DANIEL ANTONIO SPINATO

Bunbu -

LA PLUMA Y LA ESPADA

BUNBU -

LA PLUMA Y LA ESPADA

Spinato, Daniel Antonio

Libro digital, Amazon Kindle

ISBN 978-987-1884-89-6

Diseño de cubierta: Ian Sabanes

edicionesdeldragon@gmail.com

Digitalización: Proyecto451

Queda hecho el depósito que prevé la ley 11.723

Agradecimientos

Cada nuevo día, cada persona, cada conversación, cada situación son fuente permanente de inspiración cuando uno está predispuesto y con la mente abierta. Por ello, debo agradecer a quienes aun sin saberlo han colaborado conmigo dejándome alguna enseñanza, con un gesto, una palabra, una actitud.

A mi esposa, Graciela, destinataria de mis dudas filosóficas y cavilaciones.

A mi querida amiga Elsa Reyes, cuya singular experiencia de vida y destacada formación académica significaron un aporte sumamente apreciable. Su sabiduría y claridad de pensamientos han sido una guía en muchas oportunidades. Que tenga paz por siempre.

A Blanca Martínez, por su sensibilidad en el tema referido al cáncer, y a Guillermo Guilburd, por sus opiniones médicas sobre el mismo tema.

Para tener en cuenta:

El pensamiento es un diálogo interior. El acto de pensar, me parece que, efectivamente, no es sino un diálogo que el alma mantiene consigo misma, interrogando y respondiendo, y afirmando y negando.

Platón

¿Importa realmente el que alguien sea o no reconocido como sabio? Si eres realmente honrado, sincero y justo en todo lo que haces, ¿necesitas que otros reconozcan tus virtudes para hacerte virtuoso?

Lie Tse

Prólogo

Sófocles decía: El saber es la parte más considerable de la felicidad. Tres siglos más tarde Cicerón añadió: No basta adquirir la sabiduría, es preciso usarla.

Nunca en la historia del hombre se ha estudiado tanto como hoy, pero cabe preguntarse si de veras se sabe mucho. Tenemos tres métodos para aprender: observación directa, interpretación a personas competentes y lectura de libros adecuados. Un libro que pretenda difundir conocimientos ha de ser sencillo y claro, lo cual no significa que no pueda ser profundo. Este libro es todo eso y aún más.

Es tarea muy difícil hablar sobre la obra de un amigo de un modo objetivo e imparcial, difícil pero no imposible.

Al iniciar la lectura de este libro iniciamos un viaje de exploración y descubrimiento, pero no del mundo exterior, sino de nuestro propio mundo interior. En cada página se nos muestran los caminos, descubrimos los porqués, los dóndes, los cuándos y los cómos, no hay consejos ni fórmulas mágicas, simplemente una clara exposición. Nosotros decidimos.

Es difícil definirlo con criterios literarios. En él encontramos los tres géneros usados sabiamente según el objetivo buscado, la narrativa alterna con diálogos y con la metáfora poética, todo en un ordenado laberinto que recorremos a veces con deleite, a veces con dolor, pues a medida que reconocemos la certeza de conceptos contenidos nos sumergimos en nuestra humanidad escarbando cruelmente en la conciencia, donde las palabras del autor nos han guiado y allá en lo profundo donde carne, pensamiento y espíritu deberían estar en perfecta armonía. Deberían…

Cada vez que lo releamos (no es un libro para leer una sola vez) encontraremos algo más, su lectura nos cubrirá con los sutiles peplos de la eterna búsqueda de nuestra esencia, del equilibrio, de la paz.

He disfrutado, admirado y respetado la maestría y creatividad de muchos autores, pero he reverenciado al que en su obra acompaña lo anterior con el espíritu generoso y humilde de compartir sus verdades y logros. Este autor es uno de ellos.

Elsa Reyes

Doctora en Ciencias de la Educación

Doctora en Filología

Introducción

Esta obra está compuesta por una serie de reflexiones sobre filosofía y espiritualidad de la vida cotidiana, y el título Bunbu. La pluma y la espada, es uno de los tópicos abordados en referencia a la combinación de las artes marciales con la caligrafía, la pintura, la literatura y las artes en general.

Antes de avanzar sobre los temas específicos que componen este trabajo, creo oportuno hacer mención a dos asuntos que abundarán con frecuencia a lo largo de las páginas, uno es: “La sabiduría” y el otro es: “El conocimiento de sí mismo”. A ambos pido al lector se acostumbre, pues he de volver recurrentemente y en distintas formas, a riesgo de redundar, pero con la finalidad última de no dejar dudas en cuanto a la interdependencia de tales conceptos y su influencia en casi todas las acciones de la vida de una persona.

La sabiduría es más fácil de nombrar que de definir, y vemos que la definición académica: “Conjunto de conocimientos amplios y profundos”, pareciera no reflejar en su justa medida los atributos que se pretenden para alguien que la posee. Es posible que ello se deba a que ya desde el inconsciente uno entiende a la sabiduría como algo superior, mayor de lo que las simples palabras pueden describir.

Una primera y rápida vinculación es con el término “filosofía” que etimológicamente equivale a “amor por la sabiduría”. Filo, del griego philéo, que significa “yo amo”, y sophía ,“sabiduría”, “ciencia”. Pero a ese amor sapientiae, como lo llamaba Pitágoras, no hay que confundirlo, pues no implica per se sabiduría; en todo caso, identifica o determina el camino de preparación que recorren quienes estudian filosofía. Es el medio que utilizan algunos philósophos, “los que gustan de un arte o ciencia”, que puedan tener interés o tendencia a convertirse en “sabios”, o sea, en una persona prudente, juiciosa y sensata. Juan Alfredo Casaubon (1994), en su Historia de la filosofía escribió:

Si admitiéramos una diversidad por ahora inevitable entre ciencia y filosofía, la definición de la última sería el conocimiento cierto de todas las cosas, a la luz de la razón, por las causas primeras o últimas.

La sabiduría rebasa generosamente los límites del estudio y la razón y se entronca con aspectos anímicos profundos, con lo esotérico que yace en el propio ser, y por ello tiene una relación directa con el mayor desafío que una persona puede enfrentar: el conocimiento de sí mismo. Yo diría que el summum bonum (el supremo bien, el último objeto de todo esfuerzo racional) sería, paradójicamente, exceder la razón para poder ingresar en el terreno del conocimiento interior, sin el cual no llegaremos a la raíz de esta gema preciosa.

En síntesis, si la elocuencia en la retórica no implica sabiduría, si las canas indican vejez pero no sabiduría, entre otros ejemplos, podemos agregar que la aspiración a conseguirla tampoco se acota a una vida dedicada al estudio, por más amplio alcance que este tenga. Sin embargo, el estudio y la lectura (necesarios pero no suficientes) abren la mente, lo cual hace posible que descubramos dónde buscar realmente.

Ahora sí, después de esta breve disquisición, vienen en nuestra ayuda “la comprensión”, “la intuición” y luego “la comprensión intuitiva”, lo opuesto al intelecto y a la razón (nuevamente), como herramientas básicas para vivir, porque vivir es ensayar permanentemente, y en el ensayo uno divaga, reflexiona, prueba, medita, o se lanza hacia adelante irreflexivamente, y vuelto en análisis, todo se convierte en una auténtica aventura del pensamiento.

El audaz propósito de comprender la vida y actuar en consonancia con el funcionamiento de todo el Universo (en esto reside la raíz de toda actitud y comportamiento sabios) es un asunto que podría acaparar nuestra atención por alrededor de… toda la vida. Vivir intentando es, justamente, lo que hace todo aquel seducido por una propensión natural hacia la búsqueda de entender las cosas que nos pasan y que pasan en general en esta gran aventura de vivir. Y en palabras de la emperatriz Eugenia sobre Voltaire: ¡Ah!, yo no le perdono que me haya hecho comprender cosas que no hubiera comprendido nunca (1).

Para algunos, el interés, la tentación, es tan grande que hasta podrían especular con la idea de volverse anacoretas, creyendo así contar con más posibilidades en la, para nada pequeña, pretensión de alcanzar por lo menos una comprensión mínima sobre ciertas cuestiones que no por mucho nombrarlas tenemos claras. El alma, el destino, el amor, el dolor, la mente, el cuerpo, los deseos, las ilusiones, la confianza, el honor, la familia, la muerte, la longevidad, los ideales, la moral y cantidad de otras palabras que solo por repetirlas en voz alta dispararían una serie de interrogantes que nos mantendrían ocupados por largo rato, hasta que nuestra paciencia diga suficiente y pase a otra cosa, por supuesto, y cuántas veces, sin haber encontrado una respuesta satisfactoria.

Mal que nos pese, hay que admitir que desafortunadamente la infinita sabiduría universal que diariamente converge sobre nosotros para esparcir su halo, pocas veces halla terreno fecundo, pues de lo contrario habría cada vez menos guerras, menos odio, menos violencia, menos opresión y cualquier otra forma de destrucción del hombre por el hombre mismo.

No es difícil relacionar este tema con los profusos y profundos escritos legados por grandes pensadores griegos y otros tantos sabios orientales, antiguos y modernos. No obstante, mi expectativa es por demás razonable y alcanza solo el nivel de un anhelo humilde, al tratar de esbozar en mi lenguaje, el del vulgo, algunas sensaciones que unas veces en tropel y otras en lenta decantación simplemente van sucediendo en mi devenir como ser humano. Con el objeto de ser pragmático, considero indispensable navegar por la vía del medio, descartando los extremos absolutos de mis apreciaciones, cuestión en la que el éxito no es moneda corriente.

Mi vocación por escribir y mi particular interés por las conductas del hombre y su mayor o menor distancia de lo espiritual vienen de larga data, y he comenzado por hacerlo con temas de directa relación con el budo (2), pues conforma la directriz de mi vida desde hace varias décadas. Temprano detecté la simbiótica, profunda relación entre la práctica de algunas artes orientales (las artes marciales y el zen en particular), y las cuestiones de la vida cotidiana. Sin embargo, como en todo proceso, el factor tiempo es un eslabón indispensable para adquirir calidad y madurez psíquica con la necesaria erudición; necesaria y pocas veces suficiente. Complementado debidamente con el sacrificio del cuerpo, me permite hoy reflexionar y esbozar algunos pensamientos propios tanto como acercarme a la razón y juicio de algunas ideas de autores (pensadores) de distintas épocas. Intento, en definitiva, conocerme, aproximarme a una comprensión intuitiva de la vida, camino al logro de la sabiduría que esté a mi alcance.

Llegado a este punto me recuerdo, dada mi imaginación frondosa e irreverente, que no soy un intelectual universitario ni un filósofo de insondable sapiencia, solo un autodidacta declarado (pero no conforme) y un irrecuperable ratón de biblioteca. O como decía el grande y polifacético Leonardo da Vinci: Omo sanza lettere (3), ironizando acerca de su educación no formal, sin que esto, por supuesto, sea una comparación.

Traigo entonces a colación mi biblioteca, refugio atemporal e ilimitado, pasaporte de extraordinarios viajes al ayer y al mañana. Sé que no es el hábitat sublime donde se disputan lugar los autores más calificados (solo algunos) que, como sería de esperar, no estarían ausentes en un intercambio dialéctico entre doctos cuyas citas puntillosas seguramente acabarían por acallarme, mas no por abrumarme. Porque un libro es una puerta cerrada sin llaves que incita a ser abierta y, sin embargo, no todos se atreven a trasponer ese umbral y asomarse al espacio infinito de la cultura. Si las fuentes (del conocimiento) se hallan en todas partes (dentro y fuera de uno mismo), entonces la búsqueda no debe reducirse a un conjunto de hojas impresas o manuscritas pues, como expresaba Rumi, un sabio persa del siglo XIII:

Buscas el conocimiento en libros:

¡Qué vergüenza!

Eres un océano de conocimientos

oculto en una gota de rocío.

O el Yogi Haribar Baba, de Katmandú: Para comprender la verdad, las palabras e incluso los libros son de muy poco valor.

En Oriente, los maestros de la Vía sostienen desde siempre que la tarea lleva toda la vida, y adhiero a ello con convencimiento, sabiendo que cada uno hace y elige (como puede) su camino. En cualquier caso, como seres humanos, es esencial para cada uno de nosotros cultivar y pulir nuestro camino individual (4).

Más allá de la elección que cada uno haga, hay pilares insoslayables de considerar: un cuerpo sano, una mente clara, un espíritu fuerte, un comportamiento recto y un adecuado sentido de la realidad que pueden lograrse por medio de una actividad física regular, lectura cotidiana, meditación o un buen rato de silencio y soledad cada día. Vivir de acuerdo a principios fundamentales mínimos tales como la nobleza de corazón, la sencillez, valor y la honestidad es sano para el cuerpo y el alma. Todas las facetas son necesarias para hallar el equilibrio y huelga decir que no es una faena cómoda pues, si lo fuera, gran parte del mundo no estaría debatiéndose a tientas en una nebulosa de disgregación social, egoísmo, desamor y codicia.

Cada una de las aristas de la formación personal integra la vía hacia el autoconocimiento, aun más allá del contexto, porque es posible tener las mismas apetencias o necesidades espirituales, sea que uno se aísle en el Tíbet, se recluya en un templo entre las montañas de Kyoto o viva en un departamento en una gran ciudad. Todo depende de uno mismo.

Las maneras varían según la personalidad de cada uno, aunque no se puede descartar la influencia que ejerce la cuantiosa información disponible. Medios de comunicación, libros de autoayuda, relatos de experiencias, métodos para vivir mejor, para vivir más, para ser rico, para mejorar la energía personal, para ser un ganador en el deporte, etc., que alimentan a una sociedad cada vez más exitista.

Al buscar la sabiduría oculta en mi interior puedo filosofar acerca de interrogantes comunes: ¿quién soy?, ¿para qué estoy?, ¿de dónde vengo?, ¿cuál es el sentido de la vida?, ¿hay otras vidas?, propios de la naturaleza humana. Y persistiendo en ello, voy transitando y descubriendo un camino que me lleva hacia el entorno natural y se entronca con aspectos metafísicos y desemboca en los intrincados aposentos de la ética y de la moral. Hacerlo de corazón es sano y es bueno, considerando no filosofar por fingimiento, sino que es necesario filosofar verdaderamente: porque tenemos necesidad de estar realmente sanos y no de aparentar salud (5). Por lo tanto, ni se me ocurriría sustraerme al placer de abrir una brecha desde mi profundidad abismal, a la que en contadas ocasiones tengo acceso, y transcribir en palabras simples y llanas la elucidación de lo que muchas veces me pasa por fuera y no concibo por dentro.

Me gusta la simpleza ecuménica de Lin Yutang (1986) cuando dice:

Este es un testimonio personal, un testimonio de mi propia experiencia de pensar y de vivir. No lleva la intención de ser objetivo ni tiene pretensión de establecer verdades eternas.

Tampoco en mi caso. Por eso apelo a mi sensibilidad, a mis faltas, a mis dudas y a algunos –no tantos como quisiera– discretos actos de cordura y humildad de corazón; en otras palabras, invoco a mi propia humanidad. Y es justamente desde allí que he trazado las partes en que se divide este libro, de manera tal que resulte sencillo de buscar y de leer. Una búsqueda rápida o detenida, una lectura circunstancial o profunda sobre aquellos temas comunes y propios a cualquier persona.

Porque pensamos y sentimos, hablamos y nos movemos, convivimos y compartimos, aceptamos o rechazamos, cuidamos la naturaleza o la dañamos; también amamos u odiamos; somos reflexivos o impulsivos, jóvenes con adulta madurez o ancianos de longeva adolescencia; opinamos o no sobre ciertos temas, somos solidarios o egoístas; del hombre rico al indigente, del ejecutivo exitoso al simple empleado que nunca le alcanza lo que gana, de aquel, cuyos denodados esfuerzos le rinden siempre exiguos frutos, a este otro, cuyas semillas caen invariablemente en suelo fértil. Todo es parte de la condición humana, humanidad que vive y se asienta en la vigencia de una dualidad permanente, en la ambivalencia, en los pares antitéticos (6) que se hallan en el origen de todo conflicto, y aun así, o quizás por ello, sea desde el sitio que sea, estamos plenamente nutridos de un cúmulo de características que nos convierten en un excelente desafío a la imaginación ejerciendo con altura la tarea de homo sapiens, aunque no actuemos como sabios y, muchas veces, ni siquiera racionalmente.

Al ir abordando los distintos temas, por momentos me fue difícil afrontar ciertos desafíos. ¿Cómo te atreves?, me pregunté en más de una oportunidad, pues mi personalidad y espíritu intensamente crítico no me allanaron convenientemente el camino. Así, en cuanto a las experiencias, pienso: ¡Qué maravilla de la creación es el cerebro humano! ¿Cómo imaginar un ejército de 100.000 millones de neuronas con funciones perfectamente delineadas? Por eso no es sencillo hablar sobre el mundo interno (que atesora tales experiencias) sin antes aludir al órgano que alberga su existencia, pues es el fiel depositario de todas las vivencias que la vida pone a nuestro alcance. Asombrarse ante la computadora más avanzada del mundo implica tener presente la importancia que tienen los sentidos para la constitución del grupo interno, o como elocuentemente los llama Jacques Paillard: Los dispositivos de captura7, ya que cada uno de ellos constituye la vía de acceso a lo que existe al otro lado de las fronteras de nuestro cuerpo.

Cada uno de nosotros es un todo concertado y singular que a partir del nacimiento está expuesto a vivir infinidad de experiencias que van consolidando los distintos aspectos que luego darán forma a una particular manera de pensar y actuar; entendemos así por qué algunos momentos de la vida diaria, impactantes, no solo impresionan los sentidos, sino que trascienden al quedar gravados hasta en la piel, el órgano más grande del cuerpo.

Al tiempo que le doy forma a estas líneas acuden a mi mente una sucesión de hechos vividos, cercanos unos, lejanos otros, agradables y desagradables, y evidenciando una sutil precisión, el cerebro, ordenador viviente e ilimitado, cataloga, tipifica y ordena gradualmente las experiencias de acuerdo, seguramente, a la fuerza y al sabor del recuerdo, de tal magnitud en ciertos casos que todos los años que pasen no podrán borrar ni el menor de los detalles, confirmando así de manera indubitable que es una huella indeleble impresa en todo mi ser.

En esta tarea, no pocas veces he advertido una suerte de aventón hacia el pasado, lo que me brindó la oportunidad de repetir consabidos interrogantes una y otra vez, como si conociera nada más que un poco de la vida, porque aun con lo vivido, hallo en mí el acicate de las jóvenes incógnitas de un ayer lejano acerca de las contingencias del diario trajín y de un porvenir cuya ventura sigue sin estar todavía al alcance de mis ojos. Es allí donde reflexiono acerca del fuerte aprendizaje que se desprende de ser y estar, paso a paso, día a día, re-significando las lecciones recibidas; la piedra que aquel niño no pudo esquivar, el problema que este adulto debe enfrentar.

Trabajosa, vivificante, edificante, es la tarea de vivir.

Y en esta faena no estamos solos, sino que compartimos un espacio dentro del gran marco social en el que nos desenvolvemos desde que traumáticamente abandonamos el útero materno. Somos primero, y por un brevísimo tiempo, simples observadores del entorno que nos nutre. Por ello:

(…) Es tan significativo para el resto de nuestras vidas el desarrollo afectivo e intelectual al que como bebés estamos sujetos, al estar bajo la dependencia del medio social y familiar en el que pasamos los primeros meses de vida (8).

Y agrega Ana P. de Quiroga (1994):

(…) Es en el ámbito del grupo familiar y en forma particular en el protovínculo, que se constituyen las matrices de aprendizaje más estructurantes en tanto ligadas a la génesis del sujeto como tal.

Ya no se trata desde allí únicamente de nosotros como personas individuadas, sino de nuestro futuro comportamiento como seres sociales a partir de esas matrices que fueron determinando pautas para el resto de nuestra existencia.

Dichas pautas devenidas en mandatos han marcado a fuego mi procedencia occidental de sangre italiana innegable en esta vida, pero pasa que ella suele darse de bruces con mis conceptos ligados a la filosofía oriental tanto como mi natural atracción por ese hemisferio. Tal vez, por todo esto, me moviliza una fuerza interna tendiente a amalgamar aspectos de ambas culturas, en lo que considero como un derrotero en tono coloquial destinado a los temas de la vida, a encontrar la esquiva sabiduría, esa (…) Ciencia y entendimiento de las cosas, cuya naturaleza es del mayor precio y quilate, en palabras de Aristóteles; (…) Sabiduría que no significa ser competente en una cualidad o en muchas, sino en tener la capacidad de reconocer los puntos fuertes y las debilidades en nosotros mismos y en los demás, tomando los dichos de Confucio, que además agregaba: (…) Así, un maestro sabio sabe que aunque pueda no superar a determinados discípulos en cualidades y capacidades concretas, puede ofrecerles lo que necesitan para convertirse en mejores personas (9).

Estoy a la búsqueda constante e incansable de respuestas, a la búsqueda de comprender, de entender que la verdad es única y sin embargo no es una sola, voy camino a fortalecer mi corazón, mis esperanzas y mis propias creencias, abrevando permanentemente en toda fuente genuina a mi alcance y ahondando en la introspección. Me anima cada vez más el convencimiento de saber que si queremos podemos ser libres, si queremos podemos romper las cadenas que nos aprisionan en la ignorancia y dejar de ser arrastrados por la vida tal como los vientos barren las nubes de los valles. Por todo ello y cuantas veces sea necesario insistir, es necesario explorar la soledad sin que ello signifique adoptar una actitud misantrópica; es la introspección sin objeto en particular (como la vía del zen) la que marca la diferencia y facilita el diálogo sincero y reflexivo con el sabio que llevamos dentro.

Daniel Antonio Spinato

1 Dice André Maurois en su prólogo al Tratado de la tolerancia, de Voltaire: “(…) Frase admirable, porque da en el blanco del único punto débil del ingenio humano: que hay en la naturaleza humana y en el Universo una inmensa parte de misterio, que los hombres experimentan sentimientos y se adhieren a creencias que las palabras son incapaces de describir, que los países viven de tradiciones y de recuerdos tanto como de ideas claras. Es lo que Voltaire no reconoció nunca (…)”. (Voltaire, Tratado de la tolerancia, Biblioteca de Obras Maestras del Pensamiento, Editorial Losada, Buenos Aires, 2003, pp. 24 y 24).

2 A finales del siglo xix, el bugei, término para las artes marciales, (bu significa marcial; gei significa arte), que fue ideado originalmente para infligir daño y dar muerte en el campo de batalla, se transformó en disciplina física y espiritual, adoptando el nombre de budo, dedicado al perfeccionamiento del ser humano, mediante la integración de la mente, el cuerpo y el espíritu. Budo se traduce como la vía del combate de Japón, y está formado por dos kanjis: bu, que significa marcial, guerrero, militar; do, vía, sendero. Louis Frederic lo define como “nombre adoptado en el siglo xx para las artes marciales en general, con una aplicación pacífica y que implica, además de las disciplinas físicas y de las técnicas de movimiento, un espíritu y una ética”. Budo implica una dimensión ética y moral que está o debería estar presente junto a la instrucción técnica del combate.

3 Cuando se describía a sí mismo como omo sanza lettere, Leonardo da Vinci ironizaba acerca de su educación no formal (por no seguir estudios que lo condujeran a la universidad), pero en manera alguna se rebajaba. Reafirmaba su independencia y se enorgullecía de su condición de iletrado, aunque no lo era literalmente. Él había llegado al conocimiento de forma empírica, a través de la observación y no lo había recibido de otros en forma de opinión preconcebida. En el Renacimiento, existía una tendencia a acortar las distancias entre la educación académica y el aprendizaje artesanal, incluso, como menciona Charles Nicholl en su libro sobre Da Vinci, hasta el punto de subrayar que el artista podía y debía pertenecer a la categoría de los eruditos, los filósofos y los científicos. Habiendo pasado más de quinientos años, y aunque con otras premisas, hoy se reaviva la discusión sobre la realidad de ambos mecanismos de formación, su incidencia en la vida de las personas y en la sociedad. Un ejemplo de ello, es

una nota de la Dirección General de Cultura y Educación –Portal ABC–, aparecida en el diario Clarín el 14 de mayo de 2007, que dice: “‘Se debe certificar también el saber de los que no tienen títulos. Lo dijo el experto francés Patrick Werquin, del área educativa de la OCDE. Señaló que en un plan de certificación hay que contemplar la cultura del país. El reconocimiento del aprendizaje no formal es un mecanismo para aumentar los saberes a lo largo de toda la vida. Esto es una discusión muy nueva y hay una conciencia cada vez mayor. Cada vez es más frecuente que no haya empleos que duren toda la vida. Aun en Japón esto ya se terminó. Esta es una de las razones por la que considero importante que los países, cada uno en la modalidad que considere más apta, avancen hacia un sistema de certificación de estos saberes’”.

4 Musashi, Miyamoto fue quizás el samurái más conocido en la historia del Japón. Célebre por sus victorias, protagonizó su primer duelo a muerte cuando contaba 13 años de edad y permaneció invicto en 60 enfrentamientos con el sable. Experto en las artes marciales, afirmaba no tener maestro en ningún camino. A los sesenta años, en 1643, escribió su obra póstuma, El libro de los cinco anillos, un auténtico clásico, en el que vuelca sus conocimientos, destinados no solo a los hombres de la guerra, sino que pretende simbolizar los procesos de lucha y maestría en las distintas áreas de la vida.

5 Sentenze Vaticane 54, en Bignone 158. Nadie dilate el filosofar de joven ni se canse de hacerlo de viejo; pues nadie es nunca poco maduro ni muy maduro para conquistar la salud del alma. Y quien dice que la hora de filosofar no le ha llegado aún, o ha pasado, ya se asemeja a quien dice que todavía no ha llegado o ya ha pasado la hora de ser feliz. (Ep. a Men, 122). (Mondolfo, Rodolfo, El Pensamiento Antiguo, t. II, p. 102). El griego Epicuro (341-270 a. de C.), fue el fundador del epicureísmo. Su escuela fue llamada del Jardín, debido al lugar de su casa en el cual este filósofo daba lecciones. Las enseñanzas de Epicuro fueron establecidas con tanta firmeza y veneradas de tal modo por sus seguidores que sus doctrinas, a diferencia de las del estoicismo, su principal rival filosófico, permanecieron intactas como una tradición viva. Sin embargo, el epicureísmo cayó en descrédito en gran parte debido a la confusión, que aún persiste, entre sus principios y los del hedonismo sensual proclamado con anterioridad por los cirenaicos. A pesar de todo, la filosofía epicúrea tuvo muchos discípulos distinguidos: entre los griegos, el gramático Apolodoro, y entre los romanos, el poeta Horacio, el estadista Plinio el Joven y sobre todo el poeta Lucrecio. El poema De rerum natura (“De la naturaleza de las cosas”), de Lucrecio, es la principal fuente de conocimiento del epicureísmo. Desapareció como escuela a principios del siglo IV d. de C. Fue reactivada en el siglo XVII por el filósofo francés Pierre Gassendi. Desde entonces, el epicureísmo ha atraído a numerosos seguidores y es considerada una de las escuelas de filosofía y ética más influyentes de todos los tiempos.

6 Se refiere a un término frecuentemente utilizado por Freud para designar algunas grandes oposiciones básicas, ora al nivel de las manifestaciones psicológicas o psicopatológicas.

7 Es necesario considerar de manera especial la importancia del aparato sensoriomotor, ya que a través de este se genera toda clase de relación con nuestro universo exterior. Es por él y a través de él que nos comunicamos y establecemos las relaciones que alimentan nuestro mundo interior. Dice Paillard en Los determinantes motores de la organización del espacio, “(…) El control de las relaciones espaciales permanece sin embargo dependiente de un aparato sensoriomotor (…) Encontramos en la base de un dispositivo de posicionamiento de ese tipo, el principio de un mecanismo de localización y de captura informacional que presenta muchas analogías con aquel que asegura la toma de los alimentos. (…) Los dispositivos de captura. El dispositivo de captura oculocéntrico, para la captura visual; la captura auditiva de las fuentes sonoras; la captura olfativa de los olores; la captura bucal del pezón por parte del bebé; la mano como dispositivo de captura, que es un órgano de toma por excelencia, como la boca o la fóvea visual, constituye una superficie privilegiada de la interface sensorial, entre el organismo y su medio ambiente”.

8 A. Gribenski y J. Gastón, 1973.

9 Confucio. Analectas, p 31. Alcanzar la sabiduría es como escalar una pendiente muy empinada en la cual no llegamos a vislumbrar nunca dónde está la cima, pero cuanto más subimos más nos acercamos al logro de la plenitud de nuestra vida en todos los ámbitos del conocimiento y la conducta. Aristóteles era por sobre todo un hombre práctico, realista y previsor, que entendía que la sabiduría era una forma de felicidad. Se trata de un preciado bien que tiene una directa relación con las cosas cotidianas. Marcaba la diferencia entre experiencia y sabiduría, diciendo que “la sabiduría les proviene a todos del conocer. Vale decir, que los unos conocen la causa y los otros no. Los que han experimentado saben el qué de la cosa, pero no el porqué; los otros, en cambio, conocen el porqué y la causa…Es decir son más sabios”. (Mondolfo, op. cit., p. 18). Por otro lado, las frases de Confucio (Lie Tse, Una guía taoísta sobre el arte de vivir, p. 160). Confucio, también fue un hombre práctico, un gran filósofo y reformador político que hizo hincapié en el cultivo del individuo a través del conocimiento moral. Pregonaba una permanente reflexión sobre los propios actos, y en uno de sus diálogos con los discípulos decía: “¡Yu! ¿Debo enseñarte el significado de la sabiduría? Cuando sabes algo, reconocer que lo sabes; y cuando no lo sabes, saber que no lo sabes… eso es la sabiduría”.

Conductas y emociones

LOS LÍMITES

¿Cómo se educa al pueblo de un país?

¿Cómo se inculcan los valores adecuados e indispensables para que una comunidad funcione bajo el imperio de normas tendientes a promover el bien común?

¿Es suficiente con legislar prolijamente, estableciendo leyes de avanzada en materia de obligaciones y derechos?

Educación, cultura y disciplina son los pilares fundamentales.

La educación es mucho más que la transmisión de conocimientos, es parte de la formación que induce al desarrollo de capacidades intelectuales, principios morales y comportamientos que hacen a una sana convivencia.

La cultura es la amalgama del conjunto de historias que dan forma a las sociedades, estableciendo un recorrido histórico y finalmente define el perfil y la identidad de un pueblo, de allí su incalculable valor.

Sin embargo, educación y cultura sin disciplina son meritorias pero insuficientes a la larga, pues las personas se vuelven perezosas y dependientes al perder el valor fundamental del esfuerzo previo a la recompensa. En cambio, cuando la disciplina se aplica con empatía y amabilidad pero con firmeza, finalmente las personas entienden y toman el esfuerzo como algo natural para poder obtener un beneficio.

El ser humano es transgresor por naturaleza, pero ello no lo habilita para avasallar el derecho ajeno, por eso necesita límites que han de ser establecidos y custodiados por una justicia justa y razonable, porque siendo objetivos, dentro de lo posible, tenemos que comprender y aceptar que hasta la libertad necesita límites.

Los límites adecuados y oportunos son una valiosa herramienta que nos enseña: cuánto, hasta dónde, cuándo. No importa demasiado si usted es alguien educado, culto, ignorante o anómico por naturaleza, pues si hace lo que quiere, cuando quiere y como quiere, prescindiendo de su entorno social, entonces usted no debería vivir en comunidad.

Como principio básico y elemental, nadie debería estar por encima de la ley, y es por eso fundamental combatir la injusticia, enemiga acérrima de la bondad, que es alimento de la felicidad.

Hasta los animales salvajes respetan la ley que los contiene, pues de no hacerlo arriesgan su propia vida.

Solamente así podremos constituir una sociedad digna de ser vivida.

Imagen de portada

Nana korobi, ya oki.

Cae siete veces, levántate ocho.