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Akal / Educación / 1

José Sánchez Tortosa

El culto pedagógico

Crítica del populismo educativo

Prólogo: Inger Enkvist

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Desde los años noventa al menos, la enseñanza en España viene padeciendo la paulatina incorporación de unos principios ideológicos que, disfrazados de pedagogía, han marcado las distintas legislaciones. Tal modelo o paradigma pedagógico ha arrebatado la autoridad al profesor para entregársela a los departamentos de orientación.

De ese modo se ha empobrecido –cuando no vaciado– el contenido científico, académico, técnico e intelectual de la educación. En su lugar, la subjetividad sentimental y emocional, los espejismos de la felicidad y de la libertad espontánea del niño (del buen infante, un mito que arraiga en aquel otro del buen salvaje), amén de un infantilismo creciente, han ocupado el centro de las funciones de los profesores, subordinados a la psicopedagogía y reducidos al cometido de contener y entretener a bolsas de sujetos en edad prelaboral en ausencia de los progenitores o tutores legales.

Ante esta tesitura, una teoría crítica de la enseñanza puede contribuir no sólo a clarificar el problema, sino a pertrecharnos para presentar batalla ante los mitos y las trampas del lenguaje a la moda en el universo educativo, donde triunfa de modo transversal un populismo pedagógico que torna la enseñanza en espectáculo y es cómplice de políticas que condenan a los más desfavorecidos a la indigencia intelectual y académica bajo retóricas pseudoizquierdistas de igualitarismo formal y felicidad canalla.

José Sánchez Tortosa es profesor de Filosofía, escritor y colaborador habitual en prensa sobre cuestiones relacionadas con la educación, la filosofía y el judaísmo. Además de El profesor en la trinchera (2008), un par de poemarios (2011 y 2016) y la novela Los dados (2018), ha coescrito una Guía didáctica de la Shoá (2014) y Para entender el Holocausto (2017). Es también responsable del blog josesancheztortosa.com y del proyecto filosófico-didáctico proyectotelemaco.com.

Diseño de portada

RAG

Directores de la colección

Enrique Galindo Ferrández y Olga García Fernández

Motivo de cubierta

Antonio Huelva Guerrero

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© José Sánchez Tortosa, 2018

© Ediciones Akal, S. A., 2018

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4695-0

A mis padres, cuya sabia sencillez ha sido la mejor lección

Nihil, quod idea falsa positivum habet, tollitur praesentia veri, quatenus verum.

Spinoza, Ethica, IV, propositio I

Prólogo

Inger Enkvist

Con El culto pedagógico, José Sánchez Tortosa nos hace un gran favor a los lectores, porque ha leído pilas de documentos sobre la política educativa de diferentes regímenes y nos resume lo más importante. Con su trabajo aporta una nueva perspectiva sobre la pedagogía de hoy presentada como «democrática» y «moderna». Es especialmente interesante descubrir las similitudes entre la pedagogía en boga actualmente y la de diferentes regímenes totalitarios. Se trata de un estudio histórico que arroja una luz sobre las prácticas de hoy, y el autor no esconde su crítica contra las modas pedagógicas del día.

Para estructurar su pensamiento, el autor se vale, en primer lugar, de la Antigüedad griega y, en particular, de Platón. Lo que empieza con Platón es basarse en lo racional. La Academia de Platón nace más o menos al mismo tiempo que la idea de la democracia, un régimen en el que los hombres libres debaten sobre los asuntos del Estado. Para que funcione la democracia, hace falta que estén informados los ciudadanos y que respeten el debate racional. Tanto la escuela como la democracia se basan en lo racional. Por eso, se crea una confusión cuando los políticos actuales llaman «democrática» a una escuela que no se basa en lo racional.

Al estudiar diferentes políticas educativas de regímenes de otras épocas, el autor nos ayuda a ver con más claridad qué es lo que sucede ahora. Entre los sistemas de educación no basados en lo racional hay, según el autor, algunos que son más dogmáticos y otros que son, sobre todo, antiintelectuales. Los primeros enseñan materias y también un dogma que puede ser religioso o político. Estas tradiciones consideran que la escuela es un lugar de transmisión, a la vez, de conocimientos y de dogmas. El autor incluye en este grupo a la escuela jesuítica, la escuela franquista y la escuela soviética a partir de los años treinta. Es muy diferente la corriente antiintelectual, «abanderada» por Rousseau. El autor dedica un interés principal a esta corriente.

Dice que Rousseau «desactiva» la escuela como lugar de transmisión de conocimientos, cuando decide guiarse por la Naturaleza, evitando una educación «libresca». Cuando Rousseau habla de la Naturaleza, es como si se hablara de una bondad natural anterior al pecado, de antes de que Adán se comiera la manzana del conocimiento; es decir, en su pensamiento Naturaleza viene a significar antiintelectualismo. El alumno no debe estar encerrado en un aula sino hacer excursiones para poder observar él mismo cómo es el mundo y, desde la época de Rousseau, se critica el «exceso de materia académica». Es bien conocido que Rousseau describió la civilización como un alejamiento de la situación de bondad natural del ser humano. La civilización y los conocimientos representan, para él, una decadencia. En Rousseau se establece un contraste entre enseñar materias y la idea de formar todos los aspectos de una persona y también sus afectos y no sólo su intelecto. Tanto él como los utopistas que lo siguen promueven una educación personalizada. El profesor debe adaptarse al alumno, y así emerge una educación «paidocéntrica», que coloca al alumno en el centro del proceso de educación. Sin embargo, basarse en la voluntad y el nivel actual del alumno es una manera de mantenerlo por largo tiempo en un estado infantil porque el aprendizaje se hace muy lento y, por eso, es una actitud antiintelectual. Los utopistas que han seguido a Rousseau suelen hablar de formar a toda la persona; hablan de la bondad natural de los jóvenes y son antiintelectuales.

En la Unión Soviética en los años veinte, la corriente antiintelectual fue considerada progresista y fue influyente hasta que el desorden creado llevó a una reorientación en los años treinta hacia una escuela dogmática. Lo antiintelectual también fue la característica principal de la escuela creada por el fascismo italiano y de la creada por el nazismo alemán. La descripción de la educación en la Alemania nazi es uno de los capítulos más interesantes del libro. En Alemania, la principal formación la recibieron los jóvenes en los campamentos en los que era obligatorio participar y que les inculcaron un igualitarismo extremo. Se insiste en formar los afectos, pero de manera colectiva. Se daba prioridad a la vida colectiva, y los jóvenes de baja extracción social marcaban la pauta. Según los nazis, la escuela anterior alemana era mala por basarse demasiado en la tradición religiosa, incluida la enseñanza del latín. Ellos querían modernizar la educación, dando énfasis a la técnica, la educación física, la biología y los temas transversales. Para crear una imagen negativa de la escuela anterior, se decía que buscaba una «mera» adquisición de conocimientos, mientras que los nazis ofrecían una educación cooperativa, alejada del «tiránico» conocimiento. Hablaban de educar a «todos» y de dar una educación «totalitaria» en vez de libresca, usando la palabra «totalitario» con un matiz positivo. Querían formar a hombres físicamente sanos con mucha fuerza de voluntad, y esta meta estaba por encima de los conocimientos. En otras palabras, la educación totalitaria o integral se veía como positiva en contraposición a la educación intelectual. Goebbels clamaba contra los viejos profesores como parte de una lucha a favor de la juventud. Se debía romper con el elitismo de otros tiempos y abrir las puertas a los jóvenes. El culto a la juventud significaba una pérdida de influencia de padres y profesores que, además, temían ser denunciados por sus hijos o sus alumnos. A los pedagogos de hoy les debería inquietar las semejanzas con la Alemania de los años treinta.

Otro aspecto interesante del libro es que el autor señala la confusión terminológica y conceptual que caracteriza al discurso pedagógico actual. Se habla de escuela «democrática» y de «innovación pedagógica», lo cual oculta las tendencias totalitarias. Además, como suele suceder en conexión con las ideologías, se dedica mucho esfuerzo a construir la imagen de un enemigo que, en este caso, es la escuela tradicional, que transmite conocimientos y a la que se la llama «elitista», «opresiva», «etnocéntrica», «machista» y hasta «imperialista». Como se puede observar, la terminología es política y no intelectual. La educación personalizada más bien despersonaliza, opina Sánchez Tortosa, porque borra las fronteras entre lo público y lo privado. El autor ha observado también un curioso deslizamiento, porque primero Dios es desplazado por la Naturaleza y, después, la Naturaleza es desplazada a favor del Yo. El Yo es el nuevo Dios. Como lo resume el autor: «La Pedagogía posmoderna es la degeneración de la teología en ecologismo y en psicologismo».

Según el autor, la escuela actual ha abierto las puertas al relativismo y al nihilismo. Se presenta como democrática por decirse al servicio de los niños y por intentar que todo sea fácil. Se halaga a los niños y jóvenes, dándoles el derecho de decidir sobre temas que no conocen. El resultado es que se les da la libertad de ser ignorantes y se les bloquea la libertad de ser cultos y así poder tener acceso a un criterio independiente. Se niega la selección y se dice que se va a enseñar todo a todos, lo cual, en realidad, significa no enseñar nada a nadie. Ese «totalitarismo pedagógico» significa antiintelectualismo, igualitarismo y culto a la juventud. Así es imposible que nadie destaque por su esfuerzo o su intelecto y así se explica la presencia de analfabetos dentro del sistema escolar. El autor hasta califica a la escuela pública de hoy como una «escuela basura», en comparación con la comida basura, porque se han «barrido» los conocimientos. Sin conocimientos, sólo queda la cáscara de lo que era la escuela, y ya no hay nada «nutritivo» en ella.

Mirando el panorama español, el autor observa que el ideario de la famosa Institución Libre de Enseñanza tiene rasgos de antiintelectualismo y participa del ideal de la educación total. También subraya que, en la Logse, la Ley de Educación del PSOE de 1990, se ven elementos que recuerdan a la escuela alemana de los años treinta. Se quiere educar no sólo el intelecto sino a «todo» el alumno y la educación debe incluir a «todos». La jerga pedagógica de hoy utiliza expresiones como «aprender a aprender», «basarse en el interés de los alumnos», la «metodología de la actividad», la «comprensividad», la «diversificación» y la «flexibilidad curricular». Esta retórica encubre una deriva ideológica; por ejemplo, se insiste en hablar del «interés del alumno» cuando el interés mayoritario es no estudiar. El interés minoritario de estudiar queda abortado, porque no se toma en cuenta por los pedagogos. Se insiste en hablar de la escuela como un servicio público, cuando la escuela está siendo utilizada por ciertos intereses ideológicos. Desde la Logse, lo intelectual se considera un factor segregador, cuando, en Platón, es al revés: lo racional es lo que ofrece la posibilidad de una vida política en común. Ahora se dice que, si los alumnos finalmente no tienen tantos conocimientos «formales», sabrán «otras cosas» y habrán recibido una formación «moderna». Según el autor, con el ideario del antiintelectualismo y del igualitarismo, la escuela actual ha llegado a una nueva confluencia entre la escuela dogmática y la posmoderna, porque adoctrina por ausencia de contenido intelectual. Todos los alumnos son igual de ignorantes.

La conclusión del trabajo es que el autor considera que la pedagogía actual se puede comparar tanto con ideologías políticas como con creencias religiosas. La pedagogía resulta algo así como la teología de la posmodernidad, colocando el yo del alumno en el centro de la formación y no los conocimientos. Por eso, los ciudadanos debemos mirar de cerca los ideales que los políticos presentan como simple «modernización» o adaptación a los tiempos que corren. Si se dice que es necesario bajar el nivel para que «todos» puedan estudiar lo mismo al mismo tiempo, hay que sospechar que el ideal perseguido no sea dar el máximo de conocimientos a la población sino ejercer una ascendencia ideológica. Quienes hablan de la escuela como un «servicio público» quizá quieran tenerla como instrumento para sus propios propósitos ideológicos.

En resumen: este libro nos recuerda que no todo es lo que parece, lo que suele ser el mensaje de todo libro importante.