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ADVERTENCIA

Los siete estudios contenidos en este libro fueron compuestos en distintos momentos y son el resultado de nuestra lectura del vasto género pastoril. Por consiguiente, deben y pueden leerse de forma independiente. Estos ensayos son inéditos, aunque en algunos casos se pronunciaron en seminarios a los que iremos remitiendo a lo largo del trabajo.

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1. LOS PAISAJES Y LOS PERSONAJES DEL QUIJOTE

I. PAISAJE

Una visión del paisaje (ya sea real o inventado) ofrece una lectura renovada del texto del Quijote debido a los fenómenos ocultos que se revelan en su topografía. La palabra paisaje significa en sí misma la manera en que está dispuesto el terreno. En este contexto general el significado de la geografía está limitado porque depende exclusivamente de la naturaleza. Un paisaje reúne elementos simbólicos para interpretar los textos con precisión cuando está impulsado conceptual y sistemáticamente por un compuesto cultural; es decir, la manera en que los habitantes de una entidad geográfica se proyectan a sí mismos1. Además, al estudiar el paisaje hay que remitirse a la doctrina de la época de Alexander von Humboldt que, a principios del siglo XIX, mostró una decidida intención cultural en el estudio de la geografía. Humboldt intentó aunar la perspectiva intelectual y la imaginativa, la visión científica y la artística. Por consiguiente, para entender el paisaje no solo analizó y explicó sus formas y sus relaciones visibles, sino que logró incorporar también las claves del horizonte cultural en que se desarrollaba. La geografía moderna forma parte de la cultura de su tiempo, recibe sus influencias e influye a su vez en ella. Esta visión adquiere, desde aquel entonces, el carácter de un verdadero empeño cultural2; el paisaje se convierte así en el resultado de la fuerza creadora humana. Por otra parte, Paul Shepard — pensador americano y autor de Man in the Landscape, notable libro sobre la disciplina de la psicología del paisaje —, afirmó hace medio siglo que, si bien hoy se ha abandonado la idea del pastoreo y de la agricultura como formas de vida, aún es imprescindible explicar el espíritu rural, junto con lo urbano y lo fantástico, a fin de comprender por completo los hábitos de vida del ser humano3. El comentario de Shepard subraya el interés del novelista en el paisaje como fórmula principal del éxito artístico y, por extensión, señala la evolución de la consciencia visual de una obra como el Quijote.

El motivo es claro y consabido: una definición renovada de paisaje se superpone con lugar, entorno y «que los bosquejos iniciales se completan luego en el Quijote con reiterados detalles gráficos y se logra una descripción vívida mediante el uso moderado de detalles bien elegidos»4. Así empieza Cervantes:

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, andarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palominio de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. (Don Quijote de la Mancha, I, 1, pp. 35-36)5

El «lugar» — palabra que se encuentra a menudo en el Quijote— es impreciso en la situación inicial de la novela de Cervantes. Pero es, sin embargo, el término que utiliza para la identificación del protagonista. Más que de tratar de suprimir un apellido — de lo que, curiosamente, Cervantes no está seguro — el autor trata de omitir información personal para confundir la identidad, a fin de concentrarse en las posesiones y el espacio de su personaje. Su cultura pertenece a la categoría más baja de la nobleza de La Mancha del siglo XVI y con sus «pertenencias» («trajes, telas, ama, mozo», tal y como se indica en el primer párrafo del libro I, 1, p. 36) y «modestas comidas», Cervantes compone un breve, pero sistemático, entorno cultural que forma parte del territorio del hombre pobre (o del hidalgo pobre). Esto no significa que Cervantes no haya querido emplear en sus bosquejos nombres concretos de pequeños pueblos y ciudades. Procede así en esta primera página para ir más allá de la topografía del escenario al que se hace alusión y para descubrir finalmente que, en realidad, el personaje es una extensión del lugar impreciso, sobre el que los críticos, durante siglos, han derramado mucha tinta. Estos y otros pasajes del Quijote se usan para desviar el asunto del detalle con el cual lucha Cervantes a lo largo de su obra. Aparte del juego inicial sobre el apellido de don Quijote — ejercicio tan solo de índole hipotética — el lugar, según Cervantes, necesitaba ser específico para colocar los espacios y sus poblaciones, y para dar ambiente a su novela, una novela que trata más de la vida rural que de otro modo de vivir. La letanía de los sitios bien conocidos (Percheles de Málaga, Compás de Sevilla, Azoquejo de Segovia, la Olivera de Valencia...)6 caracteriza la condición picaresca del ventero. Pero los geógrafos han especulado más alla de los sitios específicos de las consabidas aventuras. Desde Juan Antonio Pellicer, 1797, y los críticos románticos, hemos visto La Mancha surcada por una extensa red de caminos que unían las poblaciones, caminos que Cervantes debió de utilizar y a los que parece referirse en determinados pasajes del Quijote: en los de la Sierra Morena, en los de Toledo hacia Córdoba, Ciudad Real, Caracuel, Almodóvar, el valle del Guadalquivir, se localizan muchas aventuras de la primera parte hasta el capítulo 22. Más adelante se pueden citar los caminos de Toledo a Murcia y de Valencia a Toledo, los cuales incluyen las aventuras en El Toboso, además del Campo de Criptana y de Alcázar de Consuegra (lugar en el que puede transcurrir la aventura de los molinos de viento). En el Campo de Montiel, don Quijote asiste a las bodas de Camacho y visita el origen del Río Guadiana, la cueva de Montesinos y las Lagunas de Ruidera7. Estos son solo unos cuantos ejemplos. El hecho es que el Quijote es un gran mapa de las poblaciones: una geografía concreta y a la vez una geografía ficticia en que Cevantes puede observar y crear, según decía el canónigo, a propósito del escrutinio de otros autores que escribieron libros de caballerías8.

Los aspectos misteriosos del paisaje también pueden revelar mucho, ya que en general supone un estudio cognitivo que por extensión incluye al personaje ficticio. Según Cantero se ve en el paisaje la expresión del orden natural, la manifestación visible de la organización de la naturaleza, y quedamos convencidos de que el hombre forma parte de ese orden. Existen, por consiguiente, relaciones profundas entre lo exterior y lo interior9. Por lo tanto, comprender quiénes son los personajes de Cervantes implica, entre otros supuestos, atribuir valores psicológicos a los paisajes que obligan a hacer una lectura más consciente de los mismos. Lo que queremos indicar con ello es que el lector integre experiencias y el conocimiento del entorno del paisaje en imágenes de creciente complejidad, y que los personajes se reconozcan como figuras integrales y acabadas. En otras palabras, primero aprendemos mirando, pero para entender completamente el paisaje y sus efectos se deben aunar diferentes datos mediante un esfuerzo imaginativo, puesto que el paisaje no se limita al sentido visual.

Esta interrelación entre paisaje y personaje se manifiesta en la breve visita de don Quijote a una venta (I, 2). El escenario presupone aquí un conocimiento sobre espacios corrientes y sobre personajes tan poco refinados como sus simples venteros. Irónicamente, las restricciones de este escenario manifiestan que un paisaje es una construcción más amplia y completa: una fusión de naturaleza y hombre y lo que ella produce con sus reveladoras asociaciones internas. El resultado general es una atractiva exposición visual y simbólica de la cultura que devela la posición social de las personas10. Debido a que los paisajes del Quijote son en su mayoría rurales, como criterios analíticos se convierten en recursos para evaluar las normas estéticas de la novela (sus acciones, ideas y personajes) de acuerdo con los estímulos producidos por el escenario aislado. Sin embargo, el mundo de don Quijote no es del todo rural. En ocasiones, los paisajes parecen separados de una seguridad y comodidad emocional anhelada en el entorno, similar a la construida verbalmente en una escena bucólica, ya que el paisaje es consecuencia de la mente y su visión de lo que nos hace sentir tranquilos en el espacio pictórico11. El hecho de que todo paisaje humano tiene un significado más allá de lo que se ve en la superficie es fundamental.

Existen acciones promovidas por los límites visuales de la vida española del siglo XVI; es decir, paisajes cuyo contenido interno produce espacios psicológicos y míticos que son factores claves para la definición de una escena cultural, ya que exhiben los hábitos de las personas de manera exhaustiva.También hay paisajes que reflejan con toda claridad valores, aspiraciones e incluso temores. Por ejemplo, cuando aparecen los «encamisados» (I, 19), estos presentan un tablado entero de la muerte. Sin embargo, los paisajes no siempre son aparentes cuando intervienen en la comprensión de lo cotidiano o de la vida diaria, como si se tratase del cuadro de una escena estática e idealizada que se exhibe en un museo para que sea vista por un espectador.

II. LLANURA

El colorido lingüístico y las distinciones verbales de los paisajes culturales se amplifican frente al lector desprevenido, incluso cuando los escenarios no son tan dramáticos como, por ejemplo, la cueva de Montesinos. La cueva es un espacio puramente inventado, pero otros lugares y acontecimientos del Quijote no engendran este tipo de paisaje imaginado, porque tampoco es necesario. La novela de Cervantes plantea un corolario por el cual la historia social es la disciplina que da significado a las vidas de los personajes con respecto al paisaje y en un contexto cotidiano y detallado. Por lo tanto, si bien la alusión resulta evidentemente favorable para la credibilidad novelística, no debemos dejar de examinar escenas poco vívidas para percibir, con constancia objetiva, recursos que narran simbólicamente una historia completa de las personas que habitan un lugar desde el punto de vista del nexo social y de la visión subliminal. Ambas nociones son imprescindibles.

Pero regresemos a la venta (I, 2), donde el escenario mítico-oculto de los lugares primitivos se cultivan pescado seco y pan añejo que las

«doñas» le sirven a don Quijote dentro de una humilde posada de campo en el pequeño y no identificado pueblo castellano. Se capta así la simpleza el lugar (la cursiva es mía):

A dicha, acertó a ser viernes aquel día, y no había en toda la venta sino unas raciones de un pescado que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacallao... y en otras truchuela. Preguntáronle si por ventura comería truchuela, que no había otro pescado que dalle a comer.

Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco, y trújole el huésped una porción del mal remojado y peor cocido bacallao y un pan tan negro y mugriento como sus armas... Estando en esto, llegó acaso a la venta un castrador de puercos, y así como llegó, sonó su silbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar don Quijote que estaba en algún famoso castillo... (Quijote, I, 2, pp. 53-54)

La tensión cultural está fomentada por la ignorancia de don Quijote y sus anfitriones. Un pobre hidalgo que pretende ser atendido como un héroe come comida en mal estado y escucha la señal de un castrador de puercos, convencido de que anuncia su llegada. Risible y patética, la escena señala la contrariedad de sus reconocimientos culturales enterrados en la ilimitada llanura castellana. Además, venteros, sirvientes, prostitutas, arrieros, contribuyen, suficientemente y con bastante rusticidad a la reconstrucción de una forma de vida que no tiene relación alguna con la mitología literaria que les impuso el caballero andante. Irónicamente, el paisaje local menos monumental adquiere una importancia mayor de la que se supuso al principio y la venta se convierte en el epicentro de la actividad del campo. La aventura de los molinos de viento se engendra dentro del emblema del territorio; el molino es una de las construcciones de orientación económica que forma parte también de un conjunto de edificaciones originales que bien por separado, o como integrantes de una venta, una quintería, aldea o villa, confieren personalidad a la tierra en la que se levantan12.A continuación analizaremos este espacio con mayor profundidad.

Un análisis detenido de las palabras origina el descubrimiento genuino de una topografía rústica. Don Quijote identifica un «castillo» con una «majada de pastores», mientras busca alojamiento durante este primer momento de su viaje. Su excentricidad y resolución imaginativas no se ajustan a su entorno con respecto a los alrededores. Como ya se ha visto, el rústico campo y los elementos que este contiene no son agradables para él. Los contrastes son crueles e implacables, pero la confusa bienvenida solo puede recibirse con satisfacción. Sin embargo, la venta es un motivo espacial recurrente del Quijote, porque se reconoce como un medio de sociabilidad. La llanura castellana es árida y desolada, pero constituye un vasto universo con personas y su ganado en movimiento. En esta inmensa llanura, que se eleva por encima de los seiscientos metros, La Mancha es una cuenca deprimida a consecuencia del movimiento alpino que ha sido rellenada por materiales procedentes del reborde de la meseta con series continentales, lacustres y aluviales, origen de la variedad de depósitos que tapizan su superficie13. La venta, en cambio, es un recurso de adaptabilidad para que se reúnan viajeros solitarios. La venta marca el paisaje fuera de las ciudades y sirve como mercado para aquellos que buscan un bastión pequeño y humilde donde vender sus mercancías, materiales o no. Por estas razones, el novelista realista tiende a no practicar sin tales escenarios cotidianos y comunes, ya que lo llevan hacia una definición de la totalidad de su mundo imaginado — el de la gente que vive en los tranquilos remansos de la vida del siglo XVI. Debido al dinamismo de la sociedad castellana de aquel entonces, el movimiento en los caminos creó la necesidad de posadas, ventas, mesones y albergues que daban algún carácter, aunque no tan permanente, a un paisaje duro y despiadado, tal y como nos indica la mala suerte de don Quijote en la venta.

Hay que considerer, además, la intromisión del lenguaje como un pilar fundamental para el paisaje artístico y concreto, y que está vinculado con diversos estímulos regionales que dan lugar a distinciones en la sensibilidad y el pensamiento. En la segunda parte del Quijote, capítulo 50, el mensajero de la Duquesa se burla de la esposa de Sancho al comentarle los grandiosos planes de la Duquesa para su esposo: hacerlo gobernador de una ínsula. Dentro de su cómoda vivienda,Teresa queda desconcertada cuando el paje la encuentra lavando ropa en un arroyo cerca de su casa, y no puede entender las intenciones de la noble dama:

¡Ay, señor mío, quítese de ahí, no haga eso..., que yo no soy nada palaciega, sino una pobre labradora, hija de un estipaterrones y mujer de un escudero andante, y no de gobierno alguno! (Quijote, II, 50, p. 1037)

Solamente dentro de este marco, medido por la familiaridad de su escenario, se puede interpretar su lenguaje coloquial, su aguda consciencia sobre la clase social y, lo que es más importante, su instinto para la supervivencia con sus tareas diarias, como lavar la ropa. Esta es una escena que no se puede ignorar ya que el lenguaje de la gente que vive en el campo recreado en este intercambio verbal revela una gran disparidad entre dos tipos de fraseología.

La lucha aumenta nuestra comprensión del personaje de Teresa por la franqueza en su defensa de quién es. Un similar acceso limitado al mundo se encuentra entre los pastores de la primera parte (I, 11, p. 128), que reciben con gusto las habladurías de un pueblo cercano. Solo puede entrar en el refugio de los pastores el mensajero Pedro con noticias de afuera. De la misma manera,Teresa es quien es porque también lucha por proteger su pequeño universo, produciéndose una lucha de palabras y de mundos. La Duquesa le envía entonces a Teresa un collar de perlas y Teresa exclama:

Con esas tales señoras me entierren a mí, y no las hidalgas que en este pueblo se usan, que piensan que por ser hidalgas no las ha de tocar el viento, y van a la iglesia con tanta fantasía como si fuesen las mesmas reinas, que no parece que sino que tienen a deshonra el mirar a una labradora. (Quijote, II, 50, p. 39)

La metáfora relacionada con el diminuto dominio de Teresa evoluciona como una reacción con el propósito de separar a los ricos de los pobres.

Los paisajes castellanos no son necesariamente hermosos ni desordenados, y sus habitantes pueden ser patéticos o cómicos, ingenuos o inteligentes. Son pistas acerca de la personalidad de entidades geográficas específicas que otorgan un fuerte sentido de procedencia, a pesar de la resistencia a verlos como algo más que figuras unidas a un paisaje ignorado por quienes no viven allí. Nuevamente el lenguaje articula estos lugares con símbolos visuales. El lenguaje y, por lo tanto, la aceptación de los hábitos culturales en estas dos escenas polémicas — I, 2, y II, 50—, es un medio agradable para trazar el sistema de valores de los labradores de Castilla. Esto es así porque el paisaje en el que encontramos a Teresa es inicialmente un fenómeno que lentamente desaparece, a medida que el lugar y el tiempo dan paso a una continuidad superficial de acontecimientos que se desarrollan en una región que busca comprender la vida cotidiana de la gente común. En todo caso, es imprescindible estudiar la movilidad con el aspecto social de estas geografías14.

El paisaje siempre es una clave importante acerca de la personalidad de una región si se mira «desde» su fuente pictórica «hasta» los valores de las personas que lo integran. Este análisis apela a la mente debido a que las imágenes del paisaje se entrecruzan con relaciones y valores que no son inmediatamente aparentes. La entrada a El Toboso, donde supuestamente vive Dulcinea puede adentrarnos más en lo oculto porque es un paisaje estéticamente dinámico y variable, desde bestias que gruñen y un clima misterioso (es medianoche), a la incomprensible transformación de Dulcinea. Aquí, la psicología del paisaje descubre la controversia de don Quijote con el mundo que lo rodea por una escena que Angel del Río había denominado «escena alucinada»15:

Estaba el pueblo en un sosegado silencio... Era la noche entreclara puesto que quisiera Sancho que fuera del todo escura, por hallar en su escuridad disculpa de su sandez. No se oía en todo el lugar sino ladridos de perros, que atronaban los oídos de don Quijote y turbaban el corazón de Sancho. De cuando en cuando rebuznaba un jumento, gruñían puercos, mayaban gatos, cuyas voces, de diferentes sonidos, se aumentaban el silencio de la noche, todo lo cual tuvo el caballero a mal agüero. (Quijote, II, 9, p. 695)

Los sonidos no nos permiten olvidar ni negar lo que es El Toboso, incluso si don Quijote ignora deliberadamente lo común y corriente o el atraso, de la atmósfera de su búsqueda de amor. Por un lado, las geografías ahondan en las vidas de las personas y aún en otro plano glorifican lo común y corriente, incluso tanto como uno se puede permitir anticipar que aquello que es extraordinario surja de un mundo cotidiano. Lo cierto es que los lectores, como los espectadores, no están acostumbrados a prestar atención cuando ven, por ejemplo, una llanura, una hilera de casas, un simple lugar para comer16. El enfoque en la presencia de arrieros, venteros, mesoneras, guardias, barberos, fortalece la lectura esclarecedora del Quijote mencionada anteriormente. Ante todo, no se puede ignorar que Cervantes sabía utilizar el terreno y el espacio geográfico para llamar la atención sobre cómo los entornos afectan a las personas y las ideas de su obra como parte de un proceso que amplía el territorio narrativo con personajes denominados latentes que dan expresión a los espacios seleccionados por el escritor. Por lo tanto, un simple episodio, como la reacción de Teresa ante el paje de la Duquesa, demuestra cómo la psicología del paisaje o del lugar puede operar en un nivel cognitivo más que en un nivel simplemente cómico dentro de la narración.

III. BOSQUE Y MONTAÑA

Los mitos y la ornamentación en la literatura europea fueron incorporados por la gente que vive en ciudades o zonas urbanas a una filosofía del paisaje que tuvo sus raíces en la domesticación de animales de grandes dimensiones que, conducidos por el pastor, enfrentaban en un lugar absolutamente desconocido, en cualquier momento, un entorno parecido a un desierto, una oscura zona boscosa, una montaña aislada. Esto se debe a que el flujo humano, a lo largo del paisaje, sigue a la naturaleza a través de los ciclos que dictan su migración, y los ciclos dependen de la naturaleza para su protección, porque los animales pastan pero no se reponen. Don Quijote y Sancho pasan la noche en esta zona selvática con unos pastores provenientes de aquel terreno extenso e inculto de bosques, praderas, arroyos y vegetación variable, en una especie de ciclo y contraciclo17.