El pase antes del pase… y después

El pase antes del pase… y después
Finales de análisis

Irene Kuperwajs

Kuperwajs, Irene
El pase después del pase... y después : finales de análisis / Irene Kuperwajs. - 1a ed . - Olivos : Grama Ediciones, 2020.

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ISBN 978-987-8372-11-2

1. Clínica Psicoanalítica. I. Título.

CDD 150.195

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© Irene Kuperwajs, 2019

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Inscripción ley 11.723 en trámite

ISBN edición digital (ePub): 978-987-8372-11-2

A Sergio, por acompañarme

A Tomás y a Juan, por estar

Agradecimientos

A Eric Laurent, por haberme escuchado en mi deseo y orientarme generosamente en el proyecto de esta tesis, de manera tan enseñante.

A Graciela Brodsky, Directora de esta tesis, por sus sugerencias, siempre tan sutiles. Y por haberme acompañado hasta el final.

A Silvia Ons, Luis Tudanca y Jorge Asseff, jurados de lujo de mi tesis, por su lectura tan aguda.

A Xavier Esqué , quien aceptó inmediatamente escribir el Prólogo, por sus palabras.

A Esther Cohen, por alentarme tan decididamente y ayudarme con el mundo tesis.

A Alejandra Glaze, editora y amiga

A Agustín Federovisky, diseñador maravilloso de la tapa.

A mis compañeros de Cohorte, por compartir esta aventura fantástica que fue cursar la Maestría en el 2011-12.

A Gabriela Camaly, Osvaldo Delgado, Ennia Favret, y Elvira Dianno, por colaborar en mis búsquedas bibliográficas… y transformarlas de inhallables en realidad.

Prólogo

Nos encontramos ante un trabajo de tesis, por tanto de formato universitario, interesado por uno de los temas cruciales de la práctica psicoanalítica de orientación lacaniana como es el de los finales de análisis y el pase. No es habitual. Irene Kuperwajs lo ha hecho, y con solvencia, de un modo serio y preciso, tomando la perspectiva clínica, epistémica y política del asunto, como corresponde.

Empujada por la pregunta sobre el antes del pase ella hace un interesante recorrido que parte de Freud, continua con los post-freudianos hasta llegar al pase como tal instaurado por Lacan en 1967, y prosiguiendo en un después del pase hasta nuestros días, es decir tomando en cuenta décadas de experiencia de funcionamiento regular del dispositivo en las Escuelas de la AMP.

Esta fue una tesis construida, como nos cuenta Irene, a partir del encuentro con unas palabras de Jacques-Alain
Miller quien decía que en la historia del psicoanálisis, en cierto modo, ya había habido pase antes de que Lacan lo estableciera como dispositivo de su Escuela. Es decir que los finales de análisis, el psicoanálisis didáctico y la transmisión de la experiencia habían estado siempre presentes en la historia del psicoanálisis desde Freud. En efecto, son los dilemas relativos a las salidas del análisis didáctico los que anticipan el pase. Es en este sentido que el pase, tal como propone Miller y recoge Irene, podría explicarse como el reverso de la construcción del movimiento psicoanalítico.

¿Cómo se deviene analista? ¿Cómo adviene el deseo del analista? Son preguntas clave de la investigación, el paso de psicoanalizante a psicoanalista constituía al decir de Lacan, en la Proposición de 1967, una sombra espesa en la historia del movimiento psicoanalítico, sombra que con la invención y el posterior funcionamiento del dispositivo del pase Lacan se muestra decidido a disipar, a iluminar, al menos en parte.

El pase es una oferta de la Escuela que es apuesta de futuro, es una invitación a cada uno de los analistas que se orientan en la enseñanza de Lacan a que puedan dar cuenta de su experiencia analítica y de su final. Una invitación no es ninguna obligación, pero mentiríamos si no dijéramos que el pase y su transmisión es algo absolutamente necesario, incluso éticamente exigible si deseamos asegurar la pervivencia del discurso psicoanalítico en el mundo. La formación de un analista no puede quedar del lado de lo suficiente, como tampoco puede quedar del lado del semblante, como un hecho de discurso. Empujar el decir hasta cernir algo del real en juego es indispensable para seguir pensando la experiencia. En este sentido, el dispositivo del pase es un laboratorio que permite recoger las pruebas necesarias que verifican que la práctica psicoanalítica es una vía de acceso a lo real.

¿Y cómo finalizan los análisis? Tras años de experiencia del pase en las Escuelas de la AMP, éste nos sigue enseñando que, en efecto, se pueden recortar series de recorridos pero un final, como tal, no está escrito. Tanto el final de un análisis como el pase están tomados por la contingencia, por algo que es del orden de lo imprevisible, por lo imposible de clasificar. El pase, aún siendo un dispositivo de evaluación está concebido para dar lugar a lo más singular de cada uno, para captar mejor no el perfil del analista ideal sino al analista sinthome.

La orientación por lo real del psicoanálisis queda necesariamente ligada al pase porque es en función de su final que una experiencia se orienta. En este sentido el pase asegura que la garantía del analista no queda únicamente ligada a la vía de la práctica y por tanto sostiene una pregunta que es fundamental sobre el real en juego en la formación del analista, un real que sabemos produce su propio desconocimiento.

En el plano del Otro, allí donde supuestamente uno podría pensar decir qué es un analista hay un agujero. El pase entonces también viene a ser un modo de sinthomatizar el real de la formación del analista, un real que no tiene forma. Es de este modo que se puede acoger lo nuevo, descubrir lo imprevisible del pase de cada pasante, el que da cuenta de una experiencia siempre singular que permite la reinvención del psicoanálisis. Ésta es la fuente de la alegría del pase, la de un saber que como el mar siempre está por recomenzar (1). El AE no es aquel que ha logrado adquirir un saber ya cerrado, el testimonio mismo de su análisis no es algo que sea definitivo, sino que siempre está abierto a nuevos desarrollos y a nuevos hallazgos.

El pase, tal como ustedes pueden seguir en el recorrido de este libro, nunca está en el mismo lugar, está vivo, toca y resuena en lo que el psicoanálisis tiene de más vivaz. En el dispositivo, el jurado tampoco tiene un saber previo sobre lo que debe encontrar, el saber como decíamos siempre está presto a recomenzar, de ahí las preguntas que en cada momento atraviesan la historia del movimiento psicoanalítico: ¿Cómo se analiza hoy? ¿Cómo terminan los análisis? ¿Terminan? …

En realidad con cada pase lo que atestiguamos una y otra vez es que un final de análisis es posible, y que éste no solo no es inefable sino que es transmisible. La interpretación sobre el final de análisis cambia con el tiempo, se transforma en función de la misma práctica analítica. Si el pase clínico, cuando Lacan inventó el dispositivo en 1967, estaba en el atravesamiento del fantasma –separación del programa de goce y nueva alianza con la pulsión– al final de su enseñanza el pase se sitúa en la vía de la singularidad, en la vía de la identificación al sinthome. Entramos así en el pase satisfacción, una nueva satisfacción que Miller ha resituado y prolongado mediante la concepción del ultrapase. La satisfacción no solo es un asunto del pasante, del AE, sino que con su testimonio, con su transmisión consigue que la satisfacción llegue también al público. Lo hace mediante un relato ficcional, una argamasa construida de restos, mediante una hystoria que explica como el sujeto se ha desembarazado de la verdad mentirosa, se trata de una última elucubración que el pasante se cuenta sobre el real. Elucubración última, pero no cerrada.

Lo que la vía de la singularidad nos enseña es que al final de un análisis más que lo obtenido lo que cuenta es el punto de satisfacción alcanzado con lo que queda. Por eso hablamos ahora del pase parlêtre, más que del pase saber o matema. No obstante, es preciso tener en cuenta que las distintas modalidades de pase no tienen porque ser excluyentes entre sí, como tampoco se las puede considerar desde una perspectiva jerárquica.

Por una parte, en la experiencia analítica tenemos lo que se puede nombrar del goce, es decir, lo que se transmite como elaboración significante. Por otra parte, tenemos lo que no se puede nombrar, el goce opaco, lo que queda como resto, lo que queda como testimonio del límite de lo simbólico. A este límite lo llamamos sinthome, lo que ya no cambia puesto que finalmente ha devenido refractario al inconsciente, un imposible para cada uno, y por tanto lo más singular. Entendiendo aquí por singular, como señala Miller, lo que ya no es susceptible de ninguna transformación (2).

El sinthome es lo que encontramos al final de un análisis, y es lo que puede ser verificado en el pase: cómo se las arregla cada pasante con su incurable, con lo que no cambia, con esta identificación singular con la que será preciso savoir y faire. Allí donde no llega el lenguaje surge un cuerpo conmovido por un afecto fuera de sentido que si bien no es susceptible de interpretación se puede nombrar, modo de incluir en el lenguaje el eco de un trauma primordial. Aquí se encuentra escrita la relación de cada uno con lo traumático de lalengua. Servirse del sinthome permite entonces al sujeto un saber arreglárselas mejor, una mayor practicabilidad, lo que cambia la estructura de la repetición y procura una disponibilidad inédita para la contingencia del encuentro.

Como pueden observar eso no tiene nada de ideal, pero sí de satisfacción. De ahí que el final de un análisis no sea un punto final al estilo de haber llegado a una meta sino que es una decisión del analizante ante lo imposible de tratar por el significante, ante el lugar vacío de la representación. Este es un final ligado a la satisfacción y a la existencia, más que a la verdad del ser y del deseo.

Entonces, alguien que ha llevado su análisis hasta el final ¿está decidido a convencer a la Escuela de ello? Esa es la cuestión.

Irene Kuperwajs condujo hasta el final su investigación sobre los finales de análisis y el pase, realizó un excelente trabajo de tesis que presentó y defendió ante un jurado de la Maestría de la UNSAM, de Buenos Aires, sé que su trabajo fue justamente valorado. La satisfacción experimentada después de un trabajo de esta envergadura imaginamos que tuvo que ser grande. Pero en esas llegó que Irene también condujo su análisis hasta el final. Y ahí lo que se juega es Otra satisfacción que poco tiene que ver con la anterior. Ella después de haber convencido con su tesis al jurado de la UNSAM quiso también convencer a la Escuela de su final de análisis. Quiso ser AE y así proseguir desde otro lugar con su deseo de transmisión. Logró convencer a los pasadores y al cártel del pase, fue nominada AE, y ahora se encuentra en la tarea de satisfacer al público, a la comunidad analítica de la Escuela Una y más allá. Su nominación ha sido bastante reciente, no tuve ocasión aún de escucharla pero espero con ganas tener pronto la ocasión de hacerlo.

Xavier Esqué

Barcelona, 8 de julio de 2019

1- Lacan, J., Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2010, p. 396.

2 Miller, J.-A., Sutilezas analíticas, Paidós, Buenos Aires, 2011, p. 94.

Introducción

Un encuentro con este comentario de Jacques-Alain Miller en Donc fue lo que me empujó a realizar esta tesis: “Siempre hay algo un poco increíble en lo que nos sucede en un análisis, salvo excepción. Por eso siempre se ha hecho el pase, mucho antes de que Lacan se abocara a definirlo. Siempre hubo el pase por otros medios en la historia del psicoanálisis”. (1) Según Miller, con su postulado del pase Lacan conecta el psicoanálisis didáctico y la enseñanza del psicoanálisis; pero este postulado deberá ser confirmado cada vez. Es decir, en tanto conlleva una consecuencia que sorprende, el pase empuja a enseñar. Habrá que encontrar entonces eso “increíble” referido al final del análisis y a la transmisión de la experiencia analítica, ese “siempre se ha hecho el pase por otros medios”, tanto en la enseñanza de Freud como en la de los que lo sucedieron.

La investigación sobre los finales de análisis me convoca desde hace tiempo, pero el encuentro con este comentario de Miller me generó una enorme sorpresa porque el pase, como yo lo entendía, estaba cosido a Lacan. Esta cuestión se constituyó en la hipótesis de mi trabajo.

Desde siempre fue complejo situar cómo terminan los análisis. En la historia del psicoanálisis, incluso en mi propia experiencia como analizante y con mis pacientes, no es algo tan evidente concluir: nos seguimos preguntando cómo hacerlo.

Al inicio de la investigación tuve la fortuna de hallar un texto de Éric Laurent acerca de la transmisión de los finales, llamado “Siracusa, Worcester, y algún otro lugar”. (2) En él describe que Freud realiza su pase, y toma a Ferenczi y a Jung como “pasadores” para hablarles de su relación con Fliess. Se refiere allí al detalle de la transmisión del psicoanálisis y su resto: “la transmisión de pensamientos”, pero fundamentalmente dice que hay que leer el pase como el “reverso de la constitución del movimiento psicoanalítico”. En la medida en que avanzaba la investigación, la última frase de ese comentario iba tomando cada vez más relevancia. Podría decir que funcionó como orientación.

El título El pase antes del pase y… después sintetiza todo el recorrido. En el “antes”, se trata de pensar el pase antes de la formalización realizada por Lacan con su Proposición de 1967, y de comprender cómo terminaban los análisis y también cómo se transmitían. Una vez transitado ese camino surgió el “después”: el después de la formalización y el después de Lacan. Podríamos agregar también el después del pase. Al final de este recorrido podrán leer una respuesta posible al interrogante que sostuvo la investigación: ¿podemos hablar del pase antes de la formalización de Lacan? ¿De qué pase se trata entonces? ¿Y cuáles son los cambios que introduce la formalización del 67 a nivel epistémico, clínico y político?

El pase es un acontecimiento clínico, pero también político. Por eso abordé en gran parte de la tesis aquellos movimientos políticos ligados a la historia del movimiento psicoanalítico y a la política del psicoanálisis, que a mi parecer se enlazan con el pase.

Comencé con Freud en el antes, y me encontré con que su planteo de los finales era confuso, salvo cuando en “Análisis terminable e interminable” (3) (1937) se refiere a que siempre hay un resto irreductible en todo análisis que impide que la neurosis pueda curarse completamente. Es imposible elaborar todo lo que es del orden del trauma y la pulsión. Roca de castración y rechazo de la feminidad, el impasse de la sexualidad femenina es el límite que Freud plantea; límite que desde una perspectiva lacaniana localizamos como lo que no cesa de no escribirse.

Pero sabemos que Freud también estaba preocupado por cómo se deviene analista. ¿A qué posición había logrado arribar alguien que quería practicar el psicoanálisis? Freud hablaba de la “aptitud” para ocupar el lugar de analista. Introduce una cuestión ética, más allá de la terapéutica, y esto daba para él una idea de final de análisis. La posibilidad de ir más allá de esto queda para Freud del lado de algo enigmático ligado a la sexualidad femenina. Esta orientación fue retomada por Lacan, quien vuelve a plantear cómo concluyen los análisis y cómo se da el pasaje de la posición de analizante a la de analista. A esta pregunta responde con su invención del dispositivo del pase y la cuestión de su transmisión.

En esta perspectiva del antes decidí también poner el foco en “La dirección de la cura y los principios de su poder” (4) (1958), ya que en este escrito encontramos un debate sin desperdicio de Lacan con quienes eran sus contemporáneos en el psicoanálisis. Podemos leer allí sus críticas a los finales de análisis desde la perspectiva de la transferencia y la interpretación, en su discusión con la ego psycology representada por Kris, Hartmann y Lowenstein; con los teóricos de la relación de objeto, Abraham y Winnicott; con el middle group representado por Ferenczi, Strachey y Balint; y con Anna Freud, con una perspectiva ligada al geneticismo. En general, según Lacan, todos ellos tienen una lectura de los finales de análisis del lado de la identificación con el analista; por ejemplo, de Abraham dice que sólo falta que se lleve “el objeto analista a la boca”.

Todo el problema de la falta en ser que nos planteaba Freud es taponado con la identificación con el analista. Este es a mi juicio el punto central de la crítica de Lacan: el analista que se ofrece para tapar la falta en ser.

Constatarán en la lectura que no sólo está presente lo que dicen los analistas, sino también las palabras de algunos pacientes. Es decir, casos que fueron publicados a modo de relatos de análisis, “testimonios” que me han permitido deducir cómo terminaban concretamente los análisis. Encontrarán recortes de relatos de pacientes de Freud, de Winnicott, de Lacan; y de testimonios de pase de algunos Analistas de la Escuela (AE) de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Fui tomando los casos en función de las preguntas que me surgían. Por ejemplo, Theodor Reik, paciente de Freud, da cuenta de la separación de una posición fantasmática: “ser un asesino de alegrías”. Hilda Doolittle, poetisa norteamericana, comienza el análisis con Freud por el lado de la escritura y sale del análisis por los problemas de la guerra, pero pudo hacer de la escritura la causa de su vida. Margaret Little, paciente de Donald Winnicott, habla de hacer el duelo del objeto, lo que en su caso fue posible gracias a que ubicó lo que llama “la angustia psicótica” en el campo del Otro. Harry Guntrip, también paciente de Donald Winnicott, se pregunta si es posible hacer un análisis completo, y de ahí parte su testimonio.

En “La dirección de la cura” Lacan se refiere al final del análisis por la vía de asumir la falta en ser y la desidentificación con el falo. Pero sabemos que da un paso más, y comienza a hablar del goce. En el ‘67 lanza su Proposición de pase a la Escuela, y llama “momento de pase” clínico al atravesamiento del fantasma: ese momento en la experiencia de un análisis en el que el sujeto logra desprenderse un poco de aquella frase fija, programa de goce, que hace que mire el mundo desde el mismo lugar. Nueva relación con la pulsión, momento de deser, deflación del deseo –apunta Lacan–.

Llegar hasta acá no fue nada sencillo para Lacan, tuvo muchas complicaciones en el camino. Los debates de la época demuestran que con el pase Lacan había lanzado una verdadera bomba. Los analizantes que terminaban sus análisis y su formación se volvían didactas; era una cuestión de acumulación de experiencia. Lacan ahora planteaba que un analista se convierte en tal como resultado de su propio análisis y de poder demostrar haber llegado al final por la vía del pase; e inventa el dispositivo del pase para verificar ese resultado. Se trata de la trasmisión del “pasante” a los “pasadores” y de estos al cartel “jurado”, que decide cada vez si nomina AE al pasante o no. Esto implica un desplazamiento político y de poder: antes el poder estaba en manos de los didactas y ahora pasarían a tenerlo los AE.

Al leer los debates de la época vemos la ola que generó el pase. Muchos notables abandonaron a Lacan a partir de esta Proposición, y recién pudo volver a ponerla en órbita en el 69. Sin embargo, en el 78 habla del fracaso del pase en el Congreso de Deauville: “He querido obtener testimonios, sin embargo no he obtenido ninguno”. Los AE no estuvieron a la altura. Este fracaso lleva a Lacan a la disolución de su propia Escuela en el 80. Este es uno de los nudos de la tesis: la Escuela de la Causa Freudiana (ECF) es la contraexperiencia de la EFP. La ECF se funda sobre ese fracaso.

Los AE se habían mantenido en un “intimismo místico”, se produjo una vuelta a lo privado, sin transmisión. ¿Qué pasaba que no hablaban? Todo quedaba encerrado entre unos pocos. Hay debates de ese entonces publicados en Delenda, o en los llamados “Sábados del pase”, donde se puede encontrar alguna respuesta. El silencio y la no transmisión fueron nodales tanto para el fracaso como para empujar la nueva apuesta.

En el “después” anoto la pregunta acerca de por qué el testimonio se hace público. Hay que poner el ojo en ese momento de fracaso del pase en la Escuela de Lacan y la decisión de Miller de reorientar el pase hacia el deseo de Lacan.

Lacan no habló de la transmisión pública del testimonio a la comunidad analítica, por lo tanto me interrogué acerca de cómo y por qué comenzó. Así, tuve la oportunidad de contactarme con Esthela Solano-Suárez, una de las primeras AE de la ECF, quien me dio una de las pistas al contarme que, cuando terminó su función como AE, Miller le pidió que hiciera un testimonio público. Se iba despejando fuertemente la idea de que el pase estaba hecho para ser transmitido, y no era un sobreagregado a la enseñanza de Lacan: Lacan no es sin el pase. La perspectiva del final que, más avanzada su enseñanza, se suma a la del atravesamiento del fantasma es la identificación al síntoma, con cierta distancia, planteada en el Seminario 23. Y su última versión de pase, que se desprende de su texto “El prefacio del Seminario 11” (5) (1976), es la hystorización del análisis.

Pero es Miller quien logra con su orientación poner en juego la última versión de pase de Lacan. La definición del pase que plantea Miller en sus cursos, más precisamente en “El ser y el Uno”, dictado en 2011, culmina con la noción de “ultrapase”, que se refiere a una nueva satisfacción. (6) Es Miller, junto a la AMP, quien dice: “No hay pase si no hay transmisión”. En el cierre del Congreso de la AMP 2014 plantea que el “acontecimiento de pase tiene que ver con el decir de uno solo y los aplausos del público”. El pase es una hystoria que se cuenta, una verdad mentirosa, un relato ficcional. Retoma la perspectiva de que “el Otro del pase es un espectador”, y no hay pase si no hay ese Otro que aplauda. ¿Cómo pensar la nueva satisfacción alcanzada al final? La satisfacción no es sólo del AE, algo de este orden se juega también en la escena del dispositivo del pase y en el público.

He podido leer algunos casos interesantes que publicaron analizantes de Lacan, de la época de la revuelta. Por ejemplo, el de G. Haddad, que en un planteo casi delirante muestra cómo él quería ser nominado AE para obtener el “bastión de mariscal”, así como él mismo decía de otros, en una búsqueda de reconocimiento; y deja vislumbrar también el impacto que tiene en él la no nominación. O el caso de J. G. Godin, que si bien no hizo el pase su relato está atravesado por el interés de Lacan por el pase y el lugar central que tiene en su enseñanza.

Podrán seguir entonces un recorrido que va desde el “pase relámpago” que plantea Lacan por el lado del atravesamiento del fantasma y que ilumina lo que estaba en las sombras, ese pasaje del analizante a analista; hasta el “pase satisfacción”, articulado al sinthome, en el que se condensa el goce más singular y opaco del parlêtre. Se tratará a esa altura para Lacan de bordear ese no-todo para encontrar ese real para cada uno. Comparto eso que Miller afirma, que Lacan convoca a encontrar nuevos métodos para demostrar ese pasaje de analizante a analista. Por último, encontrarán también testimonios de pase correspondientes a diferentes épocas, desde 1983 hasta la actualidad, de las distintas Escuelas de la AMP.

Luego de escribir esta tesis yo misma me he presentado al dispositivo del pase en la EOL y fui nominada AE en febrero de 2019. Esta investigación está atravesada por mi deseo de saber acerca de los finales y su transmisión, y por mi propia experiencia del final de mi análisis.

El pase sigue dando que hablar, me ha empujado a “tomar la palabra” (título que le he puesto a mi primer testimonio presentado en la EOL el 9 de abril de este año) y a que hoy muchos nos sigamos ocupando de él.

El pase, uno por uno, hace que la Escuela Una exista, cada vez.

1- Miller J.-A., “El pase, ¿hecho o ficción?”, en Donc, Buenos Aires, Paidós, 2011.

2- Chauvelot D. y Laurent É., “Siracusa, Worcester, y algún otro lugar”, Ornicar?, París, 1977, p. 12-13.

3- Freud S., “Análisis terminable e interminable” (1937), Obras completas, t. 23, Buenos Aires, Amorrortu, 1997.

4- Lacan J., “La dirección de la cura y los principios de su poder” (1958), Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 1985.

5- Lacan J., “El prefacio a la edición inglesa del Seminario 11” (1976), Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012.

6- Miller J.-A., “El ser y el Uno”, clase 2 de marzo 2011, inédito.

CAPÍTULO 1
El fin de análisis que Freud plantea en “Análisis terminable e interminable”
(1)

1. Trauma y resto

La preocupación de Freud por el fin del análisis persiste en diversos momentos de su obra. La encontramos tempranamente en su correspondencia con Fliess, en la que menciona el caso del “Señor E”:

E. concluyó, por fin, su carrera como paciente mío con una invitación a cenar a mi casa. Su enigma está casi totalmente resuelto; se siente perfectamente bien y su manera de ser ha cambiado por completo; de los síntomas subsiste todavía un resto. Comienzo a comprender que el carácter en apariencia interminable de la cura es algo acorde a la ley y depende de la transferencia. Espero que ese resto no menoscabe el éxito práctico. (2)

Casi al final de su obra, en su texto “Análisis terminable e interminable” –que podemos considerar, si seguimos a Lacan, su “testamento”–, se interroga en primer lugar si es posible terminar un análisis, y luego cuándo y de qué manera. Vemos que el “resto” al que alude ya en 1900 sigue apareciendo como una preocupación constante en su obra. Articula a la causalidad de la neurosis los conceptos de trauma (como causa exterior y contingente), pulsión (como causa interna y constitucional) y el yo; aborda en este mismo texto el problema de previsión y prevención; y se interroga sobre la pulsión de muerte y los límites del análisis.

Si bien al comienzo se pregunta por la larga duración de la experiencia analítica y la preocupación del hombre moderno por acortarla, al mismo tiempo nos sorprende porque se refiere a un resto que perdura y haría imposible su terminación absoluta. Da varias vueltas para situar este resto. Por un lado utiliza una metáfora aludiendo a que un fragmento de una época anterior permanece a título de resto en la época posterior, y por otro lado convoca a lo largo del texto a sus antiguos discípulos y analizantes bajo el interrogante de lo que su propia práctica produjo. ¿Qué efecto tuvo el análisis en estos sujetos?

Critica duramente a su discípulo Otto Rank, quien sostiene que el trauma de nacimiento (1924) es la fuente de la neurosis porque conlleva la posibilidad de que la fijación primordial a la madre no se supere y continúe como represión primordial. Para él la represión primaria tenía como contenido el trauma. La tesis de Rank acerca de la causa de la neurosis es que esta proviene de un acontecimiento que se produjo en la realidad, y se mal encuentra con la libido del sujeto. Mediante el análisis de ese trauma primordial Rank creía poder eliminar toda la neurosis, ir a la represión última, “de suerte que una piecita de trabajo analítico ahorrara todo el resto”. (3)

Freud es taxativo: afirma que esta idea de Rank de economizar el camino es congruente con la época y está bajo la influencia de la posguerra europea y la prosperity norteamericana, ambas pertenecientes al pasado. Para Freud es ineludible en un análisis pagar el precio, y Rank no lo paga porque nunca se analizó, se aparta del movimiento psicoanalítico.

Respecto de Rank, es interesante lo que Jacques-Alain Miller señala en “Marginalia de Milán”, artículo en el que comenta el texto freudiano. Dice que Freud cita a Rank a raíz de su particular salida del análisis, y lo define como alguien que no quiere saber nada del psicoanálisis, que pasó de una pasión de saber a un desinterés, como si el psicoanálisis le hubiera hecho desaparecer ese deseo. Afirma irónicamente que, según Lacan, a Rank sólo le faltó el pase. (4)

Volviendo a Freud, él se pregunta cómo salen sus analizantes del análisis con él, de su práctica. En “Inhibición, síntoma y angustia” se refiere a que el análisis concluye cuando el sujeto ya no sufre de sus síntomas, y supera sus angustias e inhibiciones. (5) Sabemos que para Freud la represión primaria no tiene un contenido y no es la última palabra como lo es para Rank, pero eso no impide que haya un final. Freud también tuvo su intento de abreviar las curas; lo hizo con el Hombre de los Lobos: precipitó el final fijando un plazo por anticipado para resolver así el impasse en el que se encontraba, ya que el paciente no quería concluir, lo que daba cuenta de una autoinhibición de la cura. Con esta medida se produjo la resolución de la neurosis. En 1914 Freud lo consideró radicalmente curado, pero en 1923 admitió haber incurrido en un error y tuvo que ayudarlo a dominar una “pieza no tramitada de transferencia”.

Este caso fue analizado en los años posteriores por Ruth Mack Brunswick, una de sus discípulas. Mientras Freud destaca un “cambio de vía” cuando las cosas quedan sin tramitar, ella en cambio enfatiza los restos de la vieja neurosis, fragmentos de su historia infantil que no habían salido a la luz y “que ahora eran repelidos con efecto retardado como unos hilos tras una operación”, y “restos transferenciales” que se presentan en el pasaje de un análisis a otro. (6)

Finalmente, Freud le resta potencia a esta medida coercitiva de fijar un plazo anticipado para el fin de la cura, y recuerda que la interpretación analítica está más bien ligada al tacto y que “el león salta una sola vez”, en un instante, en el momento oportuno. Tampoco les da crédito a la prevención, ni al saber como causa inmediata de una mutación subjetiva. Se puede entender de qué se trata, pero eso no necesariamente lleva a un cambio rápido en el sujeto; es decir, la pedagogía es inoperante en el análisis. No es posible cortocircuitar las curas, sin embargo Freud se pregunta: ¿cómo terminar con ese stuck? (‘resto’ en alemán). Sobre este punto Miller refiere que Lacan hablará del “resto fecundo”, y que en la historia humana lo más fecundo son los restos. ¡Lacan mismo fue un resto de la operación IPA!

2. ¿Cuánto tiempo dura el éxito terapéutico? La pulsión y el yo

Freud también se interroga respecto de la duración de lo obtenido en el final, es decir, por cuánto tiempo podremos beneficiarnos del éxito terapéutico. Si existe una conclusión natural para cada análisis, ¿a qué llamamos final de un análisis? ¿Se puede ir hasta el final sin que algo retorne más tarde? No se trata sólo de ir más rápido, sino de a dónde vamos.

Como ya he mencionado, Freud argumenta en 1926 que el análisis termina cuando el paciente ya no sufre a causa de sus síntomas y ha superado sus angustias e inhibiciones. Define así un final práctico y terapéutico cuando el analista juzga haber hecho consciente lo reprimido en el paciente, esclarecido lo incomprensible, eliminado sus resistencias. Y si por algún motivo externo, por ejemplo una mudanza o falta de dinero, el paciente no alcanza estas metas, habla de análisis imperfecto más que de uno no terminado.

Lo que a mi parecer Freud introduce como crucial, siguiendo este camino, es la pregunta de si existe la “normalidad” psíquica, y si es posible alcanzarla por medio del análisis. Antes se había referido al trauma, ahora introduce el factor pulsional. O sea, le agrega al trauma la pulsión. Cuando la pulsión es causa de la neurosis, no puede acelerarse la cura ni anticiparse un resultado duradero. Dice que hay acciones mixtas de factores constitucionales y accidentales para pensar la etiología de las neurosis, pero la etiología traumática ofrece oportunidades más favorables al análisis y permite considerar un análisis terminado definitivamente. Más aún: refiere que cuando hay un trauma el sujeto tomó en el pasado una decisión equivocada, y mediante el fortalecimiento del yo se sustituye la “decisión inadecuada que se remonta a la edad precoz por una tramitación correcta”; (7) no hay daño en el yo.

¿Cuáles son los obstáculos a la conclusión de la cura? Los factores desfavorables están del lado de la intensidad constitucional de las pulsiones y de la alteración del yo por la lucha defensiva, porque son causas internas. “El destino de la curación depende del destino de la pulsión”. (8) Cuando se trata de la pulsión, el yo no toma la decisión sino que se altera, se deforma. Pero cuando se trata del traumatismo el yo decide huir para defenderse. Son dos modos de defensa del yo, uno ante el trauma y otro ante la pulsión. Por lo tanto, la intensidad constitucional de las pulsiones y el grado de alteración del yo son causas internas que harían que un análisis no termine. De aquí se desprenderán la teoría kleiniana sobre el final de análisis, que se basa en limitar la intensidad pulsional; y la psicología del yo, que apunta al reforzamiento yoico, en el cual el final está planteado por la vía de una identificación con el yo no alterado del analista.

Podemos constatar que, si bien Freud propone al yo como un poder de dominio, hay para él un factor cuantitativo que no podemos dominar y del que siempre queda un resto.
Jacques-Alain Miller compara este resto freudiano con la división subjetiva que produce el objeto a para Lacan, ese resto de goce que no puede ser reabsorbido por lo simbólico.

También se abre en el texto de Freud el capítulo que podríamos llamar “Ferenczi”, respecto de la salida del análisis. Freud menciona su caso sin precisar de quién se trata, aludiendo a la aparición de la transferencia negativa que no fue analizada en su momento por él y que su discípulo, ex paciente, le reprocha. Por otra parte, está seguro de que no se puede analizar previendo un conflicto si este no es actual ni se exterioriza; como mencionamos anteriormente, no es posible hacer prevención. En la época en que analizó a Ferenczi no surgió la transferencia negativa. Llama optimistas tanto a los que creen en la posibilidad de tramitar de manera definitiva un conflicto pulsional como a los que sostienen la prevención y creen en las vacunas contra la angustia. Y llama escépticos a los que dicen que “ni siquiera un tratamiento exitoso protege a la persona por el momento curada de contraer luego otra neurosis… hasta con la misma raíz pulsional”, (9) o del retorno del antiguo padecimiento. Freud es categórico: no es posible acortar las curas por esos atajos, “no despertar a los perros dormidos es imposible porque los perros nunca duermen”, siempre habrá conflictos pulsionales.

Jacques-Alain Miller sugiere que la neurosis puramente traumática es una ficción ideal, queda sólo la neurosis de guerra. El resto incumbe al sujeto y a las alteraciones del yo. De hecho, Lacan formuló su concepto de sujeto a partir de la defensa del yo: el sujeto dividido es en sí mismo una defensa, por lo tanto podemos decir que la pulsión es en sí misma traumatismo; y eterniza en el sujeto el trauma del goce. Lacan también ubica el fantasma fundamental como defensa primordial del sujeto respecto de la pulsión, y retoma la lectura freudiana de la pulsión como una exigencia: hace de la pulsión una demanda silenciosa y escribe: $a.

Entonces, ¿qué impide que la curación sea definitiva?, se pregunta Freud en el Capítulo 3. Luego de plantear su ternario –trauma, fuerza constitucional y el yo–, resalta la intensidad de las pulsiones y el factor cuantitativo como algo decisivo en la causación de la enfermedad. Enfatiza lo que está por fuera del significante y el desciframiento. Lo que le interesa investigar, sobre todo en relación con los pacientes que se analizan y quieren ser analistas, es el problema del final y del resto fecundo de la neurosis; comprobar si es posible que la neurosis no vuelva a aparecer y que no quede ningún resto después de la curación.

La rectificación con posterioridad (nachhtraglich) del proceso represivo originario, que pone término al hiperpoder del factor cuantitativo, sería entonces la operación genuina de la terapia analítica. (10) Las represiones se producen en la primera infancia como defensas primitivas del yo endeble, y en el análisis se revisan estas antiguas represiones por parte del yo más fortalecido. Si bien Freud propone que las represiones del analizado serían nuevas y más sólidas, esta afirmación es matizada por otra que dice que nuestra expectativa sobre la diferencia entre el analizado y el no analizado no es tan radical. A lo sumo muchas veces el análisis lograría reducir el influjo pulsional.

¿Qué quiere decir para Freud estar analizado? Por un lado, que el neurótico se convierte en una persona sana. Pero principalmente formula la hipótesis de que el análisis produce un estado que nunca preexistió de manera espontánea en el interior del yo, una neocreación que marca una diferencia esencial entre el analizado y el no analizado. Lacan nos recuerda en su Seminario 13 que, para Freud, superar esta nueva neurosis artificial es suprimir la enfermedad engendrada por el tratamiento. (11) Estos dos resultados van a la par y, cuando son logrados, nuestra tarea terapéutica está concluida. Expresa así claramente que el fin de la cura y su éxito dependen de la posibilidad de resolver la neurosis de transferencia. Sabemos que es a esto a lo que Freud se abocó en “Análisis terminable e interminable”. Lacan retomará esta idea de que estar analizado es un estado original del sujeto, y por eso responde con el pase, que verifica que el sujeto está en ese estado original. (12)

Los efectos del análisis son inconstantes y casi siempre hay fenómenos residuales. En el desarrollo libidinal persisten fragmentos de la organización anterior junto con la más reciente, y se conservan restos de las fijaciones libidinales anteriores, ya que sectores del mecanismo antiguo permanecen intocados por el trabajo analítico. Por otro lado, Freud constata que la comunicación de un saber al paciente no necesariamente tiene efectos: hay disyunción entre saber y verdad. Es el factor cuantitativo, la intensidad pulsional la que pone un límite a la eficacia del trabajo analítico.

Freud intenta sin demasiado éxito desactivar ese resto fecundo, y puede comprobar que el tiempo para comprender de cada sujeto depende de la viscosidad de la libido, no del significante; por eso algunos avanzan más rápido que otros en el análisis. Llama resistencia del ello a esa “viscosidad de la libido” y a la “inercia psíquica” que determina que el proceso analítico sea más lento en los casos en que no se da el desasimiento libidinal de un objeto y el desplazamiento a uno nuevo; podríamos decir, cuando no ceden su goce. Toma la metáfora de trabajar con piedra dura o arcilla blanda, y destaca que en el segundo tipo los resultados son lábiles, sin marcas, como si se hubiera “escrito en el agua”. En casos extremos se refiere a una posición inmutable, fija, petrificada. Un aferrarse a la enfermedad y al padecimiento que se vincula a la necesidad de culpa y castigo, a la relación del yo con el superyó.

En esta perspectiva se refiere a la reacción terapéutica negativa, al masoquismo y a la conciencia de culpa, ligados a la pulsión de muerte y su lucha con Eros.