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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2008 Claire Baxter

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un futuro brillante, n.º 2207 - marzo 2019

Título original: The Single Dad’s Patchwork Family

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-454-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

REGAN Jantz tomó una copa de champán de la bandeja de uno de los camareros que circulaban por el salón y luego buscó un rincón desde el que observar la mezcla de hombres de negocios japoneses y representantes de las industrias locales reunidos allí.

–No parece que tengas muchas ganas de estar aquí.

Sorprendida, Regan se volvió hacia la profunda voz masculina que acababa de sonar a sus espaldas. Su dueño sonrió.

Ella le devolvió la sonrisa automáticamente a la vez que se fijaba en el caro traje que vestía, en la actitud de seguridad en sí mismo que denotaba su postura y en los firmes rasgos de su rostro.

–¿Disculpa?

El hombre se inclinó hacia ella y habló con suavidad.

–He dicho que no parece que estés disfrutando.

–Oh –Regan dio un paso atrás. Era posible que aquel hombre fuera alto, atractivo y tuviera una voz seductora, pero no sabía quién era.

Al ver la expresión comprensiva del desconocido, lamentó su gesto de desconfianza. Sólo trataba de mostrarse amistoso.

–Se me ha hecho tarde y acabo de llegar –dijo, en respuesta a su comentario–. Espero que no dure demasiado, pero estoy segura de que voy a pasarlo bien –añadió con una sonrisa.

El atractivo desconocido tomó un sorbo de su copa y miró a su alrededor.

–¿Te parece buena idea lo de la ruta turística?

–Oh, sí –contestó Regan con sincero entusiasmo.

El propósito de la fiesta era lanzar una nueva iniciativa del departamento de turismo gubernamental que pretendía despertar el interés entre el turismo japonés por la península australiana de Eyre.

–Creo que es un gran idea –añadió, y no sólo porque el desconocido pudiera estar implicado en el desarrollo de aquel plan. Estuvo a punto de no decir nada más, pero el interés que vio en su rostro le hizo continuar–. Sin embargo, no estoy totalmente convencida de que sea buena idea implicarme en el proyecto.

–¿Por qué no? ¿A qué te dedicas?

–Dirijo una piscifactoría atunera –Regan tomó un sorbo de champán y observó los ojos de su interlocutor. Eran de color marrón oscuro, pero no tan oscuros como los de su ex marido italiano, que sus dos hijos habían heredado, sino más cálidos–. Sería lógico que los turistas quisieran visitar la piscifactoría de caballitos de mar. A fin de cuentas, es una auténtica novedad. Y en la de ostras cuentan con el aliciente de probar el producto. Pero cuando vengan a visitarnos a nosotros, sólo irán al pontón en barco a ver los peces en cautividad y nos escucharán hablar del proceso de producción. No puede compararse, ¿no te parece?

–Seguro que lograrás que resulte interesante.

Regan se encogió de hombros. No estaba muy segura, pero estaba dispuesta a hacer lo posible por conseguirlo, desde luego.

–¿Y tú? ¿Por qué estás aquí?

–He venido en representación de unos amigos. Organizan excursiones para turistas en Leo Bay. Los llevan a nadar con los leones marinos.

Regan sonrió y asintió.

–En ese caso, la ruta turística es una oportunidad perfecta para ellos. ¿No han podido venir?

–Les debo un favor y no les gustan este tipo de funciones.

–¿Y a ti sí?

El desconocido se encogió de hombros.

–No. Por eso esperaba encontrar un alma gemela cuando te he visto aquí apartada.

–Admito que no es la parte que más me gusta del trabajo, pero tiene que hacerse.

–Me falta práctica.

–¿En qué?

–En mantener conversaciones triviales. Con adultos.

Las arrugas de la edad que había en torno a sus ojos y a su boca le daban un toque atractivo, pensó Regan mientras lo observaba. Los hombres contaban con una ventaja injusta en aquel terreno.

Dos líneas verticales sobre el puente de su nariz revelaban que había pasado mucho tiempo frunciendo el ceño… o pensando. Podía identificarse con aquello.

Su pelo era de un bonito tono castaño. En conjunto, era el hombre más atractivo que había visto en mucho tiempo. De pronto se dio cuenta de que él había dejado de hablar mientras ella seguía mirándolo.

Apartó la mirada, avergonzada.

–El principal motivo por el que he venido esta noche ha sido para practicar mi japonés –dijo rápidamente–. Así que será mejor que vaya a mezclarme con la gente.

–Me alegra haberte conocido. Me llamo Chase –dijo él a la vez que le ofrecía su mano–. Chase Mattner.

Regan estrechaba manos de hombres constantemente. Era algo que formaba parte de su trabajo. Pero estrechar la mano de Chase Mattner fue… diferente.

Por un instante disfrutó de la cálida fuerza de su mano, de la extraña mezcla de comodidad y excitación que la invadió.

Pero fue una reacción absurda. No tenía tiempo para dedicarse a disfrutar de aquellas pequeñeces y, además, lo más probable era que alguien tan atractivo ya estuviera comprometido.

Aunque tampoco sentía especial interés por saberlo.

–Regan Jantz –dijo.

–Puede que volvamos a vernos más tarde.

El brillo de la mirada de Chase reveló a Regan que esperaba que así fuera.

Asintió y se alejó de él. Sólo entonces registró su mente lo que había dicho sobre la falta de práctica de conversación con adultos. De manera que tenía hijos. Sabía que alguien tan atractivo no podía estar solo. Aunque le daba igual. Reconoció al dueño de un hotel local y se encaminó hacia él para charlar.

 

 

Chase observó el grácil caminar de Regan mientras se alejaba y luego miró a su alrededor en busca de un camarero. Hubo una época en que se habría perdido por una morena de ojos azules como aquélla, especialmente por una tan alta y atractiva como Regan Jantz. Pero ya había pasado mucho tiempo desde entonces. Había dejado de fijarse en cualquier otra mujer desde que se casó con Larissa, y desde que había perdido a ésta y había aprendido a base de esfuerzo y errores a criar a su hija, no había vuelto a fijarse en ninguna.

Pero no había duda de que Regan era encantadora. La observó mientras hablaba con uno de los asistentes a la presentación. Poseía una belleza innata, de las que no se perdían con el paso de los años.

Recordó sus brillantes e inteligentes ojos azules. Tan brillantes y azules que al principio había pensado que tal vez llevara lentillas coloreadas. Pero nada más empezar a hablar con ella había decidido que no había nada falso en Regan Jantz; ni en el tono rojizo de su pelo castaño oscuro, ni en la longitud de sus pestañas, ni en el delicado rosa de sus labios. Era totalmente natural y, por un momento, se había sentido…

No. Atraído, no. Sólo había sido apreciación, nada más. Se había dado cuenta de que era la clase de mujer por la que habría podido sentirse atraído si las cosas hubieran sido distintas. Muy distintas. En otra vida.

Era muy pronto para asegurar que le gustaba Regan, pero el instinto le decía que podría haberle gustado. Le recordaba en cierto modo a Jan, y valoraba la amistad de Jan. Jan y su marido Mike eran el motivo por el que estaba allí aquella noche. Con un traje.

Se encogió de hombros y metió la mano en el bolsillo de la chaqueta. No sólo le faltaba práctica en lo referente a mantener conversaciones. También había perdido la práctica de utilizar trajes, y ni siquiera sabía por qué los conservaba. Ya se habrían pasado de moda para cuando volviera a necesitarlos para trabajar. Pero ya que Phoebe aún tenía tres años y seguía necesitándolo, no creía que ese día estuviera cerca.

Apartó la mirada de Regan y miró por los ventanales del salón, desde los que se divisaban las luces de la bahía de Port Lincoln. Aquella ciudad tenía más millonarios por habitante que cualquier otra de Australia. Muchos de los empresarios con piscifactorías de atún se habían hecho de oro vendiendo sashimi a los japoneses. Se preguntó si Regan sería uno de ellos.

No tenía aspecto de millonaria, pero él sabía mejor que nadie que las apariencias podían ser muy engañosas. Sus padres eran ricos pero pasaban la mayoría del tiempo vestidos como unos mochileros y evitando los lujos.

Habían dejado bien claro que podía contar con su dinero, pero también que no podía esperar nada más de ellos. Ni siquiera su tiempo. Él no necesitaba su dinero. Ya tenía suficiente. Pero no le habría venido mal que le hubieran echado una mano con Phoebe tras la muerte de Larissa. Por aquella época andaban en algún lugar de África y no los había visto desde entonces.

Reprimió un suspiro y decidió no seguir pensando en aquello. Debía seguir el ejemplo de Regan y mezclarse con los demás. Debía asegurarse de representar adecuadamente a Jan y a Mike.

 

 

Una hora más tarde Regan se encontró en el mismo grupo que Chase, aunque implicados en conversaciones diferentes. Se preguntó si habría buscado a propósito la coincidencia. Cuando comenzaron los discursos y todos se volvieron hacia el estrado, Chase se acercó a ella. Regan trató de no sentirse complacida, pero se sintió muy consciente de su presencia.

–Creo que he hablado con casi todo el mundo –murmuró Chase–. ¿Y tú? ¿Has practicado lo suficiente?

Regan se volvió a mirarlo y sintió una punzada de hambre. Al menos, esperaba que fuera hambre. De lo contrario, habría sido una reacción completamente inadecuada.

–¿Practicado? –repitió, desconcertada.

Había pretendido susurrar, no sonar sin aliento. Respiró profundamente, algo que no ayudó, pues sólo sirvió para que su nariz se llenara del limpio y masculino aroma de Chase Mattner.

Había algo en aquel hombre que la desconcertaba, y no le gustaba. Bueno, tal vez le gustara, pero no debería ser así.

El aliento de Chase acarició su oído cuando se inclinó y susurró:

–Japonés.

–Oh, sí.

Chase asintió y miró hacia el estrado mientras Regan observaba su perfil, su piel morena, la firme línea de su mandíbula. Tenía los labios ligeramente entreabiertos mientras escuchaba al orador. Y entonces rió.

Vagamente consciente del sonido de risas a su alrededor, Regan aún lo estaba mirando cuando Chase se volvió para compartir la broma con ella.

Frunció el ceño.

–¿Te encuentras bien?

Regan trató de asentir, pero, en lugar de su cabeza, lo que se movió fue la habitación. Se balanceó hacia un lado y luego hacia el otro.

–Me siento… un poco… mareada.

 

 

Unos minutos después estaba sentada a una mesa, en el bar, con un vaso de agua con hielo en las manos. Había sido muy consciente del brazo de Chase sosteniéndola mientras caminaban hasta allí, pero se había sentido demasiado aturdida como para protestar. Aunque tampoco habría querido hacerlo…

–¿Te sientes mejor?

–Sí, gracias. No sé qué ha pasado.

–Entonces, ¿no eres de las que se desmayan?

–¡Cielos, no! Nunca me había pasado.

–Hacía bastante calor en el salón. Muchos cuerpos juntos.

–Sí –dijo Regan. Pero ella sólo había sido consciente de uno.

Tomó otro trago de agua. Se sentía acalorada, pero no tanto como para explicar lo que le había pasado.

–No estarás…

Regan miró a Chase al ver que se interrumpía.

–¿Qué?

–Embarazada.

–¡No!

Chase asintió.

–Sólo se me había ocurrido la posibilidad –su expresión se ensombreció–. Recuerdo que mi esposa solía desmayarse durante las primeras semanas de su embarazo.

Regan inspiró y soltó el aire lentamente. Ya había supuesto que no estaba soltero, de manera que no entendía por qué la mención de su esposa la había afectado tanto.

–No estoy embarazada.

–¿Y la comida? ¿Has tomado algún aperitivo?

–No. Nunca como en este tipo de situaciones. Me preocupa demasiado que se me quede algo entre los dientes.

Tras un brote de risa, Chase se puso serio y la miró.

–Hablas en serio, ¿no?

Regan asintió. No podía creer que hubiera dicho aquello en alto. ¿Qué tenía aquel hombre que le hacía olvidar quién era? Se había desmayado y le estaba manifestando sus pensamientos privados. Normalmente no se comportaba así.

–¿Cuándo has comido por última vez?

Regan pensó un momento.

–En el desayuno.

–¿No has tomado nada desde entonces?

–Creo que no.

–¿No lo recuerdas?

–He tenido un día muy atareado. Pero suelo comer.

–Come conmigo.

Aquello no sonó como una pregunta.

–No puedo. Tengo que volver a casa. ¡Vaya! –exclamó Regan al mirar su reloj. Era más tarde de lo que había pensado. En las raras ocasiones en que no podía estar en casa a tiempo para arropar a sus hijos siempre los llamaba para darles las buenas noches. Pero aquella noche lo había olvidado.

–¿Algún problema?

–Sí. Mis hijos ya estarán dormidos.

Regan creía fervientemente que todos los niños necesitaban saber que eran amados, pero dado que los suyos ya habían sido rechazados por una de las personas que se suponía que los quería incondicionalmente, aún era más importante esforzarse por hacerles saber que estaba pensando en ellos. Pero lo cierto era que no había estado pensando en ellos.

Culpabilizada, se mordió el labio inferior. Normalmente era muy cuidadosa respecto a cosas como aquellas. Sabía por experiencia lo que se sentía al ser dejado de lado por un padre.

–¿Tu marido está con ellos?

Regan alzó la cabeza.

–No. Mi madre.

Chase alzó las cejas con expresión interrogante.

–Estoy divorciada. Mi madre vive con nosotros.

–En ese caso, tenemos algo en común –dijo Chase con una sonrisa–. Ambos somos padres sin pareja.

El estómago de Regan se encogió. Chase no tenía pareja.

Pero eso le daba igual. No necesitaba ni quería a un hombre. Suspiró y miró los comprensivos ojos de Chase.

–Es demasiado tarde como para llamar a mis hijos para darles las buenas noches. Es la primera vez que lo he olvidado.

–Estoy seguro de que lo entenderán. Los niños perdonan fácilmente. ¿Cuántos años tienen?

–Will tiene siete y, Cory, cinco.

–Yo tengo una niña que va a cumplir cuatro. Se llama Phoebe –dijo Chase antes de ponerse en pie–. Será mejor que vaya a reservar una mesa al restaurante antes de que se llene.

Regan abrió la boca para protestar, pero no dijo nada. En aquel momento no se le ocurrió ningún motivo que alegar para no cenar con él.

Asintió y lo observó mientras se alejaba. Por una vez había permitido que alguien tomara una decisión por ella, que alguien tomara el control. Era una sensación extraña, pero estaba cansada de ser la persona a la que todos acudían en busca de una respuesta.

Entre sus empleados, sus hijos y su amplia familia, a veces era demasiado…

Un toque en su hombro le hizo sobresaltarse.

–¿Regan? –Chase se agachó a su lado–. Siento haberte asustado, pero no lograba captar tu atención. ¿Estás segura de que te sientes bien?

–Sí. Sólo estaba pensando.

Chase sonrió.

–Es una mala costumbre. Siempre suelen decirme que pienso demasiado –hizo un gesto con la cabeza en dirección al restaurante–. He reservado una mesa –dijo a la vez que se erguía y ofrecía una mano a Regan.

Ella la miró. Si la tomaba, ¿pensaría que estaba románticamente interesada en él? Porque no lo estaba.

Chase dejó caer la mano y se apartó para dejarle espacio. Una parte de Regan se alegró. Pero, cuando se agachó a tomar su bolso del suelo, otra parte lamentó no haber aceptado la mano. Ahora Chase pensaría que era una mujer tensa que no sabía cómo comportarse con un hombre.

No era cierto pero, después de la experiencia que había tenido con su ex marido, lo último que necesitaba era sentirse atraída por aquel hombre. Por cualquier hombre.

Una vez a la mesa, Regan aceptó con una sonrisa el menú que le dio el camarero. Eligió una especialidad popular y Chase pidió lo mismo.

–Toma algo de pan –dijo a la vez que empujaba la cesta con pan que había en la mesa hacia Regan–. Conviene que comas algo antes de que vuelvas a desmayarte.

Regan tomó un trozo.

–Me salto el almuerzo a menudo, pero nunca me había mareado. No creo que el motivo sea ése.

–¿Se te ocurre algún otro?

Regan negó con la cabeza.

–Tal vez deberías consultar con un médico.

–No. Eso sería exagerar. Probablemente no volverá a suceder nunca –la expresión de Regan se animó de pronto–. Ya sé lo que ha sido… He tomado una copa de champán con el estómago vacío y no suelo beber.

–Puede que haya sido eso –Chase asintió y también tomó un trozo de pan–. ¿Hace cuánto te dedicas a la cría de atunes?