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Prefacio. El creacionismo global y la educación

¡Qué chovinistas somos! Solemos pensar que los movimientos fundamentalistas contra la evolución son una tara exclusiva de Estados Unidos, una peculiaridad suya que no debe preocuparnos a quienes vivimos en países sensatos con religiones flexibles y relativamente modernizadas. Pensamos que el creacionismo militante ni siquiera es un fenómeno general, pues sólo se restringe a los seguidores de ciertas sectillas protestantes en las regiones más profundas y catetas de Yanquilandia; es una bobada más entre muchas otras que inventan en ese país de chiflados, ¿no? Además, allí cuentan con buenos intelectuales y excelentes científicos, y todos ellos forman una piña en contra de este asunto. Deben de tener casi ganada la batalla contra esa gentuza anclada en el siglo XVIII.

Nos sentimos bastante tranquilos al respecto pero, ¿no es cierto que, tarde o temprano, muchas de las estupideces cultivadas en los fértiles Estados Unidos acaban arraigando con fuerza en el resto del mundo? Veamos qué tal va la cosecha por medio de algunos ejemplos.

Inglaterra: que los niños decidan

Un millonario ha hecho realidad el sueño de los creacionistas yanquis en la mismísima patria de Darwin: conseguir que en clase de ciencias naturales se dedique el mismo tiempo a la evolución y a la creación bíblica. Sir Peter Vardy, que además de rico es fundamentalista cristiano, ha pagado mucho dinerito para cofinanciar con el Estado la construcción de varias escuelas de enseñanza secundaria. Eso le ha otorgado influencia a la hora de decidir quiénes son los profesores contratados y qué han de aprender sus alumnos. En todos esos centros, junto a la evolución biológica, se está enseñando la creación según la Biblia. Los profesores dan la misma importancia a ambos puntos de vista. “Que los niños decidan”, dijo el millonario en una entrevista.

A pesar de las quejas de los científicos británicos, el sonriente primer ministro Tony Blair hace la vista gorda: ¿qué problema hay, cuando esos alumnos están sacando buenas notas en los exámenes? Como el necio del refrán, Blair ha confundido valor y precio...

Tres países, tres ministras, tres pifias

En abril de 2004, todos los escolares italianos de 13 y 14 años se quedaron sin aprender evolución. En lugar de los aburridos descubrimientos de ese inglés barbudo llamado Charles Darwin, los chavales iban a conocer en clase a los enrollados coleguitas Adán, Eva, Noé y, por supuesto, Yavé.

¡Superchachi! El Ministerio de Instrucción Pública, dirigido por la ultracatólica Letizia Moratti, había eliminado la evolución del plan de estudios de enseñanza secundaria, sustituyéndola por la mitología bíblica de la creación. Y se había quedado tan ancha. Lógicamente, ante aquella salvajada educativa, los científicos y profesores italianos desencadenaron una avalancha de protestas contra el gobierno de Berlusconi. La ministra se justificó de forma incoherente, afirmando que los niños, a esa ¿tierna? edad, necesitaban mitos y leyendas. Poco después tuvo que rectificar.

Un caso clónico ocurrió en Serbia en septiembre del año siguiente. La ministra de Educación Ljiljana Colic, cristiana ortodoxa, prohibió a los docentes enseñar la evolución a los niños de 14 y 15 años. Podrá enseñarse en el futuro, dijo, con la condición de dedicar igual tiempo al creacionismo. Según Colic, ambas teorías son igual de dogmáticas. Toma castaña. La medida fue aplaudida por la Iglesia ortodoxa serbia, que llevaba años aumentando su influencia en la política y, probablemente, maquinando una jugadita como aquélla. Duró poco: al cabo de unos días, la prohibición fue revocada gracias a la indignación de la Academia de las Ciencias y las Artes y a la intervención del primer ministro Kostunica. Según dicen, cierto insigne obispo ortodoxo (¿más o menos ortodoxo que los otros?) pudo influir también para que, una vez más, se perdonara la vida a la biología evolutiva en las escuelas. No obstante, sigue en pie que los chavales de octavo curso se examinen de creacionismo el año que viene. Una cosa no quita la otra...

En junio de 2005, otra ministra de Educación, esta vez Maria van der Hoeven, en Holanda, se pronunciaba públicamente en favor del diseño inteligente. La democristiana católica se ilusionaba con un gran debate educativo sobre la evolución en el que pudiese participar todo el mundo: los políticos, los profes, los papis, las universidades... ¡Qué buen rollo! Los jóvenes, dijo, han de conocer “los distintos puntos de vista” y sentir mucha “curiosidad científica” y bla bla bla. La ministra no estaba sola: Mieke van Hecke, director general del Secretariado Flamenco para la Educación Católica, afirmaba también que el diseño inteligente es... ¡una teoría científica!

Pero no lo es. Se trata de un tipo de creacionismo más refinado que sus parientes, y más peligroso. Es una criatura bien adaptada al medio europeo. Tras despojarse, en apariencia, del fanatismo fundamentalista palurdo, tras vestirse con jerga pseudocientífica y exhibir una ambigüedad inteligentemente diseñada para no violar la separación entre Iglesia y Estado en los países laicos, esta nueva especie está consiguiendo tentar a los creyentes de la vieja Europa, los cuales, por cierto, nunca han estado muy fuertes en conocimientos sobre evolución. A uno de estos elementos neocreacionistas —un tipo muy listo, experto en nanotecnología— le bastaron unas reunioncillas para sorberle el seso a la ministra Van der Hoeven y hacerle “dudar del evolucionismo”. Unas amistosas charlitas, y, ¡zas!, propaganda gratis para el diseño inteligente desde el gobierno de uno de los países más avanzados del mundo.

La Iglesia católica se sube al carro

Un mes después (julio de 2005), monseñor Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, defendió exactamente las mismas tesis que el movimiento del diseño inteligente. Lo hizo nada menos que en un artículo en The New York Times, cosa que le permitió llegar a todos los rincones del globo, adquiriendo una omnipresencia que ya quisiera cualquier encíclica papal. La fe católica, afirmaba el texto, es incompatible con la teoría de la evolución neodarwinista.

Vaya por Dios. La “teoría de la evolución neodarwinista” es la única teoría sobre la evolución que funciona en estos momentos. Aunque es objeto de algunas saludables críticas, no tiene rivales hoy en día. La teoría sintética (como también se la llama) es una de las mejor fundamentadas de toda la biología actual. Sin embargo, como todas las teorías científicas, podría ser sustituida en el futuro por otra más potente... la cual, al carecer también de elementos sobrenaturales —como es obligatorio en ciencia—, seguiría chocando con el dogma católico.

Aunque esta incompatibilidad insuperable podía deducirse fácilmente sin que nadie nos lo dijera, los escurridizos jerifaltes de la Iglesia de Roma nunca lo habían expresado de forma tan clara:

Cualquier sistema de pensamiento que niega la abrumadora evidencia de diseño en biología es ideología, no ciencia.

¿He dicho que está muy claro? Pues rectifico, porque, si analizamos la frase, aparece un enigma. Ya podemos liarnos a consultar miles y miles de publicaciones biológicas modernas: no encontraremos ninguna referencia a esa “abrumadora evidencia de diseño”. Sí la hallaremos, precisamente, fuera de la ciencia: en los textos religiosos y en los materiales creacionistas. En la pseudociencia. Monseñor Schönborn está diciendo en el fondo algo realmente curioso: que la ciencia real no puede ser ciencia.

Brasil: tres cuartos de lo mismo

Los adventistas del Séptimo Día y otras iglesias se organizan en Brasil en sociedades creatas de enorme influencia política y social. En el año 2002, la gobernadora del Estado de Río de Janeiro, Rosinha Mateus, presbiteriana ella, afirmó públicamente que no creía en la evolución de las especies. Soltó la típica sandez: “Es sólo una teoría”. Su marido, el anterior gobernador, había aprobado la docencia de materias religiosas en los colegios estatales y había favorecido la explicación creacionista del mundo y de los seres vivos.

Según una reciente encuesta, sólo el 9% de los brasileños acepta el consenso científico sobre el origen del hombre. Más de la mitad de la población piensa que Dios dirigió y controló nuestra evolución. El 31% rebuzna más alto y sostiene que Dios nos creó de golpe y porrazo hace 10.000 años. Un 89% está a favor del creacionismo en la escuela, y un abrumador 75% cree que los muñequitos de barro, las costillas mágicas y los zoológicos flotantes deben reemplazar totalmente la enseñanza de la evolución. En los EEUU, los partidarios de tan demencial sustitución alcanzaban un 38% en el año 2005. Parece mentira, pero la religión ha embrutecido a los brasileiros aún más que a los yanquis.

Turquía: frenesí creata

En el año 1999, el Partido de la Virtud (un nombre así es para echarse a temblar) propuso la aprobación de una ley que prohibiera la enseñanza de la evolución y ordenase la destrucción de los libros sobre este tema en las bibliotecas. Para que los jóvenes no se corrompieran, claro. La evolución, como todo el mundo sabe, va contra el Islam. Dada la gran influencia de los fundamentalistas en el parlamento, proyectos de ley como éste han tenido varias oportunidades de salir adelante en la a duras penas laica República de Turquía. De momento, las clases de biología están libres de la creación sobrenatural, aunque ésta sí se explicó durante los años 80, junto a una versión torticera y ridiculizada del “evolucionismo” plasmada en todos los libros de texto oficiales.

Hoy en día, los profesores turcos que enseñan evolución se arriesgan a ser acusados de “maoísmo”, amenazados o atacados por la BAV. El nombre turco de esta secta islamista radical, Bilim Arastirma Vakfi, significa engañosamente “Sociedad para la Investigación Científica”. ¡Qué cachondos! En realidad, a lo que se dedican en cuerpo y alma es a la desmoralización de los científicos y a la destrucción del Estado laico. Según la BAV, el “evolucionismo” es una conspiración de los imperialistas americanos y judíos, cuyo fin es instaurar un nuevo orden mundial fascista.

Con seguridad, es la BAV quien se esconde detrás del pseudónimo Harun Yahya. Ésta es una marca creacionista de actividad increíblemente frenética. Copian sin escrúpulos toda la basura creata producida en EE UU por sus equivalentes cristianos, aplicando una capa de barniz musulmán cuando es necesario. De este modo, y gracias al pastón que acude a sus zarpas como por arte de magia, son capaces de generar y publicar cantidades ingentes de material antievolucionista y distribuirlo en librerías, kioskos e incluso supermercados de Turquía y otros países. Sus revistas y librillos están escritos de forma amena y son de fácil digestión. Agradablemente impresos en hojas de alta calidad, e ilustrados a todo color, se venden demasiado baratos. Son auténticas golosinas con algún que otro regalito en forma de disco multimedia. ¿Quién va a preferir un tostón de divulgación científica, en papel malo y sin dibujitos, y que encima cuesta el doble?

Según Harun Yahya, el “evolucionismo” es la raíz de todo Mal en el mundo moderno. No hay que ser muy listo para deducir cuál es la solución: por supuesto, el Islam, la religión de la paz. Uno de los títulos de Yahya es El Islam denuncia el terrorismo. El libro lleva como portada un collage de imágenes violentas flanqueadas por los bustos de Darwin y Marx, como si ambos sabios barbudos concentraran sus malévolas mentes en conjurar horrores diversos. Se publicita en reportajes profusamente ilustrados con fotografías (o incluso vídeos, en Internet) del atentado a las torres gemelas de 2001. Mediante trucos de prestidigitación con la lógica, Yahya culpa al darwinismo y al materialismo de lo que hicieron Bin Laden y sus robots fanáticos teledirigidos. Al parecer, la masacre del 11-S no se hizo en nombre de Alá sino... ¡en nombre de Darwin!

Internet: el creacionismo te ayuda en los deberes

Ya sabemos que la Red no equivale a una buena enciclopedia. Aunque el material de calidad abunda, es superado en proporción de 1 a 10 por los ciber-excrementos. Sin experiencia frente a la pantalla, o sin un criterio riguroso y cabal acerca de los temas que a uno le interesan, resulta difícil separar la información fiable de las cagarrutas. Innumerables pseudocientíficos escriben gigabytes de basura sobre supuestas energías psíquicas, ovnis, pirámides extraterrestres, monstruos o incluso duendes. Los chiflados, creadores de absurdas teorías “revolucionarias”, excretan versiones tan alternativas como disparatadas sobre la evolución, el Big Bang o el sida. Y los fanáticos religiosos, por supuesto, no pueden quedarse atrás.

Millones de niños, adolescentes y jóvenes universitarios utilizan Internet para documentarse y realizar sus trabajos de ciencias. Suelen acudir a buscadores e introducir palabras o frases clave como “métodos de datación” o “humanos más antiguos”. A continuación, el buscador les proporciona un listado de páginas web en las que al menos se mencionan esas palabras. Hasta que encuentran aquello que les convence o se aburren, los chavales suelen visitar las páginas una por una, empezando por las primeras que aparecen en la lista.

¿Y qué encuentran? Creacionismo a punta de pala, en inglés o bien traducidito al español. Haced la prueba y leeréis, con ejemplos y citas de lo más aparente, cómo la datación radiométrica de las rocas es pura mitología y los Homo erectus descienden de Adán. ¿Están los estudiantes capacitados para cribar la información sobre ciencia que obtienen en la Red? Mientras el pensamiento crítico sea una asignatura pendiente en los programas escolares, por lo general, lamentablemente, seamos realistas, digamos las cosas como son: no.

En los foros de debate de Internet me he encontrado con algunos creacionistas hispanohablantes, recién convertidos tras haberse empapado de textos basura contra la evolución. Aseguraban haber leído material de uno y otro “bando” antes de tomar su decisión, que creyeron imparcial. No se trataba de fanáticos a quienes habían limado las circunvoluciones cerebrales desde la infancia. Su perfil era otro: el del rebelde equivocado, encantado de formar parte de una romántica “resistencia”. Dirijo esta Carta a un crédulo a cualquiera de esos merluzos que creen nadar contra corriente, desorientados y engañados como pardillos.

1. Noé en las Galápagos o el aroma del holocausto

Estimado amigo,

Tengo a mano tu libro favorito y estoy releyendo el cuento que más te gusta:

Y dijo Yavé: Borraré a los hombres que he criado de sobre la faz de la tierra, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo, porque me arrepiento de haberlos hecho (Génesis, 6,7)

En la Biblia hay varias ocasiones en las que a tu Señor Yavé se le va la olla, con consecuencias generalmente nefastas. Este del Diluvio es, probablemente, el caso más terrible. El infinitamente sabio Dios, enojado con los humanos, se arrepiente de haberlos creado. Tan tremendo es su disgusto que toma una decisión demencial: arrasar el planeta y asesinar a todo el personal. ¡Qué idea tan simpática! Efectivamente: salvo Noé y su familia, toda la gente de la Tierra muere ahogada. Hombres, mujeres, ancianos y los inocentes niñitos, todos sufren una muerte que podemos suponer angustiosa y horrible. Por no hablar de los animales: trillones de pobres bestias incapaces siquiera de portarse mal porque no saben lo que hacen.

Y murió toda carne que se mueve sobre la Tierra, así de aves como de ganado y de bestias, y de todo reptil que se arrastra sobre la tierra, y todo hombre (Génesis, 7,21)

Está claro que a Yavé se le cruzaron los cables. Pero fue un acceso de locura transitoria: sólo le duró unos seis meses —o algo más de un año, según fuentes creacionistas muy sesudas—. Tras cerrar el grifo, abrir el desagüe y ordenar finalmente el desembarco de los sufridos pasajeros, Yavé disfrutó de un buen holocausto que Noé le ofreció en cuanto tuvo los pies en tierra, por si las moscas.

Me imagino que sabes lo que es un holocausto. Consiste en agarrar a uno o varios animales “limpios” (que son los que le gustan a Yavé, no los que se han dado una ducha) y calcinarlos en un altar. Al parecer, el suave aroma de la carne quemada actuó como un calmante para el trastornado Creador, y le hizo recapacitar:

Al percibir Yavé olor grato, dijo en su corazón: “No volveré a maldecir la tierra por causa del hombre, porque el corazón del hombre se inclina al mal desde su juventud; ni volveré a destruir todo ser viviente, como he hecho” (Génesis, 7,21)

Tras una masacre absolutamente inútil, el omnipotente matón parece arrepentirse de nuevo. Esta vez, con razón.

Te preguntarás por qué te provoco, hablándote de esta forma tan irreverente de un libro que tú consideras sagrado. Pues verás: sólo intento evitar tu suicidio cerebral. Siempre fuiste muy creyente, pero te reías de las grandes religiones, de los credos “establecidos”. Considerabas borregos a sus seguidores. Sin embargo, compartías con ellos sus debilidades e incoherencias y te tragabas los mismos disparates de la fe religiosa convencional. Decías que ibas “por libre”, orgulloso de tu originalidad e insubordinación. Pero esa dudosa rebeldía era fruto del carácter, no de tu capacidad para pensar críticamente.

Ahora me dicen las malas lenguas —o sea, nuestros conocidos comunes— que te ves con gente nueva, bastante fanática, de esos que usan la Biblia en lugar de la cabeza. Que te has metido en una secta creacionista. ¡Vaya con el espíritu independiente!

He conseguido algunos de los panfletos que propagáis contra la enseñanza de la evolución biológica. Según esos textos simplones, no descendemos de antiguos monos, sino de Adán y Eva, que a su vez fueron creados en un santiamén por Yavé. ¡Chas! Los científicos, por supuesto, están gravemente equivocados, cegados por su fe en Darwin. Y los que no están equivocados, conspiran para ocultarnos la verdad e imponernos su malvada e inmoral visión del mundo. Porque, según esos panfletos, prácticamente todos los males modernos de la humanidad, desde el genocidio nazi hasta el terrorismo de Bin Laden, pasando por la lujuria o las drogas, proceden del “evolucionismo”.

Eres un YEC, un Young Earth Creationist, es decir, un creacionista de la Tierra Joven. Los YEC cristianos (también los hay musulmanes y judíos) sois los más influyentes, los más activos, los que más obstáculos ponéis a la enseñanza y la divulgación de la ciencia y los mejor financiados. Además de aborrecer la evolución, tú y los tuyos creéis firmemente que nuestro planeta tiene sólo unos miles de años de antigüedad, en lugar de los más de 4.500 millones de años sólidamente establecidos gracias al método científico. Deducís esa fecha calculando con datos tomados de vuestro libro sagrado, en especial la suma de las edades de los patriarcas. Por desgracia, eso os obliga a tirar por la borda toda la geología moderna, a recular hasta el siglo XVIII, y a intentar vendernos una pseudocientífica “geología del diluvio”.

La historia de Noé, por tanto, es un pilar fundamental del edificio de vuestro fanatismo, pero al mismo tiempo os provoca interminables quebraderos de cabeza. Con este asunto siempre estáis a la defensiva. Dedicáis demasiado tiempo a justificar las incoherencias del relato y a preparar la mente de un potencial lector del Génesis. De lo contrario, ¡podría desternillarse de risa!

Los ocho magníficos

Es divertido elucubrar sobre el diluvio universal, sobre todo tras leer las justificaciones de los creatas sobre el origen de toda aquella masa de agua y su eliminación posterior. Los que saben de estas cosas se lo pasan en grande deduciendo las aberraciones físicas y geológicas que habrían tenido lugar. O calculando las posibilidades de que un arca de las dimensiones especificadas por Dios, y repleta de animales y comida, pudiera siquiera flotar. Si realmente llovió con la intensidad necesaria para cubrir todas las montañas de la Tierra, tal y como dice el Génesis, la enorme cantidad de agua caída habría impedido a los habitantes del arca respirar. La humedad es insoportable, apenas hay aire y éste no puede circular. Por cierto, el arca sólo tenía una ventana. Menos mal que el diluvio sólo duró 40 días seguidos.

Pero mis favoritas son las implicaciones surrealistas relacionadas con la zoología. ¿Qué me dices, por ejemplo, de los superpoderes de Noé y su familia, capaces de viajar por todo el globo y reunir la ingente cantidad de animales que le había ordenado Yavé? Necesitaron, sin duda, una hipervelocidad que ya la quisieran Papá Noel o el Ratoncito Pérez. Y también cien veces más conocimientos zoológicos que el propio Darwin (con perdón). ¿Te imaginas a Noé en las Islas Galápagos, atrapando cormoranes ápteros y tortugas gigantes?

Veamos las posibles soluciones a este aprieto. A base de mágicos chasquidos de dedos, el Todopoderoso podría haber materializado frente al arca una pareja de cada especie representativa. Pero, ¡ay!, semejante truco de teletransporte no figura en la Biblia, tan detallista en lo tocante a intervenciones divinas. También podría haber hecho que los animales viajaran por sí solos hacia el punto de embarque, guiados quizá por una reprogramación sobrenatural de sus instintos migratorios. De hecho, eso es lo que soléis defender ahora los creacionistas. Decís que, según la Biblia, los animales vinieron hasta Noé. En realidad, de vuestro texto sagrado —exceptuando ciertas versiones retocadas— sólo puede deducirse que los animales entraron en el arca, tal y como Dios había ordenado... a Noé, no a las pobres bestias.

De todos modos, piensa en los pobres perezosos (prácticamente incapaces de desplazarse salvo en los árboles, y a un ritmo exasperantemente lento). Bob Riggins ha calculado para ellos un viaje obligatorio de más de 25.000 kilómetros, desde su América natal hasta la región de Mesopotamia en la que se encontraba el arca. Trayecto que, para colmo, tendrían que haber repetido a la inversa al cesar la inundación. Y esta vez sin comida, a través de un mundo arrasado. Me estoy agotando sólo con pensarlo.

No, la Biblia no permite interpretar que hubo una migración masiva de animales que facilitara las cosas. Por el contrario, Dios encarga a su hombre preferido todo el trabajo mediante una serie de órdenes relativamente claras (aunque no precisamente cabales). Si Noé va a ser el abuelo de toda la humanidad futura, tendrá que currárselo. Nuestro amigo tenía entonces 600 años. Espero que se mantuviera físicamente en forma; iba a necesitar todas sus fuerzas.

Y lo hizo así Noé; hizo conforme a todo lo que Dios le mandó (Génesis, 6,22)

Vosotrosalegórica

El Génesis interpretado literalmente es un buen cuento infantil, útil para dejar atónitos a los críos y estimular su imaginación. Y, por supuesto, un cuento perfecto para la mentalidad crédula, sencilla y temerosa de los pastores de la Edad de Bronce, época en la que fue escrito. Pero, ¿cómo es posible que se trague ese cuento una persona adulta nacida en el siglo XX en un país desarrollado, con estudios y con una inteligencia normal? ¿Cómo puede alguien creer que se trata de hechos reales, de verdades reveladas, sin ser un auténtico zoquete? ¿Qué le ha pasado a tu cerebro, hombre de Dios?