Catalogación en la publicación – Biblioteca Germán Bula Meyer
Gámez Rodríguez, Javier Enrique
Cazadores de nubes / Gámez Rodríguez, Javier Enrique. -- Primera edición. -- Santa Marta : Editorial Unimagdalena, 2020.
(Colección Humanidades y artes, serie: Literatura y estudios literarios)
ISBN: 978-958-746-245-6 -- 978-958-746-246-3 (pdf) -- 978-958-746-247-0 (epub)
1. Cuentos colombianos – Siglo XXI. I. Autor. II. Serie
Co863.5
CDD 23
Primera edición, enero de 2020
© UNIVERSIDAD DEL MAGDALENA
Editorial Unimagdalena
Carrera 32 No. 22 - 08
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Colección Humanidades y artes, serie: Literatura y estudios literarios
Rector: Pablo Vera Salazar
Vicerrector de Investigación: Ernesto Amarú Galvis Lista
Coordinador de Publicaciones y Fomento Editorial: Jorge Enrique Elías-Caro
Diagramación: Luis Felipe Márquez Lora
Diseño de portada: Andrés Felipe Moreno Toro
Corrección de estilo: Diva Marcela Piamba
Santa Marta, Colombia, 2020
ISBN: 978-958-746-245-6 (impreso)
ISBN: 978-958-746-246-3 (pdf)
ISBN: 978-958-746-247-0 (epub)
DOI: 10.21676/9789587462456
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A mis padres
A mis hermanos
A mis amigos
Cazadores de nubes es una recolección de textos escritos durante la época universitaria del autor y su paso por el Taller Literario de la Universidad del Magdalena “Talium”.
Son textos de no ficción que representan y recrean la realidad del Caribe de Colombia. Algunos cuentos, como “Cazadores de nubes” o “El mejor escritor de Norteamérica” han sobrevivido varias destrucciones a lo largo de los años. Otros, nacen a partir de algún suceso visto en algún periódico, como “Arcángel”. Un texto, tal vez el más largo, “La reina”, dio origen a otra serie de cuentos inéditos, con los mismos personajes como protagonistas.
Nunca había visto una muerte como esta durante mis treinta años trabajando como periodista. Me llegó un correo de un contacto de la Fiscalía para darme los detalles sobre un extraño caso. Encontraron a un hombre en su cuarto, con signos de haber sido ahogado; el cuerpo de 48 años fue hallado allí. Esto era a lo que me enfrentaba. El cuarto estaba húmedo y el resto de la casa se encontraba totalmente seco y no había rastros de haber cargado el cuerpo hacia adentro; era eso o cubrieron muy bien sus huellas. Mi primera hipótesis era la menos lógica: fue ahogado dentro del cuarto, pero ¿cómo?
Mientras redactaba la noticia, no dejaba de crear múltiples maneras de ahogarlo y luego dejarlo allí. En realidad, era muy difícil de creer […]
Sonó el teléfono.
—¿Héctor Gaviria?
—Sí, ¿qué noticias tiene para mí? —dije.
—Bueno, el hombre que murió por inmersión se llamaba Andrés Rojas; era dueño de una ferretería. —Oí cómo movía unas hojas— Al parecer, debía varias cuotas de la “vacuna” y tenía algunos enemigos encima. La mayoría lo quería extorsionar. ¿Necesita algún otro dato?
—No, así está bien. Me llamó en el momento preciso. Muchas gracias. —Colgué.
Redacté la columna y apagué el equipo. Salí de la oficina y me despedí de Rober —como le decían—, el de los tintos. Era el único que me caía bien acá y solo porque hacía un excelente café. Cuando iba a cruzar la acera, casi se estrellan tres mototaxis porque pensaban que me iba a montar en una.
Últimamente, en Pueblo Distante había hecho un calor de los mil demonios. Me refiero a que, si no hubiera tenido aire acondicionado en la oficina, hace rato me habría suicidado. Debía ser un delito andar en Pueblo Distante con demasiada ropa.
Ya en la casa decidí buscar en internet algún tipo de muerte parecida. Encontré dos enlaces relacionados. El primero trataba sobre unos muchachos que, literalmente, bajaban una nube y uno pagaba por eso. Su página en internet ofrecía varios tipos de servicios, pero su servicio bandera era el de “tipo romántico”. Se me hacía raro que una noticia como esa no tuviera cobertura a nivel internacional y más cuando se trataba de unos jóvenes de Pueblo Distante. No paraba de sorprenderme. En el segundo decía que unos meses después de haber montado esa rara empresa, se habían reportado muchos casos de “suicidios” y la mayor parte eran por inmersión. Si bien no daban muchos datos, creía que estaban directamente relacionados con lo que estaba sucediendo acá.
Al día siguiente en la oficina me llamaron.
—Héctor, te necesito ya en el barrio Las Tablitas. Ve con Quintana, él te llevará. —Colgó.
Me levanté del escritorio y lo busqué.
—Vamos rápido —le dije.
Nos subimos a su carro.
—Creo que este murió por hipotermia —dijo Quintana.
—¡Ja ja ja! No me creas tan marica. Acá nadie se ha muerto por hipotermia, ¡ni lo hará jamás! —Aunque en esos momentos no sabía qué creer.
—Bueno, entonces creo que debes verlo con tus propios ojos.
Cruzó a la izquierda, antes de llegar al parque Arigüaní. En el lugar me recibió de nuevo el sargento. Me empezó a contar los hechos.
—Es algo de ver para creer. Cuando lo hice, se me erizaron los pelos de los brazos y se me quitó el calor que tenía. Y hoy la temperatura debe estar a 50° C.
Pérez levantó la cinta y pasamos.
Le dije a Quintana que anotara todo lo que viera, que de las fotos me encargaba yo. Estaba casi medio pueblo afuera para ver qué podían observar desde allá y preguntando qué había pasado con don Eustaquio. Las motos bajaban la velocidad al ver el gentío y se acercaban a peguntar “¿A quién mataron?” y varias voces contestaban “Parece que al señor de la panadería. Murió de frío, o algo así” y continuaban con una carcajada.
La casa era pequeña. Llegamos al cuarto donde estaba el cadáver. El señor Eustaquio se notaba rígido y tenía una expresión de calma, como si aún estuviera durmiendo. La cama estaba empapada y había un vaso de agua, que aún tenía hielo, en la mesa de noche.
—Ehh […] El vaso estaba totalmente congelado cuando llegamos. De hecho, Héctor, al llegar, todo el cuarto estaba demasiado frío. Como si tuvieran aire acondicionado. —Dijo el sargento
— ¿Quién llamó a la policía? —pregunté.
—La hija. Dijo que se le hacía raro que su papá no se hubiese levantado a ayudarla con los panes. Él nunca había fallado una madrugada. Treinta minutos después del horario habitual se dirigió al cuarto. Llamó varias veces, pero al no recibir respuesta se decidió a tocar la perilla, la sintió fría y su mano rechazó esa sensación al contacto. Se había puesto nerviosa. Abrió la puerta de un tirón y una cortina de humo azul salió huyendo del cuarto. Ella gritó el nombre de su papá y entró en su búsqueda. Lo que encontró la dejó asombrada. —El sargento enmudeció, congelando las palabras. Miraba al muerto.
—Oiga, sargento, ¿está acá? —Chasqueé los dedos y volvió en sí— ¿Qué fue lo que encontró?
—El cuarto de su papá estaba […] ¡Totalmente congelado! El piso, las paredes, ¡Su papá! —Dijo el sargento
—¿Pero ¿cómo es posible? —dije.
—Aún no lo sabemos, Héctor, y que Dios nos guarde. —Se echó la bendición.
—Gracias por todo, sargento.
—Con gusto. Si sabemos algo antes de que publiques, te llamo. Váyanse rápido antes de que llegue la fiscalía.
—Te lo agradezco —dije.
Le tomé un par de fotos al cuarto y a don Eustaquio. Luego, entrevisté a la hija del difunto en caso de que supiera algo más de lo que me había dicho el sargento. Le pregunté si era víctima de extorsión o que si se había negado a algún pago de “vacuna”. Me dijo que sí, que él estaba en contra de eso. Siempre decía que ningún grupo al margen de la ley le iba a quitar parte del dinero que se ganaba con el sudor de su frente. Le agradecí, le di el sentido pésame y Quintana y yo salimos de ahí directo a la oficina.
Me senté y comencé a escribir lo que había acontecido desde la primera muerte extraña. Creía que aún faltaba más por investigar.
Miguel estaba revisando que todo estuviera en orden y lo último que quería era que sucediera lo mismo que en el encargo anterior. David no le había proporcionado suficiente helio al globo delantero y, como era de esperarse en estos casos, comenzaron a tener fallas en la cacería y tuvieron que aterrizar con la mitad de las nubes que tenían planeado atrapar ese día. El barco comenzaba a desbalancearse, se inclinaba de popa; así que Milena ordenó mover con cuidado las nubes hacia la proa, para equilibrar un poco y no tener mayores complicaciones. Ya tenían varios años de experiencia y no existían precedentes de esta rara, aunque bella, profesión, que, por su razón de ser nueva y práctica, todavía no se encontraba fundamentada en libros ni teorías. Sin embargo, se veían muy hostigados por empresarios, investigadores y curiosos excéntricos que se acercaban con promesas de darles cuantiosas sumas de dinero para que los dejaran entrar al equipo o simplemente para que se dejaran analizar por ellos a cambio de patrocinio, mejoras en sus equipos y toda clase de lujos. Milena siempre los ahuyentaba, era una mujer con un carácter demasiado agresivo y lo demostraba solo con el tono de su voz y la manera de mirarlos cada vez que se acercaban a la Casa-Trabajo, como le suelen llamar. Aunque muchos amaban esa labor que desempeñaba el equipo de Milena, contaban con muchos detractores, quienes criticaban los crímenes cometidos con los encargos que ellos traían, generalmente por personas que se hacían pasar como humildes y con planes de utilizar dichos encargos con fines productivos. Al contrario, estas personas llenaban de nubes el cuarto de las víctimas mientras dormían, cerraban la puerta desde el lado de afuera y no dejaban manera de escaparse; así, quien estuviera dentro del cuarto, moría ahogado. Al día siguiente encontraban el cadáver nadando en las ya precipitadas nubes. También estaban los que encargaban nubes de fácil conversión a neblina, de esa manera, sus víctimas morían congeladas y después los victimarios podían pasar a recoger la neblina esparcida. Este nuevo método era aplicado por grupos al margen de la ley, quienes vieron en él una nueva oportunidad de eliminar a sus enemigos sin ser atrapados por la autoridad, pues no estaba establecido que matar con una nube fuera un delito ya que no era considerada como un arma.
Desde la conformación del equipo, Milena vio como prioridad los encargos con fines productivos, como el uso de las nubes en forma de irrigación de plantas y proporción de agua potable para los animales de las fincas y el consumo humano, entre otros tipos de uso que se les pudiera ir ocurriendo a ellos o a sus clientes. También se encontraban los fines amorosos y era el de bajar nubes, llevarlas al taller, moldearlas de acuerdo con la forma establecida por el cliente, que por lo general era una rosa o un corazón, y se le podía hacer una inyección de alcohol para ir tomando de la nube en el encuentro romántico.
Al comienzo había mucho escepticismo sobre los beneficios de esta práctica y quienes comenzaron con los encargos fueron los de tipo romántico. Los pedidos fueron aumentando vertiginosamente a medida que transcurría el tiempo y todos veían con buenos ojos los resultados alcanzados por su equipo y los que utilizaban las nubes para beneficios comunes.
Hubo un grupo de personas que querían nubes que estaban en medio de tormentas eléctricas; brillaban con un color oscuro y los cazadores de nubes todavía no las habían estudiado. El dinero era demasiado y el equipo lo necesitaba para reparar el atrapa-nubes y hacer un cambio de máquinas por unas más modernas, necesarias para cubrir un mayor número de clientes y demorar menos en cada caza.