AGRADECIMIENTOS

No hace mucho tiempo, aunque parece que haya pasado un siglo, estaba yo sentado en un jardín lleno de verdor en Cerdeña y expresé mi inquietud cada vez mayor por el posible resultado de unas elecciones que estaban a punto de celebrarse. Mi amigo el historiador Bernhard Jussen me preguntó qué estaba haciendo yo al respecto. «¿Y yo qué puedo hacer?», repliqué. «Puedes escribir algo», respondió. Y eso fue lo que hice.

Aquello fue el germen del presente volumen. Y luego, cuando las elecciones confirmaron mis peores temores, mi esposa, Ramie Targoff, y mi hijo Harry, que escucharon mientras estábamos sentados a la mesa mis cavilaciones acerca de la curiosa relevancia de Shakespeare para el universo político en el que nos encontrábamos actualmente, me instaron a seguir estudiando el tema. Y eso fue lo que hice.

Deseo expresar mi más caluroso agradecimiento a Misha Teramura, un estudioso de historia de la literatura de gran talento, por la ayuda que me prestó para hacerme entender la enrevesada relación existente entre el Ricardo II, de Shakespeare, y la fatídica sublevación del conde de Essex y, de manera más general, por sus sagaces reacciones, siempre útiles, ante los capítulos que yo iba escribiendo. Estoy muy agradecido también a Jeffrey Knapp por la lectura, a la vez generosa y sabiamente crítica, que hizo de todo el manuscrito. Nicholas Utzig y Bailey Sincox me ayudaron muchísimo con las investigaciones que llevaron a cabo acerca de las leyes sobre alta traición de los Tudor y sobre la representación teatral de la tiranía. Mis amigos y asiduos compañeros de trabajo docente, Luke Menand y Joseph Koerner, han sido para mí una fuente inagotable de inspiración, tanto dentro como fuera del aula. Como siempre, hay un círculo mucho más amplio de personas a las que debo expresar mi reconocimiento, y entre ellas no puedo dejar de incluir especialmente a Howard Jacobson, Meg Koerner, Thomas Laqueur, Sigrid Rausing, Michael Sexton, James Shapiro y Michael Witmore. Tengo un fuerte lazo de amistad y de gratitud con un amplio círculo de estudiosos de Shakespeare de todo el mundo, en el que se incluyen (aunque no se limita solo a ellos, ni mucho menos) F. Murray Abraham, Hélio Alves, John Andrews, Oliver Arnold, Jonathan Bate, Shaul Bassi, Simon Russell Beale, Catherine Belsey, David Bergeron, David Bevington, Maryam Beyad, Mark Burnett, William Carroll, Roger Chartier, Walter Cohen, Rosy Colombo, Bradin Cormack, Jonathan Crewe, Brian Cummings, Trudy Darby, Anthony Dawson, Margreta de Grazia, Maria del Sapio, Jonathan Dollimore, John Drakakis, Katherine Eggert, Lars Engle, Lukas Erne, Ewan Fernie, Mary Floyd-Wilson, Indira Ghose, José González, Suzanne Gossett, Hugh Grady, Richard Halpern, Jonathan Gill Harris, Elizabeth Hanson, Atsuhiro Hirota, Rhema Hokama, Peter Holland, Jean Howard, Peter Hulme, Glen Hutchins, Grace Ioppolo, Farah Karim-Cooper, David Kastan, Takayuki Katsuyama, Philippa Kelly, Yu Jin Ko, Paul Kottman, Tony Kushner, François Laroque, George Logan, Julia Lupton, Laurie Maguire, Lawrence Manley, Leah Marcus, Katharine Maus, Richard McCoy, Gordon McMullan, Stephen Mullaney, Karen Newman, Zorica Nikolic, Stephen Orgel, Gail Paster, Lois Potter, Peter Platt, Richard Wilson, Mary Beth Rose, Mark Rylance, Elizabeth Samet, David Schalkwyk, Michael Schoenfeldt, Michael Sexton, William Sherman, Debora Shuger, James Siemon, James Simpson, Quentin Skinner, Emma Smith, Tiffany Stern, Richard Strier, Holger Schott Syme, Gordon Teskey, Ayanna Thompson, Stanley Wells, Benjamin Woodring y David Wootton. Todas las meteduras de pata que puedan encontrarse en el libro son, por supuesto, enteramente responsabilidad mía.

Aubrey Everett ha sido una asistente dotada de un maravilloso talento, siempre atenta y eficiente. El corrector de manuscritos de la editorial Norton, Don Rifkin, con su extraordinaria vista de lince, me hizo muchas sugerencias valiosas, lo mismo que Bailey Sincox. Una vez más, tengo la oportunidad de expresar mi más profundo agradecimiento a Jill Kneerim, la mejor agente imaginable, y a Alane Mason, la mejor editora imaginable. Ya he señalado el papel que Ramie Targoff ha desempeñado como acicate para la elaboración de este libro. Solo me queda expresar una vez más mi amor por ella y por mi maravillosa familia, un sostén siempre infalible.