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Dedicatoria

Introducción

1. De la gauchesca a Juan Moreira

La poesía gauchesca entra en escena

Voz popular y cultura letrada

Del gaucho armado al gaucho literario

El momento Martín Fierro

El folletín entra en escena

2. La explosión del criollismo popular

Los editores

Los autores

Centros criollos, prensa gráfica, publicidad y carnaval

El criollismo representado

La música popular y la radio

¿Hasta cuándo?

3. El gaucho visto desde arriba

La ambivalencia romántica

Gauchos alzados y gauchos mansos

La canonización del Martín Fierro

El movimiento tradicionalista

4. Criollismo, experiencia popular y política

El criollismo como crítica social: la impugnación a la ley y a la autoridad

Xenofobia y postergación del criollo

Críticas a los ricos y al capitalismo

Criollismo y experiencia popular: el mundo rural

Experiencia urbana y clase

Criollismo y masculinidad

La ciudad y los inmigrantes

La construcción de un pueblo

Criollismo popular y política

¿De quién es (políticamente) el gaucho?

5. ¿De qué color es un gaucho?. El criollismo y el perfil racial de la nación

¿Una dimensión étnico-racial en lo criollo?

El gaucho como mestizo

¿De qué color es un gaucho?

La visibilización de los afroargentinos

El criollismo y la asunción (real o vicaria) de lo negro y lo mestizo

6. Martín Castro, un payador criollo

Noticia biográfica

El gaucho, emblema antiestatista y anticapitalista

Criollismo, anarquismo y etnicidad

Martín Castro en contexto

¿Cultura popular o campo intelectual?

7. El criollismo y la revisión de la historia

El gaucho matrero y el montonero federal: contigüidad y analogías

Rosas: condenas y rehabilitaciones

Caudillos reivindicados

La Guerra del Paraguay y la política oriental

Criollismo y revisionismo

¿Un revisionismo popular?

Posibles contactos

8. El peronismo y los usos políticos del criollismo

Perón y el criollismo

El criollismo desde abajo: los trabajadores de la carne

Un movimiento criollista

Etnicidad, clase y nación

Gauchos mestizos y gauchos negros

¿Del gaucho al “cabecita negra”?

9. Buenaventura Luna: del criollismo al peronismo en una experiencia de vida

Noticia biográfica

Etnicidad y política en San Juan

Del militante al folklorista

¿Quién es el criollo?

Lo morocho y el peronismo

Experiencia histórica y vida personal en Dojorti/Luna

Conclusiones. La voz plebeya y el emblema de una nación desgarrada

La efectividad cultural de las clases populares

Persistencias y tensiones de un emblema

La síntesis imposible

Bibliografía citada

Ezequiel Adamovsky

EL GAUCHO INDÓMITO

De Martín Fierro a Perón, el emblema imposible de una nación desgarrada

Adamovsky, Ezequiel

© 2019, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Dedicado a Gael y Mora

Introducción

Cuando publicó la primera parte de su Martín Fierro, José Hernández no tenía modo de sospechar el destino extraordinario que iba a tener su obra. Tenía en mente apenas componer un personaje gaucho para dar voz a una crítica de las políticas de Domingo F. Sarmiento, por entonces presidente de la nación. Nunca imaginó que décadas después su obra se convertiría en el gran poema nacional y el héroe que inventó, en el más poderoso emblema de identidad de la Argentina. En ese desenlace colaboraron diversos impulsos, pero acaso el mayor fue el éxito fenomenal que tuvo entre los lectores de clases bajas. Las decenas de miles de copias que vendió el humilde folletito generaron un fenómeno editorial imparable. A partir de 1880, otros autores se lanzaron a publicar historias sobre gauchos matreros y sobre cuestiones criollas en ediciones baratas, que circularon profusamente durante décadas, lo cual contribuyó a instalar al gaucho como héroe popular, hecho que a su vez abrió el camino para que terminara encumbrado como emblema nacional.

No es extraño que en este país nos hayamos identificado con un tipo social considerado característico. Toda identidad necesita símbolos para afirmarse y las comunidades nacionales los han producido generosamente en todas partes. Entre ellos se destacan las “personificaciones de la nación”, que las encarnan mediante un cuerpo humano o un arquetipo concreto. A veces se utiliza una figura para representar la existencia intemporal de la comunidad, como la Madre Rusia para los rusos. Otras veces, para simbolizar sus valores políticos abstractos (como lo hace Marianne con la libertad de los franceses) o a sus ciudadanos (como el Tío Sam, que habla en nombre del pueblo estadounidense). También son determinados tipos sociales los que encarnan el núcleo humano que supuestamente dio origen a la nación, según las narrativas que cada una elija. Por caso, los ucranianos actuales se consideran descendientes de los cosacos, incluso si pocos de ellos lo son en verdad.

En la Argentina, la figura del gaucho concentra todos esos atributos. Conforma el núcleo humano del que supuestamente surgió la nación. Además representa los valores de la libertad, la nobleza de espíritu y el coraje. En su aparición como Juan Pueblo, es el encargado de expresar la voz del cuerpo político. Y, por todo ello, es también el símbolo intemporal de la argentinidad. En virtud de esas cualidades, es comparable a otros tipos que se han convertido en emblemas de sus naciones, como el roto chileno o el charro mexicano. Pero el caso del gaucho es peculiar en la íntima relación que tiene con una obra literaria en concreto y con su protagonista: Martín Fierro.

Hay algo desconcertante en el personaje de Hernández. Si alguien, frente a una hoja en blanco, tuviese que diseñar una nueva nación desde cero y se viera en la situación de elegir los emblemas que afirmaran su unidad, difícilmente optaría por uno como Martín Fierro. ¿A quién se le ocurriría enaltecer como héroe nacional a un resentido con problemas de bebida que asesina sin razón a un compatriota? ¿Asegura la identificación con el Estado un matrero que descree de las leyes y vive en desacato? ¿Alienta el progreso una persona que encuentra entre los indios su refugio frente a las injusticias de la sociedad constituida? ¿Invita a la unidad un gaucho que habla pestes de los inmigrantes? Como símbolo nacional, hay que decirlo, Martín Fierro funciona mal. Es casi un despropósito. Y, sin embargo, hace más de cien años que es el emblema central de la argentinidad. ¿Es posible que el hecho insólito de que haya asumido ese lugar pueda revelarnos algo sobre la propia Argentina, sobre las tensiones y conflictos irresueltos que marcaron su constitución como nación?

Partiendo de esas preguntas, este libro trata de entender por qué, de todos los tipos sociales que habitaron el suelo argentino, fue el gaucho el que generó una atracción tal que terminaría transformándose en encarnación de la nación. Cierto que esa historia tiene un tramo ya bien conocido. Fue Leopoldo Lugones quien propuso un culto estatal a su figura y al Martín Fierro poco después del Centenario. Pero se trata de una historia que de ninguna manera comenzó hacia 1910 y que, incluso luego de esa fecha, excede las iniciativas de los políticos o los intelectuales nacionalistas. Si el gaucho terminó convertido en un improbable emblema de unidad nacional, fue en buena medida porque, desde mucho tiempo antes, venía atrayendo la fascinación de habitantes de todas las condiciones, en especial de aquellos que no participaban de las decisiones políticas o del mundo intelectual. Las siguientes páginas se concentrarán sobre todo en ese criollismo popular que produjo, consumió y diseminó historias de gauchos antes y después de que las élites las hicieran propias. Como veremos, en su circulación entre las partes alta y baja de la sociedad, el emblema gauchesco asumió diferentes y cambiantes contenidos, varias veces en discusión unos con otros. Tras esas tensiones se esconden disputas más profundas acerca de quiénes somos, cuál es el grupo social que mejor representa lo argentino, cómo ha sido nuestro recorrido histórico y qué hemos de hacer con nuestros orígenes étnicos y nuestros aspectos físicos diversos. Aunque inevitablemente referirá también a las iniciativas de las élites, esta obra hace foco en las respuestas a esas preguntas que se pueden comprender a través del criollismo popular y en las disputas sobre el perfil de la nación argentina que él canalizó.

¿Qué sería el “criollismo popular”? Llamaré “criollismo” a un modo particular de hablar de lo popular –de la vida del bajo pueblo, de su pasado, de sus aspiraciones, de sus valores– a través de la figura del gaucho. Esa forma se plasmó muchas veces en textos, poemas o canciones que utilizaron el propio estilo de habla de los paisanos en la región pampeana. Es el caso de la poesía gauchesca de tiempos de la independencia y del Martín Fierro, del canto de algunos payadores o folkloristas (como Atahualpa Yupanqui) y también de obras de teatro y prosas que imitan el habla rural. Pero el criollismo además supo canalizarse a través de textos en castellano rioplatense estándar, tanto en verso como en prosa. Los narradores podían emplear la tercera persona para relatar hazañas o desventuras de personajes gauchescos que servían como descripción del mundo popular y como excusa para hablar de sus valores o sus problemas. Así sucedió con el Juan Moreira, de Eduardo Gutiérrez, y otras decenas de historias de gauchos que abundaron en el cambio de siglo. Fuera de las narraciones, corresponde incluir también los textos ensayísticos y las producciones hechas en lenguaje visual, desde los cuadros y las fotografías hasta las imágenes del cine, la prensa y la publicidad. Lo distintivo de estos registros disímiles es que todos buscaron aludir al mundo popular, a sus encrucijadas y promesas, recurriendo a la figura del gaucho como prenda de autenticidad. Por ello mismo, fueron muchas veces canal para discutir acerca de la nación.

El segundo término de “criollismo popular” supone una calificación y un recorte. Del universo del criollismo, el foco aquí es solo aquel que fue producido por artistas o escritores de origen popular, o con intención de llegar a un público de clases bajas, o que circuló de manera masiva sin depender de impulsos estatales. Queda, entonces, fuera del interés primordial de este libro el criollismo “nativista” o el “tradicionalismo” que impulsaron las élites y los intelectuales nacionalistas y, en general, los debates entre políticos, pensadores y académicos relativos al mundo gauchesco, las políticas estatales de conmemoración de la figura del gaucho y su utilización por parte de artistas de vanguardia o consagrados. Por supuesto, todo ello será aludido a lo largo de esta investigación –porque, además, la frontera que separa todas estas expresiones respecto de las de tipo popular es difusa y, en ocasiones, difícil de trazar–, pero no será allí donde pondremos la atención.

Como se hará evidente, esta definición de criollismo popular es bien amplia e incluye expresiones que en otros trabajos se estudian por separado y para las que a veces se utilizan etiquetas más acotadas, como “poesía gauchesca”, “ruralismo”, “moreirismo”, “folklore”, “gauchismo”, etc. Algunos autores han considerado que solo corresponde considerar criollismo popular al tipo de literatura en castellano estándar y en prosa que floreció hacia 1880. Esa opción tiene sus razones atendibles. Sin embargo, desde una perspectiva historiográfica, antes que de análisis literario –y especialmente cuando se observa el fenómeno desde el punto de vista de su circulación entre las clases populares–, la fragmentación de todas estas expresiones que aluden al mundo gauchesco representa un obstáculo para comprender su significado global. Como veremos, hay estrechas conexiones y continuidades en el uso del gaucho para hablar de lo popular antes y después de 1880 y entre la poesía gauchesca y los textos en prosa. Temas, historias, personajes, episodios característicos, valoraciones, vocabulario: todo ello transitó con mucha libertad entre formatos y géneros diversos. La febril circulación y reapropiación de narrativas en el campo del criollismo popular desestabiliza incluso la distinción entre un “moreirismo” centrado en historias de gauchos rebeldes y violentos, y un “nativismo” que exaltaba la sabiduría y bonhomía del gaucho manso. Por todo ello, hemos optado aquí por una definición de criollismo amplia y flexible, que básicamente lo considera una tradición enhebrada por tópicos, personajes, referencias y citas compartidos, plasmada en distintos géneros, registros y soportes. Esa tradición comienza con la poesía gauchesca de tiempos de la independencia y se prolonga hasta la actualidad (aunque ya sin la masividad que tuvo hasta los años cuarenta).

Este trabajo se propone un mapeo del fenómeno del criollismo popular en la época en que tuvo su mayor pregnancia. Su nudo temporal abarca el período de auge que se abre con el éxito editorial del Martín Fierro en la década de 1870 y se cierra con la peculiar politización que asume en tiempos de Perón. No obstante, esos límites se expandirán hacia atrás, para visualizar la impronta de la poesía gauchesca de décadas anteriores, y hacia adelante, para arriesgar conjeturas sobre el ocaso del criollismo en la segunda mitad del siglo XX. Por cuestiones de foco y espacio, el estudio se restringirá al territorio argentino. Conviene, sin embargo, dejar en claro que el fenómeno no reconoció frontera alguna en el Río de la Plata y que innumerables conexiones lo unían a escritores, artistas y editores uruguayos (e incluso del sur de Brasil). Queda para otros investigadores la tarea de trazar esos vínculos.

El problema de la circulación de los productos culturales entre las clases bajas y las altas será constantemente abordado, comenzando por el primer capítulo, dedicado a indagar en la relación entre oralidad popular y cultura impresa. La producción, recepción, circulación y reapropiación de las obras se analizarán de forma detallada sobre la base de las fuentes documentales disponibles. El criollismo será estudiado en los usos políticos disidentes, incluso subversivos, de los que fue objeto. La dimensión étnico-racial de las visiones de lo popular que habilitó será absolutamente central en el recorrido de este libro. El análisis de las referencias a lo gaucho permitirá entender mejor el modo en que las clases populares procesaron la llegada masiva de inmigrantes y la enorme heterogeneidad de los orígenes étnicos y los aspectos físicos que trajo aparejada. En relación con estas cuestiones, las páginas siguientes también harán foco en las visiones disidentes acerca de la historia nacional que el criollismo popular canalizó con independencia de, y antes que, el revisionismo histórico de los intelectuales.

La obra concluye con los capítulos dedicados al período peronista, época en la cual los mensajes que el criollismo popular traficaba de manera aludida o indirecta se politizan y se vuelven más explícitos. Las conclusiones ofrecen algunas conjeturas sobre la deriva del criollismo en la segunda mitad del siglo XX y un nuevo marco interpretativo para analizar su significado como fenómeno cultural. Y dejan lugar a algunas discusiones más teóricas, especialmente la que tiene que ver con la productividad intelectual de las clases bajas y con otra cuestión incluso más densa: el carácter dislocado de los procesos de formación de las naciones en espacios periféricos como el argentino.