonarios o los comuneros, o las sociedades emancipadoras latinoamericanas de corte masónico. También un sinfín de organizaciones paramasónicas de orientación más esotérica o espiritual. De todas ellas nos iremos ocupando en sus capítulos respectivos.