Los holgazanes no van al cielo es una breve antología de nueve relatos que tienen en común una vis sorprendente. Escritos con una cuidadosa dedicación literaria, que los emparenta con grandes del género como Julio Cortázar o Félix Grande, estos cuentos enfocan su atención no tanto en la trama que se desarrolla, sino en detalles insospechados que, iluminados así, crean un desasosiego ambivalente en el lector. Casi sin que este se dé cuenta a medida que avanza en la lectura, notará cómo crece en su interior el reflejo del relato que está leyendo, un doppelganger que se le adherirá, recitándose a sí mismo, pero articulado con un inquietante eco que el lector se verá incapaz de soslayar. Poco después, sin embargo, no querrá prescindir de ese rumor en sus pensamientos.

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Los holgazanes no van al cielo

Larry Muñoz

www.edicionesoblicuas.com

Los holgazanes no van al cielo

© 2019, Larry Muñoz

© 2019, Ediciones Oblicuas

EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª

08870 Sitges (Barcelona)

info@edicionesoblicuas.com

ISBN edición ebook: 978-84-17709-55-6

ISBN edición papel: 978-84-17709-54-9

Primera edición: octubre de 2019

Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales

Ilustración de cubierta: Héctor Gomila

Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

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Contenido

Corto instante de lucidez

Virginia

No hay nada aquí

Los holgazanes no van al cielo

Mapamundi

Micrófonos

Diversas formas de olfatear

Dios es astronauta

Abraham

El autor

Vivir es pasar de un espacio a otro

haciendo lo posible para no golpearse

Perec

En el mundo del espíritu es válido el proverbio de que solo quien trabaja come;

solo quien conoció angustias reposa;

solo quien desciende a los infiernos salva a la persona amada,

y solo quien empuña el cuchillo conserva a Isaac.

Johannes de Silentio

Corto instante de lucidez

Renzo observa la parte posterior de su cabeza por medio de dos espejos que se miran entre sí. Después de ciertas fantasías, vuelve a concentrarse en su rostro. Labios secos, barba de siete días, bolsas bajo los ojos, lagaña fosilizada, cabello grasoso. Por primera vez después de mucho tiempo, Renzo se siente bello. La estilista anuda un manto alrededor del cuello de Renzo. La estilista canta una canción a capela. Renzo piensa que la estilista ha apretado el manto más de lo necesario. Traga saliva con dificultad.

—No quiero que deje un solo pelo —dice Renzo con determinación—. No quiero ningún pelo en mi cabeza. Haga desaparecer las cejas, las pestañas, las patillas, la barba, todo.

La estilista, cuyo escote deja relucir sus hombros y parte del pecho, comienza por la barba. Cuchilla afilada. Renzo piensa que la estilista tiene buena afinación, a pesar de la horrible canción. La estilista pide a Renzo que no se mueva tanto. Renzo culpa a sus tics nerviosos. La estilista llega al primer estribillo. Renzo hace un sutil pero arriesgado movimiento. La estilista hace un corte en la mejilla izquierda de Renzo, quien observa con orgullo la nueva decoración de su rostro. La estilista limpia la herida con alcohol. Renzo considera innecesarias las disculpas de la estilista y le pide que por favor continúe el proceso. Renzo siente la necesidad de decir algo:

—Se estará preguntando por qué no lo hice yo mismo, por qué no rasuré mi cabeza por mi propia cuenta, y tengo una respuesta: no quería utilizar mi mano hábil, o sea la izquierda, para tal acto. Podría haber ido a otro salón, pero usted es la única del sector que hace su trabajo con la mano izquierda. Días atrás pregunté a mi mujer si escribía con la izquierda o la derecha y se enojó, dijo que el no saber cuál era su mano hábil demostraba mi falta de atención hacia ella, dijo que yo era un haragán.

La estilista está tan concentrada en la depilación de las cejas que logra contener las ganas de rascar una picazón en su cabeza. La estilista está tan concentrada en la depilación de las cejas que no advierte estar presionando sus senos contra el hombro izquierdo de Renzo más de lo necesario. Renzo se pregunta si esto es una insinuación sexual por parte de la estilista. Renzo se convence a sí mismo de que no es el momento apropiado y decide apartar un poco el hombro. Este movimiento produce que la estilista haga un pequeño corte en su mejilla derecha. Renzo siente la necesidad de decir algo:

—Me he dado cuenta de que, siempre que camino con mi mujer, tomo su mano derecha con mi mano izquierda. Es decir, sin importar hacia dónde vamos, soy yo el que siempre está a su lado derecho. Le comenté los resultados de esta investigación y me dijo que me enfocara en cosas importantes. Esto me dolió, cómo es posible que ella, la mujer que amo, piense que ocupar el lado izquierdo de un espacio cualquiera es un asunto insignificante. Le pedí que, de ahí en adelante, si quería caminar conmigo en la calle, debía tomar mi mano izquierda con su mano izquierda, lo cual conllevaba que uno de los dos caminara hacia atrás. Le pareció absurda mi idea.

La máquina pasea sus dientes sobre el untuoso nido. Renzo observa las motas de pelo caer sobre su cara y sus hombros. Ya no le pertenecen, ya no son parte de su ser. Extrañará algunos de esos pensamientos. Renzo siente el cuello apretado. Quisiera soltar un poco el nudo del manto. Quisiera decir algo al respecto, pero no quiere interrumpir a la estilista. Renzo habla para olvidar su incomodidad: