978-84-16842-43-8-72.jpg

foca investigación

168

Diseño interior y cubierta: RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original..

© Nazaret Castro, Aurora Moreno y Laura Villadiego, 2019

© del prólogo, Maristella Svampa, 2019

© Ediciones Akal, S.A., 2004

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

facebook.jpg facebook.com/EdicionesAkal

twitter.jpg @AkalEditor

 

ISBN: 978-84-16842-49-0

Nazaret Castro, Aurora Moreno y Laura Villadiego

Los monocultivos que conquistaron el mundo

Impactos socioambientales de la caña de azúcar, la palma aceitera y la soja

Prefacio de

Maristella Svampa

Foca.jpg 

¿Qué está provocando la deforestación de la selva amazónica? ¿Por qué desaparecen los orangutanes? ¿A qué se debe que la tierra sea cada vez menos fértil y el agua esté contaminada? La crisis ecológica que vivimos ha puesto estas preguntas sobre la mesa y, aunque las causas son complejas, muchas respuestas apuntan al sistema agroalimentario global. En las últimas décadas, se ha extendido un modelo de producción y cultivo de alimentos anclado en la lógica del beneficio máximo: ya no se trata de cultivar alimentos, sino de producir insumos industriales. La mayor expresión de ese modelo es el monocultivo, que ha traído consigo importantes impactos socioambientales y ha definido lo que comemos: la aparente diversidad de productos en los pasillos del supermercado oculta que nos alimentamos cada vez con menor diversidad de especies.

Este libro, que recoge siete años de investigación del colectivo Carro de Combate en países de Asia, África y América Latina, analiza los impactos de tres de los monocultivos que han protagonizado esta revolución: la soja, la palma aceitera y la caña de azúcar. El resultado es una cartografía global de los monocultivos que, como describe la socióloga argentina Maristella Svampa en su prefacio, «aborda de modo crítico y con gran solvencia lo que hay tras la escena de un conjunto entrelazado de problemáticas asociadas a este modelo».

 

Nazaret Castro es periodista, Magister en Economía Social y doctoranda en Ciencias Sociales (Universidad Nacional General Sarmiento, Buenos Aires). Ha colaborado con medios como Le Monde Diplomatique, Público, El Mundo, eldiario.es, El Confidencial y La Marea. Es editora de la revista Amazonas y cofundadora de Carro de Combate, proyecto que investiga el origen de los productos que consumimos. Publicó junto a Laura Villadiego el libro Carro de Combate. Consumir es un acto político (Clave Intelectual, 2014). En la colección A Fondo de Akal ha publicado el libro La dictadura de los supermercados.

Laura Villadiego es licenciada en Periodismo y en Ciencias Políticas. Después de estudiar en París y trabajar en España y Bruselas, se mudó a Camboya, donde pasó dos años y medio colaborando para diversos medios. Ahora vive en Tailandia, desde donde cubre la región del Sudeste asiático. Su trabajo ha sido publicado en medios españoles, como EFE, eldiario.es o El Confidencial, e internacionales, como The Guardian o Al Jazeera.

Aurora Moreno Alcojor es licenciada en Periodismo, con un posgrado en Relaciones Internacionales. Ha colaborado con diversos medios de comunicación y su campo de investiga­ción se centra especialmente en África. Forma parte del colectivo Carro de Combate y es editora de la web www.porfinenafrica.com, en la que escribe sobre el continente africano. 

Prefacio

 

En las últimas décadas asistimos a un notorio giro hacia un modelo alimentario de gran escala, con enormes impactos sobre nuestra salud y la vida de animales, plantas y campos, los cuales han sido promovidos por políticas de Estado, lógicas de marketing y poderosos lobbies empresariales que se concretan a espaldas de la sociedad. Se trata de un modelo construido por las grandes firmas agroalimentarias del planeta, cuya expansión y consolidación produjeron una transformación de los territorios dedicados a la agricultura, sobre todo en los países periféricos; y, por ende, trajo aparejado el desplazamiento y destrucción de otros modos de cultivar y habitar, ilustrados por comunidades campesino-indígenas y diferentes economías regionales. El libro de Nazaret Castro, Laura Villadiego y Aurora Moreno aborda de modo crítico y con gran solvencia lo que hay tras la escena de un conjunto entrelazado de problemáticas asociadas a este modelo alimentario.

En primer lugar, traza una cartografía global de los monocultivos a través del análisis de las transformaciones que ha implicado la expansión de tres grandes industrias del monocultivo del siglo xxi, la caña de azúcar, la palma africana y la soja transgénica, en regiones de América Latina, África y Asia. Ciertamente, el problema –como señalan las autoras– no son los cultivos en sí mismos, sino la dinámica que los recorre, pues por encima de sus diferencias, estos se caracterizan por una lógica global común: una determinada organización del trabajo y de la producción basada en el agronegocio, la gran escala y la orientación a la exportación, la financiarización de la economía, los nuevos desarrollos científicos y tecnológicos –como fertilizantes y fungicidas–, la transnacionalización del sector agroalimentario y la tendencia al acaparamiento de tierras.

En segundo lugar, el libro analiza los enormes impactos socioambientales de los monocultivos, pues estos conllevan la aniquilación de la biodiversidad, la tendencia a la sobrepesca, la contaminación por fertilizantes y pesticidas y el desmonte y deforestación. Todas estas formas de producción y de degradación de los ecosistemas son responsables del incremento de la emisión de gases de efecto invernadero, no sólo durante el proceso de producción sino también en el transporte de los bienes. Los monocultivos van construyendo así un modelo insostenible e injusto, tanto en términos sociales como geopolíticos, pues repercuten sobre las poblaciones más vulnerables, acentuando las desigualdades sociales en el seno de las sociedades en las cuales se implementan; así como incrementa la deuda ecológica del Norte global hacia las regiones del Sur, en la misma línea que otras formas de neoextractivismo lo hacen in extenso en América Latina, Asia y África. Un caso emblemático, por su significación histórica, es el de la caña de azúcar. Como cuentan las autoras, la caña de azúcar fue clave en el desarrollo del sistema capitalista y las dinámicas geopolíticas de la Edad Moderna. Su expansión contribuyó a la reconfiguración de las estructuras políticas y económicas. «Sea o no cierto sobre la agricultura en general, no hay duda de que la esclavitud y la caña de azúcar han ido de la mano. Lo saben bien en Cuba, que, junto con Brasil y otras islas caribeñas, ha sido durante siglos el motor de la industria azucarera global.»

En tercer lugar, este libro tiene la particularidad de no agotarse solamente en un análisis por demás enjundioso de los procesos que conllevan estos monocultivos, sino también de indagar en las transformaciones subjetivas que estos producen, recogiendo las voces y testimonios de aquellas y aquellos que sufren sus consecuencias, tanto en términos de explotación –porque constituyen mano de obra barata y son carne de cañón para llevar a cabo actividades altamente contaminantes– como en términos de despojo, desplazamiento y criminalización, en nombre del «progreso» y el crecimiento económico. En esa línea, el agronegocio como paradigma implica la desestructuración de los marcos sociales y colectivos previos, a partir del desplazamiento de un modelo de agricultura campesina y/o familiar, o una economía regional, hacia el modelo del management, que entiende la tierra como mercancía. A través del relato de los afectados, podemos visualizar cómo se transforman paisajes y plantaciones, cómo el territorio se convierte en un «campo sin campesinos» o, como se sabe desde hace años acerca de la soja transgénica en Argentina, en una «agricultura sin agricultores».

Así, los cambios no son sólo estructurales. El análisis de la expansión de los monocultivos se completa siguiendo el hilo de las voces bajas y los cuerpos siempre invisibilizados de los sectores subalternos, que ilustran de un modo dramático el despojo y el desgarramiento de las subjetividades a través de la acelerada destrucción de un determinado modo de producir y de habitar los territorios y la instalación de un nuevo sistema de valoraciones. En cuanto modelos de ocupación territorial, convierten a los campesinos en meros «superficiarios», o en arrendatarios de sus propias tierras, pues estos pierden por completo el control de las transformaciones del territorio. Pero en no pocos casos, estos desgarramientos abandonan el espacio individual y se transforman en resistencias colectivas, tal como sucede con los agrotóxicos en Argentina, con las Madres del barrio Ituzaingó; en Brasil, desde hace décadas, con las tomas y ocupaciones territoriales del Movimiento Sin Tierra, o en Colombia, con la defensa de la ancestralidad en la Gran Comarca Territorial del Pacífico.

Por último, el libro vuelve sobre el modelo alimentario que producen dichos monocultivos, la caña de azúcar, el aceite de palma y la soja transgénica, para desarrollar fuertes cuestionamientos. Como sostienen las autoras, estamos ante la consolidación de «un régimen agroalimentario corporativo», que impacta negativamente sobre millones de habitantes. Dichos modelos alimentarios no alimentan; antes bien, el consumo de productos ultraprocesados conlleva severos impactos en la salud; generan adicción y numerosas enfermedades, entre ellas la obesidad, que es ya una epidemia mundial. Asimismo, reflejan una tendencia a la homogenización:

La apariencia de variedad de marcas y coloridos envases que ofrecen las góndolas de los supermercados oculta un agudo proceso de homogenización de los ingredientes y de oligopolización de la alimentación a escala planetaria. El aceite de palma es un caso paradigmático: es un ingrediente que, según el propio sector palmero, está presente en uno de cada dos productos que se venden en un supermercado y Unilever, el primer demandante mundial de este aceite con 1,5 millones de toneladas, el 3 por 100 de la producción mundial, comercializa productos bajo el nombre de 400 marcas a nivel mundial, que utilizan unos dos mil millones de personas diariamente.

En la actualidad, poco a poco y pese al fuerte lobby empresarial, dichos cuestionamientos comienzan a tener una mayor resonancia global, visible tanto en los reclamos de organizaciones de consumidores y asociaciones civiles como en la proliferación de movimientos y experiencias que apuntan a una producción sana y agroecológica. Además de ello, paradojas de la globalización mediante, aunque los recursos están en manos de unas pocas corporaciones globales, como sostienen las autoras, según un estudio de Grupo ETC de 2017, la red campesina todavía provee un 70 por 100 de los alimentos que se producen en el mundo, a pesar de contar sólo con el 25 por 100 de la tierra.

En definitiva, estamos ante un libro compuesto de varias capas y niveles. Si el impulso inicial apunta a la deconstrucción de los modelos alimentarios hegemónicos, el movimiento en profundidad apunta al análisis de las lógicas globales y neocoloniales, a la escucha de las voces de los desplazados; de la crítica a la reivindicación de otros modelos sostenibles e incluyentes, ilustrando de modo cabal la vocación anfibia de las autoras, quienes provienen del colectivo de periodistas independientes Carro de Combate. Desde 2012, dicho grupo investiga el origen de los productos que consumimos y plantea como desafío tomar conciencia de que con­sumir es un acto político. Si al inicio investigaban la trama empresarial que hay detrás de los productos que consumimos, prontamente, con la profundización del análisis, el colectivo comenzó a hacer hincapié no sólo en las condiciones laborales sino también en los impactos ambientales y sobre la salud. No es casual que la primera investigación de Carro de Combate haya sido sobre el azúcar, de la cual salió el libro Amarga dulzura. Una historia sobre el origen del azúcar, autoeditado en 2012. A este lo siguieron otros informes, que luego fueron reunidos en el volumen Carro de combate. Consumir es un acto político, para sumar posteriormente «un análisis en profundidad sobre los impactos del aceite de palma, el más usado por la industria alimentaria y cosmética». Hoy, parte de esas investigaciones aparecen sintetizadas en este texto.

Así, este libro coral propone adentrarnos en los territorios devastados, sus dinámicas globales y sus configuraciones socioterritoriales, al tiempo que plantea como gran desafío cómo cambiar el modelo alimentario, cómo apoyar las formas de producción agroecológica que se extienden en el mundo y reclaman soberanía alimentaria. Ciertamente, como las autoras vislumbran, para ello es necesario explorar y avanzar hacia otras formas de organización social, basadas en la reciprocidad y la redistribución, que coloquen importantes limitaciones a la lógica de mercado. En la actualidad, tanto en América Latina como en otras latitudes, existe una pluralidad de experiencias de autogestión ligadas a la agroecología; a la economía social y autocontrol del proceso de producción, con formas de trabajo no alienado; a la reproducción de la vida social y a la creación de nuevas formas de comunidad. Incluso en un país tan «sojizado» como Argentina se han creado redes de municipios y comunidades que fomentan la agroecología, proponiendo alimentos sanos, sin agrotóxicos, con menores costos y menor rentabilidad, que emplean más trabajadores. Asimismo, en Europa, el léxico experiencial y emancipador desarrollado en las últimas décadas profundiza el diagnóstico de la crisis sistémica (los límites sociales, económicos y ambientales del crecimiento, ligados al modelo capitalista actual) y abre el imaginario de la descolonización a una nueva gramática social y política en la que se destacan diferentes propuestas y alternativas: auditoría de la deuda, desobediencia civil, renta universal ciudadana, ecocomunidades, horticultura urbana, reparto del trabajo, monedas sociales, etcétera.

En suma, gracias al talante combativo de estas tres mujeres que, apelando a campañas de crowfunding para financiar sus investigaciones, recorren el mundo, uniendo olfato periodístico y rigor analítico, compromiso militante con los sectores subalternos y mirada antipatriarcal, es la razón por la que las y los lectores tienen hoy entre sus manos un libro-síntesis que nos presenta una cartografía global de los monocultivos, al tiempo que plantea como gran desafío crear y sostener alternativas a los modelos de desarrollo dominantes, a partir de la puesta en práctica de estrategias de transición que impliquen una descolonización del imaginario social –en términos de producción, consumo y distribución– y que marquen un camino viable y posible hacia una sociedad poscapitalista.

Maristella Svampa

Al Maestro Juan García Salazar

In memoriam

 

y a tantas otras personas que nos abrieron las puertas de sus casas y de sus vidas para esta investigación

Introducción

 

El periodismo es un lugar de lucha política... inevitablemente.

Judith Butler

El 1 de mayo de 2012, día internacional de los trabajadores, nació Carro de Combate, una iniciativa de periodismo independiente dedicada a investigar los impactos socioambientales de los productos que consumimos. Esa fecha es un homenaje a los Mártires de Chicago, sindicalistas anarquistas que fueron ejecutados en Estados Unidos tras participar en las jornadas de lucha que, en 1886, exigían limitar la jornada laboral a ocho horas. 133 años después, las jornadas de 10, 12 o 14 horas diarias, en pésimas condiciones de seguridad e higiene, siguen siendo una realidad para millones de trabajadoras y trabajadores; lo son, desde luego, en los cañaverales y en las plantaciones de palma aceitera de Asia, África y América Latina.

En el momento en que nació Carro de Combate, Laura Villadiego vivía en Camboya –después se afincó en Tailandia–, mientras Nazaret Castro reportaba a caballo entre Argentina y Brasil. Dos años más tarde se sumaba Aurora Moreno[1], que nos trajo su conocimiento de la realidad africana. Siendo las tres periodistas y españolas, el contacto con esos otros mundos nos hizo entender hasta qué punto el sobreconsumo en los países del Norte global[2] es posible gracias a la sobreexplotación de los trabajadores y de los ecosistemas del Sur global. Muchas de nuestras inquietudes no encontraban cabida en los medios para los que escribíamos y, cuando nos dimos cuenta de que estábamos reflexionando sobre los mismos temas, como, por ejemplo, las condiciones de trabajo en las plantaciones o en los talleres textiles, decidimos unir nuestras fuerzas y comenzamos la andadura de Carro de Combate, bajo un lema que es hasta hoy nuestra consigna: si el consumo es un acto político, la primera batalla es la de la información.

La idea era, y sigue siendo, que, si informamos a nuestros lectores de las consecuencias no deseadas de sus actos cotidianos de consumo, algunos de ellos encontrarán razones suficientes para buscar alternativas más amigables con los demás seres, humanos y no humanos. Pronto nos dimos cuenta de que no se trataba apenas de las condiciones de sobreexplotación en la fase productiva: cada una de las fases del ciclo de vida de los productos que consumimos deja su huella en forma de impactos socioambientales. Algunos autores, siguiendo a Marx, lo han llamado metabolismo social o socioeconómico –mejor aún: ecosocial–; la idea es que la actividad económica actúa de forma similar a nuestro sistema digestivo, y abarca cinco fases: extracción, producción, circulación, consumo y desechos[3]. Nuestra intención es desvelar los impactos que genera un determinado producto o sector en cada una de esas fases; y es en esa dirección en la que hemos investigado más de 20 productos[4]. Creemos que, en un contexto de crisis social y ambiental generalizada –tal vez sería más adecuado hablar de crisis civilizatoria–, es cada vez más urgente entender las consecuencias no buscadas de nuestros actos más cotidianos y visibilizar el nexo que nos une, como consumidores, a aquellos que produjeron esas mercancías o sufrieron las consecuencias perversas del modelo de producción, aunque estén, muchas veces, a miles de kilómetros de distancia.

Cuando arrancamos con nuestro proyecto en 2012, quisimos realizar una investigación en profundidad y desde el terreno: escogimos el azúcar por nuestra proximidad a los cañaverales de Tailandia, Camboya y Brasil. Habíamos leído acerca de las condiciones análogas a la esclavitud en los ingenios, que recordaban a épocas infames que parecían tener continuidad en la época del capitalismo neoliberal; el azúcar también es uno de los ingredientes más profusamente utilizado por la industria agroalimentaria, así como el más cuestionado por sus efectos sobre la salud humana. Realizamos una pequeña campaña de financiación que apenas nos sirvió para cubrir algunos gastos de la autoedición del que sería nuestro primer libro: Amarga dulzura. Una historia sobre los orígenes del azúcar. En 2015, con Aurora ya a bordo, quisimos repetir la experiencia, pero esta vez con recursos que nos permitieran una investigación más exhaustiva. Hicimos una campaña de crowdfunding[5] y, con la recaudación, pudimos viajar a las plantaciones de palma aceitera de Camerún, Indonesia y Colombia. Gracias a la aportación de la ONG Entrepueblos, añadimos a esa lista Ecuador y Guatemala[6]. En aquella ocasión, escogimos la palma por varios motivos: en primer lugar, por los desastres ambientales que aquel monocultivo[7] estaba provocando, especialmente en el Sudeste Asiático; era, además, el momento en que la Unión Europea había decidido obligar a las firmas de la agroindustria a especificar en las etiquetas qué tipo de aceite vegetal utilizan, con lo que muchos consumidores que nunca habían oído hablar del aceite de palma entendieron que era un ingrediente omnipresente.

La palma fue, para nosotras, una larga investigación que se extendió entre 2016 y 2017 y que, en muchos sentidos, cambió nuestras vidas. Tuvimos la oportunidad de pasar semanas junto con los y las campesinas que han visto cómo sus vidas dieron un giro de 180 grados con la expansión de la frontera del monocultivo. Pudimos acompañar de cerca las dificultades a las que se enfrentan, como recorrer a pie kilómetros para buscar agua, porque las fuentes de agua comunitarias se han secado o han sido contaminadas por los químicos que se aplican a la palma. Escuchamos los testimonios de quienes han sufrido en sus carnes la violencia paramilitar que posibilitó la expansión de la palma en países latinoamericanos. Aprendimos que, para las comunidades afrolatinoamericanas que han sido damnificadas por las plantaciones, la palma no debe ser nombrada «africana». Y pudimos entender que las cifras macroeconómicas que justifican el modelo de la agroindustria, aludiendo al crecimiento del PIB y las cifras del empleo, ocultan una realidad que sólo puede conocerse sobre el terreno, porque el relato de estos protagonistas olvidados no sale en la televisión ni en los informes del Banco Mundial.

Los resultados de aquella investigación se publicaron, a lo largo de dos años, en la web de Carro de Combate[8], pero creímos que valía la pena adaptar aquellos reportajes al formato de ensayo, aprovechando también la información que habíamos obtenido durante nuestra investigación iniciática en torno a la caña de azúcar. Decidimos entonces añadir el caso de la soja, que es, junto con el maíz –al que hacemos referencia también en el último capítulo–, la planta abanderada de esa vuelta de tuerca del modelo del agronegocio: los organismos genéticamente modificados para resistir a la aplicación de pesticidadas, como el cuestionado glifosato. La soja es, también, el cultivo que ha transformado radicalmente el campo en países como Argentina y Paraguay, donde este monocultivo transgénico ocupa el 60 por 100 o más de la superficie cultivable. Para viabilizar este último trecho de la investigación, dedicamos una parte de lo que recaudamos en una nueva campaña de crowdfunding, esta vez con pretensiones más amplias de garantizar la viabilidad de Carro de Combate, en 2018[9].

El libro que el lector tiene entre las manos es, por tanto, resultado de siete años de trabajo cocinado a fuego lento entre los fogones de Carro de Combate. No comenzamos este periplo con un plan de trabajo claro ni con una hipótesis sólida en la cabeza; teníamos apenas una intuición: valía la pena concentrar nuestros esfuerzos de investigación en lo que está ocurriendo en las plantaciones y en cómo ese modelo del monocultivo afecta a nuestra alimentación. Fue sobre la marcha como fuimos entendiendo las estructuras sistémicas sobre las que se ancla cada uno de los casos que investigamos: similares discursos de legitimación del modelo, análogas estrategias de las empresas para vencer las resistencias campesinas, repetidos impactos sobre el agua, la flora y la fauna. También enten­dimos que no basta con que modifiquemos nuestros actos individuales de consumo, porque no hay soluciones individuales a proble­mas sistémicos: entender el consumo como un acto político supone, ante todo, organizarnos colectivamente para exigir a los gobiernos que demanden a las empresas para que asuman la responsabilidad de los impactos negativos de su actividad.

La soja, la caña y la palma son, en el siglo xxi, tres monocultivos que han transformado el mundo. Si la caña de azúcar es el más antiguo de esos «monarcas agrícolas» a los que se refería Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, la palma y la soja han tenido una expansión mucho más reciente. En los tres casos, se trata de monocultivos industriales que no están destinados primariamente al cultivo de alimentos, sino a la producción de biomasa que se destina a usos diversos: desde el sector agroalimentario, que vende productos comestibles antes que alimentos saludables, hasta la industria cosmética, pasando por la elaboración de agrocombustibles. A lo largo de los tres capítulos que destinamos a cada uno de estos cultivos, apuntamos cuestiones que son transversales a este modelo agroindustrial: al abordar el caso del azúcar, hablamos de los impactos para nuestra salud del consumo de productos ultraprocesados; en el capítulo sobre la palma, analizamos las certificaciones de sostenibilidad; y, al hablar de la soja, profundizamos en los riesgos que implican los agrotóxicos.

De lo que estamos hablando es de la existencia de dos modelos de desarrollo en disputa: de un lado, la agricultura campesina y otras iniciativas más recientes que proponen un uso sostenible de la tierra para la producción de alimentos saludables y culturalmente adecuados; tales experiencias pueden agruparse en torno a la idea de soberanía alimentaria. Del otro lado, los monocultivos orientados a la exportación a cambio de divisas, que no producen alimentos para la población local, sino ganancias que acaparan los grandes terratenientes y las multinacionales del sector agroalimentario y biotecnológico que, como veremos, están concentradas en cada vez menos manos. Esas pocas manos son las que toman las decisiones respecto a qué comemos, en qué condiciones se produce y quiénes son los ganadores y perdedores del modelo. Si quienes más pierden a día de hoy son las comunidades indígenas, negras y campesinas, a las que se les arrebatan sus tierras y, con ello, la posibilidad de mantener sus formas de vida ancestrales, a largo plazo la gran perdedora es la especie humana en su conjunto, pues el modelo del agronegocio basado en el monocultivo se está cobrando un alto costo en forma de pérdida de biodiversidad y contaminación de las fuentes de vida de las que depende nuestra existencia, como el agua dulce y la fertilidad del suelo.

A pesar de la enorme asimetría de fuerzas entre los defensores de ambos modelos, los pueblos no aceptan pasivamente el destino que tratan de imponer las corporaciones de la agroindustria –a menudo, con el apoyo de los gobiernos de turno y organizaciones multilaterales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional–. Las resistencias emergen allí donde el monocultivo pretende avanzar en detrimento de la pluralidad de culturas y formas de vida; y estas encuentran una respuesta cada vez más virulenta. En un contexto de violencia creciente contra las y los defensores de los territorios, el avance del monocultivo se cobra más vidas que ningún otro emprendimiento extractivo: sólo en 2017, la organización Global Witness documentó 40 asesinatos vinculados al agronegocio[10].

Estas resistencias evidencian cómo los impactos sociales y medioambientales del monocultivo son, en realidad, las dos caras de una misma moneda y debilitan el argumento de quienes consideran que la destrucción de los ecosistemas, provocada por los monocultivos, son una suerte de sacrificio necesario para mejorar la vida de la población local, llevándoles desarrollo, empleo y progreso. No negamos que en ciertos casos algunos individuos y comunidades se han beneficiado de estas industrias, y así lo recogemos también con testimonios en este libro; pero, durante nuestra estadía sobre el terreno, la realidad con la que nos hemos encontrado más a menudo es que, cuando el monocultivo se extiende sin control, rara vez los beneficios se quedan cerca de las plantaciones. Los casos de los que daremos cuenta muestran, también, el protagonismo de las mujeres en las luchas socioambientales. Su mensaje es que resulta cada vez más urgente colocar en el centro de la toma de decisiones la sostenibilidad de la vida, y no la acumulación del capital. A ellas agradecemos y dedicamos este libro, así como a quienes nos guiaron en las plantaciones o nos facilitaron el acceso a quienes nos acompañaron en ese periplo. También, siempre, a los mecenas de Carro de Combate y donantes en las campañas de microfinanciamiento, sin los que nada de esto hubiera sido posible.

[1] En 2018 se integró al equipo Brenda Chávez, periodista especializada en consumo y autora de Tu consumo puede cambiar el mundo, Barcelona, Planeta, 2017.

[2] Tomamos de Sassen (2015) las expresiones Norte y Sur global para referirnos, respectivamente, a los países del centro y la periferia del capitalismo. Como aclara Sassen, no se trata de un término estricto en sentido geográfico, pues existen países enriquecidos en el hemisferio sur, y viceversa; pero la expresión sí pretende hacer notar el origen eurocéntrico y colonial y el statu quo global.

[3] Según el análisis de Víctor Toledo (2013): apropiación, transformación, circulación, consumo y excreción.

[4] Fueron compilados en el libro Carro de Combate. Consumir es un acto político, Madrid, Clave Intelectual, 2014.

[5] En la plataforma de Goteo [https://www.goteo.org/project/aceite-palma].

[6] En aquel viaje a Guatemala, pudimos conocer la realidad tanto de las plantaciones de palma en Petén, al norte del país, como de los cañaverales en la costa sur. Por motivos editoriales decidimos incluir en este volumen el capítulo sobre la caña; el reportaje que documenta el caso de la palma está disponible en la web de Carro de Combate: «Desiertos verdes y comunidades despojadas: el avance del monocultivo de palma aceitera en Guatemala» [https://www.carrodecombate.com/2017/10/18/desiertos-verdes-y-comunidades-despojadas-el-avance-del-monocultivo-de-palma-aceitera-en-guatemala/].

[7] Durante una charla sobre el aceite de palma en la Facultad de Agronomía de la Universidad Complutense de Madrid, un agrónomo nos hizo notar que, técnicamente, el uso del término monocultivo para el caso de la palma es erróneo, ya que se trata de plantaciones que duran entre 25 y 30 años, y no de monocultivos que deben sembrarse cada año, como sucede con la soja. Sin embargo, nos acogemos al origen de la palabra monocultivo: un solo cultivo. Ha sido una expresión muy utilizada por las luchas socioambientales contra el agronegocio, que expresa con claridad que el problema radica, precisamente, en que un único tipo de cultivo domine una vasta extensión.

[8] Todos los reportajes están disponibles en [https://www.carrodecombate.com/index/palma/].

[9] Nuevamente, en Goteo [https://www.goteo.org/project/subete-al-carrodecombate].

[10] Véase «2017 es el año con más muertes registradas de personas defensoras de la tierra y el medio ambiente», en Global Witness [https://www.globalwitness.org/en-gb/press-releases/2017-es-el-%C3%B1o-con-m%C3%A1s-muertes-registradas-de-personas-defensoras-de-la-tierra-y-el-medio-ambiente/] (consultado por última vez el 14 de junio de 2019).