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I
EL CARBÓN DE PIEDRA
GEOLOGÍA DEL CARBÓN
Lota y sus alrededores, sin duda destacan por su rico aporte a la historia de Chile, tanto en la participación que les correspondió durante la época de la conquista, como por su aporte al desarrollo de la industria de los combustibles, convertida en la principal zona explotadora de carbón de piedra, con sus impresionantes minas subterráneas internándose bajo las aguas del golfo de Arauco.
Resulta interesante analizar su conformación de arenas convertidas en rocas de diversa apariencia, denominadas “tasca”, que sorprenden al recorrer los diversos túneles laberínticos.
Para comprender la naturaleza y composición del carbón de piedra, es necesario remontarse al origen de los materiales que lo conforman, y a las condiciones en que a través de los tiempos geológicos se formaron los mantos de carbón.
Hubo quienes creyeron que el carbón fósil era de origen animal, otros lo consideraron roca eruptiva procedente de la descomposición de los hidrocarburos formados por la reacción del agua a gran presión y alta temperatura sobre el carbono de la fundición de que se suponía formado el núcleo central de la tierra; sin embargo, detenidos estudios revelaron que fue material vegetal el que en un largo proceso, durante varios períodos geológicos, se fue transformando hasta derivar en carbón. Gigantescos bosques que se extendían en enormes pantanos, comúnmente bordeando el mar, se sumergieron en grandes extensiones por hundimiento gradual del terreno, y sus residuos, depositados allí bajo ciertas condiciones de presión y temperatura, entraron en descomposición, formando mantos.
En otros casos, el carbón se origina en enormes masas de residuos vegetales arrastradas por aluviones desde niveles superiores, depositadas en costas poco profundas o lagos interiores, descompuestas bajo el agua u otra substancia que las privó de la acción directa de la atmósfera, o por la acción de bacterias como en el caso de las “tuberas”.
Así, los grandes depósitos de carbón se formaron a orillas de los continentes existentes en aquella edad primitiva.
Las condiciones físicas de la tierra durante el período en que ocurrieron tales transformaciones, desde hace miles de años, fueron muy distintas a las actuales. El extraordinario crecimiento de los bosques, con brotes de dimensiones diez veces superiores a los actuales, tuvo que ser favorecido por circunstancias excepcionales: clima muy cálido y húmedo, además de una atmósfera muy cargada de ácido carbónico.
El mar ha tenido una serie de movimientos de avance y retroceso, de manera que el manto, en ciertos tiempos quedó cerca de la costa, mientras en otros, más al interior, con capas alternadas de arenas y arcillas, según su posición. La repetición de este fenómeno, durante tantos años, formó grandes capas sedimentosas.
Se estima que la altura de un manto de carbón es, aproximadamente, la décima parte del grosor de la capa de tejidos vegetales depositados allí en los inicios del proceso.
Mientras ocurrió esta transformación y los mantos se endurecían, los movimientos de la corteza terrestre, debido al enfriamiento de la tierra, determinaron que las capas tomaran ciertas inclinaciones, provocando quebraderos llamados fallas, que hacían desaparecer la veta en forma brusca, lanzándola, como ha ocurrido en nuestras minas, hacia arriba o hacia abajo, llegando en ocasiones a dejar una distancia de hasta doscientos cincuenta metros entre dos porciones del yacimiento.
La descomposición de la vegetación explica la presencia de grandes cantidades de gases, como el temido grisú.
El hallazgo de plantas carboníferas con características vegetales idénticas, en diversas partes del planeta, implica una similitud en la distribución del calor y de la luz en todas las regiones durante el período de formación del carbón, permitiendo establecer, por el estudio de las especies marinas, que en aquella época la temperatura del agua del mar Ártico no bajaba de 20º C. Además, haber encontrado en las capas marinas chilenas la misma fauna que abunda en el Polo, hasta el grado 83 norte, demuestra que en aquellas lejanas épocas geológicas prevalecieron las mismas condiciones físicas desde el Ecuador hasta los polos.
Del estudio de esas condiciones físicas en la época carbonífera, como de su fauna y su flora, y de las fases relativas al origen y formación de la hulla, se comprende fácilmente por qué esta no es uniforme en su composición ni en sus cualidades.
La diversidad de vegetales y condiciones físicas que intervinieron en su transformación, contribuyó a producir muchas variedades.
De acuerdo a lo anterior, la hulla, cualquiera sea su edad geológica, contiene compuestos orgánicos combustibles de composición química compleja, así como cantidades variables de materias minerales que producen las cenizas y representan los suelos en que crecieron los vegetales. Las diferentes substancias orgánicas cuyo conjunto puede llamarse “carbón”, están compuestas principalmente de carbono, oxígeno, nitrógeno y azufre. En la ceniza quedan las impurezas, que son una gran variedad de óxidos.
Petrográficamente, el carbón se divide en cuatro componentes principales: vitrita, clarita, durita y fusita.
La vitrita, originaria de cortezas y hojas de árboles, es un carbón brillante y quebradizo, con aspecto parecido a la brea, y proporciona un coque (combustible sólido) esponjoso.
La clarita, constituida por la hullificación de las masas celulósicas y la resina de los vegetales, es un carbón brillante y da un coque de buena calidad.
La durita, de aspecto opaco, formada casi exclusivamente por esporas, es un carbón muy duro que no se esponja ni ofrece buen coque.
La fusita, formada por las fibras muertas de las plantas, es un carbón pulverulento que no proporciona coque. Se encuentra en cantidades apreciables, probablemente generado por el incendio de bosques, lo que constituiría un carbón de leña fósil.
Desde un punto de vista geológico o de sus propiedades y características, los carbones han sido agrupados en tres categorías:
Antracitas: ricos en carbono y pobres en hidrógeno. Se distinguen casi siempre por su contenido muy bajo en cenizas, su carencia de azufre y una combustión limpia y sin humo.
Hulla o carbones grasos (o betuminosos): pueden coquificar y su contenido de carbono es muy alto. Este nombre se aplica a una extensa serie de carbones que arden con llama larga y luminosa, apropiados para quemar en hornos de reverbero; también lo son para uso doméstico, por su fácil combustión. Sirven para fabricar coque metalúrgico y gas.
Lignitos: Se forma por compresión de la turba, convirtiéndose en una sustancia desmenuzable. Su capacidad calorífica es inferior a la del carbón común, debido al gran contenido de agua y bajo de carbono. Son carbones que, según su edad geológica, se subdividen en una extensa serie. Por lo general arden con llama muy larga y están provistos de propiedades coquificantes. Su destilación da una cantidad apreciable de subproductos de valor: petróleo, aceites combustibles, lubricantes, parafina sólida, brea, sulfato de amonio, y otros. Se usan en las calderas y también tienen aplicación metalúrgica.
Entre las antracitas y los carbones grasos, se establece una clasificación intermedia que se denomina carbones semigrasos o hullas magras, que poseen, por regla general, de 15% a 20% de materias volátiles. Arden muy bien con bastante aire, con llama corta y poco humo; es un buen carbón para producir vapor y para coquificar.
El poder calórico de estas diferentes clases de carbones es muy variable: se define por la cantidad de calor generado por la combustión de un gramo de substancia y se expresa en calorías (cantidad de calor necesaria para elevar de 0º C a 1º C la temperatura de un gramo de agua).
El mayor poder calórico se observa en la hulla grasa y le siguen la hulla magra, la antracita y los lignitos.
Es imposible agrupar en un cuadro rígido los carbones de los innumerables yacimientos que existen en el mundo, pero refiriéndonos a los de Lota, deben ser clasificados entre las hullas.
Geológicamente, la corteza del planeta está dividida en épocas primarias, secundarias, terciarias y cuaternarias. El carbón de Chile es de la terciaria; a modo de referencia, el hombre apareció en la tierra muchos miles de años después, en la cuaternaria.
Los carbones de Europa y del oriente de Estados Unidos, son de la primaria; los de China y Australia, de la secundaria; y los de Japón y el oeste de Estados Unidos, igual que los chilenos, de la terciaria.
En Chile, el carbón se presenta en varios mantos intercalados entre capas sucesivas de pizarras y areniscas, y el espesor de ellos varía desde algunos centímetros hasta varios metros; generalmente son explotables los que sobrepasan una altura de sesenta centímetros. En Lota, estos tienen una profundidad variable entre 200 y 1.000 metros.
El carbón de las minas de Lota tiene la siguiente composición media: humedad 2,7 %; ceniza 4,6% ; materia volátil 40,1% ; carbón fijo 52,6% ; calorías 7.540 ; y coque 57,2%.
PRIMERAS APLICACIONES
En 1557 los soldados de García Hurtado de Mendoza encontraron, en la isla Quiriquina, carbón de piedra que utilizaron como leña, hecho que puede ser considerado el primer descubrimiento de yacimientos de carbón en el país. No dio lugar a explotación alguna, dado el escaso interés que había por los combustibles en aquella época. Solo a comienzos del siglo XIX, con las primeras aplicaciones de las máquinas a vapor, se vio la necesidad de usar, aparte de leña, otras materias que proporcionaran calor intenso a bajo precio. En Chile, la llegada de los primeros vapores fue lo que atrajo las miradas de los hombres progresistas hacia la posibilidad de explotar yacimientos de carbón fósil. Se unieron a ellos los mineros del norte, que también necesitaban combustibles para sus fundiciones. El ferrocarril abrió enseguida un ancho campo a su consumo, y bastante tiempo después fue requerida su utilización en las industrias.
II
ARAUCO Y LA CONQUISTA
Hasta la llegada de los españoles provenientes de Perú, con hambre de oro y sed de conquista, los habitantes de la zona en que se encontraban los primitivos caseríos denominados “louta” pertenecían a grupos conformados por familias de indígenas pacíficos que comerciaban entre ellos productos, variables según su ubicación.
En 1550, nueve años después de la fundación de Santiago, Pedro de Valdivia trazó en el sitio donde hoy está Penco, la primitiva ciudad de Concepción. Allí estableció su centro de operaciones y avanzó en la conquista de Arauco, enviando expediciones, en general por el camino de la costa.
Durante la primavera de ese año, Jerónimo de Alderete con sesenta hombres a caballo, salieron desde Concepción, atravesaron el río Bío Bío y se apoderaron de las tierras que rodeaban el golfo de Arauco, mientras Juan Bautista Pastene, con dos buques, los protegía por mar. Fue el primer reconocimiento que los conquistadores españoles hicieron de Lota, entonces “el louta” expresión mapuche, cuyo significado indica “pequeño lugarejo”, “caserío insignificante”, “huerto o plantaciones de reducida extensión”, ubicado en la pequeña caleta y en las vegas, a unos tres kilómetros al sur de donde actualmente se alza la ciudad, en la zona de Colcura, antes llamada Andalicán, donde los indígenas se dedicaban a la pesca, la crianza de unas pocas ovejas y al cultivo rudimentario del maíz.
En el verano de 1551, el capitán Pedro de Valdivia cruzó el Bío Bío al mando de ciento sesenta soldados. Recorrió los terrenos vecinos a la costa, también con dirección sur, fundando la ciudad de Imperial a orillas del caudaloso río.
En 1553, siendo el primer gobernador de Chile, fundó el fuerte de Arauco para proteger el camino de la costa entre Concepción e Imperial.
En diciembre del mismo año atravesó el “louta” de Colcura por última vez. Iba con dirección sur, encabezando una expedición de cincuenta jinetes. Se dirigía al recién fundado fuerte de Tucapel, cerca del lugar donde actualmente está la ciudad de Cañete, con el objetivo de someter a los indígenas sublevados; sin embargo, se encontraron con que los araucanos, comandados por Lautaro, habían destruido el fuerte. La resistencia que opusieron fue tan poderosa e inteligente, que el 1º de enero de 1554 los derrotaron. Murió la totalidad de los soldados, incluido Pedro de Valdivia, cuya cabeza fue ensartada en una picana y su corazón comido por los toquis.
Posteriormente, el desastre sufrido por los conquistadores adquirió ribetes aún más dramáticos, pues Francisco de Villagrán, deseoso de vengar la muerte de Pedro de Valdivia y someter a los indígenas, organizó una expedición conformada por ciento ochenta hombres los mejores armados y equipados de todo el ejército, portando incluso seis cañones que poco antes recibiera Pedro de Valdivia enviados desde Perú; era la primera vez que iba a funcionar la artillería en las guerras de Chile. El 20 de febrero de 1554 partieron desde Concepción y, al segundo día, arribaron al fértil valle de Andalicán. Atravesaron el estero de Colcura y cabalgaron hasta las empinadas serranías de Marigüeñu y Laraquete. Luego de escalar la primera montaña, llegada la tarde, acamparon en el valle de Chivilingo.
Al amanecer del día siguiente, subieron el siguiente cerro. Aunque sus senderos eran más accesibles, los esperaba una terrible sorpresa: al llegar a una especie de planicie, una gritería atronadora reveló la amenazante presencia de indígenas, quienes supuestamente comandados por Lautaro, les tendieron una emboscada. A pesar de los cañones manipulados por veinte artilleros que Reinoso hizo avanzar y disparar, permitiendo a Villagrán llegar a la cima con el grueso de sus hombres, la cantidad de indígenas se renovaba una y otra vez más de cinco mil, provistos de un arma desconocida para los españoles: lazos corredizos armados con tallos de enredaderas atados a largas varas, que dirigidos a sus cabezas, eran recogidos de inmediato arrancando a los jinetes de sus caballos para una vez en el suelo matarlos. Otro ejército apareció por las espaldas de los españoles se dice que era una columna formada por mujeres y niños armados de grandes lanzas, que a lo lejos presentaban un aspecto imponente. Ante el peligro en que se encontraban, Villagrán llamó a consejo a sus capitanes. Esa suspensión momentánea del combate permitió a los indios descansar e ingerir alimentos, tras lo cual cargaron con mayores bríos sobre los españoles. Conquistaron los cañones y mataron a algunos artilleros, mientras los restantes se fugaban. Los ánimos de los españoles flaquearon, y temerosos de ver cerrado el único paso por donde podían retirarse, regresaron hacia el valle de Chivilingo, atropellándose unos a otros al descender, mientras los indígenas, por el contrario, más envalentonados aún al verlos retroceder, emprendieron la más tenaz persecución, convirtiéndose la retirada en una desordenada fuga, por lo que llegaron al valle completamente dispersos, perseguidos por todas partes. Treparon por los estrechos y ásperos senderos conducentes a las cercanías del norte, donde los esperaba una segunda y desastrosa batalla, que terminó con una victoria total para los araucanos. Los españoles, presas de una absoluta desorganización, abatidos, dispersos, heridos y atropellados, fueron llegando entrada la noche a orillas del Bío Bío, donde contaron noventa y seis bajas, más de la mitad de la arrogante columna que cuatro días antes había salido de Concepción.
Esos cerros vecinos, que en la actualidad pueden ser vistos desde el parque de Lota, fueron bautizados con el nombre de “Cerros de Villagrán”.
Al mando de Lautaro, los indígenas mantuvieron durante años una valiente y encarnizada resistencia, llegando tan al norte, que casi reconquistaron el valle del Mapocho; sin embargo, Lautaro se aprovechó sin conmiseración de la inocencia, bondad y deseos de paz de los mapuches, y abusando de ellos como un español más, intentó incluso someterlos a su arbitrio. Tal situación truncó sus pretensiones y traicionado por estos, en las cercanías de Curicó, en lugar de ganar una batalla que hubiera cambiado el curso de la historia, encontró una suculenta derrota y la muerte.
A partir de entonces, los españoles tuvieron consecutivas victorias, como en 1578 cuando el gobernador Bernardo Quiroga derrotó a los araucanos en un rudo combate que costó la vida a más de doscientos indígenas, entre ellos varios caudillos; o más adelante, cuando Alonso de Sotomayor obtuvo un triunfo similar.
En 1660, el oficial de marina y gobernador de Chile, Pedro Porter Casanate, encontró en un extremo de la bahía situada poco más al norte de Colcura, condiciones de seguridad que le parecieron satisfactorias para la instalación de un fuerte al lado del cual, muchos años después, se descubriría la existencia de carbón.
En 1661, la necesidad de resguardo contra los ataques indígenas llevaron a Porter Casanate a establecer un fuerte entre Concepción y la plaza de Arauco, considerándola una zona más resistente que la de Colcura, pues de allí era posible vigilar el camino de la costa, sobre todo el sector de Marigüeñu o Villagrán, así como a los numerosos indígenas de la vega de Colcura, sin estar en inmediato contacto con ellos. Además, el hecho de estar a orillas del mar, permitía prever una retirada y recibir auxilio. El punto designado fue el lugar en que actualmente se encuentra la ciudad de Lota, en una ladera situada al sur del pueblo. Sin embargo, andando el tiempo, los gobernadores españoles suprimieron el fuerte de Lota y concentraron en el de Arauco las fuerzas militares encargadas de custodiar la región que circunda al golfo del mismo nombre, lo que ocasionó el abandono casi completo de la localidad. Solo algunos indígenas continuaron en ella.
En septiembre de 1662, Ángel de Peredo, sucesor del Gobernador Porter Casanate, reconoció su acierto para ubicar el fuerte y fundó en el mismo sector la villa “Santa María de Guadalupe”, cuyo nombre se perdió en el tiempo, imponiéndose la voz indígena “louta”, que más tarde derivó en Lota. El 15 de octubre envió al Rey de España una carta, en la cual justificaba su resolución: Esta nueva población, a que se ha dado el nombre de Santa María de Guadalupe, es de tan relevantes cualidades que parece se hizo y se formó de propósito para el intento. La fundación es hermosa, el país agradable y fértil, de grandes conveniencias para los que lo han de habitar, puerto de mar seguro y arrimado a la misma muralla de la población para socorrerla por mar en todo acontecimiento y con suma brevedad. El mar abundante en pescado, mucha madera, agua y yerba para la caballería, con todo lo demás necesario y conveniente para su conservación y aumento.
No imaginó, entonces, que aquella naciente villa tendría un destino muy diferente, pues no fue la abundancia de sus bosques ni la riqueza de sus mares lo que forjó su desarrollo, sino un tesoro oculto bajo la tierra: el carbón. A fines de septiembre, después de trazar la nueva ciudad y sus baluartes, regresó a Concepción, dejando en Lota un tercio de su ejército, compuesto por setecientos soldados españoles y ciento cincuenta indígenas amigos, con buena dotación de artillería, arcabuces y municiones.
Por casi dos siglos, el fuerte y la población de Lota estuvieron involucrados en la guerra de Arauco, lo cual impidió que el lugar se consolidara económicamente, de manera que durante la Colonia y los albores de la República, fue perdiendo actividad. Los centros poblados importantes pasaron a ser Arauco en el golfo del mismo nombre, y Santa Juana a orillas del Bío Bío, designados más tarde capitales de los departamentos que se crearon luego de la Independencia. La zona de la costa en que actualmente está Lota, en ese período estuvo ocupada solo por caseríos insignificantes.
El acontecimiento que atrajo pobladores e inició una época de actividad interesante en dicha zona, fue el descubrimiento y explotación de los yacimientos carboníferos, de manera incipiente por los Alemparte en 1837, y con un impulso importante a partir de 1852, con la llegada de Matías Cousiño, sus bríos y su instalación de faenas.