EL AÑO DEL SÍ


V.1: mayo, 2019

Título original: Year of yes


© Ships At A Distance, Inc., 2015

© de la traducción, Sonia Pensado Valcárcel, 2019

© de esta edición, Futurbox Project S.L., 2019

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: Taller de los Libros


Publicado por Kitsune Books

C/ Aragó, 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

info@kitsunebooks.org

www.kitsunebooks.org


ISBN: 978-84-16788-30-9

IBIC: VS

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

EL AÑO DEL SÍ

Descubre el asombroso poder de decir sí y cambia tu vida


Shonda Rhimes

Traducción de Sonia Pensado Valcárcel

1

Sobre la autora

3


Shonda Rhimes es la laureada y célebre creadora y productora ejecutiva de las exitosas series de televisión Anatomía de Grey, Sin cita previa y Scandal, así como la directora ejecutiva de Cómo defender a un asesino. También se le atribuyen los guiones de Princesa por sorpresa 2, Cruce de caminos y Dorothy Dandridge. Rhimes tiene una licenciatura en Literatura Inglesa con Escritura Creativa del Dartmouth College y un máster en Bellas Artes de la Facultad de Cine y Televisión de la Universidad del Sur de California, así como un doctorado honoris causa de ambas instituciones. Rhimes ha sido incluida dos veces en la lista de las 100 personas más influyentes de la revista TIME, además de en la lista de las 50 mujeres más poderosas del mundo de los negocios de la revista Fortune, en el número especial dedicado al poder femenino de Variety y en la lista de mujeres del año de la revista Glamour. En 2013, Rhimes fue seleccionada por el presidente Obama para servir como consejera del Centro John F. Kennedy para las Artes Escénicas.

Por su trabajo en Anatomía de Grey, Rhimes recibió el premio a mejor productora de televisión del año del Sindicato de Productores de Estados Unidos en 2007, el Globo de Oro a mejor serie de televisión dramática en 2007, el premio Lucy a la excelencia en televisión de la Women in Film en 2007, el premio a mejor serie nueva del Sindicato de Guionistas en 2006, además de las nominaciones a los Emmy a la mejor serie dramática y al mejor guion de una serie dramática. Por Scandal, Rhimes ganó el prestigioso premio Peabody en 2013. Esta serie también recibió el premio Golden Gate de la GLAAD en 2012, el premio Hope de la RAINN en 2010 y el premio Television Academy Honors en 2010 y 2011. Rhimes consiguió el premio a mejor programa de televisión del año del AFI en 2005, 2013 y 2014. Además, ha obtenido seis premios Image a mejor guion en una serie dramática y ocho a la mejor serie dramática, ambos otorgados por la NAACP.

En 2014, Rhimes y su compañera de producción Betsy Beers consiguieron el prestigioso premio a la diversidad del Sindicato de Directores de Estados Unidos, entregado solo en cuatro ocasiones hasta entonces. Rhimes también recibió la Medalla W. E. B. Du Bois de Harvard en 2014, el premio Sherry Lansing Leadership de The Hollywood Reporter y, en 2014, apareció tanto en la lista New Establishment de Vanity Fair como en la lista New Guard de las 50 mujeres más influyentes de Estados Unidos de Marie Claire. En 2015, Rhimes fue galardonada por su labor como guionista televisiva con el premio Paddy Chayefsky Laurel del Sindicato de Guionistas del Oeste de Estados Unidos, y fue incluida en el Broadcasting Hall of Fame por la Asociación Nacional de Emisoras de Estados Unidos. La Fundación Mayoría Feminista también le otorgó el premio Eleanor Roosevelt Global Women’s Rights en reconocimiento por su trabajo a la hora de cambiar la imagen de los medios de comunicación.

Rhimes nació y se crio en Chicago (Illinois) y ahora vive en Shondaland, un lugar muy real e imaginario que podría estar en algún lugar de Los Ángeles. Es madre de tres niñas de las que está muy orgullosa.

EL AÑO DEL SÍ


Aprende a decir sí y cambia tu vida



Shonda Rhimes, la creadora de la célebre serie de televisión Anatomía de Grey, lo tenía todo: fama, éxito, una familia feliz, pero, aun así, sentía que le faltaba algo. Por miedo o por introversión, decía que no a demasiadas cosas. Cuando su hermana le echó en cara que nunca decía que sí a nada, Shonda decidió iniciar el año del sí: decir sí a todo durante doce meses.

A partir de ese momento, su vida cambió para siempre. Se convirtió en una persona feliz, segura de sí misma y ¡hasta adelgazó sesenta kilos!

En este divertídisimo libro, Shonda Rhimes nos descubre el asombroso poder del sí y nos invita a salir de nuestra zona de confort y tomar las riendas de nuestra vida con una sola sílaba.



«El año del sí es un libro tan divertido como sus series de televisión, y su voz es fresca y potente.»

Los Angeles Times



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CONTENIDO

Portada

Página de créditos

Sobre este libro


Hola 

Prólogo

1. No

2. ¿Quizá?

3. Eeeh, ¿sí…?

4. Sí al sol

5. Sí a contar toda la verdad

6. Sí a la rendición de la Guerra de Mamás

7. Sí a jugar y a no trabajar

8. Sí al cuerpo

9. Sí a formar parte del club

10. Sí, gracias

Una nota sobre el tiempo

11. Sí al no, sí a las conversaciones difíciles

12. Sí a la gente

13. Sí a olvidar los problemas bailando

14. Sí a quien soy

15. Sí a la belleza


Agradecimientos

Sobre la autora



«La necesidad de cambio abrió un camino directo hacia el centro de mi mente.»

Maya Angelou


«Si quieres que te dejen de pasar cosas malas, entonces deja de aceptar lo malo y demanda algo mejor.»

Cristina Yang, Anatomía de Grey





Para Harper, Emerson y Beckett:

Que cada año sea un Año del Sí. Que heredéis un futuro que ya no requiera que seáis unas P. U. D. Y si llega el futuro y eso todavía no ha sucedido, adelante, iniciad la revolución. Mamá os dice que podéis.




Y para Delorse:

Por darme permiso para empezar mi revolución particular. Y por decir «sí» a aparecer cada vez que te llamaba. Eres la P. U. D. de la familia; los cinco que llegamos detrás de ti te agradecemos que crearas nuestras segundas oportunidades.



Agradecimientos


Tantas manos, tanta ayuda… Mucha gente me ha ofrecido una ayuda inestimable, de diversas maneras, tanto a la hora de escribir el libro como durante los dieciocho meses o así que han precedido a este libro.

No hay palabras suficientes para expresar de forma adecuada mi gratitud. Todo lo que puedo decir es que espero y rezo por que cada uno de vosotros pueda coger una caja de manzanas, estirarse bajo el sol y, luego, a la vista de todo el mundo, adoptar la posición de poder como un loco. Porque cada uno de vosotros es un verdadero superhéroe. Puede que no hayáis salvado el mundo, pero habéis salvado el mío.

Gracias a:

Mi agente literaria, Jennifer Joel, de ICM, quien me dijo que mi extraño experimento personal de decir «sí» a todo debería convertirse en un libro y, luego, con paciencia, tiró las migas de pan que guiaron a este loco cerebro hasta la línea de meta. Marysue Rucci, de Simon & Schuster, me contrató para escribir un libro sobre maternidad y, luego, cuando descubrí que no quería escribir ese libro, me permitió y me animó a escribir este en su lugar. La experiencia de trabajar con ella me ha encantado, me ha hecho crecer y me ha cambiado. Esa es mi definición de un trabajo de ensueño.

Mi agente de televisión, Chris Silbermann, de ICM, me apoyó y, en vez de recordarme que ya tenía demasiados trabajos y demasiadas niñas como para añadir algo más a mi vida, actuó como mi gladiador personal en todo momento. Michael Gendler es el cerebro legal que lo hace todo posible. Chris DiIorio, de PMK-BNC, continúa esforzándose, como Sísifo, para empujar la roca que soy yo colina arriba, y ni una vez me ha arrancado la cabeza ni se ha hecho un traje con mi piel. Ni un solo minuto de este trayecto hacia la mirada pública habría sido posible sin él.

Ilee y Vera Rhimes son mis padres. Ellos me hicieron. Ellos me dieron forma y me moldearon. Atendieron una y otra vez mi necesidad de debatir mi «plan de futuro» y aplaudieron mis ambiciones. Mi padre me decía: «El único límite para tu éxito es tu propia imaginación», y mi madre ajustaba las cuentas, se encargaba de ellas y sermoneaba como Pope a cualquiera que intentara hacerme sentir que eso no era cierto. Ellos fueron mis primeros gladiadores. Todo niño debería ser criado con el mismo ánimo y recibir la misma intensa protección.

En conjunto, mis hermanos y hermanas son personas geniales. En particular, mi hermana Sandie Bailey tiene más talentos, habilidades y dones que nadie que haya conocido. Que use muchos de estos para mejorar mi vida es más que maravilloso. Que se ponga un bebé bajo el brazo de inmediato para que yo pueda escribir la convierte en una persona impresionante. Que me proteja con uñas y dientes cuando piensa que no la veo y se burle de mí en mi cara a la primera señal de egocentrismo por mi parte la hace perfecta. Haber compartido nuestra singular infancia es algo que no cambiaría por nada del mundo.

Los contenidos de este libro deberían dejar claro por qué estoy en deuda con mi hermana Delorse Bond. Pero que sepas que lo que te he contado sobre ella en estas páginas solo es la punta de un iceberg enorme. Si te contara todo lo que ha hecho por mí, harían falta varios volúmenes. Así que solo te diré que sé que Delorse es rara, maravillosa, tradicional, inteligente, divertidísima, tierna, y altruista e increíble y que solo entenderá la profundidad del cumplido cuando diga que para mí ha sido tanto una Cazadora como un Señor del Tiempo: estoy protegida.

Christopher Thoms es mi hermano de otra madre. Añadirlo a mi familia fue lo mejor que hice nunca. Puede que nuestras vidas cambien, pero nuestra Cashio Street perdura.

Tengo tres niñas a las que amo más que nada en el mundo. Así que nunca podría dirigir Shondaland o escribir este libro sin ayuda de verdad en casa. Si lo intentara, nos moriríamos de hambre y rodaríamos entre la porquería como cerdas. Para hacer lo que hago, cuento con una colonia de mujeres trabajadoras, poderosas y cañeras que hacen que mi casa sea un hogar. Así que les doy las gracias a Mirtha Ross, Kelly Cheever, Ula Hrynhok, Cassidy Brown, Taylor Thompson, Calais Brown. Y lo diré de nuevo: Jenny McCarthy lo es todo para mí. Estas mujeres me salvan, y mientras escribía este libro, me apoyaron de formas que no podría haber soñado.

Harper, Emerson y Beckett son simplemente las mejores niñas, las más increíbles, especiales, talentosas, brillantes y preciosas. No hay niña que se parezca a ellas. Cada una de las cosas que hacen, dicen y son es perfecta; incluso cuando no lo es. Se están desarrollando tal y como deberían y constantemente me recuerdan que tengo que parar y jugar.

Cassidy Brown leyó el manuscrito por capítulos a medida que estos salían de la impresora y me animó. Erin Cancino y Alison Eakle leyeron el manuscrito completo antes que nadie y aprovecharon la oportunidad para decirme con detalle lo que era una mierda. Una opinión sincera es incalculable. Que esas tres mujeres me dieran la suya sin miedo restaura mi fe en la humanidad.

Abby Chambers me escuchó leerlo en voz alta mientras lo escribía y Zola, Gordon y Scott escucharon mis preocupaciones entre copas. Mi increíble equipo de asistentes (Abby, Erin, Lense, Matt) me mantuvo cuerda, alimentada y avanzando. Mi camionero favorito, Mike Reynolds, aparcó en muchas calles secundarias y silenciosas y se negó a divulgar mi localización para que pudiera escribir en paz desde el asiento trasero del coche.

No hay palabras para Betsy Beers. Necesitaría escribir un libro sobre lo increíble que es. Ella, Pete Nowalk y cada uno de los miembros de mi familia de Anatomía de Grey, de Scandal, de Cómo defender a un asesino y de Shondaland son personas de gran talento, entusiastas y alegres. Hacen que quiera ir a trabajar.

En las salas de Shondaland, los guionistas me han proporcionado camaradería, consuelo, magia, inteligencia, diversión, dulces horneados, clases de claqué, «Amor, Joan», la regla de la historia de emergencia (en caso de duda, vampiros), cotilleos, manualidades, historias de guerra, whisky los jueves, vino los viernes, margaritas los lunes y todo un mundo de talento creativo increíble. El riel nunca se colocaría sin ellos.

Linda Lowy ha hecho mi mundo mejor y más creativo gracias a su elección de actores. Le agradezco mucho cada uno de los actores que ha descubierto y colocado frente a mí. En este libro, le doy las gracias sobre todo por traer a Sandra Oh a mi órbita.

Todo el mundo de ABC y ABC Studios ha sido tan bueno, agradable y comprensivo durante el proceso de escritura de este libro como siempre. Siguen haciendo que su estudio sea un sitio maravilloso al que llamo hogar.

Hay dos chicos en algún lugar de las profundidades de Apple con tonos de voz telefónicos muy tranquilizadores que salvaron este manuscrito y evitaron que me tirara al océano después de volcar una botella de agua sobre mi MacBook Pro mientras escribía. Gracias, Stuart y Jason, dondequiera que estéis.

Dana Asher, Cathy Highland y Verlyn Antoine conforman mi equipo glamuroso. Hacen que me vea y me sienta guapa. Más que eso, sacan una versión mejorada de mí misma que no sabía que existía. Les estoy agradecida por ello a diario. Recuerda que la única razón por la que tengo el aspecto que tengo cuando me ves es que TRES personas han trabajado un mínimo de DOS HORAS Y MEDIA (sin contar el tiempo que tardan en comprar, probar y arreglar la ropa) en mí. No me desperté así.

La doctora Eva Cwynar me salvó la vida y se convirtió en mi amiga. Tu determinación, tu confianza y tu ánimo fueron y siguen siendo inestimables para mí. No hay palabras para darte las gracias.

Gordon James, Zola Mashariki y Scott Brown son individuos extraordinarios. Me han apoyado de formas inimaginables y me enseñaron a redefinir mi idea de lo que es una amistad verdadera. La naturaleza de nuestra pequeña banda de Bonnies y Clydes, feroz y llena de sueños, donde no juzgamos, decimos la verdad e intentamos ayudar, parece ilimitada. Todos los obstáculos se pueden superar, todas las colinas se pueden conquistar. Los cuadros que han colgado en mis paredes son algunos de los mejores: las clases de baile en Edgartown, las historias de Cabot de emergencia en el comedor, los brunches en el Soho House, los domingos de TATB (trae a tu bebé), las conversaciones fantásticas, las revelaciones, la diversión, la diversión, la diversión… Delorse me motivó a empezar, pero estos tres se negaron a que abandonara. Recorremos esta carretera juntos y daría la vida por ellos.

Cuando le dije a Sandra Oh que estaba escribiendo este libro, le hablé de superar el miedo a decir lo que pensaba. Asintió porque sabía lo que suponía para mí. Pero, aun así, parecía perpleja.

—¿Qué? —preguntó al fin—. ¿Qué hacías con lo que te daba demasiado miedo decir antes del Año del Sí?

La miré fijamente durante un largo rato.

—Sandra —dije lentamente—, TÚ lo decías por mí.

Sandra parpadeó.

—Ah. ¡Ah! Ah, claro, Dios mío.

Todavía nos sorprendemos la una a la otra con revelaciones. Sandra creó un personaje conmigo que cambió nuestras vidas para siempre de formas que todavía seguimos descubriendo. Todavía lo estamos procesando y nos estamos recuperando de ello. No creo que Sandra y yo vayamos a entender jamás del todo el impacto que hemos tenido la una en la otra. Las dos somos la mitad de una ficción y la suma de una experiencia. Le doy las gracias por acompañarme en este viaje; a veces doloroso, a veces precioso. Siempre educativo. Eternamente liberador.

Cristina Yang me hizo valiente. Le doy las gracias por haber aparecido de la nada.

Por último, a quienquiera de ahí fuera que haya visto cualquiera de mis series y la haya disfrutado (aunque sea un episodio, aunque sea solo una vez), le estoy más que agradecida. Significa que, al menos una vez, hice algo bien.



«Debes hacer las cosas que crees que no puedes hacer».

eleanor roosevelt

Hola

Soy mayor y me gusta mentir (una renuncia de responsabilidades)


Soy una mentirosa.

Y me da igual quién lo sepa.

Me invento cosas constantemente.

Antes de que empieces a especular sobre mi personalidad y mi cordura… deja que me explique. Me invento cosas porque tengo que hacerlo; no es simplemente algo que me guste hacer. A ver, claro que me gusta. Disfruto de verdad inventándome cosas. Crear historias fantasiosas con los dedos cruzados a la espalda es lo que mueve mi motor, lo que agita mi rutina, lo que me activa.

Claro que me gusta inventarme cosas.

Me encanta.

Además, lo tengo incrustado. ¿Mi cerebro? Mi cerebro justo se inclina de forma natural hacia las medias verdades; mi cerebro se vuelve hacia la ficción. Como una flor hacia el sol, o como escribir con la mano derecha. La mentira es un mal hábito que me sienta bien: fácil de coger, difícil de dejar. Hilar grandes cuentos, tejer embrollos hechos con historias… ese es mi pequeño y asqueroso vicio. Y me gusta.

Pero no es tan solo un mal hábito. Necesito hacerlo. Tengo que hacerlo. 

Resulta que inventarse cosas es un trabajo.

De verdad.

En serio.

Precisamente lo que hizo que me arrodillara en la iglesia durante los recreos mientras recitaba el rosario a una u otra monja en la St. Mary Catholic School, en Park Forest (Illinois), es un deber real y honesto hacia Jesús, María y José.

«No se lo digas a nadie, pero mi madre escapó de Rusia. Estaba comprometida con Vladimir y tuvo que dejarlo todo atrás, incluso al amor de su vida. Es muy triste. Y ahora tiene que aparentar que es una estadounidense del todo normal o podrían asesinarnos. Claro que hablo ruso. Da. ¿Qué? Es una rusa negra, estúpido. Como los rusos blancos, pero en negro. Da igual, no importa el tipo de rusa que sea, nunca podremos volver allí, porque la matarían por intentar asesinar a Leonid Brézhnev. ¿A qué te refieres con por qué? ¿Es que no sabes nada? Para parar el invierno nuclear. Para salvar a Estados Unidos. Obvio».  

Se podría pensar que ganaba puntos extra por saber quién era Leonid Brézhnev, que conseguía un plus por informarme sobre política rusa o que alguien me felicitaría por enseñar a mis compañeros de diez años sobre la Guerra Fría. 

Rodillas. Iglesia. Monjas. Rosario.

Puedo recitar el rosario mientras duermo. De hecho, he recitado el rosario mientras duermo.

Inventarme cosas es la causa de todo eso: todo lo que he hecho, todo lo que soy, todo lo que tengo. Sin los cuentos, la ficción, las historias que he hilado, muy probablemente ahora mismo, hoy, sería una librera muy callada de Ohio.

En vez de eso, los productos de mi imaginación alteraron cualquier camino descendente que las monjas del colegio esperaran que tomara mi vida.

Las cosas que me inventaba me llevaron de la habitacioncita que compartía con mi hermana Sandie en los suburbios de Chicago al dormitorio de una residencia de estudiantes de la Ivy League en las montañas de Nuevo Hampshire y, luego, directamente, a Hollywood.

Mi destino galopa a lomos de mi imaginación.

Las historias pecaminosas que me hicieron ganarme la oración como penitencia durante los recreos son las mismas que ahora me permiten comprar una botella de vino y un filete en la tienda sin preocuparme por el precio; poder hacerlo es muy importante para mí. Era una meta; cuando era una estudiante de posgrado en apuros en la escuela de cine, a menudo no tenía dinero y, por lo tanto, tenía que elegir entre el vino y cosas como el papel higiénico. El filete ni siquiera entraba en la ecuación.

Era o vino o papel higiénico.

Vino.

O.

Papel higiénico.

No siempre ganaba el papel higiénico.

¿Me ha parecido que acabas de mirarme mal? ¿Acaso has…? ¿Acabas de juzgarme?

No. No puedes estar a punto de entrar en este libro y encima juzgarme.

Así no es como vamos a empezar este trayecto; vamos a relajarnos por el camino. Estamos en este libro juntos, amigo. Así que deja que ella, que está sin vino, tire la primera piedra. Si no…

A veces no gana el papel higiénico.

A veces una mujer rota necesita más el vino tinto.

Así que no tendrás que ser tan duro conmigo si no tengo remordimientos por amar la magia que hay en unas pocas mentirijillas e invenciones. 

Porque me invento cosas para ganarme la vida.

Mi trabajo consiste en imaginar: escribo series de televisión, me invento personajes y creo mundos enteros en mi cabeza. Además, añado palabras al léxico de las conversaciones del día a día de los estadounidenses; por culpa de mis series, quizá ahora hablan de su vajayjay (una manera informal de decir vagina) o le cuentan a su amigo que en el trabajo alguien recibió un sermón como los de Pope. Doy a luz a bebés y acabo con vidas. Yo lo orquesto. Soy la buena de la película. Opero, lucho, exonero. Tejo embrollos, narro grandes cuentos y me siento junto a la hoguera. Me envuelvo a mí misma en ficción. La ficción es mi trabajo, me da la vida. La ficción lo es todo.

Sí, soy una mentirosa.

Pero ahora soy una mentirosa profesional.

Anatomía de Grey fue mi primer trabajo de verdad en televisión, lo cual quiere decir que no sabía nada sobre trabajar en televisión cuando empecé a dirigirla. Le preguntaba a cada guionista con el que me tropezaba en qué consistía este trabajo, qué implicaba encargarse de una temporada de un drama en una cadena de televisión. Recibí un montón de buenos consejos, la mayoría de los cuales dejaban claro que cada serie era una experiencia muy distinta y específica, pero había una excepción: todos y cada uno de los guionistas que conocí comparaban escribir guiones para televisión con poner el riel para un tren que se aproxima a toda velocidad contra ti.

La historia es el riel, y tienes que seguir colocándolo porque viene el tren, que es la producción. Pase lo que pase, tienes que seguir escribiendo, porque el tren de producción va hacia ti (pase lo que pase). Cada ocho días, el equipo necesita empezar a preparar un nuevo episodio; encontrar las localizaciones, construir los platós, diseñar los trajes, buscar los decorados, planear las secuencias. Y cada ocho días después de eso, el equipo necesita grabar un nuevo episodio. Cada ocho días. Ocho días para prepararse. Ocho días para grabar. Ocho días, ocho días, ocho días, ocho días. Lo que significa que, cada ocho días, el equipo necesita un nuevo guion, y mi trabajo consiste en dárselo cada ocho puñeteros días. Ese tren de producción se aproxima. Más vale que cada ocho días ese equipo en ese estudio de grabación tenga algo que grabar. Porque lo peor que puedes hacer es detener o descarrilar la producción y costarle al estudio cientos de miles de dólares mientras todo el mundo espera. Así es como pasas de ser un guionista de televisión a ser un guionista de televisión fracasado.

Aprendí a colocar el riel deprisa. Con ingenio. Con creatividad. Pero tan rápido como un puñetero rayo.

Ponle un poco de ficción.

Mete alguna historia en ese hueco.

Cubre esas esquinas con un poco de imaginación.

Siempre noto el calor del veloz tren detrás de los muslos, en los talones, en las escápulas y en los codos, en los fondillos de los pantalones; amenaza con arrollarme. Pero no me aparto y dejo que el viento frío me dé en la cara mientras veo cómo pasa el tren a toda velocidad; nunca retrocedo. No porque no pueda, sino porque no quiero. Ese no es el curro. Y, para mí, no hay mejor curro en la faz de la Tierra. La adrenalina, las prisas, el… yo lo llamo runrún. En el interior de mi cabeza se produce un runrún cuando alcanzo cierto ritmo de escritura, cierta velocidad. Cuando colocar el riel pasa de parecerse a escalar una montaña con uñas y dientes a volar por el aire sin esfuerzo ninguno. Como romper la barrera del sonido. Todo cambia en mi interior. Rompo la barrera de la escritura, y la sensación de colocar el riel cambia, se transforma, pasa de ser un esfuerzo excesivo al júbilo.

Me he vuelto buena en eso de inventarme cosas.

Podría mentir en unas Olimpiadas. 

Pero hay otro problema.

Soy vieja. 

Pero no vieja de agitar los puños y ponerme a gritar si corres por mi césped, y tampoco soy una anciana venerada y con arrugas. No soy vieja por fuera; se me ve bien.

Se me ve joven.

No parezco vieja, y es probable que nunca lo haga. En serio. No envejeceré nunca, y no porque sea vampiresa ni nada de eso.

Nunca envejeceré porque soy hija de mi madre.

¿Mi madre? Se la ve increíble. Como mucho, en un mal día, parece una chica de veinticinco años un poco preocupada que quizá se divirtió demasiado en la fiesta de la noche anterior. Es decir, la mujer ronda los… No le gustaría que te lo dijera. Así que digámoslo de otra manera: mi madre tiene seis hijos, diecisiete nietos y ocho bisnietos. Cuando la veo, me gusta decirle que lo mantiene «todo en su sitio». Principalmente porque la horroriza, pero también porque la hace reír. Sobretodo porque todos sabemos que es cierto. Sin embargo, en secreto, lo digo porque me da cierto alivio; sé que cuento los días para tener esa cara.

Las mujeres de mi familia hemos ganado la lotería genética.

¿Piensas que estoy de broma?

Pues no.

Cuando sea mayor, me pondré en fila junto con el resto de mujeres de mi familia por parte materna y disfrutaré de los beneficios que se obtienen al canjear ese décimo ganador. Porque no solo ganamos la lotería, sino la Powerball, cariño. Los seis números, incluido el rojo.

Mis tías, mis primas, mis hermanas… Deberías vernos a todas por ahí; parecemos niñitas con diademas. Nosotras, las descendientes de mi abuela Rosie Lee, tenemos un aspecto estupendo. Nuestra piel no envejece; de verdad. Como a mi hermana Sandie y a mí nos gusta recordarnos, «siempre seremos las mujeres más cañón de la residencia de ancianos».

Y eso es muy agridulce y triste. Porque mi mente…

Mi mente. Ay, mi mente.

Mi mente es vieja.

Pero que muy vieja.

Vieja y desdentada.

Así que sí. Sí, seré una de las dos mujeres más cañón que vivan en la residencia Sunset para Viejos que No Quieren Vivir, como en Grey Gardens.

Pero, aunque estoy casi segura de que seré una belleza, nunca recordaré haber pensado que estar cañón en una residencia de ancianos fuera algo divertido.

Puede que haya ganado la lotería genética por fuera, pero por dentro…

Aquí estamos hablando de elegir entre vino y papel higiénico, ¿vale?

Mi memoria es un asco.

Es sutil. Quizá, si no tuviera todo el día la necesidad de expresarme, la necesidad de sacar las palabras de mi cabeza, nunca me hubiera dado cuenta. Pero lo hago. Así que lo hice. Puede que, si mi primera serie de televisión no hubiera sido sobre médicos que me hacían gritarle al mío con certezas hipocondríacas sobre tumores y enfermedades cada vez que estornudaba, lo hubiera dejado pasar y atribuido a la falta de descanso. Pero lo fue, así que no puedo.

Olvido nombres, intercambio los detalles de diferentes acontecimientos, una historia de locos que estoy segura de que contó un amigo en realidad la explicó otro. El interior de mi cerebro es una fotografía que pierde intensidad; contiene historias e imágenes a la deriva, rumbo a lugares desconocidos. Todo eso deja espacios vacíos donde debería haber un nombre, un acontecimiento o un lugar.

Cualquiera que haya visto Anatomía de Grey sabe que estoy obsesionada con la cura del alzhéimer. Cualquiera que me conozca, aunque sea poco, sabe que mi mayor miedo es tenerlo.

Así que estoy absolutamente segura de que lo tengo. Estoy segura de que tengo alzhéimer. Tan segura que voy al médico con mi asquerosa memoria y mi histérica hipocondría.

No tengo alzhéimer. 

De momento.

(Gracias, mundo. Eres precioso y listo. Superprecioso y superlisto).

No tengo alzhéimer.

Solo soy vieja.

Una copa por mi juventud.

El tiempo no es mi amigo. Mi memoria, al ser reemplazada con espacios en blanco, va más lenta que nunca. Están desapareciendo los detalles de mi vida. Están robando los cuadros de las paredes de mi cerebro.

Es agotador. Y confuso. Y, a veces, divertido. Y, a menudo, triste.

Sin embargo. 

Me invento cosas para ganarme la vida. Lo he hecho siempre. 

Así que, sin ceñirme nunca a un plan, sin intentarlo jamás de manera activa, sin ni siquiera darme cuenta de que va a pasar, la cuentista que hay en mí da un paso adelante y resuelve el problema. Mi mentirosa interior entra en juego, toma el control de mi cerebro y se pone a tejer las historias. Empieza a… rellenar los espacios en blanco. A pintar sobre el vacío. A cerrar los huecos y conectar los puntos.

A poner el riel para el tren.

El tren que se acerca pase lo que pase.

Porque así es el curro, cariño.

Hay que crear ficción.

Y esto me plantea un problema.

Este libro no es de ficción. No trata de personajes que me he inventado, ni su trama se sitúa en Seattle Grace o en Pope y Asociados. Trata sobre mí. Tiene lugar en la realidad. Se supone que solo son hechos.

Lo que significa que no puedo embellecerlo. No puedo añadir un poco aquí o un poco allá, ni ponerle un lazo brillante o echarle un puñado de purpurina. No puedo crear un final mejor o insertar un giro más emocionante. No puedo decir «que le den», elegir la historia bonita y rezar un rosario después.

No puedo inventarme cosas. Tengo que explicarte la verdad. Con lo único que tengo que trabajar es con la verdad. Pero se trata de mi verdad, y ahí está el problema.

Lo entiendes, ¿no?

Así que esta es mi renuncia de responsabilidades, supongo.

¿Son todas y cada una de las palabras de este libro ciertas?

Eso espero.

Eso pienso.

Eso creo.

Pero ¿cómo puñetas podría recordar si no lo son?

Soy vieja.

Me gusta inventarme cosas.

Vale. Es posible. Podría haber un riel aquí, podría haberlo puesto para el tren en estas páginas, pero no ha sido mi intención. No ha sido a propósito. No creo que lo haya hecho. Lo hago lo mejor que puedo y, por lo tanto, si no he conseguido que todos los detalles sean correctos, pues…

… Quien avisa no es traidor…

Soy vieja.

Y me gusta mentir.

Prólogo

De frente


Cuando me propusieron por primera vez que escribiera sobre este año, mi primer impulso fue decir que no.

Escribir sobre mí me parece como si decidiera ponerme de pie sobre una mesa en un restaurante muy formal, me levantara el vestido y le enseñara a todo el mundo que no llevo bragas.

En otras palabras, me resulta impactante.

Deja a la vista las partes de mí que suelo guardarme para mí misma.

Las partes malas.

Las partes secretas.

Mira, soy introvertida. Mucho. Hasta lo más profundo de mi ser. Mi médula es introvertida. Mis mocos son introvertidos. Cada célula de mi cuerpo me grita continuamente con cada palabra que escribo que redactar este libro constituye un acto antinatural.

Una señorita nunca enseña su alma fuera de la alcoba.

Enseñarte un poco de mi yo de frente me pone nerviosa, me inquieta, como si tuviera un sarpullido en un lugar desafortunado. Me hace respirar fuerte, como si fuera un perro asustado. Me hace reír de manera inapropiada en espacios públicos cada vez que pienso en la gente que lo lee.

Escribir este libro me incomoda.

Y esa, querido lector, es la clave. Lo es todo. Es la razón por la que lo escribo de todas formas. A pesar de la inquietud, la risa y la respiración.

El hecho de estar demasiado cómoda es lo que inició todo esto en primer lugar.

Bueno, estar demasiado cómoda y escuchar seis palabras alarmantes.

Y un pavo.