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DIEGO OLSTEIN es doctor en historia por la Universidad Hebrea de Jerusalén, profesor asociado del Departamento de Historia y director asociado del World History Center de la Universidad de Pittsburgh, en los Estados Unidos. Ha impartido cátedra en universidades de Argentina, Israel, Europa, los Estados Unidos, Australia y China. Es autor de La era mozárabe: los mozárabes de Toledo (siglos XII y XIII) en la historiografía, las fuentes y la historia (2006), así como de numerosos artículos sobre historiografía, historia mundial y la España medieval.

SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA


PENSAR LA HISTORIA GLOBALMENTE

Traducción
ALEJANDRO PÉREZ-SÁEZ

DIEGO OLSTEIN

Pensar la historia
globalmente

Fondo de Cultura Económica

Primera edición en inglés, 2015
Primera edición en español, 2019
Primera edición en libro electrónico, 2019

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ÍNDICE

Sumario

Pensar la historia globalmente. Un prólogo muy personal a la edición en castellano

Prefacio de Yuval Noah Harari

Prefacio de Patrick Manning

Agradecimientos

Introducción

Pensar dentro y fuera de las fronteras: Roma, ciudad abierta

Pensar dentro de los límites en la aldea global

Pensar la historia y esforzarse por traspasar las fronteras

Cuatro estrategias para pensar la historia globalmente: comparar, conectar, conceptualizar y contextualizar

Argentina bajo el régimen de Perón (1946-1955): historias basadas en el Estado-nación

Pensar globalmente a Argentina durante el régimen peronista: cuatro estrategias y 12 ramas

Pensar la historia globalmente: comparar y conectar

Pensar la historia globalmente: variedad de conexiones

Pensar la historia globalmente: conceptualización a través de las ciencias sociales

Pensar la historia globalmente: contextualización en escalas más amplias

Conclusiones preliminares

Pensar la historia globalmente: comparar y conectar

Pensar la historia globalmente: variedad de conexiones

Pensar la historia globalmente: conceptualización a través de las ciencias sociales

Pensar la historia globalmente: contextualizar en una escala mayor

Una tipología no definitiva ni grabada en piedra

Doce ramas singulares agrupadas por sus superposiciones

Singularidades, superposiciones y agrupamientos espaciales

Singularidades, superposiciones y agrupamientos temporales

Singularidades, superposiciones y agrupamientos por disciplinas, métodos y fuentes

Mapeo de las 12 ramas y sus peculiaridades, superposiciones y agrupamientos

Ejemplificación de la diferencia entre los métodos comparado y conectivo

El método comparado

Las conexiones como método

El paso de las comparaciones a las conexiones

Crítica de la historia comparada y sus alternativas: historias relacionales

La contribución singular de la historia comparada

¿Juego de suma cero o situación ventajosa para ambas partes? Inclusividad: visión y práctica

La nueva historia internacional

Historia transnacional

Historias oceánicas

Sociología histórica

Análisis civilizacional

El enfoque sistema-mundo: la primera macrohistoria conectiva

Historia de la globalización

Periodización de la globalización: extremistas, moderados y conciliadores

Debates conceptuales

Hacia definiciones a futuro

Mundial o global: ¿qué implicaciones tiene un nombre?

Dilucidación de las historias mundial y global

Historia global

La historia mundial en singular

La Gran Historia

Cómo pensar la historia globalmente: 12 caminos, una metonimia

Cómo pensar la historia globalmente: contextualización en una escala mayor

Pensar la historia globalmente: conceptualización a través de las ciencias sociales

Pensar la historia globalmente: variedades y conexiones

Pensar la historia globalmente: comparar y conectar

Conclusiones

Cuadros y mapas

Bibliografía analítica

Índice analítico

contraportada

A mis padres, Susana Ejdem y Félix Olstein,
por sus esfuerzos sostenidos, su amor y su dedicación

SUMARIO

Pensar la historia globalmente. Un prólogo muy personal a la edición en castellano

Prefacio de Yuval Noah Harari

Prefacio de Patrick Manning

Agradecimientos

Introducción

Cuadros y mapas

Bibliografía analítica

Índice analítico

Índice general

PENSAR LA HISTORIA GLOBALMENTE
Un prólogo muy personal a la edición en castellano

“A la memoria de mis abuelos: Rebeca Rozenfeld y León Ejdem, Aida Firglas y Samuel Olstein, cuyas vidas y relatos, además, despertaron mi interés por la historia.” Esta dedicatoria abre mi primer libro, La era mozárabe, que aborda las vicisitudes económicas, sociales y culturales de los mozárabes (cristianos arabizados) de Toledo y su zona después de la conquista cristiana en 1085 y durante los dos siglos subsiguientes. Y es verdad. Mi interés por la historia nació de mi curiosidad infantil por mis abuelos y sus vidas de inmigrantes a caballo entre dos idiomas, dos culturas y dos mundos: el natal en Europa Oriental, trágicamente exterminado, y el nuevo en Argentina, promisorio pero desafiante.

Esta curiosidad creció y gravitó sobre la historia del pueblo judío. Mi fuente infantil principal de conocimiento fue Héroes y príncipes hebreos de Joachim Prinz y a partir del bar mitzvah Mi pueblo. La historia de los judíos de Abba Eban, que se convirtió en mi referente, por difícil que me resultara su lectura. Para entonces, mi primer contacto con la historia universal ya se había producido durante la infancia de la mano de la serie animada Érase una vez el hombre en sus versiones televisada y editada. Desde entonces y a lo largo de mi vida quedó fraguado este interés simultáneo por lo familiar y particular, así como por lo general y universal enlazados en círculos concéntricos.

El inicio de mis estudios secundarios en el Colegio Nacional de Bahía Blanca y el seminario docente Dr. Hertzl catapultaron mi interés original por la historia y me brindaron la primera instrucción formal en la disciplina impartida por profesionales universitarios. En dicho seminario tuve el privilegio de estudiar la historia del pueblo judío impartida por Daniel Gater, profesor egresado de la Universidad Hebrea de Jerusalén con quien adquirí los primeros rudimentos del análisis crítico de fuentes primarias y secundarias. Si bien estudiamos una historia particular muy demarcada, los contextos más amplios, como los imperios de la Antigüedad, el helenismo o el califato, siempre estuvieron presentes. En el Colegio Nacional el primer curso estuvo dedicado a las civilizaciones del mundo antiguo. Sin embargo, desde el surgimiento de la Grecia clásica el horizonte se limitó al continente europeo, siguiéndole el estudio de Roma, el Medioevo y el Renacimiento. El segundo curso fue íntegramente dedicado a Europa y a sus posesiones de ultramar en la era moderna; el tercero, a Europa y su dominio mundial en la era contemporánea. Los últimos dos años, después de una somera introducción a la América precolombina y al Imperio español, fueron dedicados a la historia argentina. Así el mundo había desaparecido del escenario histórico. En vano pedí explicaciones a mis profesoras durante esos años: “¿Por qué dejamos de estudiar la historia del mundo?” Nunca recibí una respuesta satisfactoria.

A mi entender, esta problemática puso en tela de juicio la manera en que se enseñaba la historia. Apelé a la lectura independiente guiado por el primer estudiante universitario de historia en la familia: el tío Marcelo. El punto de partida fue la Introducción a la historia de Marc Bloch, publicada por el Fondo de Cultura Económica. La lectura distó mucho de resultarme plenamente inteligible en ese primer intento. Pero su visión de la historia como diálogo permanente entre el pasado y el presente captó mi atención para siempre. Con el tiempo, ya durante mis estudios universitarios, investigación y docencia, esa obra póstuma se convirtió en uno de mis libros de cabecera y nutrió, además, mi interés por la historiografía y la metodología. La segunda lectura determinante en la adolescencia fue Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano. “Perdimos; otros ganaron”, prologa Galeano. Si mi problemática original había sido la pérdida del marco mundial y su remplazo por los marcos circunscriptos —primero de una sola civilización, la europea, y luego el de un solo Estado-nación (y sus entidades precedentes), Argentina— Las venas abiertas me enseñó que las historias de diferentes unidades y regiones son interdependientes y que no es posible comprender una de esas historias sin comprender las otras y sus conexiones.

Con esta predisposición llegué en 1990 al Departamento de Historia de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Mi interés por lo familiar y particular quedó plasmado en esa migración, la que mi zeide (abuelo) León había intentado fallidamente en su juventud. A su vez, mi interés por lo universal me llevó a optar no por el Departamento de Historia del pueblo judío sino por el Departamento de Historia “general”. Allí recibí una sólida formación histórica y metodológica. No obstante, el Departamento de Historia “general” no enseñaba sino la misma historia europea que, partiendo desde la Grecia clásica, recorría la Antigüedad, el Medioevo, el Renacimiento y la modernidad europeos. Una vez más la solución fue la lectura independiente. El tío David, modelo de lector autodidacto, me regaló en ese momento buena parte de su biblioteca, que me introdujo al pensamiento marxista. Coincidentemente, la estrecha relación con Libe Ini y Diego Crenzel, por esos días amigos y compañeros de estudios, facilitó la exploración de esa vertiente de historia universal: el materialismo histórico. Ella me llevó, entre otros, a la sociología histórica de Perry Anderson y al sistema-mundo de Immanuel Wallerstein.

A esas alturas habría de entender que Las venas abiertas era el libro de divulgación por excelencia de la teoría de la dependencia y que esa teoría, desarrollada en varios países de América Latina, informaba sustancialmente la obra de Wallerstein y el abordaje del sistema-mundo. A su vez, inspirado —entre otras cosas— por el sistema-mundo, un nuevo abordaje histórico fue vaticinado en 1990 con el lanzamiento del primer volumen del Journal of World History: la historia mundial. Esta revista y la obra de William McNeill fueron mis primeras guías en ese campo. Así mis estudios universitarios transcurrieron por su vía formal e institucional y dieron como resultado La era mozárabe, al tiempo que la lectura independiente me llevó a escribir Pensar la historia globalmente.

Mi maestro y mentor en la Universidad Hebrea, Benjamin Ze’ev Kedar, proveyó el nexo entre estas dos trayectorias al formarme no sólo como medievalista sino también como historiador comparativista imbuido de las ciencias sociales. Sabiendo de mi fascinación por la historia mundial, acudió a mí en el momento de planificar la enseñanza de la historia mundial como asignatura obligatoria. Después de haber iniciado a casi una veintena de jóvenes doctores en la historia mundial, el más famoso de los cuales es Yuval Harari, me trasladé a Pittsburgh para codirigir, junto a Patrick Manning, el Centro de Historia Mundial (oportunamente ambos prologan este libro). Mi interés creciente por lo universal y mi distanciamiento de la narrativa particular que me había llevado a Israel, compartida y discutida intensamente con mi amigo vitalicio Ezequiel Lein, subyacían a esta segunda migración, también intentada fallidamente, como “Plan B”, por el zeide León.

Desde el Centro de Historia Mundial tuve la oportunidad de colaborar en la formación de la Red Latinoamericana de Historia Global, que aglutina a un número creciente de historiadores de la región interesados en el “giro global”. Y es que realmente pensar la historia globalmente es mandatorio en nuestro mundo global, porque los historiadores siempre formulamos al pasado las preguntas del presente y nuestro presente es global. ¡El pasado está vivo! No los acontecimientos y los actores que han quedado atrás. Pero sí el pasado que los historiadores reconstruimos, articulamos y narramos desde nuestras vivencias y perspectivas presentes, que son globales.

Pensar la historia globalmente, publicado en inglés en 2014, aspira a abarcar los desarrollos historiográficos de toda una generación —los 25 años que van desde 1990 hasta el 2014— en lo que se dio en llamar “el giro global”. Ese “giro global” finalmente resolvió mi inquietud de adolescente: ¡No!, no debemos dejar de estudiar la historia del mundo. Todo lo contrario. La manera de estudiar la historia no debe perder de vista los crecientes círculos concéntricos que van de lo particular a lo general: de lo local a lo nacional, internacional, transnacional, regional, civilizacional, oceánico, global o mundial, e incluso cósmico. Pensar la historia globalmente se propone introducir las múltiples ramas historiográficas que abordan cada una de esas escalas, no sólo conceptual y metodológicamente, de manera abstracta, sino más bien de manera concreta y didáctica a través de una multiplicidad de ejemplos que invitan a pensar la historia globalmente.

Personalmente hablando, Pensar la historia globalmente en su versión castellana representa para mí múltiples regresos y cierre de círculos. Los regresos a mi lengua materna, al diálogo inagotable entre lo particular y lo universal, a la pregunta pendiente del colegio secundario, al despertar del interés historiográfico y a la influencia de la teoría de la dependencia en mi pensamiento histórico. La publicación de este libro en la misma colección que la Introducción a la historia es una manera muy grata de cerrar todos estos círculos.

Pittsburgh, 16 de marzo de 2018

PREFACIO

YUVAL NOAH HARARI

Los historiadores ven el presente como consecuencia del pasado. Sin embargo, cuando se trata de pensar sobre la historia el pasado suele ser consecuencia del presente; dicho de otro modo, las condiciones e inquietudes de la actualidad matizan nuestro entendimiento de los acontecimientos del pasado. Cuando, entre finales del siglo XIX y principios del XX, los Estados-nación se convirtieron en los actores más poderosos del mundo, los historiadores concibieron todo el curso de la historia en términos de naciones y Estados. Cuando la lucha de clases dominó la política, los historiadores quisieron ver la lucha de clases en todos los momentos históricos del pasado. Cuando el género se convirtió en un tema político y social de trascendencia, medievalistas y egiptólogos comenzaron a pensar sobre la Escocia medieval y el Egipto faraónico en términos de género.

No es de sorprender, entonces, que a principios del siglo XXI los historiadores adopten cada vez más un enfoque global del pasado. El mundo de hoy es una sola unidad; es imposible comprender la economía, la política o la cultura de un país determinado sin tomar en cuenta acontecimientos y procesos que se llevan a cabo en tierras distantes. Los principales problemas que enfrenta el mundo —sean ecológicos, económicos o epidemiológicos— son de naturaleza global y no se pueden resolver sino mediante esfuerzos globales. A pesar de que aún existen en el mundo diferentes culturas, religiones e identidades, por primera vez en la historia prácticamente todas las personas comparten al menos ciertas percepciones básicas. Si viajamos a Buenos Aires, Tel Aviv, Teherán o Pekín encontraremos que la mayoría de las personas de negocios piensan sobre la economía en términos capitalistas, que la mayoría de los abogados hablen el lenguaje técnico del derecho y que la mayoría de los doctores comparten una visión común sobre el cuerpo humano y el mundo natural. Si nos sorprende un ataque cardiaco y corremos al hospital, es probable que un doctor iraní y uno israelí sigan procedimientos idénticos y nos prescriban un tratamiento idéntico. Los historiadores enfrentan la doble labor de entender cómo llegamos aquí y de reescribir la narrativa del pasado desde un fresco enfoque global. Justo igual que los ciudadanos de los Estados-nación del siglo XX necesitaron formar una historia nacional, los tripulantes de la nave espacial Tierra requerimos una historia global.

Pero ¿cómo adoptar un enfoque “global” del pasado? En décadas recientes los académicos han ofrecido una infinidad de respuestas confusas. Prácticamente todos coinciden en que debemos comenzar a pensar la historia en términos globales, pero el significado de ello está muy lejos de ser evidente. Pensar la historia globalmente pone orden en este caos, traza un esquema de las diferentes formas en que los investigadores han intentado pensar globalmente sobre el pasado, las divide en 12 categorías distintas y destaca cuatro estrategias principales: comparar, conectar, conceptualizar y contextualizar.

No obstante, en el proceso de esquematizar y catalogar, el libro tiene un alcance mucho más ambicioso y trascendente. El argumento subyacente es que la forma convencional de pensar y concebir la historia es obsoleta. Pensar la historia en términos globales significa mucho más que simplemente ajustar el enfoque de nuestra lente. No basta con aplicar herramientas y métodos tradicionales a unidades de análisis más amplias. Si deseamos estudiar el planeta Tierra como unidad histórica, no podemos sencillamente tomar el viejo molde de los Estados-nación, reubicar a “Francia” o a “Argentina” dentro de “la humanidad” o “el mundo”, y seguir formulando las mismas preguntas y respuestas con la misma metodología. Deberemos comenzar por formular preguntas completamente nuevas y adoptar métodos totalmente nuevos. Pensar la historia globalmente explora la lógica profunda del pensamiento histórico y señala aquello que se debe cambiar si queremos adoptar un enfoque global verdadero. Puesto que en la actualidad no tiene mucho sentido pensar la historia de otra forma sino en términos globales, lo que este libro persigue en realidad es una redefinición de la disciplina histórica.

En el siglo XX la metáfora que guiaba a las disciplinas históricas fue “el país extranjero”. A los estudiantes universitarios de nuevo ingreso se les enseñaba que el pasado era un país y que el historiador tenía la labor de eliminar todo prejuicio y preconcepto, aprender el idioma extranjero a partir de las fuentes primarias y utilizarlo para entender las prácticas extrañas de ese país extranjero. Sin embargo, en el siglo XXI ya no existen los “países extranjeros”. Dondequiera que uno vaya encontrará a Google y a McDonald’s, aeropuertos enajenantes y la mano invisible del capital global. Obviamente, es imposible que los arqueólogos se propongan encontrar ruinas de antiguos restaurantes McDonald’s en la Escocia medieval o en el Egipto de los faraones; sin embargo, los estudiantes y los académicos del siglo XXI ya no tendrán la mentalidad de estar visitando un país extranjero real; para ellos, cada cosa formará parte de un todo y el pasado será un eslabón más de una cadena de distribución global que no puede entenderse “en sus propios términos”, de la misma manera que ningún país de la actualidad puede entenderse en aislamiento.

Jerusalén, julio de 2014
Universidad Hebrea de Jerusalén

PREFACIO

PATRICK MANNING

¿Qué es historia mundial? ¿Qué es historia global? ¿Qué mueve a los historiadores a formular esas interrogantes y por qué ofrecen tantas y tan distintas respuestas? Tenemos en las manos una respuesta con extensión de libro a la pregunta de cómo pensar la historia en términos globales. Olstein responde que pensar globalmente la historia puede ser un proceso ordenado pero que requiere flexibilidad. Argumenta que la verdad sobre el pasado se muestra a sí misma a través de la interacción de diferentes perspectivas. Asimismo, a pesar de todas las variaciones a la vista, trata las múltiples formas de ver el pasado como algo más complementario que contradictorio. Su marco de referencia identifica cuatro estrategias principales para comprender el pasado: comparación, conexión, conceptualización y contextualización. Desde su punto de vista, el equilibrio entre estas estrategias nos permite encontrar respuestas satisfactorias sobre cuestiones históricas globales, incluso las más complejas.

Este libro es uno de esos textos notables que ofrecen una guía básica para los estudiantes universitarios y a la vez sirve como sofisticada pauta para los historiadores. El libro demuestra cuánto se han alejado los estudios históricos de una lectura que dirige la mirada de la “historia” a una narrativa esencial y verídica del pasado, para abordarla como un conjunto de evidencias e interpretaciones concatenadas. El profesor Olstein no ideó este nuevo planteamiento; sin embargo, su libro representa un adelanto importante para aprender a vivir con él. De esta manera, la bibliografía citada —en la que clasifica los libros por su enfoque y no por su temática— muestra cómo leer la historia a través de un enfoque interpretativo y no sólo por los hechos temporales y espaciales.

Olstein desarrolló su entendimiento de múltiples perspectivas de la historia no sólo gracias a la solidez de su intelecto, sino por sus diferentes experiencias alrededor del mundo. Sus reflexiones surgen de su natal Argentina, de su formación y su labor docente en Israel, de sus años de investigación en España, de su actual trabajo académico en los Estados Unidos e incluso de su experiencia docente en China; todo lo anterior se integra para conformar su mirada. Pienso que el resultado le permite ayudar a los lectores a lidiar con el dilema de las múltiples perspectivas de la historia global. A través de su sagaz propuesta de claras generalizaciones históricas, los lectores pueden unírsele en la comprensión del orden que acompaña a la complejidad de los detalles del mundo.

Si bien la historia se ha escrito desde hace miles de años, los estudios históricos han sufrido grandes transformaciones en los últimos cincuenta años. Hoy, la historia trasciende el ámbito político y se interna en todos los escenarios culturales y tecnológicos, en todos los continentes y los océanos, e incluso, en colaboración con otras disciplinas, en nuestra psiquis y en los orígenes mismos de la humanidad. Los historiadores de hoy estudian nuevos tipos de datos sobre clima, salud, genética, creación artística y psicología, como también las transformaciones económicas, sociales y políticas de pueblos antes ignorados. Todo tipo de conocimiento histórico nuevo implica un nuevo tipo de enfoque.

La amplia lectura de Olstein integra muchos autores y los argumentos que han desarrollado y con los cuales buscan explicar los procesos del cambio social. Asimismo, la globalización reciente ha acelerado argumentos innovadores de historiadores que persiguen explicar el crecimiento de la complejidad global. Diversos historiadores, en su estudio de diferentes aspectos de la historia, desarrollaron y bautizaron enfoques como “internacional”, “transnacional”, “relacional”, “profundo” y “global nuevo”, así como enfoques consolidados como “mundial” y “global”. ¿Etiquetar un enfoque como “global” garantiza que quienes lo adopten habrán de seguir una serie de preceptos comunes? ¿Sería de esperar que todos los historiadores de un género dado adopten un tipo de análisis determinado por encima de otro? Éstos son problemas de debate actual en los estudios históricos mundiales. Olstein coloca lado a lado estos enfoques interpretativos para demostrar que todos son lógicos, a pesar de ser parciales, y que cada uno aporta reflexiones interesantes. Este libro analiza cómo ordenar la complejidad global a través de nuevas interpretaciones de la historia.

La obra se enfoca en la época de las naciones del siglo XX, principalmente a través de Argentina bajo el régimen peronista y el choque de naciones e imperios en la primera Guerra Mundial. ¿Pensamos en el siglo pasado como un momento único de la historia o más bien lo vemos como representativo de procesos de la profunda historia de la humanidad? Si prestamos atención al tratamiento que hace el autor de las escalas históricas, podremos encontrar maneras para responder que las dos visiones son válidas. En esencia, este libro está diseñado para ayudar a los lectores a pensar globalmente la historia de cualquier época.

Olstein nos enseña que el entendimiento de la historia reside en el razonamiento y no sólo en los hechos. Invita a los lectores a descubrir cómo los autores han desarrollado diferentes lógicas sobre los cambios del pasado en respuesta a los argumentos de otros autores y a la reciente proliferación de temas históricos. El pensamiento lógico de Olstein es directo y avanza paso a paso. Considera que existen 12 “ramas” o pasos para trascender las fronteras históricas y avanza progresivamente de la comparación a la contextualización. Esta combinación de pasos simples, si uno es capaz de tenerlos en mente, constituye una poderosa herramienta para aproximarnos a la complejidad de la historia vista a través de las múltiples facetas de un prisma.

Pittsburgh, agosto de 2014
Universidad de Pittsburgh

AGRADECIMIENTOS

Escribí este libro durante mi trabajo en cuatro instituciones: la Universidad Hebrea de Jerusalén, mi alma mater; la Universidad de Wisconsin-Madison, donde pasé mi primer año sabático; la Universidad de Pittsburgh, mi nueva casa académica, y la Universidad Jacobs de Bremen, que me recibió en el verano de 2014. Estoy en deuda con las cuatro instituciones y con muchos colegas de ellas que colaboraron conmigo y en este proyecto.

Benjamin Kedar, mi maestro y mentor, me introdujo al campo de la historia comparada y me encomendó la elaboración de un programa de historia mundial para la Universidad Hebrea. Moshe Zimmerman se mantuvo a mi lado desde muy temprano y a lo largo de todos mis estudios profesionales en historia de la historiografía. Con mi cercano amigo y anterior colega Yuval Noah Harari mantengo toda una vida de meticuloso intercambio de ideas sobre los temas abordados en este libro y muchos otros. Sus extensos comentarios sobre el manuscrito me ayudaron a mejorarlo sustancialmente. Asimismo, a lo largo de los años que pasé en el Departamento de Historia en Jerusalén, Sara Parnasa se encargó de todas mis necesidades administrativas en el campus.

El Programa George Mosse me albergó en la Universidad de Wisconsin-Madison de 2009 a 2010. John Tortorice me recibió extraordinariamente desde mi arribo y facilitó mi trabajo a lo largo del año en muchos aspectos. Stanley Payne fue mi principal interlocutor durante mi estancia y me alentó de manera entusiasta en las primeras etapas de este proyecto. Asimismo, David Sorkin y Jeremy Suri mostraron interés en mi trabajo y mi trayectoria, indicándome muy sabiamente varios caminos a seguir.

El World History Center y el Departamento de Historia de la Universidad de Pittsburgh, desde mi primera visita en 2009, mi incorporación en 2011 y hasta la fecha, me han recibido siempre con los brazos abiertos. Al cabo de años de ser para mí una fuente de inspiración, distancia geográfica de por medio, he tenido la fortuna de volverme colega cercano de Pat Manning. Tuve el honor y el placer de debatir con él nuestras respectivas ideas sobre los temas de este libro, muchos de cuyos borradores leyó cuidadosamente y comentó conmigo. Muchos otros afiliados al World History Center y miembros del Departamento de Historia de la Universidad de Pittsburgh aportaron valiosos comentarios, correcciones y sugerencias para este trabajo; entre ellos, John Markoff, Molly Warsh, Reid Andrews, Bill Chase, Vincent Leung, John Galante, Justin Classen, Pedro Machado y Torsten Feys. Por otra parte, Katie Jones fue de gran ayuda en mis trámites administrativos en el World History Center. Grace Tomcho, además de ocuparse de todos los trámites administrativos regulares, atendió con extraordinaria eficacia los múltiples aspectos de mi cambio a los Estados Unidos, Pittsburgh y la Universidad de Pittsburg. Asimismo, Derek Baran, de la Office of International Services de la universidad, fue notablemente eficiente en las cuestiones relacionadas con mi cambio. Alex Wolfe se encargó de editar la versión inglesa del manuscrito final. Alejandro Pérez-Sáez lo tradujo al castellano. Lizeth Mora Castillo, Samary Palomares y Dennis Peña guiaron su edición por el Fondo de Cultura Económica. La fundación Richard D. and Mary Jane Edwards Endowed Publication Fund me proporcionó su generoso apoyo para la publicación del libro.

Durante mi seminario intensivo y mi estancia de investigación en la Universidad Jacobs, en el verano de 2014, Corinna Unger, Dominic Sachsenmaier, Marc Frey y sus estudiantes de licenciatura plantearon preguntas desafiantes y sugerencias inspiradoras, muchas de las cuales quedaron plasmadas en este libro. La Fundación Humboldt fue muy generosa al proporcionarnos esta fructífera oportunidad.

Aparte de estas instituciones, diversas redes ofrecieron un marco adicional para el desarrollo y la presentación de partes de este proyecto y plantearon también grandes desafíos: Global History, Globally, a cargo de las universidades de Harvard y Duke, la Humboldt-Universität zu Berlin, la European Network in Universal and Global History, el German-Israel Frontiers of Humanities Program, y la Latin American Network of Global History. Entre los muchos colegas de estas redes que ayudaron a enriquecer mi trabajo quisiera hacer un reconocimiento particular a Sven Beckert, Erez Manela, Matthias Middel, Gareth Austin, Michal Biran, Claudia Kedar, Sergio Serulnikov, Andrea Lluch, Sandra Kuntz Ficker, Hilda Sabato, Silvana Ablin, Alexandre Moreli, Alexandre Fortes, Stella Krepp y Cristián Castro.

Además de mis colegas, los estudiantes de licenciatura y maestría de Jerusalén, Madison, Pittsburgh, Buenos Aires, Bahía Blanca, Wuhan y Bremen me proporcionaron comentarios muy útiles para los lectores a los que está dirigido este libro.

Muchas personas fuera del mundo académico también hicieron posible la elaboración de este libro. Maureen States fue extremadamente amable y de gran ayuda para facilitar el traslado de mi familia a Pittsburgh. La doctora Gretchen Arendt, el doctor Vu Nuen, el doctor Sushil Beriwal, el doctor Stanley Marks, la doctora Esther Elyashiv y sus equipos, así como también Etty Reut y Amanda Kalbaugh fueron de gran ayuda para sobreponernos a una enfermedad. Muchas, muchísimas personas —familiares, amigos, colegas, conocidos y desconocidos—, nos apoyaron en el proceso. Tica Hall, Judy Rosen y Stefania Pianetti estuvieron a la cabeza de esa lucha, ofreciéndonos su apoyo y su guía incondicionales. Jaia Lerner logró superar todos los obstáculos para estar con nosotros.

Muchos amigos, dentro y fuera de la profesión de la historia, contribuyeron también al manuscrito, junto con su aliento y su apoyo: Assaf y Dana Meshulam, Elisa Heymann, Mike y Marion Taube, Lara Putnam, Michal Friedman, Paul Eiss, Roee Teper, Harel Schwartz, Maya Haber, Sean Guillory, Gregor Thum, Laura Gotkowitz y Michel Gobat. Ezequiel Lein, mi amigo de toda la vida, merece una mención especial no sólo por su amistad incondicional sino también por sus valiosos comentarios sobre este texto.

Recibí mucho aliento, inspiración y felicidad de mis relaciones cercanas con Betty Ejdem, David Rapaport y cuatro generaciones de Olsteins, Zaselskys, Rabinovichs y Lerners. No obstante, en cuestiones de fuerza vital, el lugar indiscutible corresponde a Irit Lerner-Olstein, Racheli, Ariel y Maya Holstein, mi amada familia y compañeros globales.

Mi más profundo agradecimiento a todas estas instituciones, redes y personas.