Carlos Corvinos

 

El sudario de tafetán escarlata
Shaitán cayó sobre Monte Arruit

 

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Primera edición: febrero de 2017

 

© Grupo Editorial Áltera

© Carlos Corvinos

 

ISBN: 978-84-17029-04-3

ISBN Digital: 978-84-17029-05-0

 

Difundia Ediciones

Monte Esquinza, 37

28010 Madrid

info@difundiaediciones.com

www.difundiaediciones.com

 

IMPRESO EN ESPAÑA — UNIÓN EUROPEA

 

Cabalga como el Sol,
disipa las nubes a su paso

 

 

 

 

 

Francisco Moreno «Corro»

A Paco Moreno, nieto de «Corro»,por estar siempre que le necesité

 

 

Relación de efectos personales
encontrados en Monte Arruit

−Reloj de bolsillo de plata. 1

−Tapas de reloj de bolsillo. 2

−Alianzas de oro. 3

−Fundas de oro de molares. 4

−Fundas de oro de dientes. 1

−Gemelos de camisa. 9

−Pisa corbatas. 1

−Medallas de plata. 2

−Monedas de plata de 5 pesetas.3

−Moneda de plata de 2 pesetas. 1

−Monedas de plata de 1 peseta. 5

−Pesetas en monedas de cobre 1,20.

−Chapas de cinto del 68. 1

−Chapas de cinto del 11. 2

−Chapa de cinto del 59. 1

−Chapas de cinto de Artillería. 3

−Chapa de cinto de Ingenieros. 1

−Chapa de cinto de Intendencia. 1

−Hebillas de tirantes de correajes. 12

−Trozos de tela pequeños. 13

−Vainas de fusil. 35

−Balines. 6

−Trocotones de varios emblemas. 12

−Hebillas de pantalón. 24

−Cuchara de tropa. 1

−Trozo de tijera. 1

−Cristal de espejo. 1

−Trozos de metralla. 3

−Lápiz. 1

−Ampolla de vidrio.1

−Castillos de emblema de Ingenieros. 32

−Bombas emblemas de Artillería. 60

−Números sueltos de emblemas con el 4. 63

−Números sueltos de emblemas con el 5. 38

−Números sueltos de emblemas con el 6. 150

−Números sueltos de emblemas con el 8. 9

−Números sueltos de emblemas con el 2. 40

−Números sueltos de emblemas con el 1. 272

−Emblemas de Caballería. 4

−Emblema de Intendencia. 1

−Emblema del 59. 1

−Emblema del 18. 1

−Emblemas sin identificar. 54

−Botones de guerrera. 50

−Chapa con el número. 1

−Trocitos de mecha rápida. 4

−Hebillas de cinturones. 7

−Letras de consonantes D.R.M.N.U.X. 6

 

Durante el quinto gobierno de Franco, veintiocho años después de la matanza en Monte Arruit, el general D. Gustavo Urrutia González, ordenó recuperar los cadáveres inhumados en la Cruz de Monte Arruit para su traslado al cementerio de la Purísima Concepción, de Melilla.

En marzo de 1949, comenzaron los trabajos en la cripta del Panteón de los Héroes. Una fosa circular de 8 m de diámetro, 4 m de profundidad y 61 metros cúbicos de capacidad.

El 5 de agosto se inició la exhumación, contabilizándose un total de 2.996 cráneos que se depositaron en arcones de 1,70 x 0,60 x 0,60. Entre los restos, objetos y efectos personales que se inhumaron, junto a los féretros, en una caja de hierro.

El 22 de agosto de 1949, a las 10 de la mañana, dieciséis arcones desfilaron sobre armones de artillería, camino del Panteón de los Héroes y el 30 de septiembre, Regulares de Caballería, procedieron al derribo del mausoleo de Monte Arruit.

 

Esta es la historia de Tomás Velasco. Superviviente.

 

Plaza de la Provincia.
Ministerio de Asuntos Exteriores
Madrid. 10 de noviembre de 2001(01h 10m)

Caminó bajo la lluvia ocultando en su chilaba el envoltorio que entregaría al hombre encomendado. La piel cobriza, un halcón sacre tatuado en el cuello y media luna de coral negro en la skara1.

«Lleva a España el legado de tu abuelo y defiéndelo con la vida, antes de que te sea arrebatado»

El viaje tocaba a su fin y entró en la plaza de la Provincia bajo un diluvio pertinaz.

− ¡Alto!

Con un gesto de muñeca, la daga del árabe pasó del antebrazo a la mano y mantuvo el filo pegado al muslo

El policía apuntó con la pistola.

− ¡Suelte el cuchillo!

El tangerino negó con la cabeza.

− Tengo que ver al Sidi Ministro. Lléveme a su presencia y yo acataré sus órdenes.

El agente inclinó ligeramente la cabeza y habló a su solapa sin quitar la vista del norteafricano.

−Código Dos.

La voz vibró en el receptor.

− «Muévase a su izquierda, cinco grados»

Desoyó la orden.

− ¿Quién es usted y por qué quiere ver al ministro?

− Mi nombre es Yussuf Ben Khatab y debo entregar un legado familiar a Su Excelencia. Si me lo impiden, me sentaré aquí mismo y no aceptaré, alimento, ni agua, hasta ver cumplido mi propósito.

−Levante la chilaba muy despacio.

Yussuf Ben Khatab, cumplió el mandato y mostró un envoltorio de doce centímetros de largo por ocho de ancho.

− Déjelo en el suelo y retírese.

−No

La solapa volvió a vibrar.

−«Tiene tres minutos. Si fracasa en la negociación o el sujeto muestra hostilidad, le abatimos»

El policía bajó su arma, Ben Khatab guardó la daga y sentándose en el suelo acomodó el paquete en su regazo.

−No hay explosivos, le doy mi palabra.

Yussuf, hijo de Nawal, mujer de Ketama y de Said, hombre de Tánger, evocó a su abuelo Tomás. Uno de los tres mil españoles que, el nueve de agosto de 1921, estaba en Monte Arruit.

Solían ir a la playa a ver las embarcaciones, capturas y aparejos. El verano que cumplió siete años, le llevó de pesca en un bote y regresó abrazado a una tortuga peregrina que devolvieron al mar, indultándola del machete.

Tánger era su ciudad, Tancha al Baida, la perla blanca entre dos mares. Vivía en lo alto del acantilado y desde la alcazaba contemplaba la bahía. La misma atalaya donde zedd Aisa divisó la costa gaditana en días despejados. La muerte vino a buscarle a los noventa y seis años, tan cerca de España, que casi pudo tocarla con los dedos.

Tomás Velasco, hombre de Aixa, se convirtió al Islam en 1926 y un año después celebró su matrimonio. Tenía 24 años y el propio Mohammed V, le regaló una finca agrícola en Quebdana, propiedad del gobierno español durante el Protectorado.

¿Por qué el rey de Marruecos agasajó a un superviviente de Monte Arruit? ¿Qué ocurrió en El Rif para odiar al español de tal manera?

El diplomático se acostaba muy temprano cuando no asistía a fiestas, o compromisos. Se dice que las guerras sobrevienen cuando, el talento, último recurso para evitarlas, fracasa ¡Ah! ¡Los diplomáticos! Personajes de lujo, capaces de vivir como príncipes en varios idiomas y distintos países. Nadie conoce los fastos nativos y protocolos raros, como estos guardianes de las altas finanzas, en el extranjero.

Pero todo lo que parece, no es.

Su Excelencia, embajador saliente de España en Túnez, dormía aquella noche en el Ministerio por mera casualidad. Pendiente de destino, disfrutaba de unas vacaciones que probablemente serían largas. Había llegado por la mañana desde la capital tunecina y en vez de alojarse en un hotel prefirió quedarse en la sede de Plaza de la Provincia.

Los hujieres ordenaron preparar una habitación que el embajador disfrutaría a su albedrío.

Pero llamaron por teléfono.

−Excelencia. Un árabe está sentado en mitad de la plaza, lleva un paquete y dice que si el ministro no le recibe, no se moverá.

El diplomático se incorporó en su lecho.

− ¿Quién es usted?

−Soy el comandante Lagos, de Seguridad.

− ¿Por qué me involucra en semejante fregado? Diga ¿Qué pinto yo en esto?

− Si me permite, desearía hablar con vuecencia personalmente.

Aquel miró al techo.

−Suba.

Y se levantó de la cama.

El comandante propondría al diplomático suplantar a su Excelencia, D. Josep Piqué i Camps, ministro de Asuntos Exteriores.

Yussuf se entregó al placer de la lluvia. Los hombres que tomaron la plaza, guardias del Sidi Ministro y el policía de hombros separados por clavículas largas, no permitirían que nadie le asaltase.

Ignoraba que estuvo en retículos telescópicos todo el tiempo. Dos tiradores, en ventanas asotanadas y otro en la azotea, con fusiles G−36, ya le apuntaban cuando se detuvo en la plaza. Complementos de visión nocturna, e ingeniería de máxima precisión, convertían en infalibles, a hombres que manejaban estos artefactos, como una prolongación más de sus miembros.

El magrebí, concedía principios de integridad a cualquier mortal. Su actitud le hacía vulnerable ante traidores pero ahí está, también, la diferencia entre nobles y felones.

Durante siete años fue oficial de la Guardia Real, en Fez. Jinete de la escuela francesa, lancero y esgrimista singular. Los Ben Khatab pertenecían a una casta de diplomáticos, guerreros y sabios que se formaron con los beduinos del desierto y los hombres santos del Atlas. Sus antepasados viajaron a tierras de grandes maestros, e imanes, Siria, Egipto, Irak, o Arabia Saudita. Fueron matemáticos, astrónomos, navegantes, docentes en la Universidad de Casablanca y financieros en América y Asia.

El tangerino hablaba, árabe, francés y español. Era ingeniero agrónomo, diplomado por la Universidad de El Cairo y ejerció en los campos de El Rif tras dejar la Guardia Real. En el año 2000 se retiró al palacete familiar, en la alcazaba de Tánger, junto a sus abuelos, padres y esposas.

Tomás Velasco le habló de España, en su infancia, durante aquellas incursiones inolvidables por desfiladeros y valles. Yussuf, a la grupa de «Flumen», llevaba los mapas. La primera vez que salieron, tenía siete años y el abuelo le ilusionó como nadie volvería a hacerlo.

Iban a la búsqueda del último león de los Atlas.

−Has de prometer que si damos con él, jamás revelarás su paradero.

−¿Por qué?

−Debe vivir

El segundo día encontraron un ciervo atrapado en un ramal y tras liberar su cornamenta, el abuelo desenfundó el rifle y mostró a su nieto un roquedal donde acechaban cuatro lobos.

−No conseguirá huir.

Montó.

−Ven

Sentó a su nieto entre la perilla de la silla y él mismo.

−Agárrate fuerte.

Y comenzó la persecución hasta dispersarlos.

El viaje duró cinco días y cuatro noches. No encontraron al último león pero, olieron su presencia y tropezaron con las presas que desgarró a su paso: «Le hacemos comer deprisa, sabe que estamos cerca» Cuando ni los más ancianos recordaban, leones de montaña, el abuelo y su nieto, acecharon al último ejemplar en la cordillera de los Atlas.

Regresando de sus viajes, Tomás Velasco, no era el mismo. Procuraba la soledad y jamás hablaba de España. Aixa, fue la única persona que leyó en su silencio. La esposa que le vio renunciar a un país, convertirse al Islam y jurar fidelidad al Reino de Marruecos, hasta el último de sus días.

El policía seguía murmurando a su hombro.

−El ministro accede a verle pero hemos de registrarle y pasar el paquete por escáner.

Ben Khatab se levantó.

−Sea

Entregó la daga.

−Dé la vuelta.

Se dispuso a cachearle y el tangerino objetó.

− ¿Ha de ser en plaza pública?

−Necesariamente.

Regio como un caíd, levantó los brazos.

−Descálcese.

Y sus pies gozaron del piso mojado.

En la sala de seguridad, tras un registro minucioso, recuperó el paquete y las babuchas. Ben Khatab, custodiado por miembros de Protección Ciudadana, contemplaba la gran habitación.

«¡Ah! ¡El esplendor español! Se adueñaron del mundo y cuando lo perdieron, palacios de virreyes, gobernadores y fortalezas, conservaron el lujo de antaño. No tuvieron dinero para armar a sus soldados pero jamás faltó boato, en residencias de nobles, e hidalgos»

−Está empapado ¿Quiere una toalla?

−No, gracias. La lluvia es bendición de Alá.

Un sargento entró en la sala.

−Acompáñeme.

Se levantó y saludó, llevando el puño derecho a la frente.

Subieron en ascensor hasta el primer piso y recorrieron un largo pasillo hasta llegar a la habitación del invitado.

−Espere.

El sargento entró y un minuto después salió de la cámara.

−Pase.

El embajador esperaba en el centro de la habitación, con bata de raso negra y un pañuelo verde al cuello.

El marroquí hizo una reverencia.

−Es un honor, Sidi Ministro.

−Por favor...

Hizo un gesto con el brazo.

−Sentémonos.

Yussuf caminó hasta un butacón de estilo castellano y aguardó a que su anfitrión se sentara. El embajador aceptó la suplantación para que el incidente no alcanzara tintes más serios. Despacharían al loco de la chilaba en un santiamén y a cambio, escucharía la perorata con algún signo de interés.

− ¿Con quién tengo el gusto de hablar?

−Discúlpeme Sidi, por presentarme a horas intempestivas pero debo regresar a mi país, cuanto antes. Mi nombre es Yussuf Ben Khatab, de los Khatab de Tánger y vengo, encomendado por mi abuela Aixa, esposa de Tomás Velasco, soldado español destinado al Protectorado de Marruecos, en 1921. Mi abuela yace en su lecho de muerte y desea entregar este documento, a Su Excelencia. Cree firmemente que el espíritu de zedd Aisa no descansará hasta que su nombre quede limpio de oprobio en la patria que le vio nacer.

El embajador abrió el paquete y encontró un lienzo de tafetán escarlata que envolvía un viejo manuscrito en cuya cubierta podía leerse: «Monte Arruit 1921»

El diplomático miró perplejo.

−Como Su Excelencia sabe, las autoridades españolas, dijeron que nadie sobrevivió a la matanza pero este documento narra y explica misterios que tal vez, sea hora de revelar. La memoria de tres mil hombres, lo merece.

−Creo recordar que se publicó la filiación de unos pocos supervivientes.

−En ninguna lista del gobierno español estuvo Tomás Velasco.

El embajador no sabía qué decir, ni qué hacer. Su conocimiento sobre la guerra en el Protectorado, era escaso.

− ¿Lo ha leído usted?

− Mi abuelo y yo pasamos juntos muchas horas. No hizo falta. Todo está grabado en mi memoria.

−Y dígame ¿Por qué a mí y no otras personalidades, o instituciones, más afines?

−El ministerio de Defensa, podría deshacerse del manuscrito, o ignorarlo. En las guerras combaten soldados, no políticos. Los primeros mueren en el campo de batalla y los segundos en la comodidad de sus retiros.

−Duras palabras

−Los hechos, más...

− ¿Debo entender que desea alguna satisfacción?

−Ya es tarde para zedd Aisa. Durante años buscó explicaciones y se entrevistó con señores de la guerra, periodistas, e historiadores, sin resultados. Desde entonces, se limitó a escribir y a viajar por Los Atlas, hasta que su avanzada edad le recluyó en el patio de naranjos de su hogar, en la alcazaba.

−¿Qué quiere exactamente de mí?

−Que me ayude a completar la memoria de Annual, honrando a mi abuelo.

−Ya sabe que la historia no es imparcial…

−Y que la escriben los vencedores. Ustedes pudieron hacer legendario al general Manuel Fernández Silvestre y de Mío Cid, por donde fuere, pasó a ser un desaparecido más, en los campos de Annual.

−Confiaré el manuscrito a personal del Ministerio de Cultura y ellos harán una valoración previa ¿Le parece?

−Cualquier apreciación sobre el manuscrito es irrelevante pero que el Gobierno de España devuelva a Tomás Velasco la dignidad perdida, satisfaría a la familia.

−Yo no puedo prometerle eso.

−Me conformo con su empeño

− Todo eso pasó hace mucho tiempo. Ya nadie se acuerda de las guerras coloniales.

−Sus palabras resultan inquietantes. La vieja Europa en su alocado afán de competir, económicamente, se desintegra.

−Al contrario la Unión Europea es, cada día, más fuerte

−Mientras, España, Reino Unido, Italia, o los Balcanes, ven amenazada precisamente esa unidad, se prioriza el comercio y la moneda. No es que yo desapruebe, simplemente, no lo entiendo.

Ante el silencio de un confundido embajador, Ben Khatab creyó oportuno abandonar la sede.

− Ahora Sidi ministro, con vuestro permiso, desearía emprender viaje a mi país.

−Naturalmente.

El diplomático se puso en pie y Yussuf con él.

Salam alei kum.

El sargento de Operaciones Especiales, acompañó al hombre de Tánger hasta recepción y allí recibió una pequeña caja de cartón.

−Sus efectos personales.

Cruzando la plaza, desgarró la cinta adhesiva, llevó la daga a su antebrazo y desapareció entre las sombras.

El embajador estaba a punto de acostarse cuando sonó el teléfono.

−Diga

− ¿Todo está en orden? ¿Necesita algo, Excelencia?

−Dormir.

Colgó el auricular y abrió el manuscrito: «Shaitán cayó sobre Monte Arruit» Leyó la primera página:

«Yo, Tomás Velasco, natural de Barbastro, mayor de edad y en pleno uso de mis facultades, hago saber: lº− Que el 9 de agosto de 1921, sobreviví a la matanza de Monte Arruit. 2º− Que humillado por el Estado Español y sus gobiernos sucesivos, renuncié a mi nacionalidad, acogiéndome a la marroquí, libre y voluntariamente y 3º− Que a 12 de agosto de 1960, estoy vivo»

Las crónicas y razones que justificaron el abandono de tres mil hombres, a la pavorosa venganza del musulmán, son inaceptables.

El manuscrito, continuaba con las reflexiones de un joven maestro rural la víspera de su partida, al Protectorado Español de Marruecos:

«Desde el sosiego, en Tánger, mi memoria retrocede cincuenta años.

Esa noche, me revolví en el lecho, sin poder evitar un aluvión de, escenas y recuerdos.

La luz del alumbrado público se coló por el marco de la ventana dibujando siluetas en el techo. Fue el preámbulo de aquellas otras luminarias en mi habitación, cuando un farol de carburo, alumbraba los cuentos ilustrados de Calleja, pendiente de cualquier ruido y de si mi padre abriría la puerta de la habitación, antes de acostarse.

Se me hizo un nudo en la garganta.

Ayer, la Guardia Civil, arremetió contra un grupo de manifestantes que protestaba contra el envío de tropas a África.

Llegado mi momento, no supe, ni quise entrar, en esa cuestión y ahora, mi madre, llora en silencio la vigilia, repasando las prendas de mi maleta y depositando briznas de yerbabuena, entre doblez y doblez.

El pueblo... Aquel pueblo, entre la sierra y la vasta llanura monegrina, significó todo para mí. Allí nací y ni siquiera tuve la necesidad de ejercer en otro lugar pues, recién terminadas mis prácticas, don Mariano estaba próximo a jubilarse y en cuanto solicité la plaza me fue adjudicada.

Dejaré atrás los paisajes favoritos de mi infancia, la vega, el molino de harina, la vía del tren, los sauzales y el río. En verano, al caer la tarde, solía contemplar el regreso de las caballerías, desde el Peñasco De San Aniceto.

Corriendo el mes agosto, hasta los buitres se bañaban en el río.

Desde el tapiado, la vía del tren y la estación, se confundían entre el rubio de los maizales. En la lejanía, los trenes a vapor, los automóviles y las casas, parecían salir del plumier de un niño, como juguetes diminutos. Los trenes llegaban a la estación, pitando, asustando a los perros y el ganado.

Cierto día, orinando sobre una locomotora, chifló con tal estridencia, que se me cortó la micción de golpe. Confesaré, además, que presa del estupor me desorienté y tardé una hora en llegar a casa.

Me gustaba sentir la quietud, al final del día. Oír el discurrir del agua por las acequias y oler la fruta fresca, pasando por los mayencos.

Algunas tardes, perdía el sentido del tiempo y la noche se echaba encima. El cielo era un nocturno de estrellas y cuando alguna asomaba, repentinamente, gritaba ¡Estrella fugaz! Y allá iba, en un vertiginoso picado al vacío, desapareciendo al instante.

Mis amigos se tomaban a pitorreo mi mapa de olores, especialmente, Goyito que no veía virtud alguna en las boñigas de vaca y no digamos, del hedor sulfuroso que expulsaban los limos, en la orilla.

¿Acaso disfrutas oliendo el fiemo recocido? Y si le venía, se tiraba una ventosidad… ¿O este pedo que no es precisamente de monja?

Mientras yo procuraba oír en la quietud de la noche, el canto del cuco, o el chirriar de alguna carreta misteriosa, Goyito, sin duda, dormía a pierna suelta, soñando con las maravillas de la capital.

En verano, íbamos al puente de piedra. El río cruza por debajo y tras precipitarse por un ligero talud, se apacigua, formando un estanque donde nos bañábamos todas las tardes.

Aquí, en mi pueblo, me hice hombre y en la taberna de Julián, el Cegato, bebíamos y jugábamos al Mus, mis amigos de quinta y yo. La tasca, cobraba vida en domingo, cuando venían los jornaleros y el personal de Telégrafos. Los primeros eran capaces de beberse el petróleo de las calderas, los otros, no tanto.

Cierro los ojos y paseo…Saliendo de casa, a la izquierda, la abacería de Pepito Casado y junto a ella, la casita, azuleteada de el señor Cuco, relojero. Bajando la cuesta, la botica de doña Josefina, tocando el solar de Colungo y a continuación, las cuadras de don Matías Abad, que tendrá de todo pero usa el terreno de otro para exponer los mulos. A pie de cuesta, ya por terreno llano, se llega a la finca de don Francisco Miravete, «el marques» que no es pero parece. Un muro de piedra lisa, rodea la casa. A quince metros, Zapatería Ros, esquina con la mercería Sierra, cuyo escaparate de luna simple ofrece, permanentemente, modernidad. Enfrente, la fonda de Doña Purificación Bonilla, con cuatro habitaciones y cocina comedor, impolutas cualquier día del año; a su derecha, una placita anónima, de cuya fuente jamás manó agua. Al otro lado, el edificio de la Cooperativa Agrícola. Siguiendo la calle se llega a la finca de Venancio Casajús que tiene los mejores melocotones de la comarca. Al sur, la cuadra del «Vino Tinto» y la casa de don José, el médico, que visita en la planta baja. A quinientos metros, saliendo del barrio antiguo, las escuelas nuevas, encaladas, con tejado de pizarra y ventanas pintadas de verde.

Mi pueblo es como tantos pero aquí nacieron, mis abuelos, mis padres y yo mismo. Cuanto pasa, o lo que jamás sucede, me afecta y su vecindad, hijos y nietos de mis coetáneos, nos llamamos por el nombre, o apodo, se lleve bien, como si no. El pueblo comienza con la memoria de mis antepasados y su progreso, es un límite que no puedo imaginar.

Años, yendo y viniendo de las antiguas escuelas, subiendo esas pendientes, deambulando por sinuosas callejas, cruzando la plazuela y yendo a los campos, donde ahora se yerguen nuevos edificios que gustan a la gente solo porque son altos.

Lejos de entristecerme, cierta modernidad, hace crecer el sentimiento por mi pueblo. Desde muy niño aprendí que por aquellas calles empedradas, por esas casas de cañizo y mallacán, vivieron hombres y mujeres que lo hicieron cada vez más grande.

¿A qué viene esto? ¿Por qué escribo, ahora, sobre mi pueblo? Solo sé que una profunda tristeza me embarga y ¡Quiera Dios! Esta pesadilla acabe pronto y pueda regresar, cuanto antes, del destino que me aguarda.

 

El embajador cerró el manuscrito y evocó la España de 1920. Un país en quiebra tras el Desastre del 98, y para colmo, el varapalo de Annual. Por un momento reflexionó sobre «Nada es como entonces» La fórmula invitaba a una peligrosa dualidad. El momento actual, mejor o peor, nada tenía que ver con un pasado lejano y según el tono, al decirlo, podía inspirar nostalgia.

Arrancar esas páginas, incluso los peores momentos vividos, es impropio de una sociedad inteligente. No es cuestión de acabar con los fantasmas dolientes si no de aceptarlos como fueron y no como quisimos.

El embajador se sintió incómodo porque, Khetab, le hizo un traje demasiado estrecho. En diplomacia, añoranza, es la estola de los fracasados y ya modificó de sí mismo, cuanto hizo falta para estar a la altura de lo que se esperaba de un diplomático. No estaba preparado para ser otro y por un momento se asustó, sintiéndose inquilino de su propio cuerpo. Venía de fracasar en Túnez y acababa de hacer el indio, en el mismísimo ministerio de Asuntos Exteriores.

Envolvió el presente en su lienzo, lo guardó en el cajón de la mesita y se acostó.

 

El cabo de Intendencia Militar, conminó a la brigada de limpieza

«Todo como los chorros del oro. Retiren el juego de cama y pliéguese para lavandería, ni un solo papel, periódico, o revista en el mobiliario»

Alguien abrió el cajón de la mesita.

−Un libro antiguo.

Y lo mostró a sus compañeros

−Llama a Mayoría.

Al otro lado del teléfono restaron importancia al asunto.

−Un chalao lo trajo anoche.

En recepción, introdujeron el documento en un gran sobre «Presente de un ciudadano musulmán a su Excelencia el embajador, Don Josep Piqué. Contenido: Manuscrito de vivencias militares, anónimo y de valor sentimental». Fecha, sello y cajón.

De aquel mostrador pasó a una nave con estanterías monumentales, presentes, fotografías y legajos donde transcurridos tres años, arderían.

 

18 de marzo de 2004

El partido Socialista ganó las elecciones de marzo sangriento y los ministerios cambiaron de moradores.

− ¿Para qué sirve un licenciado en historia?

Se preguntó el joven barriendo los pasillos.

− ¿Y un tío de la ejecutiva socialista?

Recordó las palabras de su padre.

«No quieras llegar y besar el santo. Haz lo que te manden, esmérate y progresarás.»

Pero Raúl Zárate solo veía, escoba, suelos y un subsecretario, en el Departamento General de Protocolo, qué le hacía barrer y limpiar el polvo. Ocho horas de asistente, en un edificio donde todo el mundo traía obsequios variopintos y las cartas de presentación parecían almanaques de organdí.

En el ministerio había oficinas, delegaciones y secretarías de toda clase, Supervisión de Proyectos, Presupuestaria, Cooperación con la UNESCO, Asesoría de Publicaciones y Actividad Editorial, una oficina de Política Marítima Internacional y la de Planes de Ayuda Humanitaria, entre otras.

Nunca imaginó que un ministerio fuera tan complejo, ni albergara tantas autoridades y subautoridades.

Su jefe le tenía de Cenicienta.

− ¡Oye!

Un desconocido voceó y el joven contestó

−Me llamo Raúl Zárate...

− ¡Que vayas a ver al subsecretario!

El despacho estaba en el segundo piso. Cada mañana se presentaba a las ocho de la mañana y una auxiliar administrativa, le enviaba a limpiar ¿Qué sería esta vez? ¿Alguna sala de respeto? ¿La biblioteca?

−Siéntese, por favor.

Recibiría instrucciones del preboste ¡Cuánto honor! Esperó veinte minutos y le hicieron pasar.

−Hola Zárate.

Parecía cansado.

−Buenos días, señor subsecretario.

Recomendación firme de su padre «Jamás le tutees y usa siempre la coletilla de señor subsecretario»

− ¿Estás bien? ¿Vas haciéndote con tu cometido?

−La verdad, barrer y quitar el polvo, no tiene ningún misterio.

−Un cambio de gobierno pone los ministerios patas arriba pero alégrate, a partir de mañana estás asignado a la Sección de Ofrendas Civiles y Documentos Extraoficiales, en el Depósito A−12.

Le entregó una llave y los ojos de Raúl centellearon.

−Gracias.

Cualquier cosa que no fuera limpiar, compensaría.

−Vas a una Sección atestada de objetos que deberás clasificar para su examen y comunicar los hallazgos que consideres extraordinarios.

Con más o menos pompa iba destinado a la trapería del edificio.

−¿Estas contento Zárate?

−¡Ya lo creo, señor subsecretario!

−Esmérate pues encontrarás objetos variopintos, desechados por Patrimonio Nacional y a veces se cuela alguno importante…

Precisó

− Tú antecesor recuperó útiles de cocina de la corte de Felipe II y tres juguetes que pertenecieron a los Infantes de España.

Al día siguiente, la funcionaria, le entregó un sobre.

−Depósito A−12. En sótano, siga el pasillo hasta que vea el rótulo.

Ajustó la pantalla del monitor.

− Y prenda, cuanto antes, la tarjeta de identificación que acabo de darle, o no le dejarán pasar.

−Gracias.

La administrativa, concluyó.

−Necesito tres fotos carné, para su ficha, el álbum de recepción y la tarjeta laboral.

−Mañana mismo.

Al salir se puso el distintivo y bajó por la escalera. Saludó a todo el mundo hasta que, en el pasillo de planta, le detuvieron.

− ¡Oiga!

Un hombre, vestido de paisano, se acercó y al ver la tarjeta en su solapa cambió de actitud.

− ¿Es usted nuevo, señor Zárate?

Raúl, asintió.

−Mi primer día en la «Sección de Ofrendas Civiles y Documentos Extraoficiales» Depósito A−12.

−Bienvenido.

Le tendió la mano y tras el apretón, sintió latir los cuatro dedos.

−Soy el cabo Ricardo Plaza, de Vigilancia Militar. Si necesita algo, me encontrará en esta zona.

−Muchas gracias.

Bajó veinte peldaños y al final de la escalera encontró un vestíbulo de diez metros cuadrados y un portón de acero, por cuyas junturas no entraría ni una hoja de papel

Subió en busca del cabo.

−La puerta está cerrada.

−¿Y su llave?

Mostró la que recibiera del subsecretario.

−Esa abre la sala. Espere un momento, por favor.

El militar fue a recepción y llegó minutos después.

−Baje conmigo.

Franqueó el portón.

−En su mesa de trabajo hay un timbre, pulse cuando vaya a salir. Tengo que registrarle cada vez que salga del sótano.

−¿Por qué?

−Ordenes.

−¿Cuándo me darán una llave?

−Lo ignoro, señor Zárate.

−Gracias.

−Tenga un buen día.

Penetró en el sótano y el mundo cambió de escenario.

Una enorme galería cruzaba la planta del edificio. En las paredes había plafones de orientación, luz azul y perpendicular al techo. Cincuenta metros de pasillo, por cuatro de ancho, rematados por un falso muro, al final del corredor. A los lados, puertas, depósitos, despachos. Todo cerrado a cal y canto.

La soledad y lo inhóspito del lugar, acentuaron el escalofrío. El cabo dijo que pulsara un timbre cuando saliera y se recriminó por no haber comprobado si el portón podía abrirse desde adentro. En semejante ergástulo, lo mismo podía encontrar, al Arcipreste de Hita que a Jacques Peuchet, Conde de Montecristo.

Recorrió el subterráneo hasta llegar al pie de un imponente muro. Dadas las dimensiones del edificio, no podía ser el final del sótano. Tras aquella barrera de piedra, habría otro espacio doblemente mayor ¿Quién mandó construir semejante bloque? y ¿Por qué? Puso las manos en el paramento y sintió un hormigueo intenso.

Imaginó encontrarse en el subsuelo Vaticano, a punto de acceder a sus archivos secretos, Cincuenta kilómetros de estanterías subterráneas; libros, códices y pergaminos, ocultos durante dos mil años. Los secretos del Mar Muerto, El Juicio de los Templarios, El Cisma de Occidente, La Bula de Inocencio VII, La Reforma del Calendario Romano, o el Compendio de cartas de Pío XII a Hitler. En fin, libros, volúmenes y documentos, prohibidos por la Santa Sede, cuyo índice determinó la Sagrada Congregación del Santo Oficio, a semejanza de la Inquisición, española.

Dejó de fantasear, dio la vuelta y no tardó en encontrar la leyenda de la puerta «Depósito A−12» Abrió, palpó hasta dar con el interruptor de la luz y diez gigantescas lámparas, iluminaron doscientos metros cuadrados de almacén.

A su derecha, una mesa y mueble archivador, no había teléfono, ni intercomunicador. La cámara estaba atravesada por estanterías metálicas, paralelas. Cada una, veinte metros de largo por cuatro de alto y rematadas, al techo, con pernos de grosor extraordinario.

En los anaqueles, no cabía un lápiz. Cajas de cartón, sacas y hatos de papel, con etiquetas nominativas. «Doc33» «Hat356» Para identificar el contenido, debía consultar las tarjetas del archivador.

Cogió una saca, se sentó en el suelo y abriéndola, descubrió, un collar aimara de turquesas y malaquita; un sextante, cuya armadura, mostraba un limbo con grados y escalas, en chino mandarín; un machete nepalí, con empuñadura de plata, filo labrado a mano y vainas de marfil; una tetera de porcelana, con asa de bambú, lotos de lapislázuli y malvaviscos, de jade; un abre cartas de Benin, cuyo extremo cortante era un segmento pulido de parietal humano y un maletín, de piel de búfalo, del Chad, conteniendo antídotos contra las serpientes más venenosas del África Occidental.

La relación de objetos que Patrimonio Nacional declinó conservar, o pendientes de destino era inmensa y Raúl fue, paso a paso, mirando y deteniéndose ante curiosidades como, un antiguo botamen de farmacia; dos tapices birmanos; dibujos a carboncillo de la Familia Real; útiles de platería; un «nomechisques» para escanciar sidra; esculturas; cerámica; una réplica, a escala, del buque escuela «Juan Sebastián Elcano»; un abanico cordobés, cuyas varillas, rematadas en ribetes de finísimo acero, formaban un arco degollador; un disco de la Orquesta de Gran Canaria dirigida por Pedro Halffter, tapetes de Ciudad Real, planchas de madera para grabados, un espejo de estilo barroco andaluz…

A las cuatro de la tarde aún no había tomado una sola nota. Se sentó en el suelo y en la base del segundo estante vio un gran sobre blanco que decidió poner sobre sus muslos para escribir pero resultó abultado y dejándolo donde estaba, leyó:

«Presente de un musulmán a su Excelencia el embajador Don Josep Piqué. Contenido: Manuscrito de vivencias militares, anónimo y de valor sentimental»

− ¡Un libro!

Estaba muy reciente su fantasía sobre los subterráneos del Vaticano y visiblemente excitado, abrió el sobre. Un lienzo de tafetán escarlata se deslizó, del brazo a su muñeca y leyó el título del volumen «Monte Arruit 1921»

− ¡No es posible!

Nadie se preocupó del ejemplar, o estaría en manos de investigadores. Franceses y alemanes, tenían departamentos ocupados en la lectura de cualquier documento relacionado con sus acontecimientos coloniales. Inmediatamente dejó todo como estaba. Recuperó la cordura pero deseando apropiarse del hallazgo ¿Qué suma de torpezas llevaron el manuscrito al reino del olvido? Si al menos hubiesen identificado al portador, tendría su nombre. La nimia referencia escrita en el sobre no le llevaría a ninguna parte. Arrojaron el libro a la papelera y nadie se tomó la molestia de estudiarlo.

Puso fin al torrente de pensamientos. Tal vez se precipitaba pero no comunicaría el descubrimiento y rogó a Dios, no encontrarse con los apuntes de un exaltado, o las elucubraciones de otro cronista frustrado.

Sus conocimientos sobre el Protectorado de Marruecos fluyeron al evocar aquellas clases magistrales, en la Facultad de Geografía e Historia. El Doctor Abella dijo que tras cruzar el estrecho, el viajero, iniciaba la traslación fantástica, a un mundo sin igual, perdido en la Noche de los Tiempos.

La Europa hegemónica, confió al Reino de Alfonso XIII, una tierra indómita. Trescientos kilómetros de montañas, hasta el río Mululaya, valles aislados, desfiladeros angostos, bosques impenetrables, y aldeas perdidas en el Siglo XV. 25.400 km2 de territorio y cinco regiones: el Kert (Desde Melilla hasta Alhucemas), el Rif (Beni−Urriaguel, Bocoya, Targuist y Ketama) Gómara (La zona costera comprendida entre Ketama y Tetuán), el Lukus (Al Sudoeste de Gomara) y Yebala (Zona Noroccidental)

Tenía en sus manos el legado de un soldado y solo conocía el estremecedor relato del teniente coronel, Pérez Ortiz, sobre las últimas horas del fuerte, en Monte Arruit.

Algunos estudiantes que viajaron por El Rif contaron que no quedaba nada del recinto militar. El poblado creció borrándolo de la faz de la tierra y ni los pastores más viejos, hablaban ya del episodio. Al preguntarles, se limitaban a golpear la tierra con sus cayados para turbar el sueño de los difuntos.

La rebelión comenzó en territorio Tensamán. El 1 de junio de 1921 cayó la posición de Abarrán. Los destacamentos de Buy Meyan, Izumar y Yebel Ubdia, fueron acribillados. En Ulad Aisa, Dar Haes Busian y Terbibin, asesinaron a las guarniciones. Los defensores de Dar Quebdana, fueron descuartizados. En Timyast y Sidi Abadía, fusilaron a los soldados mientras huían. En Kandusi, Buhafora, Azru, e Ishafen, no hubo supervivientes. En Yart el Bax, las tropas indígenas, degollaron a sus oficiales y se pasaron al enemigo. Una tras otra, la Jarca, asaltó las posiciones militares, hasta convertir Annual en un valle de cadáveres.

Nada fue como anunciaron ¡África es la oportunidad! ¡Hay trabajo y riqueza! Pero nuestros colonos competían, con indígenas y argelinos, por los empleos más rudos. Los europeos se negaban a ir al Rif. «Para sacar carbón, nos quedamos en casa» Los españoles decían «Aquí no hay nada que rascar»

Y tenían razón.

Nuestros obreros, cobraban dos pesetas diarias. ¡Menudo! ¡El sueño africano!

Corría el año 1912 cuando se proclamó el Protectorado Español de Marruecos y había que administrar un territorio desconocido en su extensión, según la Comandancia, tan grande como Extremadura, y respecto al número de habitantes, entre 600.000 y algo más de un millón de indígenas, decían los Ingenieros.

Y se quedaban tan panchos.

A medida que nuestros geógrafos, geólogos y naturalistas, exploraban la zona se puso de manifiesto que las supuestas riquezas naturales eran más bien modestas.

Franceses e ingleses lo sabían de antemano.

La Aviación de Zeluán presentó un informe sobre las divisorias hidrográficas, del Sur de la zona de Melilla, destacando errores en los mapas franceses que determinaban el límite de la frontera a su favor.

El único negocio del protectorado consistía en abastecer al ejército y a los colonos: vestuario, calzado, armamento, alimentación. La oportunidad para muchas empresas españolas de conseguir pingües licitaciones y contratos,

No hay riqueza en el Protectorado y si existe no hemos sabido encontrarla. Por muchos voceros del colonialismo, anunciando, tierra de promisión, yo sostengo que es mentira. Quienes llegaron en la primera oleada ya se han marchado a tierras americanas y cuantos se han quedado, a duras penas, comen a diario.

Ahora bien, el gobierno, concienzudo, no duda en insistir sobre el decálogo para el buen entendimiento entre colonizadores y colonizados:

 

1 Desechar la idea de que el moro es un enemigo.

2 Rectificar el error de que el moro es bárbaro y hacer valer sus virtudes.

3 Los españoles han de aprender a comportarse correctamente en Marruecos y para ello que copien a los moros que son maestros de corrección sobre todo en lo que atañe a la mujer.

4 Asegurar la paz de los territorios.

5 Tratar al indígena como a un hermano menor y corregirlo pero sin odio.

6 Trasformar la policía indígena en ejército colonial.

7 Estudiar el clima el suelo y el subsuelo.

8 Conocer la propiedad de la organización indígena.

9 Construir puertos y ferrocarriles lo antes posible.

10 Crear el instrumento administrativo y de gobierno que ha de funcionar en África.

Tuvo que suceder un desastre mayúsculo para que se destapara la corrupción en el Protectorado: Fondos que nunca llegaron a su destino, cohechos, privilegios, barbarie, malversación, pifias descomunales. Éramos invasores con ínfulas de amo, pobres, desnutridos, mal armados y además corruptos.

El Alto Comisario escribió en julio de 1919 al general Tovar, Ministro de la Guerra, describiendo su ejército:

«... en realidad rara es la pieza de artillería de montaña que está verdaderamente útil (...) es desastroso el estado de las ametralladoras, a tal punto que en toda la zona apenas si hay alguna en condiciones de emplearse (...) si dispusiésemos de tanques se ahorrarían bajas (...) no se reponen las bajas del ganado (...) ir al combate con cañones inútiles, con ametralladoras que sólo figuran en el papel, con material de fortificación, de alojamiento y telegráfico escaso y teniendo que dejarse impedimenta, víveres, municiones en los parques porque no hay con qué llevarlos, es luchar con medios más deficientes que los moros.»

Pero ni caso.

 

El propio Berenguer, el 4 de febrero de 1921, avisó al nuevo Ministro de la Guerra, don Luis Marichalar y Monreal, vizconde de Eza:

«... para las marchas se usa la alpargata, que si en verano es buena, en las épocas de lluvia y frío no sirve, pues se queda en el barro de los caminos, y no es raro que algún soldado, al perderlas, tenga que marchar descalzo; pero los Cuerpos no pueden pagar las botas al precio que están hoy, y no hay formas de darlas al soldado. La situación de los fondos del material es tan precaria que no permite tener todas las prendas de abrigo necesarias, y el soldado, con el caqui de verano y la chaqueta de paño, con la manta−poncho, tiene que soportar el frío que en las regiones de altura, que ahora ocupan, es intenso, pues se hallan rodeadas de nieve (...) muchas veces hay que comer frío y prescindir del pan por la galleta y aun dormir a la intemperie si no llegaron las tiendas al punto que alcanzó el avance técnico (...) Quizás una inspección, por ligera que fuese, nos haría formar un concepto más desconsolador aún del que nos da el contacto con las diarias dificultades, que no son pocas. En los fusiles y carabinas en servicio hay una gran proporción de descalibrados, el material de ametralladoras rara vez está completo, y es defectuoso; muchas no funcionan desde los primeros disparos. Los servicios artilleros tropiezan con dificultades para mantener sus piezas al corriente, y especialmente para el municionamiento (...) la aviación no puede rendir todo lo que de ella se podía esperar (...) las escuadrillas, especialmente la de Tetuán, incongruentes, pues en seis aparatos que posee hay tres modelos distintos, y en el mismo modelo Havilland hay dos sistemas, que no pueden intercambiar sus piezas...»

 

La Milicia apoya al Rey pero no es suficiente para que los gobiernos acometan la modernización del ejército, ni le proporcionen medios para emprender la campaña de África. El Ejército español está anticuado, mal instruido y las armas adquiridas en el extranjero son, de saldo, fallonas e insuficientes.

Los llamados a filas, tras viajar dos, o tres días, en tren, embarcamos como ganado y tras doce horas de navegación, destino y a luchar.

Llegando en estas condiciones aun habríamos de enfrentarnos al rigor de una orografía abrupta y mal conocida, temperaturas extremas que podían superar los 45º diurnos y caer por debajo de en la noche; además, escaseaban el agua y la madera para cocinar, o calentarse.

Los oficiales españoles no han sido formados para esta guerra y los veteranos, de Cuba y Filipinas, afirman que este territorio, como sus nativos, es muy diferente.

Unas cabilas se declaran leales a España, y otras enemigas, cambiando su fidelidad según las circunstancias o intereses. Adhesiones de quita y pon que predisponen al recelo, en cuanto asoma un moro.

Melilla, capital de la Comandancia, no estaba preparada para el envío masivo de tropas. Sus muelles eran pequeños, faltaban almacenes, acuartelamientos, hospitales. La Intendencia Militar tuvo que enviar a sus mejores organizadores para habilitar dependencias civiles. El ejército ocupó el Depósito de Granos de las faldas del cerro San Lorenzo, así como dos barracones de la puerta de Santa Bárbara y se habilitaron hospitales en la iglesia parroquial, el teatro de Alcántara, parte de los cuarteles del Disciplinario, de Santiago y de la Alcazaba, así como en las escuelas públicas.

Por si fuera poco, tres cuestiones fundamentales, atribulaban al militar de carrera contribuyendo al malestar general. Los ascensos injustificados, los traslados de favor y un sueldo bajo, eran quejas frecuentes en páginas de publicaciones militares:

«Negando la realidad que brota potente de todas las manifestaciones de la vida pública, desoyendo los consejos de la razón, la demanda de la justicia y la más elemental previsión, se continuaron concediendo recompensas que alientan el descontento y matan la interior satisfacción entre el generalato y la oficialidad del Ejército; se suprime después el Estado mayor Central (…); se otorgan los destinos por riguroso influjo del favor, poniendo la dignidad del ejercicio del cargo militar a merced de los políticos y los caciques; se quitan modestas gratificaciones, que eran un poderoso alivio para sobrellevar lo angustioso de la situación económica en el hogar militar, sin tocar para nada los elevados sueldos, las cuantiosas dietas y las magníficas gratificaciones de otros servicios del Estado del orden civil.

Otro motivo de malestar, entre la oficialidad, eran las manipulaciones de la jerarquía militar realizadas por el rey, a través del sistema de ascenso por elección, el cual, permitía ascender a oficiales por méritos pero también a los favoritos de Su Majestad.

Un oficial manifestó: «los que llevaban apellidos influyentes ascendieron y obtuvieron cuantas recompensas deseaban; quien en 1904 era comandante, tenía en 1911 graduación de general de división. Los que no contaron con esas influencias volvieron a la patria heridos o enfermos, pero no alcanzaron mercedes o condecoraciones.

Alfonso XIII concedía audiencias personales a militares destacados y les alentaba a comunicarse, directamente con él, en vez de solicitarlo al ministerio, o a la cadena de mando. Esta situación tuvo la connivencia de los sucesivos Gobiernos en el poder, esto es, ni Canalejas, ni Dato, hicieron nada por impedirlo y Maura, aun disconforme, no consideró prioritaria la independencia del Rey en su trato con los militares.

Prueba de este contacto entre Alfonso XIII y los soldados, fue el decreto del 14 de enero de 1914, que permitía al Rey felicitar y comunicarse directamente con jefes y oficiales, que a su vez podían contestarle, saltándose el conducto reglamentario. Este hecho convertía a Alfonso XIII en árbitro, o mediador, en la evolución de las carreras de Jefes, u oficiales y cortaba el contacto entre el ejército y el gobierno.

En definitiva, un decreto que propiciaba el favoritismo, e hizo que gran parte de la oficialidad deseara la escala cerrada, o el ascenso por rigurosa antigüedad en el escalafón.

 

Aguardamos en el andén.

Soldados con machetes al cinto y espiguillas rojas en las mangas vigilan sin mezclarse con la tropa. Hablan entre sí, fuman en corro y nos miran con superioridad.

De repente, un rumor precede a la llegada de una vetusta locomotora que resopla, tirando de seis vagones. Según el guardagujas, este tren militar fue un encargo del Ministerio de la Guerra en 1897. Veintisiete años después, su aspecto, clama por el desguace No hay cristales en las ventanas, los asientos son de madera en tabladillo y carece de luz eléctrica.

En el andén opuesto, otro convoy, con vagón de 2ª, de 1ª, vagón camarote, vagón restaurante, furgón correo y locomotora nueva, reluce por los cuatro costados. Se trata del flamante expreso de Lisboa. 

Rabiosos toques de silbato preceden a la orden de formar. Un teniente y seis sargentos salen de la cantina. Estos últimos saludan militarmente al oficial y cada cual, se dirige a un vagón. Tras el recuento mandan subir. Nos repartimos sin orden ni concierto; unos se sientan, otros permanecen en los corredores y hay aglomeración en las ventanillas para meter la cabeza.

Finalmente, un brusco tirón. La locomotora dejó escapar una gran nube de vapor y todos nos miramos en silencio, como si apurásemos el último instante, con nuestros seres queridos. El andén es una explosión de pañuelos blancos agitándose. Madres y hermanas, lanzan besos a dos manos; los hombres, van un paso por detrás. Chicas del servicio doméstico lloran tras las pilastras, por el señorito, por el prometido, o ambas cosas a la vez. Y en las ventanillas, las cabezas más osadas se llevan el último vistazo de la madre, o la novia, en el andén.

Entre un amasijo de torsos y brazos, vi al jefe de estación entrar en su oficina con el banderín rojo pegado al muslo. Ya no era el mismo hombre que nos echaba de la estación cuando jugábamos en las vías, ni nosotros, aquellos críos ociosos que se pasaban el día de perrería en perrería.

En unos minutos, salimos del pueblo, como si a la locomotora le costase lo indecible pero, poco a poco, ganó velocidad, aulló y tembló, como si fuera a desencuadernarse pero, en dos días, atravesaría España y llegaría al mar.

Un grupo canta.

Yo no siento ir a Melilla/ ni pasar por el estrecho/ lo que siento es mi morena/ que la dejo de barbecho/.

Mi abuela lamentó que no fuera a Artillería, donde sirvió mi padre. Aun puedo ver su retrato, en la Plaza Mayor de Salamanca, vistiendo de uniforme, con el par de rombos relucientes en las solapas y la guerrera recién planchada.

¿Qué distintivos luciría yo en una Compañía Eventual?

El viaje es largo pero dicen que durante la marcha, el tren, se detendrá en estaciones donde tendrán ranchos preparados para la tropa. Un interventor del ferrocarril, nos asegura que, en Málaga, seremos obsequiados y vitoreados por el pueblo llano.

Esta vez, un extremeño, se arranca y entona con voz ronca:

Las madres son las que lloran/ que las novias no lo sienten/ se juntan cuatro granujas/ y con ellas se divierten.

Terminando, mira a unos y a otros y dice «Soy de Medellín»