Apéndice 1 Las necesidades humanas según A. Maslow

Abraham Maslow, uno de los padres de la psicología humanista y transpersonal, hizo una clasificación clarificadora de las necesidades humanas:


1. Las necesidades fisiológicas. Necesidad de oxígeno, agua, proteínas, sal, azúcar, calcio y otros minerales, vitaminas, mantener el equilibrio del pH, temperatura, sueño, descanso, eliminación de residuos, protección del frío y el calor, evitación del dolor y necesidad sexual.

2. Las necesidades de seguridad y protección. Necesidad de seguridad, protección, estabilidad y orden, hábitat seguro, etcétera.

3. Las necesidades de amor y de pertenencia. Cuando las necesidades fisiológicas y de seguridad están satisfechas, entra en escena este tercer grupo de necesidades. Somos seres sociales y necesitamos sentirnos en relación con el grupo humano. De aquí surge la necesidad de amistad, de pareja, de relaciones afectivas, de vida en comunidad en general. En nuestra vida cotidiana, estas necesidades se manifiestan en nuestros deseos de unión (matrimonio), de tener familias, de ser partes de una comunidad, de una iglesia, de una hermandad, de un club social, etcétera.

4. Las necesidades de autoestima. Maslow describió dos niveles en la necesidad de estima, uno inferior y otro superior. En la necesidad de estima inferior entran la búsqueda del respeto de los demás, de estatus, fama, gloria, reconocimiento, atención, reputación, apreciación, dignidad e incluso poder o dominio. La necesidad de estima superior comprende las necesidades de respeto por uno mismo, de confianza en sí mismo, de competencia, logros, maestría, independencia y libertad. La falta de estima se manifiesta como complejo de inferioridad, el cual, según el psicólogo Adler, se encuentra en la raíz de muchos de nuestros problemas psicológicos.

Maslow considera todas estas necesidades como esencialmente vitales. Incluso el amor y la estima son necesarios para el mantenimiento de la salud. Afirma que todas estas necesidades están construidas genéticamente en todos nosotros, como los instintos. De hecho, las llama necesidades instintoides (casi instintivas).

5. La necesidad de realización personal. Según Maslow, cuando estas necesidades instintoides están satisfechas, surge de forma natural la necesidad de realización personal, es decir, la necesidad de desarrollar plenamente el propio potencial como individuo, la necesidad de crecer y madurar como individuo autoconsciente dando lo mejor de sí, lo mejor de la naturaleza humana.

La necesidad de autorrealización viene dada por las llamadas metanecesidades que nos impulsan a realizar las cualidades más específicas de nuestra naturaleza humana y que nos diferencian de los demás animales.

Estas metanecesidades son: Verdad, Bondad y Belleza; unidad, integridad y trascendencia de los opuestos; vitalidad; singularidad; perfección (excelencia); realización y plenitud; justicia y orden; simplicidad; fortaleza; humor y sentido lúdico de la existencia; autosuficiencia; búsqueda de sentido, de significado.

6. Necesidad de trascendencia. Hacia el final de su vida, Maslow incluyó un sexto grupo de necesidades, al que llamó necesidad de trascendencia, o necesidad de experimentar un estado expandido de conciencia más allá de la identificación habitual con el yo. Necesidad de experimentar la unidad fundamental de la Vida Universal, sentirse uno con el Todo. A estas experiencias, Maslow las llamó «cumbres» porque constituyen el destino último de la vida humana y la plena realización de nuestra naturaleza. Maslow estudió a muchos sujetos que habían tenido esta experiencia y llegó a la conclusión de que se trata de la misma experiencia mística que se encuentra en el núcleo de la mayor parte de las tradiciones religiosas y espirituales.


Según Maslow, el estado de felicidad viene dado por la adecuada satisfacción de cada una de estas necesidades.

Apéndice 2 Discurso del jefe indio Noah Sealth

¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, ni aun el calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida. Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿cómo podrán ustedes comprarlos?

Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los bosques, cada altozano, y hasta el sonido de cada insecto, es sagrado a la memoria y el pasado de mi pueblo. La savia que circula por las venas de los árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas.

Los muertos del hombre blanco olvidan su país de origen cuando emprenden sus paseos entre las estrellas, en cambio nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra puesto que es la madre de los pieles rojas. Somos parte de la tierra y asimismo ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo, la gran águila, estos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia.

Por todo ello, cuando el Gran Jefe de Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras, nos está pidiendo demasiado. También el Gran Jefe nos dice que nos reservará un lugar en el que podemos vivir confortablemente entre nosotros. Él se convertirá en nuestro padre, y nosotros en sus hijos. Por ello consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras. Ello no es fácil, ya que esta tierra es sagrada para nosotros.

El agua cristalina que corre por los ríos y arroyuelos no es solamente agua, sino que también representa la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos tierras, deben recordar que es sagrada, y a la vez deben enseñar a sus hijos que es sagrada y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de las vidas de nuestras gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.

Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed; son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñarles a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también los suyos y, por lo tanto, deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. Él no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemiga, y una vez conquistada sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Le secuestra la tierra a sus hijos. Tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la Tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devorará la tierra dejando atrás solo un desierto. No sé, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes. La sola visión de sus ciudades apena la vista del piel roja. Pero quizá sea porque el piel roja es un salvaje y no comprende nada.

No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde escuchar cómo se abren las hojas de los árboles en primavera o cómo aletean los insectos. Pero quizá también esto debe ser porque soy un salvaje que no comprende nada. El ruido parece insultar nuestros oídos. Y, después de todo, ¿para qué sirve la vida si el hombre no puede escuchar el grito solitario del chotacabras ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde de un estanque? Soy un piel roja y nada entiendo. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con aromas de pinos. El aire tiene un valor inestimable para el piel roja, ya que todos los seres comparten un mismo aliento: la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece consciente del aire que respira; como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al hedor. Pero si les vendemos nuestras tierras, deben recordar que el aire nos es inestimable, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida también recibe sus últimos suspiros. Y si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben conservarlas como cosa aparte y sagrada, como un lugar donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas. Por ello consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.

Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto a miles de búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo cómo una máquina humeante puede importar más que el búfalo al que nosotros matamos solo para sobrevivir.

¿Qué sería del hombre sin los animales? Si todos fueran exterminados, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual, porque lo que le sucede a los animales también le sucederá al hombre. Todo va enlazado.

Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestros semejantes, a fin de que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra les ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos.

Esto sabemos: la tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos. Todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado.

Todo lo que le ocurra a la tierra, les ocurrirá a los hijos de la tierra. El hombre no tejió la trama de la vida; él es solo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, queda exento del destino común.

Después de todo, quizás seamos hermanos. Ya veremos. Sabemos una cosa que quizá el hombre blanco descubra un día: nuestro Dios es el mismo Dios. Ustedes pueden pensar ahora que Él les pertenece lo mismo que desean que nuestras tierras les pertenezcan, pero no es así; Él es el Dios de los hombres y su compasión se comparte por igual entre el piel roja y el hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para Él y si se daña, se provocaría la ira del Creador. También los blancos se extinguirán, quizás antes que las demás tribus. Contaminan sus lechos y una noche aparecerán ahogados en sus propios residuos. Pero ustedes caminarán hacia su destrucción, rodeados de gloria, inspirados por la fuerza del Dios que los trajo a esta tierra y que por algún designio especial les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja. Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes. ¿Dónde está el matorral? Destruido. ¿Dónde esta el águila? Desapareció. Termina la vida y empieza la supervivencia.

Noah Sealth, conocido como Seattle (1786?-1866), según varias investigaciones, habría nacido en 1786 en Blake Island, una pequeña isla al sur de Brainbridge Island, durante las terribles epidemias legadas por los pioneros blancos que diezmaban la población indígena. Cuando tenía 20 o 25 años, Seattle fue nombrado jefe de seis tribus, cargo en el que fue reconocido hasta su muerte.

Seattle fue el portavoz durante las negociaciones (iniciadas en 1854) y firmante, con otros jefes indios, del tratado de paz de Point Elliott-Mukilteo (1855) que cedía 2,5 millones de acres de tierra al gobierno de Estados Unidos y delimitaba el territorio de una reserva para los indios Suquamish.