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Introducción

Mi jefe otra vez…

Claire

Ocho meses después…

—Necesito trescientas losas de granito aquí mañana por la tarde. ¿Sería posible? Ah, y también deberíais comprobar que los pomos de las puertas que he diseñado para Mulholland han superado las pruebas. Vale… Muchas gracias. —Colgué el teléfono e hice girar la silla de oficina sobre su eje mientras miraba sonriente las rojas y blancas letras C entrelazadas que habían rotulado sobre mi puerta.

Estaba sentada en mi despacho en la empresa C&C’s, mi propia empresa de diseño de interiores. Había dejado mi trabajo en la compañía de Jonathan algunas semanas después de que volviéramos a estar juntos, después de que me exigiera que aceptara su dinero para fundar mi propio negocio.

Al principio todo había ido extremadamente despacio, sobre todo porque él seguía apareciendo por allí a mitad del día, lo que me impedía terminar las tareas. Pero después de cuatro meses empecé a hacer clientes, y el boca-oreja consiguió que mi buen hacer comenzara a extenderse como la pólvora.

Ahora tenía una lista de espera de seis meses para los proyectos de diseño, y me había propuesto ampliar la tienda para incluir muebles pequeños para el hogar.

Recoloqué con orgullo las fotos que decoraban mi escritorio: Jonathan y yo sonrientes en su yate favorito; él saltando con mis hijas al mar. Y la más reciente, una en la que él me besaba en el escenario después de recibir otro prestigioso premio.

—¿Señorita Gracen? —dijo mi secretaria—. Me voy a comer. La cita de las doce ha llegado antes de tiempo y está esperando.

—Dile al cliente que enseguida lo recibo. —Me puse la chaqueta y salí al pasillo. Desde que tenía tantos clientes, no era capaz de disfrutar más de cinco minutos a solas.

—¿Caroline? —Rodeé el mostrador de recepción—. Te he dicho ya que Ashley y tú no necesitáis tener una cita para verme. Podrías haber llamado.

—Ya, claro. —Mi hija puso los ojos en blanco—. Se podría decir que vives aquí.

Negué con la cabeza.

—¿Qué quieres?

—Necesito treinta dólares.

—¿Perdona?

—En realidad necesito cincuenta. Y también Ashley, pero con que nos des treinta a cada una llega.

—¿Os habéis puesto en el aeropuerto a repartir dinero? ¿Qué hacéis con lo que ganáis?

—¿Qué pasa? —Ashley entró por la puerta y se detuvo delante de ella, sin ni siquiera mirarme—. ¿Todavía no te ha dado el dinero?

—No. —Caroline suspiró—. Parece que piensa que somos capaces de ahorrar de lo que ganamos con nuestros trabajos.

—¿Cómo esperáis ir a la universidad en otoño si no sabéis ahorrar? —Estaba harta de hablar de ese tema con ellas—. ¿Acaso pensáis que crece en los árboles? ¿O que cae del cielo cuando lo necesitáis?

—¿No nos va a dar el dinero?

—Creo que es lo que quiere decir.

—¿Le has dicho ya que es para la madre de las fiestas del verano y que todo el mundo va a ir?

—No, solo le he pedido el dinero. No se me ha ocurrido que tuviera que explicarle el porqué.

Suspiré, preparada para empezar a soltar un sermón, pero Jonathan entró en ese momento con un enorme ramo de rosas de color amarillo brillante.

—Buenas tardes, señoritas. —Me miró y luego echó un vistazo a mis hijas.

—Buenas tardes —respondieron al unísono.

—¿Podemos pedirte cincuenta dólares cada una? —preguntó Ashley con una sonrisa.

—Claro. —Él sacó la cartera y les entregó un billete de cien dólares a cada una como si nada.

—¿Por qué no hacemos esto siempre? —preguntó una.

—Quizá nos gusten los desafíos —repuso la otra.

Se alejaron corriendo entre risas.

Las miré mientras se subían a los dos Range Rover blancos de gama ridículamente alta que Jonathan les había regalado por su cumpleaños.

—Tienes que dejar de hacer eso. —Cogí las flores.

—¿El qué?

—Darles dinero cada vez que lo piden.

—¿Por qué?

—Porque si tienen dinero cada vez que lo necesitan, jamás aprenderán a ahorrar.

—Ganan nueve dólares a la hora y trabajan quince horas a la semana. ¿Cuánto pretendes que ahorren con eso?

—Me rindo. —Puse los ojos en blanco—. Gracias por las flores, y también por las que me has enviado por la mañana, pero ya sabes que llevamos juntos un tiempo… No es necesario que me envíes un ramo cada día. Cuando estas cosas se institucionalizan, acaban convirtiéndose en una obligación, y no quiero eso.

—Shhh… —Me dio un beso que hizo que me olvidara de lo que iba a añadir—. ¿Qué tal te va el día?

—Bien. Un poco ocupado.

—No pareces ocupada… —dijo él mirando a su alrededor, al espacio vacío.

—Lo estoy.

—¿Y tu secretaria?

—O almorzando o descansando. ¿Por qué?

Sonrió y me acercó más a él.

—Por nada…

Vi en sus ojos aquel familiar «Estoy a punto de saltar sobre ti» y, de inmediato, di un paso atrás, corriendo a ponerme a salvo detrás del mostrador de recepción.

Se rio mientras se acercaba para reunirse conmigo detrás del mueble, pero yo presioné un botón que hizo bajar del techo un panel transparente que le bloqueó el paso.

Arqueó una ceja.

—¿Qué cojones es esto?

—Esto es lo que instaló el de la empresa de seguridad la semana pasada, después de que me impidieras llegar a una reunión importante distrayéndome con sexo, que me costó dos valiosas horas de tiempo dedicado al diseño.

—¿Me consideras una distracción?

—Eres una distracción. Y lo último que supe era que tú tenías tu propio negocio que gestionar, y es uno que vale millones de dólares, por lo que te agradecería que…

—¿Te has visto obligada a montar esto para que no pase detrás del mostrador? —Apretó la mano contra el cristal—. ¿Para evitar que entre en tu despacho?

—Es evidente. Y parece que funciona.

—Muy bonito… —dijo, moviendo la cabeza—. Siempre me sorprende tu creatividad.

En ese momento sacó una llave del bolsillo, que introdujo en un orificio del panel para abrirlo.

«¿Qué coño…?».

—Eres consciente de que investigo a todos los hombres que tienen contacto contigo, ¿verdad?

Parpadeé.

—En el segundo que me dijiste que ibas a hacer una instalación en la tienda —continuó mientras cerraba la puerta y se acercaba a mí—, me aseguré de que la empresa y el operario supieran exactamente con quién estaban tratando. Y he exigido tener copias de las llaves por si hubiera algún problema.

—¿Por qué me haces siempre esto?

—¿Cuánto tiempo va a estar fuera la secretaria? —Me empujó contra la pared.

—Jonathan… —Traté de ignorar la mirada de sus ojos—. En serio, tengo que trabajar un poco. No puedes venir todos los días y…

—No vengo todos los días —apretó los labios contra los míos—, solo aparezco cuando no respondes a mis llamadas. Y estoy empezando a pensar que lo haces a propósito, ya que sabes muy bien lo que pasará si no lo haces.

—Estaba ocupada.

—¿Cuánto tiempo tienes de descanso?

—Una hora… —Gemí cuando se puso a besarme el cuello al tiempo que me apretaba el culo y me subía una pierna hasta su cintura—. Lo haremos por la noche.

—Eso me dijiste ayer.

—Es que… —Jadeé al notar sus dedos en el cierre del sujetador—. Bueno, lo prometo.

—No vas a tener que cumplirlo, Claire. Ríndete —susurró antes de reírse—. No he venido aquí para echar un polvo en pleno día.

Puse los ojos en blanco.

—No, de verdad. —Me besó otra vez y dio un paso atrás—. Solo quería recordarte lo de este fin de semana para asegurarme de que no te olvidas.

No lo había olvidado, él había conseguido que fuera imposible.

A pesar de que me había mudado a vivir a su casa y que habíamos viajado a lugares alucinantes con las niñas, todavía no habíamos tenido un fin de semana para nosotros solos. Para él siempre había algún gran negocio que no podía esperar al lunes. Y, para mí, un proyecto que no podía dejar aparcado.

—No me he olvidado. —Sonreí—. ¿Sigue siendo sorpresa la localización?

—¿Acaso no lo es siempre?

Me sonrojé. Todavía era capaz de hacerme sentir como si fuera la primera vez que nos veíamos, como si fuera a demostrarme por primera vez lo mucho que le importaba.

—Trabajaré hasta tarde, así que Greg te recogerá en casa a las nueve. —Se apartó un mechón de pelo de la cara—. Y luego nos pondremos en marcha… No traigas trabajo, o acabarás arrepintiéndote.

—Aplícate el cuento, querido.

—¿«Querido»? —Miró al techo y me besó una última vez antes de ir a la puerta. Al llegar allí, se dio la vuelta—. Y como se te ocurra ponerte unos putos pantalones, como en nuestra última cita, te los arrancaré antes de que te subas al coche.


Jonathan

—Gracias por recibirme tan pronto, señor Statham. —La editora de la revista Forbes se levantó para estrecharme la mano.

—Un placer, señorita Evans.

—Es un honor para mí conocerlo por fin en persona. —Se mordió el labio mientras yo trataba de no poner los ojos en blanco ante aquella atención no buscada.

Ella había estado coqueteando conmigo durante toda la entrevista, aleteando la pestañas, cruzando y descruzando las piernas. Incluso había dejado caer de forma «accidental» un caramelo de menta en el interior de su reveladora blusa de seda, que había recuperando fingiendo estar pasando «mucha vergüenza» porque nunca «había sido tan torpe».

Le calculé más o menos mi edad, y lucía un radiante pelo rubio con reflejos rojizos. Sus ojos eran azules y espectaculares, por lo que, en honor a la verdad, debía admitir que era muy guapa. Pero no me hacía vibrar como Claire. Ni de lejos.

—Ha sido un placer, señorita Evans. Si puedo hacer algo más por usted, no tiene más que decírmelo.

Se le iluminaron los ojos mientras se volvía a morder el labio.

—¿Sería mucho pedir que me muestre la empresa?

—No, en absoluto. —Cogí el teléfono y llamé a Hayley—. ¿Hayley? ¿Te importaría hacer un recorrido por la empresa esta tarde? Vale, excelente. Gracias. —Colgué y la acompañé hasta la puerta—. Hayley la espera delante de los ascensores. Que pase un buen rato, señorita Evans.

—Gracias —dijo en tono burlón mientras se alejaba.

Me hundí en la silla, feliz de que aquella innecesaria entrevista hubiera finalizado ya. Abrí un cajón para apagar la grabadora y vi un álbum digital de fotos. Me desplacé por la pantalla y sonreí al ver algunas imágenes que Claire y yo habíamos hecho a Caroline y a Ashley el mes pasado.

A lo largo de los ocho últimos meses, me había dado cuenta de que por fin tenía todo lo que podía pedirle a la vida.

Claire y yo estábamos más unidos que nunca, y ella había aprendido finalmente a aceptar nuestra relación, y se sentía más cómoda. Por supuesto, seguía haciéndome sentir muy frustrado de vez en cuando, pero no por sus inseguridades ni por el miedo a ser vistos en público juntos: era sobre todo porque había accedido a vivir en mi casa, pero antes se había dedicado a centrarse en someterla a un proceso de renovación que no parecía terminar nunca. Siempre encontraba algo nuevo que modificar, alguna parte que podía «mejorar». Si no la amara tanto, habría puesto fin al proceso hacía mucho tiempo, cuando me destrozó el parabrisas del Bugatti al instalar unas nuevas luces en el garaje.

—¿Señor Statham? —La voz de Angela resonó en las paredes.

—¿Sí?

—Soy Corey. La señorita Gracen ha venido aquí para verte.

Miré el reloj. Era imposible que Claire hubiera salido ya para iniciar el fin de semana sorpresa. Siempre tenía que sacarla a rastras del local al final del día.

—Dile que pase, por favor. —Miré hacia la puerta y vi que Corey invitaba a pasar a… Ashley. Sonreí—. ¿Sí, Ashley?

—¿Puedes darme cincuenta dólares más? Se me han olvidado algunas cosillas…

—¿Un par de cosillas? ¿Es la única razón por la que has venido?

—No, en realidad no. Me preguntaba cuánto tiempo vais a estar fuera este fin de semana.

—¿Por qué?

—Por nada. —Puso cara de póquer, algo que, sin duda, había heredado de Claire—. Solo se me ocurrió preguntártelo. Eso es todo.

—Estaremos de vuelta el martes…

—¡Me alegro de saberlo! —Aplaudió—. Espero que tengáis un buen viaje.

—La casa va a estar vigilada todo el tiempo. —La miré con los ojos entrecerrados—. Solo vuestros coches poseen permiso para traspasar la verja, y ya he dado aviso al equipo de seguridad para que comprueben la propiedad cada hora para asegurarse de que no entra nadie extraño mientras estamos fuera.

Me miró con la boca abierta.

—Jonathan, pensaba que éramos amigos. —Negó con la cabeza—. Hemos forjado una buena amistad y…

Me reí.

—Sí, claro. Todavía no le he contado nada a tu madre sobre la última fiesta secreta que montaste en la piscina del yate, ni cuando estrellaste su Audi, ni que Caroline y tú llegasteis a casa a las cuatro de la mañana el último fin de semana. ¿Quieres que lo haga?

—No. —Miró al techo—. Hasta luego…, ha sido un placer verte, Corey. —Nos dio un abrazo a cada uno antes de salir.

—¿Cómo las distingues? —Corey se sentó ante mi mesa—. Hubiera jurado que era Caroline.

—Imagino que por instinto. ¿Está lista la cuenta de CS?

Asintió.

—El envío debería llegar dentro de una hora. Voy a firmarlo y lo dejo en manos de Greg. He quedado con él, si puede decirse así.

—Mmm… —Miré la única foto que había en mi escritorio, de Claire y Hayley jugando al Scrabble—. Quiero que averigües con quién está saliendo Hayley.

—¿Qué?

—A Claire se le escapó antes algo al respecto… Hayley y ella son aparentemente uña y carne, y no me cuentan los secretos. Quiero saber quién es ese hombre, por si tengo que matarlo.

Corey parpadeó.

—¿Matarlo?

—Sí. —Apreté los puños—. No me refiero a matarlo de verdad, solo a intercambiar unas palabras con él.

—Ah… —Corey se aclaró la garganta y se ajustó la corbata—. Bueno…, mmm…, lo conoces.

—¡Genial! ¿Quién es?

Él suspiró.

—Mmm…

—¿Señor Statham? —dijo Angela de nuevo por el intercomunicador.

—¿Sí?

—La señorita Gracen por la línea uno.

—Espera un segundo, Corey. —Cogí el teléfono—. ¿Hola?

—Hola… —La voz de Claire era débil.

—¿Qué te pasa?

—Nada… Es que hoy he decidido salir antes del trabajo.

—¿Se ha declarado un incendio?

—No… —Se rio—. Hace un par de horas me han timado. Vino a verme un hombre y…

—¿Y qué?

—Se fue sin darme lo que yo quería. Y he pensado que, evitando responder a sus llamadas telefónicas durante todo el día, pillaría la indirecta. Por lo general se da cuenta rápido…

Sonreí.

—¿Estás ya en casa?

—Aún no. Salgo ahora del despacho. Pero en cuanto llegue, me voy a dar una ducha muy larga y agradable para estar preparada para el fin de semana.

—No vayas, iré a buscarte. —Colgué y apreté la línea directa con Angela—. Angela, cancela el resto de citas del día. —Luego miré a Corey—. Recuérdame que te pregunte de nuevo sobre el capullo que sale con Hayley cuando vuelva.

—Oh, Diosssss… Oh, Dios mío… Jonathan… —gimió Claire mientras le agarraba las caderas para movérselas adelante y atrás—. Yo… yo… —Cerró los ojos y gritó cada vez más fuerte.

Noté que se corría a la vez que yo, y que contenía luego el aliento mientras se dejaba caer contra mi pecho.

—Creo que nunca me cansaré de decirle a Greg que vaya por el camino más largo… —Le froté la espalda desnuda con las manos—. ¿Estás bien?

—Sí —murmuró al tiempo que asentía con la cabeza, todavía con la respiración alterada.

Esperé hasta que recuperó el resuello por completo para tirar de ella y ayudarla a vestirse. Le pasé los dedos por el pelo suspirando mientras le ponía una horquilla en su lugar.

—Pareces tenso… —susurró—. ¿Pasa algo?

—¿Qué te hace pensar eso?

—Que tienes la expresión de siempre que te molesta algo. ¿Es por algo de la cuenta CS?

Arqueé una ceja.

—Te oí hablar por teléfono hace unas noches. Te levantaste de la cama y no podía dormir.

—Mmm… Bueno, sí, se trata de la cuenta CS. ¿Te gustaría darme algún consejo sobre la mejor manera de conseguir un acuerdo más ventajoso?

—Claro. —Se sentó en mi regazo—. ¿Cuál es su valor?

—¿Por qué siempre me haces esa pregunta en primer lugar? —Me reí cuando arrugó la nariz, esperando una respuesta—. Pues vale más que mi compañía. Mucho más… De hecho, sería el doble de rico si la consigo.

Abrió los ojos como platos.

—¿Y qué pasaría si no la consigues?

—Creo que tendría que pensarlo… ¿Quieres trabajar de nuevo para Statham Industries y ayudarme a hacerlo si fuera necesario?

—Por favor. —Miró al techo—. ¿Me vas a dar por fin una pista de dónde vamos a ir este fin de semana?

—No. —La besé en los labios. Estaba tentado de decirle a Greg que volviera a dar una vuelta larga, pero me contuve.

Durante el resto del trayecto se instaló entre nosotros el familiar silencio que nos habíamos acostumbrado a compartir, un silencio especial que nadie podía entender.

—¿Señor Statham? —La voz de Greg llegó a través del altavoz.

—¿Sí, Greg?

—Hemos llegado, señor.

El coche se detuvo, y yo ajusté los tirantes de Claire de nuevo.

Cuando Greg abrió la puerta, le ofreció una mano para ayudarla a salir. Luego se acercó a los hombres que iban a transportar las maletas al avión.

—¿Estás segura de que no te importa volar? —le pregunté poniéndole las manos en los hombros y mirándola a los ojos.

—¿Es la mejor manera de llegar allí? —susurró.

Asentí con la cabeza mientras levantaba las manos.

—Pero siempre tengo un plan b, ya lo sabes.

A pesar de que ella me había asegurado que tenía controlada su fobia a volar, no estaba seguro al cien por cien, así que siempre tomaba precauciones. Si la veía incómoda o indecisa al respecto, abortaría el viaje al instante. Ya había tenido que hacerlo cuatro veces en los últimos meses.

—Estoy bien —me aseguró—. Te lo prometo.

Estudié su mirada durante varios segundos más, en busca de signos de incertidumbre o miedo.

Al no ver ninguno, me acerqué a la escalerilla y la guie lentamente al interior del avión. Le indiqué que se sentara, y al instante sacó la chuleta con las frases motivadoras «prevuelo» que había anotado en la terapia.

—Tienes que leerlas en voz alta, Claire. —La cogí de la mano y esperé hasta que me recitó cada palabra, hasta que me lanzó una mirada con la que me garantizaba que estaba de acuerdo con todo lo escrito.

Le hice una seña al piloto con la cabeza y me senté al lado de Claire.

—Señorita Gracen, ¿le apetece un DeLille Chaleur Estate Blanc para beber? —preguntó la azafata mientras comprobaba nuestros cinturones de seguridad.

—Sería genial. —Claire se apoyó en mí.

Se había dormido antes de que la azafata regresara, y no se despertó hasta que nos detuvimos a recargar combustible.

—¿Ya hemos llegado? —preguntó.

Negué con la cabeza y le ofrecí un poco de comida, pero ella se apoyó en mi hombro y volvió a dormirse.

—Jonathan, ¿ayer pusiste algo en mi cena? —Claire se dio la vuelta en la cama hasta clavar los ojos en mí.

—¿Cómo?

—Nunca me había dormido en un avión…, y ni siquiera recuerdo el momento en el que aterrizamos. ¿Me diste algo?

—No, Claire. —Me acerqué y la besé—. Estabas cansada. Trabajas siete días a la semana las veinticuatro horas del día, y antes del vuelo hicimos el amor dos veces. Si tuviera que drogarte para que volaras, te aseguro que no volarías. Han sido solo diez horas de vuelo.

Parpadeó lentamente.

—Lo siento… ¿Dónde estamos?

—Compruébalo tú misma. —Descorrí las cortinas que cubrían las ventanas y la observé mientras abría del todo los ojos.

Estábamos justo en la orilla de un sitio de aguas cristalinas, en la casa más grande de la isla. A nuestra izquierda, había una playa de arena y palmeras que impedían que viéramos el cielo en toda su extensión. En la distancia, había filas de bungalós ocultos, escondidos entre la vegetación de una zona verde.

—¿Cómo se llama este sitio? —Deslizó la puerta de vidrio y salió al balcón.

—St. Kitts & Nevis.

—¿Podrías decírmelo en términos que una no millonaria que no ha viajado por todo el mundo pueda entender?

Le rodeé la cintura con los brazos, riéndome.

—Estamos en la zona sur del Caribe.

Ella abrió la boca como si fuera a decir algo, pero luego se puso de puntillas y me dio un beso, apretándose contra mi pecho como si quisiera ir más lejos.

—Espera… —Me aparté un poco—. Quiero llevarte a la otra parte de la playa. Coge los zapatos.

—¿Me puedo cambiar primero?

Asentí con la cabeza y la besé de nuevo antes de que volviera a entrar en la suite. Apoyado en la barandilla, miré el atardecer, y negué con la cabeza al ver a una pareja tratando de dominar un kayak sin remo.

Estaba intentando no pensar en la cuenta CS, pero parecía que solo eso llenaba mi cabeza.

—Ya estoy lista. —La voz de Claire me hizo darme la vuelta. Entonces, me quedé paralizado…

Llevaba un vestido blanco corto que se ceñía a su cuerpo donde debía, un vestido que fluía con las ráfagas de brisa que nos envolvían. No tenía tirantes, y la tela era lo suficientemente fina como para que viera el bikini de color rojo intenso que se había puesto debajo.

—¿No te gusta?

—Claro que sí. —La cogí de la mano y la conduje a la orilla.

Nos detuvimos a menudo para disfrutar de las olas o para ver a otra pareja que corría al agua. Estábamos a mitad de camino cuando la guie a un pequeño claro oculto de todo lo demás.

Le rodeé la cintura con los brazos otra vez y suspiré.

—Me prometiste que no ibas a trabajar durante el viaje, Jonathan… —me recriminó, mirándome fijamente.

—Y no lo he hecho.

—¿Y tu promesa incluye los momentos en los que estoy durmiendo?

—¿Perdón?

—Cuando aterrizamos, me desperté medio segundo y te oí hablar de nuevo de la cuenta CS. Habíamos quedado en que este viaje era para que te relajaras y te olvidaras de ese contrato. Si tanto te preocupa, podíamos haber pospuesto la salida.

—Claire… —Le solté las caderas y negué con la cabeza—. No existe ninguna cuenta CS.

—¿Qué? Entonces, ¿en qué has estado trabajando durante las ocho últimas semanas? —Palideció—. Te he oído comentar que era tu mayor logro… ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Por qué me has mentido?

—¿Qué crees que significa «CS»? Claire…, es un sinónimo de lo que quiero, de lo que necesito que seas.

Ella arqueó una ceja, llena de confusión, y movió la cabeza como si no entendiera nada.

Le cogí la mano con ternura y me puse de rodillas.

—Claire… —Me interrumpí al ver que contenía el aliento—. Quiero que sepas que no hay nada que no haría por ti. Nada. Nunca. Y que nunca había sentido por nadie lo que siento por ti. —Resistí el impulso de levantarme y secarle las lágrimas—. Me enamoré de ti en el momento en que estuvimos en las cabañas de vacaciones en San Francisco: en ese instante supe que lo que había entre nosotros era algo más que atracción física. Mucho más. Y yo… —me tembló la voz— me dije en ese instante que por mucho que me frustraras, y por mucho que trataras de negar que también estabas enamorada de mí, jamás te dejaría alejarte.

—Jonathan… —Claire estaba llorando.

—Tú eres lo más importante en mi vida, lo que valoro más que mi empresa o que cualquier contrato de miles de millones de dólares que se haya posado en mi escritorio. Y no puedo pasar otro día más sin saberlo… —Saqué un anillo con un brillante de dieciocho quilates del bolsillo—. Quiero que seas mía oficialmente. Quiero que seas Claire Statham. —Hice una larga pausa que duró varios segundos—. Claire…, ¿quieres casarte conmigo?

—Sí. ¡Sí! —Se arrodilló a mi lado en la arena y le puse el anillo en el dedo.

La besé en los labios una y otra vez, limpiándole las lágrimas con la punta de los dedos mientras ahogaba sus gritos con más besos.

Cuando por fin nos tomamos un respiro, nos miramos el uno al otro en silencio, sonriendo. Luego se lanzó encima de mí.

—¿En qué estás pensando? —La miré a los ojos.

—Mmm… ¿Cómo crees que sonaría Claire Gracen-Statham?

—Eso no va a ser. —Entrecerré los ojos—. Todo o nada.

—¿En el paquete también están incluidos tus celos?

—Es una de mis mejores partes.

—Mmm… —Sonrió—. ¿Cuántos días son necesarios para arreglar las negociaciones y los papeleos?

—¿Papeleos?

—Sí… —Bajó la voz—. No soy tan tonta como para creer que no vamos a firmar un acuerdo prenupcial. Es decir, te aseguro que no voy a volverme loca si lo nuestro no funciona, pero…

—Calla. —Le puse un dedo en los labios—. No va a haber ningún acuerdo prenupcial. No lo habrá. Nunca.

Jadeó.

—Claire, esto es para siempre. ¿Lo has entendido? Tú y yo juntos para siempre, hasta que la muerte nos separe. —La besé en los labios—. ¿Quieres una boda?

Asintió.

—¿Por todo lo alto?

Volvió a asentir con la cabeza.

—Vale. —Sonreí—. Pues puedes planificarla en el instante en que volvamos. Mientras tanto… —Le puse las manos debajo del vestido y le desaté la parte superior del bikini—. Me gustaría explorar a la futura señora Statham.

Puso los ojos en blanco.

—Ya te he dicho más de una vez que la arena y el sexo no son una buena combinación.

—Sí, recuerdo haberte oído algo al respecto… —Le arranqué la braguita del bikini—, pero me gustaría comprobarlo por mí mismo.


Viernes, 15 de agosto

«Claire me está volviendo loco…».

Estoy sentado a su lado en «Timeless, todo para las bodas», una empresa que organiza eventos de ese tipo, escuchando cómo la gerente plantea a Claire una ristra interminable de preguntas.

—¿Cuántos invitados serán? ¿Por qué está tan segura de que somos la empresa adecuada para sus aspiraciones? ¿Qué presupuesto tenemos?

A pesar de que parece que estoy prestando atención a todo lo que dice la mujer, pues levanto la vista de vez en cuando y busco sus ojos, mi concentración está, sin duda, en otras cosas. Lo único en lo que puedo pensar es en la mujer que tengo a mi lado y en que, a pesar de que es sin duda el amor de mi vida y la mujer más increíble que haya conocido, nunca deja de encontrar formas diferentes para hacerme sentir frustrado.

Le he dado tres meses para que se case conmigo y, en los cinco últimos días, se las ha arreglado para programar veintitrés citas con diferentes empresas de catering, cuarenta y cinco pruebas de banquetes y dieciséis citas para ver la tarta de boda. Ha empapelado uno de los salones de casa con cientos de revistas de novia y muestras de tela, y cada día, cuando llego a casa, insiste en enseñarme las nuevas ideas para la boda que ha ido encontrando en Pinterest y YouTube.

—¿Qué opinas de eso, Jonathan? —Claire interrumpe mis pensamientos.

—¿Qué pienso sobre qué?

—Sobre que actúe un cantante célebre en la boda y la recepción. O quizá dos diferentes… ¿Será demasiado caro?

—Podemos pagar lo que quieras, Claire. —Suspiré, y ella sonrió.

Le he dicho una y otra vez que no necesito lujos en la boda, pero sé lo que va a hacerla feliz y estoy dispuesto a que lo tenga por mucho que cueste.

—Ha sido un placer recibirlos aquí, señor Statham, señorita Gracen. —La mujer se levanta y nos estrecha la mano—. Espero que celebren su boda con nosotros.

Claire le dice algo más, y luego salimos de la estancia de la mano.

—¿Es esta la última entrevista de hoy o debemos conocer a todas las empresas de la ciudad antes de tomar una decisión?

Pone los ojos en blanco.

—Quedan dos y luego terminamos. Ah, y no te olvides de que tenemos la sesión de asesoramiento prematrimonial. Estamos citados mañana a las nueve de la mañana.

Terapia de pareja. Otra ocurrencia a la que nos estamos sometiendo que es completamente innecesaria. Salvo lo nervioso que me pone de vez en cuando, no sufrimos ningún problema serio y no necesitamos ninguna clase de asesoramiento.

De hecho, pienso hacer que cancele las citas. La terapia de pareja es para gente con problemas de confianza, que carece de intimidad y que no logra una buena conexión. En cuanto nos metamos en el coche, voy a demostrarle lo bien que conectamos. Literalmente.