PECADO 3


V.1: octubre, 2019

Título original: Ms. Manwhore


© Katy Evans, 2015

© de la traducción, Eva García Salcedo, 2019

© de esta edición, Futurbox Project S.L., 2019

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Imagen de cubierta: LightField Studios / Shutterstock


Publicado por Principal de los Libros

C/ Aragó, 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

info@principaldeloslibros.com

www.principaldeloslibros.com


ISBN: 978-84-17972-05-9

IBIC: FR

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

PECADO 3

Pecar la cambió para siempre

Katy Evans

Serie Pecado 3
Traducción de Eva García para
Principal Chic

1





Queridos lectores:

Cuando acabé de escribir Pecado 2 aún no estaba

preparada para despedirme de Malcolm y Rachel.

Quería saber qué pasaba después; quería verlo.

Esto es para los que queríais lo mismo.

Para todos los «sí, quiero».



Sobre la autora

2


Katy Evans creció acompañada de libros. De hecho, durante una época eran prácticamente como su pareja. Hasta que un día, Katy encontró una pareja de verdad y muy sexy, se casó y ahora cada día se esfuerzan por conseguir su particular «y vivieron felices y comieron perdices». A Katy le encanta pasar tiempo con la familia y amigos, leer, caminar, cocinar y, por supuesto, escribir. Sus libros se han traducido a más de diez idiomas y es una de las autoras de referencia en el género de la novela romántica y erótica.

PECADO


Desde el momento en que lo vi, supe que no me cansaría de pecar


Tras superar nuestros problemas, Malcolm Saint y yo estamos viviendo nuestro cuento de hadas.

El hombre más codiciado y mujeriego de Chicago quiere dejar atrás su pasado y pasar el resto de su vida a mi lado.

Parece que Saint está preparado para sentar la cabeza, pero ¿será una sola mujer suficiente para él?




La esperada nueva entrega de Katy Evans, autora best seller del New York Times




«Una novela corta dulce y sexy que hará las delicias de los lectores de Katy Evans.»

SmexyBooks


«Los fans de la serie Pecado disfrutarán con el “Y vivieron felices y comieron perdices” de Rachel y Saint».

Harlequin Junkie



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CONTENIDOS

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Dedicatoria


1. El mejor día

2. A la mañana siguiente

3. Fiesta de compromiso

4. Paz y… un fuego descontrolado

5. Momento

6. Notre Dame

7. Mudanza

8. Vestido

9. La víspera del viaje de despedida de soltero

10. Casa

11. Preparada

12. Filtración

13. La isla

14. Jugamos en la playa

15. Visita antes de la boda

16. El gran día

17. La boda

18. Pecado y pecadora

19. Dondequiera que sea


Lista de reproducción

Agradecimientos

Sobre la autora

Agradecimientos


Muchísimas gracias a todos los que han seguido el viaje de Malcolm y Rachel. No estaba lista para dejarlos marchar, así que ¡espero que hayáis disfrutado pasando algo más de tiempo con ellos y con el resto de los personajes de esta novela corta!

Muchas gracias a mis amigos escritores y a mis lectores beta por hacer que el proceso de escritura, tan largo a veces, no haya sido tan solitario: a Kelli K. y Anita S.; a todo el equipo de Gallery Books, incluido mi corrector, Adam Wilson; a mis editores, Jen Bergstrom y Louise Burke; a todos mis bibliotecarios y libreros; a Sullivan and Partners; a todas las personas maravillosas de la agencia Jane Rotrosen, en especial a la fantástica Amy Tannenbaum; a mis editores extranjeros y a mi maravillosa familia, por su amor y apoyo incondicionales.

Y a todos los blogueros y lectores que me han apoyado a lo largo de estos años y que dan vida a mi libro en sus cabezas y en sus corazones, gracias por lo que hacéis y por dejarme compartir mis mundos y mis personajes con vosotros.

¡Gracias!

Lista de reproducción


«Firestone», de Kygo

«Want to Want Me», de Jason Derulo

«Nothing Really Matters», de Mr. Probz

«Gold Dust», de Galantis

«Paradise», de Tove Lo

«All We Need», de Odesza

«Addicted», de Saving Abel

«Kiss You Slow», de Andy Grammer

«Peace», de O. A. R

19. Dondequiera que sea


Nos pasamos el día sobrevolando el Pacífico, rumbo a una islita cerca de Bali que Saint ha alquilado solo para nosotros. Al principio, cuando nos subimos al Gulfstream, la adrenalina me corre por las venas. Recuerdo a mis amigas, despidiéndose entre lágrimas, a los amigos de Saint palmeándole la espalda y el abrazo de mi madre.

No dejo de revivir lo que pasó en la boda.

Celebramos la fiesta en los jardines botánicos. Estaban decorados con luces que colgaban de los árboles, más orquídeas blancas, mantelería blanca almidonada, sillas Tiffany y cubertería Christofle. El menú de la cena estaba compuesto por cinco platos y era digno de uno de los mejores restaurantes, que, por cierto, fue quien nos sirvió. Luego Malcolm me sacó a bailar. Los invitados pululaban a nuestro alrededor mientras reíamos, bebíamos, nos besábamos y permanecíamos juntitos.

Me abrazó por la espalda mientras charlábamos con los invitados.

—Veinticuatro horas —me susurró al oído.

—¿Cómo?

Me apartó un mechón de pelo y se acercó más a mí.

—La fiesta más el viaje adondequiera que sea. Me quedan veinticuatro horas para hacerte mía.

Ahora estoy entre sus brazos, en el avión, en la enorme cama de la habitación del fondo. La luz del sol entra a raudales por las ventanas mientras Saint me besa.

Me mete las manos por debajo del top de encaje. Me quema allí donde me toca. Allí donde me besa. En los labios, en las comisuras, en la mandíbula, en las orejas, en el cuello…

—¿Puede hacerse de noche ya? —susurro.

—Rachel… —dice con un murmullo ronco mientras se aparta despacio para mirarme. Está tan sediento como yo. Tan frustrado que noto que me necesita tanto como yo a él. Me besa en la comisura de los labios—. La primera vez que lo haga con mi esposa no será en un avión. Eso otro día.

Me dirige una sonrisa que me derrite. Pero soy consciente de que sabe que nada más cruzar las puertas de nuestro Dondequiera que sea, seré toda suya.

—Ven aquí.

Malcolm me abraza por detrás y entierra la cara en mi nuca mientras me pasa el brazo por la cadera. Me embargan una paz y una satisfacción infinitas cuando veo que nuestros cuerpos encajan de maravilla; el suyo, más grande, cubre el mío con la perfección de un cuarto limpio. Un trabajo terminado. Un orgasmo. Dios, un orgasmo cataclísmico, como los que me hace sentir este hombre. Mi… marido.

Lleva la alianza que le puse en su dedo largo, fuerte y bronceado; despide destellos platinos desde mi cadera.

Me adormezco con un dolor punzante que no cesa, pero con una sonrisa en la cara y en el corazón. Nos vence el sueño y dormimos y dormimos… Y luego nos movemos: él se coloca bocarriba y yo me acurruco a su lado, y otra vez a dormir.

Aterrizamos en un aeropuerto pequeñísimo que casi no parece un aeropuerto, donde un coche precioso nos espera para llevarnos hasta el quinto pino por caminos sin asfaltar. Empieza a llover. Un minuto hace sol y, al siguiente, se desata una tormenta. Descarto la idea por absurda, pues no entra en los planes, pero entonces miro por la ventanilla. De pronto, se abre el cielo y llega el diluvio universal. Las neuronas que tenía dormidas se espabilan un poco cuando los truenos suenan cerca.

¡Joder!

Una tormenta tropical.

Nos detenemos en medio de la colina. Miro por la ventanilla a mi izquierda y atisbo una escalera impresionante que lleva a un acantilado.

—El coche no da más de sí, señor —dice el chófer mientras cambia de marcha—. ¿Y si esperamos a que pare? Serán un par de horas como mucho…

Al ver la frustración que invade a Saint, estoy segura de que no se va a quedar aquí escondido ni una hora ni dos. Le da propina al chófer.

—Iremos por las escaleras.

Sale a pesar del diluvio. Con un movimiento rápido, me saca en volandas.

—Aguanta —dice.

Sonríe con ternura y yo me río. Tiene gotas en las pestañas. Me aferro a su cuello mojado y me hago un ovillo para protegerme de la lluvia. Embelesada, observo cómo le cae el agua por la garganta y los pectorales. Quiero chuparla, quiero pasarle la lengua de arriba abajo.

—¡Nos vamos a resfriar! —grito por encima del ruido de la tormenta.

—Puede. Ya me encargo yo de que entres en calor —me susurra al oído, y siento su nariz mojada.

—En teoría, tienes que cruzar un umbral, no subir un montón de escaleras.

—Ahí tienes tu umbral.

Sonrío cuando lo vemos, todavía en la distancia. La casa está situada en lo alto de un escabroso acantilado que da al mar. El viento mece la vegetación de alrededor. Sobre ella no hay nada más que la ira de los cielos.

Entramos y Malcolm me deja en el suelo. Me quito los tacones marrón topo y él, sus Gucci negros, y los colocamos en el felpudo para que se sequen. ¿Qué tendrán los hombres descalzos en vaqueros? Mi marido se lleva mil estrellitas por lo sexy que está.

Escudriña la casa como si fuese un experto mientras paseamos descalzos y en silencio. Él va en vaqueros y yo llevo un traje de chaqueta y falda de color beige de Vera Wang.

Nos alojaremos en esta casa indonesia de alta gama. Por fuera es exótica y rústica; el sueño de cualquier urbanita amante de una decoración de interior actual. Ventanas amplias; vigas de madera en el techo, grandes y gruesas; muebles modernos y elegantes.

Voy a echar un vistazo mientras Saint recibe al chófer, que nos ha subido el equipaje a rastras por las escaleras. En la cocina no falta de nada, hay hasta mantequilla de macadamia y botes de mermelada cerca de las pastitas para acompañar el café y el té.

Entro en el baño principal haciendo ruido a cada paso y me miro al espejo… ¡Estoy horrible! Tengo el pelo mojado. La camisa de seda se me pega al cuerpo. El maquillaje se me ha corrido por toda la cara. La novia perfecta de mi Saint ha desaparecido, ha hecho puf y ha vuelto al sueño de donde salió.

Me asalta una fuerte sensación de ineptitud.

Me lavo la cara con jabón y me peino con los dedos como una loca, pero sigo sin parecer la novia perfecta y preciosa que quería que viese.

HAY. QUE. JODERSE.

Bufffff.

Saint no se merece una novia hecha un desastre.

—Y ya está todo —le dice al chófer.

Acto seguido, me mira y cierra la puerta.

Suena un trueno cerca. El viento aúlla. La tormenta agita los árboles con ferocidad, pero no es tan feroz como la tormenta que tiene lugar en mi interior. Hay una tormenta dentro de mi cuerpo, dentro de la habitación, y se llama Malcolm Saint. Una tormenta dentro de otra. Su campo de fuerza me protege y me atrae más que el azote de cualquier viento.

La tensión que he ido acumulando a lo largo del día explota cuando Saint pone toda su atención en mí.

Noto un cosquilleo en la piel. El mismo que siento cuando está cerca. Observo cada mínimo detalle de su cuerpo. Una figura oscura en una casa increíblemente grande y lujosa. Está guapo a rabiar cuando lo veo plantado. Mojado de los pies a la cabeza. Con esos pantalones que tan bien le quedan, de talle bajo, y el torso empapado. Me llega el olor de su jabón. De pronto, ardo en deseos de hacerle jadear y gemir, de sentir cómo se tensa para mí. Cómo se estremece para mí.

Quiero lamerle la clavícula y sentir y degustar cada centímetro de su piel de terciopelo dorado.

Avanza hacia mí. Se toma su tiempo para examinarme de arriba abajo, como si no solo me mirase, sino que también me saborease.

Niego con la cabeza y digo con una voz tan pastosa como el algodón:

—Tengo que… arreglarme.

—Estás perfecta.

—No, en serio, no es… Mereces que huela divinamente…

Me callo cuando Saint se planta delante de mí. Sus ojos, enmarcados por unas pestañas húmedas, no podrían admirarme o adorarme más.

—Hueles a ti: a tu champú, a tu jabón, a ti y a lluvia.

—Tú también hueles a lluvia.

Me aparta el pelo de la cara.

—Para mí, esto ya es perfecto.

—Que me mires así es perfecto. Tú eres perfecto.

Da gusto ver cómo se le pega la ropa. Le aprieto los bíceps. Están duros como piedras. Me acerco más a él. Me desabrocha un botón de la blusa. Me besa, debajo de donde se me nota el pulso, en el triangulito de piel que ha dejado al aire. Me desabrocha otro botón. Me besa.

Hago lo propio y le desabrocho un botón de la camisa.

Me observa con los ojos entrecerrados mientras le desabrocho otro.

—¿Quieres desnudarme tú primera? —me pregunta con una voz tan áspera como la corteza de un árbol mientras me aparta el pelo.

Asiento con la cabeza.

Estoy temblando.

—¿Tienes frío? ¿Quieres darte un baño?

—No. Quiero sentirte dentro de mí.

Le doy un empujón y toma asiento en la silla más cercana. Me postro a sus pies y desabrocho los botones que faltan. Le abro la camisa y dejo al descubierto los abdominales y el torso cincelado.

Le paso los dedos por los hombros y le bajo la camisa. Miro cómo flexiona los pectorales para acabar de quitársela.

Le recorro los músculos y la piel que acabo de exponer.

—Me pido todos los sitios que beso —digo.

Me mira con unos ojos llenos de un deseo puro y arraigado mientras trazo un camino de besos desde sus abdominales hasta su pecho. No pone pegas. Se le endurecen los músculos con mi roce. Me apoyo en él para deshacer el camino con los labios mientras le desabrocho los pantalones.

Le bajo la cremallera y, cuando se pone en pie despacio, no me cuesta nada bajarle los vaqueros por esas piernas largas y fibrosas con algo de vello.

Me deja hacer, me observa, me folla con la mirada.

Cuando no es más que piel dorada y húmeda, se vuelve a sentar y yo me acerco poco a poco y restriego mis curvas por su cuerpo duro. Sus músculos son totalmente naturales, fruto del deporte. Polo. Paracaidismo. Vela. Gimnasio. Perfección.

—Te has dejado un sitio —dice con voz ronca mientras me sube una mano por la espalda.

Beso su erección con la misma ternura que el resto de su cuerpo.

Su cara es solo unos ojos picarones y una sonrisa traviesa. Me mira la cara.

—¿Estás cansada?

Un nudo que palpita en mi interior exige más.

—Ya no.

Me coloca con cuidado un mechón detrás de la oreja y me susurra al oído:

—Esta noche vas a acabar rendida.

—Dios, estoy supercachonda.

Me pone de pie.

—Me toca.

Tiemblo de frío mientras se coloca ante mí y me mira a los ojos con aire dominante. Me baja la cremallera de la falda, que cae al suelo con un tirón largo y suave. La mezcla del olor a lluvia y a su champú inunda la estancia mientras me abre la camisa despacio y sin prisa.

Me flaquean las rodillas cuando lo oigo proferir un jadeo largo y sexy mientras me quita la prenda. Unos ojos verdes llenos de lujuria contemplan mis bragas transparentes de encaje y mi sujetador a juego. Por cómo se le dilatan las pupilas, juraría que Malcolm se ha dado cuenta de que se me ven los pezones a través de la tela.

Sigue quitándome la camisa con manos expertas y firmes. No deja de mirarme al quitarme las bragas. Me desabrocha el sujetador y me lo retira de la piel mojada. Me dedica una mirada de aprobación y adoración. Y acaricia mi cuerpo desnudo a la vez que me seca.

Agacha la cabeza y me chupa el lóbulo de la oreja. Me gira la cara y me roza los labios con los suyos.

—Me pido a mi mujer —dice con voz ronca, y me mete la lengua hasta la campanilla. Gimo. Me acerca a su cuerpo desnudo y me besa con fervor detrás de la oreja—. Me pido esta oreja.

Excitada, me río y me agarro a su cuello como por instinto. Siento escalofríos cuando me acaricia y me seca con esas manos suaves y tersas.

Me mira con una sonrisilla cuando ve que las sensaciones que me provoca su contacto me hacen jadear. Me observa fijamente con unos ojos chispeantes y ardientes. Le pesan los párpados y las pestañas le rozan los pómulos mientras, con los labios, inicia un recorrido sinuoso por el cuello, la clavícula, los hombros y el pulso, que late desbocado justo donde están la R y la M doradas de mis collares.

Saborea ese rincón de mi cuello que, sin duda, sabe a lluvia. Me estremezco sin control conforme me acaloro más y más por dentro. Le paso las manos por esos brazos musculosos y húmedos.