jaz2240.jpg

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Judy Russell Christenberry

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor imprevisto, n.º 2240 - marzo 2019

Título original: The Cowboy’s Christmas Proposal

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-453-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

DE LA mano, dos atractivas jovencitas miraban las cuatro tumbas que había frente a ellas, con lágrimas de dolor rodando por sus rostros.

–Al menos sabemos que no sufrieron –suspiró una de ellas. El sol de la mañana brillaba sobre su pelo rubio.

–Es verdad –asintió la morena–. Pero eran demasiado jóvenes para morir.

–Y ahora sólo nos tenemos la una a la otra. Vamos a tener que apoyarnos mutuamente para seguir adelante.

–Sí. Eso es lo que ellos habrían querido.

La triste conversación fue interrumpida por la gente de Bailey, Colorado, que se acercaba para darles el pésame, y las jóvenes primas saludaron a vecinos y amigos, tan apenados como ellas.

La muerte de sus padres en un accidente de coche cuando volvían de Denver de ver un partido de fútbol había sido totalmente inesperada para todos.

–Si necesitáis ayuda, no dudéis en pedirla. Sois demasiado jóvenes para estar solas –les dijo una vecina.

Las dos chicas intercambiaron una mirada. Tenían veinticinco años, una edad razonable para empezar a vivir de manera independiente, pero ninguna de las dos había querido que fuera así.

Y aunque recibieron muchas ofertas de ayuda de los vecinos no pensaban aceptar ninguna porque creían tener un plan para salir adelante en la vida conservando las queridas tradiciones familiares.

Pero no habían pensado que tendrían que hacerlo solas.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

PENNY Bradford se dirigió a la casa de los peones para hablar con Gerald Butler, el capataz del rancho.

Afortunadamente, tenía al capataz de su padre en quien apoyarse. Tras la muerte accidental de su hermano a los dieciséis años, su padre, temiendo que también a ella le pasara algo, había decidido envolverla entre algodones. Y siendo «la princesita» de su papá, nunca aprendió nada sobre el funcionamiento del Rocking B.

Pero había llegado el momento de aprender y Gerald podría enseñarle. Penny llegó a la casa de los peones y se detuvo un momento para respirar. Pero cuando iba a entrar, una sonora carcajada la detuvo.

–¿Por qué no voy a seguir aquí? –oyó la voz del capataz–. Si pude engañar a su padre, engañar a la chica será pan comido. No se enterará nunca de que me quedo con dinero. Fíjate, en los últimos cuatro años me he llevado más de cincuenta mil dólares…

Penny dio un paso atrás, horrorizada, antes de salir corriendo hacia la casa y, nada más entrar, descolgó el teléfono y llamó a su prima.

–Sally, menos mal que te encuentro. Acabo de oír a Gerald jactándose de haberle robado cincuenta mil dólares a mi padre.

–¿Qué?

–Estaba contándoselo a alguien en la casa de los peones.

–Qué horror. Tienes que despedirlo de inmediato. No puedes seguir confiando en él… y asegúrate de que se marcha sin llevarse nada del rancho.

Penny respiró profundamente.

–¿Cómo pudo hacerle eso a mi padre?

–Ya sabes que hay gente mala en todas partes.

–El problema es, ¿que hago después? Yo no sé cómo llevar el rancho. Mi padre se negó a enseñarme, temiendo que sufriera un accidente, y Gerald es el único que sabe cómo funciona esto.

–Lo sé, vas a necesitar ayuda. ¿Tu padre no era amigo de Dexter Williams? Es el ganadero más importante de la zona, seguramente él te podría recomendar a alguien.

–Buena idea. Gracias, Sally. Y voy a llamar al comisario para que se lleve a Gerald del rancho –suspiró Penny–. No creo que pueda demostrar lo que ha hecho, pero si aparezco con el comisario seguro que se marcha sin protestar.

–Llámame mañana para contarme qué ha pasado.

–Lo haré, Sally. Gracias.

Penny colgó el teléfono y se preparó para dar el primer paso como propietaria del rancho Rocking B.

 

 

–Señor Williams, soy Penny Bradford. Sé que mi padre y usted eran amigos y necesito su consejo.

–Claro que sí, Penny. ¿En qué puedo ayudarte?

–Necesito un capataz para el rancho, alguien que sea honesto y trabajador. Y que esté dispuesto a enseñarme.

–¿Qué ha pasado con Gerald?

–Lo he despedido esta mañana. He descubierto que robaba a mi padre.

–Lo siento mucho, tu padre era un buen hombre –murmuró Williams–. Y no es fácil encontrar capataces decentes –de repente, como si se le hubiera encendido una bombilla, chascó los dedos–. Puede que yo tenga al hombre perfecto para ti. Está más que capacitado para hacer las labores de capataz, pero ahora mismo no había ningún puesto libre para él.

–¿Cómo se llama?

–Jake Larson. Pero hay una cosa sobre él… –el hombre sonrió como si estuviera pensando la mejor manera de decir la siguiente frase–. Verás, tiene fama de… en fin, que gusta mucho a las mujeres, así que será mejor que mantengas las distancias.

–Eso no será un problema. Mientras pueda confiar en que dirija bien el rancho…

–Puedes confiar en él, te lo aseguro. Le diré que vaya a primera hora de la mañana para hablar contigo.

–No sabe cómo agradezco su ayuda, señor Williams.

–Me alegro de poder echar una mano. Y si necesitas algo, no dudes en pedírmelo.

Penny colgó el teléfono, contenta de haber encontrado una solución a su problema, pero sintiendo curiosidad por saber qué clase de hombre sería el tal Jake Larson.

 

 

Jake Larson subió los escalones del porche con los dientes apretados. Esperaba que fuera Dexter quien quisiera verlo y no la señora Williams, que llevaba persiguiéndolo todo el verano.

Pero temía que lo despidiera y no sería justo porque él no tenía el menor interés en su mujer… aunque no parecía capaz de convencerla. Y tampoco podría convencer a Dexter de que era ella quien estaba persiguiéndolo.

Dexter Williams abrió la puerta y le hizo un gesto para que entrase.

–Vamos a mi estudio a charlar un rato.

Jake asintió con la cabeza, pensando que tendría suerte si le daba una carta de recomendación.

–Mira, los dos sabemos que las cosas no pueden seguir como hasta ahora –empezó a decir su jefe–. No quería despedirte porque eres un buen trabajador y eso no sería justo, así que he encontrado otro puesto para ti.

Él lo miró, sorprendido.

–Gracias, pero prefiero buscar trabajo por mi cuenta.

–Sí, bueno… seré sincero contigo. La verdad es que me harías un favor si aceptaras ese puesto. La hija de un buen amigo mío que acaba de fallecer necesita un capataz, alguien que pueda llevar el rancho y le enseñe a ella a llevarlo.

Jake arrugó el ceño. Estaba deseando ocupar un puesto de capataz, pero enseñar a una mujer…

–No sé si yo soy el más adecuado para eso.

–Sí lo eres. Y los dos sabemos que no puedes seguir aquí.

Jake asintió con la cabeza.

–Lo sé, pero… ¿de qué rancho hablamos?

–Del Rocking B, al otro lado del pueblo. La hija de Bradford acaba de descubrir que el capataz les robaba dinero.

–¿Es el que tiene un hierro que parece un sombrero?

–Sí, ese mismo.

–En fin, supongo que podría hablar con ella…

–La señorita Bradford te espera en el rancho esta misma mañana. Haz la maleta, yo le diré a mi mujer que te has ido.

Jake apretó los labios.

–Sí, señor Williams.

Si no le interesaba el trabajo, sencillamente le diría que no a la chica. Tenía algo de dinero ahorrado con el que podría tirar durante unos meses.

Cuando volvió a la casa de los peones, los hombres ya se habían ido a trabajar. Todos conocían la situación, así que a ninguno le sorprendería que se hubiera ido del rancho.

Jake no tardó mucho en guardar sus cosas. Lo más importante era su caballo, Apache. Era un animal bien entrenado y mucha gente había querido comprárselo, pero no tenía intención de desprenderse de él, de modo que lo subió al trailer, guardó sus cosas en el asiento trasero de la camioneta y tomó la carretera que llevaba al rancho Rocking B.

 

 

Penny paseaba por la cocina, esperando que Jake Larson apareciera. Seguramente, Dexter Williams ya le habría explicado la situación y sería un alivio tener a alguien a cargo del rancho. Ella sabía tan poco sobre las decisiones que había que tomar… Pensaba esforzarse al máximo, pero necesitaba ayuda.

Cuando miró por la ventana vio que una camioneta con trailer se detenía en la entrada. La puerta se abrió y un hombre alto y delgado salió de ella. Dexter le había dicho que Jake Larson tenía fama de mujeriego, pero ella pensaba dejarle bien claro que no tenía el menor interés en él.

Cuando se acercaba le sorprendió ver que no era el típico chico guapo. Era muy atractivo, desde luego… pero ella no estaba interesada. Ella quería aprender a llevar un rancho, no encontrar novio.

Penny esperó hasta que llamó a la puerta y respiró profundamente antes de abrir.

–¿Sí?

–Soy Jake Larson. El señor Williams me dijo que necesitaba usted un capataz.

–Entre, señor Larson. ¿Le apetece un café?

–Sí, por favor.

Penny lo llevó a la cocina y le indicó que podía sentarse.

–Espero que el señor Williams le haya explicado que tendría que enseñarme a llevar el rancho.

–Sí, me lo dijo, pero no sé si yo soy el más indicado para eso. No estoy acostumbrado a explicar cómo se hace mi trabajo.

–Lo entiendo, señor Larson, pero me temo que es absolutamente necesario.

–Si confía en mí para hacer el trabajo, ¿por qué tengo que enseñarle?

–Porque creo que debo conocerlo tan bien como usted. Si no, no podré darle mi opinión sobre nada.

–No es algo fácil de aprender. Ni de enseñar. Yo no puedo enseñarle todo lo que sé en unos meses… ni siquiera en un año. Se tardaría más que eso.

–Lo entiendo, pero tengo que empezar por algún lado.

–¿Entiende que tendría que posponer las preguntas hasta el final del día? No siempre hay tiempo durante la jornada para contestar preguntas.

–Sí, puedo ser flexible.

Jake Larson la miró en silencio durante unos segundos y Penny contuvo el aliento. Sus ojos oscuros eran tan indescifrables que no sabía si había aceptado el trabajo o lo estaba rechazando.

Por fin, él extendió la mano.

–Muy bien, señorita Bradford, acepto. Tiene usted un nuevo capataz.

Penny estrechó su mano, contenta.

–¿Quiere que le enseñe la casa de los peones?

–Sí, señorita Bradford.

Penny lo llevó hasta allí. Había limpiado la habitación de Gerald el día anterior, después de hablar con Dexter Williams, y esperaba que le gustase.

–Ésta era la habitación del antiguo capataz. Puede poner su ropa sucia en la cesta. Voy a contratar un ama de llaves y ella hará la colada una vez a la semana –luego se detuvo, mirando alrededor–. No he despedido al resto de los peones, pero si encuentra a alguno haciendo algo ilegal, despídalo sin contemplaciones.

–Sí, señorita Bradford.

–Entonces le dejo. Los hombres volverán al atardecer… bueno, uno de ellos vuelve antes. Sam, el cocinero.

El capataz asintió con la cabeza y Penny salió de allí antes de empezar a contestar con un «sí, señor Larson» a sus «sí, señorita Bradford». Con un poco de suerte, Jake haría bien su trabajo y le enseñaría a ella a hacerlo.

 

 

Jake la observó mientras volvía a la casa. Era demasiado joven, pensó. O quizá fuera su nombre… Penny parecía el nombre de una niña. Aunque no era una niña, no. Tenía cuerpo de mujer.

Pero él no pensaba mostrar el menor interés en ella. Había aprendido la lección. Los romances y el trabajo no mezclaban bien, así que evitaría cualquier tipo de coqueteo.

Mirando alrededor, decidió que le gustaba tener un cuarto separado de los peones. Estaba harto de compartir habitación con otras personas. Y si el cocinero era bueno, miel sobre hojuelas. La comida marcaba la diferencia en algunos trabajos.

Jake salió de la casa para sacar a Apache del trailer y llevarlo al corral.

–Aquí estarás bien, amigo.

Después de comprobar que tuviese agua y comida volvió a su habitación para guardar sus cosas. Que alguien le hiciera la colada estaba muy bien. Y tenía un bonito escritorio para encargarse del papeleo.

Dexter tenía razón: estaba preparado para ser capataz. E incluso enseñaría a Penny Bradford todo lo que él sabía sobre ranchos. Después de todo, era un trabajo que le encantaba.

 

 

Después de comer, Penny paseaba de un lado a otro, nerviosa, mientras esperaba la llegada de una mujer a la que iba a entrevistar para el puesto de ama de llaves.

Aunque ella siempre había ayudado a su madre con las tareas de la casa, si iba a estar montando a caballo todo el día sería necesario que alguien se encargase de la cocina.

Pero no sabía si podría soportar vivir con una extraña y aquella entrevista la tenía más nerviosa que la de Jake Larson.

Unos minutos después oyó un crujido de ruedas en la puerta y salió al porche para saludar a una mujer de unos cincuenta años y expresión agradable que se presentó como Harriet Buckner.

–Entre, por favor, señora Buckner.

–Qué bonita cocina –dijo la mujer.