Cubierta

MARÍA LUZ GONZÁLEZ MEZQUITA
Editora

SOCIEDAD, CULTURA Y POLÍTICA EN EL ANTIGUO RÉGIMEN

Prácticas y representaciones en la monarquía de España

Editorial Biblos

SOCIEDAD, CULTURA Y POLÍTICA EN EL ANTIGUO RÉGIMEN

Los trabajos reunidos en este libro están conectados por una coordenada común: la historia sociocultural de la política. Política y cultura pueden parecer distantes en una primera mirada, pero la interacción de ideas y valores con las necesidades de los poderes políticos resulta un campo fundamental para la mejor comprensión de las sociedades modernas.

Desde orientaciones diferentes y con metodologías diversas, los autores que colaboran en la primera parte de esta obra estudian la guerra de sucesión española y los tratados de paz que le pusieron fin. La segunda parte está dedicada a problemas sobre prácticas, actores y representaciones en la sociedad del Antiguo Régimen en el ámbito de la monarquía de España.

 

 

María Luz González Mezquita es profesora de Historia Moderna y directora del Grupo de Investigación en Historia de Europa Moderna en el Departamento de Historia Moderna (CEHIS) de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Miembro correspondiente en Argentina de la Real Academia de la Historia de Madrid. Se doctoró en la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido profesora invitada en universidades argentinas y del exterior. Sus investigaciones se centran en manifestaciones de la cultura política moderna, con referencia especial a la opinión pública y la propaganda. Organiza con frecuencia bianual los Coloquios Internacionales de Historiografía Europea desde 1994, y ha sido responsable de la edición de sus resultados. Son de su autoría obras y artículos publicados en el país y en el exterior; entre ellos, Oposición y disidencia en la Guerra de Sucesión española. El Almirante de Castilla (2007). Es directora de la Red de Historia Moderna y de Magallánica. Revista de Historia Moderna.

 

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Introducción

María Luz González Mezquita
Universidad Nacional de Mar del Plata-RAH (MC)

Este libro surgió como una iniciativa para reunir los trabajos de quienes participaron en X Coloquio Internacional de Historiografía Europea-VII Jornadas de Estudios sobre la Modernidad Clásica los días 27, 28 y 29 de noviembre de 2013, que tuve el gusto de coordinar, en la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP) en mi calidad de directora del Grupo de Investigación en Historia de Europa Moderna de la Facultad de Humanidades (UNMDP) (http://www.redhistoriamoderna.com.ar/grupo-de-investigacion). Partiendo del panel organizado en la reunión a propósito de la conmemoración que tuvo lugar sobre los tratados de Utrecht, se fue enriqueciendo con trabajos pertenecientes a destacados investigadores que enviaron sus contribuciones sobre otras temáticas con buena disposición y generosidad.

Los estudios aquí reunidos tienen metodologías y orientaciones diferentes, pero están unidos por coordenadas relativas a una historia sociocultural de la política. El primer conjunto de aportaciones se centra en la guerra de sucesión española y los tratados de paz que le pusieron fin. El segundo se dedica a problemas sobre prácticas, actores y representaciones en la sociedad del Antiguo Régimen en el ámbito de la monarquía de España. Política y cultura pueden parecer distantes en una primera mirada, si se entienden como diferentes áreas de la experiencia humana. Sin embargo, la interacción de ideas y valores con las necesidades de los poderes políticos resulta un campo fundamental para la mejor comprensión de las sociedades modernas.1

En la actualidad, parecería existir un consenso para aceptar que la perspectiva cultural constituye uno de los niveles de la experiencia social frecuentados con asiduidad en la historiografía especializada, sin que esta afirmación impida la presencia de algunas dificultades con respecto a la metodología y a la identificación de los objetos para su estudio empírico. En este contexto, el dominio de lo simbólico constituye a partir de la historia de la cultura un campo privilegiado para el ensayo de las más recientes propuestas de diálogo entre la historia y las otras ciencias sociales. Significativamente, en el seno de la comunidad historiográfica, son los historiadores que se dedican al análisis cultural los que denotan un mayor interés para discutir las condiciones y los límites del saber que producen. Resultan de especial utilidad en estas investigaciones las herramientas que ofrecen la historia cultural de lo social (Roger Chartier)2 y la historia cultural (Peter Burke),3 que nos han animado desde hace algún tiempo a proponer una aproximación a diferentes procesos a partir de una historia sociocultural de la política.4 Uno de los campos de investigación que ha manifestado un amplio desarrollo ha sido el de la “cultura política”, entendida en el sentido definido por Lynn Hunt: en especial, los valores, expectativas y reglas implícitas que expresaron y dieron forma a intenciones y acciones colectivas.5

La historia diplomática del Antiguo Régimen sufrió durante algún tiempo, tanto como la historia política, un abandono por parte de los historiadores franceses a diferencia de los anglosajones o alemanes, dejando el primer lugar en el interés para el estudio de las estructuras sociales y económicas hasta que se produjo la renovación de la nueva historia francesa.6 En la actualidad, las preguntas sobre las relaciones internacionales permiten comprender y superar el simple relato de los acontecimientos europeos, para descubrir la evolución y las permanencias en la vida internacional y comprenderlas en una dimensión espacial y temporal.7 Las apuestas políticas se relacionan con las identidades de los diferentes países, pero podrían reagruparse de acuerdo con dos perspectivas: por una parte, la búsqueda de la gloria para las casas soberanas y, por otra, la defensa o la extensión de sus territorios. También son objeto de consideración en diferentes niveles los intereses comerciales y económicos8 en un marco de proyecciones atlánticas o mejor… globales. Las guerras son una condición esencial en las que intervienen diferentes medios, formas, consecuencias y enfrentamientos entre ejércitos y armadas. Los diplomáticos y sus instrumentos cumplen un papel cada vez más importante, pasando de las negociaciones puntuales a las embajadas permanentes.9

En este contexto toman protagonismo en la modernidad una serie de transformaciones que anticipan los cambios que generarán nuevos espacios culturales. Junto al mundo de la vieja cultura centrada en las cortes y la representación de la autoridad monárquica, emerge lentamente una cultura política pública.10 En relación con los tratados de Utrecht (1713) se comprueba la existencia de una activa publicística y tratadística. Los textos se dirigen a distintos públicos y forman racimos y redes textuales que deben ser decodificadas para descubrir sus referencias muchas veces ocultas. Es importante descubrir cómo el lenguaje se utilizaba para dar forma a políticas que apelan a una opinión pública. Al mismo tiempo, analizar las características del discurso político, sus técnicas de argumentación, así como definir los perfiles de autores y lectores que completan el paisaje de la escena pública.

Historiadores y otros cientistas sociales han estado divididos entre los que ven el Antiguo Régimen como un período definido por la monarquía y su política, con centro en la corte, y aquellos que entienden que la política o, mejor, lo político debería considerarse en un sentido más abarcador que incluya todos los actores sociales y las interacciones que producen sus discursos y acciones.11 Los debates generados por estas relaciones en diferentes contextos cronológicos y espaciales han dado lugar a interpretaciones controvertidas por parte de diferentes corrientes historiográficas. Los estudios para desvelar la naturaleza y conformación de la monarquía de España han dado como resultado diversas conceptualizaciones, como Composite Monarchies, Polycentric Monarchies, o los que se vinculan con la articulación de sus territorios: “historia atlántica”, “historia global”, Connected Histories y Entangled Histories.12 Al mismo tiempo, la problematización de los conceptos “Estado moderno”, “imperio” y “monarquía” ha posibilitado profundizar en la aplicabilidad de categorías tradicionales y permitido nuevas lecturas sobre lo político en el Antiguo Régimen con interesantes proyecciones comparativas.13

La organización de la sociedad del Antiguo Régimen se basaba en la agregación superpuesta de una serie de corporaciones sociopolíticas y religiosas que agrupaban de forma compleja a la población. Las relaciones entre estos grupos y el rey definían las interacciones entre los integrantes de la monarquía y la configuración de sus identidades complejas. Por otra parte, las redes de relaciones, circulaciones e intercambios de actores y bienes materiales e inmateriales entre los territorios de la monarquía también han sido objeto de numerosos estudios con diferentes perspectivas. En este sentido, los aportes recientes sobre el papel desempeñado por las elites14 como agentes oficiales o intermediarios informales en los procesos que se proyectan desde los siglos XVI al XIX deben ser destacados por su contribución a las discusiones sobre la construcción del “absolutismo”15 y del llamado “Estado moderno”.16 No menos significativos resultan los estudios sobre los reclamos de los súbditos para que el monarca reconozca sus méritos17 y les conceda en consecuencia un premio a las acciones de su cursus honorum. Estas investigaciones han puesto de relieve relaciones entre los actores sociales que permiten suponer la existencia de procesos de consenso, negociación o convención18 como claves para intentar una explicación sobre el funcionamiento y la efectividad del poder real en territorios que integraban la monarquía de España. La participación de las mujeres y su papel activo, hasta hace poco tiempo minimizado, muestran su papel como dinamizadoras de los procesos de cambio.

La guerra de sucesión española y la Paz de Utrecht

Joaquim Albareda propone un análisis sobre el marqués de Brancas, para profundizar el conocimiento de un momento particularmente conflictivo entre el 15 de junio de 1713 y el 31 de marzo de 1714 en el que se desempeñó como enviado extraordinario de Luis XIV en la corte de Madrid. Su estancia sería informada en su correspondencia dirigida al marqués de Torcy, secretario de Estado francés. En Madrid su primera misión fue lograr que Felipe V firmara y ratificara los tratados acordados por Luis XIV con Saboya, Portugal y Holanda. El conocimiento de Albareda en cuanto a la guerra de sucesión española permite un aprovechamiento preciso y articulado de las fuentes utilizadas para demostrar las dificultades que enfrenta Brancas, sobre todo en el acuerdo con Holanda que incluía la disposición de un territorio que debía convertirse en principado para la princesa de los Ursinos.

Agustí Alcoberro analiza la decisión de los catalanes de continuar la “defensa a ultranza” de sus territorios tras ser abandonados por los aliados en la Paz de Utrecht. Esta medida sorprendió a las cortes y a la opinión pública de toda Europa mientras, para los Borbones, los catalanes eran considerados rebeldes contumaces. Por su parte, en Inglaterra se desarrolló una poderosa “guerra de papeles” que enfrentó al gobierno tory y a la oposición whig. También en Barcelona se imprimieron un gran número de textos políticos que justificaban la resistencia, como el Despertador de Catalunya o Lealtad Catalana, además de una Gaceta de Barcelona. Sin embargo, la estructura de gobierno que se hizo cargo de la organización de la defensa de Cataluña entre julio de 1713 y septiembre de 1714 no ha sido objeto de muchas reflexiones entre los historiadores. Esto fundamenta que el autor considere necesario realizar una doble reflexión. Por una parte, sobre la estructura y el funcionamiento del poder en la Cataluña austracista del último sitio de Barcelona. Por otra, sobre la relación que se estableció entonces entre poder civil y poder militar.

José Manuel de Bernardo Ares propone una reflexión sobre las publicaciones y reuniones científicas que se dedicaron al tema de la guerra de sucesión española y la Paz de Utrecht en los últimos años previos a la redacción de su artículo. Se trata de tres libros y de la celebración de cinco congresos, cuyos amplísimos y relevantes contenidos constituyen las más significativas aportaciones historiográficas sobre ese período estelar, que denominamos genéricamente “guerra de sucesión a la Corona española” (1702-1714). No intenta realizar una síntesis detallada de todas las anteriores aportaciones historiográficas, sino de destacar algunas cuestiones medulares, que ponen de manifiesto la significación de estos primeros años del siglo XVIII, tanto en las relaciones internacionales como en los problemas internos de cada país, siguiendo un criterio estructural según el cual se relacionan estrechamente las dimensiones sociales, económicas, políticas y culturales. También se encarga de reconocer que su propósito no es exhaustivo y destaca la importante producción sobre este tema por parte de otros autores que realizaron magistrales contribuciones historiográficas.

Miguel Ángel Melón Jiménez examina cómo Gibraltar se convirtió en un problema comercial de incalculables proporciones que provocaba un daño sustancial a la Hacienda, en cuanto marcaba la aparición de una nueva frontera ante una potencia hostil y cómo tal frontera iba a condicionar a partir de entonces el tejido socioeconómico de su entorno, así como la vigilancia de cuanto entraba o salía del Mediterráneo hacia el Atlántico. El artículo X del Tratado de Utrecht el 13 de julio de 1713 le asignaba la condición de fortaleza en territorio español, ocupada y guarnecida por una potencia extranjera (Gran Bretaña). Comenzaba así una historia a tres bandas en la que Gibraltar, convertido en colonia bajo soberanía inglesa, pasaría a ser una de las claves de las relaciones entre España y Gran Bretaña, alternándose en ellas los momentos de fricción militar con otros de intensa actividad diplomática, pero siempre encaminados a un doble propósito: Gran Bretaña perseguirá mantener y afianzar esta posición estratégica, mientras que España perpetuará su empeño por recuperar la integridad territorial arrebatada. Uno de los mayores problemas no resueltos y derivados de la cesión establecida en Utrecht radicaba en la delimitación de su frontera.

José Miguel Delgado Barrado destaca el papel de Menorca en el contexto del Mediterráneo para señalar que no es una “isla aislada” del resto de estrategias geopolíticas de grandes y medianas monarquías como Inglaterra, Francia, Austria; o de pequeños estados como Toscana, Nápoles y Cerdeña. Un elemento más que complejiza estas proyecciones se ubica en la relación de Menorca con el contencioso de Gibraltar desde la guerra de la sucesión –guerra nacional e internacional– hasta el Tratado de Aquisgrán en 1749 o Amiens en 1802, y las diversas vías de negociación –canjes, permutas y compras–, y los conflictos para su recuperación –proyectos de reconquista, expediciones militares, proyectos para la defensa y control del territorio con fundación de lugares y villas–. El autor presenta como objetivos examinar cómo afectó el contexto local e internacional a las transformaciones urbanas del entorno del castillo de San Felipe utilizando una sugerente cartografía que le permite analizar problemas espaciales y su impacto en los actores sociales de la época.

María Victoria López-Cordón Cortezo propone un análisis de los tratados de Utrecht que ponen fin a la guerra de sucesión española y los define como un conflicto internacional que constituye uno de los grandes hitos de la historia europea ya que sobre ellos se construye buena parte de lo que serán las líneas de actuación de los grandes Estados durante todo el siglo XVIII. La ciudad de Utrecht fue elegida como sede de la conferencia y, por esta condición, debió prepararse para recibir un número todavía indeterminado de negociadores con sus respectivos séquitos, más los visitantes añadidos y una variedad de personas que solían acudir atraídas por este tipo de reuniones en los que no faltaban incidentes. Pero ni los intereses encontrados ni las dificultades lingüísticas impidieron que en Utrecht, durante los largos meses que duró el congreso, se desarrollara una activa vida social a la que se presta especial atención en el caso de la representación española.

Remedios Ferrero Micó sostiene que la guerra de sucesión fue el pretexto utilizado por el absolutismo borbónico para desarrollar sus proyectos de centralización y homogeneización. Los cambios se apoyaron en un nuevo modelo político-administrativo siguiendo las pautas francesas y consagraron en España la nueva orientación europea, basada en los principios de unidad, centralización y tecnificación, sobre todo al modelo administrativo y fiscal conocido como pays d’imposition, que es el que no goza de ningún grado de autonomía ni de privilegios, aplicado a la Corona de Aragón. Valencia perdió sus fueros; si bien en materia civil tanto Aragón como Cataluña y Mallorca mantuvieron las leyes municipales propias y en materia criminal las castellanas, en el caso valenciano tanto las leyes penales como las civiles debían ser las castellanas. El proceso de unificación modificó la variedad secular del derecho que respetó las normas privadas, con la excepción del Reino de Valencia. En materia eclesiástica y de señoríos, siguen rigiendo las antiguas leyes y cartas de población.

Linda Frey y Marsha Frey realizan un análisis sobre el mundo de la diplomacia a propósito de la firma de los tratados de Utrecht para ponderar la configuración de una sociedad internacional con mecanismos y códigos de actuación particulares en los que la inmunidad diplomática estaba reforzada por un cuerpo de jurisprudencia y tradición. Los embajadores jugaban un papel central en los congresos, tal como se puso de manifiesto en Utrecht, Rastatt y Baden. En este teatro de Europa ciertos rituales perfeccionados por el uso y la tradición limitaron la guerra. En esta era, que podría definirse como un absolutismo cortesano, el embajador, respaldado por un código aristocrático y una emergente identidad corporativa, se encontraba involucrado en los rituales de esa sociedad cortesana. Estos agentes políticos estaban involucrados en una competencia por rango y prestigio, calculando cada movimiento con la intención de mejorar su posición y la del país que representaban. A comienzos del siglo XVIII, existía “una cultura diplomática con características distintivas” que era tanto “cohesiva” como “homogénea” y unificaba al mundo diplomático.

Marina Torres Arce plantea una aproximación a las problemáticas que evidencian la configuración en el conjunto social siciliano de iniciales posiciones de cuestionamiento, disconformidad u oposición al dominio borbónico del reino, en una fase temprana, pero muy significativa en la disputa dinástica. Lo realiza a través del análisis de algunas argumentaciones y acciones de naturaleza política. En concreto, el estudio se coloca en los meses que siguieron a la apertura del testamento de Carlos II y la aceptación de Felipe V del trono español. En el contexto de la disputa dinástica española y la posterior guerra internacional en la que se decidió quién ocuparía el trono de la monarquía española y el destino de sus territorios, el comportamiento político del reino siciliano se singularizó respecto de otros entornos histórica, social, política y culturalmente tan próximos como Nápoles, al mantenerse bajo el cetro de Felipe V hasta que los acuerdos de Utrecht lo concedieron a Saboya. Esta actitud ha merecido diferentes interpretaciones clásicas que minimizan el papel de las manifestaciones opositoras. Sin embargo, algunos estudios recientes han comenzado a esbozar un cuadro político más complejo para Sicilia.

El binomio opinión pública en cuanto categoría analítica aplicada al Antiguo Régimen ha sido objeto de numerosas reflexiones y profundos debates entre los especialistas. María Luz González Mezquita se interesa por las acciones españolas diseñadas para la invasión de Cerdeña y por la estrategia desarrollada por el marqués de Grimaldo, como secretario de Estado, para influir en la opinión pública. Estas acciones consistieron en el envío de circulares a los representantes diplomáticos españoles en diferentes capitales (1717-1718). La difusión de los impresos analizados constituye una demostración de los intentos realizados por la Corona española para lograr la neutralidad –en este caso holandesa– y son una muestra de cómo el uso de la propaganda promovió la irreversible integración de la controversia política pública dentro de los procesos políticos de la época. En Inglaterra, la cultura política desarrollada después de la revolución era pública en el sentido de que los temas políticos fueron, cada vez más, objeto de debate en el ámbito público. También esta tendencia se daba en Francia o en España, aunque en diferente medida y con controles gubernamentales más evidentes.

Actores, prácticas y representaciones

Pablo Fernández Albaladejo, en consonancia con sus investigaciones previas, propone una reflexión, a propósito del itinerario entre “tinieblas y luces”, del concepto de imperio en los debates actuales sobre el orden político de los tiempos modernos, en los que parece decidido a mantener un lugar preeminente. La proliferación de obras que se ocupan del tema ha causado un desplazamiento del centro de las discusiones del concepto de Estado y su crisis con las consiguientes apreciaciones concomitantes debido a la proximidad de su contenido. Descentralización, desterritorialización, transnacionalismo, difuminación de la soberanía proclaman con mayor o menor claridad el fin del Estado soberano. Se analizan los diferentes posicionamientos recientes en la historiografía imperial y las críticas realizadas al paradigma estatalista de la modernidad, “crítica que, convergiendo con los supuestos de la historia conceptual alemana, ha propiciado un replanteamiento del orden político que precedió al momento estatal del siglo XIX”. La incorporación de nuevos elementos a estas consideraciones, tales como los procesos identitarios o ideológicos y las dimensiones espaciales y temporales en términos de interacciones múltiples, propician los estudios que se complejizan con enfoques comparados.

La posición de la casa de Austria hacia 1632 era difícil. Se hacía necesario recaudar fondos con urgencia frente al avance de los enemigos. José Ignacio Fortea Pérez realiza una investigación a partir de un plano comparativo para dilucidar cómo se trató de paliar la situación de la hacienda regia en Francia y España. En el último caso, era necesario contar con el aporte del clero, lo que implicaba negociaciones con la Santa Sede. A pesar de que no era una situación nueva, era evidente la enemistad de Urbano VIII con la casa de Austria. Por este motivo el rey pidió la opinión de sus consejeros sobre la mejor metodología para resolver la situación. También en Francia había necesidad de fondos, pero existían diferencias en cuanto a la causa que la provocaba, la autoridad a la que habían de acudir para que la solucionara y el medio que había que escoger para lograrlo. Se analizan las diferentes vías y los mecanismos utilizados para conseguir el consentimiento, tanto como las reacciones provocadas por la ofensiva fiscal de la Corona y el consiguiente reclamo por antiguos derechos y jurisdicciones que pudieron derivar en conflictos armados o en la búsqueda de ámbitos de consenso.

La Corona de Castilla necesitó movilizar y recompensar a sus súbditos debido a la falta de un auténtico ejército colonial para luchar contra los rebeldes españoles en las Indias. Gregorio Salinero se concentra en un centenar de expedientes con relaciones de méritos enviadas desde las Indias por diferentes actores sociales al rey entre las décadas de 1540 a 1560 La información que proporcionaban estas relaciones de méritos resultaban valiosas porque informaban sobre cuestiones que no se incluían en las investigaciones oficiales. Los relatos mezclan los esfuerzos de sus autores para luchar contra las insurrecciones y los reclamos o proyectos muchas veces desmedidos. Su objetivo era demostrar sus cualidades excepcionales en el servicio a la Corona y se apoyaban en características definidas: el solicitante pertenecía al círculo reducido de los primeros conquistadores de las Indias, había contribuido con sus propios medios y su persona a los esfuerzos militares realizados para ocupar territorios y consolidar la autoridad de la Corona, cuando tuvieron lugar las insurrecciones, y a pesar de sufrir dolencias físicas, se habían alistado en las tropas del rey.

José Luis Gómez Urdáñez se propone contribuir al esclarecimiento sobre las causas del castigo a Olavide a partir de su entrada en las cárceles secretas de la Inquisición en 1776. Se preocupa por desentrañar en esta compleja trama las relaciones entre la Inquisición y el rey para deslindar responsabilidades, y se centra en el período que va desde la derrota de Argel en julio de 1775 hasta la dimisión de Grimaldi a finales de 1777. Este período estuvo marcado por el conflicto entre los arandistas y los golillas y afectó profundamente al rey, abrumado por la campaña de pasquines desatada por el conde de Aranda y la conspiración que en el propio entorno regio organizaron sus partidarios. El autor aporta nuevas pruebas que ponen en evidencia que Olavide, amigo y protegido del presidente Aranda desde los tiempos del motín contra Esquilache, fue la víctima elegida por sus enemigos: el secretario de Estado Grimaldi y el gobernador del Consejo Ventura Figueroa y, como trasfondo, las maquinaciones del marqués de la Ensenada. Aparece así, una vez más, la dialéctica oposición y poder, plebeyos y aristocracia presente en el siglo.

Un sugestivo juego de palabras y colores aludidos en el título de su trabajo permite a Gloria Franco Rubio diseñar su trabajo para mostrar el largo y sinuoso camino, marcado por frecuentes altibajos, pequeños avances y numerosos retrocesos, que llevó a las mujeres a marcar importantes hitos en el transcurso de la historia que, a la postre, serían determinantes a la hora de poder alcanzar su emancipación. Así presenta el tema la autora para centrarse en momentos puntuales de la sociedad del Antiguo Régimen en que singulares mujeres –las denominadas preciosas en el siglo XVII y las salonières de la siguiente centuria– pudieron brillar con luz propia en determinados movimientos culturales y escenarios políticos caracterizados por la fuerte presencia masculina donde desempeñaron un importante papel como impulsoras y mediadoras. Podría considerarse que fueron ellas las que impusieron el ritmo y la dinámica a un proceso civilizatorio que trajo consigo la transformación de las costumbres, el triunfo de los buenos modales y el nacimiento del buen gusto, haciendo posible el triunfo de la mundanité y la aparición de la sociedad mundana.

Guadalupe Gómez-Ferrer Morant realiza algunas reflexiones sobre la historiografía de la historia de las mujeres, señalando las fases por las que transita desde su nacimiento hasta consolidarse en la actualidad como un sector puntero de la historiografía. En primer lugar se abordan sus inicios, para desarrollar luego la trayectoria epistemológica que ha recorrido, sin descuidar los temas que han atraído el interés de las investigadoras para finalizar con algunas consideraciones a modo de balance. Destaca la preocupación por el nacimiento y desarrollo de la historia de las mujeres en España, focalizando en la producción de esta historiografía y su contexto de producción y subrayando el paso de la historia social a la historia sociocultural. En todos los casos se privilegia la relación de la historiografía española con la internacional y la presencia de las tendencias interdisciplinares. Se valorizan las diferentes líneas de investigación, así como sus proyecciones y las expectativas que despiertan en la historiografía reciente.

El trabajo encabezado por Cecilia Lagunas y Marcela Correa Barboza, con la colaboración de Griselda Negri y Gonzalo Granara, efectúa una ponderación a propósito de la utilización de las Alegaciones en derecho (porcones). Tocante a Mayorazgos, vínculos, hidalguías, genealogías y títulos nobiliarios, para estudiar la naturaleza de los conflictos sucesorios que por los bienes vinculados (mayorazgos) llevaron adelante las familias/casas/linajes de los grupos sociales de la elite de poder, en los siglos XVI y XVII. Esta documentación también permite dilucidar las normas estatuidas sobre la sucesión –de varones y mujeres de las familias enfrentadas– en los bienes patrimoniales. Por otra parte, es de utilidad para analizar las formas y los modos en que algunas mujeres de estos grupos sociales privilegiados, instituidas en cabezas de familias, pleitearon –procuradores de por medio– en los tribunales del reino desarrollando estrategias para conservar el conjunto de los bienes patrimoniales unidos y evitar su dispersión o pérdida, que es, de alguna manera, conservar privilegios y honores para sí y su grupo familiar.

Agradezco la colaboración de Facundo García en las etapas finales del proceso de edición. Debo y quiero agradecer, en especial, la generosidad y paciencia de los prestigiosos autores que participan en este volumen. En primer lugar, por su disposición para integrar este conjunto de trabajos y prestar atención a nuestra convocatoria. En segundo lugar, por su respaldo en el largo proceso que llevó (por restricciones presupuestarias ajenas a nuestra voluntad) a posponer –en varias oportunidades– esta publicación. Las dificultades hacen pertinente nuestro reconocimiento a tantos y tan destacados investigadores por el desinteresado acompañamiento a nuestros propósitos. Amicitia et perseverantia omnia vincit.

1. P. Mack y M.C. Jacob (eds.), Politics and Culture in Early Modern Europe: Essays in Honour of H.G. Koenisberger, Cambridge University Press, 1987, I.

2. R. Chartier, El mundo como representación, Barcelona, Gedisa, 1992.

3. P. Burke, “Fortalezas y debilidades de la historia cultural”, Magallánica. Revista de historia moderna, 1, 1, 2014, 5-19.

4. M.L. González Mezquita, Oposición y disidencia nobiliaria en la guerra de sucesión española: el almirante de Castilla, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2007.

5. L. Hunt (ed.), The New Cultural History, Berkeley, University of California Press, 1989. Este binomio conceptual ha sido objeto de diversas interpretaciones. M.A. Cabrera, “Presentación: más allá de la historia social”, en M.A. Cabrera (ed.), Más allá de la historia social, Ayer, 62, 2006, 11-17. K.M. Baker, “El concepto de historia política en la reciente historiografía sobre la Revolución Francesa”, Ayer, 62, 2006, 89-110. K.M. Baker, “Politique et opinion publique sous l’Ancien Régime”, Annales ESC, enero-febrero de 1987, 41-47.

6. L. Frey y M. Frey, “The olive and the horse: The Eighteenth-Century culture of diplomacy”, en R.E. de Bruin, C. van der Haven, L. Jensen y D. Onnekink (eds.), Performances of Peace: Utrecht 1713, Leiden, Brill, 2015, 25-39.

7. J. Elliott, Imperios del mundo atlántico: España y Gran Bretaña en América, 1492-1830, Madrid, Taurus, 2006.

8. L. Bély, “Behind the stage: The global dimension of the negotiations”, en R.E. de Bruin, C. van der Haven, L. Jensen y D. Onnekink (eds.), Performances of Peace: Utrecht 1713, 40-52 (40-41).

9. L. Bély, Les relations internationales en Europe (XVIIe.-XVIIIe. siècles), París, PUF, 1992, XIX-XXIII. L. Bély, “La diplomatie européenne et les partages de l’empire espagnol”, en A. Álvarez-Ossorio, B.J. García García y V. León, La pérdida de Europa, Madrid, Fundación Carlos de Amberes, 632-652. L. Bély, “Une nouvelle histoire diplomatique”, en L. Bély (dir.), L’art de la paix en Europe: naissance de la diplomatie moderne, París, PUF, 2007, 483-501 (disponible en https://www.cairn.info/l-art-de-la-paix-en-europe--9782130553656-page-483.htm).

10. M. Rospocher, “Beyond the public sphere: A historiographical transition”, en M. Rospocher (ed.), Beyond the Public Sphere: Opinions, Publics, Spaces in Early Modern Europe, Bolonia, Il Mulino-Duncker & Humblot, 2012.

11. P. Rosanvallon, Por una historia conceptual de lo político, Buenos Aires, FCE, 2003.

12. Sobre Composite Monarchies, vide J. Elliott, “A Europe of composite monarchies”, Past and Present, 137: The Cultural and Political Construction of Europe, noviembre de 1992, 48-71. F. Eissa-Barroso y A. Vázquez Varela (eds.), Early Bourbon Spanish America: Politics and Society in a Forgotten Era (1700-1759), Leiden, Brill, 2013. I. Escamilla, M. Souto y G. Pinzón (coords.), Resonancias imperiales: América y el Tratado de Utrecht de 1713, Universidad Autónoma de México, 2015. Sobre la genealogía del concepto “monarquías compuestas”, H. Koenisberger, “Dominium regale or dominium politicum et regale”, Politicians and Virtuosi: Essays on Early Modern History, Londres, Hambledom, 1986. C. Russell y J. Andrés-Gallego (dirs.), Las monarquías del Antiguo Régimen: ¿monarquías compuestas?, Madrid, Complutense, 1996. Sobre Polycentric Monarchies, vide P. Cardim, T. Herzog, J.J. Ruiz Ibáñez y G. Sabatini (eds.), Polycentric Monarchies: How Did Early Modern Spain and Portugal Achieve and Maintain a Global Hegemony?, Brighton, Sussex Academic Press, 2012. Sobre Connected Histories y Entangled Histories, vide E. Gould, “Entangled histories, entangled worlds: The English-speaking Atlantic as a Spanish periphery”, American Historical Review, junio, 2007, 764-786. A. Potofsky, “New perspectives in the Atlantic”, History of European Ideas, 34, 4, 2008, 383-388. D. Washbrook, “From comparative sociology to global history: Britain and India in the Pre-History of Modernity”, Journal of Economic and Social History of the Orient, 40, 4, 1997, 410-443. B. Bailyn, Atlantic History: Concept and Contours, Cambridge, Harvard University Press, 2005. S. Subrahmanyam, Mondi connessi: la storia oltre l’eurocentrismo (secoli XVI-XVIII), Roma, Carocci, 2014.

13. Nos referimos, entre otros, a los trabajos de P. Fernández Albaladejo, Fragmentos de monarquía: trabajos de historia política, Madrid, Alianza, 1993. B. Clavero, Tantas personas como Estados: Por una antropología política de la historia europea, Madrid, Tecnos, 1986. A. Hespanha, Vísperas del Leviatán: instituciones y poder político, Portugal, siglo XVII, Madrid, Taurus, 1989. R. Mackay, The Limits of Royal Authority: Resistance and Obedience in Seventeenth-Century Castile, Cambridge University Press, 1999.

14. B. Yun Casalilla (dir.), Las redes del Imperio: elites sociales en la articulación de la monarquía hispánica, 1492-1714, Madrid, Marcial Pons, 2009. J.M. Imízcoz Beunza, “Las relaciones de patronazgo y clientelismo: declinaciones de la desigualdad social”, en J.M. Imízcoz Beunza y A. Artola Renedo (coords.), Patronazgo y clientelismo en la monarquía hispánica, siglos XVI-XIX, Bilbao, Universidad del País Vasco, 2016, 19-42.

15. H. Duchardt, La época del absolutismo, Madrid, Alianza, 1992. R. Asch y H. Duchhard, El absolutismo (1550-1700), ¿un mito?: revisión de un concepto historiográfico clave, Barcelona, Idea-Books, 2000.

16. Vide notas de esta introducción 12 y 13.

17. G. Salinero, Hombres de mala corte: rebeliones y gobierno de las Indias de Castilla, segunda mitad del siglo XVI, Madrid, Cátedra, 2017. G. Salinero, M.Á. Melón Jiménez (dirs.), Le temps des listes: representer, savoir et croire à l’epoque moderne, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura, 2018.

18. J-P. Dedieu, Après le roi: essai sur l’effondrement de la monarchie espagnole, Madrid, Casa de Velázquez, 2010. Vide también el concepto de ficción en E. Morgan, La invención del pueblo: el surgimiento de la soberanía popular en Inglaterra y Estados Unidos, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006 [1988].

Menorca en el contexto de Utrecht:
transformaciones urbanas en torno al castillo de San Felipe (finales del siglo XVII-1713)

José Miguel Delgado Barrado
Universidad de Jaén

Menorca en el contexto del Mediterráneo

Menorca, en el contexto del Mediterráneo, no es una “isla aislada” del resto de las estrategias geopolíticas de grandes y medianas monarquías como Inglaterra, Francia, Austria; o de pequeños estados como Toscana, Nápoles y Cerdeña.

La presencia inglesa en puertos francos como Livorno y Marsella, los cambios de alianzas entre los Estados y de los centros militares, como la importancia que adquirió Malta en las campañas napoleónicas de Egipto en 1798, o el auge de Palermo a partir de 1799,1 tras la decisión de Horacio Nelson de trasladar de Mahón el centro del Cuartel General de la Armada inglesa,2 fueron solo unas de las últimas teselas de un mosaico mucho más complejo.

A estos elementos se suma el complejo panorama de enmarcar el asunto Menorca con el contencioso de Gibraltar desde la guerra de sucesión –guerra nacional e internacional– al Tratado de Aquisgrán en 1749 o Amiens en 1802, y de las diversas vías de negociación –canjes, permutas y compras– y los conflictos para su recuperación –proyectos de reconquista, expediciones militares, proyectos para la defensa y control del territorio con fundación de lugares y villas–.

Desde un plano más cercano, la isla de Menorca sufrió durante el siglo XVIII los avatares de las consideradas fronteras dinámicas del Imperio: consolidación de un espacio fronterizo dinámico, flexible y cambiante por los sucesivos y, casi continuados, cambios de dominio entre España, Inglaterra, Austria y Francia.

La cronología de los acontecimientos es bien conocida por la historiografía y es básica para comprender los cambios de dominio y estrategias, que afectaron de forma decisiva al paisaje urbano, objetivo de nuestro estudio.3

La presencia extranjera en Menorca fue constante y continuada entre finales del siglo XVII y a lo largo del siglo XVIII. Casos como los ingleses tienen cronologías en torno a 1663; o los bombardeos de los franceses en 1692.4 Durante la guerra de sucesión se alternaron tropas españolas y francesas, más evidentes a partir de 1705, para controlar las insurrecciones internas o la presencia de ejércitos enemigos,5 hasta la llegada de los ingleses, al frente de Stanhope, el 14 de septiembre de 1708.6 Durante los primeros meses de 1708 y hasta las negociaciones previas de Utrecht la ambigüedad entre soberanía inglesa o austríaca fue una constante.7 Presencia inglesa que oficialmente se consolidó el 13 de julio de 1713, en torno a los tratados de Utrecht.8

La presencia inglesa entre 1713 y 1756 fue una realidad, hasta la invasión francesa del 18 de abril de 1756,9 dentro de las iniciales operaciones militares de la Guerra de los Siete Años.10 Entre 1756 y 1763 el dominio de Menorca estuvo en manos francesas, hasta la Paz de París de 1763, que fue devuelta a los ingleses. El nuevo período inglés, entre 1763 y 1783,11 dio paso a la invasión de las tropas españolas de 1781, cuya victoria se consolidó el 4 de febrero de 1782 y que detentó el dominio efectivo por el Tratado de Versalles de 1783. Dominio español entre 1783 hasta el 7 de noviembre de 1798, donde, una vez más, fue recuperada por los ingleses,12 que tuvieron su control hasta la Paz de Amiens de junio de 1802,13 que pasó, de nuevo, al dominio español.

En conclusión, en nuestra cronología de acontecimientos hemos prestado atención tanto a las fechas oficiales de declaración de dominio del territorio, mediante tratados internacionales, como a las del dominio efectivo, con la presencia de ejércitos y armadas, y sus respectivas victorias o derrotas. Esta realidad, normalmente, antecedía al control fijado por las fechas oficiales, y representa el verdadero pulso de las actuaciones político-militares en el paisaje urbano y rural de Menorca, lejos de las mesas de negociación europeas.

Vicisitudes políticas y transformaciones urbanas en torno a San Felipe

Nuestros objetivos serán tres. Primero, precisar en qué medida, grado e intensidad afectó todo este panorama político, tanto internacional como local, a las transformaciones urbanas al entorno del castillo de San Felipe. Segundo, atender a la cronología de las fuentes cartográficas consultadas –desde finales del siglo XVII hasta la confirmación oficial de la posesión inglesa de Menorca en los tratados de Utrecht de 1713–. Y, por último, visualizar conjuntamente algunos elementos visibles e invisibles de espacios habitados de forma permanente, intermitente o espontánea, como campamentos, edificios, casas, arrabales, “burgos” y “villas”.14

Los principales protagonistas y sufridores de los avatares históricos fueron los habitantes de la isla de Menorca, y de forma especial los de Mahón y arrabales de San Felipe, aquellos relacionados con el ámbito de nuestro estudio. Población nada desestimable habida cuenta de los datos que aportan las distintas fuentes documentales o historiográficas durante el siglo XVIII.

En 1689 se calculaba la población del arrabal del castillo de San Felipe en unas tres mil almas.15 Según el comandante y jefe ingeniero de la plaza de San Felipe, el inglés Peter Durand, la población del arrabal de San Felipe alcanzaba los 1761 habitantes hacia 1709.16 En 1738 se han calculado entre 400 y 500 vecinos.17 Ya por entonces se aprecia que la población dispersa se había concentrado en un espacio urbano ordenado, ya que estaba “dispuesta con mucho orden como representa su plano en grande”. En 1748 el gobernador William Blakeney censó la población total de Menorca en 20.815 habitantes, sin incluir clero y soldados británicos.18

En 1756, durante el cambio de dominio por ingleses y franceses, el arrabal se había convertido en un foco de atracción poblacional para las familias y dependientes de los militares, “cuya cercanía obliga a destruir varios molinos y una casa para obstruir el ángulo de mira de los cañones del fuerte”.19 Se llama la atención sobre las calles rectilíneas del arrabal de San Felipe y que las casas son peligrosas porque sirven para establecer una línea de fuego contra el castillo y fortaleza.20

En 1764 tenemos datos complementarios sobre el arrabal, gracias a los diversos planos de Mackellar, realizados tras el asedio francés de 1756.21 En el primero de ellos describe con detalle las características del arrabal de San Felipe: 942 viviendas, más de 3000 habitantes, 60 piezas urbanas, traza más regular según la modernidad de las construcciones (lógicamente también porque los orígenes del arrabal estaban ubicados en el este y la moderna expansión avanzaba al oeste).22

En los censos de Floridablanca y Godoy, realizados entre 1786-1787 y 1797 respectivamente, Menorca aparece como una isla densamente poblada. En los casos de Mallorca y Menorca, frente a Ibiza,23 la población estaba concentrada en grandes villas o ciudades.24 En Menorca dos tercios de la población ocupaban espacios urbanos superiores a los 5000 habitantes. En el caso de Mahón se superaban los 12.000 habitantes. Según apunta Miquel Casasnovas, el término de Mahón en 1797, incluido Es Castell (Real Villa de San Carlos a partir de 1782) y San Luis, sumaban 16.655 habitantes, el 54% de la población de la isla.25

En definitiva, es destacable la importancia urbana de Menorca, y concretamente del eje Mahón-San Felipe, y su número de habitantes, en el conjunto de la isla y en el conjunto de las islas Baleares. Por ello cualquier elemento que nos sirva para comprender mejor los acontecimientos nos permitirá conocer mejor la realidad actual del tejido urbano del castillo de San Felipe y alrededores.

Formación, demolición y traslación de los arrabales

La historia de Menorca desde finales del siglo XVII, bajo el reinado de Carlos II, y hasta el inicio de la primera posesión inglesa oficial de la isla a partir de Utrecht en 1713, nos ha dejado una multitud de elementos de estudio, que sirven para aproximarnos a la comprensión de cómo los cambios políticos, tanto internacionales, nacionales y locales, afectaron las ciudades, las villas, los barrios y arrabales menorquines.

El estado de nuestro conocimiento es el siguiente. Una de las primeras noticias que tenemos de la demolición del arrabal de San Felipe en el siglo XVII fue en 1679, justificada por la proximidad a las defensas del castillo. Hubo nuevas edificaciones en 1685, a unos 500 pasos de las anteriores. La demolición de este segundo arrabal se produjo a partir de 1708, cuando se amplió la fortificación del castillo y se desplazó el arrabal, aproximadamente a un kilómetro de distancia. Estamos asistiendo a los orígenes del denominado Arrabal Nuevo, lógicamente para diferenciarle del Arrabal Viejo o de los anteriores arrabales, en plural. Sin embargo, debemos detenernos en los detalles de esta sucesión de acontecimientos.

Los motivos de las demoliciones son variados. Casi desde las mismas fechas de construcción de San Felipe entre 1555-1558 aparecen asentamientos poblacionales anexos:

 

Junto al castillo se fue construyendo un poblado para los obreros y las compañías de las distintas villas de Menorca, que venían a contribuir con su trabajo al levantamiento del castillo. Estos edificios, al principio simples barracones, se fueron consolidando e incluso se construyó en él una ermita dependiente de la parroquia del castillo para prestar servicio religioso a los ciudadanos de esta villa militar, que se constituyó como dependencia del castillo, sustrayéndose sus pobladores a la Universidad de Mahón, lo que se convirtió en una fuente de discordias entre aquella villa y el Alcaide de San Felipe.26

 

Los primeros han sido definidos como “casuchas” y considerados como un asentamiento disperso de la población. Dicho esto, también se menciona el número de la población en torno a tres mil almas a la altura de 1689.27 Cifra nada desdeñable, como ya hemos señalado.

Durante el período que abarca todo el siglo XVII y hasta las primeras demoliciones de 1679 el principal motivo esgrimido fueron las ampliaciones del castillo de San Felipe. En el plano de 1666 del capitán Garcés, alcaide de San Felipe, se constata la estrecha relación entre castillo, nuevas fortificaciones y población. Francisco Fornals advierte sobre el plano que los señalados como “edificios” nos indican que “las casas del arrabal se aproximaban al castillo por sus costados e incluso se interponían entre fortificación y puerto dificultando los fuegos de sus armas”.28

Pero hay que advertir que en el plano se señalan estos “edificios” en torno al castillo, que yo supongo corresponden a edificaciones militares aunque tuviesen funciones habitacionales, en todo caso de uso mixto por militares y civiles, pero que también señalan espacios ocupados por “casas” y una “ermita”, se supone la ermita del Rosario, todo ello localizado más allá del glacis del castillo, presumiblemente donde luego aparecerá el arrabal y se expandirá la villa de San Felipe.

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