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Índice

Portada

Supersaurio

Créditos

Primera parte

1. Noviembre 2016

2. Noviembre 2016

3. Noviembre 2016

4. Noviembre 2016

5. Noviembre 2016

6. Diciembre 2016

7. Diciembre 2016

8. Diciembre 2016

9. Diciembre 2016

10. Diciembre 2016

11. Diciembre 2016

12. Diciembre 2016

13. Diciembre 2016

14. Diciembre 2016

15. Diciembre 2016

16. Diciembre 2016

17. Diciembre 2016

18. Diciembre 2016

19. Diciembre 2016

20. Febrero 2017

21. Marzo 2017

22. Mayo 2017

23. Junio 2017

Segunda parte

1. Junio 2017

2. Junio 2017

3. Junio 2017

4. Junio 2017

5. Julio 2017

6. Julio de 2017

7. Agosto 2017

8. Agosto 2017

9. Agosto 2017

10. Septiembre 2017

11. Septiembre 2017

12. Septiembre 2017

13. Octubre 2017

14. Octubre 2017

15. Octubre 2017

16. Noviembre 2017

17. Noviembre 2017

18. Diciembre 2017

19. Diciembre 2017

20. Diciembre 2017

21. Diciembre 2017

22. Diciembre 2017

Tercera parte

1. Diciembre 2017

2. Diciembre 2017

3. Diciembre 2017

4. Enero 2018

5. Enero 2018

6. Febrero 2018

7. Febrero 2018

8. Marzo 2018

9. Marzo 2018

10. Marzo 2018

11. Marzo 2018

12. Abril 2018

13. Mayo 2018

14. Junio 2018

15. Junio 2018

16. Junio 2018

17. Julio 2018

18. Julio 2018

19. Julio 2018

20. Julio 2018

21. Julio 2018

22. Agosto 2018

23. Agosto 2018

24. Septiembre 2018

25. Octubre 2018

26. Noviembre 2018

27. Noviembre 2018

28. Diciembre 2018

29. Diciembre 2018

30. Enero 2019

31. Enero 2019

32. Enero 2019

33. Febrero 2019

34. Febrero 2019

35. Febrero 2019

Agradecimientos

MERYEM EL MEHDATI EL ALAMI nació en 1991 en Rabat (Marruecos). Cuando tenía un mes de edad puso un pie en Puerto Rico, Mogán (Gran Canaria). Supersaurio es su primer libro. No ha escrito en ninguna revista ni en ningún sitio a excepción de http://fanfiction.net y la antología El Gran Libro de Satán, donde publicó el relato «05:30 AM». En la actualidad lleva una vida tranquila en Las Palmas de Gran Canaria. Eso es lo que más busca: la tranquilidad. Le gustan el café de especialidad, sacarse selfies, el agua con gas, Karim Benzema y Zinedine Zidane.

A mi madre, a mi madre, a mi madre, a mi padre.

A mis hermanos.

A mi pana Jorge de Cascante, por todo.

La isla del encanto, la tierra bendecida.

Y gracias ma’, por haberme parido aquí,

cerquita de la playa y el coquí,

to’s sayayines, tenemos el Ki.

El sol siempre nos alumbra.

Desde el corazón - BAD BUNNY

Primera parte

practicas.meryem.elmehdati@supersaurio.com

1

Noviembre 2016

A mí nadie me preguntó si quería nacer. Si alguien me hubiese preguntado, habría dicho que no. Muchas gracias, es usted muy amable y su propuesta suena interesante, pero no. Silenciar, bloquear, swipe left. Vivir es complicado. Uno tiene que ser cuidadoso, somos criaturas muy frágiles. Un día cabes en el brazo de tu padre, al siguiente tienes veinticinco años y lloras en silencio en la última fila de la guagua, esa en la que solo se sientan los guiris o los machanguitos populares del instituto, porque es el quinto proceso de selección que pasas para unas prácticas en empresa. Sales de la entrevista final con fatiga, mal cuerpo, dolor en las articulaciones, la certeza de que no vales para nada, te preguntaron con qué animal te sientes identificada y dijiste que con la hormiga porque sola no puede hacer nada pero en equipo puede alcanzar cualquier objetivo que se proponga. No te vomitaste un poco en la boca porque estás muerta, ya no sientes nada, eres una farsante. La vaina dura más de un mes: te llamarán y te dirán algo pronto. Pagas la guagua de vuelta a casa, ya van 7,55 euros la ida y 7,55 euros la vuelta. Que en Canarias todavía no estemos quemando contenedores ni haya furgones de la policía persiguiendo a estudiantes y a periodistas por la calle o disparándoles pelotas de goma tiene su aquel. ¿Tenemos que amenazar con independizarnos del resto de España para que alguien recuerde que existimos? Pasan los días. Nadie te llama.

No soy una persona tranquila, serena, un mar en calma, un río que fluye. Hay cierta rabia en mí. Cierto enfado. Por favor, que nadie se preocupe. Todo va bien. Mírame. Mira cómo sonrío. Tuve una infancia sana y feliz, ningún tipo de trauma, nada que me marcase de forma especial. No hay un antes de y un después de. Un día me vi con claridad, por fin, me reconocí, abrí las manos y las cerré. Pensé en meterle un puñetazo a la pared, pero no quise hacerme daño, así que me aguanté. Al principio cuesta admitir que una está enfadada, a la gente no le gusta, intentan consolarte o escucharte o yo qué sé. No es una emoción buena, una emoción sana. Has de guardártelo, esconderlo, fingir que no está ahí, que no existe. Rabiosa, desquiciada, bruta, ciega, sordomuda. Pasa un poco como con la honestidad: todo el mundo te la pide, están desesperados por ella, esa cosa tan pura. La Verdad. Luego a nadie le gusta el regusto que deja en la boca. Háblame de tus emociones, pero no así. Una ha de ser amable siempre, sobre todo si es una chica. El coraje ahí negro bombeando en tu pecho pum pum pum no es sexy. Sé amable, sé amable, sé amable, te estoy pisando la cabeza pero sé amable, te estoy doblando el brazo por la espalda y si sigo así te lo voy a romper pero sé amable. No te enfades, ¿por qué estás enfadada? Sonríe. Imagina que alguien te pregunta cómo estás y tú le dices que mal, fatal, pero que no se preocupe, tampoco estás tan jodida, tan en la mierda; sigues siendo funcional, y no, no, gracias, pero no, no quieres su ayuda, solo quieres que te deje en paz y Deje de Mirarte Así De Esa Forma Con Esa Cara. Nadie lo haría. Nadie está tan loco. Además, enfadada todo el tiempo no estoy. Mi cabreo es un ruido de fondo, un grifo en la parte posterior de mi cabeza que gotea y gotea muy flojito y que no sé cómo arreglar. El trajín del día a día se impone al sonido del agua haciendo tap, tap, tap. Solo lo oigo cuando no puedo dormir.

15,1 euros te sale la broma de la entrevista. Lloras y lloras en la guagua y se te corre el maquillaje, intentas sonarte los mocos sin que se note que estás ahí escondida, es un espectáculo. Llevas una camisa de seda preciosa que te prestó tu madre porque tú no tienes ropa seria, eres una payasa que se expresa mediante decisiones estéticas que no siempre son del todo acertadas, alguien que pensó «me apreciarán por mi talento, no por mi aspecto físico». Dentro de ti hay dos lobos. Uno aúlla que no te desanimes, eres joven, eres una persona, tienes capacidades y papeles donde pone que estudiaste mucho; otro enseña los dientes y bufa que te lo dijo, te lo dijo mil veces, ¡tendrías que haber estudiado Medicina! ¿Por qué estoy enfadada? No lo sé. Sonrío. Tengo una teoría sobre la vida: es lo más parecido a una caja de bombones Nestlé caja roja 22 bombones 4,95 euros que existe. Si miras el reverso de la caja sabes qué te vas a encontrar. Algunos de esos bombones tienen almendras dentro, son mis favoritos. Ya no compro la caja roja porque los de Nestlé son unos hijos de puta. Los bombones de Supersaurio saben exactamente igual, y son más baratos.

La cuestión es que una nace, crece y al final, bueno, palma. Quizá se reproduzca, quizá no. Yo no creo que vaya a reproducirme. Cuando se lo digo a mis padres los dos ponen cara de espanto y dicen a la vez: «Astaghfirullah, no digas eso». Qué cosas tiene nuestra hija a veces. Aunque no lo piense en serio los ángeles me escuchan y en este tipo de comunicaciones no hay espacio para la ironía o el humor. ¿Sería el fin del mundo no tener hijos? No reproducirme, que no exista nada después de mí. Según el día pienso una cosa o lo contrario. La gente con la que trabajo me comenta que cambiaré de opinión cuando crezca. Veré las cosas de otra forma: querré tener tres churumbeles con un tipo que me pone a parir a la hora del café con sus compañeros del trabajo.

En algún momento se me atoró en el pecho la idea de que no soy nada de lo que me imaginaba que sería cuando creciese. Yo me veía... triunfando. Adulta, independizada, peleándome con mis amistades para pagar la cuenta yo después de comer, como hacen mis padres. El novio de una amiga mía que se suele acoplar a nuestro grupo cuando quedamos nos deja caer frases como: «Ese es el problema de ustedes, que hicieron todo lo que les dijeron que había que hacer... como borreguitos... y ahora ven la realidad». En esas conversaciones evito su mirada porque temo que adivine qué estoy pensando: que se está quedando calvo a los veintisiete de pura mala baba. Nunca lo he dicho en voz alta, pero me cago en su puta madre diez veces. Si tan listo es y tanto se las vio venir, ¿por qué está igual de tieso que todos nosotros?

Mi principal defecto es que soy una listilla a la que le pierde la boca. Digo cosas como «dicotomía», «performar», «falacia ad hominem», «pensamiento maniqueo», «Susan Sontag». No titubeo cuando hablo, como si estuviese cien por cien segura de lo que estoy diciendo, me ajusto las gafas sobre el puente de la nariz, llevo una americana puesta, pero en realidad no tengo ni idea de nada. Compruebo y recompruebo un dato tres millones de veces en Google antes de pronunciarme sobre nada, no vaya alguien a descubrir que soy humana y me equivoco. Por eso, porque soy una listilla, infravaloré la intensidad de la hostia. Estaba demasiado ocupada creyéndome que había hackeado el sistema. Había hecho todo lo que tocaba hacer y lo había hecho bien. Cuando eres pequeño un adulto te escoge a ti, solo a ti, se pone a tu altura y te pregunta: «Ay, a ver, ¿y tú qué quieres ser de mayor?». Lo que quiere saber es de qué vas a trabajar, lo que tú quieras se la suda. Es deprimente, pero es la verdad.

La niña quiere ser médico o astronauta. Con el paso del tiempo la preguntita se volverá repetitiva. Arquitecta o maestra. Todo el que se tope contigo te la va a soltar. Ángel o demonio. La sociedad nos ha educado así, para ser pesados, para lanzar cuestiones complejas a los pies de los demás como si no fuesen nada. ¿Qué coño quieres ser de mayor? Desde que pones un pie en el colegio hasta que terminas el instituto creyéndote que ya se ha acabado lo duro y que has cumplido con tu parte, durante todo ese tiempo, las decisiones que tomas están enfocadas a lo mismo: averiguar qué harás con tu vida. Nada más nacer tus días se van a articular en torno a elecciones que al principio tus padres harán por ti. ¿Guardería normal o bilingüe? ¿Colegio público, concertado o privado? ¿Lycée français o IES del barrio? Clases de ballet, clases de chino mandarín, refuerzo de inglés. Todo estará orientado a darte una oportunidad de cara al futuro. Debes formarte bien; nadie tiene ni idea de para qué. Mi familia era pobre así que el asunto se decidió rápido: colegio público, instituto público, universidad pública. Saca buenas notas, consigue becas, sé nuestro orgullo. No sé si está bien usar «pobre», ahora la gente prefiere decir «trabajador». En la mayoría de los casos no importa nada lo mucho que trabajes... no vas a salir de pobre. Me hace gracia.

Tu carrera y varias de tus elecciones personales se convertirán en un dardo a tu corazón en las comidas familiares. ¿Para qué sirve Historia del Arte, qué futuro tiene algo así? Venga, tú que eres tan lista y estudiaste en el extranjero, explícaselo a khalti Salma. Ni siquiera estás estudiando Historia del Arte, pero da igual. Nada de lo que te gusta tiene algún tipo de proyección laboral que termine contigo nadando en billetes. ¿De qué viven los filósofos? ¿Y los periodistas? ¿De contar la verdad? Je... Al final te dirás que tendrías que haber hecho una ingeniería, te daba la nota. Siempre hacen falta ingenieros, ¿pero para qué sirve un filólogo? No te gustan los niños, ¿quieres estar treinta y cinco años de tu vida enseñando el verbo to be en un aula con cuarenta niños más? Solo si sueñas con protagonizar la sección de sucesos del Canarias 7. Hace muchos años tus padres dejaron su país natal (Marruecos) y sus familias y todo lo que conocían atrás, y se sacrificaron para darte lo que ellos no tuvieron. Soñaron un futuro en el que tú eras médico o ingeniera o, a una mala, abogada. ¿Y ahora vas a venir tú y les vas a decir sin que se te caiga la cara de vergüenza que estás pensando en hacer una filología? Venga, arranca, mi niña.

Seguirás creciendo. Ya te has comido un tercio de la caja de bombones: todo eso va directo al culo. Como no tienes dinero para la matrícula y la cuota de un gimnasio y no quieres pedírselo a tus padres, empezarás a salir a correr, a hacer sentadillas y planchas con los vídeos de Patry Jordán de fondo y a echar currículums a las tres y veintisiete minutos de la madrugada, ligeramente desquiciada porque eres una carga para tu familia, porque el tiempo corre, porque eres la generación más preparada de la historia, peor pagada de la historia, más hipercafeinada de la historia, más insegura, deprimida y acomplejada de la historia.

Con suerte, un día, conseguirás unas prácticas en una empresa. Esas por las que lloraste de pura alegría como una idiota en el balcón de casa. No tendrán nada que ver con lo que estudiaste, pero al menos durante unos meses tendrás un trabajo. Te convertirás en La Becaria. Al desasosiego y la rutina que se estirarán como un chicle pegado a tu zapato sobrevivirás así: todas las mañanas te darás dos puntos en la boca y te disfrazarás del tipo de persona que los demás esperan que seas. Luego entrarás en el edificio. Solo serás tú misma cuando estés de vuelta en casa, a salvo de las luces blancas, el taconeo de zapatos de marca y el olor a delirios de grandeza de tus compañeros. No vas a heredar la empresa en la que estás. Te repetirás esta frase de vez en cuando porque tú eres lista pero a veces se te olvidan las cosas. Sin que te des cuenta, el olor a café y el traqueteo de la fotocopiadora te insensibilizarán los sentidos y te irás convirtiendo en una autómata. En el tiempo que seguirá habrá días en los que querrás irte porque ya no puedes más, quieres a tu mamá. Buscarás en Google formas de forzar tu despido y cuando no encuentres nada que te sirva cerrarás los ojos un momento y te taparás la cara con las manos. Si te matases allí, pensarás, si te tirases por la azotea o te colgases de la correa del bolso en uno de los habitáculos del baño ¿qué pasaría después? ¿Se investigaría tu muerte? ¿Tratarían de descubrir qué fue lo que te llevó al suicidio, cotillearían tu historial de Google? Todavía no tienes los tres años mínimos de experiencia que te piden por cojones para entrar en cualquier otra empresa. ¿El cielo se toma por asalto y no por consenso? Que prueben a trabajar en una oficina con personas que casi les doblan la edad, a ver si siguen pensando igual. Yo por ejemplo ya no sé dónde está el cielo y dónde está el infierno.

Al final te quedarás y seguirás creciendo. Fantasear con tu muerte se convertirá en un pasatiempo, un lugar feliz al que retirarte cuando la conversación se torna demasiado asfixiante como para afrontarla de forma cuerda y consciente. Este es mi secreto. Por eso todavía no me he matado de una forma espectacular. Look de hoy, toda de don Amancio: camisa blanca de popelín, pitillos negros, zapatos Oxford, pelo encrespado por la humedad, ojeras, cara de imbécil, doble tick azul. Mi ropa dice de mí: soy joven pero seria, dinámica y polivalente. Ubicación: asiento frente a la mesa de caoba de mi jefe en su despacho acristalado.

—Bien, veamos. Ah, sí. Del 1 al 10, ¿qué nota le pondrías a tu experiencia estos meses en Supersaurio?

Lo lee de un papel. Ojalá Dios, en su infinita sabiduría y misericordia, me agarrase y me llevase pronto con él. El verano que cumplí nueve años (soy Cáncer, es decir, soy leal a mis amigos, muy sensible, cabezona y rencorosa) estuve tres meses tirando huevos a la azotea de la vecina de mi abuela en Casablanca. Todas las tardes compraba una caja de huevos, subía a la azotea, me asomaba a la de la vecina y pasaba el rato bombardeando todo lo que se me ponía por delante: sus macetas, la ropa tendida, los juguetes olvidados de sus nietos. La oí insultar a mi abuela un día y se me quedó grabado en la cabeza. Llámame Batman. ¿Me arrepiento de lo que hice? No. ¿Mi experiencia estos meses en Supersaurio? Un castigo por mis crímenes del pasado, no me cabe la menor duda. Respondo cuando siento que ya no puedo alargar más el silencio.

—Creo que he aprendido mucho estos meses, sobre todo si tenemos en cuenta mis carencias... No estaba familiarizada para nada con el tipo de tareas que hago, pero lo he planteado como un reto. Uso de referencia la lista de objetivos que pusimos cuando empecé.

Entre tú y yo, a mi experiencia en Supersaurio le pondría un -1, pero todos los meses cobro 500 euros en concepto de ayuda barra beca, así que sonrío y asiento y espero de corazón que nada de lo que me tiren a la cara sea una pregunta. Aunque mi rutina aquí se asemejase a la de un preso de Guantánamo, yo aguantaría hasta el final. Seré quien mi jefe quiera que sea durante el tiempo que él quiera y de la forma que él quiera. ¿Sinergias? Las busco, las creo. ¿Calls? Las organizo. ¿Estrategias transversales de creación de marcos estratégicos? Me las invento.

—De nuevo, del 1 al 10, ¿cómo calificarías tu relación con tus compañeros de departamento?

—La verdad es que me he sentido muy arropada por todos. Siempre que tengo una pregunta o una duda son bastante pacientes conmigo, mi experiencia no habría sido lo mismo sin su ayuda.

—¿Y con Yolanda qué tal? ¿Habéis limado asperezas?

Supersaurio S.L es la cadena de supermercados más importante de Canarias. Su mascota es un dinosaurio de color azul cielo que mide tres metros. Lleva una pajarita blanca y una capa amarilla. Por la bandera de Canarias, no sé si se entiende. Yo le habría puesto un presa canario a cada lado para redondearlo todo, pero bueno. Mis amigas dicen que tiendo al melodrama. Supersaurio tiene 211 supermercados en todo el archipiélago. 57 están repartidos por Gran Canaria. De esos 57, tres son hipermercados de dos o tres plantas. Hay uno en Las Palmas de Gran Canaria, uno en Telde y otro en Arguineguín. Los tres tienen parking subterráneo, cafetería, parque infantil y huelen igual. 20 de esos 57 establecimientos son Supersaurios Exprés. Me sé toda esta información de memoria, la vomité sin pestañear en la primera entrevista que me hicieron aquí, justo antes de decir que si fuese un animal sería una hormiga. La mayoría de estos supermercados se concentra en el sur de la isla, donde a los turistas no les importa pagar dos euros por una barra de pan descongelada y recalentada. Por ejemplo, yo vivo en Puerto Rico, una localidad al sur de Gran Canaria, y allí hay dos Supersaurios Exprés además de un Supersaurio normal. Uno está en el centro comercial antiguo y otro está en la playa, aunque no lleguemos a los 5.000 habitantes. También tenemos dos McDonald’s, por si alguien los necesitase. No creo que mi jefe sepa esto, sospecho que soy la primera y única persona de Puerto Rico que conoce. El resto son todos Supersaurios normales de una planta. Hace unos días oí en una reunión que se va a construir un centro comercial nuevo en Puerto Rico y que Supersaurio está negociando abrir un supermercado allí también. No sé qué pasará con los dos Supersaurio Exprés. Quizá los cierren. El dinosaurio gigante que hay en la puerta tendrá que reciclarse, hacer un par de cursos del SEPE, buscar algo que no sea de lo suyo. Pondrá copas en algún chiringuito. Dirá: «No me quejo, al menos tengo trabajo».

Todas las mañanas cuando llego miro las luces de los paneles de colores que rodean el edificio de ocho plantas en el que trabajo. Las tres primeras son el hipermercado, el Hipersaurio más grande de la isla. El resto conforman la oficina corporativa. El espectáculo de las luces de colores es algo propio de una feria o de un Bershka, no de un supermercado. Brillan verde primero, lilas, rojas, vuelven a brillar, azules, amarillas. Por la noche son lo único que se ve en toda la calle. De vez en cuando me pongo los auriculares y la música al máximo y finjo que estoy en una discoteca. Para llegar a las oficinas tienes que usar el ascensor de la entrada a la derecha, el que está justo delante de la sección de prensa. No son una ni dos las veces que me he escondido entre los estantes para no coincidir en el ascensor con alguno de mis compañeros. En esta primera planta están las cajas, la frutería, la sección gourmet y justo al lado la panadería y una cafetería muy grande. Si te haces una tarjeta de socio acumulas puntos para descuentos en gasolineras y tienes un café de máquina gratis cada vez que vas a hacer tu compra.

—Sí, sí —sonrío—. Desde luego. Aunque no creo que haya habido asperezas entre nosotras... Simplemente somos un poco diferentes.

Somos muy diferentes. Yo soy un ser humano. Ella... no sé qué es. Me gustaría que esto quedase claro por lo que pueda pasar en el futuro. Mi jefe, Ferrán Matiqui puedes llamarme Ferrán o Matiqui como tú prefieras se mira las manos y suspira. Pobrecillo, sufre.

—Me preocupaba que no consiguieseis encajar.

En más de una ocasión he fantaseado con encajarle mis manos en la cara. Llegar a su despacho, ver si está, tirarme a por ella, vencer. Despido disciplinario y probable denuncia en comisaría, lo busqué en Google. Soy una persona informada. Si le hago daño de verdad capaz termino pagándole una indemnización. No me merece la pena.

—Creo que ambas hemos hecho un esfuerzo por entendernos.

Somos la noche y el día.

—Perfecto. No te voy a robar más tiempo, solo quería saber cómo estabas y cómo te está yendo. ¿Hay algo que pueda hacer por ti?

¿Contratarme? ¿Despedir a Yolanda?

—No, no. Todo bien, gracias.

Él sonríe satisfecho y yo sonrío también. Soy un espejo, un agujero negro, depende del día. Preferiría tirarme contra un coche en marcha antes que hacer las paces o limar asperezas con Yolanda. Nací en los 90 y crecí en los 00. He sobrevivido a muchas cosas horribles: los pantalones de tiro bajo, la supuesta gordura de Kate Winslet, las cejas ultrafinas. A esto también sobreviviré.

2

Noviembre 2016

En el grupo de WhatsApp Tres Pollitos escribo:

[16:12, 21 | 11| 2016] Yo: Iiiiiiiiih, me estoy despollando escondida en el baño porque al parecer es el cumpleaños de Yolanda

¿?????? Y LE TENGO QUE COMPRAR UNAS FLORES DE PARTE DEL EQUIPO JAJAJ!

[16:13, 21|11|2016] Teresa: madre mía jsjajasjajaj vaaaaaaaaaamoooo

[16:14, 21 | 11| 2016] Teresa: cómprale unas flores preciosas que huelan a caca

[16:15, 21 | 11 | 2016] Yo: Jajajajajaj, me va a dar un soponcio de aguantarme la risa, en plan... Uff. No puedo.

[16:16, 21|11|2016] Carmen: o una corona de esas para los entierros, le dices «me recordaron a ti» jajajajaja

[16:16, 21|11|2016] Carmen: y se las das con el papel celofán haciendo kkkjjj kkkjjjj

[16:16, 21|11|2016] Yo: JAJAJA, «me recordaron a ti diciendo todos los días que estás organizando una fiesta por tu cumpleaños y que invitaste a todo el mundo... menos a mí...» jajajajajajaja. Fuerte boba.

[16:17, 21|11|2016] Yo: Fos, no me puedo creer las cosas que soy

capaz de aguantar por dinero.

3

Noviembre 2016

—¿Entonces tu nombre no significa nada?

Parece afectado de verdad. Me encojo de hombros.

—No, lo siento. No significa nada.

El equipo de Compliance de Supermercados Supersaurio S.L tiene cuatro miembros. Ferrán Matiqui es el jefe del equipo, directivo y VP de la empresa, lleva ocho años trabajando aquí. Todos le llamamos Matiqui menos Yolanda, que por algún motivo solo se dirige a él por su nombre de pila. Luego están Víctor Márquez y Pedro Otero, enfants terribles de cuarenta y uno y cuarenta y tres años y segundos al mando de Matiqui. Las pocas veces que he interactuado con ellos me he sentido drenada, agotada. Suelen hacerme preguntas muy básicas, al principio creía que era porque querían conocerme mejor, pero ahora sospecho que solo lo hacen porque les divierte entrar en debates y discusiones que no parecen tener fin hasta que la otra parte se rinde y les da la razón. Algunas personas les rehúyen por los pasillos, ellos no parecen darse cuenta. Siempre van en tándem y terminan las frases del otro. Da mal rollo. Cuando no soy capaz de evitarlos opto por poner cara de estúpida y finjo que nunca entiendo qué quieren decir. Todos son peninsulares. Por último está Yolanda. No tengo del todo claro cuál es su trabajo porque nunca la veo hacer nada. Creo que lleva aquí desde que se abrieron las oficinas, como un tótem.

Víctor niega con la cabeza.

—Pensaba que vuestros nombres siempre tenían algún tipo de significado, así como... Profundo. En la carrera tuve un amigo que se llamaba Badr, un tío cojonudo. Su nombre significaba...

Vuestros nombres, dice. El muy soplapollas. Sonrío.

—Bueno, una fase lunar, creo, por eso pensaba que tu nombre significaría algo.

Badr significa luna llena.

—Ahora me hiciste dudar —miento—. Preguntaré a mis padres esta tarde, quizás esté equivocada yo.

—Sí, sí, pregúntales. Es que algo tiene que significar, vaya. Pero él sí que bebía, eeeh.

Amaga darme un codazo amistoso. Durante un segundo deseo ser desollada viva.

—Bueno, ya sabes —finjo la risa—. No porque mis amigos se tiren por una ventana tengo que ir yo y hacer lo mismo.

Yo no quería venir a esto. Uno de los conceptos más cargantes del trabajo corporativo es el concepto «afterwork». No tiene sentido, es ridículo. Echas nueve horas o más al día en una oficina y luego sales de allí y te vas a un bar de copas a tomarte algo... con esas mismas personas con las que estuviste trabajando todo el día para «desconectar» del trabajo a pesar de que la mayoría de las conversaciones que se tienen allí son sobre trabajo. Miro la pantalla del móvil, son las ocho menos diez pe eme. Por la mañana Matiqui me reenvió un correo de Yolanda y dijo: «Creo que Yolanda ha olvidado ponerte en copia, pero me gustaría que vinieses a esto». Los dos sabíamos que Yolanda no había olvidado ponerme en copia, pero yo solo era una becaria más de tantas. Mis sentimientos no importaban y mis opiniones muchísimo menos, así que vine. Si él me pedía que me tirase por una ventana, yo me tiraba. Fin.

Al principio no está tan mal. Intento ser abierta, tener iniciativa, ser una doer y no una complainer, hablo con unos, con otros, con todo el mundo. La chica de Compliance. Cada vez que alguien me trae una cerveza o me ofrece un gintonic le doy las gracias y lo rechazo. No bebo, perdona. Lo siento, no bebo. Muchas gracias, pero es que yo no bebo. Las respuestas que recibo van en la misma línea. ¿Cómo? ¿Por qué? Anda, solo una. Tranquila, solo es cerveza. ¿Ni una? Anda, mujer. Cuando me canso de ser asertiva, comienzo a aceptar lo que sea que me tienden para abandonarlo o tirarlo donde pille: el váter, un paragüero, unas macetas con plantas de plástico que hay en la puerta de la calle de atrás del local.

La séptima vez que vuelvo a salir fuera, alguien carraspea a mi espalda. Me quedo quieta en mi sitio en cuclillas, el botellín de Tropical suspendido en el aire.

—¿Hola?

Me giro despacio, muy despacio, intento alargar la milésima de segundo todo lo que puedo. Luego me pongo de pie. Su cara me suena, pero no recuerdo su nombre. Me quedo mirándolo en silencio, como una gilipollas. No digo nada.

—¿Estás bien?

Respira las –s, pero no es de aquí.

—No bebo —respondo.

—¿No?

—No.

Se ríe.

—De acuerdo.

—Y ños, la gente... No para de traerme cervezas, copas...

—Y tú no bebes.

—Ni gota.

—Ni una cerveza.

—¿Por qué todo el mundo responde eso cuando alguien dice que no bebe? «¿Ni una cerveza?» No tiene ningún sentido.

Parece pensarlo.

—Es por la sorpresa, supongo, una cerveza no es nada. —Se lleva una mano al bolsillo de su pantalón—. Pero tienes razón, no tiene sentido.

—¿Y si tuviese un problema con el alcohol? —continúo—. Y todo el mundo ahí por qué no bebes ehhh por qué no bebes toma toma anda toma una cerveza aunque sea.

—Te noto molesta.

—Lo estoy.

—¿Y por eso estás envenenando las plantas?

—¿Las plantas? Si son de plástico.

—¿Son de plástico?

—Son de plástico —repito, exasperada.

Se ríe de nuevo.

—Qué cutres, ¿no?

Me oigo a mí misma decir la verdad por primera vez en todo el tiempo que llevo trabajando con estas personas:

—Son muy cutres, sí.

Saca una cajetilla de cigarros.

—Organizan un afterwork para ejecutivos que cobran cien mil euros brutos al año o más y las flores que ponen para decorar el sitio son de plástico.

Arqueo las cejas. Cien mil euros brutos al año. Mi beca es de 500 euros al mes.

—Hace un segundo no sabías que eran de plástico.

—Pero ahora sí lo sé. La información es poder, no sé si te lo han comentado alguna vez.

Sí, y France is bacon, pienso.

—¿Qué? —me pregunta.

Le miro.

—¿Qué? —respondo, no veo a qué se refiere.

—Has dicho algo.

—No dije nada.

—Ah, pensé que te había oído decir algo. Cosas mías, ¿tienes fuego?

—No, no fumo, lo siento.

Se yergue en su sitio y me mira.

—No bebes, no fumas. Para ti las cosas estas tienen que ser un auténtico coñazo.

Me encojo de hombros.

—La comida está muy rica —digo, y le veo guardarse de nuevo la cajetilla de cigarros en el bolsillo. Al cabo de un momento, me tiende una mano.

—Soy Omar. Estoy en Calidad.

—Meryem. Compliance. —Aprieto su mano todo lo que puedo, fuerte, soy una persona seria, una persona de bien, alguien que no da la mano blanda nunca.

—Trabajas con Yolanda y Matiqui entonces.

—Y con Víctor y Otero.

Creo que se ríe, pero trata de hacerlo pasar por una tos.

—Tu cara cuando has dicho «Víctor y Otero», la misma que pondría un perro en una lancha. —Al ver mi gesto de espanto se apresura a añadir—: No te preocupes, si a mí también me parecen dos imbéciles. Siempre están por ahí atosigando a la gente en vez de dedicarse a hacer su trabajo.

—No los conozco mucho.

—Te lo digo porque me has caído bien —añade—. Casi me destrozas la mano, eso sí.

—Perdón. Es solo que es... raro, esto —nos señalo—. Creo que eres la primera persona que no me habla como si pensase que soy boba perdida. A lo mejor hay alguien ahí detrás de los cubos de basura grabándonos para pillarme en un renuncio.

—¿Como en El jefe infiltrado?

—No tienes mucha pinta de jefe.

Sonrío un poco.

—Se supone que el disfraz ha de ser bueno para que nadie me reconozca. Peluca, pintas de narcotraficante, toda la pesca.

Desde 2009 Supersaurio tenía cuatro dueños, los hermanos Bethencourt, Alma y Jacinto, y los hermanos Santana-Moreno, Andrés y Adolfo. Los cuatro habían comprado la cadena a un grupo de bancos que habían tenido la titularidad de la empresa. Según leí una mañana que me había pasado ordenando unos archivos mohosos de Yolanda, en 1966 Supermercados El Saurio se había vendido a Premium Ventures, una sociedad participada por Banco Timanfaya, que la rebautizó como El Saurito. Tiempo después, una multinacional noruega, Autek International, la compró y le cambió el nombre a Saurito S. L. En 2001 Autek International sufrió muchas pérdidas y vendió la compañía a un fondo de capital riesgo británico Kilgres Partners. Como la cadena ya había acumulado más de 503 millones de euros en deuda, pasó a manos de un grupo de bancos. Y así hasta hoy. Yo había recopilado esa información y la había condensado en un gráfico que ocupaba media hoja DIN A4. Matiqui respondió a mi correo con un escueto: Excelente, M. No sabía si lo había dicho en serio o si lo había dicho de forma irónica. En la guagua de vuelta a casa me tomé un antihistamínico porque las cajas de los archivos de Yolanda tenían tanto polvo que me habían provocado una reacción alérgica. Estuve una hora y trece minutos estornudando.

—Tus pintas de ahora son las de un narcotraficante. Podrías ser el jefe del cártel de Cali.

Se ríe otra vez. Echa la cabeza hacia atrás y se carcajea. Me hace gracia.

—Escúchame. No seas tan honesta con la gente de ahí dentro. No se lo tomarían bien.

Me subo las gafas por el puente.

—No te preocupes por mí —digo—. Nunca digo lo que pienso.

4

Noviembre 2016

Me llamo Meryem. Son dos sílabas. Mér-yem. La -y se lee como una -ll, pero la mayor parte del tiempo soy Mereym. O Mereyn. También me han llamado Meyren, Mérien, Meriem, Meyrem, Meyrene, Meyreme, Miriam, Marian, Mariane, Meyremem. En el móvil tengo una carpeta con más de cien capturas de pantalla de todas las variantes, reformulaciones, adaptaciones e interpretaciones que otros han hecho de mi nombre. Sigo sorprendiéndome cada vez. Soy Steven Spielberg, siempre emocionada. La rosa huele igual, ya lo sé, blablabla. En la pública también se estudia a Shakespeare. Cuando te llamas como me llamo yo, cuando tu nombre es raro, extraño, nunca antes lo había escuchado, de dónde dices que viene, aprendes rápido una lección: nunca, jamás, debes mostrar que te molesta que tu interlocutor tenga tantos problemas con un sustantivo propio de dos sílabas. Nací, crecí, alguien lleva semanas llamándome «Meyrme» en los correos que me manda en el trabajo, pienso: «¿De verdad es tan difícil copiar una palabra de seis letras y pegarla en otro correo?», cojo ese pensamiento, lo embotello, no lo dejo salir, me lo trago, siempre lo tengo en la punta de la lengua. Me la muerdo. No me muero, solo me cabreo más y más. Soy canaria. No solo tengo el acento más sexy de toda España según varias encuestas, también poseo un tremendo umbral de tolerancia ante las adversidades.

En tercero de la ESO doña Mercedes, mi profesora de Matemáticas, me llamaba Mary Jane. La primera vez que lo hizo me miró, la miré, nos miramos y la corregí. Pasé los siguientes nueve meses de mi vida llamándome Mary Jane en su clase (algunos de mis compañeros gritaban PETER PARKER justo después a veces me acuerdo de ellos espero que estén bien uno es taxista ahora un día me subí a un taxi sin mirar y cuando me fijé lo vi a él y me reconoció y quise bajarme del taxi pero ya estábamos en marcha ya era demasiado tarde estuve a punto de vomitar en el asiento trasero de ese taxi cuando me bajé me dijo algo pero no le entendí bien huí huí huí; unos días después me buscó en Facebook y me escribió un mensaje de cuatro párrafos para disculparse conmigo por cómo me había tratado «cuando éramos jóvenes», fui a su perfil y le bloqueé ojalá se muera y mientras esté muriéndose vea mi cara flashear ante sus ojos). Yo no iba a doblegarla a ella, pero ella a mí sí. Al final desistí. Me disolví, entregué las armas, y desde entonces no me importa, no me opongo a nada ya, me llamo como mi interlocutor quiera llamarme.

Miriam, Meriam. Lo que sea, me resbala. A veces me llamo: «Mejor te dejo el DNI, será más rápido». Aprendí que resistirme nunca me aporta nada. Cuando no soy Myenere o Meriané soy: «Uy, ese nombre no es de aquí», o «Anda, pues pareces canaria», o «Qué nombre tan bonito, nunca lo había oído, ¿de dónde eres?». No importa lo acostumbrada que esté al interrogatorio, veinticinco años de explicaciones, no importa. Saberme la conversación de memoria no evita que me pese sobre los hombros la eterna preguntadera ni hace que me sienta menos impotente. «De aquí, de la isla», suelo decir, y «Sí, pero de dónde exactamente» me suelen responder. Fantaseo con girarme y decir: «Y a ti qué coño te importa de dónde soy exactamente, pedazo de imbécil, qué quieres preguntarme de verdad, pregúntamelo ya», pero si hiciera eso mi interlocutor se ofendería muchísimo porque no está haciendo nada malo, solo me está preguntando, solo tiene curiosidad. L’esprit de l’escalier pero soy yo al pie de la escalera gritando que estoy hasta el coño de ser paciente y ser amable y sonreír y poner la mejilla todo el rato a todas horas ya no tengo mejilla te pongo la otra crúzame esta si quieres también. No tengo armas, estoy disuelta, me rendí hace tiempo. «De Marruecos», digo al final, aunque sea mentira, porque yo nací aquí crecí aquí me eduqué aquí viví toda mi vida aquí. Aquí.

Por eso no me enfado con el repartidor de Correos que me pregunta hoy. Respondo a todas sus preguntas con una sonrisa en la cara, soy la persona más educada del mundo, una persona serena, sosegada, encantadora, recito mi número de DNI sin que ninguno de los rasgos de mi cara cambie cuando me pide el NIE porque cómo voy a ser española si me llamo Meryem, Meyren, Mereyenen, a veces no estoy del todo segura, y tengo estos apellidos tan largos tan raros tan no-de-aquí. ¿Qué pone en mi DNI? REINO DE ESPAÑA, bien grande. ¿Acaso soy la única que lo ve? Querría estampárselo en la cara y decirle toma, ahí va, que te aproveche. Firmo donde me pide que le firme, recojo el paquete de Matiqui, no me tiembla ni un poco la voz, estoy tan orgullosa de mí misma, pero, ah, cómo le detesto, cómo le odio, con su chaleco azul y su casco amarillo y su cachivache digital de los cojones. El tiempo pasa y cada vez me cuesta más discernir qué es lo que realmente me enfurece: si saber que por mucho tiempo que lleve aquí, para alguna gente jamás seré de aquí, o el hecho de que tampoco soy ni nunca seré de allá.

5

Noviembre 2016

Tengo una teoría sobre la gente bajita. Me pasa de vez en cuando como a los racistas esos que creen que si llaman a alguien «morenito» o «morito» son menos racistas: digo «esa persona que no es alta». Se me escapa. Aquí me puedo expresar con total libertad, gracias a Dios. La gente bajita se divide en dos grupos: buena gente e hijos de puta. La persona más malvada que conozco es mucho más bajita que yo. Se llama Yolanda. Cuando coincidimos en el ascensor o en la oficina la miro desde arriba y trato de adivinar qué debe de estar pensando. Con qué sueña. Me resulta imposible no fijarme en su coronilla desde mi posición, en su pelo negro y ondulado casi siempre recogido en un moño apretadísimo. Me pregunto si tanta presión le dará jaqueca y por eso es así: cruel, dañina, tóxica. Franco medía un metro sesenta y tres centímetros. ¿Lo sabe? Quizá no tenga ni idea. Quizá no sepa que Margaret Thatcher medía ciento sesenta y seis centímetros ni que Benito Mussolini apenas llegaba al metro sesenta y nueve. ¿Winston Churchill? Uno sesenta y siete. ¿El presentador ese del programa de las hormigas de la tele que solo le hace gracia a gente que tiene que girar la cabeza para que las dos neuronas que les quedan conecten? Uno sesenta y cuatro según Google, lo acabo de mirar.

Si nos cruzamos en algún pasillo Yolanda y yo hay días que me saluda y días que no. Trato de imaginarme cómo es su vida fuera del trabajo. ¿Hace los mismos gestos, dice las mismas cosas? ¿Tiene amigos? Hay dos versiones de mí misma que se intercambian dependiendo de dónde esté y con quién, soy consciente de eso. De vez en cuando no tengo del todo claro quién soy en realidad, eso que doblo, ajusto y modifico todos los días antes de entrar al trabajo o yo. Me pregunto si ella también se siente así, si me tiene la misma antipatía que comienzo a sentir por ella. Qué ve cuando me mira. Los días más difíciles me pregunto por qué me trata de esta forma, tan mal. Nunca he sido desagradable con ella, al contrario. Nos veo interactuar desde fuera y sé que es imposible que nadie ignore cómo me habla, como si todo lo malo que sucede sucediera por mi culpa. En las horas que parecen no pasar después de comer en la oficina, cuando ya no se oye apenas un ruido, le dibujo en mi cabeza una casa al sur de la isla. Pongo un sol en una esquina, amarillo eléctrico, una casa de paredes blancas y altas y un techo rojo bajo un cielo azul. Ella es, al fondo de todo, una sombra negra. La siento así, lloviéndome encima a la menor oportunidad, empapándome hasta calarme en un microclima donde las nubes no existen.

Se hipotecó para comprar la casa que le estoy pintando. Me lo invento, no sé dónde vive, no sé cómo es su casa. No tiene jardín, pero sí una piscina, es un adosado en una urbanización donde no se oye a los niños jugar porque la mayoría de los vecinos son turistas que vienen de octubre a mayo. Todos tienen la piel quemada y llevan los bañadores por los sobacos para no ir desparramándose por la calle. A veces se suben así a la guagua y se sientan a tu lado, su brazo contra tu brazo, su rodilla contra tu rodilla, y el olor a aftersun se pega a la nariz. Cuando estoy muy cansada y no hay asientos libres hincho la barriga todo lo que puedo y finjo que estoy embarazada para que un guiri me ceda el asiento. Me pongo la mano en la tripa y los miro hasta que alguno tiene la decencia de levantarse. Lo considero una forma de resistencia pacífica. Gran Canaria es un cementerio de elefantes borrachos de origen británico, alemán, sueco o noruego, estoy harta de ellos, no los soporto más. Nadie les grita que se vuelvan a sus países, claro. Son blancos.

En esa casa que visualizo para Yolanda no hay mascotas, no hay niños, solo hay silencio y polvo que se limpia cada día con la precisión de un reloj suizo. De vez en cuando se sienta a mi lado en alguna reunión a la que solo me invitan para hacer las actas y tengo que aguantarme las ganas de tocarle la cara con el dedo índice para ver si es una persona real o si está hecha de goma. Ver si es humana o qué. Somos Palestina e Israel, una en una planta con su propio despacho y una en un cubículo en un espacio abierto invadido por cualquiera que pase por allí. Siempre alerta por si baja a donde estoy y encuentra una nueva forma de sancionarme, boicotearme y reducirme a unos pocos escombros en cuestión de segundos. Toma estos quinientos archivadores, necesito que escanees y destruyas todo lo que hay aquí, es para hoy. ¿Sigues haciendo eso? Déjalo, necesito que vayas a hacer un recado a la otra punta de la isla, lleva estos papeles contigo. ¿Cómo es posible que no hayas terminado la primera tarea que te di, si solo te he interrumpido cincuenta y nueve veces durante el día con recados estúpidos?

En mi sitio, siempre a la vista de todo el mundo, le pinto una rutina de naranjas chillones y azules oscuros, su carácter borderline. Unos días amable, otros cruel. Os invito a todos a mi cumpleaños, dice. Las chicas iremos de largo, añade. Tiene cuarenta y seis disparos al corazón, esta persona. Ayer fui con mi pareja a probar el catering de mi cumpleaños, comenta en una estudiada performance cuyo objetivo siempre es el mismo: incomodarme, excluirme, dejarme claro que no soy, que no voy a ser y que nunca seré una más. Sentada en el baño donde a veces me escondo para llorar —casi siempre por su culpa—, le doy vueltas tucu tucu a la cabeza preguntándome qué pasaría si un día decidiese que no me cabe ni una más, si me girase muy despacio y la mirase a la cara y le preguntase cuál es su problema conmigo, en voz alta, delante de los demás. No lo hago, claro, todavía no se me fue el baifo. Sigue aquí. Alguno queda.