ÍNDICE
1. Ayuntamiento de Toledo
2. Panteón de los Reyes. El Escorial. Madrid
3. Palacio de Santa Cruz. Madrid
4. Palacio del Buen Retiro. Madrid
5. Monasterio de la Encarnación. Madrid
6. Plaza Mayor de Madrid
7. Antiguo Ayuntamiento de Madrid
8. Iglesia de las Bernardas. Alcalá de Henares
9. La Clerecía de Salamanca
10. Catedral de San Isidro. Madrid
11. Capilla de San Isidro. Iglesia de San Andrés. Madrid
12. El Pilar de Zaragoza
13. Casa de la Panadería. Plaza Mayor. Madrid
14. Fachada de la Iglesia del Carmen. Madrid
15. Retablo de San Esteban. Salamanca
16. Palacio de Nuevo Baztán
17. Academia de San Fernando. Madrid
18. Colegio de Calatrava. Salamanca
19. Plaza Mayor de Salamanca
20. Trascoro y detalle lateral. Catedral de Salamanca
21. Ayuntamiento de Salamanca
22. Torres y Espadaña de la Clerecía. Salamanca
23. Iglesia de Montserrat. Madrid
24. Antiguo Hospicio de Madrid
25. Iglesia de San Cayetano. Madrid
26. Ermita de la Virgen del Puerto. Madrid
27. Fachada de la Universidad de Valladolid
28. Transparente de la Catedral de Toledo
29. Iglesia de San Miguel. Madrid
30. Exterior del Palacio Real de Madrid
31. Interior del Palacio Real. Madrid
32. Iglesia de San Marcos. Madrid
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Hemos dejado para el final la obra de un espécimen clarísimo de transición, un hombre que realizó obras decididamente barrocas en una primera época para pasar después a defender reciamente los preceptos eruditos de la Academia.
Ventura Rodríguez levanta la iglesia de San Marcos en 1749 para conmemorar el triunfo de Almansa contra el archiduque. El interior es sumamente original, pues describe toda una sucesión de elipses de variados tamaños y en distintas direcciones que imprimen un movimiento singular a los muros del templo. Puede considerarse como el templo borrominesco más importante de España y claro seguidor en esta tendencia del templo de los Santos Justo y Pastor, de Bonavía.
Después de su aventura barroca, traza otras obras, como la iglesia de los Agustinos, de Valladolid: algunas capillas del Pilar de Zaragoza, etc., donde ya predomina su educación neoclásica y que, como tal, describimos en la serie correspondiente. Hemos decidido partir en dos la obra de este arquitecto, no ya por defecto de espacio, sino por su situación real y efectiva en el puente de dos estilos diferentes.
Entendemos por arquitectura barroca un estilo de construcción y decoración característico, que comienza a extenderse en Europa a finales del siglo XVI y perdura sin trascendentales variaciones hasta la segunda mitad del XVIII. El siglo clave, pues, del arte barroco es el XVII.
Las fronteras exactas de este modo arquitectónico no pueden determinarse, pues, aunque tradicionalmente venía concediéndose a Lorenzo Bernini la paternidad simbólica del estilo, la historiografía actual descubre antecedentes barrocos en hombres de tanta importancia como Miguel Ángel, que vislumbra ya, tanto en arquitectura como en escultura y pintura, los principios del nuevo estilo.
La arquitectura barroca sufrió una dura crítica a finales del siglo XVIII y casi todo el XIX, a cargo de los historiadores neoclasicistas, que veían en ella «un fenómeno artístico desmesurado, confuso y extravagante». Autores de tanto prestigio como Winckelmann, Burchardt o el mismo Goethe se muestran enemigos irreconciliables de este «horrible» estilo, caprichoso y falto de reglas.
Sólo a principios del siglo actual comienza a revalorizarse el barroco, a raíz sobre todo de los estudios de Wölfflin, Mâele, Weisbach y otros pensadores de gran talla. La hazaña de Wölfflin con su teoría de los cinco pares de conceptos «Renaclmiento-barroco» fue un paso gigantesco en orden a la rehabilitación de uno de los estilos más importantes de Occidente. Su obra, que adolecía de una óptica exclusivamente formalista, fue completada con la aportación de Mâle, Weisbach y, en la actualidad, Hauser y otros, que descubren enfoques diversos (religiosos, económicos, sociales) y facilitan una mejor interpretación del arte barroco. En la actualidad puede decirse que el barroco sigue su proceso de revalorización y continúa ganando enteros, a costa muchas veces del propio Renacimiento, que va perdiendo paulatinamente aquella aureola inmarcesible que antaño gozara.