ÍNDICE

#Enredados

Portadilla

Dedicatoria

INICIANDO SESIÓN

LETRAS ENREDADAS

Economía del lenguaje

Arroba

Policía de las letras

Supervivencia del idioma. Lenguaje 2.0

Avatar

Pasajeros de la red

Tuiteratura

Un árbol con muchas ramas

Chatear

Propuestas aún más intrépidas

Instarrelato

Fanfiction

Digital

Las normas

Nada nuevo, ¿o sí?

Terminología

Hacker

Booktube

Bookabulario

Laptop

NETIQUETA

El pionero

Navegar

La Netiqueta

Normas virtuales

Pirata

Spam

NO CAIGAS EN ESTAS REDES

¿Selficidios o sefidiots?

Trol

Malware

Grooming

Vamping

Sexting

Ghosting

Phishing

Twitter

Tus aliados

Nomofobia

CERRANDO SESIÓN

CASI UNA BIBLIOGRAFÍA

Acerca de Laura García Arroyo

Créditos

 

Acerca de Laura García Arroyo...

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... nació en España, donde estudió Traducción e Interpretación en la Universidad de Comillas. En televisión hemos podido verla en Canal 22 México, sobre todo en La dichosa palabra, y podemos oírla en Charros vs Gángsters, programa de MVS Radio (MEX) en el que habla del idioma, incorrecciones frecuentes, noticias relacionadas con el lenguaje y curiosidades lingüísticas.

Ama viajar, le encanta la Fórmula 1, es una apasionada de la cumbia y el chocolate y pocos saben que le encanta el futbol y que lloró el día que murió Michael Jackson.

 

 

A todos los que se dejaron caer en estas redes.

A todos los que forman la mía.

INICIANDO SESIÓN

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i estás leyendo estas letras es que algo te causó curiosidad del título o del texto de contraportada, oíste algo sobre este libro, te lo recomendaron, te lo regalaron o... ¿qué más da? Aquí estás y estás leyendo. Bienvenido.

#Enredados nació del interés por saber qué estaba pasando en las redes y cómo se estaba usando el idioma en internet, más allá de lo que todos conocemos. También quisimos abrir un debate sobre ello y dejar abierta la conversación para que al cerrar este libro comience una plática en una mesa, en casa, en el pesero o incluso en la propia red. Conscientes de que el mundo virtual cambia cada segundo, consideramos no incluir datos o fenómenos concretos que en dos días puedan quedar obsoletos. Me dediqué más a exponer, analizar, observar, contar y compartir ciertas reflexiones y recomendaciones basadas en el humor, la ligereza y la espontaneidad que se difunden en redes.

Este es un libro informativo con un enfoque entretenido, de compañía y de lectura amena. No pretende ser un manual ni un compendio de todo lo que se puede hacer con el lenguaje y la red (¿por qué no dejar abierta la posibilidad de una segunda parte?). Simplemente quise comentar algunos de los temas que he visto en la dinámica virtual y, como amante de las palabras, enfocarme en echar un vistazo al protagonista de una nueva manera de comunicación que resulta fascinante.

Porque de repente todos comenzamos a escribir. Nos compran el primer smartphone y surgen nuevos puentes que nos unen. Leemos y escribimos sin parar. Gente que antes no escribía ni en el cuaderno ahora escribe cincuenta tuits diarios.

Entonces, ¿si tengo escritos 35 000 tuits ya puedo considerarme escritor? Bueno, pues con la definición estricta de la palabra, sí: escribes, así que eres escritor. Pero para ser un escritor de profesión se requiere de mucho más que publicar casi cinco millones de caracteres en la red. Eso sí, vas por buen camino: la práctica hace al maestro, así que ya estás más cerca que antes.

Hace no tantos años, la única manera de interactuar con gente a distancia era a través de cartas, correo postal o en los medios, con la famosa y quizá olvidada sección “cartas al director”, en la que un lector exponía una opinión y el periódico en cuestión publicaba tanto la inquietud del lector (queja, felicitación o simple desahogo) como la respuesta del director o jefe (que en realidad era su equipo de redacción) a dicho comentario. Hoy internet está permitiendo cierta democracia (digo cierta, porque a veces se convierte en tiranía al depender de dispositivos, cobertura, conexión, etc.) y esta comunicación está llevando a nuevos horizontes que se amplían cada día.

Satanizada y criticada en muchas ocasiones, la red incita a la participación, para la que hay que usar las palabras, situación que para una apasionada de las letras resulta conmovedor y digno de observación.

¿Estamos empobreciendo el lenguaje debido a internet? ¿Existe traducción para hacker? ¿Cómo se inventó la @? ¿Qué es la NETIQUETA? ¿Existe la tuiteratura? ¿De dónde viene el término digital? ¿Soy nomofóbico? ¿En qué consiste el grooming? ¿Has sido víctima del malware o del phishing? ¿Puede un texto de 140 caracteres contar una historia? ¿Te gusta leer y no conoces a los booktubers ni has leído una fanfiction?

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Si te has planteado las preguntas anteriores o acabas de sentir curiosidad por responderlas ahora, va la invitación a que sigas leyendo y disfrutes estas letras.

Y no solo las letras. ¿Alguna vez te preguntaste cómo se inventan las palabras? La pregunta del millón. No sé tú, pero de niña imaginaba que se reunían los eruditos de la lengua y se pasaban días encerrados discutiendo sobre raíces latinas y griegas hasta parir un nuevo término. Quizá fuera así hace siglos, pero hoy se inventan conceptos cada minuto y los susodichos expertos no se dan abasto para seguirles el ritmo. Así que muchas veces quien descubre la nueva realidad se encarga de nombrarla con un vocabulario de su gusto, y la mayoría de las veces se trata de giros en inglés, porque de ahí llegan los ¡eurekas! principalmente. A partir de ese momento, las redes se encargan de difundirlo, y para cuando los especialistas se dan cuenta, la palabra ya es universal. Pero te asombrarías al ver que muchas de esas voces que hoy pronunciamos sobre objetos, acciones y nociones que consideramos nuevas, tienen una larga historia y que llegan hasta nuestros días de las formas más peculiares. A lo largo de este libro, te voy a ir contando algunas de las que me gustaron más a mí.

Tienes ante ti un texto que no necesitas leer en el orden habitual, sino que puedes brincar de capítulo a capítulo, o hacer una pausa y asomarte a la historia detrás de varias palabras comunes en el ciberespacio. Además, puedes divertirte con los microrrelatos incluidos en la parte inferior de varias páginas. Viaja por este libro como quien navega en internet: abriendo ventanas, trazando tu propia ruta.

Gracias por entrar en estas páginas. Espero que te divierta, que en él descubras algo nuevo y, si te gusta o se te antoja, agradeceré que lo retuitees (que lo recomiendes, pues) o envíes tus comentarios. Bienvenidos todos.

Esta conexión es totalmente inalámbrica, no necesitarás Wi-Fi ni consumirás datos móviles; basta con ponerse cómodo y disfrutar la lectura.

Nos vemos en la red.

LETRAS ENREDADAS

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abría sido buen tuitero Miguel de Cervantes? ¿Cuántos seguidores habría alcanzado la cuenta de William Shakespeare? ¿Quién habría sido mejor trol, Quevedo o Góngora? ¿Cuántos retuits habrían tenido las escenas eróticas del marqués de Sade? ¿De cuántos memes habrían sido protagonistas Mary Shelley y Frankenstein? O imagínate a Jane Austen publicando en la red: “Fav si Orgullo; RT si Prejuicio”.

El ser humano siempre ha tenido la necesidad de comunicarse y compartir, de ser escuchado o leído y, de ser posible, correspondido. Hasta hace solo unas décadas, unos pocos escribían, otros tantos podían leerlos y ninguno de ellos recibía réplica. Hoy más que nunca el mundo está al alcance de todos (de todos los que tienen acceso a la red).

La aparición de internet supuso una revolución en el acceso a datos de todo tipo y en la manera de compartirlos. Ahora más que nunca podemos saber en el instante lo que pasa en cualquier parte del mundo, sea relevante, interesante, entretenido, curioso o vergonzoso. Todo se registra, todo se lee, todo se notifica, todo se comenta.

Vivimos una época en que se lee y se escribe más que nunca. Sí, a pesar de lo que se dice, estamos rodeados de palabras desde que nos despertamos hasta que nos acostamos y nuestros pulgares echan humo emitiendo mensajes. Eso implica reconocer letras y formular oraciones, irremediablemente. La diferencia es que los protagonistas han variado —ya no son solo un libro y un papel— y el contenido y el destinatario se han diversificado enormemente. Que no nos guste lo que se lee y cómo se escribe es otra cosa. Pero en general importa lo que se dice y cómo se dice. El público lector es más amplio, más exigente y más impaciente; si no le interesa algo, lo pasa enseguida al cajón del olvido. Se señalan y castigan mucho las faltas de ortografía y cada vez más se asimila el uso de códigos de escritura para comunicarse en este gran cuaderno virtual (las famosas y polémicas abreviaturas de los SMS). Usamos la red para informarnos, para aprender, para comunicarnos con gente que no tenemos delante, para trabajar a distancia sin perder la presencia, para hacer trámites y operaciones bancarias, para divertirnos, para conocer gente nueva, para enamorarnos. Y en todas y cada una de estas actividades está involucrado el lenguaje.

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Después de la supremacía de la radio y la televisión como medios de comunicación y entretenimiento masivos, en los que se usa más un lenguaje oral y visual, el lenguaje cibernético nos obliga a leer y a escribir para participar. Esto requiere de un conocimiento de las reglas de cada espacio (no es lo mismo escribir un correo que una entrada de un blog, una publicación de Facebook o un tuit).

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Las redes se usan principalmente para compartir vivencias, sentimientos y momentos muy particulares, pero cada vez más se usan como fuentes de información, enseñanza, aprendizaje y proliferación de literatura (cuestionable en muchos casos, pero con un extraordinario poder de alcance y difusión para todos por igual). Gracias a ellas podemos leer textos de autores que no se venden en nuestras ciudades, o ni siquiera en nuestro país; podemos publicar experiencias y crear foros para debatir; investigar algún dato o descubrir alguna novedad, o incluso inventar nuevas formas de compartir letras.

Podemos ver la red como una gran alfombra voladora que nos permite trasladarnos en el espacio y en el tiempo a nuestro antojo, con la posibilidad de aterrizar en lugares jamás soñados. Además de leer a los grandes, a los recién llegados, a los clásicos y a los contemporáneos que construyen con nosotros la República Democrática de Lectores (como bien dicen los Taibo), hemos creado una nueva y particular República Independiente de Escritores, en la que podemos publicar y leer lo que queramos.

Esta libertad no nos convierte en García Márquez ni en Paz (ser campeón de Apalabrados no cuenta como desarrollar las letras), pero es maravilloso ver las nuevas expresiones, sitios y dinámicas surgidos en esta era digital. Estos nuevos espacios se han ganado nuestra atención, y a ellos quise dedicarles las siguientes páginas, porque esta abrumadora cantidad de información también ha originado nuevos alfabetos, nuevas estructuras y nuevas formas de compartir las letras que merece la pena conocer.

 

 

pajarito

@leunamer

Ya en persona no se ve de 25 favs, Pensó ella.
Se me olvidó ponerme un filtro, recordó él.

 

Economía del lenguaje

La célebre frase de “menos es más” suele ser atribuida a muchas personas, pero parece que la acuñó el arquitecto alemán Ludwig Mies van der Rohe para defender lo que luego se convertiría en el estilo minimalista. Basado en las formas simples, colores sobrios, precisión y sobriedad, tenía la intención de resaltar más el mensaje, uno limpio y cálido, sin distracciones, para centrar la atención en algunos elementos, logrando así una unidad en la que todo es parte de todo (no, no estás leyendo Wikipedia, y sí, pretendo demostrar que lo de hacer y expresar ideas con pocas palabras no es algo nuevo; además, a nadie le hace mal un dato extra, ¿no?).

El minimalismo bien podría representar el lenguaje actual en la red: adiós a los elementos sobrantes y la paja lingüística (adjetivos, los justos; nada de subordinadas interminables, y adiós a las descripciones minuciosas o los adverbios sin fin): es hora de centrarse en el mensaje y de que este hable por sí solo. Debemos elegir mucho mejor las palabras para que logren el mismo impacto y hagamos volar la creatividad del lector en su interpretación. No es que seamos flojos o no tengamos vocabulario suficiente para narrar hechos, es que pensamos mucho más las letras con las que transmitirlos. Dicho de otro modo: “Lo bueno, si es breve, dos veces bueno”.

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¿Por qué escribir menos? ¿Por qué la gente no se quedaría a leer un texto largo si es bueno? Una de las causas es que algunas plataformas tienen restricciones técnicas que obligan a poner límite de espacio al texto que podemos publicar; otra es que estamos tan bombardeados de palabras que no aguantamos mucho tiempo seguido leyendo el mismo texto. Esto nos obliga a seguir unos códigos para poder participar en esta nueva estructura. En este nuevo universo literario, otras palabras definen un aparentemente nuevo alfabeto digital: brevedad, sencillez, claridad, concisión, síntesis.

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Hablando de letras, hay una con la que se ha definido el movimiento que hacen nuestras pupilas al leer en internet, y que es diferente a cuando leemos otro tipo de textos en otros formatos. ¿Cuál crees que es? El danés Jakob Nielsen, experto en usabilidad (o sea, la facilidad que muestra alguien a la hora de utilizar una herramienta o aparato fabricado por el ser humano, muy frecuente en computación para definir la complejidad de un software en el mercado, es decir, si la mayoría de la gente será capaz de manejarlo sin problema) determinó que cuando leemos algún texto en internet, nuestros ojos no siguen una línea recta sino que dibujan una especie de F imaginaria: primero, una lectura horizontal de la parte superior de la pantalla; después, otra más corta, igualmente horizontal, pero un poco más abajo, y finalmente, un recorrido observando la parte inferior izquierda de la página mostrada.

¿Qué significa esto? Que ya no leemos de forma lineal, como con los libros o las revistas. Ahora hacemos una especie de escaneo de las palabras para detenernos únicamente en las que nos llaman la atención. Nuestro objetivo es encontrar algo interesante, una razón para leer todo el texto con detalle, y eso lo marcan palabras clave, que hay que incluir cuando se escribe y detectar cuando se lee (algunos dicen que tenemos menos de diez segundos para captar el interés del lector). Esto implica ser mucho más eficientes en el fin que persiguen las palabras: decir más con menos (ahí el porqué del minimalismo con el que empezamos).

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Esto también supone cambios en nuestro comportamiento como lectores. Una de las consecuencias principales de esta nueva lectura es que nuestra capacidad de concentración es mucho menor. Brincamos de un texto a otro sin parar y no logramos quedarnos en una misma lectura mucho tiempo. Por eso los textos ahora son más cortos, más concisos y más precisos. Hay que lograr el interés del lector en menos tiempo y darle más información en menos extensión. Lo de hoy, lo de hoy, lo de hoy es la síntesis.

¿Han oído hablar de “El dinosaurio”, de Augusto Monterroso? Este autor guatemalteco (nacido en Honduras) habría sido un fantástico tuitero (olvídalo, Cervantes; nunca habrías podido publicar El Quijote en entregas de 140 caracteres), pues aquel texto, publicado en 1959, cabe perfectamente en un tuit.

Cuando despertó,
el dinosaurio
todavía
estaba allí.

El cuento que acabas de leer (7 palabras, 51 caracteres) no solo ha sido objeto de numerosos estudios acerca de sus posibles mensajes, intenciones e interpretaciones, sino que se ha traducido a varios idiomas y ha inspirado casi infinitas variaciones. Sí, todo a partir de 7 inofensivas palabras.

Monterroso estuvo muy lejos de publicarlo en internet, pero durante muchos años lideró la lista de los relatos más breves de la historia. En 2005, fue relegado por el mexicano Luis Felipe Lomelí, considerado ya uno de los mejores exponentes del microrrelato, con “El emigrante” (4 palabras, 29 caracteres), en el que incluso se da el lujo de reproducir un diálogo:

¿Olvida usted algo?

¡Ojalá!

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Poco le duró el trono a Lomelí, pues un año después, el español Juan Pedro Aparicio publicó un cuento llamado “Luis XIV”, incluido en la obra La mitad del diablo. Bastó una sola palabra (o tres caracteres) para provocar no pocas reflexiones acerca de su significado:

Yo.

¿Se atreven a superar eso? Los reto a que lo intenten. Nada más les doy como dato que en Twitter podríamos publicar los tres relatos (microrrelatos, más bien) juntos de una sola vez. No es poca cosa.

Precisamente esta red social ha sido una de las máximas responsables de la nueva economía en el lenguaje. No hay excusas ni concesiones: una máquina cuenta los caracteres, y si superas los 140 no puedes publicar tu texto. Así de simple, así de contundente.

Parece sencillo pero en realidad requiere de un mejor manejo de la lengua y el vocabulario. Tienes que decir una idea o pensamiento, dar una información o contar un chiste en menos palabras; luego, tienes que usar las indicadas para no equivocarte ni dejar tu mensaje a medias (si no te cabe preocupación y tampoco te sirve intranquilidad, quizá sea buen momento para conocer o recordar términos tan buenos y breves como desazón, pesar, tormento, resquemor o temorarchiverbalismo.