En este libro se realiza una semblanza de la historia que nos acerca a la vida de nuestros primos los Hombres de Neandertal, llamados así por haberse encontrado sus primeros restos reconocidos por la ciencia en el Valle del Neander, tramo del desfiladero del río Düsseln, Cuevas de Feldhofer, cercanías de Düsseldort-Renania del Norte-Westfalia(Alemania).

 

El Hombre de Neandertal vivió en Europa durante el período que va del año 250.000 al 21.430 a.C. y los últimos restos encontrados de los miembros de esta especie humana habitaron en España y es en la Cueva de la Carihuela en donde ya se pierde su registro fósil hacia el año 21.430 a.C.

 

Los científicos tratan de averiguar con sus estudios, las causas que motivaron la extinción de esta raza humana, que pobló nuestros Planeta durante tan largo período de tiempo, para tratar de salvaguardar a nuestra especie Homo Sapiens que la habita actualmente de alguna amenaza similar.

 

 

 

Flores Escobedo

 

Semblanza evolutiva

neandertal en Europa

 

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Primera edición: marzo de 2018

 

© Grupo Editorial Insólitas

© Flores Escobedo

 

ISBN Digital: 978-84-17029-88-3

 

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IMPRESO EN ESPAÑA - UNIÓN EUROPEA

 

 

Consideraciones Previas

El Homo Heidelbergensis fue una especie humana que apareció sobre la Tierra hace más de 600.000 años y permaneció en ella hasta hace 250.000 años, en la edad Ioniense, a mediados de la época del Pleistoceno Medio.

Eran homínidos altos de 1,80 m de altura, muy fuertes que podrían llegar a los 100–105 kilos de peso con cráneos de hasta 1350 cm3, muy aplanados, con mandíbulas salientes y con gran abertura nasal, adaptadas al frío.

 

Aparecieron sus fósiles en Mauer, cerca de Heidelberg en Alemania y de ahí su nombre. Es el antepasado directo del Homo de Neandertal en Europa. También se encontraron fósiles de esta especie en Steinheim (Alemania), Swascombe (Inglaterra) y en la Sima de los Huesos ubicada en la sierra de Atapuerca, Burgos (España).

 

El Homo Heildelbergensis está catalogado como que existió entre el Homo Antecessor y el Homo Neanderthalensis y por eso se ha hecho una referencia a ellos para situarlos en el tiempo en que vivieron.

El Homo Neanderthalensis, objeto de esta semblanza de la Historia, vivió en Europa durante el periodo 250.000 al 21.430 años a.C. y se cree, por los restos encontrados, que los últimos miembros de esta especie humana vivieron en España, en las montañas de Asturias y Cantabria, aunque también estuvieron en el Centro de la Península Ibérica, en Valencia, Málaga, Campo de Gibraltar, Portugal y finalmente en Granada, entre otros muchos lugares, desapareciendo del registro fósil hacia el año 21.430 a.C. en el sur de la Península Ibérica según el polen recogido en la cueva de La Carihuela, El Pinar(Granada).

 

Eran individuos corpulentos, más bien bajos, ya que no superaban el 1,65 m de altura, con piernas y brazos más cortos que el hombre actual; nariz muy ancha y grande para respirar bien y aguantar mejor los fríos de las glaciaciones que sucedieron durante ese período en Europa; la boca la utilizaban como una herramienta más para trabajar las pieles y roer la madera para tallarla y hacer sus instrumentos primitivos.

 

Eran hombres muy fuertes que cazaban animales grandes, como los mamuts, bisontes, renos, bueyes almizcleros, rinocerontes lanudos, ciervos, osos, jabalíes e incluso lobos, llevándose de todos ellos solo las partes más nutritivas, como cabezas, extremidades, vísceras y costados y también los tendones largos y las pieles.

 

Seres carroñeros, al principio, robándoles las presas a los depredadores e incluso en los periodos fríos y por la escasez de alimentos, en algunos momentos y acuciados por el hambre se comían los cadáveres de sus congéneres y también para adquirir, según sus creencias, la fuerza del fallecido y sus habilidades en la caza. Parece ser, que los neandertales tenían sentimientos, memoria cognitiva y enterraban a los muertos y también ayudaban a los heridos y discapacitados para la caza, alimentándolos y cuidando de ellos.

 

El enterramiento de sus muertos se llevaba a cabo colocándoles en estado fetal, cortándoles la cabeza y dejándoles junto a la misma un cervatillo u otro animal pequeño para que se alimentaran en su viaje al más allá.

Los neandertales fabricaron elaboradas herramientas de piedra que les servían para descuartizar los animales, encender el fuego y fabricar otros objetos de uso diario, como eran las hachas de mano, raspadores, cuchillos de piedra y puntas de lanzas, entre otros. También trabajaron el hueso de los animales que cazaban, fabricando instrumentos musicales, pendientes y otros adornos personales.

 

Los neandertales eran nómadas que se desplazaban en grupos de 20 a 30 individuos y lo hacían de un sitio para otro, dependiendo de la climatología siguiendo a los animales y recolectando los frutos que daba la tierra en cualquier estación, aunque en ocasiones permanecían en un mismo lugar por espacios prolongados siempre que no les faltara la comida. Vivian en grutas, abrigos rocosos o simplemente al aire libre con climas de bonanza, en chozas fabricadas por ellos con pieles, palos flexibles, ramas secas en el techo y colmillos de mamuts para que sirviera de contrapeso y así evitar que fueran empujadas o levantadas por el viento. Las cuevas les servían de vivienda en su parte de la entrada, en donde comían y dormían y en el interior de las mismas pintaban en sus paredes y celebraban sus ritos religiosos a la luz de las antorchas.

 

Ha quedado demostrado, por las pruebas de genética, que el hombre moderno tiene del 1 al 4 por 100 de herencia adquirida del Hombre de Neandertal, desconociéndose, por ahora, el motivo real que por el que desaparecieron. Los científicos no se ponen de acuerdo, ya que unos opinan que fue por guerras y competencia con el Homo Sapiens arcaico, o sea, el Hombre de Cromañón, que estaba dotado de otra inteligencia y más adaptado, pero también hay otros que opinan que no desapareció, si no que se mezcló y fundió con el Homo Sapiens, prevaleciendo éstos por ser más numerosos y de ahí ese porcentaje de material genético que posee actualmente el hombre moderno. ¿Cuántas veces nos hemos cruzado por la calle con personas, posiblemente, con una carga superior de este material genético, que por sus características físicas nos recuerdan a estos seres humanos, ancestros nuestros, que poblaron el planeta, viviendo Europa, Oriente Medio y parte de Asia durante un largo periodo de tiempo?

 

Sea como fuere, se ha pretendido con esta semblanza, haciendo un viaje en el tiempo, retrocediendo 40.000 años y coincidiendo con la lª migración del Homo Sapiens a Europa del Este, procedente de Asia Central, acercarnos un poco más a la vida y costumbres de nuestros antepasados los Neandertales, con los que convivió el Homo Sapiens durante un periodo entre 15.000 y 10.000 años, habiéndose hallado sus últimos vestigios de fósiles, herramientas y útiles en los lugares excavados en la Península Ibérica, a la que fueron empujados por los hielos procedentes del norte de Europa, provocados por el Würm y de los cuales cada día sabemos más, ya que su importancia radica no solamente en el hecho de saber cómo eran, sino, lo más importante para el hombre actual: ¿Por qué desaparecieron? ¿Cuál fue el motivo concreto y si esa causa nos puede afectar a los humanos actuales?

 

 

1

Año 40.000 a.C.

Período de la glaciación del Würm, Pleistoceno Superior – Valle del Neander, tramo del desfiladero del río Düssel, en una de las Cuevas de Feldhofer, situada en unos acantilados de 70 metros de altura en su ladera sur – Hoy día en las cercanías de Düsseldort – Renania del Norte–Westfalia (Alemania).

 

En la entrada de la cueva y ante una gran fogata, rodeada de piedras, situada en la falda de una montaña, en los alrededores de este lugar, se encuentran calentándose, una pequeña tribu de neandertales, compuesta por 19 individuos, abrigados con pieles de animales capturados; todos ellos emparentados entre sí. En el exterior de la cueva, a las 10 de la noche, hacía una temperatura de –20 grados centígrados y en su interior tan solo 2 grados centígrados a 10 metros de separación de la hoguera que atemperaba el ambiente. Los neandertales tenía la costumbre de encender fuegos para calentarse y preparar los alimentos y allí permanecían muchas horas hablando sobre la caza, forma de preparar las herramientas y de las cosas ocurridas durante el día. Estaban sufriendo los fríos de la última glaciación Würm que acababa de iniciarse y llamada así como uno de los afluentes del río Danubio.

 

En las conversaciones que mantenían los neandertales se utilizaban tan solo las vocales a, i, u, ya que solo podían utilizar una fonética muy limitada, debido a la ubicación de su faringe, situada más arriba que la del homo sapiens, aunque poseían el gen más importante del lenguaje, idéntico al nuestro, el FOXP2 y en estudios recientes los últimos hombres neandertales poseían ya el hueso hiodes, fundamental para el habla, al mantener la base de la lengua en su sitio y que por un error inicial, se tenía la idea contraria, por la mala interpretación del primer esqueleto neandertal que se reconstruyó, como ya explicaría John Lloyd en “El pequeño gran libro de la ignorancia”.

 

En su lenguaje emitían palabras con dichas vocales y también gruñidos fuertes. Sentados cerca del fuego podían estar diciendo: antamiu, sifiantu, maruasi, timura, ramuri y otras palabras por el estilo, acompañadas de los gruñidos y vocalizaciones, tales como: agg, drug, maung, triburr para demostrar su enfado o euforia.

 

Pero si esta obra se escribiera con las palabras como pensamos que ellos las pronunciaban, nosotros, el homo sapiens moderno no nos enteraríamos de nada de sus conversaciones que tratarían, más o menos, de una manera ficticia, de sus preocupaciones, inquietudes, miedos, operaciones de caza, enfermedades y demás cosas que les ocurriera en la cotidianidad de sus vidas, como hemos dicho antes. Por ello, vamos a traducir estas conversaciones al idioma castellano, que entonces, como ya se sabe no existía en aquellos lejanos y fríos periodos de tiempo: pero lo vamos a hacer en este idioma por haber estado los últimos neandertales, según estudios de investigación realizados, viviendo en la Península Ibérica y en donde se tiene la última referencia de su desaparición, en una banda que va del 28.440 al 21.430 años a.C. según la antigüedad del polen analizado, de la vegetación de la última glaciación, existente en los alrededores de la Cueva de La Carihuela, de la localidad El Pinar (Granada), como se señaló antes.

 

Y como si se tratara del mando de la televisión, vamos a conectar con ellos, ahora que están sentados al fuego y acaba de caer la noche de un día de primavera, realmente fría, del año 40.000 a.C. para oírles en su idioma, ya traducido al castellano.

 

– ¡Que frío hace en este lugar! Tendremos que buscar otra cueva, pero un poco más al sur. Aquí ya hay poca caza, pues llevamos 12 años habitando la cueva y la fauna está ya escaseando – se quejaba Antridu, el jefe de la tribu, sentado a medio metro, sobre una de las piedras situadas alrededor de la hoguera.

 

– Antridu, ten en cuenta, que aquí cerca hay todavía, 3 tribus más y el año pasado se marcharon 5 tribus que ocupaban las cuevas que han quedado vacías, de las 9 que tiene este lugar – le indicó Urita, una de las dos esposas que tenía el jefe de la tribu.

 

– Padre, yo no me quiero marchar de este lugar que aquí tengo a mis amigos de las otras tribus y juego con ellos y lo pasamos bien – le inquirió Mantuni, su hijo de 8 años, que estaba también sentado al lado de su madre.

 

– ¡Tú calla! Todos haremos lo que disponga tu padre Antridu, que para eso es el jefe de la tribu – le dijo su hermano mayor Intaxu, que tenía 18 años y era un cazador al que le faltaba el dedo índice de la mano izquierda por el mordisco de un oso de las cavernas con ocasión de la caza del mismo.

 

– Debemos alejarlos de esta zona, pues no solo porque la caza escasea, sino porque el frío se está haciendo insoportable y por más pieles que nos ponemos, tanto para dormir como para cubrirnos el cuerpo durante el día, pasamos frío, mucho frío. Mañana empezaremos a preparar los bártulos y las armas de la cueva – volvió a quejarse y a ordenar lo necesario Antridu.

 

– Antridu, tendremos antes de partir, que cazar un ciervo o un caballo, para tener provisiones de carne para el camino – aconsejó Ansita de 26 años, segunda esposa de Antridu, con la que tenía una hija en común, llamada Usita de 10 años de edad. Ansita acompañaba al grupo de cazadores y era una experta impulsando la lanza de madera a una distancia de 5 metros, a pesar del riesgo que esto suponía, sobre todo cuando se trataba de la caza de un oso, pues estas lanzas tenían poco peso y había que aproximarse a una distancia corta de la pieza a fin de tener la seguridad de que se iba a clavar en el cuerpo del animal de forma segura.

 

, mañana mientras Urita, Arandu, Sincleta y Fluripa, van recogiendo los bártulos, nosotros montaremos una partida de caza con todos los hombres disponibles y nada más salir el sol nos ponemos en marcha por el desfiladero del río y estaremos al acecho cuando los pocos animales que hay estén bebiendo al mediodía. Preparar las lanzas de madera, bifaces y los denticulados de lasca, para aserrar la pieza y poderla trasladar en trozos hasta la cueva – ordenó Antridu a sus hombres, que formando dos grupos de 3 cazadores cada uno, dejando dos hombres más para proteger la cueva, las mujeres y los niños. A la mañana siguiente se pusieron en camino bien pertrechados para la caza. En el grupo de cazadores en donde iba Antridu se había incorporado Ansita su segunda esposa.

 

Antridu llevaba razón al quejarse del frío y de lo esquilmada que estaba la zona; no solo porque allí no hubiera animales en aquel tramo del desfiladero del río Düssel, sino porque sin ellos saberlo, aunque sí lo estaban padeciendo, ya había entrado en acción la glaciación del Würm y los animales, tanto herbívoros como depredadores que los seguían, se estaban desplazando a otro lugar y los hielos avanzaban desde el norte de Europa hacia ellos de forma continuada.

 

El día de la caza, a unos 10 kilómetros de su cueva, estuvieron apostados en silencio, entre los matorrales y los árboles gruesos del río durante horas. Al mediodía apareció un ciervo, que se puso a beber, muy receloso, levantando la cabeza constantemente y en un momento, dado oyó un ruido producido por una rama que venía del lado de uno de los dos grupos de cazadores y echó a correr ladera arriba antes de que les diera tiempo a reaccionar a los cazadores, que sin decir palabra continuaron en sus puestos, ya que sabían que pronto o temprano, vendrían a beber otros animales, que sabían que habían estado ya varias horas forrajeando en el monte y tendrían que beber.

 

Al rato apareció un rinoceronte lanudo para beber en la orilla del río, también muy receloso, ya que era de vista corta aunque con mucho oído y olfato y Antridu indicó a todos sus hombres, por medio de señas, que no intervinieran porque era un animal muy grande y muy fuerte, que además, se apartaba de sus pretensiones. A la media hora de haberse marchado el rinoceronte lanudo, apareció un oso de las cavernas, que estuvo bebiendo en el río y después se puso a comer unas hierbas acuáticas que crecían en sus orillas y el jefe de la tribu, igualmente señaló a sus hombres que permanecieran en silencio y no intervinieran ya que no era el objetivo que perseguían.

 

Ya muy avanzada la mañana y aprovechando que el sol salió de unos nublados que le tenían prisionero, aparecieron un grupo pequeño de caballos compuesto por un semental, dos yeguas y dos potrillos, que se acercaron a beber al río. Antridu, indicó con el dedo a sus dos grupos de cazadores que ese era su objetivo. Cada cazador llevaba tres lanzas de madera, a las que previamente habían calentado, en la cueva, sus puntas al fuego para darles dureza. Ellos estaban situados a una distancia de 10 metros de los caballos, separados por una pequeña vereda que salía al claro en donde bebían los animales y se comunicaban por la vista. Esta vereda existía por el pisotear continuo de éstos y otros cazadores; estaban un grupo a la derecha y el otro a la izquierda y los animales en el centro y el semental se había situado a la izquierda del grupo de equinos. Antridu, les había indicado que la pieza para ellos era el semental, que tenía la suficiente carne para alimentar a la familia durante una semana.

 

Los cazadores fueron acercándose sigilosamente por ambas veredas y cuando estaban a una distancia de 5 metros aparecieron de repente de entre la maleza, pegando gritos con la lanza levantada, provocando la estampida de los caballos intentando desaparecer ladera arriba, pero estaban muy cerca ya los cazadores que en pocos segundos lanzaron las 6 lanzas que llevaban en la mano derecha, cinco de ellas se clavaron en el cuerpo del semental y rápidamente se echaron otra lanza en la mano derecha y siguieron corriendo detrás del animal clavándole otras cuatro lanzas que hicieron que el caballo quedase retrasado del grupo y cayera al suelo; momento que aprovecharon los 5 hombres y también Ansita, la segunda mujer del jefe de la tribu para clavarle alrededor del cuello las 6 lanzas restante, provocándole la muerte de inmediato.

 

– Recoger todos enseguida, las lanzas, no sea que aparezca un oso o las hienas gigantes y pretendan quitarnos la presa – señaló Antridu, clavando de nuevo al caballo una lanza por debajo del cuello, en el entronque de éste con el cuerpo del animal, rematándole así, para que no sufriera.

 

– Mira Antridu, allí arriba hay un abrigo en donde podríamos descuartizarlo y despellejarlo para el transporte a la cueva.

 

– Descuartizarlo lo vamos hacer aquí mismo para transportarlo enseguida y así evitar la lucha con los carroñeros. Traer las dos talegas con la herramienta y los zurrones de piel para el transporte; que cada uno coja los denticulados de lasca para aserrar las partes más jugosas del caballo, como son las patas, los cuartos traseros. El lomo, el cuello y las vísceras – siguió ordenando Antridu, una vez recogidas las lanzas.

 

– Ya se está haciendo de noche y está oscureciendo. Convendría, que esta noche la pasáramos en ese abrigo y mañana cuando salga el sol, nos pondríamos en camino hacia la cueva. Nuestra familia, que han quedado en ella, ya saben cómo funcionan estas cosas, que aunque se dé bien la caza, por lo menos nos ocupará hasta el día siguiente – apuntó Musatu, el cazador de 25 años, señalando a una abertura entre dos rocas situadas a la misma ladera, a unos 100 metros de la orilla del río Düssel.

 

Musatu, haremos noche en este abrigo, pero ahora lo urgente es abrir al animal y cortar sus partes, como os he indicado antes, que en definitivamente es como hacemos siempre cuando cazamos una pieza grande, como ésta – le indicó Antridu, agarrando por la cola al caballo que manchado de sangre yacía en el suelo, haciendo ademán de arrastrarlo ladera arriba hasta el abrigo de las rocas.

 

– No sería mejor, despedazarle aquí y subirlo hasta el abrigo en cinco o seis partes para que el transporte nos resulte más fácil – manifestó Orotu, otros de los cazadores de 25 años, fuerte y musculoso, aunque de estatura más bien baja como el resto de la partida de cazadores.

 

, eso haremos ¡Traer los cuchillos de pedernal que lo vamos a cortar aquí mismo y dos de vosotros los vais subiendo ladera arriba y que se quede uno allí para custodiarlos, no vaya aparecer el oso y nos los quite! Y aquí también hay que tener cuidado y estar atentos porque ese oso que vimos antes bebiendo en el río, era muy grande y puede volver porque huelen la sangre y la carne a mucha distancia; las lanzas preparadas y cerca de vosotros, por si hubiera que intervenir. Vamos a cortar primero las cuatro extremidades hasta arriba y ahora os las subís vosotros cuatro y que se queda allí custodiando Hiura cuando os bajéis vosotros – dispuso Antridu, soltando el rabo del animal y empezando a cortar una de las patas traseras, siendo imitado por sus compañeros y en media hora tenían sueltas las cuatro extremidades del caballo.

 

– Antridu ¿Qué hacemos con la piel, antes de que se estropee más? – preguntó Ansita, su segunda mujer.

 

– Tenemos ya muchas pieles en la caverna y ésta, a pesar de que el caballo es muy peludo, que ha echado este pelo el animal para protegerse del frío, es una buena piel como la de los osos, además hoy no hemos venido a coger pieles, sino carne para nuestro próximo desplazamiento. Esta piel, cuando yo raje al animal por el vientre y saquemos los cuartos traseros y el lomo, le cortaremos la cabeza y nos llevaremos el cuello completo y después el resto lo dejaremos abandonado para los carroñeros, que en el momento que nos subamos al abrigo, aparecerán enseguida para comerse los restos – dispuso Antridu, empezando a abrir en canal al caballo, mientras sus otros cuatro cazadores iban subiendo la ladera cargados cada uno con las extremidades.

 

Cuando terminaron de subir todo, empezaron a separar la carne del hueso y a meterlos en unos rudimentarios zurrones de piel o talegones, sujetos con tendones que ya tenían preparados de otros animales. Como el paraje, en parte estaba cubierto por la nieve, a pesar de ser primavera, pues hacía mucho frío durante todo el día y el sol apenas se abría paso entre los nublados, procedieron a cubrir la carne con la nieve dentro de los zurrones o bolsones de piel con el fin de que se conservara mejor.

 

– Es necesario coger de la orilla del río algunas hierbas para acompañar esta carne, tales como lechugas de agua, hierbabuena y tomillo que aquí mismo tenemos unas matas bastantes grandes – observó Ansita, que iba totalmente cubierta, incluso la cabeza, con pieles de oso y ciervo.

 

, luego que bajen Ursini y Orotu y que traigan esas hierbas que dices; ahora cuando terminemos de quitar la carne de los huesos, vamos a encender un fuego porque está haciendo mucho frío y además está oscureciendo, con el fin de ahuyentar a los carnívoros – indicó Antridu, yéndose a buscar en el interior del abrigo leña y ramas secas para encender el fuego.

 

– Aquí, por lo menos tenemos 130 kilogramos de carne, entre una cosa y otra – dijo Hiura cuando terminó de quitar la piel y la carne de uno de los cuartos traseros del caballo.

 

– Todos esos restos, ahora cuando bajéis al río a recoger las hierbas, los dejáis en donde se quedaron los restos del animal para que se los coman también los carroñeros. Llevar consigo las lanzas para protegeros – les aconsejó Antridu, que estaba tratando de encontrar unas ramas más gruesas de las que estaban casi cubiertas por la nieve, con el fin de avivar el fuego.

 

– Jefe, sabes que hemos tenido que dar un rodeo, porque entre los buitres, cuervos y zorros que estaban comiendo la carroña, estaba el oso aquel que vimos esta mañana. Ya podemos tener cuidado esta noche, porque aunque hayamos tapado la carne con ese montón de nieve, seguro que le dará el olor y pretenderá arrebatarnos la carne – le informó Orotu, que traía un brazado de lechugas de agua y berros del río.

 

– ¡Hombre Orotu! Para eso estamos nosotros aquí y que no se ponga muy pesado ese oso, porque tendremos que matarle y llevarnos su piel que con él tenemos para abrigar a dos mujeres de la tribu. No me fío mucho de él, porque es muy grande y a lo mejor esta noche se aproxima a este refugio. Tendremos montar una guardia permanente con dos hombres y con un relevo de cuatro horas, manteniendo permanentemente el fuego. Hay que buscar más leña, porque se consume enseguida – les respondió Antridu que había encontrado unos leños grueso de un árbol derribado por la nieve y el viento y los estaba cruzando en la hoguera, que al estar mojados por la nieve hacían bastante humo.

 

– Voy a preparar algo para cenar. Yo creo que con este trozo, que pesa bastante, sacado de uno de los cuartos traseros del animal, tendremos suficiente para reponer fuerzas, que mañana tenemos una caminata bastante larga y vamos a ir cargados con la carne y los vegetales que habéis traído del río – se dispuso Ansita a hacer el asado.

 

– No os arriméis tanto al fuego que os van a salir “cabritas” en las piernas.

 

– Jefe ¿Qué eso de “cabritas”? – preguntó Ursini que era el más joven de la partida de caza y que había venido de otra tribu neandertal de donde había sido expulsado porque acosaba constantemente a la hija del jefe del clan y no había oído nunca esa expresión.

 

– Quiere decir, que se te van a poner tostadas las venas de las piernas, cambiando a color rojizo ¡Mira como éstas! – le dijo enseñándole las suyas.

 

– Dale la vuelta a la carne lentamente para que se vaya asando por todas las partes y échale por encima estas matas de hierbabuena y un poco de tomillo para que coja el sabor de las hierbas – aconsejó Antridu, echando otro tarugo de leña a la lumbre.

 

– Yo creo que por ahí abajo se mueve algo; quizá sea una hiena gigante – señaló Ursini.

 

– Las hienas gigantes y el tigre de dientes de sable ya no están por aquí; se conoce que van siguiendo a los herbívoros allá a donde se hayan trasladado, que es precisamente lo que debemos hacer nosotros, cuanto antes, para tener caza y guarecernos de estos fríos – insistió Antridu, que era el mayor de todos, pues había cumplido los 36 años y tenía dolores de huesos y articulaciones.

 

Los neandertales tenía una duración de vida que raras veces sobrepasaban los 40 años y su mortandad era muy alta, no solo por haber llegado a ese techo de los 40 años, sino porque sufrían muchos accidentes de caza y por lo riguroso del clima y algún otro depredador, aunque ellos lo sabían y por eso siempre iban armados y en grupos no inferiores a tres hombres y por la noche dormían agrupados, unos junto a otros, para darse calor, envueltos en sus pieles, sin dejar de avivar el fuego y manteniendo siempre la vigilancia.

 

Debido a estas circunstancias los neandertales eran muy promiscuo, pues dependían del grupo y se parecían un poco a los bonobos, sirviendo las relaciones sexuales para mantener el equilibrio del número de integrantes de la tribu y también para mantener la concordia y la tranquilidad entre ellos. Cualquier hora era buena para tener relaciones de este tipo; bien al regreso de la caza, al terminar de comer o estando alrededor mismo de la hoguera, no importando para nada, el que estuvieran presentes el restos de los individuos de la tribu, ya que estas acciones eran bien vistas por todos ellos y siempre procuraban no mezclar la propia sangre, es decir, el padre no lo hacía con su hija, ni tampoco la hermana con el hermano para evitar la endogamia y por eso era frecuente el rapto de mujeres jóvenes de otras tribus, que en la mayoría de los casos, eran bien visto también y consentido por las propias mujeres, evitando así enfermedades y deformaciones de los recién nacidos. También, tanto un hombre como una mujer, podían tener dos o más parejas y aunque al principio la primera mujer frunciera un poco el ceño, a los pocos días eran amigas y se consideraban esposas de un mismo hombre; todo sea para el mantenimiento de la especie.

 

El número máximo de neandertales en todo el mundo colonizado por ellos no excedió de los 28.000, según cálculos de los científico que se ocupan y estudian sus huesos y hábitats en las cuevas que se van descubriendo.

 

– Ursini ese ruido que has oído antes, posiblemente sea el oso, que ha terminado con los despojos del caballo y nos está oyendo, deseando hacerse con más carne. Vamos a lanzarle una lluvia de piedras, ladera abajo, ya verás cómo no se acerca en toda la noche. Primero le enviamos piedras grandes que rueden hacia abajo y después piedras arrojadas con la mano y tanto el oso, lobos o demás fieras carroñeras que hubiera por estos lugares, echaran a correr huyendo de los guijarros. ¡Vamos, empezar ya!

 

– ¡Ya está bien! Ahora a dormir todos y el primer turno de guardia que no se duerma y esté atento a todo y al montón de nieve que tapa la carne.

Se quedaron dormidos todos apelotonados alrededor de la fogata, con Orotu y Ursini de vigilancia a cada lado de la boca del refugio, mirando siempre adelante para evitar sorpresas durante la noche, avivando el fuego con los troncos secos que habían amontonado en las cercanías de la hoguera.

 

A la mañana siguiente, cuando recibieron las primeras luces del día, que no los rayos del sol, porque estaba nublado, estuvieron preparando las cosas para recorrer por trochas, sin bajar a la ribera del río, tapado por las hierbas y zarzales que recorrían su orilla, evitando así la sorpresa por el ataque de algún carnívoro que hubiera quedado retrasado por aquellos parajes.

 

– ¡Que frío hace! – dijo en esta ocasión Ansita, la segunda mujer de Antridu, frotándose las manos, una contra otra.

 

– Si lo hace y hoy no hay atisbo alguno de que el sol se vaya a abrir paso entre las nubes. Los más fuertes que carguen con más carne. Ansita tu lleva el brazado de hierbas y no perdáis de vista las lanzas para defendernos de algún ataque imprevisto.

 

Después de dos horas caminando por aquellos cerros, con la mercancía a cuestas, apareció ante su vista la cueva familiar, enfrente, ladera arriba, del meandro, que forma allí el río Düssel. Todos los miembros de la tribu que se habían quedado en ella, estaban dando voces y levantando los brazos en señal de bienvenida y los dos hombres que habían quedado de ayuda y protección corrieron ladera abajo a su encuentro para aliviarles un poco del peso que traían. Enseguida las mujeres se hicieron cargo de la preciada carga y empezaron a preparar la comida, pues todas las viandas que dejaron en la cueva, cuando partieron, que fueron pocas, las habían consumido por completo.

– ¿Cómo ha ido la caza? – le preguntó Urita, su primera esposa que tenía cogido de la mano a su hijo Mantuni de 8 años de edad y que salieron al encuentro de su padre.

 

– Bien, pero quedan ya pocos animales de los que habitualmente comemos nosotros. Hemos visto, un ciervo, un oso, un rinoceronte lanudo y el grupo de caballos, del que hemos dado caza al semental y es la carne que traemos – le respondió Antridu, colocando su brazo derecho encima de los hombros de ella.

 

– Por aquí tuvimos esta noche la visita de una jauría de lobos, que tuvimos que espantarlos tirándoles piedras, rodándolas ladera abajo y después, avivando la hoguera y lanzándoles una lluvia de guijarros sueltos, se alejaron con rapidez – le dijo ella.

 

– Pero ¿se acercaron mucho? ¿A qué distancia se quedaron de la boca de la cueva?

 

– Pienso que estuvieron a unos 50 metros, porque a pesar de la oscuridad logramos verlos. Eran cuatro lobos, uno blanco y tres grises.

 

– Mañana cuando esté el sol alto nos pondremos en camino. Estos animales, al no haber fauna, ya que se han trasladado a otro sitio, están pasando hambre y podemos ser atacados por ellos, no cuando estamos en grupo, sino cuando alguno de nosotros quedemos aislados porque hayamos ido a coger agua al río o por cualquier otra causa.

 

– ¿Cómo vamos a guiarnos para buscar otra cueva o refugio para todos? – preguntó Musatu, que en esos momentos se encontraba clavando una estaca en uno de los cuartos traseros del caballo para colocarlo en la hoguera y asarlo al fuego para la cena.

 

– Musatu, como lo vamos hacer, pues como siempre, lo que pasa es que tú eras muy joven cuando hace 12 años llegamos a este sitio. La cosa es sencilla; a las 12 de la mañana, cuando el sol esté encima de nosotros, nos ponemos en camino y tres de nosotros tienen que ir delante abiertos en abanico, mirando a un lado y otro para localizar una cueva o un refugio provisional que tenga agua, algo de caza y de flora, porque a donde hay flora hay animales y a donde hay agua hay vida.

 

– Por lo menos, debemos llegar a esos montes que se ven allí a lo lejos, antes de cruzar aquellos otros más altos y que están cubiertos de nieve completamente – apuntó Orotu, que estaba escuchando con atención al jefe de la tribu.

 

, seguiremos al sol y mientras podamos cazar alguna pieza de tamaño medio que nos tenga alimentados, proseguiremos avanzando hacia el sur–oeste, siempre siguiendo la dirección del sol.

 

– No sabemos lo que nos vamos a encontrar en nuestro camino, por eso debemos llevar siempre las lanzas preparadas por si nos sale un animal carnívoro, un animal que podamos cazar o una tribu hostil – Señaló Filitu, hermano de Musatu que era el más joven de los cazadores.

 

– Nosotros formamos una tribu de tamaño medio más bien tirando a grande, pues somos 8 hombres, 8 mujeres, 1 niño y 2 niñas, aunque debemos tener más descendientes, más hijos para tener una tribu más poderosa – aconsejó Antridu que en esos momentos asió de la mano a Ansita, su segunda esposa y para dar ejemplo se fue un poco al fondo de la cueva con el fin de procrear más descendencia. Igual hicieron Musatu y Estaki, Filitu y Situka. También lo hicieron Ursini, que ya tenía 20 años y Anuxi que todavía no tenía marido. Hiura y Arandu se quedaron avivando el fuego ya que ésta estaba embarazada de 6 meses cuando fue raptada de su tribu. Lo mismo hicieron Orotu y Sinclita, también raptada de otra tribu neandertal que con el resto de las mujeres y niños se quedaron preparando la carne que les iba a servir de cena.

 

– Estos se han tomado muy en serio las palabras de Antridu, el jefe. Si somos muchos también hay que cazar más y ahora está floja la caza.

 

– También si las mujeres se ponen a parir todas al mismo tiempo, eso nos va a retrasar bastante en nuestra marcha hacia el sur, buscando mejor tiempo y que es a donde se han marchado la mayoría de las piezas de caza.

 

– Pero es que estamos sufriendo muchas bajas. Hace tres meses murió un hombre y una mujer por una avalancha de nieve y recuerda como mi hermano fue devorado por un tigre de dientes de sable cuando fue solo a recoger agua al río.

 

– Y el niño de 2 años de Fluripa, que murió de una pulmonía, estando tosiendo todo el día y toda la noche, hace ya seis meses.

 

Los neandertales tenían una esperanza de vida, como ya se ha dicho, de 40 años y raro era el que sobrepasaba dicha edad. Morían muchas veces por enfermedades comunes, como una gripe o se desangraban como consecuencia de un accidente de caza; eso sin contar a los niños que morían al nacer o en los primeros años de su vida. Los cromañones cuando llegaron a Europa y convivieron de entre 10.000 y 15.000 años, según la opinión de unos y otros, trayendo enfermedades de las que se contagiaban los neandertales y morían.

 

– Mañana, disponer todo, las chozas con todo su material, herramientas, lanzas, pieles curtidas, frutos secos almacenados, la carne y demás alimentos, ya que cuando esté el sol encima de nuestras cabezas nos pondremos en marcha siguiendo su recorrido y no pararemos hasta que se meta por el horizonte – ordenó Antridu, el jefe de la tribu, mientras estaba sujetando a una lanza, de punta de piedra que había elaborado días atrás.

 

Los neandertales estaban habituados al frío y por eso tenían las narices y sus orificios anchos pero la glaciación del Würm era muy rigurosa y por eso fueron bajando hacía el sur, buscando la bondad del clima.

 

– Voy a colocar la carne que habéis traído en este hoyo que he abierto para luego cubrirlo de nieve para su conservación. ¡Estaki, échame una mano con esto! Y entre las dos mujeres estuvieron cubriendo todos los pedazos de carne con una buena capa de nieve. El hoyo estaba situado enfrente de la cueva a unos 5 metros de su boca con el fin de que estuviera siempre a la vista de los que estaban alrededor de la hoguera y por la noche los que se quedaban vigilando no lo perdían de visto por si se acercara algún carroñero.

 

– El primer turno de vigilancia lo harán Musatu y Ursini y el segundo turno lo realizarán mi hijo Intaxu y Orotu y no perdáis de vista el montón de hielo no sea que tengamos esta noche visita – les dijo Antridu que fue el último que se fue a dormir.

 

Todos ellos se habían tumbado sobre unas pieles alrededor de las piedras que formaban el círculo de la hoguera, ya que las noches eran excesivamente frías. Las mujeres y los niños dormían apiñados, unos abrazados a los otros y los hombres también cerca de ellos. Los que se había quedado de vigilancia no dejaban de echar leña al fuego. Era por eso que el jefe de la tribu había dispuesto marcharse, cuanto antes, de aquellos inhóspitos lugares y lo iban hacer al día siguientes con la ayuda del sol, si ese día aparecía por el horizonte cosa que no sucedía con frecuencia.

 

Al día siguiente, apareció algo nublado y con niebla y hasta el mediodía no se dejó ver el sol, que era la señal que estaban esperando para ponerse en marcha y así lo hicieron, con lentitud por los niños y la mujer embarazada. Cuando llevaban ya 10 kilómetros y todavía no había encontrado ninguna cueva ni ningún refugio o abrigo e hicieron un alto en el camino.

 

– Antridu, yo creo que lo estamos haciendo mal. En lugar de salir tan tarde, al mediodía, como hoy, deberíamos aprovechar la luz del día y ponernos en marcha nada más aparecer la claridad sin esperar que salga el sol – le aconsejó Musatu, acariciando la cabeza de su hija Tinubra de dos años de edad y que debía llevar en brazos su madre durante el viaje.

 

– Yo creo que deberíamos seguir el curso de este río que lleva tanta agua que viene de las montañas y ahí sí que habrá alguna gruta en donde guarecernos – apuntó Fluripa, de 36 años, madre de Rudixu.

 

– Está bien, no os preocupéis. Vamos a salir todos los días al amanecer y además por ahora, seguiremos el curso de este río, que como dice Fluripa, viene de las montañas y ahí habrá algún abrigo y mientras usaremos las dos tiendas portátiles que llevamos. Vamos a parar de vez en cuando para descansar un poco y mientras tres hombres irán a inspeccionar el terreno a fin de ver si hay algún refugio y a recolectar frutos secos de la zona, que son muy nutritivos y fáciles de transportar.

 

El río al que se referían era el Rin, a su paso por Alemania y que nace en los Alpes Suizos. Cuando llegaron los tres exploradores tan solo trajeron algunas frutas silvestres que encontraron por los alrededores de la cuenca del río, ya que todavía no era la época de la recolección de los frutos secos, tales como castaños, nogales o avellanos y que abundaban por la zona.

 

– Bueno, comer un poco de fruta y después de un rato nos ponemos nuevamente en camino. Posiblemente en aquellos montes puede que encontremos algún abrigo en las rocas, pero todavía queda bastante para llegar allí; se pusieron de nuevo en marcha, haciendo una parada entre lo que hoy es Düsseldort y Colonia y después otra más entre Colonia y Bonn y como no había ningún abrigo en las rocas, se dispusieron a montar las dos tiendas que eran de construcción sencilla a base de 4 palos en cada extremo y uno más grueso en el centro y procedieron a colocar un techo a base de ramas encima de pieles grandes, que caían colgando hasta el suelo, para protegerse de la lluvia que en esos momentos empezaba chispear.

 

Las tiendas o chozas eran pequeñas pero eso no importaba porque fuera de ellas hacía mucho frío y lo que caía del cielo era agua nieve. Nada más llegar y antes del montaje de las chozas encendieron dos hogueras a una distancia de 2 metros de las mismas para calentarse y preparar la cena, ya que la comida fue frugal consistente en algunos frutos secos, que tenían almacenado de anteriores recolecciones y las frutas que trajeron los tres exploradores.

 

La noche la pasaron, como siempre hacían, echados en sus pieles, unidos unos contra otros para darse calor y avivando el fuego los dos que se quedan de vigilancia para evitar que se apagara y con el fin de ahuyentar a las posibles fieras que hubiera por aquellos contornos, para ellos desconocidos.

 

Los ancestros de estos neandertales llegaron a estas tierras europeas, miles de años atrás, procedentes de Oriente Medio y aunque representaban una especie poco numerosa, ya que tan solo eran aproximadamente, 28.000 homo neandertales, éstos se habían extendido rápidamente por toda Europa y por el oeste de Asia, ya que eran tribus muy nómadas, que cuando se acababan los recursos de los que se alimentaban, emigraban a otras tierras. Eran seres musculosos y de mucha resistencia. También eran cazadores–recolectores muy experimentados con una buena industria lítica.

 

La marcha era lenta, en su búsqueda de una cueva que tuviera los recursos suficientes como para permanecer en ella bastante tiempo, ya que iban cargados con todos sus pertrechos. En una ocasión pasaron por un lugar en donde había otra choza, en la margen izquierda del río Mosela que desemboca en Rin. Era de neandertales que salieron a su encuentro ofreciéndoles como regalo dos nutrias que habían cazado en las orillas del río. Se trataba de una tribu pequeña compuesta por tres mujeres, cuatro hombres y dos niños de corta edad. El río Mosela, a pesar de que venía con mucha agua en aquella época del año estaba congelado por las bajas temperaturas.

 

Estuvieron despellejando a las nutrias y después las asaron al fuego lento y con ellas comieron al mediodía las dos tribus. La tribu de Artridu, les ofreció frutos secos que llevaban almacenados en una especie de morrales de piel y ya se quedaron a pasar la noche con ellos, instalando sus dos tiendas junto a la de ellos.

 

– ¿De qué parte venís vosotros? – les preguntó Antridu.

 

– Llevamos andando 5 días y venimos de aquellos montes que se ven a lo lejos y vamos huyendo del frío, porque cada vez hace más por estas tierras. Nos vamos a quedar aquí tres días para descansar, porque llevamos a un niño enfermo y después queremos alejarnos de esas montañas, aunque para ello tengamos que atravesar sus valles antes de que se conviertan en glaciares o neveros bajando de altura los hielos – le respondió Ansimu, jefe de la otra tribu.

 

– A nosotros nos pasa lo mismo y vamos en esa dirección siguiendo el curso del río. Iremos cazando los pocos animales que todavía se han quedado y recolectando todo aquellos productos que podamos comer y transportar; no llevamos prisa a no ser por este maldito frío que hace que nos duelan los huesos cuando nos levantamos por la mañana y eso que nosotros estamos acostumbrados pero ya no aguantamos más – les respondió Antridu.

 

Los neandertales, según los estudios realizados por los científicos, dentro de su desarrollo cultural tenían lo siguiente: eran maestros en el dominio del fuego, producían una industria lítica muy elaborada que actualmente se denomina Musteriense y tenían sentimientos y por eso ayudaban a los heridos e incapacitados y enterraban a sus muertos, todo ello comprobado en los registros de sus fósiles.

 

A la mañana siguiente se despidieron de los componentes de la tribu de Ansimu, no sin antes visitar al niño que tenían enfermo, envuelto en pieles dentro de la tienda y prosiguieron su viaje.

 

– ¡Que el niño se recupere y suerte! – le deseó Antridu, que en ese momento estaban junto a él sus dos mujeres.

 

– ¡Igualmente os deseamos nosotros! A lo mejor os encontramos, dentro de algún tiempo, viviendo en alguna cueva cercana a la vuestra.

 

Estuvieron caminando durante todo el día, con paradas intermedias, incluida la que hicieron para poder comer al medio día y los exploradores regresaron sin noticia alguna sobre algún refugio que pudieran utilizar temporalmente, pero lo que si trajeron fueron raíces y bulbos encontrados en aquella zona del río cerca de donde se asienta actualmente la ciudad alemana de Mainz capital del estado de Renania–Palatinado y fue lo que comieron y la cena la acompañaron con carne que todavía les había quedado del caballo que cazaron cerca de la cueva de Feldhofer su antigua cueva y eso fue lo que comieron aquel día, aunque la carne ya estaba escaseando y solamente la iban a comer en los próximos días, las mujeres y los niños que eran los que tenían más desgaste en esa huida que habían emprendido para alejarse de los hielos y del frío.

 

Los neandertales eran buenos comedores de carne, siendo la base de su alimentación y por eso cuando ya empezaba a oscurecer, después de haber asado la carne y de haber comido el resto de los alimentos, comentaban alrededor del fuego:

 

– Mañana es necesario que capturemos algún animal grande o de tamaño medio, ya que la carne está escaseando, a pesar de que el otro día comimos con nuestros amigos aquellas dos nutrias, pero nosotros somos muchos y consumimos al día alrededor de 25 raciones de carne, más o menos la cuarta parte de un ciervo y es por eso que debemos cazar uno de ellos cada 5 días, por lo menos.

 

– Pero Antridu, eso nos retrasará bastante – le respondió Orotu.

 

– Pero hombre Orotu, no te das cuenta que tenemos que alimentar a la tribu y además, nosotros no tenemos tanta prisa. Yo me conformo con atravesar aquellas altas montañas antes de que termine el verano porque luego va a ser terrible caminar por allí.

 

Se refería el jefe de la tribu a los montes de la Selva Negra, ubicados en el actual estado alemán de Baden–Würtemberg, cuya capital es Stuttgart y que se divisaban ya para ellos en la lejanía a una distancia aproximada de 100 km. No se podían figurar que detrás de aquellos montes estaban las montañas de los Alpes Suizos, cuatro veces más altas que éstos y con glaciares y neveros bajos. Iban a comenzar el mes de mayo y todavía tenían tiempo suficiente para llegar a esos montes e incluso, si no perdían el ritmo, a cruzar por los valles los Alpes Glarus suizos.

 

 

2

Ahora lo más urgente es la caza. Tenemos que cazar un animal, antes de seguir avanzando. Vamos a formar una partida de caza compuesto por 6 hombre, compuesta por los mismos que cazamos al caballo hace una semana – dispuso Antridu por la mañana nada más salir el sol, que a pesar del frío, lucia ese día con todo su esplendor aunque calentaba muy poco.

 

En aquel valle tan frondoso de las orillas del río Rin divisaron a un alce que estaba comiendo hierbas y raíces de sus orillas, a una distancia de dos kilómetros de donde tenían instaladas las dos tiendas. Aun cuando el jefe de la tribu había dispuesto que fueran seis hombres en la partida de caza no por eso dejó de ir la segunda mujer de Antridu, pues también había dispuesto que fueran los mismos cazadores que lograron dar captura al caballo y ella era una experta cazadora.

 

El río Rin, en el tramo en donde estaba el alce, se encontraba con las orillas heladas y sólo corría en su parte central. El alce al verse sorprendido por la derecha y por la izquierda, se vio forzado a huir de la orilla adentrándose en el río, tratando de atravesarlo y huir, pero sus pezuñas resbalaban en el hielo y no podía avanzar. Los cazadores vieron en ello su oportunidad y lanzaron repetidas veces sus armas contra el animal logrando, primero hacerle caer y después de la segunda oleada de lanzas quedó inmóvil encima del hielo que sostuvo su peso y también el de los cazadores que le remataron allí mismo.

 

– Vamos a cogerle de la cuerna, dos por cada lado y le arrastramos hacía tierra, no sea que el hielo del río ceda y nos quedemos atrapados en él – ordenó muy juiciosamente Antridu.

 

– Si, es mejor despellejarle y despedazarle en tierra firme ¿Hacemos igual que con el caballo? – preguntó Musatu agarrando la cuerna del arce.

 

– Si claro, cortamos las mismas piezas de carne. Este animal es como un caballo, más grande, pero para seccionarle y llevarlos la carne que más nos gusta, es lo mismo – respondió Ansita que también estaba echando mano a la cuerna y le dijo Antridu:

 

– No Ansita, tú no; deja mejor a Filitu que los hombres tenemos más fuerza y este animal pesa bastante, aunque arrastrándolo resbala sobre el hielo y nos va a resultar más fácil llevarlo hacia la orilla – le aconsejó su esposo y jefe de la tribu.

– Vamos a tener cuidado, una vez que le cortemos el cuello y las patas, de sacar la piel entera, lo mejor posible, que la de este animal es buena.

 

Allí estuvieron troceando al alce y lavándose las manos y las herramientas líticas en un pequeño charco que habían preparado rompiendo con sus lanzas la superficie helada del mismo.